LITERATURA, DIOS EN LA
DC


SUMARIO: I. Dios, uno y trino, en las obras literarias de Occidente; 1. Pórtico; 2. El misterio trinitario en la literatura occidental; 3. Aurelio Prudencio y su palabra trinitaria; 4. Dante Alighieri y la Trinidad; 5. Petrarca ante la Trinidad; 6. Berceo y Alfonso X, cantores marianos, invocan a la Trinidad; 7. Gil Vicente y la Trinidad en sus «Autos»; 8. Fray Luis de León y san Juan de la Cruz ante la Trinidad; 9. Poetas españoles del Siglo de Oro cantan a la Trinidad; 10. Lope, Tirso y Calderón: sus «Autos sacramentales» y la Trinidad; 11. La Trinidad en algunos poetas del siglo XX.—II. Conclusión.


I. Dios, uno y trino, en las obras literarias de Occidente

1. PÓRTICO. Vamos a entrar en un universo sagrado, donde la presencia de Dios aparece traducida en la palabra ardiente, la más ungida y trémula de todas, balbuciente en su audacia expresiva; arraigada en su vuelo sutil de creación y arte. Como quería Juan Ramón Jiménez, cuando afirma: «Raíces y alas, pero que las alas arraiguen, y las raíces vuelen».

Naturalmente, nos acercaremos sólo a los poetas cristianos, pues son ellos los únicos que pueden vislumbrar, en su intuición creadora —desde la base firme de su fe— el misterio de Dios, en su riqueza insondable: unidad en la trinidad. Es también evidente que tan sólo podemos, en breve espacio, limitarnos a seleccionar algunos creadores, preferentemente españoles, sin olvidar los más significativos del Occidente cristiano. Y tendremos que concentrar nuestra mirada en pocas obras, Las más significativas por su visión de Dios.

Pretendemos sugerir, más que desarrollar; crear en el lector sed de acudir a la fuente, más que saciar su anhelo inquisitivo. Por lo demás, si Dios es siempre el «totalmente Otro», el transcendente, incluso para la razón iluminada por la fe, no se puede pretender de la literatura una palabra raciocinante, sino más bien esa palabra pregnante de sentido, plenificadora en el claroscuro de su misma entraña alusiva. Los poetas y dramaturgos nos llevan hasta la misma orilla del misterio; hieren nuestra sensibilidad y acucian nuestra ansia y deseo del vislumbre divino. Y esto, que parece poco, es enorme, dado que esta palabra es acaso la más cercana a la palabra inspirada. Por algo el poeta se deja ganar por la inspiración, y sólo en ese trance es capaz de ofrecernos su mensaje. Incluso cuando parte de un trasfondo dogmático, nutricio de su decir inspirado, su expresión es siempre viva, ardiente, simbólica.

Las citas fragmentarias aquí ofrecidas serán únicamente indicios, huellas, de la obra total, a la que hay que acudir, si queremos captar su comunicación originaria. Con estas preocupaciones, ya podemos traspasar el pórtico y penetrar en el ámbito sagrado de la palabra creadora, seguros de que nuestra avidez no quedará saciada; pero sabiendo, ya de antemano, que los creadores auténticos —aunque de literatura se trate— tienen muy poco de «literatura», pues su palabra multisémica es la más cercana al misterio de Dios y al Dios del misterio; la que tiende a la unidad plena, trinitariamente.

2. EL MISTERIO TRINITARIO EN LA LITERATURA OCCIDENTAL. Desde que el cristianismo caló hondamente en la conciencia de los pueblos, la concepción de Dios, y su expresión literaria, quedaron transmutadas, transcendidas. Los poetas abandonaron su Parnaso paganizante y se adentraron en el misterio del Dios vivo, revelado en Jesucristo, vivido por la comunidad creyente, y hecho plegaria y liturgia, salmodia y poesía reverente; liberada la palabra sobre Dios de la hojarasca politeísta, y convertida en expresión —forzosamente paradójica—del Dios uno y trino. Contra la lógica meramente humana surge la paradójica de la revelación. Cuando el creyente es además creador, su obra escrita deja traslucir su inspiración humano-divina, en unidad densa y nutricia, que llega al corazón, a la vez que ilumina la inteligencia. Estamos ante la palabra doblemente inspirada, con sus dos vertientes, con visión cimera de la realidad que transciende el propio decir. La poesía, en este caso, es más que teología; o es, en cierta manera, una teología cordial. A veces es fruto de una experiencia mística. Pero no siempre es el caso. Basta que el creador sea tal para que su palabra conmueva, desvele y revele —desde su intrínseco balbuceo— la hondura del misterio, clima en el que Dios se anuncia, y llega hasta nosotros, aunque sea en forma de «oscura noticia». Pero en esta oscuridad, como en la noche oscura sanjuanista, está latiendo la llama de amor viva.

3. AURELIO PRUDENCIO Y SU PALABRA TRINITARIA. Quiero iniciar este breve recorrido por la literatura cristiana de Occidente, internándome en la obra poética —tan rica en su expresión himnológica latina— de este autor hispano-romano del siglo IV-V. En sus grandes obras poéticas —el Catemérinon, Apoteosis, Hamartigenia, Psicomaquia, Contra Símaco (libros I y II), Peristéfanon y Ditoqueo— brilla, en su nitidez más pura, el misterio trinitario. Sin duda que se inspira en la Biblia y en escritores eclesiásticos anteriores. Pero lo hace creadoramente, intentando —acaso por vez primera en poesía— unificar lo recibido del paganismo, en sus mejores poetas, con la cosmovisión cristiana. La poesía es para él medio de santificación personal, sendero orientador de los demás y modo excelso de alianza divina. Cultiva la poesía popular y la culta, siguiendo las reglas métricas latinas, a su modo, transformando personalmente ciertos metros y creando estrofas personales. El lenguaje es nuevo, en relación con los autores clásicos, por su terminología cristiana. Acuña y recrea vocablos con gran libertad de espíritu. Es Prudencio un humanista cristiano, que pretende cristianizar la cultura, desde la expresión poética. De él afirma un especialista: «Si Plauto, Propercio y Juvenal merecen el título de clásicos, entonces también Prudencio. Históricamente, sus obras son altamente interesantes y nos transmiten la expresión más bella del humanismo cristiano que jamás haya aparecido en las artes poéticas. Pocos de sus sucesores en el medioevo, por no decir ninguno, pueden dividir con él esta gloria hasta Dante».

Sus cerca de 30.000 versos, líricos y didácticos, resumen su obra y el quehacer de su vida después de la conversión profunda al cristianismo. En el centro vivificante está el misterio trinitario.

Prudencio parte siempre del dogma trinitario, ya desde el Prefacio de sus Himnos; vuelve a aludir frecuentemente en el Catemérinon. En Hamartigenia está simbolizada en las tres propiedades del Sol: «Siendo uno solo, se manifiesta de tres maneras: Vige, resplandece, vuela, arde, se mueve, abrasa con su calor.Tres son sus efectos simultáneos: la luz, el calor y la vegetación en las plantas. Una e idéntica rueda del sol consigue estos efectos inseparables, con idéntico movimiento produce todos esos servicios, y una sola substancia ayuda juntamente a tres cosas».

La ve prefigurada en los tres ángeles de Abrahán (Ps, pr 45; 50, 70 y ss.; 196s.). Precisa que el Padre carece de principio y de fin, en Catemérinon IV, 8; es creador del universo y principio fontal de toda la vida y lo que existe (C IV, 9 y 10ss.). El Hijo es engendrado por el Padre por medio de su inteligencia (C VII, 1; XI, 17; XXXIV). Es Verbo del Padre (C III, 2 y versos ss.). Es Sabiduría (C XI, 20; H CLXIV, 345), imagen y luz del Padre (A LXXII, 282. Pe X, 468). No fue creado, sino engendrado antes de todo tiempo y nació del Padre, sin principio (A LXXXIX, CLXXX, CCLXX). Se encarnó para que el hombre se salvara (C XI, 44) y es mediador entre Dios Padre y los hombres (C XI, 16; Ps DCCLXIV). Se le llama alfa y omega, omnipotente, creador universal, crucífero, en diversos lugares del Catemérinon. También recibe los calificativos de nazareno, sembrador de la luz, luz de Belén, en la estrofa VII. Es Hijo de la Virgen María, en lasestrofas III y XI. Su nombre produce tormento al mismo Apolo (A CCCC). Cristo es rey eterno, príncipe de los reyes, rey de los vivos, de los antiguos jueces y de la Iglesia, así como de AT y NT (A, C y Pe, en diversos lagares).

Respecto al Espíritu Santo, afirma que es espirado por la boca del Padre (A pr 1, 3, H CMXXXII) y procede del Padrey del Hijo:

«Padre eterno, por medio de tu Hijo Jesucristo / en el cual resplandece sensiblemente tu gloria, / que es señor nuestro, Hijo único tuyo, / que espira el Espíritu del seno del Padre».

También aparece como el enviado por el Padre y el Hijo (C IV, 15, VI, 8). Es, finalmente, un único Dios, con el Padre y el Hijo (C VI, 5-8; 7lss.). Como podemos constatar, por este enunciado, toda la obra poética de prudencio está centrada en el misterio trinitario, y su expresión poética es de una justeza dogmática impecable. Su ritmo y su lenguaje están inflamados de sabiduría y de amor.

4. DANTE ALIGHIERI Y LA TRINIDAD. Este gran autor italiano, nacido en Florencia en 1265 y muerto en Rávena en 1321, de estirpe güelfa, se manifiesta como un renacentista, que participó en la vida social y llegó a ser guerrero y fue desterrado durante dos años. Transformado interiormente, escribe Vida nueva, El convivio, La Monarquía, De vulgar elocuencia. Pero su gran obra, la que le caracteriza e inmortaliza, es La Divina Comedia: Viaje fantástico a través del Infierno, del Purgatorio y del Paraíso, guiado por la razón en sus dos primeros viajes, Virgilio entra en la esfera celeste de la mano de la joven Beatriz, símbolo de la gracia. Está estructurada su obra en forma trinitaria: Tres cantica, de 33 cantos cada una, después de un canto introductorio. Sus 100 cantos están compuestos en tercetos. En ellos logra presentar todo lo que un cristiano cree, espera y ama. Ha sido comparada su obra poética con la Summa Theologica de Tomás de Aquino, en cuanto al contenido teológico. Pero Dante añade ese admirable suplemento de alma, la poesía auténtica, digna de un genio sin par. Supo conjugar, junto a un rigor teológico al estilo patrístico, todo un universo nuevo de formas vivientes, que recogió de la leyenda, la historia y la realidad circundante, en ritmo ajustado a los tercetos, reiterativos en lo formal, pero diversos en la riqueza imaginativa y conceptual, en el despliegue de ese viaje extraño y asombroso. Su obra influyó en toda la literatura posterior europea y ha sido traducida a todas las lenguas cultas del mundo.

Nos interesa, para nuestro propósito, destacar el viaje al Paraíso, que consta de 4.858 versos (el número de la obra entera es de 14.333). Esta obra de madurez refleja aquí una visión de la Trinidad espléndida y rodeada de nueve círculos de jerarquías angélicas. Los tres cántica finalizan con la palabra estrellas, en una estructura triádica permanente, que imitarían después otros escritores, como Tirso de Molina, en pleno Siglo de Oro español. Dado este feliz desenlace de la Comedia (título humilde de Dante, que sólo más tarde se denominó de «Divina»), el autor no quiso que recordara, ni siquiera en el título, a la tragedia antigua, pagana. Después de recorrer el poeta Virgilio, con Beatriz, nueve círculos, penetran ambos en el luminoso y radiante espacio de la eternidad, donde Dios mora, en su excelsa Trinidad. Dante es examinado por san Pedro, Santiago y san Juan sobre las tres virtudes teologales. Simetría, armonía y paralelismo estructuran la obra de Dante. Aquí, en el Empíreo se revela Dios mismo, con todos los bienaventurados, dispuestos en forma de «cándida rosa». He aquí la visión de los tres círculos (la Trinidad) en la profunda y deslumbrante luz:

«En la profunda y clara substancia de la alta luz / se me aparecieron tres círculos de tres colores / y una dimensión, y el uno parecía reflejo del otro, / como el iris del iris, y el tercero parecía un fuego que de los otros dos igualmente procediese».

Dante, balbuciente («en adelante —había dicho— mis palabras serán más insuficientes, para decir lo que recuerdo, que las de un niño que bañe aún la lengua en la leche de la madre»), exclama:

«¡Oh cuán insuficiente es la palabra y cómo es débil para expresar mi concepto! Y éste, con respecto a lo que vi, lo es tanto, que no basta con decir «poco». ¡Oh luz eterna, que sólo en ti existes, sola te comprendes y que por ti, inteligente y entendida, te amas y te complaces en ti.!Aquel círculo, que me parecía en ti como luz reflejada, cuando con mis ojos la contemplé en torno, dentro de mí, con su color mismo, me pareció representada nuestra efigie, por lo cual mi vista estaba fija en él. Como el geómetra, que se aplica a cuadrar el círculo y no encuentra, pensando el principio que necesitaba, estaba yo ante aquella nueva visión».

Así, anonadado ante el misterio trinitario, Dante canta su propia fe, y su canción tiene resonancias que traspasan los siglos.

5. PETRARCA ANTE LA TRINIDAD. Francisco Petrarca (1304-1374), que nació en Arezzo (Italia), es llevado al condado Venesino, en 1313, por su padre, desterrado, junto con Dante, desde Florencia. Estudia derecho en Bolonia, y se enamora de Laura, como Dante lo hiciera de Beatriz. La muerte de su amada le conmocionó profundamente: ¡se consagró a la poesía! Fue coronado públicamente, como tal poeta, en el Capitolio. Conoció la diplomacia bajo el auspicio de los Visconti, y le consultan, en varias ocasiones, los Estados italianos. Esta vida agitada se remansa en la creación poética. Entre sus obras destacan África, escrita en nueve libros, en hexámetros: mereció el premio del Senado; Canzionere: 317 sonetos, 29 canciones, nueve sextinas, siete baladas y cuatro madrigales, forma un conjunto de 366 composiciones; Secretum (del secreto conflicto de mis preocupaciones), escrito entre 1342 y 1343, retocado luego en Milán, es obra de carácter autobiográfico, escrita en latín.

Nos interesa, sobre todo, su obra I trionfi (los triunfos), en italiano vulgar, que tuvo enorme éxito en el Renacimiento, superando incluso el del Cancionero. Utiliza la forma clásica de los tercetos, como Dante, y es una visión alegórica. Son seis los triunfos: del amor, del pudor, de la muerte, de la fama, del tiempo y de la eternidad. Sin tener la base filosófica de solidez y profundidad de un Dante, ofrece, con todo, una visión de verdades morales,enmarcadas en cuadros de gran amplitud y solemnidad. Hay una cosmovisión humanista y religiosa, con bases medievales y trasfondo personal.

Viendo el poeta —nos dice en Triunfo de la Eternidad, que lo es de la Divinidad— que todo cambia bajo el cielo, pregunta a 'su corazón en qué confía. Le responde: «En el Señor». Reconoce que tardó mucho en abrir los ojos para ver la verdad. Pero confía en la gracia divina. Pensando así, le parece entrever un mundo nuevo, en el que no hay antes, ni después, ni fue, ni será: ¡puro presente eterno en el Sumo Bien!

«Vi que sus tres partes se quedaban / reducidas a una, y ésta inmóvil, / Para que no corriese como hacía».

Esta referencia al tiempo (pasado, presente, futuro) está ya aludiendo, simbólicamente, a la Trinidad en la unidad divina, sin llegar a formular el dogma de modo explícito, como Dante. Petrarca sólo ansía el Sumo Bien, «sin mal que mezcle el tiempo». En esa eternidad divina se sentirá feliz eternamente.

6. BERCEO Y ALFONSO X, CANTORES MARIANOS, INVOCAN A LA TRINIDAD. Estamos ante dos poetas españoles, el primero, Berceo (1180-1246) cantor de María en lengua castellana, todavía niña en su expresión, con esa dulce ingenuidad que tiene todo lo originario; el segundo, rey de Castilla, hijo del santo Fernando III, que en su corte de Toledo canta a santa María en verso galaico. Ambos, «enamorados» de la Señora, comienzan o terminan sus poemillas, sus cantares de «juglaría» o de «clerecía», en adoración del Dios trinitario. Nos resulta emotivo, en extremo, encontrar, en estos albores de la poesía castellana y de la galaico-portuguesa, el misterio trinitario tan felizmente expresado. Alfonso X, el Sabio (1221-1284), cultivó la posesía gallega, con emotiva inspiración y supo captar el ritmo mejor de los antiguos «Cancioneiros». Al igual que Berceo —uno clérigo, el otro monarca—, se inclina, reverente, ante el Trisagio santo, de modo reiterativo en sus estrofas.

Comienza Gonzalo de Berceo la Vida del glorioso confesor Sancto Domingo de Silos con estos versos trémulos, como quien comienza santiguándose:

«En el nombre del Padre, que fizo toda cosa, / et de don Ihesuchristo, fijo de la Gloriosa, / et del Spiritu Sancto, que egual dellos posa, / de un confesor sancto quiero fer una prosa»'.

Inmerso en el misterio trinitario, ya puede lanzarse a versificar en «román paladino / en qual suele el pueblo fablar a su vecino, / ca non so tan letrado por fer otro latino, / bien valdrá, commo creo, un vaso de bon vino». Gracias a su «docta ignorancia» latina, podemos degustar los primores de su balbuciente poesía castellana, en su mejor «mester de clerecía», tan cercana aún a su madre, tan próxima así mismo del gallego en su vocalización y terminología. Nos canta y cuenta cómo santo Domingo de Silos «decie el Pater noster sobre muchas vegadas, / et el Creo in Deum con todas sus posadas» (vv. 17-18). Más tarde, un cautivo en manos de moros acude a su Dios, uno y trino, con fe ardiente, suplicando libertad:

«Sennor de otras partes conseio non espero, / sinon de ti, que eres Criador verdadero, / tú eres tres Personas, un Dios solo sennero, / que criaste las cosas sin otro conseiero» (est 650).

Los enemigos de la cruz le cautivaron por llevar su nombre con dignidad, y ahora acude, con éxito, a la misericordia y amor trinitarios de su único liberador. Es admirable la fe de este cautivo. En la Historia de san Millón la presencia trinitaria sigue latente y pre. sente, en su feliz expresión poética: «Commo vevimos siempre en tiniebra oscura, / Sennor, que tanto vales porqui faze Dios tanto, / que de toda la tierra eres salut et manto, /por estos pecadores ruega al padre sancto / que denne poner término al nuestro luengo planto» (est 326). Sus Loores de Nuestra Sennora comienzan en plegaria-proclamación de fe:

«A ti me encomiendo, Virgo, madre de pietat, / que concebiste del Spiritu Sancto, e esto es verdat, / pariste fijo precioso en tu entegredat, / serviendo tu esposo con toda lealtat» (est 1).

A lo largo del poema el misterio divino reaparece como clima en el que María vive y actúa. Reconoce y confiesa Berceo, con la firme ingenuidad de su fe sincera: «Siete dones a el Spiritu de nuestro Sennor: / Por essa reverencia mandó el Criador / que fuese el día séptimo tenido en honor» (est 150). Y exclama, ansioso de la visión beatífica:

«Qual bien sería tan grande comm'la cara suya veer, / commo nave el fijo del padre entender, / o comino salle el Spiritu de entre ambos saber, / o commo son un Dios todos tres connos cer?» (est 189).

He aquí resumido el misterio trinitario, en su nitidez dogmática, en su expresión poético-teológica, que el ciérigo Berceo nos ofrece en román paladino, con su ritmo unitario, simbolizador del ser divino en su monorima permanente.

Por su parte Alfonso X —nuestro rey Salomón, por su sabiduría—, supo expresar esta misma verdad de nuestra fe, con su gracejo singular, en lengua gallega. ¡Entonces la lírica pertenecía a los segreres galaico-portugueses, y el rey de Castilla no tuvo a menos poetizar en esta lengua románica del pueblo gallego! Además de las cantigas, que cuentan los miragres de nuestra Señora santa María, existen 40 cantigas en loor de María. Es en ellas donde la relación de María con la Trinidad aparece en su esplendor. En ellas canta líricamente el misterio divino realizado en María: doble faz del misericordioso modo de actuar Dios al encarnarse. El estribillo de la cantiga 134 no puede ser más explícito y condensador, en la estrofa final:

«Per poder da Virgen, que per omildade / foi Madre do que é Deus en Trinidade. /A Virgen en que é toda santidade / poder á de toller tod' enfermedade» (vv. 80-83).

María aparece en la suma majestad de su unión con el misterio sacrosanto de Dios Trinidad. En otra ocasión su palabra se adelgaza para suplicar:

«Por nos, Virgen Madre, / roga Deus, teu Padre / e Fill'e Amigo» (C 250, vv. 1-3).

De modo similar, en la C 300: «Ca ben deve razonada / leer a que Deus por Madre / quis, e seend'el seu Padre / e ela falla e criada, / e onrrada / e amada / a fez tanto, que sen par / é precada / e loada / e será quant' el durar» (vv. 6-15). Cuando en Roma se consagra un templo a santa María, el poeta afirma su fe trinitaria en relación con la Encarnación y la Maternidad de María: «A onrra da Santa Virgen, / Filla de Deus e Esposa, / de que ele prendeu carne, / que foi mui maravillosa / cousa da que el criara / fazer pois dela sa Madre. / Non deven por maravilla / teer en querer Deus Padre / mostar mui grandes miragres / pola be' neita sa Madre». (C 309, vv. 70-75). En la Cantiga 330 se pregunta el rey-poeta:

«En qual per sa omildade / s' enserrou a Trinidade?»

Y responde con el estribillo: «Madre de Deus, nostro Sennor, / e Madre de nosso Salvador» (vv. 14-17). Y así, de modo similar, sigue cantando a María, unida al misterio trinitario, en las Cantigas 340, 420, 427 y ss. Y en la Cantiga 414, que llava por título: Esta quarta é da Trinidade de Santa María, canta la Trinidad en relación íntima con la triple virginidad de María. Dice el sabio poeta:

«Como Deus é comprida Trinidade / sen anader nen minguar de sí nada, / éste, cousa certa e mui provada, / tres pessoas e unha Deidade...» (vv. 1-4).

En suma, tanto Berceo, como Alfonso X, cantan a María unida al misterio de la Trinidad, por voluntad divina, y acercándonos —humanamente, en su seno, en su regazo, en sus manos maternales— al Hijo, al Verbo increado del Padre, siendo ella portadora del Espíritu, en quien se manifiesta femeninamente'.

7. GIL VICENTE Y LA TRINIDAD EN SUS «AUTOS». Gil Vicente (1470-1536) es el poeta lírico-dramático, músico y orfebre, de mayor relieve en la Europa de la primera mitad del siglo XVI. Portugués de nacimiento, y sin dejar nunca su tierra, su obra, sin embargo, fue hispánica: Tuvo por maestro a Juan del Encina, emplea el castellano en algunas de sus obras, y, en la corte de Lisboa, Gil Vicente estuvo muy en relación con la reina doña María, hija de los Reyes Católicos, esposa del rey don Manuel de Portugal. Su obra es comparable, por la amplitud del empeño, a la posterior de Lope de Vega. Gran poeta y dramaturgo, logra esa facilidad que sólo los inspirados tienen, y todo lo convierte en materia posible de lírica, auto o drama. Dámaso Alonso lo proclamó «uno de los mayores y más ricos poetas líricos de la lengua castellana (...) y sólo es parangonable con Garcilaso, Fray Luis de León y san Juan de la Cruz, a todos los cuales vence en variedad, y a casi todos en intensidad, en cercanía al misterio intangible de lo poético»9. Nos interesa ver su acercamiento al misterio trinitario en alguno de sus Autos, escritos a principios del siglo XVI, entre 1502 y 1536. Ya en el Auto pastoril castellano llama al recién nacido en Belén «el Hijo heredero / de nuestro eterno Dios; / el cual fue dado a nos / por Mexías verdadero» (vv. 13-16). Y expone sus paradójicos atributos: «Aquel niño es eternal, / invisible y visible; / es mortal y inmortal, / movible y inmovible, / en cuanto Dios, invisible; / es en todo al Padre igual, / menor en cuanto humanal: / y esto no es imposible. / Hecha el sol su rayo en mayo, / como mil veces verés; / el mismo rayo sol es, / y el sol también es rayo: / entrambos visten un sayo / de un envés, / y una cosa misma es» (vv. 17-31). En el Auto da Fe, ya en portugués, la misma fe es quien proclama: «E así o verbo do Padre / ecce ancilla concebido / pobre humilde foi nacido, / bem parecido á madre. l Sentindo nossa miseria, / chorava o sancto menino, / cuberto, occulto divino / daquella faca materia» (vv. 27-34). El Espíritu Santo no se explicita todavía. Pero en el Auto da mofina Méndes Gabriel se dirige a María con las palabras bíblicas:

«Spiritus sanctus superveniet in te; / e a virtude do Altíssimo, / Senhora, te cubrirá; / porque seu filho será, / e teu ventre sacratíssimo / per grasa conceberá» (vv. 14-19).

Finalmente, digamos que Gil Vicente traduce al portugués, bellamente, un himno de Laudes a María: Himno O gloriosa Domina. En él las estrofas inicial y última son trinitarias:

«Ó gloriosa Senhora do mundo, / excelsa princeza do deo e da terra, / fermosa batalha de paz e de guerra, / da sancta Trindade secreto profundo».

Este secreto de la Trinidad, que es María, contagia al poeta-creyente, que es Gil Vicente, y clausura el himno triunfalmente, en son de alabanza trinitaria y mariana, conjuntamente:

«Pois que faremos os salvos por ella, / nacendo en miseria, tristes peccadores, / senáo tanger palmas e dar mil louvores / ao Padre, e ao Filho e Esprito, e a ella!» (vv. 34-38).

He aquí cómo, por gracia de la palabra poética de Gil Vicente, María se introduce en el misterio trinitario, y merece nuestra alabanza conjunta'°.

Es lo mismo que aparece en nuestros Cancioneros, por labios de poetas castellanos. Compárese con estos versos del poeta Burguillos: «Perfectión del bien perfecto, / centro baxo de humilldad / donde se escondió el secreto / de la Sancta Trinidad (...). / Tanto, Virgen,,'.te umillaste / que a Dios encerraste en ti / y a ti cave él ayuntaste. / Dentro en ti se secrestó, / bien como por fee nos quadre, / y así tu Hijo se halló / en su eternidad sin madre, / y a ti por madre tomó / quedando en el Cielo el Padre»".

8. FRAY LUIS DE LEÓN Y SAN JUAN DE LA CRUZ ANTE LA TRINIDAD. Es Fray Luis de León (1527-1591), junto con el inefable san Juan de la Cruz (1542-1591), un exponente de la poesía religiosa sobria y perfecta, en su expresión: Fray Luis más humanista: San Juan de la Cruz, puro símbolo en su expresión y comunicación mística. Pero ambos se convierten en poetas a partir de una experiencia de calabozo, en noche oscura: el primero en la soledad de la cárcel inquisitorial de Valladolid, encerrado allí más de cuatro años; el segundo, en el calabozo de los Carmelitas calzados de Toledo, nueve largos meses. En el sufrimiento, pues, se gestaron sus mejores intuiciones poéticas. Sólo citaré, en concentración máxima, los versos trinitarios de ambos. Ellos hablan por sí mismos de la justeza conceptual y la finura de la palabra iluminada por la fe. En la redacción primera del poema A la Ascensión de Cristo existían cuatro estrofas más, místicas, en anhelo puro de Dios trino. Las recoge un especialista en la edición crítica. Por ser poco conocidas, vale la pena saborearlas: «Tú llevas el tesoro, / que solo a nuestra vida enriquecía, / que desterraba el lloro, / que nos resplandecía / mil veces más que el puro y claro día. // ¿Qué lazo de diamante, / ¡ay, alma!, te detiene y encadena / a no seguir tu amante? / ¡Ay, rompe, y sal de pena! / Colócate ya libre en luz serena. // ¿Quetemes la salida? / ¿Podrá el terreno amor más que la ausencia / de tu querer y vida? / Sin cuerpo, no es violencia / vivir; mas lo es sin Cristo y su presencia. //

«Dulce Señor y amigo, / dulce Padre y Hermano, dulce Esposo: / en pos de Ti yo sigo, / o puesto en tenebroso / o puesto en lugar claro y glorioso».

Fray Luis se siente atraído por la vida trinitaria, con ocasión de la ausencia de Cristo de nuestro mundo, en su ascensión al Padre. Completa esta visión el poema A nuestra Señora, una de cuyas estrofas —después de pedir auxilio desde su cárcel, en 1573— dirige su mirada hacia ella, para cantar su gloria, en relación íntima con el misterio trinitario:

«Virgen del Padre Esposa, / dulce Madre del Hijo, templo santo / del inmortal Amor, del hombre escudo: / no veo sino espanto. / Si miro la morada, es peligrosa; / si la salida, incierta; el favor, mudo; / el enemigo, crudo; / desnuda, la verdad; muy proveída / de valedores y armas, la mentira: / La miserable vida / sólo cuando me vuelvo a ti respira».

En contraposición a Fray Luis, san Juan de la Cruz abandona la serenidad renacentista, y aparece un desasosiego espiritual, en su mejor estilo, depurada la forma poética en símbolo y armonía, en culminación de las mejores esencias garcilasistas, a lo divino. Sus poemas mayores son definitivos. Como Juan Ramón, podríamos decir: He aquí el poema. «No lo toques ya más, que así es la rosa». La sublimidad de sus poemas mayores deja paso a los romances, donde los sublime viene no tanto de la forma, cuanto del contenido, si bien ambos aspectos son inseparables en poesía. Sus Canciones entre el alma y el Esposo, la de la Noche oscura, la de la Llama de Amor viva, forman la tríada de su experiencia mística hecha poesía pura. Luego sale de sí mismo y del Amado, para cantar la transcendencia, el misterio íntimo de Dios trino. Estos romances están escritos en la cárcel. Son nueve romances a la Trinidad, a la creación y a la encarnación. El ritmo y la rima en -ía nos adormecen en un fluir dichoso de la palabra, hecha sencillez en su grandeza misma:

« Tres personas y un Amado / entre todos tres avía; y un amor en todas ellas / y un amante las hacía, / y el amante es el amado / en que cada cual vivía; / que el ser que los tres poseen / cada qual le poseía, / y cada cual de ellos ama / a la que este ser tenía...»

Pero la comunicación intrínseca de las tres Personas divinas quiere ser compartida, por voluntad amorosa del mismo Dios, con la creatura suya, tan hambrienta de divinidad: «Al que a ti te amare, Hijo, / a mí mismo le daría, / y el amor que yo en ti tengo, / esse mismo en él pondría, / en razón de aver amado / a quien yo tanto quería». Naturalmente, María entra en el círculo trinitario; el arcángel Gabriel es llamado: «Y enviólo a una doncella / que se llamaba María, / de cuyo consentimiento / el mysterio se hacía; / en la qual la Trinidad / de carne al Verbo vestía; /y aunque tres hacen la obra, / en el uno se hacía; / y quedó el Verbo encarnado / en el vientre de María. / Y el que tenía sólo Padre, / ya también Madre tenía»13.

9. POETAS ESPAÑOLES DEL SIGLO DE ORO CANTAN A LA TRINIDAD. Sea el primero de todos nuestro gran Miguel de Cervantes (1547-1616). Puede parecer extraño considerar a Cervantes como poeta. Pero lo era, incluso a su pesar. Es siempre profundo y exquisito. En Persiles y Sigismunda, por ejemplo, nos dejó un poema en octavas a Nuestra Señora, de gran calidad. En él la invocación y loor a María se centra en su relación directa con el misterio trinitario:

«Soys la paloma, que ab eterno fuistes / llamada desde el cielo, Soys la esposa, / que al sacro Verbo limpia carne distes, / por quien de Adán la culpa fue dichosa: / Soys el braco de Dios, que detuvistes / de Abrahán la cuchilla rigurosa, / y para el sacrificio verdadero / nos distes el mansíssimo Cordero».

En breves pinceladas, dejaré constancia de que el torrente irrestañable de poesía en Lope de Vega (1562-1635) tocó todos los temas y con gran frescor y vitalidad. No podía faltar el trinitario. En Rimas sacras (1614), dirigidas al P. fray Martín de san Cirilo, carmelita descalzo, confesor suyo, aparece su vida de creyente al desnudo, ante Dios. Lope era un hombre de fe, que se sentía pecador. Y lo era. Por eso su sinceridad poética y vital nos llega a la sensibilidad, acaso más que otros poemas «manieristas» de autores en los que lo formal está como desgajado de lo verídico. Muchos sonetos son plegarias a Dios: de amor, de arrepentimiento, de súplica, de adoración. El poema A la expiración de Cristo es un romance que empieza en síntesis trinitaria:

«Desamparado de Dios, / del hombre puesto en un palo, / el alma tiene Jesús / en sus santísimos labios. /A su Padre Eterno mira, / abriendo los ojos santos, / que ya cerraba la muerte, / atrevida al velo humano. / Con voz poderosa dice, / cielos y tierra temblando: / Mi espíritu, Padre mío, / pongo en tus sagradas manos».

Y el romance A la soledad de Nuestra Señora empieza asimismo refiriéndose a la Trinidad: «Sin esposo, porque estaba / Josef de la muerte preso; / sin Padre, porque se esconde, / sin Hijo, porque está muerto; / sin luz, porque llora el sol, / sin voz, porque muere el Verbo, / sin alma, ausente la suya, / sin cuerpo, enterrado el cuerpo. (...) / Con que bajó de sus brazos / Cristo sin alma y Dios muerto». Su Hijo, el Hijo del Padre, entregó su Espíritu. La soledad de María es total, ella que había recibido al Verbo por obra del Espíritu, ahora se queda sola, «Cristo el Espíritu dio». Al cantar Al Santísimo Sacramento, Lope, acertadamente, exclama:

«Algún rayo de luz al oceano / inmenso de Dios trino se descubre»

Don Luis de Góngora y Argote (1561-1627), entre sus poemas mayores, escribió sonetos, letrillas y romances. En algunos se refiere al Nacimiento de Cristo, o a la Eucaristía: en ellos la Trinidad está implícita o sugerida. Así en aquella letrilla que empieza: «Amor divino, / que era luz aunque era voz, / divino Amor». Luego sigue su canción:

«Humilde en llegando até / al pesebre la razón, / que me valió nueva luz, / topo ayer y lince hoy. / Oí bailar al Cordero, /que bramó siendo león, /y vi llorar niño ahora, /Amor divino, / al que siempre ha sido Dios, / divino Amor». Y jugando con lo mitológico, adelgaza su letrilla cristiana: «Esta noche un Amor nace, / niño y Dios, pero no ciego, / Y tan otro al fin, que hace / paz su fuego /con las pajas en que yace». En fin, este es Góngora, alusivo más que explícito. Pero su poesía es de una gran finura espiritual. Otro poeta de la época, Juan de Tarsis, Conde de Villamediana (1582-1622), tiene similar tonalidad en su poesía sonetil ,Cuando pidió Christo a su Padre perdón por sus enemigos: «Eterno Amor, eterna tolerancia, / en la esencia de Dios muriendo ardía, / claro eclipse de gloria, oscuro día / velo de culpas puso a su distancia, / quando el zelo inefable, la constancia / que dio su vida por salvar la mía / rogando al Padre por la gente impía / disculpaba su error en su ignorancia. / Oh paciencia de Dios, milagro eterno..."

Señalemos, como última muestra, a Bartolomé Leonardo de Argensola (1562-1631) que, en su poema A la Asunción de María canta la gloria suya unida a la trinitaria grandeza: «Virgen, el regocijo / tuvistes de ser madre / del Verbo celestial y sempiterno, / hija de vuestro Hijo. /Madre de vuestro Padre, / término fijo del consejo eterno, / elegida ab aeterno...» Al final, cuando entra en la gloria, el mismo Dios le dijo: «Paloma, esposa amada, Madre mía; vistes glorioso al Hijo / que en la tierra engendrastes, / donde el Padre lo engendra cada día»'. Y, clausurando este apartado, no podría faltar la musa de don Francisco de Quevedo (1580-1645), que en sus poesías llamadas Morales se inclina, reverente, ante el misterio trinitario: «Ya manchaba el vellón la blanca lana / con su sangre el Cordero sin mancilla, / y ya sacrificaba / la vida al Padre, poderoso y santo, / por la culpa inhumana; / el sumó trono de su cetro humilla, / y ya licencia daba / al alma, que saliese envuelta en llanto, / cuando la sacra tórtola viuda, / que el holocausto mira, / sollozando suspira / y un tesoro de perlas vierte muda, / mientras corren parejas a su Padre / sangre del Hijo y agua de la Madre». Nótese cómo María aparece asimilada a la Paloma sacra, en quien bajo esa forma actúa el Espíritu, aquí sugerido.

10. LOPE, TIRSO Y CALDERÓN: SUS «AUTOS SACRAMENTALES» Y LA TRINIDAD. En esta tríada de creadores-cumbre de nuestras letras, se podía sospechar —ya a priori— que el misterio trinitario no podía faltar de sus creaciones. Me fijaré ahora, brevísimamente, en sus Autos sacramentales. Lope de Vega hace presentar a la Penitencia, en su Viaje del Alma, como anfitriona de las divinas Personas:

«Pen.- Dios Padre.

Todos. ¡Ah!

Pen.- Su Hijo eterno./

Todos.- ¡Ah, ah!

Pen.- El Espíritu Santo.

Todos.- ¡Ah!

Luego es Cristo quien dialoga, amorosamente, con el Alma. En Las aventuras del hombre, Dios, que «es esencia del ser: / en su esencia se contiene / su existencia...», sale como Amor divino al encuentro del hombre. Y el mismo Pecado exclama: «¡Ay, Amor, que el Pan le enseña!» Es en La creación del mundo donde la Trinidad queda reflejada en el alma humana: «Porque el alma racional / se parece a Dios en esto: / que siendo Dios trino y uno, / nuestro espíritu asimesmo / es uno en esencia, y trino / en tres potencias su imperio». En De los cantares el «Cuidado» alude al «ganadero Bautista» que guardaba al Cordero en el Jordán «como testigo de vista /que al Mayoral sempiterno / confirmarte entonces vio / por su Hijo amado y tierno, / y al Espíritu que dio / fe de que era el Verbo eterno». En Lo fingido verdadero (dedicado al «R.P. Presentado F. Gabriel Téllez, Religioso de Ntra. Sra. de la Merced, redención de cautivos») hace que la música cante: Cristo, que vio en el mundo / después que del Padre Eterno / bajó a tomar en María / carne el santísimo Verbo, /dejó su ley con su sangre / escrita, y este Evangelio / siguen los que de su nombre / desde entonces le tuvieron; / por tan alta confesión / mueren infinitos dellos, / que van a vivir con él / a la gloria de su reino». Ginés, convertido al amor trinitario, representa «a lo divino», con emoción contenida:

«Ahora mi compañía / es de Jesús, donde hay Padre / del santo Verbo, y hay Madre, / la siempre Virgen María. / Espíritu que nos guía / a los dos de quien procede».

Tirso de Molina (Fray Gabriel Téllez, 1579-1648), profesor en la Orden de la Merced de Teología y Maestro; poeta y dramaturgo de primerísima calidad, supera en formación teológica a Lope. En su obra resalta el misterio trinitario con nitidez. Recordemos aquellos versos de Deleytar aprovechando; donde aparecen tres Autos sacramentales: «Inmenso incircunscrito / Criador de cuanto vive, / de cuanto ser recibe, Dios solo e infinito; / tú, que, siempre bendito, / Rey de reyes te llamas, / y entre apacibles llamas / de tu amoroso abismo / engendras de ti mismo / la semejanza que amas (..) //Océano ocupado( / das vida a tu traslado, / porque tu ser le cuadre, / tú que, su padre y madre, le engendras, no engendrado» (Protestaciónde la fe en décimas de endechas). El alma se extasía ante «una sola Substancia / en un Trisagio santo». Y prosigue su asombro amoroso:

«¡En tres supuestos vivos / un ser de eterno fruto, / un Dios solo absoluto, / y tres los relativos: / misterios excesivos, / que en tres personas vea / mi fe sola una idea, / un poder solamente, / un querer y una fuente / que sola a tres recrea!

En la Loa que precede a su Auto sacramental El Colmenero divino, Tirso sintetiza en un denso romance su visión trinitaria, donde la nitidez del concepto teológico se irisa del resplandor de la fe y de la belleza expresiva. Estábase recreando en su eternidad Dios, incomunicable, solo y único, en su mismidad: «Contemplábase abeterno, / cuyo pensamiento vivo, / sustancia en él (si accidente / en lo humano intelectivo). / Fecundo siempre engendraba, / siendo (origen y principio) / de aquella especie que expresa / es su imagen, por ser su Hijo. / Enamorado de verse / en su retrato narciso, / y al concipiente el concepto / corresponde de recíproco: / producían un Amor, / como los dos, infinito, / inagotable, perenne, / que saliendo del abismo / de la eterna voluntad / fuente siempre, siempre río, / siempre se está produciendo, / y siempre se queda el mismo,. ,

Y sigue el poemilla inmerso en la vida íntima de Dios y en sus comunicaciones ab intra. Después vendrá la creación ad extra, que Tirso —con gracia, alegóricamente— describe en forma de juego de cartas, en el que el ser humano pierde, a causa del intrigante Luzbel; pero entra en juego Cristo y gana la partida final: «Tras el consumatun est / quedó el juego concluido». Luego, en otra ocasión lírica se hace símbolo la realidad trinitaria y eucarística:

«Que llamaba a la tórtola madre / el Esposo dulcísimo suyo, / con el pico, las alas, las plumas, / y con arrullos, y con arrullos». En La Madrina del cielo, Marcela recrimina a Tarquino: «Dime, ¿qué fruto has sacado / de un efecto tan indino /, que así has un pecho violado / dedicado al Uno y Trino?». También en Los hermanos parecidos sigue estando presente, en su fulgor sin sombra, la Trinidad excelsa, por quien la encarnación del Hijo logra que ya él y el hombre, desde el instante de su nacimiento, aparezcan como «hermanos parecidos»21. Entra el Atrevimiento y se encara con el hombre miedoso:

«¿Qué temes? ¿No eres hecho a semejanza / de Dios cuanto a la parte intelectiva? / Tu alma la unidad de Dios alcanza / por ser similitud de su ser viva: / la Trinidad también, para alabanza / de lo que tu valor con ella priva, / te retrató su copia peregrina, / una en esencia y en potencias trina».

Así, Tirso de Molina es figura señera de la palabra poética en la que brilla el fulgor trinitario, el más preciso y precioso".

El tercer creador, el más sobresaliente en los Autos sacramentales, es Calderón de la Barca (1600-1687). El consolidó la estructura alegórica de este género dramático-religioso, y escribió multitud de piezas. Sin duda que Dios, en su misterio trinitario, está implícitamente en todas; pero, de modo explícito, sobresale la eucaristía. A Dios por razón de estado, uno de sus Autos, es como un raciocinio poético, en muchas de sus estrofas, de la comunicación intrínseca y extrínseca de Dios. Calderón pone en labios de Pablo estos versos: «Una en los tres la deidad, / uno en los tres el poder, / uno en los tres el amor, / y uno en los tres el saber, / cierto es que en la esencia es uno, / siendo en las personas tres».

Pero quiero resaltar otro Auto calderoniano menos conocido, La Redempción de cautivos. El género humano está cautivo. Dios, en Cristo, y la Trinidad misma hacen la Merced de su rescate: Bajo la simbología de sus versos se está aludiendo claramente a las dos Órdenes redentoras, la Trinitaria y la Mercedaria. He aquí algunos versos expresivos: «Gracia. - ¿Qué orden es, y quién la ha dado? / Gabriel. - ¿Quién ha de ser, Gracia bella, / sino la merced de Dios / quien tan piadosa obra pueda / establecer, y fundar / antes, y después, eterna? / Si la merced de Dios fue / la que, antes que el hombre fuera, / quiso que fuese; si es / la que después a materia / de no formado embrión / de nueva forma, de nueva / alma, que le vivifique / a que nazca, viva y crezca. / Y si es a merced suya / cada suspiro que alienta, / cada rayo que le alumbra, / cada ayre que le recrea, / cada lana que le abriga, / cada terreno que huella... / a quién puede quedar duda / que la merced de Dios sea, / pues tiene en sí los remedios" / para todas sus dolencias, / teniendo en su Caridad, /de las virtudes la reyna, / en orden a su rescate / la que más se compadezca; / que si en la piedra de Pedro / Christo ha de fundar la Iglesia, / a su imitación será, / de esta Obra, otro Pedro piedra».

Hasta aquí, pues, la Orden de la Merced aludida como «Merced de Dios». Más tarde, en el desarrollo del Auto, aparece la Trinidad, la Orden Trinitaria:

«Informada de los ritos, / observancias, obediencias, / institutos y misiones / que la Trinidad decreta, /y la Merced constituye / en Orden a que se exerza / la redempción de cautivos / seré, siguiendo sus huellas, / yo la que, ahora en la vol, / y después con la experiencia / diga con Daniel: ¡Albricias, / mortal!, que de Dios la inmensa / Merced en tu esclavitud / cómputos al tiempo abrevia». Todo esto lo expresa la Gracia, referida a la obra de merced, hecha por la Trinidad, aludiendo a ambas Ordenes re, dentoras de cautivos. Pero, el trasfondo del Auto se refiere a la redención de género humano.

11. LA TRINIDAD EN ALGUNOS POETAS DEL SIGLO XX. A vuelo de pájaro, no puedo menos de citar a algunos grandes poetas de nuestro siglo, que centraron su atención amorosa en esté misterio insondable, y lograron hallazgos expresivos de interés. Charles Pierre Péguy (1873-1914). Este gran autor francés, muerto de una bala en la frente, cerca de Villeroy, a 22 Kms. de París, el 5-9-1914, nos dejó una obra poética, de contenido religioso admirable. En La tapisserie de Sainte Geneviéve et de Jeanne d'Arc, el poeta Péguy, con su estilo que fluye como un torrente, yendo y viniendo sobre su propio verso, reiterativamente, sobre las «armas de Jesús», centra su atención en el misterio trinitario, y exclama:

«Les armes de Jésus c'est la lettre et l'esprit, / C'est le pére qui gronde et 1'enfant qui sourit, / C'est le Pére et ú Fils et c'est le Saint-Esprit».

También la Trinidad está presente en Les tapisseries: Eve. Péguy no puede nunca alejarse del misterio trinitario. Por eso canta, en su francés de versos prolongados, que puede traducirse al castellano:

«Y Dios mismo que es joven a la vez que es eterno / reposaba inclinado sobre su creación. / Tanto su amor filial como su amor paterno / se nutren de homenaje en pura libación».

En La suite d Éve hay unas 90 estrofas centradas en la Trinidad en cuanto está inmersa en la vida de los hombres, personal y social. Baste señalar la primera, que da origen al resto:

« Oh Padre, Hijo, Espíritu, triunvirato eternal, / recibid, bondadoso, en vuestra capital, / por la sangre de Cristo, La sangre material, / la larga postración de un alma occidental» 2G.

Rainer María Rilke (1875-1926), nacido en Praga y con una vida de vagabundeo permanente, reside en París como secretario del escultor Rodin, visita Italia, Francia, Rusia, España, Africa, Escandinavia, etc. Es el primer poeta en lengua alemana de principios del s. XX. Sus Cuadernos de Malte L.B., Libro de horas, Vida y canciones, Canto de amor y muerte del corneta Cristóbal Rilke, Libro de las imágenes, Elegías de Duino, Sonetos a Orfeo, y otras obras, le sitúan entre los más profundos poetas religiosos de occidente. Me fijaré tan sólo en La vida de María, para señalar su relación trinitaria. Al visitar a su prima Isabel, «el Salvador era aún en ella flor», dice el poeta; mientras en el Tránsito, en su Asunción, aparece la Trinidad en su solio con «una silla vacía», hasta que llega ella y se sitúa en el resplandor del Hijo. Un ángel, herido por la luz deslumbrante de María, pregunta: «¿Quién es ésta?» Y sigue el poema:

«Y sucedió un silencio de admiración. Al punto vieron / todos cómo arriba el Dios-Padre retenía a nuestro Señor, / de suerte que la silla vacía, bañada de un suave / crepúsculo, aparecía como un poco de dolor, / como si mostrase una huella de soledad, / (...) Y de pronto se desplomó. / Pero los ángeles la atrajeron hacia sí, / y la sostuvieron, y cantaron radiantes / y la alzaron para subir el último trecho».

Merece un puesto señalado en la poesía religiosa y trinitaria, Marie Noél (1883-1967). En su libro Le chants de la Merci —que comienza con una cita del Oficio de Na SR de la Merced, alusivo a la redención de cautivos y a la entrega de sí mismo por parte del mercedario— hay estrofas de gran sentimiento cristiano y trinitario, iluminando su verso grácil y seguro. En su Canto de otoño se refiere a la fiesta de la Trinidad: «Au milieu de l'année, aprés la Trinité, j'ai recontré parmi ses ouvrages, l'Eté». Cuando el Verbo decide humanarse, se dirige al Padre en estos términos:

«Echadme, Padre, allá afuera / al angustioso dolor, / como hijo de hombre quisiera / sólo de Dios el Amor».

Luego aparece una larga plegaria al Espíritu santo pidiendo sabiduría para su vida cotidiana. Insiste en la identificación de Cristo con los más pobres y sufrientes. Compuso una Canción de cuna de la Madre de Dios, a la que ella misma musicó, que comienza así:

«Dios mío, dormís, tierno, entre mis brazos, / caliente, hijo mío, junto al corazón, / te adoro en mis manos y te doy abrazos, / oh Dios, maravilla convertida en don».

Su alma femenina impregna de maternidad su mejor poesía religiosa. Y reconoce, en el nombre de la Trinidad, lo recibido de los hermanos en su vida:

«Au nom du Pére, au nom du Fils, au nom / du Saint Esprit, bénis soient ceux qui m'ont / quand je passais donné du leur au monde...»

Rubén Darío, el gran poeta modernista, nicaragüense (1867-1916), con sangre mestiza y ascendencia criolla, escribe poemillas desde sus doce años. Renovará, musicalmente, la poesía hispanoamericana, con influencia, más o menos directa, en Juan Ramón y los demás poetas españoles. Es también de espíritu vagabundo, residiendo en las capitales americanas, París y Madrid. No sólo una vaga religiosidad, sino el misterio trinitario —a pesar de su fama de poeta mundano— y la visión de Dios creador configuran algunos poemas:

«Derramando su gracia bienhechora, / la figura de Cristo entre la aurora. / La Palabra de Dios estremecida / se oyó por el espacio, retumbante: / `Raza de Adán, el Genio es Verbo y Vida, / y el Verbo es luz; y Dios es luz brillante>.

El poeta se sabe obra de Dios, en su riqueza misma, en su esencia personificada: «Dios derramó en la conciencia / la simiente del pensar /y la simiente de amar / del corazón en la esencia. / Dios, poder, conocimiento, / anhelo, fuerza, virtud, /y calor y juventud, / y trabajo y pensamiento: / y el que todo lo reparte / a su pensar y a su modo, / como luz que abarca todo, / puso sobre el mundo el arte (...). / Y el artista vuela en pos / de lo eternamente bello, / pues sabe que lleva el sello / que graba en el alma Dios».

Hay que citar a José Bergamín (1897-1983), poeta atemporal, eterno exiliado, cantando a sus propios huesos, católico convencido y republicano de ejercicio, que se pasó la vida con «aforismos», agudos como saetas, desde la fundación de «Cruz y raya» (1933-1936). Su postura católica se aproxima al pensamiento de Maritain. Influyó en Latinoamérica en los poetas posteriores. En Duendecitos y coplas, como quien no quiere la cosa, dejó su palabra de creyente:

«Dios le daba tiempo al tiempo, /dándole una eternidad / al hombre en cada momento. / (...) / De una Virgen en el seno / concibió Dios temporal/lo que está fuera de tiempo. / (...) / Que el tiempo no es lo primero: / Lo primero es la Palabra. / 'En elprincipio era el Verbo'».

Sobre el misterio de la Trinidad, aforísticamente, concentró su mejor palabra exacta:

«Dios está en tres / para ser uno: l porque está en uno / para ser tres. / Yo los reúno: / Dios trino y uno».

Luego, «jugando del vocablo» se pregunta: «¿Dios uno es trino / de ruiseñor? / ¿Canto divino? / ¿Llanto de amor? / Dime, Señor: / si estás trinando / ¿estás cantando? / ¿O estás llorando? / ¿O estás gritando / de dolor?». Para acabar afirmando, solemne: «A Dios le duele el hombre. / Le duele al hombre, Dios. / Doliéndole a los dos / lo que no tiene nombre».Ya en 1937 había escrito sus Tres sonetos a Cristo crucificado ante el mar, alabados por A. Machado y Unamuno, que —soportando sus «dudas existenciales»— nos dejó su impresionante El Cristo de Velázquez.

También Miguel Hernández (1910 -1942) es poeta cristiano y trinitario.

Desde aquellos finos versos («¡Oh Pentecostés / de lenguas de fuego! / ¿Pregunto?... Respondes / mi Dios, en silencio'>) hasta muchos versos de su Auto sacramental: «Quien te ha visto y quien te ve». Espigamos, al azar: El Hombre-Niño pregunta a su padre, el Esposo: «Padre, padre ¿y me dirás / quién es Dios y de qué modo?» Responde él: «Es el único acomodo / que hallarás, bueno y sencillo, / al fin; el Perfecto Anillo, / el Sin-Por- Qués y el Por-Todo. /Y no quieras más saber...» Más tarde, la Voz de la Verdad desvelará al Hombre la revelación de Cristo crucificado, manifestación de Dios-Amor:

«Cuatro puntos cardinales / su cuerpo en cruz manifiesta: / el Oeste con la zurda, / el Este con la derecha, / el polo Sur con el pie, / y el Norte con la cabeza. / Y se quedan sus heridas, / bodas de Amor y de pena, / como mujeres del campo, / todas con la boca abierta».

Luego el Hombre, arrepentido y buscando a su Dios, siempre misterioso, suplica ardientemente: «Día de la Ascensión /fue mi desgracia, Padre. /Te subiste a las altas / y me bajé a la carne (...). / En cruz al mediodía / todos los olivares / manifestaron su hoja / cristiana hasta bien tarde. / ¡Todo estaba de gracia!» Finalmente, todo huele a eucaristía: «¡Qué olor a Dios / echa el trigo! (...) Para mi corta razón / debe andar enamorado, /porque anda un poco inclinado / del lado del corazón. / A mí se me representa, / Señor del vino y la mies; /y señor es todo el que lo es, / no todo el que lo aparenta». En la procesión del Corpus, los trigales son puro símbolo del sacramento:

«Y meneará con pesar / su alta cabeza la mies, / de ver que harina aún no es / que a Dios lleva en su lugar».

Otros poetas españoles se acercaron así mismo al misterio trinitario: José María Pemán (1898-1981), que, aludiendo al alma y el cuerpo, exclama: «Tu hermano y compañero te depara / para cantar al Dios tres veces santo, /cinco rosas abiertas para el ara / y cinco liras, Alma, para el canto»; Gerardo Diego (1896-1987): «Es a ti, sólo a ti, Dios que te exhalas, / que te regalas en centellas rojas...» y la multitud de sus Versos divinos (»'Yo soy'. El Ser se es. Se nombra el Nombre. / El Padre y el Espíritu consisten. / Oh, más allá del eco lejanía». Y el francés Pierre Emmanuel (1916-1984), a quien conocí en París, y cuya obra poética está centrada en el misterio mismo del Dios vivo: Tú, Evangéliaire, Sophia, Le grand oeuvre..., son grandes libros de inspiración cristiana y trinitaria. En Sophia consagra un denso y largo poema a glosar el Credo entero: «Cuando el Eterno Se respira en Sí-mismo, penetrándose de su aliento ígneo, / cuando el Pensamiento se refleja en su abismo...» Y María con su sí «sella la Palabra como un tabernáculo sobre el secreto de la Trinidaa5>.


II. Conclusión

Este recorrido, haciendo calas en la hondura y extensión de la poesía y el drama occidentales, nos ha manifestado claramente que el misterio de la Trinidad está presente en la palabra poética, desde el medievo hasta nuestros días, en obras cumbres de la literatura. Existe, pues, una literatura trinitaria, con base en la fe profesada por los poetas, que aportan —con su Inspiración— visiones complementarias de las meramente teológicas. Desde la proclamación escueta de la palabra, en su enunciado mistérico, hasta la adoración, hay toda una gama de posturas. Los poetas, según su compromiso cristiano, y su capacidad creadora personal, se adentran en el océano de la inmensidad divina y pretenden llegar hasta la misma vida íntima y trinitaria de Dios. En el mismo ser humano desvelan su adorable presencia. Desde la introspección más honda, hasta la sencilla canción alelúyica, cada poeta nos ofrece su trémula palabra sobre el Verbo; su afirmación filial del Padre, y su inmersión en el fuego ardiente del Espíritu, que, a veces, es océano materno y acogedor de la Vida. Desde el símbolo, o la metáfora, e incluso desde el concepto desnudo y cristalino, aparece ante nuestra mirada el misterio en su más auténtica expresión.

La poesía no es hojarasca de relleno, o adorno superpuesto: es la palabra originaria, la protopalabra, que se acerca, acaso más que ninguna, hasta el solio sacrosanto, donde sólo el Amor puede tener acceso. Cuando existe experiencia mística —caso de san Juan de la Cruz y otros— potenciando la poética, entonces todo adquiere sus perfiles más nítidos y sólo el desnudo símbolo tiene la palabra sobre la Trinidad. Pero también en los demás casos hay autenticidad y desvelamiento de la verdad, siempre en palabra balbuciente. Los poetas, desde otro ángulo distinto del de los teólogos, son transmisores del misterio trinitario.

[-> Amor;; Creación; Cruz; Doxología; Espíritu Santo; Fe; Gracia; Hijo; Jesucristo, María; Misterio; Mística; Padre; Politeísmo; Teología; Trinidad.]

Luis Vázquez