ARTE, LA TRINIDAD EN EL
DC

 

SUMARIO: I. Origen y significado de las imágenes.—II. Representaciones de Dios.--III. Representaciones de la Trinidad.


I. Origen y significado de las imágenes

El arte cristiano tiene como fin desde la antigüedad la comunicación del pensamiento cristiano. El «contenido» se impone, un contenido bíblico o tomado del símbolo de la fe o de la liturgia. Muchas de las «formas» artísticas tienen valor de símbolo o de signo. Por eso usa la vía tipológica, simbólico-alegórica, para dar a conocer un contenido espiritual, transcendental.

Las primeras imágenes aparecen hacia el año 200 en las pinturas de las catacumbas o en los sarcófagos. Los temas puramente dogmáticos son pocos en comparación con los temas alegóricos relacionados con la salvación, sobre todo en el arte funerario. No faltan escenas de la vida de Cristo. Los primeros tentativos para representar a Dios y la Trinidad estuvieron llenos de dificultades. La praxis de la Iglesia fue sustituir cualquier representación «antropomórfica» de Dios por la «cristomórfica», siguiendo la enseñanza de Jesús, «quien me ve, ve al Padre» (Jn 14,9).

La legitimidad de las imágenes de Dios y de la Trinidad es aceptada por el Magisterio y los teólogos. Dios como tal, como es en sí, nunca puede ser representado visiblimente. Pero este Dios invisible, se ha aparecido a veces en la historia bíblica con «formas visibles» y estas formas abren ya una puerta al arte sobre Dios y la Trinidad. Estas representaciones figurativas no son consideradas «imágenes» propiamente tales de Dios o de la Trinidad, sino que simbolizan la presencia y acción de Dios en la historia de la salvación, y nos llevan hacia él, pues venerándolas veneramos fo que representan.

En el s. VIII apareció la herejía iconoclasta, y el emperador León III, quizás por influjo judío o musulmán o por ideología maniquea, declaró la guerra a las imágenes. Su hijo convocó en Constantinopla, año 754, un concilio que llamó ecuménico, pero sin la presencia del Papa ni de otros muchos patriarcas. Fue publicado un edicto, firmado por más de 300 obispos, prohibiendo el uso de las imágenes. Ni el pueblo ni los monjes lo aceptaron. Y respondiendo a las peticiones de la reina Irene, el Papa convocó el Concilio II de Nicea (ecuménico VII), año 787: este Concilio condenó a los iconoclastas y ordenó el uso de las imágenes, como las «de nuestro Señor Dios y Salvador Jesuscristo», explicando que no se trata de «adoración» (latría), sino de «veneración» (proskinesis)'. Un nuevo movimiento iconoclasta comienza con los protestantes: ya en 1522, Lutero escribe contra los «ídolos pintados sobre los altares»; con más fuerza reacciona Zwinglio contra las «representaciones» de Dios e imágenes de Cristo (como el crucifijo), de la Virgen y de los santos, fundado casi siempre en algunos textos del AT. La reacción de la Iglesia aparece principalmente en el Concilio de Trento. «Se deben tener y conservar, especialmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen, Madre de Dios, y de los otros santos... a través de las imágenes... adoramos a Cristo. Enseñen los obispos que por medio de las historias de los misterios de nuestra redención representadas en pinturas u otras reproducciones, se instruye y confirma el pueblo... si alguna vez sucedeque se representan o sensibilizan las historias de la S. Escritura, por convenir así al pueblo rudo, instrúyasele que no por eso se da figura a la divinidad, como si pudiera verse con los ojos del cuerpo, o ser representada con colores o figuras». El Catecismo Romano, fruto de Trento, es más explícito: la divinidad como tal no se puede representar, sin embargo la representación de Dios según las apariciones de la Escritura es lícita y útil; el pueblo cristiano está bien formado para dejarse engañar sobre el sentido de estas imágenes; los pastores enseñarán al pueblo a descifrar las acciones de Dios y sus atributos. Dentro de las enseñanzas del Magisterio, tiene una importancia especial la carta Sollicitudini Nostrae de Benedicto XIV, 1 octubre 1745, con ocasión de la difusión de unas imágenes del Espíritu Santo como un joven dentro de los ambientes católicos de Alemania y Suiza: la carta es un tratado sobre las representaciones de la Trinidad; el Espíritu no puede ser representado fuera de la Trinidad. El Papa toma como punto de referencia no la belleza de una obra artística, sino su conformidad con la revelación bíblica y la tradición teológica. El Vaticano II confirma la legitimidad del uso de las «imágenes sagradas» (SC, 125) y hace un llamamiento a la formación de los artistas (ibid., 127). El Magisterio postconciliar es más explícito en esta línea de apertura.


II. Representaciones de Dios

Como la ley de Moisés prohibía cualquier «imagen representativa» de Dios (Dt 5,8; 27,15-16), apenas si encontramos figuras de Dios en el período bíblico o en la primitiva Iglesia. Luego, Dios viene representado como Trinidad. En el arte paleocristiana, Dios es representado con símbolos, como el «Ojo», el tetragrama JHVE Oahvé) o la correspondiente forma griega ho on (El que es), frecuente en el arte bizantino. A partir de la Edad Media, Dios es representado como persona, p.c., como el «Anciano de días» (Dan 7,9.13), o el «Dios creador» de la capilla sixtina, o el «Señor del cielo» con atributos imperiales.


III. Representaciones de la Trinidad

Fuera de los temas bíblicos, que ahora examinaremos, es frecuente el símbolo del triángulo equilátero, rechazado por S. Agustín' o los tres círculos que se entrecruzan. La Trinidad viene representada con imágenes antropomórficas, como tres hombres en todo idénticos, para subrayar la identidad de la naturaleza, la divinidad común, pero cada una de las personas tiene en la mano o sobre la cabeza un símbolo o señal particular que significa diversidad; por ejemplo, sobre la cabeza del Padre una tiara o en su mano un cetro, el Hijo lleva los clavos y unida a la imagen del Espíritu Santo, la paloma.

Desde el s. IV y por toda la Edad Media, la Trinidad es representada bajo la figura de los «misteriosos visitantes» de Abraham (Gén 18, 1-5), y en la escena no falta nunca la encina de Mambré ni el alimento, casi siempre pan, ofrecido por Abraham. En Occidente, quizás la más antigua representación que nos queda sea un mosaico de la basílica de Santa María Mayor en Roma: el visitante central, Cristo, tiene una aureola de luz más grande, los otros dos en todo idénticos, tienen una aureola más pequeña; en otras representaciones antiguas que aún nos quedan encontramos los mismos elementos'. En este caso, los artistas se hacen eco de una tradición exegética común entre los Padres y doctores eclesiásticos, en concreto san Ambrosio. Hay que recordar que en este texto bíblico por vez primera se habla explícitamente de una aparición de Yahvé bajo la figura humana que se supone inmediata a la teofanía de Gén 17.

La aparición de estos tres ángeles con la misma figura como recuerdo de la visita divina a Abraham ha tenido constante resonancia en el arte bizantino y en la Iglesia oriental. En este contexto, no podemos olvidar el magnifico icono de Andrej Rubljew, año 1422, conservado en la galería Tretjakow, Moscú. El ángel de la izquierda está erguido, a diferencia de los otros dos que están como inclinados hacia él; su mirada y el gesto de su mano derecha parecen indicar una orden con simplicidad pero con autoridad: Él es quien preside en el Amor; sus colores, sus gestos, todo su comportamiento transpiran una majestad inefable y lo muestran como la fuente de todo, en concreto del Amor. Es la figura del Padre. El ángel del centro representa el Hijo, el Amado; los colores vivos de sus vestidos atraen la mirada, y se puede descubrir un triángulo cuya base es la mesa, y la punta, la cabeza del Angel; su mano derecha es el centro de la circunferencia formada por las tres cabezas; esta mano es el centro del icono, como si solamente ella pudiese descifrar los secretos de la representación. El tercer Angel, figura del Espíritu, con las manos caídas a lo largo del cuerpo, indica una profunda receptividad; El es el don del Amor; parece que recibe todo de los otros Dos. Muchos detalles evocan la unidad en la naturaleza, por ejemplo los cetros que cada Angel tiene en la mano son idénticos, como idénticas son las aureolas, que de hecho forman un triángulo.

Y hablando de tres «personas» en la historia bíblica para representar la Trinidad, no podemos olvidar a los «Tres Reyes Magos», ya que según las leyendas semíticas cada uno de los Tres Reyes había tenido una visión distinta de cada una de las Tres Personas divinas. Esta representación es más rara, y aparece sobre todo en las miniaturas.

En los siglos XV y sobre todo XVI y XVII, se hacen famosas las representaciones trinitarias en las que el Padre, «trono de gracia», tiene entre sus brazos al Hijo crucificado o bajado de la cruz y la Paloma del Espíritu se cierne sobre los dos. Una variante, la coronación de la Virgen de Diego Velázquez, donde el «Anciano de días» sostiene la corona con admirable calma, el Hijo la ofrece y las luces del Espíritu como paloma la iluminan; la incomensurable gravedad de Dios Trino y Uno viene como reducida a sentimientos humanos. En la Trinidad pintada por Ribera, los clarooscuros son fuertes, y todo el cuadro está lleno de ráfagas de luz; el Hijo, desnudo y con los brazos extendidos formando una cruz, es el supremo don de Dios al mundo; es curioso ver en esta pintura el Espíritu entre el Padre, el Anciano, y el Hijo.

Otro de los temas trinitarios en el arte es el bautismo de Jesús: siempre el Espíritu aparece como paloma, siguiendo la narración de los Evangelios, el Hijo dentro del río, y el Padre a veces como una Mano sobre la Paloma o corno un anciano que señala a su Hijo, el amado, y Juan el Bautista está como testigo de todo lo que ocurre.

Todas estas representaciones enriquecen nuestra visión trinitaria, y nos hacen captar de alguna forma la presencia y la acción de cada una de las personas en la historia de la salvación, desde su preludio preparatorio, hasta su plena realización. Hoy, el arte ha adquirido una nueva dimensión como elemento para el diálogo interreligioso, en concreto para la concepción de la Divinidad.

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Jesús López-Gay