VATICANO II
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SUMARIO: I. Introducción.—II. Teocentrismo trinitario del Vaticano II.—III. Presentación pastoral del misterio de Dios.—IV. La teología trinitaria del Vaticano II.—V. La Iglesia, Familia de Dios.—VI. Conclusión.


I. Introdución

El Vaticano II encontró un terreno abonado a la hora de presentar el «misterio de Dios», en la labor que habían realizado los distintos «movimientos» («bíblico», «litúrgico», «teológico», «ecuménico», «pastoral»...). Todos estos «movimientos» tuvieron en común la recuperación, con el retorno a las fuentes, del Misterio adorable de la SS. Trinidad como hontanar de salvación y de esperanza para el hombre y como «clave de bóveda» de todos los misterios cristianos. Los temas centrales de estos «movimientos» cristalizaron en la «nueva teología», que tuvo como «centro» que «concentraba» y «articulaba» todos los misterios cristianos, el «protomisterio» de la SS. Trinidad.

Es cierto que el Vaticano II fue el Concilio de la «Iglesia», del «hombre», de la «liturgia», de la «revelación», del «ecumenismo»... Pero no es menos cierto que el Vaticano II fue el Concilio de Dios-Trinidad. Y precisamente porque el Concilio abordó en profundidad los misterios fundamentales de nuestra fe cristiana, trató de anclarlos en el MISTERIO adorable de la SS. Trinidad.

He aquí el objeto de esta reflexión: mostrar la vertiente teocéntrico-trinitaria del Vaticano II.


II. Teocentrismo trinitario del Vaticano II

El carácter teocéntrico del Vaticano II aparece manifiesto en toda la trayectoria del mismo, desde su fase antepreparatoria. En el Mensaje de los Padre conciliares al mundo, recién estrenado el Concilio, aparece la intención expresa de manifestar a los hombres el genuino rostro de Dios: «nos esforzaremos en manifestar a los hombres de estos tiempos la verdad pura y sincera de Dios, de tal forma que todos la entiendan con claridad y la sigan con agrado»'.

Del carácter téocéntrico-trinitario del Vaticano II son exponente también las palabras de Pablo VI en la clausura del mismo. El Papa Montini reconoce que el Vaticano II se ha celebrado en una época en la que parece que Dios y la religión hayan quedado arrumbados ante la afirmación presuntuosa del hombre. Pablo VI, sin embargo, reconoce que el Concilio ha tratado de acentuar el misterio de Dios como el soporte de un auténtico humanismo: «En este tiempo se ha celebrado este Concilio a honor de Dios, en el nombre de Cristo, con el ímpetu del Espíritu Santo... La concepción teocéntrica y teológica del hombre y del universo... se ha erguido en este Concilio en medio de la humanidad con pretensiones que el juicio del mundo calificará primeramente como insensatas, pero que luego, así lo esperamos, tratará de reconocerlas como verdaderamente humanas..., a saber: que Dios sí existe, que es real, que es viviente, que es personal, que es providente, que es infinitamente bueno; más aún, no sólo bueno en sí, sino inmensamente bueno para nosotros, nuestro creador, nuestra verdad, nuestra felicidad...».

Pero lo que interesa resaltar es el modo como el Concilio ha tratado el tema de Dios. En las comunicaciones de los obispos y Centros Teológicos, en las fases antepreparatoria y preparatoria, salvo raras excepciones, se piensa en la presentación del misterio de Dios no como misterio deslumbrante que humilla y anonada, ni siquiera en la Trinidad en sí misma como lo hicieron los Concilios trinitarios de los primeros siglos; se quiere que el Concilio trate de la SS. Trinidad en su dimensión económico-salvífica.

a) Unos creen que el Concilio ha de arrancar de la SS. Trinidad como principio y meta final de todo lo creado y, en concreto, del ser humano. Dios (el Padre) es el prinicipio original y el término final de todo, «la Patria y el Hogar» definitivos del hombre. Cristo actúa como Mediador en la realización del designio, del Padre. Y el Espíritu Santo como impulsor del proyecto del Padre realizado por el Hijo hacia la consumación de in domo Patris.

b) Quienes piensan que el Concilio debe tener un acento fundamentalmente antropocéntrico, insisten en ver al hombre teológicamente o en la economía trinitaria: hijo del Padre, concorpóreo de Cristo y templo del Espíritu Santo.

c) Pero, sobre todo, para quienes el tema central del Concilio ha de ser la Iglesia, ésta es contemplada en su dimensión teándrica o en sus relaciones con las divinas personas: Pueblo de Dios (Padre), Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo.


III. Presentación del misterio de Dios

La dirección pastoral que se quería imprimir al Concilio motivó el abandono, dentro de la reducción y simplificación de los esquemas, de un estudio expreso sobre el misterio de Dios. Más que a una reafirmación de la esencia y atributos del ser divino y de su ontología trinitaria, el Concilio quería mostrar el rostro amoroso de Dios, que se abre a los hombres en Cristo y en el Espíritu y establece con ellos unas relaciones familiares y personales.

No todos los Padres, sin embargo, estuvieron de acuerdo con esta forma pastoral que ofrecían los Esquemas. Acostumbrados a la manera de estudiar el misterio trinitario «more scholastico», presentaron sus reparos a la forma «funcional» que ofrecía el esquema «De Ecclesiae mysterio» : «Debe procederse con cautela en esta estructura de la eclesiología trinitaria, con el fin de que nadie aplique erróneamente las nociones de propiedad y apropiación en las divinas personas, cuando se afirma que la unión social de la Iglesia se constituye conforme al modelo de las divinas Personas».

La Comisión doctrinal salió al paso a estos escrúpulos, ofreciendo el criterio que orientaba el tratamiento del tema trinitario: «Desean algunos Padres que se haga una distinción más nítida entre aquello que, en las divinas personas, es propio o apropiado. Para evitar discusiones el texto habla simplemente a tenor de las palabras que, tanto en la Escritura como en los Símbolos de la fe, y en los Concilios, por doquier se emplean. No parece necesario entrar en más explicaciones sobre la SS. Trinidad. De sobra es sabido que, en san Pablo, sobre todo Ef 1, la revelación de la salvación por medio de la Iglesia, se ofrece de acuerdo con la obra (munus) respectiva de las tres Personas»'.

Esta respuesta ofrecía la clave para entender la óptica en la que se situó el Concilio a la hora de estudiar el tema trinitario: a) se elude hablar de la SS. Trinidad como misterio en sí; b) se la muestra como se reveló en la historia, en categorías relacionales y personales; c) se evoca, en concreto, a san Pablo, quien presenta a las divinas personas deuna manera funcional en su actuar respectivo y distinto.

Toda la doctrina conciliar, de hecho, ha quedado situada en esta clave trinitario-económica. No menos de cincuenta son las ocasiones en las que aparecen conjuntamente las tres personas en los diversos documentos conciliares en función de la salvación del hombre'. He aquí algunos botones de muestra:

1) La revelación divina viene presentada en la DV no en una forma conceptual, como aparecía en el primer esquema, sino como un diálogo de amor de Dios con el ser humano, encaminado a la autodonación del Padre a los hombres, por Cristo, su Palabra encarnada, y en el Espíritu, que hace comprender y saborear el designio divino, haciéndolo realidad en el hombre (DV 2).

2) La Iglesia, de igual forma, es contemplada en clave de comunión con las divinas personas: es el «misterio» que surge del designio de amor de Dios (el Padre) que quiso hacer partícipes a los hombres de su propia vida, hechos uno en Cristo por la acción del Espíritu. Al participar la vida misma de la SS. Trinidad, la Iglesia viene a ser «como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4, 2), con la misión de reunir a todos los hombres «en el Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo» (LG 17).

3) Dadas estas relaciones personales y familiares (cf. Ef 2, 19) con las divinas personas, la Iglesia está llamada a transcender el espacio y el tiempo: tiene un destino escatológico: «Nacida del amor del Padre eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo, la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente» (GS 40, 2).

4) En razón de su destino escatológico, la Iglesia se constituye como «comunidad cristiana, integrada por hombres que, reunidos en Cristo son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre» (GS 1). Y, alentada por el Espíritu, se reúne en torno a Cristo, presente en la liturgia, para celebrar en esperanza su entrada definitiva «en la casa del Padre» (cf. SC 1-12; 47-48).

5) Reconociendo su misión de «ministros de la Trinidad», el Concilio pide a los clérigos que, ya desde su ingreso en el seminario «aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo» (OT 8, 1). A todos los cristianos, igualmente, les amonesta a que el parentesco que tienen con las divinas personas lo vivan en comunión con el Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo, ya que «cuanto más estrecha sea su comunión con el Padre, el Verbo y el Espíritu, más íntimamente y más fácilmente podrán aumentar la mutua hermandad» (UR 7, 3).

6) El carácter pastoral del Vaticano II ha conducido a éste a centrar su atención en el ser humano. El hombre, sin embargo, que ha contemplado el Vaticano II es el hombre en el plan divino «llamado, como hijo a la comunión con Dios y a la participación de su felicidad» (GS 21, 3); el hombre creado en Cristo y animado y vivificado por el Espíritu Santo (LG 3-4). El Vaticano II, en efecto, ha respondido satisfactoriamente al propósito manifestado por los Padres conciliares en su Mensaje al mundo de presentar el genuino rostro de Dios, tal y como se nos ha revelado en Cristo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.


IV. La teología trinitaria del Vaticano II

1. El carácter teocéntrico trinitario del Concilio es manifiesto. Ningún Concilio en la historia se ocupó del Dios cristiano en el modo y medida que lo ha hecho el Vaticano II. Pero veamos en dónde radica la originalidad del Vaticano II.

En tanto que en el «Schema constitutionis dogmaticae de doctrina catholica contra multiplices errores ex rationalismo derivatos...» (cap. XIII) del Vaticano I, y en el Schema de deposito fidei puye custodiendo (cap. 2, De Deo), preparado por la Comisión teológica para ser estudiado por el Vaticano II, existía una preocupación de tipo apologético por el «en sí» de Dios, el Vaticano II, dando por supuesta la ontología trinitaria, ha situado a la SS. Trinidad en el marco de la economía salvífica. Este enfoque general trajo como consecuencia una presentación económica de la SS. Trinidad, de suerte que las personas divinas son constantemente evocadas según su «orden» o acción respectiva en la historia de la salvación. Esta óptica es una constante en todos los documentos conciliares, salvo raras excepciones, en las que aparecen expresiones más esencialistas o estáticas.

Con ello el Concilio ha conectado con la más pura tradición bíblica y patrística, sobre todo oriental, que ha contemplado siempre el actuar trinitario «ad extra» según el orden de sus procesiones. Esta visual aparece con especial relieve en la LG, que es el hilo conductor de toda la doctrina conciliar. El Vaticano II por tanto, no nos ha dicho quién es el Padre en sí mismo, pero nos ha manifestado su relación «paternal» con el hombre. Tampoco ha entrado en el estudio del constitutivo ontológico de Cristo, pero sí nos lo ha mostrado en su función soteriológica: Cristo es el «Camino» que nos conduce al Padre; «Verdad» que esclarece el enigma de la existencia humana y todas las contradicciones a las que está sujeta; y «Vida» eterna para el hombre (cf. 1 Jn 14, 6; cf. GS 22). Como tampoco se ha parado el Concilio a describirnos el ser misterioso del Espíritu Santo, en el interior de la Trinidad, si bien nos ha ofrecido, como ningún otro Concilio, la dimensión funcional del Pneuma en la Iglesia. El Vaticano II, en otras palabras, ha sacado a la SS. Trinidad de su olímpico aislamiento", al que lo habían relegado en buena medida teólogos y pastores y lo ha acercado al hombre como su «humus» vital.

2. La doctrina trinitaria del Vaticano II es necesario situarla a un nivel de teología bíblica'. Las palabras citadas de la Comisión doctrinal «de acuerdo con la obra (munus) respectiva de cada una de las divinas personas» revelan la intención de la misma de mostrar el misterio trinitario en clave funcional. Al situar a la SS. Trinidad en el marco de la teología bíblica, de los símbolos de la fe y de los Concilios, el Vaticano II ha tomado postura indirectamente frente a una abusiva conceptualizacióndel «misterio» y, más en concreto, del misterio medular de nuestra fe, la SS. Trinidad.

El Dios que nos muestra el Vaticano II es el Dios que en el AT se abre y se acerca al hombre, camina codo a codo con él y culmina, en el máximo grado de su cercanía, enviando a su propio Hijo al mundo y, por él, al Espíritu de ambos, en quien esta presencia espacio-temporal del Verbo adquiere una nueva dimensión metahistórica. Dios, el totalmente «Otro», se hace, en Cristo y en el Espíritu, el totalmente presente al hombre, de una forma «personal» (distinta de la relación causal), entablando unas relaciones personales con los hombres.

3. a) El Dios que nos muestra el Vaticano II es el Padre, fundamento del ser del hombre, que lo ha creado y lo ha constituido inteligente y libre (cf. GS 21, 3) y, todavía más, lo ha llamado a entablar unas relaciones personales con él (cf. AG 13, 2), en calidad de hijo suyo (cf. GS 20, 1; 21, 3; LG 2, 3; AG 2). En la plenitud de los tiempos, movido de su amor a los hombres (cf. PO 22, 2; LG 2; GS 38; 45, 1; etc.), envió a su propio Hijo, no para condenar a los hombres sino para descubrirles la intimidad de Dios (cf. DV 4, 1): que Dios «es amor» (cf. LG 42, 1). Y así los hombres, liberados del pecado (cf. GS 22, 3; LG 4, 1; 7, 1; 8, 4; ctc.) entran en comunión con el Padre y con el Hijo, en el Espíritu (cf. DV 1), en una vida eterna.

b) Es el Hijo. La condición «personal» del Hijo viene descrita en los documentos conciliares con trazos nítidos (cf. LG 7, 1; 41. 1; GS 22, 2; 41, 1; etc.). En cuanto Hijo de Dios e «imagen de Dios invisible», es el «enviado del Padre» (cf. LG 3; 13; 17; DV 4, 1; AG 3, 2; etc.). En cuanto hombre, es el «hombre perfecto», que se ha hecho en todo semejante a los hombres menos en el pecado (cf. GS 22, 2). Y en cuanto Dios-Hombre, es «el ejemplar, maestro, liberador, salvador y vivificador» (cf. AG 8).

c) Para el Vaticano II, al igual que para la Iglesia primitiva, el Espíritu es un «Tercero» en la comunidad de las personas divinas; «alguien» que ha sido enviado por el Hijo de parte del Padre (cf. AG 4); habita en la Iglesia y en cada uno de los cristianos (cf. LG 4, 1; 9, 2), en quienes es principio de vida (cf. LG 4, 1; 7, 7; 9, 2; 11, 2) y de unidad (cf. LG 4, 1; 7, 7). El Pneuma atestigua el parentesco de la Iglesia con el Padre (cf. LG 4, 1), la conduce, enriqueciéndola con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la impulsa a anhelar la unión consumada con el Padre y el Hijo in domo Patris (cf. LG 4, 1; AG 4).

El Vaticano II, por tanto, nos ha presentado a la Santísima Trinidad, no como un misterio nebuloso, lejano y sin incidencia real en la vida humana, sino como lo más cercano al hombre: el hontanar del que surge y vive la Iglesia y cada uno de los hombres. Padre, Hijo y Espíritu Santo no son tres nombres hueros y vacíos de contenido, sino, como lo ponen de relieve la Escritura, los símbolos de la Fe y los Concilios, son las tres personas en las que se despliega el ser divino como comunidad de amor, constituyendo una Familia, la Familia original, que ha querido asociar a los hombres a su misma vida de comunión familiar. El Padre es «nuestro Padre». El Hijo es el «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29) y el Espíritu Santo, el Amor, en quien el hombre es como asumido por el Hijo hasta el hogar del Padre.


V. La Iglesia, Familia de Dios

1. Varios Padres conciliares, antes y durante las sesiones conciliares, pidieron que se tratara de la Iglesia como «Familia de Dios», en la que la primera persona divina es el Padre; Cristo, el Hijo encarnado, es el «primogénito entre muchos hermanos» y el Espíritu Santo, el sensus familiaris13. Presentar a la Iglesia como Familia de Dios venía a ser, para estos Padres, la clave para hacerla cercana en el mundo actual, necesitado de una vida de comunión familiar entre todos los hombres. El Concilio, sin embargo, no desarrolló esta línea, asumiendo más bien la de Pueblo de Dios. Eso sí, la mencionó en la LG (cf. nn. 6, 4; 27, 3; 28, 1; 51, 2). Con un poco más amplitud toca el tema en la GS (cf. nn. 32, 3-5; 40, 1; 42, 1; 92, 3): «Primogénito entre muchos hermanos, Jesucristo constituye, con el don de su Espíritu, una nueva comunidad fraterna... que es la Iglesia, en la que todos, miembros los unos de los otros, deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones que se les hayan conferido» (GS 32, 4). Mediante la acción del Espíritu Santo y el servicio fraterno de los hermanos, la comunidad humana se edifica «como familia amada de Dios y de Cristo hermano» (GS 32, 5). En este número es donde se reconoce paladinamente que la Iglesia es Familia de Dios, porque los hombres, incorporados a Cristo por el bautismo entran en la koinonía trinitaria. El hecho de la incorporación a Cristo, según el Concilio, crea un nuevo tipo de relaciones entre las personas divinas y los hombres y estos entre sí, que bien podemos calificar de familiares. El hombre, en Cristo, entra a formar parte de la Familia divina en calidad de hijo. En Cristo, igualmente, es hermano con el Primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29), quedando animado por el Espíritu, que es y actúa como «espíritu de familia», es decir, como principio de vida «familiar»: de amor, de comunión, de servicio al Padre, por Cristo y en Cristo, y a los hombres, también por Cristo y en Cristo, desde el Padre. El Concilio mismo califica al Espíritu Santo como «espíritu familiar» (cf. GS 42, 4).

2. La condición de la Iglesia como «Familia de Dios», que participa la misma vida de las tres personas es contemplada por el Concilio en su doble vertiente: entitativa y operativa. En el primer caso nos es presentada como ampliación en el tiempo de la misma «koinonía trinitaria» (cf. LG 4, 2). En el segundo, consecuencia del primero, en calidad de personas que deben vivir de acuerdo con la nueva existencia que han recibido. La presentación que el esquema De Ecclesia in mundo huius temporis ofrecía sobre este particular agradó a los Padres, quienes vieron presentada la vida de comunión de las tres personas como paradigma de las relaciones que deben mediar entre los miembros de la Familia de Dios. Los nn. 16 y 35 de dicho Esquema15 fueron refundidos y desprovistos de términos abstractos («subsistens», «relatio»...) ofreciendo unnuevo número, en el que, sobre la base de las palabras de Jesús en Jn 17, 21-22, presentan la comunión de las divinas personas como ejemplar de la comunión de los hijos de Dios, con las tres personas divinas y entre sí: «Cuando el Señor ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros somos uno (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad» (GS 24, 3).

Éste ha sido otro tanto muy positivo que se ha apuntado el Vaticano II en el campo trinitario. Es una consecuencia de la condición de la Iglesia como ampliación en el tiempo de la misma vida de comunión familiar en el amor, que media entre las tres personas. Si la Iglesia es ontológicamente la plenitud (pleróma) histórica de la SS. Trinidad, debe manifestarlo también en su obrar.

El Concilio, en GS 24, 2, remite a Jn 17, 21-22. Cristo pide para los suyos la misma comunión de amor que media entre ambos (Padre e Hijo) en la eternidad. En virtud de su participación en la filiación del Hijo, los hombres todos vienen a quedar situados en la misma relación que media entre Padre e Hijo. Ontológicamente también ellos son uno, con una unión vital, con el Padre y el Hijo y entre sí, por su incorporación a Cristo y la animación del Espíritu.

El Concilio reconoce el carácter ontológico de la comunión de los hombres, con el Padre y el Hijo y entre sí, como fundamento de una vida de comunión fraterna, semejante a la vida de comunión entre las tres personas divinas. Ahora bien; la vida en la SS. Trinidad es una relación interpersonal: tres personas distintas, cada una con su peculiaridad propia que, sin confundirse ni diluirse en la comunidad trinitaria, son respectivamente desde esa peculiaridad personal, para las otras. Cada una de las personas divinas necesita de las otras en cuanto tales y distintas para ser «Ella». La comunidad original se constituye por esa donación mutua del ser divino. Por eso, todas tres están abiertas para darse y abiertas para recibir. En la SS. Trinidad se realiza el ideal del amor: ser varios y distintos y a la vez uno.

Cuando el Concilio propone a la SS. Trinidad como ejemplar a imitar por la Iglesia en cuanto Familia de Dios, quiere que se viva la misma comunión. Puesto que todos los hombres constituyen una única Familia y son un único Cuerpo, es necesario que haya entre todos una circulación de bienes, de naturaleza y de gracia, de suerte que se realice cada uno en el don mutuo, al otro y a los otros, y que contribuyan con la propia entrega a realizar a los demás, para que todos sean uno, de modo análogo a como las tres personas son Uno.


VI. Conclusión

El Vaticano II, es cierto, no ha tratado expresamente et tema de Dios-Trinidad. La Iglesia como «misterio» de comunión en sí y de cara al mundo ha constituido el tema central de su reflexión. Pero precisamente por eso, el Vaticano II, como ningún otro Concilio, ha hablado del «misterio de Dios», sin el cual la Iglesia no pasaría de ser una sociedad pura y dura; Jesucristo, un «profeta más» de tantos como han cruzado la historia. Los sacramentos se quedarían en algo «mágico». Y el hombre, a lo más, en un sujeto de derechos y deberes éticos. Por eso, el Concilio, que ha tratado de clarificar la identidad del hombre y de la Iglesia, se ha remontado hasta la SS. Trinidad, para descubrirnos en ella «el protomisterio» y «clave de bóveda» de todos los misterios cristianos, sin la cual todos ellos se derrumban.

La SS. Trinidad, para el Vaticano II, es el Dios-Amor que ilumina y da sentido a todos los sinsentidos y contradicciones que tiene la vida humana: «Este es el gran misterio del hombre que la revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!» (GS 22, 6).

Todavía más; la SS. Trinidad como comunión de amor que se visualiza en la comunión de la Iglesia, es la solución al ateísmo moderno, que no necesita de grandes síntesis apologéticas, sino de que se le muestre, vivo y verificable, el misterio de Dios-Amor: «El remedio al ateísmo hay que buscarlo en la... integridad de la vida de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo... Mucho contribuye a esta manifestación de la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles...» (GS 21, 5).

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Nereo Silanes