Sabiduría
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SUMARIO: 1. Sabios y Sabiduría de Dios en Israel. Antiguo Testamento. - 2. Jesús, hombre sabio, mensajero de la Sabiduría.


Jesús aparece en los evangelios como sabio, siendo, al mismo tiempo un profeta y carismático (hacedor de milagros). Por su parte, la Iglesia tras la Pascua le ha descubierto presentado como encarnación de la Sabiduría de Dios, Señor del cielo y tierra. En ese fondo se sitúan las reflexiones que ahora siguen, divididas en dos partes: la primera evoca el contexto israelita del tema; la segunda

trata de Jesús como sabio y Sabiduría encarnada.

1. Sabios y Sabiduría de Dios en Israel. Antiguo Testamento

Israel ha compartido con los pueblos de oriente una larga y profunda experiencia de sabiduría cuyos elementos esenciales son: proponer y resolver enigmas, aconsejar a los gobernantes en el arte de la administración política e intervenir en asuntos legales. Los sabios han cumplido también otras funciones más cercanas al espacio de la magia: han interpretado sueños (como muestran las historias de Gén 37-50 o Dan 1-6) y han profundizado en la experiencia religiosa, en función que les acerca a los levitas y sacerdotes. La Biblia Hebrea los presenta como autores de los Ketubim (Escritos o Libros Sapienciales), que vienen después de las obras de los sacerdotes (Toráh o Ley: Pentateuco) y de los profetas (Nebiim: libros históricos y proféticos propiamente dicho). La sabiduría de Israel no se expresa en forma de especulación filosófica (como en los griegos), ni estudia de manera ordenada los fenómenos del cosmos para dominarlos y dirigirlos por medio de la técnica (como la ciencia moderna), sino que nos permite comprender la vida y sufrimiento de los hombres. Es evidente que ella ha surgido de las raíces comunes de la historia del oriente (en relación con egipcios y cananeos, sirios y babilonios) y ha mantenido un contacto fuerte con el helenismo, sobre todo a partir de las conquistas de Alejandro Magno (332 a. de C.).

Este aspecto sapiencial resulta importante para entender el judaísmo y cristianismo: ni los sacerdotes de Israel se impusieron de manera irracional, ni los profetas eran simples visionarios, ni los apóstoles de Jesús serán unos ilusos. Todos ellos comparten, de algún modo, la experiencia de la sabiduría que se empieza expresándose en algunos textos básicos de la tradición bíblica del Antiguo Testamento. Así empezaremos evocando lavisión del Eclesiástico (Eclo. o Ben Sira), libro escrito por un judío importante de Jerusalén, entre el 200 y el 180 a. de C.

La sabiduría del escriba exige mucho tiempo y sólo el poco ocupado llega a sabio... El que se dedica de lleno a meditar sobre la ley del Altísimo indaga la sabiduría de todos sus predecesores... Examina las explicaciones de autores famosos y penetra en las parábolas intrincadas. Busca el sentido oculto de los proverbios y da vueltas a los enigmas de las parábolas... Decide madrugar por el Señor, su creador y reza delante del Altísimo; abre su boca para la oración, y pide perdón por sus pecados. Si el Señor grande lo quiere, le llenará de espíritu de comprensión: él vendrá a derramar palabras de sabiduría y confesará al Señor en su oración (cf. Eclo. 38, 24; 39, 1-8).

Frente al agricultor/artesano, que actúa con sus manos, sabio es quien trabaja con la mente, centrándose en la cultura o cultivo de la palabra humana. Más que del mundo exterior se ocupa de la marcha de la sociedad, dentro de un contexto donde ella aparece como expresión inmediata de la voluntad creadora de Dios. Así descubre la presencia de Dios a través de una sabiduría, reflejada básicamente por la Escritura. El sabio es hombre de frontera. Vive, por un lado, abierto a todos los posibles caminos y las formas de creatividad histórica: mantiene contacto con la tradición, viaja para aprender, experimenta de manera personal las cosas, piensa con intensidad y ejerce lo que sabe, procurando así ofrecer su ayuda en la política y la vida de la sociedad. Pero, al mismo tiempo, reconoce que todo lo que tiene (y lo que puede conocer) es don de Dios; por eso pide su ayuda y le confiesa reverente. Una sabiduría humana que se absolutiza, cerrándose en sí misma y destruyendo su raíz de gratuidad divina, se vuelve expresión de idolatría: colocándose en el puesto de Dios, queriendo ser divino sin serlo, el ser humano se destruye. En contra de eso, la verdadera sabiduría, recibida por gracia del Espíritu, aparece en nuestro texto como don de Dios y fruto de su presencia salvadora. En esta perspectiva podemos hablar de una teología y misión sapiencial: sabio es el hombre que en su propio trabajo (todo lo que tiene es resultado de su esfuerzo) viene a descubrir las huellas de una gracia superior; sabio es el hombre que, penetrando en los misterios que parecen prohibidos (conocimiento del bien/mal), guarda respeto ante Dios y descubre que todo lo que tiene es gracia. En ese preciso lugar donde el ser humano, siendo totalmente humano, se desborda a sí mismo en clave de conocimiento gratuito... viene a desvelarse el don de Dios conforme a nuestro texto.

A partir de aquí podemos evocar los grandes textos teológicos donde la Sabiduría aparece no sólo como un don que Dios ofrece a los hombres, sino como un elemento esencial del mismo Dios, en su contacto con la humanidad. Algunos han llegado a hablar de una personalización (=hipostasización) de la Sabiduría, que se eleva como nota fundamental de Dios, como uno de los signos básicos de su acción y presencia en el mundo, a través de Israel. Pues bien, de un modo muy profundo, ella recibe desde la primera parte del libro de los Proverbios (siglo IV-111 a. de C.) una nota femenina: en el momento culminante de la historia el mismo Dios viene a mostrarse en su Sabiduría, amiga/esposa de los sabios. Frente a la mala mujer o ramera que destruye el corazón incauto, dejándolo en manos de su propia pequeñez y su violencia, viene a revelarse la mujer divina, amiga/esposa de los hombres. De esa forma, lo que en otros contextos aparece como resultado de un discurso racional viene a mostrarse como Revelación del mismo Dios: el discípulo se vuelve iniciado religioso. Así vemos a la Sabiduría como mujer amiga, a la vera del camino, en las entradas de la ciudad (Prov 8, 1-2), hablando desde Dios a sus amigos, invirtiendo la acción de la prostituta:

A vosotros, oh hombres, os llamo, a los hijos de Adam (=ser humano) me dirijo: aprended sagacidad los inexpertos, aprended cordura los necios... Yo, Sabiduría, soy vecina de la sagacidad y busco la compañía del conocimiento... Por mí reinan los reyes y los príncipes dan leyes justas... Yo amo a los que me aman, y los que madrugan por mí me encuentran. Yo traigo riqueza y gloria, fortuna copiosa y bien ganada; mi fruto es mejor que el oro puro y mi renta vale más que la plata...

Yahvé me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los océanos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas... Cuando ponía un límite al mar, y las aguas no traspasaban sus mandatos, cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto; jugaba con la bola de la tierra, disfrutaba con los hijos de Adán (Cf. Prov 8,4-31).

Este es uno de los pasajes que más han influido en la cristología clásica, que ha identificado al mismo Jesús con la Sabiduría creadora de Dios, que le acompaña desde el principio como amiga-compañera. Ella es la figura femenina de Dios, una especie de encarnación de su amor. No somos nosotros los que hemos inventado la búsqueda de Dios, la tensión fuerte del amor, como a veces se supone. Al contrario, con rostro y palabra de amor, nos invita esta Mujer-Sabiduría: ella misma ofrece su enseñanza personal de vida. Estos son sus rasgos más profundos (cf. Prov 8, 22.31):

Yahvé me estableció. La palabra aquí empleada (=qanani) es enigmática: puede aludir a la generación (como si Yahvé fuera su padre/madre) o a un tipo de adquisición (como si Dios en el principio hubiera comprado/poseído a su Sabiduría). He traducido de modo genérico: me estableció... Revelación y presencia original de Dios con rostro de mujer: eso es la Sabiduría.

Fui engendrada. Estamos ante un pasivo divino (=holaltti): Dios mismo ha «engendrado», en claro simbolismo maternal, a la mujer-sabiduría, en el principio de los tiempos. Todo el mundo es derivado: sólo más tarde han surgido los océanos y montes, los abismos de la tierra y los poderes de la bóveda celeste... En el origen, como expresión fundante de Dios, ha emergido su Sabiduría.

Jugaba en su presencia. La misma Sabiduría establecida y engendrada en el principio (como obra fundante, Hijo querido de Dios) se presenta ahora como aprendiz y encanto de su vida. Más allá de la razón demostrativa que busca el orden lógico y acaba cansando a los humanos, se desvela aquí un Dios superior, que es fuente y misterio de gozo: no ha suscitado el mundo por deber, por cálculo económico, por motivos lucrativos, sino por alegría. Siente placer, goza ante el encanto de su Sabiduría; con ella disfruta: como gran maestro se recrea con el aprendiz que le acompaña, como un amante se emociona con la mujer querida en cuyo nombre y bajo cuya inspiración hace todas las cosas.

Estos son los motivos fundamentales del canto de la Mujer/Sabiduría. Sin duda ella ofrece rasgos de diosa, en la línea de las grandes figuras femeninas de Egipto, Siria y Mesopotamia; pero no tiene entidad independiente: no se puede separar del Dios Yahvé, como otro Dios, a su lado. Tampoco es una simple personificación, un modo de hablar, un motivo estético/literario sin ningún apoyo en la realidad. Ella ha desbordado los esquemas racionales precedentes: es una Revelación originaria de Dios. La Sabiduría aparece así como realidad creada e increada: es signo de Dios siendo, a su vez, un elemento de este mundo; es principio y consistencia del cosmos, modelo y compañera de los hombres. Significativamente, ella ofrece rasgos de mujer: se suele afirmar que lo femenino es receptivo: es pasividad, escucha silenciosa; pues bien, en contra de eso, esta mujer/sabiduría actúa, invita y pone en movimiento la existencia de lo humano. En ese contexto culmina el aspecto estético: allí donde la Sabiduría resulta más intensa, allí donde parece quetriunfa la razón hallamos algo más que racional: el gozo de Dios haciendo gozar a los humanos, el juego de belleza que se expresa como fuente de todo lo que existe.

Quizá pudiéramos decir que esta mujer/sabiduría es la verdad del paraíso (cf. Gen 2-3). El tesoro de Dios es la humanidad representada en esta mujer: ella es Dios hecho Edén para los humanos. Difícilmente podría haberse hallado imagen más bella: Dios se define como mujer/sabiduría/esposa que llama a los humanos, invitándoles a compartir gozo y belleza; al mismo tiempo, es madre buena que les dirige la palabra educadora (cf Prov 8,32). Las dos imágenes (madre y esposa) se implican y completan sin dificultad en plano simbólico. Dos amores (Dama Sabiduría, Locura de muerte) llaman al pobre, inexperto, ser humano. Pequeños nos ha hecho Dios: capaces de ser engañados por una voz de muerte. Pero también nos hace inmensamente grandes: capaces de acoger la sabiduría del misterio de su vida revelada como gracia femenina creadora. Desde este fondo volvemos al Eclesiástico (=Eclo. o Ben Sira), donde la grandeza del Dios/Sabiduría se revela en la estructura nacional israelita, de tal forma que podemos hablar de una cuasi-encarnación de Dios en su ciudad o/y pueblo:

Sabiduría creadora. La Sabiduría (Sophia) se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo, abre su boca en la asamblea del Altísimo y se gloria delante de su Postestad (dynameos autou). Yo salí de la boca del Altísimo y como niebla cubrí la tierra, yo habité en el cielo poniendo mi trono sobre columna de nubes, (yo) sola rodeé el arco del cielo y paseé por la hondura del abismo, regí las olas del mar y los continentes y todos los pueblos y naciones (Eclo. 24, 1-6).

Sabiduría que habita en Israel. Por todas partes busqué descanso y una heredad donde reposar. Entonces el Creador (=Ktistés) del universo me ordenó, mi Creador (ho Ktisas me) hizo reposar mi tienda y dijo: habita en Jacob, sea Israel tu heredad. En el principio, antes de los siglos, me creó, y por los siglos, nunca cesaré. En la Santa Morada, en su presencia, ofrecí culto, y así fui establecida en Sión, en la ciudad amada (escogida) me hizo descansar, y en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad (Eclo. 24, 8-12).

Sabiduría presente en la Ley. Venid a mí los que me amáis y saciaos de mis frutos; mi recuerdo es más dulce que la miel y mi herencia mejor que los panales. El que me come tendrá más hambre, y el que me bebe tendrá más sed; el que me escucha no se avergonzará y el que me pone en práctica no pecará. Todo esto es el Libro de la Alianza del Dios Altísimo, la ley que no mandó Moisés, como heredad para las comunidades (synagógais) de Jacob (Eclo. 24, 19-24).

La Sabiduría no se pone ya como buena mujer ante las puertas de aquellos que van a la ciudad (cf. Prov 8,1-3), sino que tiene una cátedra más alta e influyente: habla ante todos los seres incluido el mismo Dios. Su palabra es revelación del misterio. Así, el principio del texto (Eclo. 24,1-6) asume los temas de Prov 8,22,31, aunque el texto procura evitar los términos ambiguos o menos conformes con la teología oficial israelita: el riesgo de una Sabiduría «engendrada» por Dios (en forma física, materna), los tonos lúdicos de juego y gozo que despliega ante el misterio divino. Ben Sira, el autor del Eclo, es un hombre que sabe medir sus palabras, situándolas en línea de tradición bíblica previa. Por eso se limita a decir que la Sabiduría brota de la boca del Altísimo, apareciendo como Palabra y Espíritu de Dios, (cf. Gen 1,2), siendo, al mismo tiempo, niebla o nube sagrada, conforme a un motivo clásico de la tradición israelita: es la nube de Dios que guía al pueblo por el desierto y que llena el templo (cf 1 Rey 8,10-11). La Sabiduría habita en el cielo (Eclo. 24,4) y fundamenta (da sentido y consistencia) a todo lo que existe. Pero, en contra de Prov 8,22-31, nuestro texto no resalta la presencia cósmica de Dios, sino su acción en la historia de Israel.

Pueblo (Eclo 24,8b). La Sabiduría de Dios halla descanso en Jacob/Israel, utilizando una terminología que evoca la experiencia fundante del Deuteronomio: Israel es pueblo «teóforo», portador de Dios.

Israel eterno (Eclo 24,9). Así se revela el eterno de Dios y así debe durar por siempre: la presencia de la Sabiduría de Dios en el pueblo de Dios será el motivo central de la teología del judaísmo posterior.

Ciudad y templo (Eclo 24,10-11). Los valores del pueblo (24,4) se concentran ahora en el templo o Santa Morada que se simboliza por Sión y la ciudad escogida amada (égapemené). Estas son ahora las señales del descanso de Dios: santuario, culto religioso.

Lo que Prov 8 había presentado como identidad femenina (Dios/amada), que sostiene y pacifica al ser humano, se convierte en experiencia de identidad nacional. La Sabiduría se revela como principio de elección y amor nacional: Dios se expresa en Sión, su muy Amada; allí encuentra su placer y su descanso. De esta forma se reinterpreta en clave israelita la experiencia más honda del gozo de Dios de Prov 8,31-31. Lo que era erotismo/juego cósmico aparece ahora como sábado de intensa liturgia nacional. El último verso de esta parte (Eclo 24,12) culmina y ratifica todo lo anterior: la Sabiduría de Dios es como un árbol de vida bien plantado en medio de su pueblo, en su propia heredad: las naciones buscan otro tipo de valores (militares, políticos, raciales...); los israelitas cultivan el árbol de la Sabiduría de Dios y así aparecen como viviente paraíso (cf Gén 2-3).

Desde ese fondo se entiende el último tema: Sabiduría como Ley (Eclo. 24,23-29). El himno propiamente dicho (24,3-22) ha terminado. Las palabras de revelación, posiblemente elaboradas sobre un modelo cercano a Prov 8, han concluido. Ahora empieza otro lenguaje, de tipo explicativo, propio de un narrador que añade: todo esto es el libro... (Eclo. 24,23). Antes (Eclo. 24,8-12) la Sabiduría de Dios se vinculaba a las instituciones del pueblo (ciudad, templo...). Ahora se condensa y precisa en una Ley de vida social y religiosa. El templo y la ciudad pueden destruirse (como sucederá en el 70 d. de C.); mientras el Libro/Ley exista y mantenga su valor habrá pueblo israelita.

Esta visión de la Sabiduría constituye una especie de justificación de Dios o teodicea. Un pueblo necesita principios de identificación e Israel los ha encontrado: tiene un Libro sagrado y una Ley que regula su vida. Libro y Ley son señal y presencia de Dios sobre la tierra. Esto es la Sabiduría: palabra de gozo, plenitud de la existencia. Ben Sira, el buen escriba, ha dicho esa Palabra: ha descubierto la verdad de Dios en el libro de la Ley/Sabiduría. Este es el tesoro de Israel, su riqueza y distinción entre los pueblos. Estamos al comienzo de lo que será la esencia del futuro y eterno judaísmo: son judíos aquellos que, sabiéndose elegidos por Dios con pueblo y templo (cf. Eclo. 24, 8-12), descubren la presencia de ese Dios en su Libro/Ley; en ella meditan, de ella viven, en ella esperan, descubriéndose felices para siempre. Este es signo de Dios: su Libro eterno (encarnado para los cristianos en Jesús).

En esa línea avanza el libro de Sabiduría (=Sab), escrito originalmente en griego en los años del nacimiento de Jesús. Su trama es paradójica. Por un lado afirma que la sabiduría no aparece ni triunfa externamente sobre el mundo: por eso los justos mueren a manos de los impíos: la sanción de Dios es sólo escatológica y viene a realizarse por la inmortalidad de los justos (Sab 1-5). Por otro, desarrolla una intensa sabiduría política, como manual para gobernantes, con su modelo de rey justo y sabio (Salomón). Así la define, como expresión del gran misterio:

Ella (Sophia, la Sabiduría) es un espíritu inteligente, santo, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado... benéfico, amigodel hombre... Es efluvio del poder divino, emanación muy pura de la Gloria (doxa) del Omnipotente; por eso, nada inmundo hay en ella. Es reflejo de la luz eterna, espejo muy puro de la energía divina e imagen de su bondad. Siendo una sola cosa todo lo puede; sin cambiar en nada renueva el universo; y entrando en las almas buenas de cada generación va haciendo amigos de Dios y profetas, pues Dios no ama a nadie si no habita en él la Sabiduría (Sab 7, 22-28).

Siendo expresión del poder divino, la Sabiduría es sentido de la creación, espíritu y hondura de las cosas; finalmente, dirigiendo, al mismo tiempo, la historia humana. El esquema de fondo puede ser helenista: hay rasgos y expresiones que se encuentran en la filosofía del ambiente, especialmente en línea platónica: la Sabiduría es una especie de expansión y presencia bondadosa de Dios. Pero el contenido profundo del texto es israelita y así pone de relieve la historia de los hombres. Al servicio de esa historia, como presencia divina y hondura de lo humano, como sentido original del cosmos, aparece centrado en la Sabiduría, que aparece como amigo/amiga de los hombres, representados por Salomón que dice:

A ella la quise y la busqué desde muchacho, intentando hacerla mi esposa, convirtiéndome en enamorado de su hermosura. Al estar unida (symbiósis) con Dios, ella muestra su nobleza, porque el dueño de todo la ama.... Por eso decidí unirme con ella, seguro de que sería mi compañera en los bienes, mi alivio en la pesadumbre y la tristeza (Sab 8, 1-2, 9).

La vida entera se define, según esto, como proceso afectivo, como un amor a la Sabiduría de Dios. Está al fondo el simbolismo del Banquete de Platón, con el ascenso amoroso hacia las fuentes de toda realidad (el Bien Supremo). Pero hay una diferencia: el entusiasmo divino parece que lleva a los platónicos más allá del mundo; Salomón, en cambio, se introduce con más fuerza en este mundo. Pero no se debe exagerar la diferencia. El sabio de la República platónica, transformado por la suma de amor, puede gobernar con justicia a los humanos. El Rey Israelita, enamorado desde joven de la sabiduría superior, descubre en ella su gozo (disfruta) y gobierna con su ayuda. No es perfecto aquel que se clausura en contemplación intimista, aislado del mundo, sino el que escucha el misterio de Dios (Sabiduría), desde el mismo mundo, dejando que ella le emocione, fortalezca y transforme. Desde ese fondo podemos decir (con Sab 7, 22-28) que ella es efluvio del poder divino, emanación de la gloria de Dios... Descubrimos así que ella es el mismo Dios en cuanto amable; hay en nuestro corazón un gran vacío: estamos hechos para Dios, a él le buscamos en camino amoroso.

2. Jesús, hombre sabio, mensajero de la Sabiduría

Las reflexiones anteriores nos permiten situar el tema de Jesús, como sabio y como enviado de la Sabiduría de Dios. Ciertamente, Jesús ha sido un profeta escatológico, esto es, alguien que habla en nombre de Dios, denunciando la injusticia del pueblo y anunciando la intervención futura y transformante del mismo Dios. Los profetas de Israel aceptan la Ley, pero sitúan por encima de ella o en su meta la acción de Dios que interviene en la historia para culminarla. En esa línea encontramos a Juan Bautista, que fue mensajero de conversión, para perdón de los pecados, profeta del juicio (anuncia la llegada de Dios, el más fuerte, para pedir cuentas a su pueblo; cf. Mc 1, 1-15; 6, 14-29; 11, 30-33 par; Lc 1, 80; 16, 16; Hech 1, 15; 18, 24-28; 19, 1-17; F. Josefo, AJ 18, 116-119). En un primer momento, Jesús aparece en calidad de discípulo de Juan, dejándose bautizar por él (cf. Mc 1, 9-11), como la tradición de los cristianos ha debido confesar, a pesar de los problemas que ello implicaba: él ha sido, sin duda, un profeta. Pero, el profetismo de Jesús, tiene un rasgo distinto, que está vinculado a su experiencia de la Sabiduría de Dios, como iremos mostrando en lo que sigue:

Jesús ha dejado la orilla no israelita del Jordán para ofrecer su mensaje en Galilea (cf. Mc 1, 14 par): no espera una intervención especial y externa de Dios para atravesar la línea divisoria del río y entrar en la tierra prometida, como había hecho Jesús/Josué (Jos 1-4) y hará después Teudas (cf. Josefo, Antigüedades judías 20, 167-172). A su juicio, Dios ha empezado ya a actuar y por eso él viene a Galilea, anunciando allí el reino. No bautiza para conversión y esperanza de juicio (paso del Jordán), como el Bautista, sino que ofrece los signos del Reino dentro de la misma tierra: no en Judea/Jerusalén (lugar de sacerdotes), sino en Galilea, entre las gentes normales de su pueblo. Así aparece como portador de una Sabiduría de Dios, que actúa ya en el mundo.

Este nuevo profetismo de Jesús vincula de manera paradójica, hasta ahora insospechada, el presente del reino (curaciones, comida compartida) y el futuro de la irrupción salvadora de Dios. Todos los intentos de los exegetas por introducir una lógica reductiva y exclusivista en el proyecto y vida de Jesús (sería sólo un mensajero del Reino escatológico o sólo un testigo de la salvación actual de Dios, puro profeta apocalíptico o sabio que expresa la presencia de Dios en este mundo) han resultado vanos. La presencia de Dios y su reino (el «ya» de las curaciones y la vida compartida) resulta inseparable de la esperanza de transformación reflejada de manera extrema en textos como Mc 9, 1 par. Jesús es, al mismo tiempo, un profeta como Jonás y un sabio como Salomón.

La tradición le ha recordado como poderoso en obras y palabras (Hech 2, 22; cf. F. Josefo, Antigüedades judías, 18, 3, 3). El mismo evangelio le compara a Salomón, sabio por excelencia, vinculándole, al mismo tiempo, a Jonás, el profeta (Lc 11,31). En contra de lo que ha podido suceder más tarde, el judaísmo de aquel tiempo vinculaba profetismo (y apocalíptica) con sabiduría, como indican los libros y figuras de Daniel y Henoc, ambos profetas apocalípticos sabios, ambos sabios, expertos en conocimientos superiores. Se ha pensado a veces que la tensión apocalíptica hace inútil o destruye la sabiduría, como si la llegada de Dios o la cercanía del final privara al ser humano de su capacidad de equilibrio y/o pensamiento. Pues bien, es todo lo contrario: la cercanía de Dios y de su reino libera precisamente al ser humano de las tensiones mundanas y sociales que le tienen sometido, capacitándole para descubrir y expresar con claridad el sentido más hondo de la vida.

Pues bien, la novedad de Jesús está en la forma de unir pro fetismo (anuncio de la llegada del Reino) y sabiduría de Dios (que se expresa en el amor a los pequeños y la superación del juicio y la venganza). Otros personajes, como Daniel y Henoc, aparecían como sabios en secretos celestiales: así pudieron revelar los grandes misterios de los astros, el orden y camino de las edades del futuro. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha sido sabio de las cosas cotidianas: ha iluminado la vida de los pobres y los niños, ha ofrecido una palabra y luz de Dios a los marginados de la sociedad y de la historia. Es como si al antiguo ser humano le cegara el miedo de las cosas, la dureza de la historia; es como si tuviera que andar con trampas para seguir sobreviviendo; por eso, los sabios acabaron siendo apocalípticos estrictos (portadores de secretos angélicos) o hermeneutas elevados (casi metafísicos) del misterio de Dios, en la línea de los textos anteriores de Prov, Eclo o Sab. Pues bien, en contra de eso, para el Jesús sabio, la presencia de Dios viene a mostrarse como claridad y justicia humana: el ser humano puede mirar cara a cara hacia las cosas, descubriendo la mentira de las instituciones de violencia, las esclavitudes del miedo. Desde ese fondo debe interpretarse el gesto de Jesús:

Jesús es portador de la Sabiduría de Dios porque supera e invierte el orden más común de la sabiduría de este mundo. De manera normal, la sabiduría sirve para justificar aquello que existe, es decir, el orden económico y social, el poder delos jerarcas religiosos del entorno. De esa manera, Eclo 24 sacralizada el orden de Israel (su ciudad, ley y templo), y Sab ratificaba en nombre de Dios la historia israelita. Pues bien, en contra de esa tendencia sacralizadora del orden actual, Jesús invierte el sistema sacral de Israel y desenmascara la violencia organizada de sacerdotes y jerarcas políticos, que convierten al mismo Dios en signo y garante de su fuerza. Desde la certeza de que el poder de violencia (el mundo viejo) ha terminado, Jesús puede presentarse y se presenta como portador de una Sabiduría no violenta que proviene de Dios, haciendo que hombres y mujeres puedan entenderse y acogerse, sin imposición de unos sobre otros. Así aparece como Sabio al servicio del Reino, como portador y garante de una paz universal.

Siendo portador de la Sabiduría de Dios, Jesús supera el patriarcalismo ambiental. Ciertamente, como hemos venido indicando, la tradición sapiencial ha puesto de relieve el aspecto femenino de Dios, tanto en Prov como en Sab: la Sabiduría es como amante-esposa que invita a los humanos al amor más hondo. Pero luego, ese mismo judaísmo ha tendido presentarse como patriarcalista, es decir, como defensor del poder de los varones (como hará la Iglesia cristiana instituida de tiempos posteriores). Pues bien, el retorno al origen de la creación (motivado por la plenitud del tiempo) y el despliegue de la gratuidad, permiten a Jesús interpretar la vida humana en claves de igualdad de sexos: supera el estilo patriarcal del matrimonio (cf. Mc 12, 16-27 par), lo mismo que el poder masculino del divorcio (Mc 10, 2-9 par) o la estructura jerárquica y cerrada de la familia (cf. Lc 12, 51-53 par; 14, 26; Mc 3, 31-35). La misma apelación a la Sabiduría de Dios "revelada en el principio" (Gen 1-3), le permite destacar la unidad e igualdad de varones y mujeres, como un camino de comunión no violenta entre los humanos.

Esta visión sapiencial de Jesús nos permite entender de manera más profunda las parábolas. Ciertamente, al fondo de ellas está la certeza de que ha llegado el fin: nos hallamos ante (en) el Reino de Dios, más allá de las seguridades legales y las opresiones (distinciones) que establece el judaísmo instituido. Ya no se oponen letrados contra analfabetos, ni sacerdotes frente a laicos, ni judíos frente a gentiles, ni varones frente a mujeres, sino que se desvela, para todos por igual, la verdad del ser humano. Después de haber pensado que sabemos las cosas, las parábolas muestran que ignoramos lo más hondo: así nos hablan desde el otro lado, desde el fondo de la gratuidad divina y la extrañeza de la vida, con sus figuras «ejemplares»: samaritano, publicano, pródigo, mendigo... Ellas no ofrecen ni siquiera una inversión, pues la inversión sigue buscando seguridad, aunque de otra forma, en línea de protesta. Por encima de versión e inversión, las parábolas nos llevan al lugar de la verdad original donde habita lo divino, más allá de imposiciones y certezas de la historia establecida.

Al destacar este plano sapiencial de su mensaje, fundándose en el Evangelio de Tomás y un pretendido Documento Q (que estaría en la base de Mt y Lc), algunos exegetas, especialmente norteamericanos, han tendido a rechazar el aspecto apocalíptico y profético de Jesús, presentándole básicamente como un puro sabio, en la línea de los filósofos cínicos del entorno griego de aquel tiempo. Jesús habría sido un sabio contracultural, experto en parábolas, un hombre paradójico, capaz de ver las cosas desde el otro lado, es decir, desde una perspectiva contraria a las verdades del sistema político y social del entorno. Ese aspecto contra-cultural de Jesús nos parece evidente, como venimos indicando. Él no ha sido un sabio al servicio del sistema: del templo o la política, de los ricos o los ilustrados de su pueblo, sino un sabio independiente, al servicio de los expulsados del sistema, es decir, de los enfermos y marginados, de los impuros y niños, de las mujeres y leprosos.

Hay una sabiduría del sistema, elaborada para defender los poderes establecidos, es decir, el orden del Todo, que tanto los filósofos griegos como los políticos romanos interpretaron como realidad divina o sagrada. Esta es la sabiduría del poder, legalizada por los "pensadores legales", sacralizada por los "sacerdotes sagrados", como de forma impresionante ha destacado el Apocalipsis de Jn. Pues bien, Jesús no se ha dejado convencer por esa sabiduría del sistema. Admite en un plano el orden económico del imperio (dad al César lo del Cesar: Mc 12, 17), pero sitúa en otro plano la Sabiduría de Dios. Por otra parte, los escribas y sabios judíos siguen también vinculados al orden del sistema sacra!, del templo y de la Ley.

Por el contrario, Jesús viene a presentarse como sabio, pero desde el margen del poder establecido, es decir, desde los excluidos del sistema. Son ellos, los pobres y perdidos, los marginados e impuros, los que reflejan el misterio de Dios, su amor creador (aparece muestra Mt 25, 31-46). Esto significa que debe superarse, no sólo en forma teórica, sino sobre todo en forma práctica, la sabiduría de un mundo que defiende a los poderosos y grandes. Todo el proyecto de reino de Jesús es un proyecto y camino de Sabiduría: es una iluminación o, mejor dicho, una revelación de Dios, que se muestra como portador de gratuidad y creador de vida en la misma realidad e historia de este mundo.

Al decir que Jesús es portador de una Sabiduría de Dios no estamos planteando una verdad metafísica, ni estamos defendiendo una teoría más alta, sino mostrando y descubriendo el sentido de su mensaje y de su acción liberadora. Una tradición aristotélica bastante extendida en la teología católica, afirma que la verdad es anterior a la bondad: que primero se conoce y luego se actúa. Por otra parte, esa misma tradición identifica la verdad con un conocimiento de "verdades", en la línea de la teoría. Pues bien, en contra de eso, el evangelio de Jesús nos muestra que en el principio de toda verdad está la acción de amor o, mejor dicho, el encuentro personal. No hay una verdad independiente de la vida, no hay una sabiduría desligada del amor y de la comunión entre personas. Para Jesús, la Sabiduría de Dios se identifica con su mensaje y vida al servicio del Reino, es decir, al servicio de los pequeños y expulsados de este mundo. Todas las teorías acaban siendo secundarias. Todas las ideas pueden volverse ideología, es decir, defensa de los propios privilegios. En contra de eso, la verdad y Sabiduría de Jesús se identifica con su amor liberador al servicio de los más pequeños, de los expulsados del sistema. En este contexto podemos entender unos pasajes centrales de la tradición de Mateo, que comienzan con la embajada del Bautista. Desde la cárcel donde está encerrado, el profeta de los tiempos finales y del juicio de Dios envía a sus discípulos para que pregunten a Jesús ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? (Mt 11, 3). Jesús responde: Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos recobran la vista y los cojos caminan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, y los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado quien no se escandaliza de mí (11, 4-6).

Jesús vincula la vista (aquello que los discípulos de Juan contemplan) y el oído (aquello que escuchan). Esta es su verdad y Sabiduría: las obras que él realiza en favor de los expulsados del sistema, es decir, de aquellos que no pueden ver ni andar, de los impuros y carentes de esperanza. La Sabiduría de Jesús se identifica con su acción liberadora, en la línea de las «profecías» de Is 35, 5-6; 42, 1; 61, 1: no es una teoría que nos hace comprender en abstracto, ni un tipo de obra exterior impositiva (como quieren los griegds y judíos, según Pablo: 1 Cor 1), sino la misma acción liberadora en favor de los expulsados y marginados del sistema de sabiduría y poder de este mundo. El mensaje y obra de Cristo se expresa en la utopía de una transformación de la realidad social, pero desde el otro lado, al servicio de los pobres. De manera significativa, sus curaciones (de ciegos, cojos y sordos) se vinculan a sus gestos de superación del sistema sacral anterior (purificación de los leprosos); todo esto le permite ofrecer una sabiduría creadora, al servicio de los oprimidos de tipo económico y social (pobres); sólo en este contexto puede hablar de una culminación y escatológica (resurrección de los muertos).

Jesús es sabio por ser liberador: conoce penetrando en el dolor del mundo; conocer curando a los enfermos e impuros. A su juicio pobreza y muerte están relacionadas con la situación de caída y de injusticia: los hombres y mujeres no conocen (no ven), no pueden andar. El mesías verdadero es aquel que ofrece una Sabiduría sanadora, es decir, una enseñanza que expulsa a los enfermos y permite vivir en libertad a los hombres y mujeres que estaban oprimidos dentro del sistema, como sabe Mc 1, 27. Jesús es sabio porque es creador de nueva humanidad, en lenguaje que Lc 4, 18 ss vincula a la presencia y obra (bautismo) del Espíritu Santo. Esta Sabiduría se expresa en el escándalo mesiánico (suscitado precisamente por la acción del Cristo), paralelo al pecado contra el Espíritu Santo (de Mt 12, 31-32): "Ay de ti Corozaín, ay de ti Betsaida, porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los signos que se han hecho en vosotras..." (Mt 11, 20-24). Los gestos poderosos de Jesús en favor de los marginados definen su Sabiduría y expresan su misterio. Pues bien, las grandes ciudades sabias galileas (Corozaín, Betsaida, Cafarnaum) no han aceptado la Sabiduría de Jesús, no han acogido sus signos salvadores en favor de los expulsados y rechazados del sistema.

Una sabiduría sin posible rechazo no sería salvadora; un conocimiento que se impone no es conocimiento liberador. Un Cristo que pudiera elevarse por la fuerza, obligando al seguimiento a los humanos, no sería Cristo. Por eso, en el centro del evangelio ha conservado Mt el pasaje de experiencia sapiencia) que ahora veremos (versión convergente en. Lc 10, 13-15). Esta es la revelación suprema de la Sabiduría mesiánica de Jesús: él viene a revelarse como enviado de la Sabiduría de Dios, como aquel que llama a todos los humanos, en la línea de la Dama Sabiduría, que hemos visto en Prov 8. Llegamos así al centro de Mt, en el lugar de su revelación cristológica definitiva (Mt 11, 25-29). El que se revela y llama, el que emerge y convoca a los humanos es el mismo Cristo pascual (a quien luego se presenta fundando la misión universal en Mt 28, 16-20), como portador de la Sabiduría, Sabiduría encarnada. Esa Sabiduría no es ya una figura imprecisa de tipo poético, como la Dama de Prov 8, Eclo 24 o Sab, sino el mismo Jesús histórico-pascual, hecho Sabiduría de Dios para los hombres (como sabe 1 Cor 1, 30). Así lo presentamos, dividiendo el texto en tres partes. La primera trata de la Revelación de la Sabiduría del Padre a los pequeños: En aquel tiempo, Jesús exclamó (respondió) y dijo: Yo te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, pues has ocultado esto a sabios y entendidos, y lo has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues que ésta ha sido tu voluntad (Mt 11, 25-26)

Frente a los sabios y entendidos, representados por los orgullosos galileos del pasaje precedente (Mt 11, 20-24), se elevan ahora los «pequeños» que han acogido la palabra de Jesús. La revelación salvadora de la Sabiduría bondadosa del Padre (su Apocalipsis) se expresa en esta confesión de Jesús que da gracias al Padre, en gesto de admiración religiosa. Nos hallamos ante un verdadero misterio: la manifestación de Dios rompe la dinámica religiosa de una sabiduría de grandeza (vinculada al sistema de poderes del mundo) que se encarna en las ciudades galileas (presumiblemente orgullosas porque piensan conocer las Escrituras). Frente a esas ciudades eleva Jesús, por gracia de Dios, a los pequeños que escuchan su Palabra y que reciben así la verdadera Sabiduría de Dios. En este contexto, al presentar a Dios como Padre «señor del cielo y de la tierra», Mt ha enraizado la cristología en el más radical monoteísmo israelita: su Sabiduría salvadora es culmen de la revelación israelita. Pues bien, la verdad más honda de esa Sabiduría (que los sabios de este mundo no han logrado conocer) se identifica con el amor y comunión entre Jesús y el Padre: Todo me ha sido entregado por mi Padre: y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar (11, 27).

La revelación de la Sabiduría de Dios a los pobres y pequeños se encuentra vinculada a la vida y obra de Jesús, que ahora aparece como Hijo, internamente unido al Padre, que le conoce y comparte con él su ser entero: Jesús mismo aparece así como revelación salvadora para los humanos. No es maestro o transmisor de una Ley que permanece fuera de él, sino Revelador de su propia vida, de su encuentro de amor con el Padre. La Sabiduría de Jesús no es un tipo de teoría que puede abstraerse de su vida, sino su misma unión de amor con el Padre, su acción liberadora en favor de los excluidos del viejo sistema del mundo. Su amor con el Padre: esta es su Sabiduría. Jesús no revela cosas o verdades, se revela a sí mismo, al desplegar ante los hombres el camino de su conocimiento de amor con el Padre, en intimidad profunda, en donación total. Esta es la Sabiduría (el amor mutuo), este es el conocimiento verdadero, la comunión personal de vida con el Padre, y de los hombres entre sí.

La Sabiduría de Jesús tiene un carácter dialogal: ambos, Padre e Hijo (Dios y Jesús) existen dándose uno al otro, conociéndose (en ambos casos se repite la palabra conocer en el sentido bíblico de comunicarse de manera personal, como esposo con esposa, como padre con hijo). Esta es la Sabiduría de Cristo: el amor mutuo, la entrega de la vida, en comunión gratuita, gozosa, creadora. Por eso, Dios aparece ahora plenamente Padre y Jesús del todo como Hijo. Como principio de toda realidad hallamos ahora este amor de comunión: la unidad dialogal en que comparten plenamente la existencia, esta es la Sabiduría de Dios en Cristo. En el principio se halla el Padre que se entrega a Jesús (le da todo su ser, su vida y alma) no sólo aquello que tiene sino su mismo ser y entraña. Pues bien, de manera correspondiente, expandiendo su Sabiduría en forma misionera, Jesús ofrece o revela lo que él tiene (su conocimiento de Dios) a quienes el desea, es decir, a quienes aceptan el mensaje de su evangelio (cf. Mt 28, 16-20). La Sabiduría de Jesús se identifica con su amor al Padre, expresado en gesto de amor hacia los hombres (en la Cruz) y expandido de manera universal, en el centro y culmen de la historia. Por eso decimos que Jesús es la Sabiduría encarnada de Dios. Desde este fondo se entiende su llamada:

  1. Venid a mí todos los agotados y cargados, pues yo os aliviaré.

  2. Cargad con mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, pues hallaréis descanso para vuestras almas.

  3. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera (Mt 11, 28-29).

Jesús ocupa aquí el lugar de la Dama-Sabiduría que hemos descubierto en los grandes textos del Antiguo Testamento. Allí era una figura celeste en forma de mujer la que llamaba, queriendo atraer a su amor a los humanos. Aquí es Jesús quien llama, mostrándose como mensajero y portador de esa Sabiduría de Dios. Así aparece como revelador de un amor personal, de un encuentro de gracia compartida, que viene de Dios y transforma a los humanos. En la línea de Eclo 24, Jesús aparece también como "encarnación bondadosa" de la Ley, llamando de manera especial a los judíos que se sienten agobiados y aplastados por el peso de esa misma Ley, como sabe la tradición rabínica. El, Jesús, es la Ley verdadera, no como exegeta, que la interpreta desde fuera (en la línea de Eclo 24), sino como revelación personal de Dios, principio de humanización y descanso para todos los humanos.

Desde este fondo, podemos afirmar que, en un determinado nivel, el Jesús de Mt puede aceptar y acepta la Ley judía (cf. 5, 17-19), interpretada en claves de Sabiduría, pues es Ella (la Sophia de Dios, simbólicamente presentada como mujer) la que aparece en el fondo del pasaje, llamando a los humanos (cf. Eclo 6, 24ss; 24, 19; 51, 23ss). Mt combate la Ley judía: no la niega, pero la interpreta desde un plano más hondo de Sabiduría, que acaba identificándose con el mismo Jesús. Por eso, no hace falta discutir la Ley en un nivel teórico, no hace falta rechazar la experiencia judía en plano externo, sino recrearla desde Jesús. Algunos textos judíos habían identificado Revelación apocalíptica, Ley y Sabiduría de Dios. Pero sólo aquí, desde la persona y experiencia de Jesús, puede llevarse hasta el final esa identificación, de tal manera que Jesús, profeta sabio, viene a presentarse como encarnación personal de la Ley y Sabiduría de Dios.

En este fondo, Jesús viene a presentarse, al mismo tiempo, como culminación de la profecía israelita (en la línea de Jonás) y de la sabiduría de su pueblo (en la línea de Salomón: cf. Mt 12, 41-42). Llegando hasta el final, sabiduría y profecía, conocimiento profundo de la realidad y culminación del tiempo se identifican en el Cristo. Más aún, la misma Sabiduría de Dios puede actuar y actuar, de formas distintas pero complementarias, a través de Juan Bautista (profeta) y de Jesús (mesías), rechazados por sus conciudadanos, diciendo que uno está loco, pues no come ni bebe (Juan) y que el otro es comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadoras/prostitutas (Jesús). Por eso dice el texto que Ella, la Sabiduría de Dios, fue justificada por sus hijos o ante sus hijos. Ambos, Juan y Jesús, cada uno a su manera, son Hijos/Enviados de la Sabiduría, es decir, de un Dios Sabio (Dios de amor, de encuentro personal y vida) que ofrece su salvación a todos los humanos. Lógicamente, Jesús resucitado aparece como Sabiduría de Dios, que envía a sus profetas a la tierra: He aquí que Yo os envío profetas, sabios y escribas y de ellos mataréis, crucificaréis y azotaréis a algunos en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. Para que caiga sobre vosotros toda la sangre de los justos, derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías... (Mt 25, 34-35).

Este es uno de los textos más misteriosos de la tradición bíblica. El que habla es el mismo Jesús, sabiduría personificada y pascual, que sigue guiando desde su gloria la historia de los hombres. No lo hace como poder de imposición, sino enviando a sus mensajeros (profetas, sabios, escribas cristianos) indefensos sobre el mundo. Están dispuestos a perder, a dejarse matar como el Maestro (Jesús sabía). En eso se descubre que son emisarios de su Sabiduría pascual, que es Sabiduría de Cruz, como dice Pablo en 1 Cor 1. Pero Dios sigue teniendo la última palabra. Estos sabios asesinados, con Jesús Sabio, abren la historia humana hacia la culminación definitiva de todo conocimiento y todo amor: a la Verdad y Gozo de la pascua. Y con esto acabamos el tema. Podríamos seguir, exponiendo el sentido de Cristo como Sabiduría de Dios en Pablo y Juan, pero con ello desbordaríamos el campo de nuestro estudio. -> hijo; revelación del Hijo; literatura apocalíptica e intertestamental; profeta; parábolas.

BIBL. — He desarrollado el tema de la Sabiduría de Dios y de Cristo en dos obras más extensas: Dios judío, Dios Cristiano, EVD, Estella 1996; Este es el Hombre. Manual de Cristología, Sec. Trinitario 1997. Allí podrá encontrarse amplia bibliografía sobre los temas y textos aquí evocados.

Xabier Pikaza