Agua
DJN
 

El agua es un don de Dios, fuente y poder de vida, necesaria para la tierra, las plantas, los animales y los hombres. Hay también aguas de muerte, tormentas que lo arrasan todo, inundación devastadora. Dios es el dueño y señor de las aguas, que las envía a la tierra como divina bendición olas retiene como prueba desoladora. Pero esta doble manera de actuar no responde al puro capricho de Dios, sino que está condicionada por la conducta de su pueblo, según se mantenga o no fiel a la Alianza. El agua en el A. T. se convierte en señal de bendición divina para los que sirven con lealtad a Dios (Sal 133,3), y, por el contrario, la sequía es la consecuencia de la maldición divina a causa de las infidelidades de los hombres (Is 5,13; 19,5-6). El israelita pide con apremio a Dios las aguas temporales para que se logren frutos y sembrados y puedan abrevar fácilmente los ganados. La falta de agua constituye una enorme desgracia (Ex 17,3; Is 19,5). El agua sirve también para limpiar, para remover impurezas. Un rito de humildad y de hospitalidad con el huésped que se recibe en casa era el lavarle los pies (Gén 18,4; 19,2; Lc 7,44). Jesucristo, en la última cena, quiso realizar esta obra de servicio y de amor (Jn 13,2-15). El agua se empleaba en múltiples purificaciones externas, pero con un simbolismo de limpieza espiritual: se emplea para lavarse las manos como signo de inocencia (Mt 27,24). Jesús, en las bodas de Caná, cambia el agua de las purificaciones judaicas en el vino generoso del amor evangélico; la caridad, frente a la frialdad del legalismo y de las prescripciones ritualistas, el calor del espíritu que renueva por dentro (Jn 2,6). El profeta Ezequiel anuncia unas aguas abundantes y fertilizadoras (Ez 47), aguas mesiánicas, al estilo de las aguas milagrosas, que surgieron de la roca del desierto, símbolo de Jesucristo, manantial y roca (Jn 19,34) del que brotan chorros de agua viva (Jn 7,38), a las que deben acercarse cuantos tengan sed. Son las aguas del espíritu (Jn 20,22); son también sus mismas palabras, su mensaje vivificador (Jn 4,10-14). Las aguas simbólicas adquieren la plenitud de significado en el bautismo: Juan bautizaba con agua para perdón de los pecados (Mt 3,11); el nacimiento nuevo, la plena renovación interior, se consigue a través de las aguas bautismales, vehículo por donde se comunica el espíritu (Jn 3,1-20). Jesús seguramente aludía a todo esto cuando efectuaba curaciones utilizando agua (Jn 9, 6ss; cf. 5,1-8). Del costado abierto de Jesús salió agua y sangre, el agua del bautismo y la sangre de la ->Eucaristía, sacramentos de vida para quien los recibe (Jn 19,34). El agua es tan valiosa que, ofrecida con amor al sediento, es garantía de la eterna felicidad: "Tuve sed y me disteis de beber" (Mt 25,35). -> bautismo; sacramentos.

E. M. N.