Mayordomo infiel
DJN
 

Es una de las parábolas que más quebraderos de cabeza han dado a los intérpretes de la misma. El intento de buscar su verdadero centro de interés nos obliga a tener como punto de partida los dos puntos siguientes: Como toda parábola, también ésta es una invitación. Quien la recibe debe sentirse obligado a contestarla, bien sea aceptándola o bien sea rechazándola. En todo caso debe tomar una decisión. El segundo principio es el siguiente: la parábola puede contarnos una historia real o ficticia. Y ahí reside su belleza extraordinaria. En su historia, real o ficticia, el lector de la misma ve reflejada su propia historia.

Los destinatarios de la parábola fueron los discípulos. A ellos va dirigida directamente la invitación. Son ellos los reflejados en la historia narrada, real o ficticia. Ellos han optado por el Reino. Y, al hacerlo, deben ser conscientes de que la Biblia, la revelación de Dios, no considera al hombre como propietario, sino como lugarteniente o administrador de los bienes que Dios le ha confiado. Ahora bien, este concepto implica en sí mismo una deuda, más o menos grande, pero siempre y en todo caso siempre muy importante, para con su Señor. Deuda que, ante la imposibilidad de ser satisfecha por el hombre, Dios cancela. ¿Cuál debe ser entonces la actitud del hombre?

Dentro de su innata belleza la parábola del administrador infiel (Lc 16,1) es de una crueldad espeluznante. Con absoluta claridad y crudeza desenmascara a aquellos miembros del Reino que, traicionando sus radicales exigencias, pretenden vivir como parásitos a cuenta de aquellos ante los que dobla su espina dorsal concediéndoles beneficios que, con el tiempo, él se encargará en convertir en facturas. Si los bienes de que dispone no son suyos, ¿cómo puede justificarse la alteración de los libros de contabilidad con vistas a beneficiarse posteriormente de los atropellos legales y morales con los que piensa llenar los bolsillos de una vida vacía e inconsistente?

Otra pista esencial para la comprensión de la parábola la constituyen los versículos siguientes a la misma en los que se amonesta a los discípulos al recto uso de las riquezas (Lc 16,9-13). El servicio a mammon, a las riquezas, pertenece a este mundo malo. Los discípulos deben convertirlas en un capital cuya recta administración les proporcione un buen interés en el banco del cielo. Una conversión que consiste en su participación de los bienes propios con los demás, en particular con los necesitados, en la limosna (Lc 12,33-34; 16,16-17). Si mammon domina a los discípulos se convierte en su dios. Pierden su naturaleza e identidad.

La alabanza del amo se centra en el proceder "astuto y prudente" del mayordomo infiel. Naturalmente que su injusticia es reconocida, pero este aspecto no se opone a la valoración de su decisión sagaz, que es lo que el Parabolista pretende destacar. El dueño es Jesús. En otras ocasiones ha sido comparado con un hombre movido a compasión por la pérdida de un hijo (Lc 7,13); con el dialogante con dos hermanos que tenían puntos de vista distintos (Lc 10,39-41), con el desvelador de conductas hipócritas de individuos respetables (Lc 13,15); con un juez injusto (Lc 18,6); con la persona que pide ser recibida en la casa de un pecador público (Lc 19,8). En esta ocasión hace una llamada de urgencia ante la gravedad del momento decisivo en el que viven los cristianos y los hombres en general.

Alabanza de la sagacidad, de la astucia, de la administración ordenada injustamente a su favor y en beneficio propio. Pero el administrador es destituido, expulsado, alejado del Amo que, en su día, le había brindado su confianza y amistad, mendigando aquello que pueda dar consistencia a su vida, que la pueda dar sentido, porque las facturas que ahora piensa pasar a sus cómplices en la injusticia no van a ser capaces de atender aquello a lo que él renunció por la perversidad de su conducta.

Felipe F. Ramos