Oración sacerdotal
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SUMARIO: 1. Testamento oracional. - 2. La división clásica. - 3. Informe y petición de Jesús. - 4. Significado del informe y de la petición: a) La petición de la gloria del Hijo; b) La manifestación del nombre y la acogida de la gloria; c) La comunicación de la palabra y la permanencia en la verdad; d) La donación de la gloria como principio de unidad. - 5. La vida etema. -6. La intercesión por los creyentes futuros. - 7. La santificación de los discípulos.


Desde que el teólogo protestante David Citreo (1531-1600) bautizó el cap. 17 del cuarto evangelio como la "oración sacerdotal" de Jesús así ha seguido llamándose casi unánimemente hasta nuestros días. Dicho título sólo parcialmente responde a su contenido. Sin embargo, se halla suficientemente justificado, porque Jesús aparece en ella como un sacerdote que recurre a la oración de intercesión en favor de los suyos. Su actitud está tanto más justificada cuanto que Jesús se halla próximo al momento de su ofrecimiento sacerdotal. Desde el punto de vista de la historia de las religiones, la oración de intercesión pertenece al género oracional utilizado por el Enviado al despedirse del mundo. Lo conocemos, sobre todo, por los ejemplos que nos ofrece la literatura gnóstica.

1. Testamento oracional

Para hacer justicia a esta pieza literaria es preciso tener en cuenta su composición y su contenido. Para comprenderla adecuadamente hay que advertir que se trata de una composición, magistral por cierto, hecha por el evangelista sobre la base de las enseñanzas y de la oración de Jesús. En ella nos brinda la tesis más acabada de la teología joánica. Prácticamente se dan cita aquí todos los términos importantes en el lenguaje joánico: hora, glorificar, vida eterna, la obra, el mundo, enviar, verdad, conocer... Es un verdadero modelo de reflexión teológica y se halla escrita desde el punto de vista de la obra de Jesús ya terminada, aunque el autor la sitúe en el cenáculo. Es una meditación profunda sobre la obra de Jesús y sus implicaciones.

En lugar de "oración sacerdotal" debería llamarse "testamento" de Jesús. Pertenece al género de "testamentos" muy difundido en la época. En ellos, un personaje importante se dirigía a los suyos recordándoles lo que él había hecho durante su vida y lo que, a su imitación, deberían hacer los destinatarios del mismo. Y esto es lo que hace Jesús en el cap.17 de Juan.

Este testamento oracional de Jesús está en la más pura línea bíblica, desde los tiempos más remotos del A.T. Los discursos de despedida de Moisés concluyen con una oración de alabanza a Dios y una petición de bendición para el pueblo (Dt 32-33). Al mismo género pertenece la oración de Jacob (Gén 49), la de Samuel (1 Sam 12), la de Pablo en Mileto (Hch 20,18-37). En su testamento, el orante expone la obra que ha realizado a lo largo de su vida e inculca a sus oyentes-discípulos

a continuarla. Así se presenta como modelo a imitar tanto en su obrar como en su orar. Es la oración la que da consistencia a la vida al apoyarla no sobre el propio esfuerzo humano, sino sobre el poder de Dios que es el Padre del orante. Jesús comienza su testamento oracional llamando Padre a Dios. De este modo está invitando a los discípulos a hacer lo mismo.

2. La división clásica

El contenido del testamento oracional está centrado en la unidad del Enviado con su Padre celeste, al que retorna una vez cumplida adecuadamente su misión; unidad que se extiende a los creyentes. Jesús pide al Padre que proteja a aquellos que le ha dado para que vivan unidos "como tú y yo somos uno" (Jn 17,11). Jesús quiere que los creyentes sean uno con la unidad que hace que el Padre y él mismo sean uno. ¿A qué clase de unidad se refiere y cómo se logra? El fundamento es la unidad divina. Lo dice expresamente el texto evangélico: Dicha unidad hace que "dos", el Padre y Jesús, sean "uno". Esto únicamente puede lograrse mediante el amor. El amor divino hace de dos, el Padre y Jesús, uno: "dualidad en la unidad". Y esto es lo que Jesús pide para los cristianos: que vivan en el amor, que vivan en comunión mutua, que realicen en sus vidas el mandamiento del amor que tiene su origen en Dios. Jesús pide al Padre que mantenga a los discípulos en él, en su propia vida. El Padre, que comunica al Hijo su propia vida, le envió al mundo para que los hombres pudiesen participar plenamente en esa vida divina (Jn 10,10). Dios no es una unidad numérica, sino un intercambio de amor entre el Padre y el Hijo (X. León-Dufour).

El testamento oracional o, por no abandonar del todo la denominación clásica, "la oración sacerdotal" suele dividirse en tres partes: 1 a) Jesús ruega por si mismo (17,1-5). Pide para sí la participación en la gloria divina. Esto significaría la confirmación de haber cumplido el encargo recibido del Padre. Si el Padre lo reconoce así, y lo hará resucitando a Jesús de entre los muertos, esto equivaldría a la glorificación del Hijo. 2a) Jesús ruega por los discípulos (17,6-9). Primero lo hace de forma general: ruega por aquellos que Dios le confió y que llegaron a aceptarlo como el enviado del Padre a través de su misma palabra (17,6-10). Pide por ellos, más en particular, para que se mantengan en el camino de la salvación en que él los introdujo (17,11-13) y pide por su "santificación en la verdad" para protegerlos contra la tentación del mal en medio de un mundo dominado por el odio (17,14-19). 3a) Jesús ruega por los futuros creyentes (17,20-23). Es la intercesión de Jesús a favor de la misión futura de la Iglesia y de su unidad. Concluye el cap. con la petición para que los creyentes participen en la comunión de la gloria futura con Cristo (17,24-26).

3. Informe y petición de Jesús

La división clásica puede ser respetada si la consideramos como el macromarco del testamento oracional de Jesús. Dentro del mismo existen cuatro acentuaciones sin entender las cuales esta pieza maestra, la "oración sacerdotal", quedaría empobrecida. Son los cuatro temas subrayados por Jesús en el informe que hace el Maestro de toda su obra, que está centrada en su tarea reveladora: "Yo te he glorificado en la tierra", "He manifestado tu nombre a los hombres"; "Yo les he dado tu palabra"; "Yo les he dado la gloria que tú me has dado" (17,4.6.14.22).

Estas manifestaciones, puestas en labios de Jesús, nos obligan a considerar la oración sacerdotal, más bien como un informe sobre la actividad reveladora y evangelizadora de Jesús, que debe ser continuada por sus discípulos. El informe acentúa el "Yo" de Jesús; la acción que ha realizado en el pasado (utiliza el verbo en aoristo, que es tiempo pasado); un verbo de revelación (Yo he manifestado...); el objeto de la misma (la gloria, el nombre, la palabra) y los destinatarios de la misma. Se acentúa, por tanto, el origen de la revelación y su doctrina. El cuádruple informe mencionado lleva consigo otras tantas peticiones: glorifícame... protege con todo tu poder... que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad... que contemplen la gloria que me has dado (15,5.11.17.24).

4. Significado del informe y de la petición

Existe una relación de correspondencia entre los cuatro puntos sobre los que informa Jesús y la petición, que se halla justiciada por cada uno de ellos:

a) La petición de la gloria del Hijo

La petición que hace Jesús a su favor se halla exigida por la glorificación que el Hijo ha hecho del Padre. Hay un doble cambio de actores: "glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique"; "glorifícame ahora (porque) yo te he glorificado en la tierra". El gran tema de la unidad se desarrolla, en particular, teniendo como esencial punto de referencia la "glorificación". La gloria es lo más divino de Dios en su actividad salvadora. Participar en ello, vivir en esa atmósfera, aceptar su manifestación concreta en Jesús, significa participar en Dios mismo. Y esta participación es la que desea y pide Jesús para sí y para los suyos.

La petición de Jesús: "glorifica a tu Hijo" tiene aquí el sentido de contar con el apoyo, con la fuerza y el reconocimiento del Padre. Jesús necesita que el Padre ponga su rúbrica, su firma autoritativa, en su obra. Y lo necesita ahora más que nunca. Sencillamente porque le ha llegado la hora. Como es sabido, esta "hora" es el momento en que el Hijo cumplirá de forma definitiva la voluntad del Padre. Es el momento de la máxima obediencia, que le lleva a la muerte. Esto, a su vez, debe significar la máxima prueba de su amor al Padre; la ejecución perfecta de su voluntad; la realización de su victoria sobre el mundo, al ser quebrantado el odio, constitutivo del mundo, por el amor, constitutivo de Dios.

Este sentido de la "glorificación" lo pone de relieve la finalidad de la misma, tal como lo expone el verso segundo al afirmar que el poder que el Padre le ha concedido va ordenado a la concesión de la vida eterna a todos aquellos que se abren a ella y quieren aceptarla mediante la fe. El poder de Cristo (17,2), ¿cómo es y en qué consiste? Una primera pista para precisarlo nos lo ofrece el verbo "dar", que aparece tres veces en este versículo segundo: el poder le ha sido dado (este aspecto es repetido dos veces) por el Padre, para que él, a su vez, "dé" la vida eterna. No es un texto cristocéntrico, sino teocéntrico: el poder del que dispone Jesús le ha sido concedido por razón de su misión. Es un poder salvífico, que tiene el Hijo por concesión y delegación del Padre. Jesús no es juez para los hombres. Este oficio le ha sido adjudicado desde la conducta humana, al rechazar los hombres la luz o la oferta de la vida eterna.

Jesús vuelve al Padre con la misión cumplida. De este modo la gloria "eterna" que él poseía como Palabra o Verbo de Dios es presentada ahora como el premio y el don que el Padre le hace en cuanto Palabra encarnada. El Verbo-Logos-Palabra es glorificado en su humanidad resucitada.

Lo que define al mundo, en su aspecto negativo, es el odio o el egoísmo. Lo que define a Dios es el altruismo del amor. De esta forma, la petición que el Hijo hace para sí mismo, su glorificación, deja de ser egoísta porque, en realidad, su glorificación va ordenada a la glorificación del Padre.

b) La manifestación del nombre y la acogida de la gloria

La manifestación del nombre es una expresión sinónima de la manifestación de la gloria. Bíblicamente hablando "el nombre" no se refiere al que nosotros elegimos para designar a las personas o a las cosas. El nombre significa la persona misma, su ser más específico. Cuando Jesús afirma que ha manifestado su nombre (el de Dios) a los hombres se presenta como el revelador de Dios. Jesús es el Revelador. Cuanto podemos conocer de Dios se lo debemos a él. La presentación tan frecuente de Jesús como el enviado del Padre, como el Enviado, sin más, es otra forma de decir que es el revelador-manifestador-comunicador del Padre. El verbo "manifestar" (que es un término técnico para referirse a la revelación) unido al nombre; "manifestar el nombre", es tan singular que no se encuentra nunca en la Biblia fuera de este lugar. Pero se halla muy cercana, y tal vez emparentada, con expresiones sinónimas dentro de las corrientes gnósticas.

Para el reconocimiento de esta realidad debe entrar en escena la fe. La fe es encuentro y aceptación. Cierto. Pero es también reconocimiento de que Jesús es el Hijo de Dios. Encontrarse con él es sinónimo del encuentro con el Padre. La acogida por parte de los creyentes de la manifestación del nombre significa la aceptación de la revelación divina. Los verbos conocer y creer son sinónimos. Aquí prevalece el primero sobre el segundo. La fe comienza por el reconocimiento de que Jesús es el Hijo de Dios, su Enviado, el Revelador (Jn 20,30-31).

Esto lo traduce aquí el evangelista (17,11 a) de diversas maneras: "han guardado tu palabra"; "han llegado a conocer que todo lo que me has dado viene de ti"; "ellos han aceptado mi enseñanza"; "yo soy glorificado en ellos"; "ellos han reconocido que él es la manifestación de Dios o del `nombre.

c) La comunicación de la palabra y /a permanencia en la verdad

¿Hay alguna diferencia entre la manifestación del nombre y la acogida de la gloria (que es la petición anterior) y la comunicación de la palabra y la permanencia en ella? En principio debiera hablarse de expresiones sinónimas. El "nombre" y la "palabra" son conceptos equivalentes. En labios de Jesús ambos nos trasladan al terreno de la revelación. Jesús ha manifestado y comunicado a los hombres tanto el nombre como la palabra. La palabra se identifica ahora con la verdad: "tu palabra es la verdad". Existe, sin embargo, un progreso en esta petición en comparación con la anterior. La identificación de la palabra con la verdad introduce más directamente a los discípulos en el mundo de Dios. La comunicación de la palabra, que es la verdad, nos descubre el rostro paternal de Dios, introduce al hombre en la vida filial, le constituye en hijo de Dios a semejanza de Jesús, le hace partícipe de la intimidad de vida y de comunión con Dios a través de su Hijo y por la unión con él.

La palabra del Padre es el Hijo, que es la Palabra sin más. Esta Palabra es Dios mismo hablando; la personificación de Dios en Jesucristo. Por eso, la comunicación de su palabra es sinónima del camino de acceso al Padre. Ya lo había dicho antes, al presentarse Jesús como el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). ¿Pueden separarse estos tres conceptos? Creemos que no. Se hallan interrelacionados e íntimamente unidos entre sí. La permanencia en la palabra o en la verdad entraña una seria dificultad para los discípulos. La oposición del mundo —entendido como la realidad antidivina o como el principio del mal— frente a ellos será tan abierta y violenta como lo fue ante Jesús. Se propuso silenciar aquella Palabra y lo consiguió, al menos en parte. Intentó asfixiar la Verdad y obtuvo el mismo resultado. Ahora bien, el mismo Jesús había pronosticado para los discípulos un destino o una suerte similar a la suya: "si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros". De ahí que Jesús se dirija al Padre para que sostenga, mantenga, consolide y confirme a los discípulos en la palabra o en la verdad. Sobre el concepto de la santificación impetrado al Padre por Jesús para los discípulos volveremos más abajo.

d) La donación de la gloria como principio de unidad

El último aspecto recogido en el informe de lo hecho por Jesús se centra en la comunicación de la gloria. Nosotros ya estamos familiarizados con el significado de esta palabra. Recordémoslo. Se trata de algo muy próximo, si no es idéntico, con el "nombre". He manifestado tu "nombre" a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo" (17,6); "yo les he dado tu `gloria' que tú me diste" (v. 22). Tanto el nombre como la gloria significan la salvación divina o a Dios mismo como principio de salvación. Con la donación de la gloria, el evangelista quiere acentuar que aquello que es característico del mundo de Dios se lo ha acercado a los discípulos. Pueden participar en el ser mismo del Hijo, en su filiación divina, en la vida de Dios. La oferta de la gloria divina había sido vinculada ya a la fe por el mismo Jesús: "el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna"; "el que cree ha pasado de la muerte a la vida" (Jn 5,24).

La donación de la gloria es el principio de unidad de los discípulos. Lo que crea la unidad no es la participación en el mismo ideal, ni la aceptación de unas normas comunes de conducta, ni el mismo principio autoritativo vinculante, ni una praxis mantenida durante siglos. La unidad la crea la donación de la gloria, por parte de Jesús, y la acogida gozosa y agradecida por parte de los discípulos. Es el mismo principio creador de la unidad entre el Padre y el Hijo. El cuarto evangelio recurre a la fórmula de la inmanencia para describirla: "Yo en ellos y tú en mí". ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede una persona estar en otra o habitar en ella? Desde luego, mediante actos estrictamente personales. En este caso concreto, los actos personales se sintetizan en un único: la fe. Todos los demás derivan de ella; son fruto de sus exigencias; manifestación de la esencia del discipulado cristiano.

Este principio de la inmanencia, llamado más frecuentemente inhabitación, es el que realiza la unidad. Mediante la fe los creyentes se unen a Cristo. Ahora bien, como Cristo es la presencia visible de Dios entre los hombres o, como dice el texto evangélico, "el Padre está en Cristo", la unión con Cristo logra, en aquel que la mantiene mediante la fe, la unión con Dios. Por este procedimiento nace, crece, se desarrolla y llega a su plenitud la familia de Dios: Este Dios, que es Padre, incorpora a su familia, a su misma vida, a todos los hombres por medio de su Hijo. El Hijo nos hace hermanos suyos y, consiguientemente, hijos del mismo Padre. Por otra parte, la familia tiene como principio fundante y realizador de la misma el amor.

La unidad entre los creyentes no se consigue mediante acuerdos ecuménicos, por importantes que éstos sean. La unidad no es una meta, sino un camino; no es un logro definitivo, sino un quehacer constante; nunca será una realidad terminada, sino objeto de constante realización. La unidad, lo mismo que la fe y que el amor que la constituyen, se consigue únicamente en el esfuerzo hacia ella mediante la maduración en la fe y en el amor. En la medida en que ellas se desarrollan, aumentará la unidad. Paralelamente a lo ocurrido en Cristo. Su unidad con el Padre, en cuanto Palabra eterna, participando en la misma gloria o divinidad con él, se realizó en el tiempo mediante su fe y su amor en un ejercicio constante para lograr la unión-sumisión a la voluntad del Padre.. Lo que ya poseía, "la gloria que ya tenía a tu lado antes de que el mundo fuese", se convierte en su vida humana en petición y esfuerzo para lograrlo. ¡Un gran modelo y ejemplo!

5. La vida eterna

Tratamos explícitamente de ella aqui por la peculiaridad de su definición: "La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y al que tú has enviado, Jesucristo" (17,3). En ningún otro lugar del N.T. la vida eterna es presentada como un "conocer". Pensamos que es una glosa o una interpolación o explicación introducida en este lugar por el redactor último del evangelio. Naturalmente que no todos los comentaristas del evangelio de Juan piensan así. El último que ha llegado a nuestras manos, el de X. León-Dufour, en su tercer tomo, editado por Sígueme el año 1995, p. 229-230, afirma que dicho versículo tercero se halla en su lugar porque en él "se explicita el pensamiento joánico gracias a la relación que se establece entre la vida eterna y el conocimiento de Dios y de Jesús".

Otra razón nos ofrece al citarnos el siguiente texto perteneciente al mundo joánico: "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado la inteligencia para conocer al Verdadero... El es el Verdadero, él es Dios y la vida eterna" (1Jn 5,20). Gracias. Pro me laboras, como decía el viejo adagio latino, es decir, trabajas a mi favor o aduces argumentos que me confirman en mi postura, no únicamente mía, por supuesto, como el célebre biblista reconoce. El análisis serio del texto nos lleva a las consideraciones siguientes:

- En él se nos da una definición de la vida eterna; ahora bien, la definición, como tal, no encaja en el género oracional al que pertenece el cap.17.

- La definición no recae sobre lo que constituye el objeto de toda la narración: la relación existente entre Jesús, Dios y la comunidad.

- En la misma línea apunta el nombre completo de Jesús, es decir, Jesucristo, que suena a confesión de fe. De hecho, en todo el evangelio de Juan sólo lo encontramos aquí y en Jn 1,17, donde se contrapone a Jesús con Moisés. Notemos que ambos textos son redaccionales.

- La expresión "único Dios verdadero", encaja en el lenguaje de la misión, de la confesión de fe o del culto, no en una oración.

- El texto de la primera carta de Juan, citado por Léon-Dufour, nos sitúa en el mismo contexto que el pasaje evangélico que estamos estudiando. Tanto en el evangelio (17,3) como en la primera carta de Juan (5,20) estamos ante una réplica a las corrientes gnósticas. Como es sabido, según esta tendencia filosófico-religiosa, la salvación se obtiene por el conocimiento, llamado "gnosis". El evangelista Juan tiene que salir al paso de estas corrientes para prevenir a los cristianos. Y les dice que el cristianismo implica esencialmente un "conocer". Pero este "conocer" se obtiene no por la manifestación atemporal de un revelador ideológico, sino a través de Jesucristo. (De hecho, en el evangelio de Juan, donde el verbo conocer tiene una gran importancia, no se menciona ni una sola vez el nombre sustantivo "gnosis". La intención antignóstica no puede ser más clara).

La frase, sin embargo, es importante en la teología joánica. Pone de relieve dos aspectos fundamentales: que los creyentes poseen ya esa vida en su existencia terrena, aunque esperen la consumación final, y que la comunión con Dios satisface las apetencias humanas y se alcanza por la unión con Jesús mediante la fe y el amor. Bíblicamente hablando el verbo "conocer" implica un conocimiento amoroso, una experiencia personal de comunión con Dios. Así lo ponen de manifiesto tanto el Antiguo como el N.T.

Hemos acentuado la "actualidad" de la vida eterna, en el sentido de que no es necesario esperar hasta el último día, tal como era entendido normalmente, haciéndolo coincidir con el fin del tiempo cósmico. En el evangelio de Juan, y particularmente en el texto que estamos estudiando, la vida eterna es una realidad presente: "la vida eterna es" (= estin, dice el texto griego). Esta presencia está vinculada al conocimiento. Ahora bien, el conocimiento es una realidad presente. Lo mismo que lo es la fe. El evangelista pone de relieve que la participación en la vida divina comienza ya ahora. La esperanza del futuro es ya realidad participada en la vida creyente.

El evangelio de Juan se caracteriza por acentuar la presencia ya actual del objeto de nuestra esperanza; es el don de Dios, participado por su criatura; es el fruto de las nuevas relaciones entre Dios y el hombre, que inauguró la presencia de su Hijo; es él quien ha hecho que su criatura escuche su palabra y que haga de su vida un servicio al amor. La vida divina anticipada en el creyente es creadora de paz, de seguridad, de libertad, de alegría. Lo importante ahora es la fe por la que el hombre vive ya en la eternidad de Dios. Y para esa participación en la eternidad de Dios, el "conocerle" es un vehículo tan directo y seguro como el "creer en él".

La yuxtaposición "Dios y Jesucristo" significa que Dios no es reconocido como verdadero sino a través de Jesucristo, y que éste no es reconocido adecuadamente si no se admite la presencia de Dios en él. Se trata de una yuxtaposición motivada probablemente por las fórmulas de fe o de la plegaria eucarística. Los adjetivos "único" y "verdadero" son aplicados tradicionalmente a Dios, al Dios verdadero en contraposición a los dioses falsos. En todo caso, el evangelista pretende acentuar el pensamiento anteriormente expuesto: conocemos al Dios verdadero porque él se ha manifestado a través de su Hijo, que es el Revelador.

6. La intercesión por los creyentes futuros

También esta petición puede ser considerada como una adición del redactor último del evangelio. Debe tenerse en cuenta lo siguiente: a) Fuera de este texto nunca se distingue entre los creyentes actuales y los que llegarán a la fe en el futuro. b) se trata de unas afirmaciones que se hallan motivadas por el verso 18: estos creyentes posteriores deben su fe a la predicación de los que fueron enviados por Jesús. c) La justificación de esta ampliación a la petición la tendríamos en el contexto histórico en que escribe el evangelista, muy a fines del siglo primero. Ella refleja la mente de Jesús y la experiencia eclesial. Dos realidades inseparables. Ha sido la palabra de los testigos inmediatos, de los apóstoles-ministros de la palabra, la que ha hecho surgir las comunidades cristianas. Es lógico que "el testamento oracional" tenga en cuenta a los anunciadores del evangelio, a "los siervos de la palabra" (Lc 1,2), que han cumplido el encargo de Jesús esforzándose por imitar el ejemplo recibido del Maestro y continuar la tarea que él les había encomendado. Los destinatarios del "testamento oracional" estaban obligados a cumplir lo que en él se disponía, y el éxito logrado mediante su esfuerzo debía ser cuidado para que llegase a convertirse en fruto maduro.

7. La santificación de los discípulos

La santificación de los discípulos (17,19) significa su liberación de la mentira y de la alienación gracias a la revelación de Dios, gracias a la palabra de la verdad. Pero esta santidad no es una realidad estática; significa la misión de los discípulos en el mundo. Esta es su vocación esencial. Jesús se santifica por ellos. Esta frase procede del ámbito cultual: significa "ofrecerse en sacrificio" o "ser separado para el sacrificio" (Ex 13,2; Dt 5,19). La adición "por ellos" indica sustitución: el que se santifica lo hace en lugar de o a favor de otros (1Cor 11,24). Jesús demuestra su santificación entregando su vida por los hombres (Jn 11,51-52; 15,13). Esta entrega de Jesús santifica a los discípulos, purificándolos del pecado (Jn 13, 10; 15,3). No les separa del mundo; les libra del mal que hay en él. Su santificación es, paradójicamente, la separación del mundo y su envío a él. Es la "desmundanización" viviendo en el mundo.

A semejanza de la "santificación" de Jesús, que alude a la fidelidad inquebrantable a la voluntad del Padre hasta la entrega de la vida, la de los discípulos debe entenderse en esta misma línea. Se pide para ellos la permanencia, la fidelidad a la palabra dada y al compromiso adquirido, la coherencia constante a su condición de discípulos. Deben mantenerse en la línea del Enviado; ellos son también enviados de Dios y enviados por el Enviado; continuadores de la misma misión y trayectoria; reflectores de la santidad-trascendencia divina, como lo fue Jesús. Que los discípulos sean "santificados en la verdad" significa, en definitiva, que vivan en esa altura a la que han sido trasladados; que respiren su aire incontaminado; que se muevan allí con la misma naturalidad que lo hace el pez en el agua, el pájaro en el aire o el hombre en una humanidad plenamente humana. oración.

BIBL. — R. FEUILLET, Le sacerdoce du Christ et de ses ministres d"aprés la priére sacerdotale du quatríéme évangile, Paris, 1972; A. GONZÁLEZ, Priére, en DBS, VIII, col. 555-606; Del mismo autor, La oración en la Biblia, Cristiandad, 1960; G. MoloLi, Oración, en "Nuevo Diccionario de Teología", II, Cristiandad, Madrid, 19821. Una buena referencia tenemos en los comentarios recientes al evangelio de Juan, muchos de los cuales, además de ser de gran categoría, los tenemos al alcance de todos los lectores, como R. SCHNACKENBURG; R. E. BROWN, X. LÉON-DIFOUR.

Felipe E Ramos