ESPERANZA
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SUMARIO: I. En la Escritura: 1. En el AT; 2. En el NT. — II. La esperanza del reino y la Trinidad. — III. La esperanza como apertura del hombre al misterio trinitario.


I. La esperanza en la Escritura

La esperanza es una dimensión fundamental de la religión. Sin esperanza no hay religión. De aquí que se pueda rastrear en todas las religiones las diversas formas que adopta la esperanza. La esperanza cristiana tiene una peculiariedad propia: es el esperar y lo esperado que surge de la fe en el Cristo crucificado y resucitado. «El es nuestra esperanza» (Col 1, 27).

Pero Jesucristo, la raíz y fundamento de nuestra esperanza, está inserto en una tradición y cultura, en un pueblo. Para comprender la esperanza cristiana hay que situarse en este contexto. Sólo así se nos desvelará el alcance y novedad de la esperanza que aguardamos en el Resucitado.

1. LA ESPERANZA EN EL AT. La esperanza sitúa al hombre ante un horizonte de posibilidades. La amplitud y profundidad de este horizonte se le descubre al hombre veterotestamentario en su encuentro con Dios. La esperanza nace de la experiencia de Dios. En esta interrelación Dios-hombre se le desvela al hombre lo que es él mismo, lo que puede llegar a ser, las posibilidades con las que cuenta y que Dios le asegura, en suma, lo que puede esperar del amor de Dios. La esperanza, por tanto, lleva consigo la pasión que brota de la relación y abre a unas posibilidades que se configuran sobre el horizonte del porvenir.

El AT conoce diversas tradiciones donde han ido tomando forma diferentes imágenes y conceptos para expresar la experiencia de las posibilidades a las que abre la experiencia de Dios.

Se puede resumir la experiencia fundamental de Israel, a través de las formulaciones más predominantes en esta cultura, como un considerar la propia existencia de pueblo como un caminar hacia situaciones nuevas bajo las promesas, la alianza y la conducción de Dios. Promesa, alianza, confianza, liberación, novedad, camino, éxodo, serán conceptos vinculados estrechamente a las esperanzas que suscita el Dios de Israel.

De esta forma el pueblo de Israel vivirá de esperanza en esperanza. Sus intérpretes concebirán los inicios de Israel sobre el transfondo de los contenidos de la esperanza en forma de promesas: promesa de la descendencia a Abrahán (Gén 13, 16), de la nación (Gén 12,2), de la tierra (Gén 12, 7) para entrar en el núcleo de experiencias religiosas decisivas de la liberación de Egipto (Ex 3,7s.). Aquí de nuevo las nociones de promesa y alianza son centrales para expresar los objetivos de la esperanza (Ex 19). Posteriormente la esperanza se relacionará con las promesas davídicas leídas como promesas mesianicas (1 Sam 13-14; 16, 7;,1 Re 11,4). Los profetas enriquecerán la manera de vivir y entender la esperanza en Israel. Subrayarán la misericordia de Yahvé, su fidelidad y nueva alianza (Jer 31, 31s.) a pesar de los fallos del pueblo y la universalidad de esta bondad divina a través de Israel. En tiempos de Jesús predominará un lenguaje apocalíptico, que insiste sobre la inminencia y las señales del cumplimiento de las esperanzas de Israel. La «llegada del reino de Dios» será una forma de expresar estas esperanzas. Jesús mismo adoptará este lenguaje aunque dándole un sesgo propio.

2. LA ESPERANZA EN EL NT. La categoría central de las expectativas y esperanzas en tiempo de Jesús era la de reino de Dios. Pero los contenidos eran diversos según los proclamadores: reino de la ley perfectamente cumplida (fariseos), reino de los puros y espirituales (esenios), reino nacional del Israel libre de la dominación romana (zelotes), reino del culto y del templo (sacerdotes). Jesús predicará un reino de Dios que es «buena noticia» (Mc 1, 14s.) porque Dios está con el hombre: rechaza la ruptura apocalíptica tajante entre «buenos» y «malos». Las parábolas recalcan la mezcla y la misericordia de Dios para con todos. Jesús se resiste a regionalizar el reino de Dios: está presente ya en este mundo (Lc 11, 20; Mt 12, 28), pero no se identifica con nada, tiene carácter futuro, «escatológico» (Lc 11, 2; Mt 6, 10; Lc 10, 9; Mt 10, 7; Mc 1, 15). No funciona con la lógica del poder y la fuerza de los reinos de este mundo (Mc 4, 6-19; 4,30-32 y par.); los pequeños y sencillos, los pobres, tienen un puesto privilegiado en él (Mc 10,14-15 y par.). La esperanza por tanto, es una dimensión necesaria del reino de Dios. Quien no tiene esperanza no comprende lo que es el reino de Dios. Pero las palabras, acciones y rechazos de Jesús dan a entender que no cualquier esperanza es cristiana, sino la que tiene como criterio a los pobres.

El reino de Dios en cuanto realidad que expresaba las esperanzas de Jesús, adquirió todavía mayor claridad tras su muerte y resurrección. La experiencia de los primeros cristianos han transmitido las esperanzas nacidas en estas circunstancias pascuales, ejemplares y fundamentales para nosotros. Jesucristo pasa a ser el fundamento de nuestra esperanza. En su Futuro está el nuestro y El nos abre a unas posibilidades desconocidas e inimaginables hasta ahora.


II. La esperanza del reino y la Trinidad

El Dios de la esperanza y de las promesas de la tradición bíblica es un Dios de camino, de éxodo, abre un futuro nuevo al hombre, cuya verdad es experimentada en la historia. En Jesucristo muerto y resucitado, este Dios se manifiesta como la Vida, ya que la resurrección de Jesús supone la negación de la muerte (1 Cor 15, 26). Esperanza indica todo lo que es contra-esperanza y negación del reino. Este Dios que «resucita a los muertos y hace ser a lo que no es» (Rm 4,17) rompe la desesperanza atada a las experiencias de dolor, injusticia, opresión y muerte. En su oposición manifiesta los valores del reino y donde se sitúa el antirreino. Expresa también cúal es el horizonte del Dios de la esperanza y dónde se debe situar la realización activa de la esperanza: pasará necesariamente por crear condiciones de vida para el hombre, especialmente para el que vive las situaciones de «muerte», el pobre. Que la esperanza cristiana, pasa por las esperanzas de los pobres y por crear esperanza para los pobres de este mundo, es la consecuencia de historizar mínimamente la noción de esperanza del reino.

En la resurrección de Jesús se revela también la hondura abismática, misteriosa, a que abre la esperanza cristiana: el poder fiel y amoroso del Padre y la fuerza vivificadora del Espíritu. Dios deja de ser concebido como soledad misteriosa, para mostrarse como familia, comunión de tres personas eternas. El Futuro de Jesús nos desvela una posibilidad inimaginable: participar un día de esa vida comunitaria del Dios trino. Más aún, ante este descubrimiento, la esperanza cristiana muestra la lógica que preside la historia y la creación entera: realizar esa llamada latente a la comunión con la Trinidad. La esperanza apunta hacia dentro de la definitividad del misterio de Dios. Esta es la gran novedad, el futuro prometido al hombre, la latencia más honda que circula clamando a través de toda la creación y de toda criatura (Rm 8, 19s.). Y desde este horizonte último de la esperanza el creyente dinamiza sus energías a fin de construir comunidad, solidaridad, fraternidad. De nuevo la más elemental historización de esta esperanza moviliza al creyente contra todo lo que se oponga a una vida humana comunitaria solidaria. Sus destinatarios primeros no pueden ser otros que aquellos que sufren más las consecuencias de la insolidaridad: los oprimidos, dolientes y pobres

Si la esperanza es el sostén y movilizador hacia adelante de la fe, no tiene nada de extraño que la esperanza cristiana y la esperanza implícita pero actuante en toda realidad, pugne por hacerse carne histórica y genere continuamente utopías. El hombre se desvela un ser utópico, inconformista con el presente, por llevar la marca de un ser esperanzado.

El carácter escatológico de la esperanza cristiana puede actuar como un elemento discriminador de las buenas y malas esperanzas, de las esperanzas humanizantes y de las esperanzas locas. Actuará con su reserva permanente frente a todo intento de rebajar la esperanza a los límites de las construcciones históricas humanas. Introducirá en toda realización humana una inquietud, el aguijón del recuerdo de la comunión a la que aspira, que reducirá siempre a provisional y penúltimo todo proyecto y utopía. Desde este punto de vista la auténtica esperanza cristiana lleva consigo una revolución permanente contra la realidad inhumana. Es una manifestación del Espíritu que no descanza hasta llevar la realidad toda al seno trinitario. Una tal esperanza es un antídoto frente a las malas esperanzas: frente a las ideologías de la esperanza que tienden a cristalizar y resignarse en los logros parciales, o provocan locuras terroristas o totalitarias al desesperar de su realización. Combate tanto la presunción de la realización y las legitimaciones del status quo, como la carencia de perseverancia y firmeza de los espíritus pusilánimes y resignados a lo dado. La esperanza sabe del gozo del Futuro que se le promete, pero vive en la tensión entre ese «Novum ultimum» de la comunidad trinitaria y las contra-esperanzas del presente. Siempre fiel a la tierra y a los condenados de este mundo en razón del futuro trinitario que se le ha prometido en la resurrección de Jesucristo. Sabe en la luchas en pro de la justicia y la solidaridad del presente que ahí mismo participa en la tarea de la Trinidad.


III. La esperanza como apertura del hombre al misterio trinitario

La experiencia religiosa cristiana está grávida de una esperanza que señala unas posibilidades para el hombre y la realidad toda.

La realidad entera se desvela abrazada por el dinamismo trinitario. La imagen paulina de una creación expectante es perfectamente adecuada para evocar el fondo último de las aspiraciones que recorren a la creación. Hay como una latencia que abre lo creado hacia un horizonte de profundidad acogedora y amorosa que muchos espíritus sensibles de hoy y ayer han captado en la cuasi inagotable riqueza de la creación, aún cuando lo hayan expresado de modos muy diversos y hasta contradictorios. Y estas expectativas adquieren una oscura lucidez en la reflexividad humana. El hombre, en su fragilidad, descubre una inquietud permanente hacia algo que sobrepasa toda realización y posesión. Una experiencia de apertura que se hace «apasionamiento por lo posible» (Kierkegaard). El ser humano se manifiesta así incurablemente utópico; extendido hacia lo que le sobrepasa absolutamente, nostálgico de algo totalmente otro (Horkheimer). Esta pasión se puede juzgar inútil (Sartre), pero también orientación fundamental del ser humano que no puede ser frustrada (Kant).

El creyente descubre en este dinamismo la confirmación de la presencia del Absoluto amoroso trinitario que aún no hemos llegado a participar, aunque ya haya venido a nosotros y el Espíritu del Resucitado dé testimonio continuo por toda la realidad. La esperanza desvela así el misterio que anida en el fondo del ser humano y de la realidad misma: la comunidad trinitaria. Y la espiritualidad y realización humanas plenas se descubren entrega práctica a esta esperanza: donación existencial a la tarea de la Trinidad de llevar a este mundo de injusticia e insolidaridad a la comunidad perfecta.

[—> Apocalíptica; Comunión; Creación; Espíritu Santo; Experiencia; Fe; Historia; Jesucristo; Liberación; Misterio; Padre; Pascua; Pobres, Dios de los; Reino de Dios; Trinidad.]

José María Mardones