BAUTISMO
DC


SUMARIO: I. Iluminación bíblica.—II. Cuestiones particulares.—III. Celebración.—IV. Conclusión.


El b. es el sacramento primero y principal que nos introduce en el misterio y vida de Dios. Pero cuando, desde la predicación de Jesús, hablamos de Dios nos estamos refiriendo al misterio de Dios tal como él nos lo reveló: Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, su único Hijo, que se nos comunica en el Espíritu Santo. Entrar en el misterio y vida del Dios único por la puerta del b. es penetrar en el abismo del amor de la Trinidad santa y eterna. Esto es lo que se indica en las mismas palabras del signo sacramental: somos bautizados "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo"(Mt 28,19). Como el b. es raíz y fuente de la vida cristiana, ha sido siempre un tema principal de la reflexión teológica, ya desde los lejanos tiempos de Tertuliano'. En el presente artículo, y siguiendo la orientación fundamental de este Diccionario, intentaré sobre todo poner de relieve la dimensión trinitaria del b. que, como en ningún otro sacramento, configura este signo del agua y del Espíritu.


I. Iluminación bíblica

a) El b. por agua y el nacimiento de la Iglesia están íntimamente unidos. Así, al terminar Pedro el discurso de pentecostés, le dijeron los oyentes: "¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: 'Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo [...]. Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas" (He 2,37-38.41). La conversión que exige el apóstol lleva consigo la acogida creyente de la palabra, a la que sigue el bautismo que confiere el don del Espíritu y es el signo de la agregación a la Iglesia: éste es el itenerario que recorre la misión apostólica a partir de pentecostés. Ahora bien, si la constitución de la Iglesia está vinculada al signo sacramental del agua y del Espíritu, no parece sensato cuestionarse su institucionalización por parte de Jesús. De no contar con un mandato expreso de Jesús, sería dificil explicar la exigencia del b. como signo de conversión que confiere el Espíritu y da acceso a la comunidad de los discípulos desde el mismo día en que ésta, la Iglesia naciente, aparece públicamente ante gentes de todo el mundo conocido (cf. He 2,9-11). Con esto no se quiere decir que el signo del agua fuera una 'originalidad' de Jesús. Como sucede con muchos de los signos cristianos, éstos hunden sus raíces en la tradición del AT. Jesús, y después de él la Iglesia primitiva, no hace tabla rasa de la historia de la salvación, sino que se inserta en ella para llevarla a su plenitud (cf. Mt 5,17). El signo del agua como signo de purificación y de vida atraviesa el AT hasta alcanzar una significación nueva en el b. de Juan. No cabe duda de que el antecedente inmediato del b. cristiano está en el de Juan, no sólo por las connotaciones particulares de este b. en relación a la conversión, sino sobre todo por el hecho insólito de que Jesús se sometió a él. Que el arranque de la misión mesiánica de Jesús esté ligado a su b. en el Jordán, no puede ser considerado como una circunstancia indiferente en relación con el comienzo de la misión apostólica de la Iglesia en pentecostés, que también acontece bajo el signo del bautismo. Que además en el b. de Jesús se dé la primera teofanía trinitaria, tampoco puede ser ajena a la fórmula litúrgica con que muy pronto se impartió el b. cristiano.

b) Ciertamente, el b. de agua existía antes de Jesús, pero con su propio b. y en la práctica de la Iglesia primitiva recibió un nuevo significado. Toda la novedad del b. cristiano está en el nombre de quien se imparte: los que eran agregados a la Iglesia eran bautizados en el nombre del Señor Jesús, de Cristo, del Señor (cf. He 2,38; 8,16; 10,48; 19,5; 1 Cor 6,11; Rom 6,3; Gál 3,27). Jesús aparece como el destinatario de la entrega que el bautizado hace de su vida en el b. Es, pues, un signo de pertenencia, un título de propiedad. Ser bautizados en el nombre de Jesús es entrar a formar parte de 'los suyos'. De esta manera, Cristo constituye el primer referente del b. cristiano. El b. nos vincula a Cristo, a su obra salvífica. Por eso Pablo, cuando reflexiona despacio sobre el sentido y valor del b., no encuentra otro punto de referencia que el misterio pascual: "¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rom 6, 3s). El mismo pensamiento se pone de relieve en esteotro texto: "En Cristo fuisteis circuncidados con circuncisión no quirúrgica, sino mediante el despojo de vuestro cuerpo mortal, por la circuncisión en Cristo. Sepultados con él en el b., con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos" (Col 2,11 s). La pertenencia a Cristo por el b. recibido en su nombre está en relación con la obra redentora, con el precio grande pagado por nosotros (cf. 1 Cor 6,20; 7,23). Los dos textos citados ponen de relieve la fuente salvífica del b., la muerte y resurrección del Señor, que se actualiza simbólicamente en este sacramento. El señorío de Cristo deriva de la cruz cuya fuerza salvadora se nos comunica en el b. Aquí estriba la insistencia de los textos neotestamentarios sobre el b. en el nombre de Jesús: en la experiencia salvífica que brota de la participación bautismal en la muerte y resurrección mediante la cual "Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (He 2,36).

Por el b. nos ponemos bajo el señorío de Cristo, entramos en el reino de la libertad de los hijos de Dios. Por eso, el b. tiene un doble contenido liberador: por una parte, el baño bautismal nos perdona los pecados (He 2,38), lava las manchas de nuestros pecados (He 22,16), nos purifica (Ef 5,26), nos libra de la mala conciencia (Heb 10,22); por otra parte, nos abre la puerta de la salvación (He 2,40.47; Tit 3,5) al comunicarnos el don del Espíritu Santo. Pablo resume así los efectos del b.: "Y algunos esto érais [fornicarlos, maldicientes etc], pero habéis sido lavados; habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios"(1 Cor 6,11).

c) En el b. morimos al hombre viejo para dar paso al hombre nuevo creado en Cristo Jesús. El don de la vida nueva que surge del misterio pascual y se nos comunica en el b.(cf. Rom 6), es el Espíritu Santo. El signo del señorío de Cristo, que toma posesión de nosotros en el b., es el don del Espíritu. Somos bautizados en su nombre y, como profetizó Juan (cf.Mt 3,11s; Mc 1,8; Lc 3,16s; Jn 1,19-34; He 10,37s), por este b. recibimos el Espíritu Santo. Pero como el Espíritu es el fruto de la pascua, pues hasta entonces "no había Espíritu, ya que todavía Jesús no había sido glorificado"(Jn 7,39) y al morir nos entregó el Espíritu (cf.Jn 19,30), y como por el b. entramos en el misterio pascual (cf. Rom 6), por eso mismo con el agua bautismal recibimos el don del Espíritu. Así lo entendió la Iglesia primitiva: "En realidad, podemos decir que los apóstoles pensaban que la recepción de este sacramento [del b.] reproducía tanto como era posible su propia experiencia de pentecostés". La vinculación del b. de agua y el don del Espíritu no sólo la anunció el Bautista, sino también el propio Jesús en su diálogo con Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios"Qn 3,5). Como Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo, así también el nuevo nacimiento del cristiano para la vida eterna es obra del Espíritu vivificante. Por eso se puede definir el b. como "baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo"(Tit 3,5). El es el principio de lavida nueva, de la vida trinitaria de Dios, que se nos comunica en el b. En este sacramento se da un nuevo nacimiento (1Pe 1,3.23): el que renace es una criatura nueva (2 Cor 5,17), que tiene por Padre a Dios (filiación adoptiva: Rom 8,29; Gál 4,4ss), pues ha nacido de lo alto Un 3,3) para heredar la vida eterna (Tit 3,7; Ef 1,14), cuya prenda y arras es el Espíritu Santo (2 Cor 1,22; 5,5; Rom 8,14ss.23). Así, pues, "en el b. y por obra de Dios Padre, el hombre viejo se convierte en hombre nuevo, espiritual, es decir, un hombre del Espíritu (Santo de Dios)". El significado profundo y la novedad del b. cristiano está en el hecho de que por medio de él participamos de la filiación divina en Jesucristo al recibir el don de su Espíritu. En el b. toda la Trinidad" interviene para hacer realidad en el creyente el misterio de la salvación que aconteció en la cruz.

d) El Espíritu Santo es el vínculo de unidad del Padre y del Hijo y lo es también del 'cuerpo de los tres' (Tertuliano), de la Iglesia: "Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Cor 12,12s). El b. es el sacramento de la unidad del cuerpo de Cristo, que realiza el Espíritu Santo. "En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo nilibre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús"(Gál 3,27s). La simbología paulina del 'revestirse de Cristo' acentúa la configuración con él a partir del b. recibido en su nombre hasta que el señorío de Cristo en el creyente alcance la plena identificación del "vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí"(Gál 2,20); implica la nueva vida a semejanza de la de Jesús con sus mismos sentimientos (cf. Flp 2,5), es decir, la perfecta vivencia de la filiación adoptiva.

La implicación de la Trinidad en el acontecimiento bautismal aparece resumida en la fórmula 'litúrgica' de Mt 28,19: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Si, como piensa la mayoría de los autores, este texto refleja el "uso litúrgico establecido más tarde en la comunidad primitiva", eso no significa una evolución ilegítima del primitivo b. en el nombre de Jesús. Al contrario, la comprensión del b. como inserción en el misterio pascual forzosamente tenía que desembocar en la explicitación trinitaria del signo con el que se actualiza en el creyente dicho misterio. Pues el mandato de bautizar [por encargo y con el poder de Cristo resucitado] significa que por esa acción, el bautizado muere y resucita con Cristo, es decir, en él se realiza "lo que Dios mismo hizo en el acontecimiento de Cristo y hace ahora en el acto del b.". Si la pascua es la revelación más perfecta del misterio trinitario de Dios, revelación que acontece paradójicamente en el grito de Cristo en la cruz (cf. Mc 15,34) que es respondido por el Padre al resucitarle de entre los muertos (cf. He 2,24.31s.36 etc.), no podía dejar de configurarse trinitariamente la celebración del sacramento que nos introduce precisamente en el misterio pascual. Además, era natural que si se hablaba del efecto filiación' y de la donación del Espíritu en el b., esto tendría que reflejarse rápidamente en la fórmula de administración de este sacramento. Por otro lado, el relato del b. de Jesús en el Jordán con la voz del Padre y el símbolo visible del Espíritu descendiendo sobre él, debió influir también en la comprensión del b. cristiano como acontecimiento trinitario, pues "el que llega a la fe se reviste de Cristo en el b., reproduce la imagen de su Hijo (Dios) [Rom 8,29] y, así, sucede en él lo mismo que en Jesús, que se hizo bautizar en el Jordán". Toda la Trinidad toma posesión del bautizado que es enviado como testigo del amor del Padre manifestado en Cristo y en la donación del Espíritu. Se puede, pues, afirmar que "la fórmula posterior en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo [Mt 28,19], es una evolución trinitaria de la confesión cristológica. En el b. en el nombre de Dios Trino y en la proclamación de la palabra acontece, tal como muestra el contexto de Mt 28,18 y 20, la actualización de Jesús, de su resurrección y de su poder sobre los cielos y la tierra, una actualización que abarca todos los tiempos y lugares y es, por tanto, pneumática".


II. Cuestiones particulares

a) Ante todo, el b. aparece desde el principio como puerta de entrada a la comunidad eclesial; por él nos incorporamos a la Iglesia, al cuerpo místico de Cristo (cf. LG 11.14; AG 6.7; AA 3). Pero la Iglesia no es una mera organización religiosa, sino el pueblo de Dios Padre o el cuerpo de Cristo animado por el Espíritu Santo. El misterio de la Iglesia se funda y se ilumina desde la Trinidad. Entrar, pues, en la comunidad eclesial es penetrar en el ámbito del misterio trinitario de Dios. Por el b. somos asociados al pueblo de Dios, somos incorporados al cuerpo de Cristo, de cuya cabeza desciende a todos los miembros la gracia y la fuerza del Espíritu. El b. nos da la ciudadanía del reino, pues la Iglesia, aunque no se identifica con el reino, constituye, sin embargo, "el germen y el principio de ese reino"(LG 5); además, el b. nos habilita para ejercer todos los derechos inherentes a los ciudadanos de este reino, en particular, el derecho sacerdotal. Por el b. entramos a formar parte del 'pueblo sacerdotal' (cf. 1 Pe 2,9; Ap 1,6; 5,10), llamados a ejercer el sacerdocio común de los fieles en el culto al Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo (cf. LG 10.11). Pero además el b. no sólo nos une con Cristo-cabeza sino también con todos los miembros de su cuerpo; es el sacramento de la unidad de la Iglesia', el que edifica y hace crecer la familia de los hijos de Dios; es, por eso mismo, el sacramento de la llamada perenne a reconstruir la unidad entre todos los miembros del Cristo único y total (cf. LG 15; UR 2; 3; 22; AG 6.15).

b) "El b. es el sacramento de la fe". Pero este sacramento, como los demás, "no sólo supone la fe, sino que a la vez la alimenta, la robustece y la expresa por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe"(SC 59). Para acceder al b. se requiere la fe tal como ha sido configurada por la intervención de Dios en la historia de la salvación a través de Jesucristo en el Espíritu Santo. Es la fe en la palabra y en las acciones salvíficas con las que Jesús nos reveló el misterio de Dios como Padre suyo, y del Espíritu como vínculo de amor de ambos. Confesar a Jesús como Señor y Mesías es profesar la fe en el Padre que lo envió y lo resucitó de entre los muertos por la fuerza del Espíritu (cf. Rom 10,9). La confesión trinitaria da paso a la celebración del misterio trinitario de salvación que tiene lugar en el bautismo. Porque si en algún momento debe hacerse explícita la confesión trinitaria es en aquel acontecimiento que nos introduce en la vida cristiana, que por eso el b. es el primero de los sacramentos de la iniciación. Del recto comienzo depende mucho la evolución y maduración posterior. Por eso, cuando se dice que la mayoría de los cristianos son monoteístas en la práctica de su fe (K. Rahner), se está indirectamente constatando el escaso relieve que la confesión trinitaria tiene en el b. Para recuperar la fe trinitaria bautismal como impulso vital que se haga sentir en toda la existencia cristiana a lo largo de la vida, sólo hay un camino: poner claramente de relieve lo que sucede en el b. Es la experiencia de salvación en que este sacramento nos introduce, la que puede reabrir el camino hacia el misterio trinitario. Si en el b. de Jesús en el Jordán se dio la primera teofanía trinitaria, en el b. de los cristianos debe percibirse con claridad la acción del Padre que nos adopta como hijos en el Hijo, la obra redentora de Cristo y la presencia santificante del Espíritu. "Por eso la perícopa del b. [de Cristo en el Jordán] pone de relieve que en el b. de Jesús ocurrió lo que se reproduce siempre en el b. de los cristianos: el bautizado es arrebatado por el Espíritu de Dios e introducido en la filiación divina escatológica". Esta percepción experiencia) de la salvación puede llenar de contenido y de vida la 'fórmula trinitaria. De este modo, la referencia de la fe del bautizado siempre será la confesión de Dios Trinidad como punto de partida y término de la aventura que empezó en el bautismo.

c) Finalmente, la dimensión trinitaria del b. puede profundizarse desde una adecuada comprensión del carácter' bautismal. Este se suele poner en relación con la idea de consecratio. Por el b., el creyente es consagrado a Cristo como propiedad suya. Esta pertenencia es inalienable, porque el don entregado a Dios y recibido por él no admite vuelta o retractación. Cuando Cristo toma posesión del bautizado lo marca con el sello de sí mismo: es la marca o huella indeleble, el 'carácter', que identifica para siempre al bautizado como miembro de Cristo, como cristiano. Por eso el b. es irrepetible, porque es el signo que nos introduce en el misterio de la redención; la vida nueva que brota de la muerte y resurrección de Cristo sólo tiene un comienzo. Se puede ser infiel a esta vida, se puede abominar del don recibido, pero no es posible negar su comienzo que siempre permanece como posibilidad de renovación, porque "los dones y la vocación de Dios son irrevocables"(Rom 11,29). El 'carácter' es, pues, el germen de lavida trinitaria de Dios que se nos infundió en el b. para hacerlo crecer y desarrollarse. Este 'efecto permanente' es la raíz y fundamento de todo lo demás: del 'fruto' del sacramento y del posterior desarrollo de la vida cristiana, y de la recuperación de la gracia perdida por el pecado. Ahora bien, el desarrollo de la vida divina que se nos comunica en el b. pasa por la identificación o configuración con Cristo (cf. LG 7.15.31; UR 22; AG 36) a quien se entrega el bautizado, siendo así asociado por Cristo al misterio de su muerte y resurrección por el que participamos de la vida trinitaria de Dios. De esta 'consecratio' bautismal que imprime 'carácter' o marca de Cristo, deriva también la 'capacidad' sacerdotal del cristiano para dirigirse al Padre 'en espíritu y verdad', como también el derecho y el deber de participar en la misión salvífica que Cristo confió a su Iglesia (cf. LG 11.33; AA 3). Interpretar así el 'carácter' es afirmar la eficacia real, divina del b., sin que esto se entienda de forma mágica o mecánica. Pues "la eficacia básica, real y objetiva, del b. como fundamento y principio de la vida cristiana y eclesial no impide, sino que exige luego la aceptación personal y el desarrollo de la plenitud de vida iniciada (sólo iniciada) en el b..


III. Celebración del bautismo

El b. es el primero de los sacramentos de la iniciación cristiana; es, pues, el que nos introduce en la vida trinitaria de Dios que se nos ofrece como don y gracia en el acontecimiento de Cristo, es "el signo y el instrumento del amor preveniente de Dios". Conforme a la intención de este artículo, no es el caso de analizar aquí la estructura y contenido de la celebración del bautismo; simplemente nos limitamos a subrayar los acentos trinitarios de los textos centrales de la celebración que son los mismos tanto en el 'Ritual del Bautismo de Niños', que es el que aquí tengo en cuenta, como en el 'Ritual de la Iniciación cristiana de Adultos. Después del rito de acogida en la Iglesia que concluye con la signación en la frente "con la señal de Cristo Salvador" como expresión de pertenencia a Cristo, sigue la liturgia de la palabra en la que destaca las perícopas bautismales de Jn 3,1-6; Mt 28,18-20; Mc 1,9-11; 10,13-16. A modo de conclusión de la liturgia de la palabra con los distintos elementos que la integran, se reza una oración de exorcismo antes de la unción prebautismal. En dicha oración se invoca al Padre, de quien parte la misión del Hijo "para librarnos del dominio de Satanás" y "llevarnos al Reino de la luz", que se realiza a través de la liberación del pecado original, cuyo efecto positivo es quedar constituidos como templos vivos de Dios en que habita el Espíritu Santo. La toma de posesión del que va a ser bautizado por parte de la Trinidad, pasa por la liberación del pecado sea original o/y personal. Naturalmente, donde más se subrayan los aspectos trinitarios del b. es en la liturgia del sacramento. Así, en la oración de bendición del agua bautismal, después de recordar distintos hechos salvíficos vinculados al agua desde el principio de la creación, se hace memoria de aquellos acontecimientos que fundamentan más de cerca la institución de este sacramento: el b. de Jesús en el Jordán, el agua y la sangre que brotaron del costado abierto, el mandato de bautizar. La gracia de la vida nueva en Cristo que en la fuente bautismal la Madre Iglesia va a alumbrar, se debe a la acción del Espíritu vivificante. El agua es signo de gracia al actuar en ella "el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo". El Espíritu santifica el agua porque Cristo le ha abierto el camino desde el árbol de la cruz. A la triple renuncia al pecado sigue la triple profesión de fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo como condición indispensable para recibir el b. impartido precisamente, según el mandato del Resucitado, "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". La vinculación de la profesión de fe trinitaria al acontecimiento bautismal, es decir, al nuevo nacimiento, a la vida nueva del cristiano, es un claro testimonio de que la Trinidad no es un 'misterio' para entretenimiento de la especulación teológica, sino aquella realidad divina que asegura y da sentido a la vida cristiana, ya que "la confesión trinitaria es el resumen y la suma de todo el misterio cristiano, y de ella depende el conjunto de la realidad soteriológica cristiana. Por algo tiene su origen [...] en el acto por el que el hombre se hace cristiano: en el b., que en todas las iglesias se realiza 'en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La vida cristiana, desde sus inicios, va unida incondicionalmente a la confesión trinitaria'. No puede darse, pues, una celebración del b. cristiano sin una confesión explícita de la Trinidad, no como pura fórmula ritual, sino como presencia activa y eficaz en la configuración de la nueva vida en Cristo regalada por el Padre al bautizado con el don del Espíritu. Esta nueva vida en Cristo la explicitan los ritos posbautismales, sobre todo el de la unción con el santo crisma en la coronilla del recién bautizado para significar la incorporación a Cristo-cabeza del Cuerpo y la participación en su sacerdocio real, a la que sigue el rito de la imposición de la vestidura blanca, como símbolo de la vida nueva de aquel que ha sido revestido de Cristo (cf. Gál 3,27). Con la recitación de la oración dominical, junto a la mesa eucarística la Madre Iglesia enfila ya a sus hijos bautizados hacia la plena realización de la iniciación cristiana en la confirmación y la eucaristía.


IV. Conclusión

"El b. es manifestación del amor gratuito del Padre, participación en el misterio pascual del Hijo, comunicación de una nueva vida en el Espíritu; el b. hace entrar a los hombres en la herencia de Dios y los agrega al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia". Tanto la teología como la celebración del b. destacan con fuerza la dimensión trinitaria de este primer sacramento de la iniciación cristiana. Y ello es lógico, porque en él se da el primer encuentro con el Dios que nos reveló Jesús al que acogemos confesándole como Padre, Hijo y Espíritu Santo. De cómo se comprenda y se celebre este primer encuentro dependerá la progresiva inserción posterior en el misterio y en la vida trinitaria de Dios. Por eso tiene tanta importancia la catequesis bautismal que no ha delimitarse a la preparación de los padres (o del catecúmeno, en el caso de adultos), sino que ha de ser parte integrante de la predicación cristiana a lo largo del tiempo, especialmente durante la cuaresma. Es necesario 'recuperar' el b., lo que él significó para cada uno, la vida que nos comunicó, el Dios con el que nos puso en relación. Si la fe trinitaria tiene escaso relieve en la mayoría de los cristianos, ello se debe, en parte no despreciable, a la escasa relevancia que el b. ejerce sobre la vida y conducta de los que fueron un día bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. A partir del b., los demás sacramentos y la oración entera de la Iglesia están configurados trinitariamente y, sin embargo, la dinámica trinitaria permanece fuera de la vida del creyente 'normal'. Esto quiere decir que la confesión trinitaria, no experimentada como comunión viva con la Trinidad desde su raíz bautismal, se percibe como una mera fórmula ritual. Por eso, sin la 'recuperación' del acontecimiento bautismal como determinante de toda la vida cristiana, es dificil que el Dios uno y trino envuelva, penetre y configure la fe, la oración y la conducta del cristiano. El anuncio y la confesión del Dios trinitario están, pues, vinculados de manera decisiva al b. vivido (y rememorado continuamente) como principio y raíz de la vida nueva de hijos del Padre, por Jesucristo en el Espíritu Santo.

[ --> Confirmación; Espíritu Santo; Eucaristía; Iglesia; Jesucristo; Pascua; Pentecostés.]


BIBLIOGRAFÍA: BARTH G., El bautismo en el tiempo del cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 1986; CABLE R., La iniciación cristiana, en A.G. MARTIMORT (ed.), La Iglesia en oración, Herder, Barcelona 1987; HAMMAN A., El bautismo y la confirmación, Herder, Barcelona 1970; NEUNHEUSER B., Bautismo y confirmación, Ed. Católica, Madrid 1975; ID., Bautismo sacramental, en SM I, Herder, Barcelona 1976; NOCENT A., I tre sacramenti dell'iniziazione cristiana, en A. J. CHUPUNGCO (ed.), Anámnesis. Introduzione storico-teologica alla Liturgia. 3/1: la turgia i sacramentí: teologia e storia della celebrazione, Marietti, Genova 1986; SCHULTE R., La conversión (metanoia), inicio y forma de la vida cristiana, en SMV, Cristiandad, Madrid 1984; TENA, P.- BoROBIO, D., Sacramentos de iniciación cristiana:

José María de Miguel