Oveja perdida, Parábola de la
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Lucas nos ofrece, en paralelismo estricto y de forma seguida, las dos primeras parábolas de la misericordia, conocidas como las "perlas de las parábolas". La tercera, la más conocida, emotiva e impactante, la del hijo pródigo, la trataremos aparte por su naturaleza singular. Sí es importante señalar desde el principio el denominador común o el leit motif de todo el cap. lucano: la alegría (Lc 15, 6. 7. 9. 10. 23. 24. 29. 32).

La clave de interpretación para ambas parábolas —nos referimos a la de la oveja perdida (Lc 15,3-7; Mt 18,12-14) y a la de la dracma perdida (Lc 15,8-10)— nos la ofrece la introducción redaccional de Lucas. Se trata de la comunión con los pecadores, duramente criticada por los escribas y fariseos. Las dos parábolas son una respuesta implícita a dichas acusaciones. La elaboración de Lucas se hace patente también en la introducción y en la conclusión de las dos parábolas, que son plenamente coincidentes. Ambas parábolas hacen especial hincapié en la diligencia y en la permanencia en la búsqueda de lo que habían perdido el hombre y la mujer protagonistas de las mismas. En ambos casos se presupone que la realidad hacia la que apuntan es la misión de Jesús que vino a "buscar" y a "salvar" lo que se había perdido (Lc 19,10). Y, también en ambas, se presupone que la alegría está condicionada por la conversión.

No perdamos de vista que se trata de una parábola. Y la parábola no evita las incongruencias. ¿Nos extraña que un pastor abandone noventa y nueve ovejas para buscar una? ¿Es verosímil que, al llegar a casa, después de encontrar la extraviada, difunda la noticia a los cuatro vientos y se disponga a celebrarlo con toda solemnidad como si de un acontecimiento extraordinario se tratara? Estos detalles y otros, más o menos incongruentes, son necesarios para poner de relieve la lección principal de la parábola. Y el parabolista recurre a ellos para ponerla en primer plano. Prescinde de la verosimilitud objetiva. No olvidemos que el Maestro, en las parábolas, expone el pensamiento divino con palabras y expresiones humanas. Pero si el pastor es Dios, si los vecinos y amigos son los ángeles, si la oveja perdida es una persona, ¿nos parecerán exageradas las manifestaciones de alegría ante el encuentro?

Jesús justifica su conducta. ¿Cómo? En el cielo será mayor /a alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia. En otras palabras: Si mi conducta os parece reprobable, imputádsela a Dios mismo. Dios no se comporta de otra manera. La conversión de un pecador proporciona una alegría extraordinaria en el cielo. Así es Dios.

El acento principal de la parábola recae sobre esa alegría que la conversión del pecador causa en el corazón de Dios. Esta alegría es comparada a la que proporcionan en el cielo los noventa y nueve que no necesitan penitencia. Y supera la primera a la segunda. Jesús se refería a los escribas y fariseos que se consideraban justos, sin necesidad de penitencia. Y no había tal cosa. Entre todos ellos no proporcionaban en el cielo tanta alegría como un pecador convertido. Pero Jesús no trata en ella de aquella falsa santidad. En el momento oportuno les pondrá de manifiesto, les quitará la máscara de santidad de que se presentaban rodeados para que aparezcan como son en su interior, sepulcros blanqueados.

La comparación se establece con los justos de verdad, con los verdaderamente fieles a Dios. Estos proporcionan en el corazón de Dios una alegría íntima y habitual. Pero, cuando llega lo inesperado, cuando se encuentra lo extraviado, cuando se convierte el pecador, el corazón de Dios da un vuelco de alegría. El pastor demuestra mayor solicitud por la oveja perdida y se alegra más al encontrarla que ante las noventa y nueve. La madre experimenta mayor alegría ante la curación del hijo enfermo que ante la salud de los hijos sanos. Esto, sin embargo, no quiere decir que el pastor prefiera la oveja perdida a las noventa y nueve del redil o que la madre ame más al hijo enfermo que a los sanos. La alegría que proporcionan a Dios los justos verdaderos no se mide en términos de comparación con la que le produce el pecador arrepentido. Son dos realidades diferentes. Pero cuando la oveja perdida es hallada, cuando el hijo enfermo recobra la salud, las manifestaciones de alegría se hacen más incontenibles. Esto mismo ocurre en el cielo, porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su mal camino y viva (Ez 18,23; 34, 16).

En esta línea se sitúa explícitamente el texto paralelo de Mateo: No es voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, que se pierda ni uno solo de estos pequeñuelos (Mt 18,14). También él nos cuenta la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14). Pero él pone el centro de gravedad en los pecadores dentro de la comunidad, que deben ser tratados con especial amor. A los dirigentes de la misma les encarece el gran esmero y cuidado con que deben preocuparse por aquellos que se extravían. ->parábolas.

Felipe F. Ramos