Instituciones (Jesús y las instituciones de su tiempo)
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SUMARIO: 1. La Ley a) Las leyes de pureza. b) La ley del shabbat. - 2. El Templo a)- Descripción del templo. b) El Culto y el sacrificio cotidiano. c) Finalidad del culto sacrificial. d) Actitud ante el Templo de los contemporáneos de Jesús. f) Actitud de Jesús de Nazaret respecto al Templo. - 3 La sinagoga.


En la Palestina del primer tercio del s. 1 existían varias instituciones que organizaban la vida y regulaban las relaciones de sus ciudadanos: la Ley, el Templo, la Sinagoga, el Sanedrín, la Familia. Sin embargo, mientras la Sinagoga estaba llamada a tener un papel fundamental en la supervivencia y conformación del Judaísmo, tras la guerra del 70, en el último tercio del s. 1, y del Sanedrín poco se sabe con seguridad, la Ley y el Templo, junto a la Familia, fueron sin duda las instituciones más transcendentales en la primera mitad del s. 1.

En los Evangelios aparecen numerosos episodios en los que se narran enfrentamientos entre Jesús y diferentes grupos de su tiempo por su posición respecto a alguna de estas instituciones. Estos episodios no pueden ser mero reflejo de las controversias mantenidas por la comunidad postpascual porque son demasiado abundantes y porque algunos de los grupos con los que Jesús se enfrenta ya habían desaparecido para entonces (p. e. Saduceos o Herodianos). Además la muerte de Jesús parece exigir un cierto grado de conflictividad con las autoridades.

Estas confrontaciones de Jesús aparecen en los evangelios de modo estereotipado, mediante la forma literaria denominada "controversia" que versa sobre cuestiones de costumbres, leyes, o interpretación de la Escritura, y que tiene los siguientes elementos:

Veamos algunas de estas instituciones con las que Jesús mantuvo una actitud crítica.

1. La Ley

La Ley era un símbolo de identidad del pueblo judío. Había sido dada por Yahveh como consecuencia de la Alianza, aceptada y establecida entre El y el pueblo de Israel, y ratificaba su elección por parte de Yahveh. Era pues el símbolo de esta elección, así como de su peculiaridad y separación de Israel de entre los demás pueblos. Su cumplimiento le permitía ser santo como Yahveh era santo. La Ley estaba recogida en la Escritura. Compuesta por diferentes códigos procedentes de diferentes épocas y situaciones había pasado a denominarse de forma unitaria la Ley. En línea con la tradición bíblica que había ido releyendo los códigos a la luz de las nuevas situaciones, y añadiendo otros nuevos según las necesidades, en la época de Jesús existían diferentes interpretaciones de la Ley y sus preceptos, según escuelas y maestros.

Entre las leyes más importantes estaban la del descanso sabático, las leyes de pureza, o también la del divorcio.

a) Las leyes de pureza

Todo grupo humano necesita establecer orden y sentido en su universo. Según la antropología cultural, las normas de pureza establecen una especie de líneas que delimitan, definen, y ordenan la realidad, a la vez que adjudican diferentes valores a cada área, determinan cuál es el sitio y el tiempo adecuado a cada cosa, acto y persona, según un orden determinado por cada grupo social, y 10 que no encaja en el lugar y tiempo en el que está, según el mapa compartido, crea confusión y se le considera impuro. Esas líneas sociales se aprenden en la socialización y proporcionan una especie de plano compartido que ayuda a las personas a situar en su lugar a personas, lugares, tiempos, acontecimientos... Esas normas varían de una a otra sociedad, de una a otra época histórica. La pureza y sus normas tratan de ese tiempo y espacio sociales, y de los criterios para acomodarse dentro de él, así como de las fronteras que separan lo de dentro (del grupo) de lo de fuera. Alterar y cuestionar estas normas que organizan el universo de cada grupo supone alterar y cuestionar el orden social que ellas definen.

En Israel algunos de los criterios más decisivos que servían para clasificar las personas eran: pertenecer a Israel (por nacimiento físico o ritual), ser capaz de transmitir el propio status y la "semilla santa", así como el grado de cercanía al templo establecido por nacimiento. Había ciertos estados físicos (cojera, ceguera, lepra o cualquier enfermedad de la piel, tener los órganos sexuales deformes o aplastados), ciertas situaciones (menstruación, parto, polución, haber tocado un cadáver...), o ciertos oficios (pastor, curtidor, prostitución...) que hacían a las personas impuras, porque por una u otra causa no podían simbolizar la perfección, la totalidad, la vida, creaban confusión en una sociedad que se entendía obligada a ser una réplica del Dios perfecto entendido como sin mezcla, totalidad, plenitud, perfección, Vida.

Como, en ciertas ocasiones, era inevitable caer en impureza existían medidas y ritos para purificarse (después del parto, después de una polución o la menstruación, después de haber tocado un cadáver..., había que lavarse, o lavar las ropas, la casa, las cosas... y exponerse al sol durante un tiempo variable...). Sobre todo, para asistir al Templo, es decir, para ponerse en presencia de aquel que era la Perfección y la Vida era necesario estar puro, con una pureza especial que se llamaba pureza ritual, y que exigía unas medidas y unos ritos especiales de purificación. Los fariseos pretendían extender estas normas de pureza ritual a la vida diaria.

La base bíblica para las leyes de pureza de Israel era Dt 14, 3-21 y Lv 11, 1-47. Su cumplimiento era signo de pertenencia al pueblo de Israel como pueblo santo (separado) para Yahveh.

Las leyes de pureza prestaban también mucha atención a las comidas y a la sexualidad, y ello se entiende bien desde la antropología cultural. Las sociedades muy preocupadas por su identidad y su supervivencia vigilan mucho las entradas y las salidas, las fronteras de su grupo, del cuerpo social, con quien se come y con quien se casan; y semejante cuidado lo tienen también respecto al cuerpo físico y personal que constituye un microcosmos del cuerpo social.

Jesús cuestiona estas leyes y las relativiza (Mc 7, 15ss; Mt 15, 11), denunciando la búsqueda formal de seguridad (Lc 11, 39; Mt 23, 25). Pero, sobre todo, era en las comidas donde se hacía palpable esta actitud. Al contrario de los Fariseos o el grupo de Qumrán que no comían sino con los de su grupo y siguiendo unas estrictas reglas de pureza, Jesús y sus discípulos comían con aquellos que eran considerados impuros e incluso pecadores. Las comidas de Jesús fueron algo muy específico e importante en su ministerio, constituyeron uno de los gestos simbólicos más fundamentales. En las comidas de Jesús se hacía presente y efectiva la oferta de salvación. Sus dichos, como "no necesitan de médico los sanos sino los enfermos" (Mc 2, 13-17) está hablando de su actitud. Dios está cerca de aquellos que, por diferentes causas, y según las normas de pureza al uso, eran los que más necesitados y lejos estaban. El Dios que anunciaba iba en busca de los que habían sido excluidos del sistema socio-religioso que ordenaban esas mismas leyes de pureza. La actitud hacia la ley del shabbat confirma esta posición.

b) La ley del shabbat

Una de esas leyes que ordenaban, en este caso el tiempo, era la ley del shabbat. En ella se decía lo que se podía hacer o no hacer durante el shabbat.

El shabbat era un signo de identidad judío (Ex 20, 8-11; Dt 5, 12-15). Había sido dado por Yahveh y durante el séptimo día no trabajaba ningún Israelita, varón o mujer, ni lo hacían los siervos o siervas, ni tan siquiera los ganados. Era una ley que les diferenciaba de los pueblos del entorno y del tiempo. Ese día estaba dedicado a dar gracias a Dios y al descanso. Los problemas empezaban al interpretar la Ley, cuando surgía la casuística sobre lo que era trabajo. En época de los Macabeos, después de haber sufrido una gran derrota por no pelear en shabbat, los seguidores de aquellos decidieron luchar incluso en el día de descanso. En tiempos de Jesús existían diferentes escuelas y grupos con interpretaciones diversas. Por ejemplo, Qumrán tenía una interpretación sumamente estricta sobre la aplicación del mandato de no trabajar. Este grupo consideraba que estaba prohibido todo trabajo en cualquier circunstancia, incluso si un animal o una persona caían a un pozo.

La actitud de Jesús respecto a las leyes de pureza y, en concreto respecto al shabbat, queda reflejada en las controversias que mantiene con diferentes grupos de su tiempo. Es cierto que algunas de éstas reflejan situaciones y controversias de las comunidades postpascuales, pero, aún así, a través de ellas se puede descubrir la actitud y posición de Jesús.

Jesús realizaba curaciones en sábado, y en algunos momentos se dice explícitamente que era sábado (Mc 3, 1-6; Lc 13, 10-17; 14, 1-6). Frente a la posición de algunos fariseos Jesús mantiene que la curación de alguien que ha estado sufriendo tantos años, su liberación, es el verdadero culto a Dios, finalidad para la que estaba reservado el sábado.

De igual forma en Mc 2, 23-28 Jesús discute con los fariseos sobre la acción de sus discípulos en sábado: arrancar espigas y comérselas. Esta controversia refleja el interés comunitario y los problemas que ésta debió afrontar con los dirigentes de la Sinagoga, pero la actitud y el dicho que la resume tiene muchas probabilidades de remontarse a Jesús de Nazaret: "El sábado ha sido hecho para el hombre, no el hombre para el sábado" (Mc 2, 27), y en ella queda clara la actitud de Jesús y su criterio.

Tanto en las perícopas previas sobre curaciones, como en esta última, se plantea el problema del criterio por el que se puede discernir la verdadera voluntad de Dios sobre el sábado. Para Jesús se trata, más que de una norma abstracta, de buscar el bien de la persona necesitada y sufriente. En la línea de los profetas, eso es el auténtico culto a Dios. Su actitud y su frase (Mc 2, 27) constituyen una crítica permanente de toda institución y de toda mediación que se convierte-en fin en sí misma olvidando aquello para lo que fue creada; en este caso favorecer la relación con Dios, el encuentro y la vivencia de su cercanía liberadora y salvadora.

2. El Templo

El Templo de Jerusalén era el lugar donde se hacía real la presencia de Yahveh entre su pueblo, pues su gloria habitaba en el Santo de los Santos. El Templo era así el símbolo de la elección del pueblo y de su identidad nacional. Después de la destrucción de los santuarios locales y la unificación del culto en Jerusalén, el templo se había convertido en el centro cultual, cultural, político y económico por excelencia. Ni los templos de la Diáspora egipcia (Elefantina, Leontópolis), ni el del Garizín le hacían sombra.

El Templo, reconstruido muy humildemente después del exilio, había sido engrandecido por Herodes el Grande quien lo alargó hacia el sur y hacia el oeste, rellenando para ello parte de los valles que lo limitaban. Había comenzado las obras hacia el 20 a. C. y sólo se terminó por completo hacia los primeros años de la década de los sesenta, poco antes de ser quemado por los romanos.

a) Descripción del templo

El edificio estaba situado en el monte del templo, en la colina oriental de Jerusalén. Allí había una enorme explanada rodeada por columnas que sostenían unos pórticos; y en medio de esa explanada se encontraba el Templo propiamente dicho. Este, a su vez, se hallaba sobre una plataforma elevada y rodeada por una valla donde estaban colocadas inscripciones, en griego y en latín, advirtiendo que estaba prohibida la entrada a los gentiles bajo pena de muerte. Constaba de dos patios o atrios sucesivos, a cielo abierto, que daban paso al santuario cerrado.

El atrio más exterior era el llamado "de las mujeres", porque allí permanecían éstas en las grandes celebraciones, y sólo hasta allí les era permitido el acceso, excepto en ocasiones especiales como ciertos sacrificios personales. En este atrio había varias cámaras dedicadas a guardar madera, aceite, o los lugares donde esperaban los leprosos o los nazareos que tenían que cumplir los ritos prescritos. En este atrio, el Día del Perdón, el Sumo Sacerdote leía la Toráh al pueblo; y en la Fiesta de los Tabernáculos, tenía lugar allí una gran fiesta, en la que los hombres bailaban, y para la cual se iluminaba con antorchas todo el patio.

Desde este patio se accedía, por unas escalinatas y la puerta de Nicanor, al atrio siguiente, "el atrio interior", más elevado, más grande, y dividido en dos: el de los "Israelitas", donde se quedaban los varones laicos judíos, y el atrio de los sacerdotes, en medio del cual se situaba el altar donde se realizaban los sacrificios. Al oeste de este atrio se encontraba el santuario propiamente dicho. Elevado en una plataforma a la que se accedía por unas escaleras desde las que los sacerdotes bendecían al pueblo, era un edificio cerrado con un pequeño atrio, una cámara llamada "el Santo", donde estaba el altar de oro para el incienso que ofrecía cada mañana y cada noche un sacerdote; un altar para los panes de la presencia que se cambiaban cada semana; y el candelabro de siete brazos. Separado por una cortina, se encontraba el Santo de los Santos, donde había estado el Arca de la Alianza, pero que ahora estaba vacío. Allí sólo podía entrar el Sumo Sacerdote, una vez al año, el Día del Perdón, para ofrecer incienso. Alrededor del Santuario había 13 habitaciones que se utilizaban para diferentes usos (tesoro, vestiduras...).

El Templo albergaba también una especie de Banco Nacional, pues allí se depositaba el dinero de los impuestos que cada Israelita debía pagar al templo, así como dinero privado que personas muy ricas dejaban en depósito para que estuviera más seguro. Además, el Templo recogía los diezmos y las primicias de las cosechas con lo que se proveía al culto y al sustento del personal del Templo.

En época romana, en la fortaleza Antonia, que estaba situada en la esquina noroccidental, había una guarnición romana que tenía acceso directo a la explanada del templo y que podía intervenir en caso de altercado durante las grandes fiestas.

Tenía 13 puertas por donde acceder al recinto, pero quizá la entrada más popular fuera la del sur que constaba de una gran escalinata con varias puertas (doble, triple), y que era por donde solían acceder la mayoría de los visitantes. Allí estaban situados también unos baños para las purificaciones. En el lado oeste existían otras entradas que por medio de puentes salvaban el valle del Tyropeon que se encontraba entre el templo y la colina occidental o ciudad alta donde habitaba la nobleza y la élite.

En los pórticos de la gran explanada estaban los bancos donde sacerdotes y maestros de la ley enseñaban o discutían sobre su interpretación.

b) El Culto y el sacrificio cotidiano

Lo fundamental del culto del Templo eran los sacrificios de animales que se hacían dos veces al día, a la mañana y al atardecer, además de los sacrificios individuales que pudieran ofrecerse. Los sacrificios los ofrecían los sacerdotes divididos en 24 grupos que volvían a sus casas y a sus oficios una vez terminado su turno. El culto del templo requería una multitud de servicios que estaban perfectamente organizados y distribuidos entre el personal del Templo, en los que entraban los sacerdotes, pero también los levitas, incluso algunas delegaciones de laicos cuya labor era rezar mientras los sacerdotes sacrificaban. Tanto las actividades diarias como la organización están descritas detalladamente en el tratado qodasim de la Mishná.

Había un encargado de despertar a los demás antes de la salida del sol, y otro de sortear y distribuir las múltiples tareas que suponía el culto: limpiar el altar, matar el cordero, recoger la sangre, partirlo en doce trozos... Una vez hechos los preparativos, los levitas abrían las puertas, y se encendían cinco brazos del candelabro; los sacerdotes y levitas se reunían a rezar el Shemá y las bendiciones, después se encendían los dos brazos restantes, se ofrecía el incienso (se hacía por suertes) y se bendecía al pueblo; después se ofrecía el cordero, doce sacerdotes, por suertes, llevaban los trozos al sacerdote que le había tocado oficiar, quien los arrojaba al fuego. Sólo cuando había finalizado el sacrificio oficial se realizaban los sacrificios personales. En ciertos días de fiesta el sacrificio era seguido por la lectura de la Ley. Y los sábados se ofrecía un tercer cordero por todo el pueblo.

Todo Israelita varón mayor de doce años tenía la obligación de acudir al templo al menos una vez al año, preferentemente por la fiesta de Pascua (Ex 23, 17; Dt 16, 16), aunque también se recomendaba acudir en Pentecostés y en Sukkot (las Tiendas). Los judíos que habitaban en la Diáspora raramente acudían, y los que se encontraban en Palestina, normalmente acudían en Pascua. Entonces se hacía el sacrificio de un cordero por familia que había de consumirse esa misma noche, fuera del templo pero dentro de Jerusalén.

La participación en el culto, así como el acceso al santuario estaban regulados por las leyes de pureza ritual. Tanto los sacerdotes como los fieles, incluso los animales, debían cumplir unos requisitos de pureza y de ritos de purificación que los hiciera aptos para entrar en el recinto y acercarse, en grados diferentes, allí donde habitaba la gloria de Yahveh, el Santo de los Santos, el lugar sagrado -separado-por excelencia, el centro del universo.

Para evitar que los animales se dañaran por el camino y quedaran ritualmente impuros solían comprarse allí mismo. Por eso, en el atrio exterior del templo, y en la explanada sur, donde estaban las principales escalinatas de acceso por donde entraba el pueblo, solían ponerse los puestos y las mesas de los vendedores, y también las de los cambistas, pues las transacciones que se hacían en el Templo requerían una moneda especial que había que cambiar en el lugar.

En cuanto al grado de pureza requerido a las personas se podía alcanzar mediante ritos de purificación, en el caso de haber quedado impuro por algo como haber tocado un cadáver, una polución, menstruación, dar a luz... En ese caso, abluciones y tiempo de exposición al sol solían ser los requisitos. Pero, cada persona, por nacimiento (varón, mujer, no sacerdote, gentil...), estado físico (cojos, ciegos, leprosos...), o por oficio (pastores, curtidores...) poseía un grado de pureza que le hacía acreedor a un puesto u otro respecto al santo de los santos, y por lo tanto, respecto a la presencia de Yahveh: gentiles, lisiados, mujeres, varones laicos, sacerdotes y levitas, y sumo sacerdote eran los grados de cercanía al Santo por excelencia.

c) Finalidad del culto sacrificial

Había dos tipos de sacrificios, el de expiación para perdón de los pecados; y el de comunión. En el primero la víctima era quemada totalmente, mientras en el segundo, parte de ella era quemada y parte comida por los oferentes, simbolizando, en esa asociación en la comida, la comunión con Yahveh.

El culto sacrificial tenía una lógica implícita y compartida culturalmente. El objeto ofrecido, el animal puro y sin tacha, representaba al oferente que también debía estarlo. La impureza era todo aquello que significaba mezcla, quiebra de la totalidad o la perfección, cercanía con la muerte. Y la razón era que se pensaba a Dios como lo perfecto, la vida, la totalidad por antonomasia. El sacerdote tomaba la ofrenda y la llevaba a un lugar intermedio (el altar) entre el espacio del oferente y el de Dios. Allí era sacrificada, es decir, era separada para Dios y entraba en su espacio. El sacerdote, así pues, actuaba como un puente entre Dios y el oferente. Por medio de él y de su actividad en esa zona marginal (el altar), la ofrenda pasaba al mundo de Dios y los beneficios de Dios (perdón, comunión...) pasaban al oferente. El sacrificio significaba una interacción entre Dios y el pueblo de Dios.

d) Actitud ante el Templo de los contemporáneos de Jesús

A pesar de que el Templo era uno de los pilares de la religión judía, había diferentes posiciones respecto a él. Así los saduceos y los sacerdotes estaban muy cercanos a él, pues de hecho, su forma de vida dependía en gran parte de él. Los fariseos respetaban el Templo y su culto, y deseaban traspasar su grado de pureza a la vida diaria. Los esenios de Qumrán respetaban el Templo pero no reconocían el sacerdocio que lo dirigía; consideraban que su comunidad hacía de verdadero Templo. Juan Bautista y sus discípulos eran más bien ajenos y contrarios a la institución del Templo. La mayoría de los judíos tenía en estima el Templo, incluso el sacerdocio, a pesar de que los últimos sumos sacerdotes no pertenecían a la tradicional línea legítima sadoquita y habían sido nombrados por Herodes, según sus conveniencias.

e) Actitud de Jesús de Nazaret respecto al Templo

Hay un texto clave para poder decir algo sobre la actitud de Jesús ante el Templo. Se trata de Mc 11, 15-20 y paralelos, donde se narra la acción, sin duda simbólica, en la que Jesús echa por tierra las mesas de los cambistas y los puestos de palomas.

Mucho se ha discutido sobre la significación de este episodio. Desde una intervención armada hasta la interpretación más clásica de la purificación del culto sacrificial por otro más espiritual, o bien la purificación del comercio y los supuestos abusos económicos de los sacerdotes.

Respecto a estas interpretaciones es necesario decir que, por una parte, hubiera sido imposible una intervención armada sin la intervención de la guarnición romana situada en la fortaleza Antonia; y por otra, el culto exigía sacrificios, y no se tiene constancia de quejas sobre abusos económicos de los sacerdotes. Por eso, y en consonancia con su vida, hoy se piensa que la acción de Jesús fue simbólica, pues además en la etapa final de su ministerio aparece una intensificación de este tipo de acciones (ej. el lavatorio de los pies, la última cena). Para poder acercarnos al significado del gesto, es preciso analizar los textos que narran el suceso.

En Mc 11, 15-20; Mt 21, 2-13; Lc 19, 45-48 encontramos la acción de Jesús interpretada por la comunidad postpascual mediante citas de Is 56, 7 y Jer 7, 11, en la línea de una crítica al uso de la religión y su utilización para la injusticia y la exclusión. Sin embargo, en Jn 2, 14-16 encontramos el episodio de forma algo diferente, pues, además de presentarlo al comienzo de su ministerio y de las citas veterotestamentarias, esta vez Zc 14, 21 y Sal 69, 10, se nos transmiten unas palabras proféticas de Jesús que dan razón de su acción ("Destruid este santuario y en tres días lo reconstruiré", 2, 19). Aunque dichas palabras y los versículos posteriores dejan ver la interpretación post-pascual de la comunidad y la actividad redaccional del evangelista, tienen muchas probabilidades de remontarse hasta el Jesús histórico. El criterio de múltiple atestación, entre otros, da pie a tal afirmación, pues de hecho las palabras sobre la destrucción (y quizá la reconstrucción, aunque esto es más inseguro) del Templo se encuentran en todos los evangelistas, aunque en diferentes lugares, e incluso varias veces en cada uno de ellos. Aparecen con ocasión del discurso escatológico (Mc 13, 1-3; Mt 24, 1-2; Lc 21, 5-6); constituye una de las acusaciones más importantes en el juicio de Jesús (Mc 14, 58; Mt 26, 61), y una de las burlas que le hacen cuando está en la cruz (Mc 15, 29; Mt 27, 40). En Lucas no se encuentra en el juicio y la cruz, pero lo hace en Hch 6, 14 durante el asesinato de Esteban, y también allí aparece como alusión a una acusación hecha a Jesús.

El análisis histórico-crítico de los textos anteriores permite afirmar que además del gesto simbólico Jesús debió decir unas palabras alusivas al mismo en las que anunciaba la destrucción del Templo y su sistema cultual. Es más difícil decir, y los autores no se ponen de acuerdo y no están seguros, de la historicidad de las palabras de reconstrucción, y si las dijo tampoco es seguro su papel en ella. Pero, parece posible afirmar que los contemporáneos de Jesús tuvieron que entender que Jesús quería decir que estaba llegando el tiempo final y que él mismo tenía algún papel en ello.

Para dar con el alcance de su acción y lo que pudieron entender sus contemporáneos es importante darse cuenta de que su acción iba contra lo que era esencial para el sistema cultual, para los sacrificios. Y las palabras de destrucción parecen confirmarlo. Por eso se puede decir que Jesús está anunciando el final cercano de ese sistema cultual, porque está llegando el reino de Dios que se hace ya presente en su palabra y en su acción. El final del sistema cultual del Templo con todo lo que implicaba porque ha dejado de ser adecuado para la nueva situación que el reino de Dios inicia. Ya no servía ese sistema de grados de santidad y de acercamiento a Yahveh, el Santo por antonomasia, en virtud de la raza, el sexo o la clase, muchas de ellas adquiridas por características físicas, o nacimiento. El Dios que anunció e hizo presente Jesús de Nazaret, no era el Dios que se quedaba encerrado en el Templo, separado y defendido de cualquiera que no se acomodaba a las normas de pureza que ordenaban la sociedad. Por el contrario, el Dios de Jesús de Nazaret se había mostrado como el Dios que salía a buscar, precisamente a los que estaban perdidos para aquella sociedad y su orden. Era el Dios que, sin miedo a contaminarse, salía al encuentro de mujeres, niños, pecadores, enfermos, posesos, marginados, pequeños... El Dios de Jesús no exigía unos ritos de purificación, ni una perfección física o moral, para que pudieran acercarse a él, sino que era quien daba el primer paso ofreciendo la salvación y la cercanía, y con ello se acercaba a los más alejados según el esquema de sacralidades graduales plasmadas en la misma estructura del Templo. Ya no hacía falta ni el espacio intermedio para entrar en relación con Dios, ni tampoco alguien que hiciera de mediador. Todos tenían acceso directo al Dios de Jesús que se revelaba como Abba quien, al contrario de lo que hubiera sido normal en un patriarca oriental que velara por su honor, espera y sale al camino del hijo que le había deshonrado ante los ojos de los vecinos (Lc 15, 11-32), y sin dejarle disculparse le acoge y hace fiesta por su vuelta y su recuperación.

El Dios de Jesús no era el Dios que necesitaba sacrificios para conseguir perdón o comunión, ni reglas de pureza que le pusieran a salvo del deshonor, es el Dios que deja el lugar sagrado, separado y exclusivo, y se va donde está la vida más mezclada. La novedad era que lo importante era que Dios se acercaba a Israel, y sobre todo a los más alejados y excluidos según los criterios establecidos por las normas de pureza vigentes, y no el cómo se acercaba Israel a Dios. El espacio de Dios donde él se revela y entra en relación con las personas ya no es sólo el Templo, donde le habían encerrado, sino en otros lugares y relaciones (Juan dirá, después, que el cuerpo de Jesús, su persona, es el verdadero lugar donde se hace presente Dios, y por lo tanto el verdadero templo, Jn 2, 21). Jesús recoge así la corriente profética (Mt 9, 13; Mc 12, 33; Os 6, 6; Miq 6, 6-8), en la que la compasión, la misericordia, la justicia estaban por delante de los sacrificios.

3. La sinagoga

Poco se sabe del origen de esta institución que estaba llamada a configurar el Judaísmo después de la destrucción del Templo en el 70 d. C. Se piensa que fue en el Destierro cuando los deportados se reunían para dar culto a Dios leyendo y meditando la Ley.

La primera inscripción en la que se menciona la ->sinagoga data del s. III a. C. y se encontró en Fayyum (Egipto). Los restos arqueológicos más antiguos identificados como sinagogas, en Palestina, datan del s. 1 (Merón, Masada, Herodium). Algunas otras están en discusión, como sucede con la estructura que parece adivinarse bajo la sinagoga del s. IV de Cafarnaún. Quizá esto se deba a que las sinagogas, como las iglesias, en un principio, eran casas particulares que, con el tiempo, fueron reservándose para el culto, hasta llegar finalmente al edificio construido específicamente para ello, y ya con diferentes estilos (proceso muy similar al que experimentaron las Iglesias cristianas). Y quizá esto explique por qué se han encontrado pocas estructuras identificadas específicamente como sinagogas hasta el s. II en que empiezan a proliferar (en realidad, después del año 70 d. C. cunado el Templo es destruido), a pesar de leer en los Evangelios que existían sinagogas en muchos de los pueblos de Galilea.

Aparecen dos términos para referirse a la Sinagoga. Uno de ellos es proseuche y el otro synagogé. El primero significa lugar (casa) de oración y el segundo lugar (o casa) de reunión. Se discute si el primero es más antiguo que el segundo, pero Hengel opina que la diferencia está en que el primero se usaba más en la Diáspora, mientras el segundo es más propio de Palestina. sea como sea, lo cierto es que en el s. 1 el término sinagoga era el habitual.

Los usos de la sinagoga eran múltiples. Servían, además de para el culto para la reunión de la comunidad, para acoger a los que estaban de camino, para organizar la caridad de los necesitados... Aunque una documentación amplia y segura sobre la vida litúrgica de las sinagogas sólo aparece a partir del s. II d. C., por los Evangelios sabemos que en el s. 1, se acudía a la sinagoga los sábados, que se leía la Ley, y que el que llevaba el culto (hazzan) podía ofrecer el rollo de las escrituras a un visitante (normalmente significativo) para que las leyera y comentara.

Se sabe que se leía las escrituras en hebreo y que un traductor iba traduciéndolo al arameo que era la lengua que hablaban entonces. Fruto de esta traducción que introducía explicaciones actualizadas nacieron los targumin. Parece que se leía un pasaje de la Thoráh (el Pentateuco) y se interpretaba mediante la lectura de los profetas. En todas las sinagogas, por pobres que fueran, existía un rollo del profeta Isaías. También se recitaban varias oraciones como las Bendiciones y la lectura del Shemá.

A partir del s. II se añade a la sinagoga el bet- middrash, o casa de estudio e interpretación de la Ley, además del bet haseffer. (Casa del libro o escuela elemental) Muy probablemente también en el s. 1 se enseñaba a leer a los niños en las sinagogas.

Los Evangelios presentan a Jesús asistiendo los sábados a la sinagoga, incluso haciendo la lectura. Aunque en ella se sitúan muchas de las controversias con los fariseos sobre diferentes materias, muy a menudo sobre la interpretación de la ley y de las normas de pureza (algunas de ellas reflejo de la situación postpascual de la comunidad judeo-cristiana), no aparecen palabras o acciones contra la misma institución, como sucede con el Templo. -> templo; escrituras; contexto.

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Carmen Bernabé Ubieta