CONFIRMACIÓN
DC


SUMARIO: I. Iluminación bíblica: 1. Misión del Espíritu; 2. Imposición de manos; 3. Crismación; 4. "'Sello" del Espíritu.—II. Teología de la confirmación.—III. Celebración.


Al exponer en este artículo algunos aspectos del sacramento de la confirmación, no olvidamos su estrecha vinculación con el bautismo ni su dinamismo interno hacia la eucaristía. Esta intercomunión de los sacramentos de la iniciación es el horizonte en que debe situarse la explicación de cada uno de ellos, puesto que la vinculación de la c. "con el bautismo y con la eucaristía subraya la unidad de la iniciación sacramental que se ha de entender como un todo"'.


I. Iluminación bíblica

Si los sacramentos son sacramentos de la nueva alianza tienen que fundarse en Cristo. Ciertamente, no se puede buscar para cada sacramento una palabra institucional de Jesús, pero —si no son un invento de la Iglesia— todos ellos tendrán que remitirse a Cristo como a su principio y raíz. Esto vale de una manera particular para la confirmación. Es doctrina oficial de la Iglesia que la c. es uno de los siete sacramentos de la nueva alianza (DS 1310. 1317. 1628. 3444); oficial es también la doctrina de su institución por Cristo (DS 1601); luego el sacramento de la confirmación, como segundo sacramento (DS 1317), encuentra su fundamento y razón de ser en el misterio y obra redentora de Cristo.

Que en el NT no hay datos claros y definitivos para 'localizar' el sacramento de la c. como signo sacramental independiente, es algo en lo que parecen coincidir la mayoría de los autores posconciliares que han estudiado esta cuestión. Porque si el asunto hubiera estado claro desde el principio, la historia de la c. no hubiera sido tan accidentada3. Los datos que aporta el NT para la fundamentación de la c. como sacramento de la nueva alianza, son los siguientes:


1. MISIÓN DEL ESPÍRITU. A la realización plena de la obra de la salvación pertenece, en primer lugar, la misión del Espíritu Santo como don escatológico de Cristo resucitado. El mismo Espíritu por el cual fue concebido Jesús (cf. Mt 1,18.20; Lc 1,35), que descendió visiblemente sobre él con ocasión del bautismo (cf. Mc 1,10; Mt 3,16; Lc 3,22; Jn 1,32s) y que interiormente le impulsaba en el cumplimiento de su misión mesiánica (cf. Mc 1,12; Mt 4,1; Lc 4,1.14.18); el mismo Espíritu en virtud del cual "se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios" (Heb 9,14) y que actuó en su resurrección (cf. Rom 8,11), es el que desciende sobre los apóstoles como fruto de la partida de Cristo, en el día de pentecostés (cf. He 1,5; 2,lss). Es el Espíritu de Cristo el que suscita a la Iglesia, transforma a los discípulos, los impulsa y dirige en su misión apostólica. El Espíritu "'confirma" a los discípulos, es decir, hace de aquel pequeño grupo de pescadores — ignorantes y apocados— los testigos del Resucitado. Desde esta perspectiva, la obra de Cristo se cumple con la misión del Espíritu. El será el que dé a conocer a Cristo, el que ilumine el sentido de sus palabras y mantenga viva su memoria (cf. Jn 14,26; 16,13). Su misión en la Iglesia está referida a Cristo, para dar pleno cumplimiento a su obra de salvación en la historia hasta su consumación final. Por eso, si el bautismo nos incorpora a la muerte y resurrección de Cristo (cf. Rom 6,4), forzosamente tendrá que incorporarnos a su pleno cumplimiento en pentecostés. El bautismo nos introduce en el misterio de Cristo por el don de su Espíritu. Pero este don tiene tal relevancia que el bautismo en el Espíritu (cf. He 1,5; Mt 3,11p), que para los apóstoles se cumple en pentecostés, habrá de terminar configuráindose como un verdadero y propio sacramento.

2. IMPOSICIÓN DE MANOS. Las razones del despliegue del bautismo hacia la confirmación están en la misma plenitud del don del Espíritu. Pero también hay pistas en el NT que apoyen esta evolución. La tradición, a partir de San Cipriano, suele aducir dos pasajes de los Hechos de los Apóstoles' en que se comunica el Espíritu por la imposición de manos (8,14-17; 19,1-7).

Hoy la exégesis no considera generalmente tales textos en referencia directa a la confirmación, sino a la Iglesia; no les concede relevancia sacramentológica, sino eclesiológica: por la imposición de las manos aquel grupo de bautizados son recibidos en la Iglesia apostólica, y el signo de esta plena recepción es la comunicación del don del Espíritu. Sin embargo, aun suponiendo y aceptando que esta exégesis sea correcta, no tenemos por qué rechazar de plano la interpretación que de estos pasajes hicieron tempranamente los Padres en relación con la confirmación, sobre todo si mantenemos la peculiaridad de la acción del Espíritu en la Iglesia, que es lo que celebra este sacramento. Que en los pasajes citados se da una comunicación del Espíritu independiente del bautismo no puede ponerse en duda; que esta comunicación se da por mediación de la Iglesia apostólica tampoco; que de estos datos pueda fundarse un sacramento para la comunicación del Espíritu, diferente de la que se da en el bautismo, es algo sobre lo que se dan pareceres encontrados: la tradición y los textos oficiales apelan a ellos en relación a la c., mientras la exégesis reciente descarta la referencia sacramental de los mismos.

3. CRISMACIÓN. Otro concepto neotestamentario que jugará un papel decisivo para la evolución de los ritos bautismales hacia la confirmación es la "crismación", de tal manera que andando el tiempo este rito sustituirá en la mayor parte de las liturgias al de la imposición de manos (DS 1318), y será entendido como la sustancia de la confirmación. El rito de crismar o ungir es conocido en el AT: se unge a los reyes, a los sacerdotes, a los profetas como signo de la misión que se les encomienda; así son equipados con un don especial para la realización de una determinada misión. El mismo Jesús aparece como el ungido por el Espíritu Santo conforme a la profecía mesiánica de Isaías: "Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvéh"(Is 11,1-2). Jesús, en la sinagoga de Nazaret, se declara públicamente como el ungido con el Espíritu refiriendo a sí mismo las palabras del profeta (cf. Lc 4,18ss; Is 61,1-2). Pedro interpreta la vida de Jesús desde el descenso del Espíritu sobre él con ocasión del bautismo: entonces Dios lo ungió con el Espíritu Santo y con poder"(He 10,38), unción que más tarde será experimentada también por los discípulos (cf. 2 Cor 1, 21s; 1 Jn 2, 20.27). Ciertamente, en el NT esta unción no es todavía ritual, sino mistérica, es decir, se trata de un lenguaje referencial, explica lo que sucede a los bautizados en Cristo. Pero como al fondo está la unción del Espíritu (cf. 1 Jn 2,20.27), no extrañará que andando el tiempo esta unción espiritual fuese adquiriendo espesor ritual hasta lograr un peso propio y una relevancia particular en relación a la comunicación del Espíritu.

4. SELLO DEL ESPÍRITU. Finalmente, el NT ofrece otro concepto que influirá en la comprensión de la confirmación como sacramento independiente del bautismo: se trata de la noción de 'sfragis' o 'sello'(2 Cor 1,21s; Ef 1,13s; 4,30). Todo el ritual de la iniciación, como lo conocemos por los más antiguos testimonios, termina con el 'sello' del obispo que es como la certificación de la Iglesia al final del camino de la iniciación: aquel que ha recibido el bautismo es sellado con el Espíritu y así puede ya acceder plenamente a la eucaristía. El signo de pertenencia a Cristo que acontece en el bautismo, es el sello del Espíritu reservado al obispo. Si en los Hechos, los apóstoles daban el Espíritu, con el correr del tiempo serán los obispos en cuanto sucesores de los apóstoles, los que se reservarán el rito de la comunicación del Espíritu en el sacramento (DS 215) que, a partir de los siglos IV y V, se llamará de la confirmación. La autonomía que los ritos posbautismales van adquiriendo poco a poco, la profundización en la teología del Espíritu Santo impulsada por las controversias pneumatológicas y la reserva de la unción con el crisma al obispo dará lugar, sobre todo en Occidente con la propagación de la fe en el ámbito rural y la generalización del bautismo de los niños, a la configuración de la c. como sacramento independiente y separado del bautismo.

Ciertamente, los datos aportados por el NT para fundamentar la confirmación como sacramento independiente son escasos y no unívocos; por eso no se puede descargar todo el peso de la argumentación sobre ellos. Es la acción del Espíritu en la Iglesia, es la experiencia de su presencia y de su guía, la que irá encaminando los ritos bautismales que unen a Cristo muerto y resucitado, hacia un signo que introduzca al bautizado en el misterio de pentecostés. Y de este modo, así como pentecostés aparece como culminación de la pascua, como su perfección última, así también la c. será entendida como plenitud del bautismo'°.


II. Teología de la confirmación

La conclusión del párrafo anterior ya nos encamina a la comprensión teológica de la confirmación. Todos los sacramentos están interrelacionados y mutuamente referidos, puesto que todos traducen, cada uno a su modo y según su signo, la riqueza insondable que es Cristo (cf. Ef 3,8), la cual se despliega en el misterio de la Iglesia como lugar y presencia del Espíritu. Decir, por tanto, que la c. completa al bautismo no puede significar deficiencia alguna en el bautismo o en la c., porque el punto de referencia de esta relación es el que va de pascua a pentecostés. En el esquema de alianza que caracteriza la historia de la salvación, cada acontecimiento es un punto de apoyo para el siguiente y entre todos se teje la única historia salvífica. Pues el bautismo,siendo el principio de la salvación, no es toda la salvación. En él se nos da el perdón de los pecados, la gracia de la filiación, del don del Espíritu, pero ahí no termina la historia para el que acaba de recibir el bautismo, sino que empieza". Por eso la c. es el signo de la pascua completada con el don del Espíritu. Desde este planteamiento, la c. debe ser entendida como el sacramento del don del Espíritu (DS 1319), puesto que, "según la fe católica, el sacramento de la c. es la acción litúrgica simbólica que transmite sensiblemente el Espíritu divino'"'; es la celebración sacramental del don del Espíritu, de tal modo que cualquiera que sean los ritos y fórmulas con que se celebra en las distintas liturgias, este sacramento "siempre está definido por su relación al Espíritu Santo. "[Aquí se funda] la unidad del sacramento a pesar de las diferencias de vocabulario y la diversidad de ritos". Su entronque en la historia de la salvación es el acontecimiento de pentecostés y desde aquí ha de explicarse todo lo que él significa en relación con la Iglesia. Por la c., el cristiano experimenta la gracia de pentecostés, la misión del Espíritu, para hacer de él un discípulo adulto, capacitándolo para el testimonio valiente y veraz de Cristo (DS 1319; LG 11; AA 3). El sacramento de la c. está en relación con la misión: la misión del Espíritu prolonga la de Cristo y hace que la misión apostólica encargada por Jesús alcance su objetivo. Por eso la confirmación inserta al cristiano en la misión de la Iglesia; no sólo se recibe el Espíritu para el aprovechamiento personal, sino para la realización de la misión eclesial que a todo cristiano corresponde según su vocación propia. Ser crismados o ungidos con el Espíritu es ser cristianos en plenitud para el cumplimiento de una misión, la misma que Cristo, el ungido, confió a su Iglesia: ser 'sacramento universal de salvación' (LG 48), para que la gracia de la redención, que brota del misterio pascual, alcance a todos los hombres de todos los tiempos. Es cierto que el Espíritu actúa en todos los sacramentos para hacer de ellos signos de la salvación de Cristo, pero en la c. su acción es totalmente singular, pues en este sacramento se pone de manifiesto la peculiaridad propia de la tercera persona divina y su propia intervención en la historia de la salvación. En el misterio insondable de la Trinidad, el Espíritu es el vínculo de amor y de unidad entre el Padre y el Hijo; es la persona-don, es la comunión personal del Padre y del Hijo. Esta peculiaridad propia de la tercera persona divina se pone de relieve en aquel sacramento que es acontecimiento suyo, la confirmación: por ella, el cristiano es configurado a Cristo (cf. AG 36), pues el Espíritu es enviado para hacer de los discípulos viva representación de Cristo; por la c., el bautizado está llamado a ser y hacer Iglesia mediante la participación personal y activa en su misión salvífica. La obra del Espíritu es la edificación de la Iglesia de Cristo; esto es pentecostés. Y es precisamente a través de la c. como el Espíritu sigue actualizando aquella primera intervención salvífica que está en el origen de la Iglesia. El sacramento del don del Espíritu no es un mero complemento del bautismo, sino la celebración del memorial de su intervención en pentecostés; tiene, pues, que ver con la plenificación del misterio pascual que se inicia en el bautismo, y con la edificación de la Iglesia mediante la perfecta incorporación a ella como discípulos activos y responsables.


III. Celebración

La renovación del ritual de la confirmación ha puesto de relieve su peculiaridad como sacramento del don del Espíritu. Según dispuso Pablo VI en la Constitución Apostólica "Divinae consortium naturae" (15-8-1971), en la Iglesia latina este sacramento se imparte con las palabras: "ACCIPE SIGNACULUM DONI SPIRITUS SANCTI", que ha sido traducido en el ritual castellano de la siguiente forma: "RECIBE POR ESTA SEÑAL EL DON DEL ESPIRITU SANTO". El gesto ritual que acompaña las palabras es "la unción del crisma en la frente, que se hace con la imposición de la mano". En la misma celebración de este sacramento resuenan los ecos bíblicos que marcaron su configuración: la imposición de manos, el crisma y el sello. Lo que en el Nuevo Testamento evoca la comunicación del Espíritu entra en la administración de este sacramento. Así, "por la imposición de manos [...] se actualiza el gesto bíblico, con el que se invoca el don del Espíritu Santo"(Ritual, 9), y "en la unción del crisma y en las palabras que la acompañan se significa claramente el efecto del don del Espíritu Santo"(ib.). Por eso se optó por abandonar la vieja fórmula usada en la Iglesia latina desde el siglo XII (" Yo te signo con el signo de la cruz y te confirmo con el crisma de la salvación; en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo), demasiado genérica en relación a la especificidad pneumatológica de este sacramento, para adoptar una más cercana al NT y que procede de la tradición bizantina del siglo V''.

La celebración de la c. tiene un doble carácter cristológico y pneumatológico, pues por este sacramento el bautizado es confirmado con la señal indeleble de Cristo (carácter sacramental) y recibe el don del Espíritu "que le configura más perfectamente con Cristo y le confiere la gracia de derramar 'el buen olor' [de Cristo: cf. 2 Cor 2,14-27] entre los hombres"(Ritual, 9). El Espíritu actúa en la confirmación haciendo de nosotros "imagen perfecta de Jesucristo"(Ritual, 31). La dimensión cristológica de este sacramento del Espíritu aparece notablemente subrayada en la misma crismación: la señal de la cruz con el santo crisma sobre la frente del confirmando quiere "significar que son propiedad del Señor"; más aún, "ser crismado es lo mismo que ser Cristo, ser mesías, ser ungido. Y ser Mesías y Cristo comporta la misma misión que el Señor"(Ritual, 33). Por la c., el bautizado se une más estrechamente y participa más plenamente de la misión de Cristo sacerdote, profeta y rey. Así, pues, el don del Espíritu que comunica este sacramento, es para hacer del confirmando otro Cristo, pues "el que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece Rm 8,9).

La celebración de la c. tiene su lugar más adecuado dentro de la misa "para que se manifieste más claramente la fundamental conexión de este sacramento con toda la iniciación cristiana, que alcanza su culmen en la comunióndel Cuerpo y de la Sangre de Cristo" (Ritual, 13). La vinculación de este sacramento del Espíritu con el bautismo se hace de manera solemne cuando, antes de proceder al rito de la confirmación los candidatos renuevan la fe y las promesas bautismales como ordenó el Vaticano II (SC 71). La fe que los padres y padrinos profesaron por ellos y los compromisos que adquirieron ante la Iglesia cuando presentaron al niño para ser bautizado, ahora es el propio candidato a la confirmación quien los asume de manera consciente, personal y libre. Se da, pues, una actualización del bautismo, no una mera ratificación como si el primer sacramento fuera una cosa provisional hasta tanto el que fue bautizado de niño no lo ratifique en la confirmación". Semejante planteamiento haría depender la gracia del sacramento de la iniciativa del individuo invirtiendo así el orden salvífico de la gracia que siempre nos precede [antecedit], nos acompaña [comitatur] y nos sigue [subsequitur] (cf. DS 1546). Tanto las oraciones como las moniciones que enmarcan las distintas partes de la celebración de este sacramento destacan la petición que hace la Iglesia para que Dios Padre envíe el Espíritu Santo sobre los que van a ser confirmados. En la solemne oración que precede a la colación del sacramento esta invocación está llena de referencias al bautismo: el obispo pide el don del Espíritu para "estos hijos de adopción que renacieron ya a la vida eterna en el bautismo"(Ritual, 31), para aquellos que "regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo"(Ritual, 32; y en otros muchos lugares a lo largo de la celebración). El bautismo nos hace hijos de Dios por el don del Espíritu del Hijo; ¿qué don pide ahora la Iglesia para estos hijos? Es "el Espíritu Santo como un don personal"(Ritual, 30), es el Espíritu septiforme que nos configura con el Mesías y nos asocia y habilita para su misma misión mesiánica: "llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad, y cólmalos del espíritu de tu santo temor"(Ritual, 32). Por el bautismo fuimos librados del pecado y recibimos la adopción filial; por la confirmación recibimos el don personal del Espíritu, él mismo viene a nosotros como lo que es, como persona-don.

La vinculación más estrecha y comprometida con la Iglesia que se significa en este sacramento (LG 11) está asegurada por el obispo como ministro 'originario'(LG 26) de la c. en la tradición occidental. Desde muy temprano, los obispos reclamaron para sí el signo ritual de la comunicación del Espíritu y, por tanto, el ser ellos los ministros ordinarios de la confirmación, apoyándose en el acontecimiento de pentecostés y en los textos de la imposición de manos por los apóstoles. En su calidad de sucesores de los apóstoles, "los obispos [...] transmiten desde entonces el Espíritu Santo como un don personal por medio del sacramento de la confirmación"(Ritual, 30; cf. 37). Además, la presencia del obispo, en cuanto pastor de la iglesia local, hace visible la vinculación-incorporación a la Iglesia que la confirmación expresa. Como los apóstoles en los relatos de los Hechos, es el obispo el que da el Espíritu y así los bautizados entran a formar parte de la Iglesia "como piedras vivas" (Ritual,30). La figura del obispo como ministro originario de la confirmación contribuye a destacar el valor simbólico del don del Espíritu que nos vincula más estrechamente a la Iglesia para continuar la misión que Cristo le confió. El don del Espíritu a la Iglesia en pentecostés se renueva y se actualiza constantemente en la c.; este sacramento es el memorial de aquel acontecimiento salvífico que hizo de los discípulos la Iglesia del Señor edificada sobre la mesa del pan y del vino de nuestra salvación. Así, el memorial del Espíritu en la c. abre el camino al memorial del Señor que celebramos en la eucaristía.

[ ---> Bautismo; Espíritu Santo; Eucaristía; Iglesia; Jesucristo; Liturgia; Pascua; Pentecostés.]

José María de Miguel