POLITEÍSMO
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SUMARIO: I. Origen del politeísmo.—II. Rasgos principales del politeísmo.


El politeísmo constituye un fenómeno religioso perfectamente tipificado que aparece bajo una notable pluralidad de formas, dotado de unos rasgos peculiares y ligado a determinadas situaciones históricas. De forma resumida puede ser definido como una forma de religión en la que la realidad superior al hombre que determina la aparición de todas las religiones aparece dotada de los rasgos de la divinidad y representada en una pluralidad de figuras.


I. Origen del politeísmo.

Históricamente el politeísmo aparece en un número reducido de pueblos, llegados a un nivel desarrollado de cultura, con una organización social diferenciada y con estructuras políticas bien definidas. Las formas más claras de politeísmo aparecen en las culturas de la India de la época védica, en el Japón anterior al influjo del budismo, en la cultura irania anterior a Zaratustra, en las grandes culturas de Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma; en los pueblos germanos; en algunas culturas meso y suramericanas anteriores a la conquista y en algunas pocas culturas de Africa occidental y de Polinesia.

Esta relación muestra que el politeísmo constituye un fenómeno religioso relativamente reciente. De ahí, la tendencia a proponer teorías evolucionistas para explicar su desarrollo. La más acabada de estas teorías propuesta por E. Garrie, situaba con toda precisión el politeísmo entre el polidemonismo y el monoteísmo en estos términos: el politeísmo «se distingue de la fase anterior (polidemonismo) por la naturaleza de la adoración y de la posterior (monoteísmo) por el número de los objetos a los que se rinde esa adoración. De forma todavía más precisa propondrán otros autores una serie evolutiva de formas de religión, desde este punto de vista, que abarcaría las siguientes manifestaciones: polidemonismo, politeísmo, henoteísmo y monoteísmo (K. Goldammer). La escuela de historia de las religiones de Viena, siguiendo a W. Schmidt propone en cambio, un proceso evolutivo que tendría en el monoteísmo su primer momento y del que procedería el politeísmo como una «degradación». Ya antes de las teorías de la moderna ciencia de las religiones, D. Hume (TheNatural Historyof religion, 1757) y J. Rousseau (Émile, 1762), habían propuesto el politeísmo como primera forma de religión de la que se derivaría el monoteísmo. Voltaire, en cambio, en el artículo «Religión» de su Diccionario filosófico (1764) propone el monoteísmo como primer estadio religioso.

Los datos históricos no parecen justificar estas teorías evolutivas en un sentido o en otro y hoy parece imponerse la convicción de que el politeísmo no es un momento histórico anterior al monoteísmo y sustituido por él, sino una forma religiosa, una manifestación del fenómeno religioso, una estructura religiosa que debe ser estudiada como tal (G. van der Leew, R. Pettazzoni).


II. Rasgos principales del politeísmo

Ateniéndonos a esta consideración estructural y fenomenológica más quehistórica, podemos señalar como rasgos principales del hecho politeísta los siguientes. Se trata, en primer lugar, de una forma religiosa con una representación «teísta» de la realidad superior. Es verdad que resulta difícil precisar en qué consiste esa representación sin poner en ella la idea de Dios vigente en nuestra propia tradición, condicionada por la representación judío-cristiana y griega de la divinidad de la que, por ejemplo, se encuentra muy lejos la idea shintoista de kami. Pero conscientes de esta limitación podemos distinguir entre las representaciones del poder superior encarnadas en los espíritus, los antepasados, los genios, los fantasmas, tal como aparecen en numerosas culturas no literarias, y las figuras de los dioses como encarnaciones más precisas de esos poderes, dotadas de una mayor distancia en relación con la naturaleza, de unos perfiles personales más precisos, de una más clara relación con la naturaleza, de unos perfiles personales más precisos, de una más clara relación con otros poderes y de una posibilidad de influencia sobre determinados aspectos de la vida de los hombres que entran en relación con ellos.

Lo más característico de la configuración teísta de estas figuras es su más clara relación con el mundo de lo verdaderamente sobrehumano. Tal vez sea exagerado decir que el recurso a la multiplicidad de las formas y a la «extrañeza» de algunas de ellas sea una expresión de la condición de «totalmente otra» de la realidad a que se refieren, como afirmó R. Otto, pero ciertamente las figuras del politeísmo son divinas en la medida en que pertenecen a otro orden de realidad que el propio delhombre. La característica fundamental para el establecimiento de esta distinción es la inmortalidad que se atribuye a los dioses frente a la condición de los simples mortales y un poder y capacidad de permanencia que contrasta con la impotencia y la mutabilidad de los humanos. Es verdad que, al menos en algunos politeísmos, los dioses no son considerados eternos ni omnipotentes, con lo que la realidad a la que se refieren queda lejos de la configuración monoteísta del mundo superior al hombre que se caracteriza por estos rasgos.

La representación «teísta» del orden de lo superior adquiere los contornos precisos a que acabamos de aludir gracias al recurso a los diferentes órdenes de la realidad como medio para su configuración. De ahí, el carácter cosmomórfico, zoomórfico o teriomórfico, dendromórfico y sobre todo antropomórfico de las representaciones de los dioses en el politeísmo.

La diferencia fundamental de los diferentes politeísmos con el monoteísmo está en la pluralidad de las figuras divinas. El número concreto varía notablemente de unos politeísmos a otros: hasta ochocientos mil kami en el shintoismo; 3.339 que se amplían hasta números ilimitados en el vedismo, parejas de dioses, tríadas, enneadas o una innumerable plebs deorum, en otros casos.

Pero este número más o menos grande de figuras aparece claramente ordenado por genealogías, lazos familiares u otro tipo de relación. Esta relación lleva a la constitución de verdaderos panteones con una ordenación de las figuras que en algunas ocasiones termina estableciendo una jerarquización de las mismas. En algunos casos esa jerarquización establece la monarquía de un dios supremo que gobierna sobre el conjunto de los dioses, como sucede en el caso de Zeus-Júpiter, «padre de los dioses y de los hombres».

Rasgo característico de los dioses del politeísmo es su accesibilidad al hombre y su disposición para ejercer relación de protección y patronazgo sobre los diferentes aspectos de la vida humana llegando en algunos casos a una especie de especialización sobre las diferentes necesidades que el hombre puede experimentar: la guerra, el comercio, el amor, la familia, etc. Así existen dioses del día y de la noche, del cielo, del mar y de la tierra, de las diferentes etapas de la vida y de sus diferentes acciones hasta llegar en algunos casos a los «dioses especiales», a «dioses del instante» para cada función de una actividad determinada. Esto lleva a los romanos al «deseo frenético de tener muchos dioses», que les reprocha san Agustín, a concebir tantos dioses como fases comporta el trabajo de la agricultura, desde la preparación de la tierra a la recolección de la cosecha. Con todo, se ha observado que tal vez estos dioses especiales no sean en algunos casos más que «epítetos cúlticos» de una misma divinidad.

Con todo no todas las figuras divinas tienen el mismo grado de precisión. Existen dei certi y dei incerti y esta incertidumbre repercute sobre la posibilidad de invocación a los mismos. En algunas ocasiones se atribuye a un dios el nombre de otros, o se le concibe como una misma realidad con muchos nombres o se le invoca «con el nombre a que él le plazca ser invocado». Todo esto, junto con la tendencia a la jerarquización y la no siempre clara relación entre lo divino y sus formas parece haber conducido con frecuencia a diferentes formas de monolatría o de henoteísmo.

Las religiones politeístas han desarrollado, sobre todo en los casos de las culturas literarias —que son con mucho los más frecuentes— grandes sistemas de mitos —mitologías— que bajo la forma de relatos simbólicos dan cuenta de los problemas fundamentales del origen, la ordenación y el fin del mundo y del hombre, del mal y de la muerte, las instituciones sociales, los ritos, etc. Estos mitos con frecuencia se refieren también al origen y la organización de los mismos dioses, dando así lugar a complejas y confusas teogonías.

La relación del politeísmo con determinadas condiciones culturales, sociales y políticas y el hecho de que con frecuencia la relación entre los dioses refleje la organización de la ciudad o sociedad respectiva ha llevado a veces a considerar esta representación de la divinidad como un mero reflejo de determinadas infraestructuras socio-políticas y económicas (F. Engels, G. Dumézil, A. Brelich). Con todo, la variedad de situaciones que muestra la historia hacen que más que ver en esas circunstancias la causa que explica el surgimiento del politeísmo se vea en ellas el humus o el conjunto de infraestructuras que lo condicionan (R.J. Zwi Werblowsky).

Una consideración fenomenológica como la aquí propuesta debe evitar una valoración del fenómeno politeísta. Pero cabe señalar que algunas de las «revalorizaciones» del politeísmo como las propuestas por W. Fr. Otto en relación con los dioses de Grecia y por A. Daniélou en relación con el politeísmo hindú, y otras contenidas en algunas apologías actuales del paganismo se basan en descalificaciones del monoteísmo religioso que un estudio desapasionado de este fenómeno no justifica.

Por otra parte, por tratarse más de una estructura religiosa que de una etapa en la historia de las religiones, el politeísmo puede reaparecer en determinadas formas de vivir religiones de suyo monoteístas bajo la forma de ángeles, santos, otros mediadores.

[—> Agustín, san; Budismo; Historia; Monoteísmo; Religión, religiones; Teísmo; Tríadas sagradas.]

Juan Martín Velasco