APOCALÍPTICA
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SUMARIO: I. Visión de Dios y de su justicia en la apocalíptica.—II. Apocalipsis de Juan y visión trinitaria: 1. Dios Padre; 2. Cristo; 3. Espíritu.—III. Apocalipsis y fin del mundo


I. Visión de Dios y de su justicia en la apocalíptica

En la literatura apocalíptica no existe una concepción teológica uniforme, sino pluralidad de teologías, tan diversas como numerosas son las obras que la componen. La presente síntesis obvia los matices del detalle farragoso y ofrece lo nuclear.

Dios según los libros apocalípticos aparece ante todo como el transcedente, situado en el ámbito del cielo; como el constitutivamente santo, que impone terror sagrado a los hombres; se subraya lo numinoso de Dios, el totalmente "otro", alejado de la tierra de los hombres. Por eso, se sienta en un trono de majestad, sólo a él reservado, rodeado de voraces llamas de fuego. Nadie puede acercarse, ni siquiera los ángeles (1 Henoc 14,8-23). Es el "Altísimo", "El Glorioso y Magnífico", "El Padre invisible", a quien nadie puede ver (cf. parecida visión en Is 6, 1-8; 1 Tim 6,16). El tetragramma divino (Yahweh) no puede pronunciarse; a fin de no incurrir en irreverancia, se acude a la traducción hebrea (Adonai) y griega (Kyrios) del vocablo (Carta de Aristeas 155).

A pesar de esta lejanía, debida a su infinita santidad, el Dios de la literatura apocalíptica no está al margen de la historia. La apocalíptica que se concentra en la interpretación de los acontecimientos ve a Dios como el creador del universo y artífice de la historia, quien le da un sentido oculto y una coherencia ínterna que sólo él conoce. Dios se manifiesta en sus gestas salvíficas; conduce el devenir de la historia: los hechos "tienen que suceder" según el desarrollo predeterminado por Dios. Este concede un trato de privilegio a su pueblo de Israel. En su relación se muestra providente, santo y salvador. Mediante él continúa la historia, que padece momentos de altibajo, pero que acabará en victoria para su pueblo. "El Dios de los apócrifos, más transcendente y lejano que el del AT, es sentido a la vez más cercano, más salvíficamente cercano.

Como punto oscuro que desfigura esta vision, se destaca el exceso de particularismo. Con su pueblo Dios se desborda en cuidados: Israel se convierte en el único destinatario de su predilección, su primogénito (4 Esdras 6,58); las demás naciones fueron creadas para Israel (ApBar [sir] 14, 18; 15, 17) y son como un esputo (4 Esd 6,56). Se acentúa esta perspectiva deformada respecto a los gentiles, considerados como ya condenados en vida, porque no conocen ni practican la Torá (Jubileos 15,26). Pero se abre poco a poco una corriente positiva y altruísta. El Hijo del hombre será luz de los gentiles (1 Henoc 48,4); Israel ayudará a salvarse a todos los mortales (Oráculos Sibilinos 3,194-195).

Conjugando la dimensión transcendente de Dios, resaltada en su santidad, y su compromiso por la historia humana, aunque dirigido prevalentemente a Israel, se descubre que a la base de la conducta divina, se encuentra el amor misericordioso. Este rasgo esencial de Dios se destaca sobremanera en las páginas del AT y de la literatura apocalíptica. Los libros comentan con hermosas paráfrasis el nombre de Dios de Ex 34,6: "Yahveh, Yahveh, Dios de misericordia y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado". Así es desglosada la célebre definición de Dios: "... el Altísimo es llamado compasivo.... es clemente, paciente, pues tiene paciencia con los pecadores como criaturas suyas que son.... es misericordioso, si no multiplicase su misericordia, el mundo con sus habitantes no conseguiría alcanzar la vida..." (4 Esd 7,132-140, Ar 192). Dios es visto como "Señor Todopodero, rico en misericordia" (VidAd[lat] 27). Especialmente como padre (Test-XII Lev 18,6), el padre que ama a Israel (Jub 1,24.25), el padre de todos los hombres (VidAd[gr]).

Se subraya también la condición de su justicia. El Dios justo de la apocalíptica se muestra en conexión con la imagen divina en el AT. La justicia de Dios es fidelidad a la alianza, compromiso salvífico con la comunidad de Israel. Aparece como un don divino, no algo amenazante; está lejos de la justicia retributiva, forense, herencia de la cultura griega y romana. En el Dios bíblico no se concibe la ira motivada por una voluntad despótica. La idea de una justicia punitiva no se encuentra en ningún texto bíblico; sería una contradictio in adiecto. La justicia de Dios, por encima de todas las connotaciones morales, consiste en la fidelidad a una relación de comunión; es un concepto fundamentalmente religoso, que está ligado con la soberanía salvífica de Dios, y es "una de las manifestaciones de la fidelidad amorosa de Dios a su alianza".

La justicia de Dios en los libros apocalípticos califica el comportamiento de Dios, fiel a la alianza establecida con su pueblo, impregnada de misericordia y de perdón. La literatura apocalíptica es fundamentalmente afín al concepto del Dios justo, propio del AT. Entre los libros importantes cabe destacar Jubileos. Dios se mantiene justo, a saber, se muestra cumplidor de su designio de salvación, aunque el hombre sea indigno (Jub 1,16.25; 21,4; 31,25). No obstante coexiste el juicio de Dios para castigar los pecados, cuando el hombre no se comporta según lo escrito en las tablas celestes (Jub 4,6.32; 39,6). Dios es llamado el "Señor de la justicia" (1 Hen 22,14). Esta justicia se cumplirá: "Al final de los tiempos se les manifestará el espectáculo del juicio, que será con justicia, en presencia de los justos, para la eternidad" (1 Hen 27,3). No todos los autores concuerdan con la peculiaridad de la justicia divina en los libros apocalípticos. 1 Henoc habla de justicia de salvación (91,1-11; 94-104); Dios busca la salvación escatológica (61,4); su justicia es misericordia (71,3). Igualmente en el Testamento de los Doce Patriarcas, Dios es descrito como justo o salvador mediante el insistente simbolismo luminoso: es luz de justicia (TestXIl Zab 9,8), sol de justicia (Test-XII Jud 24,1). La justicia divina como sinónimo de salvación se declara abiertamente: "De esa raíz florecerá un vástago de justicia para las gentes, para juzgar y salvar a todos los que invocan al Señor (TestXll Jud 24,6). Igualmente en 4 Esd 8,36: "En esto se manifestará tu justicia y bondad, Señor; en que tengas misericordia de los que no tienen haber de buenas obras". Hay que añadir que, involucrada a esta justicia salvífica, se contempla la recreación del mundo para rescatarlo y llevarlo a su consumación juntamente con la humanidad fiel. Se sigue, pues, en la idea fundamental del Dios justo del AT, el Dios fiel a su alianza de salvación, perdonador de los pecados de los hombres. "En definitiva el Dios justo no está lejos del Dios misericordioso".


II. Apocalipsis de Juan y visión trinitaria

Al comienzo del libro del Ap la asamblea cristiana, que se reúne en el ámbito de la liturgia, es bendecida con el saludo de Dios Trinidad; recibe la gracia y la paz de parte de Dios, calificado como "el que es, el que era y el que ha de venir", a saber, el dueño de las tres dimensiones de la historia, y cuya presencia providente permanece siempre con la Iglesia. Esta expresión es paráfrasis targúmica (TJ) y adaptación cristiana de Ex 3,14, donde Dios revelaba su nombre: "Yo soy el que soy". El Espíritu es designado con la original formulación de los siete espíritus, subrayándose que él constituye la plenitud de la salvación ofrecida. Cristo es nombrado en su cualidad de testigo digno de crédito de la Palabra de Dios mediante su vida, muerte y glorificación; el primer resucitado de los muertos y jefe de los reyes de la tierra, quien conduce el rumbo de la historia haciaun desenlace escatológico plenamente feliz. El Ap quiere insistir tanto en esta bendición trinitaria, en la paridad esencial de las personas divinas, que utiliza el lenguaje para servidumbre de la teología. Esta bendición está hoy lamentablemente olvidada, pero debiera ser recuperada para la liturgia y vida de la Iglesia, como una significativa expresión de saludo de Dios Trinidad, eficazmente activo en la historia de la salvación: "Que la gracia y la paz sea con vosotros, de parte del que es, del que era y ha de venir; de parte de los siete espíritus que hay frente a su trono; y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos y jefe de los reyes de la tierra" (Ap 1,4).

Este saludo, justo al inicio de su lectura, indica como una rúbrica que el Ap va a ser un libro esencialmente trinitario, donde intervienen actívamente el Padre, Cristo y el Espíritu.

Además este libro subraya, tal vez como pocos escritos del NT, la gran unidad existente entre el Padre, Cristo y el Espíritu. La obra de la Stma. Trinidad aparece en el Ap como acción íntima, solidaria y volcada a procurar el bien de la Iglesia y de la humanidad.

Pero el Ap no es un libro ingenuo, constata con asombro la presencia del mal en la historia y descubre el origen demoníaco de tantas ramificaciones negativas. Aparece delineada en el libro —como singularidad sólo por él registrada— una trinidad demoníaca, que se opone a la Trinidad divina y combate contra la Iglesia. Frente a Dios-Padre, a Cristo y al Espíritu, se levanta respectivamente el gran Dragón, instigador del mal en el mundo (12,3-4.7-9,13-17), la primera Bestia, símbolo siniestro del estado que usurpa el nombre de Dios y se hace adorar (13,1-10), la segunda Bestia o falso profeta, representación de toda ideología idólatra (13,11-17). No obstante serán finalmente aniquilados, arrojados al lago de fuego y azufre (20,10). Sólo permanece la Trinidad santa.

1. DIOS PADRE. La imagen de Dios que presenta el Ap no es la caricatura divulgada de una majestad divina, inaccesible en su trono y airada. Del trono de Dios parte amorosamente el designio de la salvación para toda la humanidad. El Apocalipsis, con el lenguaje visionario de los simbolismos, recupera la visión de Dios genuinamente cristiano'.

Es Dios creador. El principio absoluto de la creación. Por su voluntad lo que no existía ha sido creado (4,11). Mantiene viva la creación (15,3; 19,6). Sigue creando y haciendo nuevas todas las cosas en un presente ininterrumpido (21,5). Consumará su creación en un génesis renovado (22,11-2). Es el inicio y el final de la creación (1,8).

Dios salvíficamente poderoso. Sólo él se sienta en el trono (4,2.9; 5,1,7,13; 7,10.15; 19,4; 20,11; 21,5), en actitud de dominio absoluto, pero no se repliega solitariamente sobre sí mismo. Se muestra solícito y atento; frente a su trono arden siete lámparas de fuego, que son los siete espíritus (4,5); de su trono salen relámpagos, voces y truenos, señales teofánicas de su pronta intervención salvifica (4,5). Del trono emerge una mano con un libro, que es el decreto de la salvación, en son de comunión con los hombres (5,1). Es el Dios creador del bien y de la vida; enmedio del trono y en torno al trono están presentes los vivientes (4,6-7). Es el Viviente por los siglos (10,6). Es asimismo el destructor del mal. Ante su trono la turbulencia del mar (símbolo de la hostilidad) reposa ya domesticada como un lebrel y transparente como el cristal (4,5-6). Arroja lejos de su trono al gran Dragón, instigador de todos los males y origen de la primera y segunda Bestias (20,10).

Dios de belleza incomparable. Su trono resplandece con las gemas más preciosas del mundo (4,3). Dios lleno de paz y que irradia paz: el arco iris rodea su trono, como signo perpetuamente luminoso de su benevolencia (cf. Gén 9,13-15). Nimbado por el color verdeante de la esmeralda (4,3). Se viste de luz tan deslumbrante que hace palidecer el sol y la luna (21,23). "Dios de Dios", "Luz de Luz". Esta belleza se muestra en el resplandor de su providencia, pues ha establecido un designio de salvación en favor de los hombres y así lo reconoce ya una parte de la humanidad rescatada (4,11; 5,13; 7, 10.12; 11,17-19;12,10; 15,3-4; 16, 5-7; 19,5-7). Dios de santidad. De esa manera es celebrado por los vivientes (4,8) y en frecuentes doxologías por la asamblea eclesial (12,10): es el solo santo (15,4), sus juicios son verdaderos y justos (15,3; 16,7;19,2).

Es el Dios y Padre del Señor Jesús. Jesús, que es el único hermeneuta de Dios, así lo ha revelado (1,6; 3,5) y lo ha nombrado señaladamente (3, 12. 21). Con esta designación, la imagen de Dios se sitúa en la verdadera perspectiva teológica del NT, en lo que constituye su Yevelación central (cf. Mc 15,34; Jn 20,17; Rom 15,6). El rostro nuevo de Dios es ser Padre. La aspiración de la humanidad consiste en ver el rostro de Dios, pues su nombre ha sido escrito en sus frentes (22,4).

2. CRISTO. Cristo ocupa una posición central en el Ap. Su visión se encuentra en continuidad con la cristología del NT. Estos son los rasgos cristológicos más sobresalientes: Misterio pascual de muerte, resurrección y glorificación. Divinidad. Sumo sacerdote. Testigo. Hijo de hombre. Cordero. Vencedor. Señor de la Iglesia.

El Ap declara con todo realismo la muerte redentora de Jesús, indica que fue muerto (1,18). Contempla el Cordero degollado (5,6.9.12). Confiesa que Jesús ha derramado su sangre para liberar de los pecados y hacer de los hombres un reino sacerdotal (1,5; 5,9; 7,14). Al mismo tiempo celebra su resurrección, lo proclama el primer nacido de los muertos (1,5). Sobre todo lo designa como el Viviente (1,18). El Cordero está permanentemente de pie, a saber, resucitado (5,6, cf. 3,20; 14,1; 15,2-3). Cristo es glorificado (cf. Mc 16,19; Lc 1,32; Ef 1,20; Heb 1,3; 8,1). ElApocalipsis expresa esta glorificación de Jesús "sentado a la derecha de Dios" con la dinámica expresión de la entronización del Cordero. Este aparece en medio del trono (5,5), en dirección del trono (7,17) y compartiendo el trono de Dios (22,2.3). También efunde el Espíritu a la humanidad (5,6).

Se acentúa la divinidad de Cristo. El Apocalipsis está escrito con exigencias radicales: o se adora a Cristo, como verdadero Dios o se es esclavo del Dragón y de las Bestias. La comunidad perseguida del Ap confiesa a Cristo como suúnico Dios. El libro aplica a Cristo idénticos atributos que el AT reservaba a Yahvé. Realiza una transferencia teológica. Consigue con ello para Jesús glorificado la misma autoridad y divinidad, propia de Yahvé. Esta transferencia teológica se efectuá entre el Ap y el AT, y también dentro del mismo libro del Ap, cuyos elementos reseñamos: semejante descripción del Hijo de hombre y del "anciano de largos días" (Ap 1,14; Dn 7,9); idéntica expresión para calificar su voz (Ap 1,15; Ez 1,24; 43,2; Dn 10,6); exacta atribución de juez y de recompensa (Ap 2,23; Sal 7,9; Jr 17,10); igual declaración de amor (Ap 3,9; Is 43,4.9); la misma promesa de vida (Ap 21,6; Is 55,1). Cristo es confesado "Alfa y Omega" (22,13) al igual que Dios (Ap 1,8; 21,6). "Santo", se dice de Cristo (Ap 3,7) y de Dios (Ap 4,8; 6,10). La asamblea litúrgica del Ap lo confiesa como Dios en una aclamación teológica compartida con el Padre. Recibe los mismos elementos doxológicos que el "sentado en el Trono" (4,11= 5,9; 5,12=7,12). Desde el principio hasta el final del libro, la Iglesia del Ap reconoce ante el mundo el único señorío de Cristo y confiesa su divinidad.

Sumo Sacerdote. A través de imágenes luminosas, de candelabros de oro y de las diversas referencias sacerdotales que conlleva (1,12-13; 2,1), el Ap declara a Cristo como el Sumo Sacerdote, que preside toda función litúrgica dentro de la Iglesia.

Testigo. Cristo es el único testigo. Ya fue testigo de la Palabra de Dios en su vida terreste, pero sobre todo es ahora "testigo fiel" y digno de crédito, como Cristo glorioso (1,5; 3,4; 19,11.13). Su palabra tiene la garantía divina; mediante la palabra de Cristo, Dios sigue comunicando a la Iglesia su definitivo designio de salvación (2, 1.8.12.18; 3, 1.7.14). El mismo recomienda a su Iglesia la lectura del Ap (22,16.18.20). A fin de mantener vivo su testimonio en el mundo y promulgar su palabra de salvación (14,7), suscita a los cristianos, que son los "testigos de Jesús" (2,13; 17,6).

Hijo de hombre. Es designado con esta figura apocalíptica y se muestra como juez definitivo (1,7.13), viene para realizar la vendimia de la tierra (14,14) y su cosecha final (14,18-20). Dos notas distintivas subraya el Ap. la: la actuación del Hijo de hombre se realiza en el ámbito de la Iglesia, él la juzga y la purifica con su palabra poderosa (interpelación continua en forma de siete cartas dirigidas a las siete Iglesias). 2a: su venida no se reserva para el final, sino que acontece en el presente (2,5.16; 3,11.20; 16,15).

Cristo Cordero. Este constituye el símbolo más característico de la cristología por su frecuencia (5,6.8.12.13; 6,1.16; 7,9.10.14.17; 12,11; 13,8; 14, 1.4 (bis).10; 15,3; 17,14 8bis); 19,7.9; 21,9.14.22.23.27; 22,1.3) y su triple significación. Menciona a Cristo como antitipo del siervo de Yahvé que inmola su vida en ofrenda por la humanidad (Cf. Is 53,6-7; Jr 11,19. Se refiere a Cristo, que como cordero pascual derrama su sangre para liberar del pecado y hacer un pueblo consagrado a Dios (cf. Ex 12,12-13.27; 24,8; Jn 1,29; 19,36; 1 Cor 5,7; 1 Pe 1,18-19). Designa a Jesucristo, rey poderoso y dueño de la historia, que conduce victoriosamente a su Iglesia (cf. 1 Hen 89,42.46;90,9.37, TestXll Jos 19,8; TestXIl Ben 3,8: J Ex 1,15). Este último aspecto está muy subrayado en el Ap. Cristo es el vencedor, de hecho ya ha vencido, merced a su muerte redentora (5,5.9). Monta un caballo blanco para vencer en la historia (6,2). Combate contra la violencia (6,3-4), la injusticia social (6,5-6), la muerte y su infame cortejo (6,7-8). Resulta vencedor de las fuerzas del mal (19,11-14.20).

Señor de la Iglesia. Aun más, la Iglesia aparece en el Ap como un misterio trinitario. Dios Padre asume la iniciativa de su realización histórica (10,7). Cristo la crea mediante su misterio de redención (1,6), adquiere hombres de toda raza, pueblo y nación (5,9), los hace reino y sacerdocio (1,6; 5,10). Con su palabra poderosa la renueva en su amor primero (2,4); es objeto de predilección amorosa para el Señor (1,5; 3,9); le promete la victoria (2,7.11, 27-28; 3,5.12); le concede el Espíritu para que interprete su palabra sabiamente (2,7.11.17.29; 3,6.13.22), sea capaz de dar valiente testimonio (19,10) y aspire por su Señor (22,17). Cristo conduce como pastor a la Iglesia por el desierto de la historia rumbo a su meta escatológica (7,17); cuenta con el testimonio de los suyos, los cristianos leales (17,14; 19,7.9), hasta arribar a las metas de la consumación final.

3. EL ESPÍRITU SANTO. El Espíritu ha sido estudiado sólo en fechas relativamente recientes". Veinte veces aparece la palabra "Espíritu" pneuma, y en cuatro ocasiones la extraña expresión "Los siete espíritus", siempre en frases lacónicas y en contextos simbólicos casi impenetrables. El libro del Ap aporta para la teología el protagonismo profético del Espíritu en la vida de la Iglesia. Este le ayuda a interpretar sabiamente la Palabra de Dios, pronunciada por Jesús; la asiste con su protección a fin de que la Iglesia la proclame con valentía ante el mundo. La presencia del Espíritu impregna todo el libro. Vamos a seguir el mismo orden de su aparición en el libro.

Es el Espíritu quien promueve y legitima la experiencia profética de Juan, el vidente del Ap. En cuatro momentos señalados, Juan testimonia que la fuerza del Espíritu le transforma para acceder a realidades transcendentes que, dejado a la sola merced de sus recursos naturales, le estarían completamente vedadas. En 1,10, durante el día del Señor, Juan "entra en el Espíritu", y asiste a la gran visión de Jesucristo, Hijo de hombre, sumo Sacerdote, el Viviente, adornado de atributos divinos, que le encomienda la tarea de escribir el Apocalipsis (1,10-20). En 4,2 "de nuevo", transformado por el Espíritu, contempla el gran templo celeste, donde está el trono de Dios, rodeado de los vivientes y los ancianos (c.4), el Cordero, Cristo en su misterio pascual, y toda la creación en actitud de alabanza a Dios y al Cordero (c.5). En 17,3, le es permitido con la energía del Espíritu ver el espectáculo grotesco de la gran prostituta, la gran Babilonia (simbolos de mujer y de ciudad, que personifican el mal de este mundo) y contemplar su ruina. En 21,10, como contrapunto a la anterior visión, el Espíritu le capacita para asistir al triunfo definitivo del bien, la aparición de la esposa del Cordero y de la nueva ciudad de Jerusalén. Todas estas visiones de enorme transcendencia paraentender el Ap, son posibles merced a la fuerza del Espíritu; poseen la garantía reveladora no de un hombre, sino del Espíritu que capacita a Juan como profeta verdadero.

En todas las cartas resuena siempre: "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias" (2,7.11.17.29; 3,6.13.22). Se trata de un dicho sapiencial, indica la función del Espíritu que ilumina y hace entender las palabras de Jesús. Y aparece referido en plural "Iglesias": a toda la Iglesia universal habla el Espíritu, interpretando las palabras de Jesús, a fin de que se convierta. La Iglesia "ad intra", ya purificada (cc.2-3), proclamará el mensaje de salvación (4-22).

El Espíritu protege a esta Iglesia que da testimonio de Jesús y sufre por su causa, vista idealmente en la imagen de los dos testigos-profetas, que, siguiendo el ejemplo de "nuestro Señor", predican, hacen prodigidos, sufren toda clase de hostilidades, son ejecutados e irreverentemente profanados (11,8). A pesar de tanta impiedad, el Espíritu les asiste en la suerte suprema, asegura la victoria final, y hace que su testimonio consiga la conversión de la humanidad (11,11). El Espíritu prosigue alentando a los cristianos a que permanezcan fieles, aunque soporten las durezas de la persecución. Frente a la ruina eterna de los que adoran a la Bestia (14,9-11), los cristianos que han guardado los mandamiento de Dios y la fe de Jesús, y que han muerto en el Señor —una muerte que corona una vida de lealtad mantenidad— son bienaventurados, ya desde el momento de su muerte. Descansan de todas sus fatigas, y viven en un descanso de plenitud, pues sus obras les acompañan (14,13). El Espíritu es garante de este macarismo eterno.

"El testimonio de Jesús es el Espíritu de la profecía" (19,10). Texto clave para entender la funcion del Espíritu. Pero es preciso hacer hincapié en la dimensión trinitaria, que manifiesta el Ap. Con frecuencia aparece la expresión bimembre, "La Palabra de Dios y el testimonio de Jesús" (1,2.9; 6,9; 20,4), formando una hendíadis literaria, a saber, la Palabra que tiene su origen fontal en Dios Padre, ha sido testimoniada históricamente por Jesús en su vida terrestre y de resucitado (el Ap es el único libro que concede a Cristo glorioso el título de testigo). El Espíritu desempeña una doble actuación, de sístole y diástole. El testimonio de Jesús es ahora hecho conocer a la Iglesia por el Espíritu que inspira a los profetas (labor sapiencial), y también significa que el Espíritu convierte a la Iglesia en una asamblea de testigos (tarea misionera), que proclaman el testimonio único de Jesucristo (cf. Mt 10,18-20; Mc 13,11; Lc 12,11-21). El Ap subraya la gran unidad de la Trinidad. Lo que Jesús glorioso hace es testimoniar la Palabra de Dios. Lo que realiza el Espíritu es interiorizar para la Iglesia y proclamar ante el mundo el testimonio de Jesucristo.

Finalmente el Espíritu llena a la Iglesia proféticamente, y ésta ya purificada como esposa radiante del Cordero (197-9), al unísono con él, llama a Cristo, "El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven, Señor! (22,17).

A nivel de la transcendencia el Espíritu es nombrado con una original formulación, propia del Ap, "los siete espíritus". Designan la plenitud (simbólico número siete) del Espíritu, a saber, el completo poder de comunicación y de vivificación de Dios a los hombres. Están frente al trono de Dios (1,4), ,perpetuamente ardiendo como siete lámparas de fuego (4,5). Cristo tiene esta exuberancia del Espíritu (3,1), y porque lo posee personalmente lo efunde sobre toda la tierra (5,6). Pero hay que insistir de nuevo en el valor trinitario de esta formulación. El Ap con un sutil empleo de imágenes simbólicas y correspondencia de palabras —modificando sus fuentes inspirativas del AT— quiere deliberadamente subrayar la unidad divina, dentro de la distinción de funciones de la Trinidad Santa. Los siete espíritus están frente al trono de Dios (1,4); se indica que pertenecen al ámbito de Dios Padre. Y son siete lámparas de fuego ardiendo frente a su trono (4,5). Sólo Cristo tiene los ojos de fuego (1,14; 2,18); pertenecen, pues, también a Cristo. El Ap subraya tanto que son de Cristo, que se convierten en sus mismos ojos: "El Cordero tenía siete cuernos y siete ojos que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra" (5,6). A través de la mención del trono de Dios, del fuego y de los ojos; mediante la equivalencia de una iconografía cultual (las siete lámparas, el fuego) y antropomórfica (los ojos), el Ap describe visionariamante la sintonía de la Trinidad y su actividad salvífica. En pocos escritos del NT aparece con tanto realismo esta comunión trinitaria, perfecta en su unidad y personal en su economía.


III. Apocalipsis y fin del mundo

El fin del mundo aparece en el Ap (21-22), como la perfección de la historia humana que en el Dios trinitario se consuma; es preciso correr el velo de su lenguaje para entender la teología que ofrece. Mediante los símbolos de la ciudad, del templo, de la luz y del paraíso recreado, Dios Trinidad se comunica a la humanidad, de manera total; le concede una ciudad y un templo para vivir juntos, una luz donde contemplarse directamente, sin sombras, y un paraíso donde vivir en una eternidad dichosa. Los dos últimos capítulos de Ap realizan las más profundas aspiraciones de la humanidad por un futuro venturoso: la humanidad, tras el largo devenir del tiempo, desemboca, por fin, en Dios Trinidad. Y con ella también el mundo y sus logros son recreados. Ahora se cumple el fin de la historia, la apoteosis de la nueva creación (cf. Is 65,17). Tal plenitud de lo humano en lo divino se explica de la única manera posible, mediante esta geminación de símbolos:

Aparece la ciudad santa, la nueva Jerusalén, como el don escatológico de Dios a la humanidad, a fin de habitarla juntos en una comunión personal y perdurable (21,2-26). Esta ciudad, procede del cielo, no es obra humana, viene de parte de Dios (21,2), como una bendición divina (igual preposición apo que en la bendición trinitaria de Ap 1,4). Significa la realización perfecta del designio de Dios y la feliz consumación del mundo, tras los intentos fallidos de la humanidad. Es la anti-Babilonia, la ciudad secular, autosuficiente, hecha para almacenar la injusticia (Ap 18). Es la anti-Babel, la ciudad levantada por el orgullo de los hombres, que debía tocar el cielo (Gén 11,4) y el símbolo del no entendimiento humano (5-9). En la nueva Jerusalén Dios pone su morada definitiva (Ap 21,3), y morará siempre con los hombres: ellos serán su pueblo y él será su Dios. Se cumple, por fin, la promesa de la alianza, tantas veces promulgada. Dios acaba con todas las penalidades, el dolor y la muerte (21,4; 1 Cor 15,27: "El último enemigo en ser destruido será la muerte...cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo"). Dios recrea el mundo y su plan de salvación llega a su rotundo desenlace.

El templo de la divinidad. En esta ciudad de Jerusalén no existe templo, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero es su templo (Ap 21,22). Se esperaba un templo renovado (Ez 44-45; 48,15-16.30-35). Ni siquiera en Jerusalén, la ciudad del templo, hay templo (i). Dios y Cristo son el templo verdadero. La divinidad ya no aparece sólo como objeto de culto, sino como lugar de culto. El templo es la ciudad, donde los hombres habitan. Quiere decirse que ya existe una relación ininterrumpida entre Dios y la humanidad; que ésta vive de ahora en adelante en Dios, como en un templo. Incluso las medidas simbólicas de esta ciudad (21,16) están calcadas en las proporciones del santo de los santos (cf. 1 Re 6,19s). La ciudad aparece como la parte más sagrada del templo, donde la relación de los hombres con Dios será para siempre, sin exclusividad de fechasy personas, con una reciprocidad íntima y permanente.

Ciudad de la luz de Dios. Una ciudad completamente inundada por la luz divina; es la vida de Dios que se comunica ("La vida es la luz de los hombres" Un 1,4]). Ya no hay necesidad del sol ni de la luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lámpara (21,23). Esta ciudad resplandece como el lugar de la luz escatológica. La luz, símbolo de la vida, aquí potenciada al infinito, aparece como la vida divina (de Dios Padre y del Cordero) irradiándose por toda la ciudad. Con su simbolismo apocalíptico el mensaje teológico se deja entender. Tanta es la fuerza de la luz divina, que hasta la obra primordial de la creación, la luz natural del sol y de la luna (Gn 1,3.14) se apaga. La presencia de Dios se hace tan penetrante que llega a todos los rincones y transforma los recintos de la ciudad. Dios se comunica, por contagio, como la luz. Toda la ciudad, habitada por la humanidad, queda constituida en una refracción de luz, se adentra en los oscuros cimientos y los cambia en perlas (21,19-21, traspasa los muros y los hace joyas (21,18), también las puertas son perlas (21,21-22), la ciudad brilla en un puro resplandor (21,11), y su plaza es de oro puro (21,18); la ciudad de la nueva Jerusalén queda enriquecida por la gloria divina (21,23). Tiene tanta luz que se convierte en faro a donde van todas las naciones (21,24). Noche no habrá en ella (21,25). Este simbolismo luminoso, tan insistente que casi deslumbra, que nimba y penetra la ciudad, parte de la gloria de Dios y del Cordero (21,21.23); pretende hacer ver cómo la vida de Dios es un don concedido a los hombres, que se comunica totalmente, les hace vivir de la misma vida, y éstos no pueden ya sino existir transfigurados en su presencia.

El paraíso recreado. En la ciudad, del trono de Dios y del Cordero brota un río de agua de vida, brillante como el cristal, y crece el árbol de la vida. Se encuentran aquí los motivos esenciales del Génesis (2,10), ampliados por los profetas (Ez 47,1-12). Mas no se trata de volver a los orígenes. El paraíso prometido es el cumplimiento de toda la historia de la salvación. La última imagen que ofrece el Ap es la de Dios Trinidad. Aparecen juntos, incluso rompiendo la coherencia lógica de la visión, ocupando el mismo trono de la divinidad, el Padre y Cristo, siendo el origen del torrente de agua cristalina. Y esta agua de vida que alimenta la humanidad es la fecundidad del Espíritu Santo. "En la cumbre de Jerusalén vemos la Trinidad toda entera: el Padre penetra toda la ciudad con su gloria, el Cordero la ilumina con su doctrina, el Espíritu la riega y hace nacer por todas partes la vida "¢. Así la imagen de la Trinidad queda perfectamente resaltada. La humanidad sólo puede existir ya en Dios Trinidad. Empieza el libro con una bendición trinitaria (1,4-5) y acaba, como una inclusión semítica, con otra imagen asimismo trinitaria, calificando el Apocalipsis como el libro de la Santa Trinidad. Al final de la historia la Trinidad constituye la única fuente de vida para la humanidad. Se cumple para ésta la aspiración del salmo 36,9-10: "Los humanos se acogen a la sombra de tus alai, se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias; porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz". Se realiza el anhelo profundo del hombre: "Hacia la luz mis ansias se consumen", ha escrito un poeta, F. García Lorca. El Ap ha recreado esta aspiración con los símbolos de una ciudad de luz, un templo de gloria y un paraíso, donde brota impetuoso un torrente de agua de vida luminosa y crece el árbol de la vida inmortal. El Ap añade que estas condiciones de plenitud de vida son inmejorables; no existirá aquella maldición genesíaca, pues el Diablo y la muerte ya han desaparecido (Gén 3,16-22; Ap 22,3); los hombres verán el rostro de Dios (22,4), es decir, Dios, como el futuro de la humanidad, lo que siempre su corazón ha ansiado (Ex 33,20; Sal 17,15; 42,3; 1 Cor 13,12; 1 Jn 3,2: "Aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es".

[ —> Amor; Cielo; Comunión; Creación; Doxología; Escatología; Espíritu Santo; Hijo del Hombre; Historia; Iglesia; Jesucristo; Padre; Pascua; Sacerdocio; Salvación; Señor; Transcendencia; Trinidad.]

Francisco Contreras Molina