Muerte de Jesús
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SUMARIO: 1. Jesús y la muerte. - 2. Jesús ante su muerte prevista. -3. Pasión y cruz. - 4. Triunfo sobre la muerte.- 5. Significado de la muerte de Jesús. - 6. El cristiano ante la muerte de Jesús y la propia muerte.


La muerte de Jesús es el signo y prueba más evidentes de su perfecta humanidad. Jesús muere como mueren todos los seres humanos; no es ninguna excepción a este común destino. Tiene una existencia histórica real que, en un momento determinado, llega a su fin por circunstancias también plenamente humanas.

Pero no sólo es el momento final de su vida, sino en muchos momentos previos la realidad de la muerte afecta a Jesús de muchos modos, de la misma manera que también la muerte humana, la ajena pero aun la propia, está de diversos modos presente en la vida humana.

1. Jesús y la muerte

En sus palabras y acciones Jesús es consciente de la realidad de que los seres humanos mueren y de que a El mismo le espera ese destino. No hace ningún planteamiento teórico sobre la muerte, pero sí existencial, por una parte, y ante Dios sobre todo. Jesús no ve la muerte como castigo o retribución negativa de alguna culpa o pecado (cfr. Lc 13,1-5; Jn 9,23) según la frecuente concepción de su tiempo. Pero al igual que la inmensa mayoría de los seres humanos la considera un mal. Y no sólo por el instinto humano que así la percibe cuando se acerca a ella. Este mismo carácter negativo aparece en la tradición veterotestamentaria (cfr. vg. Gn 2,17; Sab 2,24-25). En esa línea Jesús es presentado compartiendo las normales reacciones de dolor ante la desaparición de un amigo (cfr. Jn 11,33.35-36) o de miedo, angustia y repugnancia ante la propia muerte inminente patentes en Getsemaní (Mc 14,32-36.39; Mt 26,38-39.42; Lc 22,42-44; Jn 18,27). No es, pues ningún superhombre inhumano, ni un estoico lejano de los sentimientos comunes. Tales sentimientos espontáneos son compatibles con el convencimiento y seguridad que proporciona la actitud de esperanza. Porque Jesús no se queda en el simple lamento, repugnancia o impotencia ante la muerte ajena.

Ya durante su vida pública se muestra que ese contacto con la muerte humana no significa aceptación fatalista de ella o sometimiento a ese trágico destino de la humanidad. Jesús lucha contra ese fatal destino. Los tres relatos de resurrecciones, la hija de Jairo en Mc 5,21-43 y par., el hijo de la viuda de Naim en Lc 7,11-17 y Lázaro en Jn 11,1-44 tienen, entre otros significados y prescindiendo de su historicidad, el simbólico del enfrentamiento de Jesús con la muerte y su superación. Las curaciones de enfermedades, muchas de ellas prolegómenos de la muerte, sugieren algo parecido. Además, y sobre todo, Jesús es esperanza de superación. No sólo porque dijo en su día palabras de esperanza sino, tal como aparece sobre todo en el evangelio de Juan (cfr. Jn 11,25-26) y como veremos más abajo, sino porque su propia persona y suerte personal es motivo de esperanza para quienes creen en El.

En efecto, la predicación global de Jesús está contando permanentemente con que la muerte humana no es el punto final y conclusivo de la existencia. Lo mismo que otros contemporáneos suyos, la tendencia farisea en concreto, esperaba la resurrección de los muertos. Prescindiendo de otros detalles, esta creencia/esperanza implica como mínimo que con la muerte no se pone fin definitivo a la persona. Sin esta esperanza como telón de fondo no se entiende la predicación ni la conducta de Jesús. El Reino que él predica no se limita sólo a este mundo sino está abierto a una vida futura como muestran muchas parábolas (cfr. Mt 13,24-30.3843). Lo muestran también dichos como el de «ganar la vida, o salvarse, perdiéndola» (Mc 34-35 y par. Mt 16, 25 y Lc 9,24) o el de la vida eterna a la que entran los benditos del Padre (Mt 25, 46). Pero, además, y de forma muy especial, su destino personal es la principal razón de esperanza ante la muerte, como también habremos de ver.

La muerte es algo más que el desagradable final de una vida humana contingente y débil sobre la tierra. Es un signo también de la realidad del pecado, de lo opuesto al Reino, de la lejanía de Dios. Aun prescindiendo del pensamiento paulino, donde esta conexión es patente, encontramos en los evangelios suficientes signos de esa concepción simbólica de la muerte como algo que no entra primariamente en el plan de Dios sobre los seres humanos (cfr. vg. Mt 4,16; Lc 1,79; Mt 11, 5...). De ahí que el Reino realizado por Jesús se oponga a la realidad de la muerte.

De una forma más clara todavía la muerte es capaz de simbolizar muy adecuadamente el fracaso total y definitivo del ser humano, su no realizar el plan del Señor sobre él. De ahí que también se hable de «muerte eterna» que ciertamente es el mal definitivo y total. Encontramos palabras puestas en boca de Jesús (Mt 10,28; Lc 12,45) que hablan de una «muerte del alma» contrapuesta a la muerte del cuerpo, referidas a esta segunda, definitiva y real muerte.

2. Jesús ante su muerte prevista

Las varias predicciones de su muerte que aparecen en los evangelios (Mc 8,3133 y par; Mc 9,30 32 y par; Mc 10,3234 y par.) no son sólo «profecías» ex eventu construidas por la tradición posterior. No hacía falta tener una presciencia divina para caer en la cuenta que, en las circunstancias concretas del tiempo, una actividad como la de Jesús en su ambiente podía muy fácilmente conducirlo a morir. Lo mismo puede decirse de los diversos textos en que Jesús parece contar con una muerte no lejana (Mc 10,39; Mt 20,22, etc.) que culminan en la Oración del Huerto. Todo ello lleva a pensar que Jesús no sólo pensó en su muerte desde la común experiencia humana que la muerte de otros proyecta sobre uno mismo, sino que tuvo presente su propia muerte antes de que realmente sucediera, que contaba con ella, al menos como posibilidad, que no le cogió de improviso y que, por tanto, su actitud ante ella resulta muy significativa.

La muerte de Jesús, en efecto, no es la muerte natural propia de todo ser humano. No muere de vejez o enfermedad, por simple acabamiento o decadencia naturales. Su muerte es una muerte especial; prematura, causada por seres humanos, muy unida a la vida y misión que Jesús ha desarrollado durante algunos años, no demasiados.

Evidentemente lo esencial es la misión de Jesús, su revelación, predicación y realización del Reino de Dios con todo lo que ello implica. Ahora bien, este Reino, tal como Jesús lo entiende y presenta -universalismo, apertura a todos, superación de la ley y el templo, mesianismo no político, etc.- implicaba conflictos muy serios con las autoridades religiosas y aun civiles del tiempo y, a la vez, con no pocos grupos del pueblo. Dadas las costumbres del tiempo, tales conflictos podían perfectamente terminar en la muerte del protagonista, de modo análogo a lo que, en otros momentos, había ocurrido a los antiguos profetas. Un ejemplo bien cercano era la muerte de Juan Bautista, conocida ciertamente por Jesús (cfr. Mc 6,14-29; Mt 14 1-12; Lc 13,31). Y todavía otras circunstancias a lo largo de los evangelios muestran que la muerte rondaba a Jesús y que él lo sabía. Era un caso más en la tradición del justo perseguido por sus enemigos, tema tan caro a algunos textos veterotestamentarios (Sal 22; ls 50,4-7; 52,13-53,12). ->Siervo del Señor.

Jesús no retrocede ante la posibilidad, probabilidad y aun certeza moral de su muerte como consecuencia de su actividad y misión. No la busca ni la desea. Es más siente la natural repugnancia ante el final de la vida y pide ser liberado de él (cfr. Mc 14,33-39 y par. Mt 26,38-42: Lc 22,41-45; Jn 12,27). No es masoquista ni concede un valor en sí mismo al hecho de morir. Pero tampoco se aparta de su camino que va a terminar en ese final. La fidelidad a su misión está por encima de todo miedo, pues se trata de cumplir la voluntad del Padre y la tarea para la que está en el mundo. En ese sentido asume la muerte no como algo inevitable sino como consecuencia de un determinado modo de vivir que es preciso aceptar, cuando hay valores superiores, esperando por otro lado que es susceptible de superación y que no constituye la última palabra en la existencia. Esta actitud de Jesús ante su propia muerte es inequívoca muestra de su valentía y arrojo personales.

Un problema diferente es hasta qué punto esta conciencia de Jesús sobre su muerte incluía también la de significación salvadora. Lo cual, como en tantos otros temas referentes al Jesús histórico, no es tan claro. Pero que tampoco resulta decisivo para admitir esa significación. Quizás no resulta inverosímil pensar que Jesús contara con algún efecto positivo de su muerte, al menos en cuanto consecuencia de su misión llevada a cabo para cumplir los designios del Padre sobre el género humano.

Cabe, además, otra consideración menos histórica y más teológica: siendo Jesús quien es, también su muerte tiene un especial significado, que los escritos del Nuevo Testamento desarrollan y que veremos más abajo.

La muerte de Jesús es la mayor prueba de amor hacia los seres humanos, pues «nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Va hacia ella como consecuencia de su actitud de amor y entrega a la humanidad.

3. Pasión y cruz

En un momento dado de su vida Jesús se enfrenta realmente con su propia muerte y la afronta con valentía y esperanza. Después de una última Cena con sus amigos, Jesús es arrestado por las autoridades judías en un huerto cerca de Jerusalén, donde había ido a orar con sus discípulos. Uno de ellos, Judas Iscariote, colabora en esta detención, aunque no parece que esta intervención haya sido decisiva en el desarrollo de los acontecimientos. Son las inmediaciones de la ->Pascua judía. Aunque sea difícil concertar todos los pormenores, es prácticamente seguro desde el punto de vista histórico que Jesús, abandonado por sus seguidores, fue juzgado en primer lugar por las autoridades del pueblo judío en su órgano el Sanedrín, las cuales le condenan a muerte en un proceso legal en lo fundamental. Al no poder ejecutar la sentencia, pues los romanos se habían reservado normalmente este punto, algunos protagonistas de ese primer juicio reclaman y consiguen del procurador/gobernador romano Poncio Pilato, tras algunas vacilaciones por parte de éste, otra nueva condena a muerte. Jesús es flagelado y sufre vejaciones y burlas. Transporta la cruz, o parte de ella, al Monte de la Calavera, Calvario o Gólgota, cerca de las murallas de Jerusalén. Allí algunos soldados romanos llevan a cabo la ejecución mediante crucifixión, método ordinario entre los romanos de hacer morir a los reos de muerte no ciudadanos romanos. Sobre a cruz campea la causa legal de la condena: «Jesús el Nazareno, Rey de los Judíos». Testigos de la muerte son diversas personas entre las que se encuentran, sobre todo, algunas pocas seguidoras de Jesús y apenas ningún discípulo varón. Después de algunas horas en la cruz, Jesús muere y es sepultado por algunos amigos suyos en un sepulcro nuevo cerca del lugar de la crucifixión.

La exacta fecha de la muerte de Jesús no es conocida. Las dudas fundamentales versan sobre el año, aunque se sabe que era cerca del 30 d.C. fecha que suele proponerse de modo orientador. Por su vinculación con la pascua judía sabemos que tuvo lugar a principios de primavera, desde mediados de marzo a mitad de abril.

Tales son los acontecimientos básicos que se pueden reconstruir con mucha certeza histórica, prescindiendo de detalles secundarios, algunos más o menos tradicionales y otros debidos a razones literarias y teológicas de los autores neotestamentarios reflejadas en sus escritos.

4. Triunfo sobre la muerte

Realmente, desde la perspectiva evangélica y cristiana es imposible separar muerte y resurrección de Cristo. Aunque sea de forma breve, como ocurre en el evangelio de Marcos, o más amplia como en los otros evangelios, en la predicación primitiva y en los demás escritos del Nuevo Testamento, es preciso mencionar la resurrección como coronación de la muerte y su superación.

Ello se realiza en la Resurrección de Jesús. Naturalmente esa superación sólo es posible desde la perspectiva de la fe, como por otra también es patente en las narraciones evangélicas de milagros de resurrección. La Resurrección de Jesús no es una revivificación, es decir, una vuelta atrás, a la vida humana prepascual del Maestro. Es, sobre todo, una exaltación y glorificación completa, una «explosión» de la vida divina «oculta» en la existencia humana de Jesús. Un paso a la Vida total.

La superación de la muerte, pues, es más que una prolongación indefinida de esta vida, una simple inmortalidad humana.

Recuérdese lo dicho acerca del valor simbólico de la muerte como participación en el mundo del pecado y de la lejanía de Dios. De ahí que el triunfo sobre ella incluya, sobre todo, esos otros aspectos.

A la luz que la fe en el Resucitado proyecta retrospectivamente sobre los acontecimientos históricos es posible para el cristiano desentrañar la significación más profunda de la muerte de Jesús.

5. Significado de la muerte de Jesús

Aun en los Sinópticos la muerte de Jesús es presentada con un significado más profundo que el de modelo de fidelidad a la misión y de esperanza. El Hijo del hombre entrega su vida como «rescate de muchos» (Mc 10,45; Mt 20,28). Y, sobre todo, en las fórmulas de la institución de la Eucaristía, con evidente alusión a la muerte de Jesús, se dice que es «por muchos» (Mc 14,24; Lc 22,19), «por vosotros» (Lc 22,20) o «para el perdón de los pecados» (Mt 26,28), formulaciones que se repiten de diversas maneras en otros textos del NT. Es, pues, un convencimiento de las primeras comunidades que pudo tener su base en alusiones que el mismo Jesús hiciera durante su vida buscando el sentido de su muerte. Con todo, es cierto que las consideraciones más teológicas de la muerte de Jesús se han desarrollado más en los demás escritos del Nuevo Testamento que en los Evangelios Sinópticos.

Como mínimo puede decirse -sin apelar a teorías sacrificiales probablemente fuera de lugar hoy en día, porque complican más que explican- que la muerte de Jesús no es un suceso que le afecte sólo a él personalmente sino tiene una dimensión en favor de otros. Es evidente la del ejemplo y modelo, pero es demasiado poco reducirse a los aspectos morales.

Es preciso tener presente no sólo lo humano de Jesús sino su realidad divina. El Hijo ha asumido libremente la condición humana tal como es, sometida, por tanto, a la debilidad y a la muerte. Pablo desarrollará este aspecto de forma más clara con su pensamiento sobre la Encarnación y cuanto ésta implica. Pero en los mismos evangelios está presente un tanto al poner tan de relieve la realidad humana de Jesús y confesar al mismo tiempo su fe en El como Mesías, Señor e Hijo de Dios. Jesucristo ha compartido nuestra forma de existencia como muestra de amor absoluto e interés por el ser humano. No con retórica o declaraciones, sino con su propia vida. Ha compartido esta existencia hasta su extremo más obscuro y negativo que es el hecho de morir. La palabra clave es solidaridad. No sólo descendente sino ascendente. En palabras de los Padres: se hizo lo que somos nosotros para hacernos lo que El es.

La muerte de Jesús es la prueba más tangible del amor de Dios por los seres humanos reales, tal como son y viven en este mundo. Tal puede ser una primera interpretación del «por nosotros, por todos» de las fórmulas aludidas. Una cierta superación del -> pecado tiene lugar en la muerte de Cristo y ello puede entenderse como una especificación del amor divino cuyo primer efecto es eliminar lo que en el ser humano se opone a Dios. No es necesario hablar de expiación o de sacrificio expiatorio en su sentido general para entender cómo la muerte de Jesús tiene que ver con la eliminación, al menos inicial, del pecado humano. En ella el pecado muestra su auténtico rostro, su poder destructor y con ello revela su verdadera naturaleza. Ello produce en los seguidores de Jesús un rechazo absoluto de cuanto el pecado es y significa. Evidentemente estas consideraciones no están explícitas en los evangelios, que sólo ofrecen las bases para ellas, sino más bien en otras teologías neotestamentarias, especialmente en la de San Pablo.

6. El cristiano ante la muerte de Jesús y la propia muerte

La esperanza es lo primero que se desprende de la muerte de Jesús, inseparable para el creyente de su Resurrección. Esperanza, o mejor aún, seguridad de que cuanto le ha ocurrido a El también le ocurre y ocurrirá al creyente. La muerte física pierde su carácter punto final ante la certeza de una vida más allá de ella. Es obvio que sigue siendo aparentemente opaca y su superación es materia de fe. Pero puede afrontarse de modo muy diferente al que sería sin esa esperanza. La razón básica de esta esperanza no es sólo la confianza en las palabras y destino personal del Señor Jesús sino, como desarrolla la teología paulina, el haber sido incorporados a su muerte por la fe y el bautismo. Y, por tanto, también a su vida resucitada. De hecho por la fe ya estamos participando de esa vida aunque todavía no haya llegado la plenitud. Tema muy presente también en el Cuarto Evangelio y otros escritos del NT. En la actitud del cristiano ante su muerte y la de los demás late el carácter escatológico de lo ya comenzado en y por Cristo y que ha de realizarse con certeza absoluta en nosotros, pues, en el fondo, no se trata sino de cumplir en nuestras personas el proceso iniciado en su persona y, en El, culminado hasta su total exaltación y glorificación que es la que nos espera a los seres humanos. ->pasión; crucifixión; sacrificio.

BIBL. - F. PASTOR RAMOS, La salvación del cristiano en la muerte y resurrección de Cristo. Estudio de teología paulina. Estella Verbo Divino 1991; O. HERMANN PESCH, La muerte de jesús nuestra vida, Salamanca, Sígueme 1992; X. L€ON-DUFOUR, jesús y Pablo ante la muerte. Madrid Cristiandad 1982; S. L€-CASE, El proceso de jesús. La Historia. Bilbao Desclée 1995;1-1. SCHÜRMANN, ¿Cómo entendió y vivió jesús su muerte? Salamanca, Sígueme 1982; TOMÁS OTERO LÁZARO, «Piloto lo condenó a morir en la cruz» Reseña bíblica n° 28 (2000) 35-44.

Federico Pastor