Responsabilidad (en la muerte de Jesús)
DJN
 

En esta cuestión debemos acercarnos a la "vía media", que parece haberse eludido como peligrosa. Se ha optado casi siempre, siguiendo la ley pendular, por descargar toda la responsabilidad sobre los judíos, el pueblo "deicida", los judíos "pérfidos" de la oración universal de la liturgia del Viernes Santo que hubo, la maldición que pesa sobre ellos... El pueblo no tuvo arte ni parte en el proceso. Se le implica con la idea de hacerle partícipe en la responsabilidad del sanedrín. Los judíos que condenaron a Jesús fueron los que constituían la clase dirigente. Los judíos, como pueblo, fueron mucho menos culpables de la muerte de Jesús que los griegos, como pueblo, de la de Sócrates. La Iglesia, a última hora, así lo ha reconocido.

En el polo opuesto ha sido responsabilizada la potencia ocupante, Roma, con su crueldad virulenta sobre los pueblos dominados. Estamos convencidos de la corresponsabilidad de ambos poderes. Lo afirmamos aquí para que el lector sepa, desde el principio, por dónde debe caminarse.

Destaquemos, en primer lugar, la condenación judía. La causa por la cual las autoridades judías quieren eliminar a Jesús fueron religiosas, sus pretensiones en el terreno religioso (Mc 14, 62-64; Jn 5,18); sus actitudes y afirmaciones le valieron el calificativo de "blasfemo" que, como tal, debía ser eliminado. Pero la blasfemia de que es acusado debe someterse a un serio examen. Nadie era acusado entonces de blasfemia por presentarse como Mesías. Un buen ejemplo nos lo ofrece el caso de Bar Kochba (132-135 d. de Cristo) quien, a pesar del daño causado por sus pretensiones mesiánicas, no fue acusado de blasfemo.

¿En qué consistía la blasfemia según los representantes de la ortodoxia judía? Naturalmente que este caso, el caso de Jesús de Nazaret, no estaba previsto ni en el A.T. ni en el derecho judío vigente. Pero su doctrina y pretensiones iban directamente en contra de la normativa vigente; contradecían la imagen de Dios, a quien ellos habían domesticado; atacaban las doctrinas que ellos consideraban como definitivamente adquiridas La respuesta positiva de Jesús a la cuestión directamente planteada por el sumo sacerdote sobre su naturaleza fue considerada como blasfema porque equivalía ala ratificación de toda su doctrina y pretensiones: que él tenía poder de perdonar los pecados (Mc 2,1-12); que había venido a llamar a los pecadores, no a los justos; que su predicación y exigencias de conversión afectaban más profundamente a los observantes de la Ley (Mt 5,21 ss; 23); que a Dios le proporcionaban más alegría los pecadores que aceptaban su palabra que los justos, que pensaban no necesitarla (Lc 15); que la plena revelación de Dios estuviese vinculada a una persona humilde y modesta, como era Jesús, y no al sistema montado por ellos considerado como absoluta y permanentemente válido. Por eso se escandalizaron de Jesús (Mt 11,6; Mc 6,3; 8,38). Por eso le consideraron blasfemo. Todo esto era una gravísima injuria contra Dios; era una blasfemia. De estas pretensiones no excluimos, al contrario, incluimos las que había demostrado frente al templo, influyesen o no decisivamente en el proceso de su condenación.

La condenación inapelable por parte del judaísmo, no podía ser ejecutada por falta de competencia jurídica. ¿Tenía el Sanedrín potestad legal para llevar a cabo un proceso judicial con decisión capital, es decir, poseía el ius gladii? Aunque los judíos nunca renunciaron a él, durante la dominación romana nunca pudieron ejercitarlo. La afirmación del Talmud según la cual los judíos fueron privados del derecho de realizar procesos sobre la vida y la muerte cuarenta años antes de la destrucción del templo, obliga a tomar el número cuarenta de forma simbólica, es decir, se referiría al tiempo del comienzo de los procuradores romanos. En este sentido es correcta la afirmación de los judíos a Pilato (Jn 18,31: "No nos es permitido dar muerte a nadie").

Esto nos sitúa ante la necesidad de acercarse a Roma. (Para esta cuestión remitimos a la voz "Rey de los judíos").

En el proceso ante Pilato, de cuya verosimilitud histórica no se puede dudar, deben distinguirse claramente dos cosas: el proceso mismo, más o menos sumarial, pero ajustado a la ley, y la forma de presentarlo que es un extraordinario artificio literario. La presentación que nos hacen los evangelios, en particular Lucas y Juan, se halla dominada y como determinada por razones apologéticas. Pilato cedió inmediatamente, y de mil amores, a las intenciones y pretensiones judías, y ello, evidentemente, por razones políticas. La inocencia de Pilato siguió posteriormente en línea ascendente: Tertuliano (Apologeticum, 21,24) lo considera como cristiano; la leyenda cristiana lo hizo mártir e incluso la Iglesia etíope lo venera como santo.

Felipe F. Ramos