29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIV
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
CICLO C
1-6

1. CZ/SIGNO.

Reconocer la realeza de Jesús es un gesto tanto menos fácil cuanto que Jesús se presenta como un hombre humillado, abatido, crucificado y muerto. ¿Es posible que los hombres confiesen que el que así fue tratado es el más capaz de llevarles a la felicidad, a la vida...? El evangelio de este domingo muestra las diversas reacciones que provocan la vista de Jesús crucificado y la confrontación de esa escena trágica con la pretensión de Jesús de ser el rey de los judíos.

Ahí está el problema: la inscripción puesta sobre Jesús crucificado, agonizante, a punto de expirar -"Este es el rey de los judíos"- dice la enorme paradoja que hay en el corazón de la fe cristiana. Nadie puede extrañarse al constatar la diversidad de reacciones que provoca tal espectáculo.

Unos rechazan categóricamente la paradoja y no encuentran más que motivos para la burla; la pretensión de ser el Cristo, el Rey, el Elegido, el que salva (prerrogativa del rey, según el Antiguo Testamento), en tanto que, como crucificado, no puede "salvarse a sí mismo", es insostenible. El razonamiento es lógico, el rechazo es comprensible. ¡Y sin embargo...! Junto a los jefes sarcásticos y a los militares burlones, "el pueblo está allí y mira". Mira perplejo, sin duda; signo, a la vez, del presentimiento de que algo importante ocurre y de la imposibilidad de adherirse plenamente a ello. El pueblo se ve superado por el drama; no está de acuerdo con Jesús, pero no comparte las chanzas de los escépticos. La paradoja es todavía demasiado dura para se aceptada. ¿Cómo no entender también esta actitud que no es sólo de ayer? Finalmente, tiene la palabra el "buen ladrón". Nueva paradoja: ¿por qué ha de ser que Jesús no sea identificado más que por un ladrón? o también, ¿por qué Lucas sintió tanta satisfacción escuchando al ladrón confesar la realeza de Jesús, en tanto que los demás evangelistas han ignorado esas palabras? Una primera constatación: de los dos ladrones, sólo uno reconoce a Jesús. A pesar de que las situaciones son idénticas, las reacciones difieren; prueba de que la situación no es suficiente para explicar la acogida o el rechazo último del Evangelio.

¿Qué es, pues, lo que explica la reacción positiva del buen ladrón? Al no decir nada el autor, sobre las disposiciones personales, hay que conformarse con la situación misma de este hombre, sin pretender ver en ella la explicación definitiva.

¿Es el hecho de verse rechazado por la sociedad lo que acerca a este malhechor a Jesús?; ¿el compartir una misma humillación lo que le hace más disponible?; ¿o quizá el hecho de sufrir la misma cruz que Jesús... de morir con él, cerca de él, como él? Es probable que Lucas, tan sensible siempre a la apertura de corazón de quienes son pobres o están humillados, perseguidos, no haya ignorado estos posibles motivos.

RV/CZ: Pero quizá haya querido decir también que la situación de Jesús permitía por sí misma, a unos ojos capaces de ver, identificarle en verdad. La tesis de Marcos -menos sistemáticamente sostenida por el tercer evangelista-, según la cual Jesús no puede ser auténticamente comprendido más que a partir del momento en que es visto en la cruz, expresa también el pensamiento de Lucas. Después de haber visto morir a Jesús es cuando el centurión "da gloria" a Dios y proclama la justicia de Jesús. Y al verle sufrir en la cruz, el ladrón puede identificar a Jesús como el iniciador, si ya no el jefe del Reino de Dios. Y Jesús confirma su pensamiento prometiéndole, para ese mismo día, la entrada en el Paraíso.

Así al mismo tiempo que la cruz aparece a unos como la objeción que hace imposible su fe en la realeza de Jesús, aparece a otros como el signo luminoso de una misión divina. ¡Mirada sorprendente la del buen ladrón! ¿Qué es lo que proporciona unos ojos capaces, como los suyos, de contemplar la vida, y especialmente los dramas que contiene, como él supo mirarlos? ¿Cómo llegar a ver a Jesús como supo hacerlo él el primero? ¿No es la pregunta decisiva que plantea el texto de hoy? Una pregunta que nunca ha dejado de estar planteada.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 306


2.

Nuevamente llegamos al final del año litúrgico y nuevamente celebramos la festividad en la que nos fijamos en Cristo como Rey.

La festividad nos invita a fijarnos en la forma de ser de ese Reino de Cristo; pero no sólo la festividad: también la necesidad; aún estamos muy lejos de ser conscientes del estilo del Reino de Cristo y, sobre todo, estamos muy lejos de vivirlo.

El pasaje evangélico que hemos escuchado nos presenta tres cosas muy importantes: -el momento en el que Jesús es presentado como Rey;

-la actitud de los bien vistos socialmente, ante este Rey;

-la actitud de un marginado, ante el mismo Rey.

EL MOMENTO EN EL QUE JESÚS ES PRESENTADO COMO REY.

Los reyes del mundo van rodeados de grandes séquitos, de armas, de delegados, de fasto y pompa, de terciopelos, de valiosas joyas, de lujosos tronos, esplendorosos salones.

Sus proclamaciones suelen estar rodeadas de espectaculares ceremonias, brillantes festejos y general regocijo.

Copiando este modelo, nuestras imágenes de Cristo Rey lo colocan más cerca de cualquier rey humano que de ninguna otra cosa; la única diferencia estriba en querer hacerlo "más que ningún otro"; pero, por este camino, hemos olvidado las diferencias entre Cristo Rey y cualquier otro rey de los que nos habla el Evangelio. Los Evangelios nos presentan un Rey cuyo trono es la cruz y cuyo cetro es un clavo que atraviesa su mano. Demasiado fuerte, demasiado escandaloso, demasiado insoportable para el hombre. Más aún: si algo está lejos de lo que es ser Rey, según el sentir humano, es ese Jesús de la Cruz; si algo es imposible conciliar es que Jesús sea Dios y Rey en la Cruz.

Pero los evangelistas no se dejan llevar por los prejuicios humanos, no quieren suavizar las cosas para conseguir adeptos; los evangelistas saben que aquí no se puede remozar la realidad, ni siquiera como técnica pedagógica.

A la hora de la verdad, ésta es nuestra fe: ante un hombre que está siendo ejecutado como un malhechor entre malhechores, el cristiano proclama que ése y no otro es nuestro Salvador; ése y no otro es el Hijo de Dios; ése y no otro es nuestro Salvador.

Que aquí estamos rozando el Misterio de Dios es innegable; y en esta situación no tenemos otra salida que la confianza.

LA ACTITUD DE LOS BIEN VISTOS SOCIALMENTE, ANTE ESTE REY.

Por todo lo dicho hasta aquí se conciben las reacciones que, ante Jesús, tienen los hombres y mujeres que marchan "al ritmo de la sociedad":

-El pueblo presencia la escena, probablemente esperando a ver en qué quedaba todo aquello.

-Las autoridades religiosas hacen sarcásticos comentarios sobre el crucificado: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios"; hay que reconocer que saben "poner el dedo en la llaga", que lo que dicen está lleno de lógica; pero precisamente por eso, porque están convencidos de que Dios tiene que ser como su lógica les dicta, son incapaces de reconocer a Dios tal y como él se presenta; y el hecho de que no se presente como el hombre esperaría, no es motivo para rechazarle; pero sí lo fue para aquellas autoridades religiosas.

-Los soldados romanos, encargados de la ejecución, se burlan de aquel hombre que moría bajo el título de "Rey de los Judíos"; ellos sí sabían bien lo que era un rey; y además conocían cuál era la verdadera situación de los judíos; en aquel estado de cosas, pensar que aquel hombre fuese rey era un disparate descomunal en el que ellos, lógicamente, no iban a caer.

LA ACTITUD DE UN MARGINADO, ANTE EL MISMO REY.

Sólo un hombre es capaz de leer tras las apariencias, de interpretar los acontecimientos que ante sus ojos se están desarrollando; un ladrón que, en otra cruz, comparte el suplicio y el destino más próximo de Jesús: la muerte.

Un hombre al que la Ley del Estado no ha dado respuestas en su vida, un hombre al que la lógica humana ha considerado indigno de seguir vivo entre los vivos, irrecuperable, sin solución, inservible para el género humano, y por tanto, digno de ser destruido, eliminado. Este es el único que, a pesar de su situación -¿sería atrevido afirmar que, más bien, gracias a ella?- ya no espera nada de la lógica humana, pero no ha perdido toda esperanza. Le queda una esperanza más definitiva, más absoluta, que iba más allá de lo que la vista y la mente podían alcanzar. Por eso se dirige a Jesús para pedirle: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Y por eso encuentra una respuesta en Jesús: "Hoy estarás conmigo en el paraíso".

BUEN-LADRON /Lc/23/42: Pero no podemos olvidar que para llegar a recibir esa oferta, ese premio, ese regalo, antes aquel "buen ladrón" ha tenido que ser capaz de superar ideas preconcebidas sobre Dios y reconocerle presente en aquel compañero suyo de suplicio; ha tenido que superar el dejarse esclavizar por los valores al uso en su sociedad y reconocer que, verdaderamente, aquél era Rey.

OTRA SOLUCIÓN AL DILEMA

A los primeros cristianos les costó no poco asimilar este Dios, este Rey que presentaba su máximo esplendor clavado en una cruz. San Pablo tendrá que recordar que "predicamos un Mesías crucificado, para los judíos un escándalo, para los paganos una locura" (1Co/01/23).

De todos es conocido el dibujo burlón que, en las catacumbas, presentaba un crucificado con cabeza de asno; o la acusación tan frecuentemente lanzada contra aquellos primeros cristianos de "ateos"; todo ello era consecuencia de una misma causa: no era lógico, no tenía sentido que se presentase a uno que había muerto crucificado, como a Dios.

Y, con el paso del tiempo, fuimos descubriendo que era más cómodo, menos "escandaloso", amoldar a Jesús a nuestros esquemas sobre Dios, en vez de renunciar a ellos y aceptarle tal cual él se nos presenta.

La misma iconografía, pasada y no tan pasada, es ejemplo visible de que le hemos cambiado a Jesús su trono -la cruz- por nuestros tronos; y lo hemos hecho rey a nuestro gusto.

Pero esta otra solución no es evangélica.

Si queremos llamarnos -y ser- cristianos, tendremos que admitir su Reino tal y como él lo presentó y lo vivió; por mucho que nos duela, por mucho que nos moleste, por muy incomprensible que nos resulte el hecho de que Jesús no actuase como a nosotros nos hubiese gustado, como nosotros suponíamos que debería actuar, no podemos pretender enmendarle la plana a Jesús, aunque no han faltado intentos en este sentido.

Y si nos choca su estilo de Reino -que nos tendrá que chocar-, pensemos que quien tiene que rectificar no es Dios, sino nosotros y nuestros prejuicios, nuestras suposiciones, nuestras conveniencias y nuestros dioses hechos a la medida de nuestras conveniencias.

L. GRACIETA
DABAR 1986/57


3. J/RD.

-LA OBSESIÓN DE JESÚS: EL REINO DE DIOS

Las religiones y los hombres religiosos hablan normalmente de Dios. Jesús centra toda su predicación y su actuación en el Reino de Dios. Su Dios, el Padre, no quiere ser separado del Reino, es decir, de una nueva situación en que los hombres puedan y sepan vivir como hijos de Dios. El Reino es justicia, libertad, amor, vida. El Reino es sobre todo una Buena Noticia para los que no tienen habitualmente buenas noticias, los débiles, pobres, enfermos y pecadores. Es un proyecto de Dios, que quiere que los hombres compartan por gracia. Jesús anuncia el Reino de Dios -porque es gracia- y lo va construyendo con su acción -porque es tarea a la que se nos convoca-.

El centro de todo lo que Jesús nos quiere transmitir, la síntesis, lo que debe polarizar nuestras energías, es el Reino de Dios. Por algo el Vaticano II comprende la misión de la Iglesia a partir de ahí: "La Iglesia... recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo a todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese Reino" (LG, 5).

-EL SEGUIMIENTO DE JESÚS

Sin embargo, en el proceso de aprendizaje de los discípulos, los que van a llevar adelante el proyecto del Reino, hay siempre una llamada personal al seguimiento de Jesús, hay una vinculación expresa a El. Se nos está indicando que Jesús está indisolublemente unido al Reino de Dios. Que no se nos entrega un proyecto y Jesús desaparece, de manera que ese proyecto pueda ser liderado, reconducido e incluso descafeinado por el jefe de turno. Que el único Señor que llama, vincula, acompaña y lleva a plenitud el proyecto del Padre, es Jesús. Es imprescindible como no lo es nadie más: ni señores ni papas, ni políticos ni sacerdotes, ni ejecutivos ni ideólogos. Si nuestro proyecto es el de Dios, el Reino, nuestro Rey es Jesucristo, el Liberador. El tiene autoridad sin esclavizar ni dominar, como los habituales reyes y señores del mundo. En este sentido se puede muy bien decir que Jesús es el Rey, aunque más conforme con el lenguaje del Nuevo Testamento sería decir que Jesús es el Reino, es decir, que en el seguimiento de Jesús se decide el Reino de Dios. ¿Por qué Jesús rechaza durante toda su vida el título de rey que ahora, verdadera pero muy peligrosamente, le otorga la Iglesia?

-EL REY Y LA CRUZ

Lo entenderemos muy sencillamente. Porque en aquel tiempo, como en el nuestro, se daba al concepto "rey" un significado muy diferente a como vivía El su misión con respecto al Reino de Dios.

He dicho entonces y ahora. Veamos nuestras revistas del corazón. Están pletóricas de "acontecimientos reales". Todos los pasos de las familias reales contados al detalle. Pero no sólo nos hablan de los reyes "de sangre", sino de los reyes del negocio, de la canción, de la banca... ¿Qué tiene de común toda esta realeza seleccionada en páginas ávidamente devoradas por los lectores? ¡Que triunfan! Son los triunfadores de la sociedad. Mientras que no caben en esas páginas los que tienen a Jesús por Rey. Ahí no encuentro yo a mis amigos de la pequeña comunidad de Araya, en el Caribe; ni a tantos y tantos que vendan heridas, liberan oprimidos, viven pobremente la solidaridad, dan la vida por la justicia. El mundo tiene otro concepto de realeza, ahora como entonces. El poder debe tener éxito y triunfar.

Por eso, cuando Jesús es crucificado, juntamente lo es su Reino. Las autoridades y el pueblo hacen muecas, los soldados -poder militar- se burlan, el letrero -imagen o medios de comunicación- reza sarcásticamente: "Este es el Rey de los judíos". Entonces y ahora, el triunfo es la señal del poder y de la realeza.

Solamente hay un personaje, digno de la página de sucesos, por su marginación, insignificancia y mal vivir, que reconoce que Jesús "amando hasta la muerte no ha hecho nada absurdo" y, por lo tanto, entiende la realeza de Jesús: la del amor, que nunca falla, frente a la del poder, que para que no falle se ha de convertir casi siempre en obsesión y opresión. A quien ha entendido, Jesús le dice el secreto de su realeza: hoy ya estás conmigo en el paraíso, en el Reino.

Y es que para vivir el hoy del Reino no hace falta esperar a un triunfo espectacular y poderoso de Dios, basta comprender y realizar el amor a los débiles y pequeños hasta la muerte. Por supuesto, sí somos inmensamente felices de no salir en las revistas que hablan de los que siempre tienen éxito, de los "reyes" que arrebatan el corazón, porque en ellos proyectamos nuestras ansias de triunfo y poder.

Jesús habló del anuncio del Reino a los pobres, no quiso hablar de él como Rey y Mesías hasta el momento de la cruz, porque los oyentes no estaban maduros. ¿Creéis de verdad que hoy nosotros, la Iglesia, ya lo estamos para entender lo que esto significa?

JESÚS M. ALEMANY
DABAR 1989/57


4.

-CRISTO REY, EL ULTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO

Esta fiesta, que antes estaba arbitrariamente situada el último domingo de octubre, fue colocada por la reforma litúrgica como conclusión de la larga serie de los domingos del tiempo ordinario, convirtiéndose así en una especie de conclusión del año litúrgico.

El sentido de la fiesta no es, desde luego, ninguna proclamación de poder más o menos triunfalista, sino una celebración hondamente cristiana. Hemos ido siguiendo, en los tiempos fuertes del año, los momentos de la historia de nuestra salvación, momentos claves que tienen su punto culminante en el triduo pascual; hemos ido repasando también, a lo largo de la lectura continua de los domingos del tiempo ordinario, las palabras y las obras de Jesús según se encuentran página tras página en los evangelios, este año según la versión de Lucas; y ahora, antes de reemprender el ciclo en el inmediato tiempo de Adviento, dirigimos una última mirada al que da sentido a todo ello, Jesucristo, y una vez más lo reconocemos como aquel a quien queremos seguir, guía nuestro y de la humanidad entera.

¿Cómo es ese guía nuestro? ¿Cómo llega Jesucristo a ser nuestro "rey" y el "rey del universo"? Para reflexionar sobre ello tenemos un buen punto de referencia en las lecturas de este domingo, que nos hablan de lo que significa la realeza de Jesús, el reinado de Jesús. Y tenemos otro buen punto de referencia en los textos eucológicos, especialmente en las tres oraciones y el prefacio, que expresan muy bien, tomados en su conjunto, el sentido del reinado de Jesucristo.

Hay que darle solemnidad a la fiesta, como una llamada a esta contemplación de Jesucristo. Pero sin exagerar: la gran fiesta de Jesucristo Señor y vencedor no es hoy, sino el día de Pascua.

-PARA LA HOMILÍA

Son muchos los aspectos, a partir de las lecturas y los textos eucológicos, que podemos tratar hoy en la homilía. Habrá que escoger. Entre otros, podemos citar los siguientes:

I. El último encuentro personal: el ladrón de la cruz.

Todo el evangelio de Lucas ha sido una presentación de encuentros de Jesús con personas concretas, y un destacar la intensidad de unas relaciones personales que transforman. Ahora, al final de todo, el último encuentro, el más intenso, con el pobre desgraciado crucificado junto a él. La gente, los soldados, el letrero de la cruz, hablan de una realeza poderosa, supuestamente vencedora. Y Jesús muestra su verdadera realeza atendiendo con todo su amor, y llenando de vida, al hombre más pobre que podía encontrar en aquellos momentos.

II. La reconciliación y la paz, por la sangre de la cruz.

La cruz, y todo lo que ocurre en la cruz, es el lugar definitivo de la manifestación de lo que significa la realeza de Jesús. El "Dios mío..." de Mt y Mc, la identificación entre "ser rey" y "ser testigo de la verdad" de Jn, el "Padre perdónalos" de Lc junto con la escena del ladrón que hoy leemos. Así se manifiesta Jesús, y es mirando hacia su cruz como nosotros nos atrevemos a afirmarlo guía y camino nuestro. Su forma de ser hombre es el único que nos trae, a nosotros y a la humanidad, reconciliación y paz, como dice el final de la segunda lectura. Y entonces podemos unirnos a la gran proclamación que Pablo hace en ese himno de la carta a los Colosenses: él, el crucificado, es el sentido definitivo de todo.

III. La nueva Jerusalén, el nuevo rey.

La primera lectura es una escena guerrera, en un pueblo que reconoce la acción de Dios a través de las victorias de su rey contra los enemigos. De aquel rey, del linaje de David, Israel esperará un nuevo rey definitivamente vencedor. Un rey que sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, algunos sectores del propio Israel fueron entendiendo como un rey que no vencería por las armas, sino por una vida nueva renovadora. Nosotros, con las palabras del salmo, cantamos el camino hacia la nueva Jerusalén, la tierra renovada del Señor Jesús.

IV. El reino de la verdad y la vida....

El prefacio de hoy, tan conocido, es una gran síntesis: la entrega en la cruz, la sumisión de la creación (toda la creación empapada de su ley de amor), y la plenitud en Dios de toda la historia del hombre y del universo. Los calificativos que caracterizan el reino (verdad, vida, santidad, gracia, justicia, amor, paz) pueden dar pie a la reflexión homilética y constituir una invitación a la meditación personal. ¿Vivimos nosotros en el mundo según estos criterios? ¿Los transmitimos?

V. El programa de las tres oraciones. Las tres oraciones de hoy (colecta, ofrendas, poscomunión) constituyen también un buen esquema de reflexión homilética.

-Colecta: el objetivo de todo es Jesucristo, y el universo reunido en torno a Jesucristo; los hombres y el universo entero estamos llamados a esa reunión, y por ello todo ("la creación") debe ser liberado integralmente de la esclavitud (el pecado incluye toda esclavitud: personal, social, incluso ecológica).

-Ofrendas: dado que por la Eucaristía estamos reconciliados con Dios, le pedimos el don más preciado: la paz y la unidad para todos los pueblos, para todos los hombres. -Poscomunión: nos gloriamos de "obedecer los mandatos" (de seguir el camino!) de Jesucristo, y esperamos vivir con él para siempre.

Desde luego, hoy hay que proclamar, en algún momento, que "nos gloriamos", nos sentimos gozosos, de seguir a Jesucristo!

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1989/22


5.

UN REY CRUCIFICADO

-Jesús crucificado, acuérdate de mí cuando vengas como Rey (Lc 23, 35-43) Evangelio significa "Buena Noticia", la de la salvación. Así es como se nos presenta la proclamación del evangelio de hoy: "Si tú eres el Rey de los judíos, sálvame", "acuérdate de mí cuando vengas como Rey". Y Jesús responde: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Es verdaderamente el anuncio de la salvación por medio de la cruz y de la promesa que hace un Rey crucificado.

Un rey que es vencedor de la muerte. En efecto, la respuesta de Jesús no deja ninguna duda. En la cruz da una respuesta que no es una promesa vaga, sino una afirmación soberana: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". El buen ladrón provocó por parte de Cristo la respuesta que, en adelante, dará esperanza a todas las generaciones hasta la consumación de los siglos: la muerte es puerta del paraíso, y "estar con él" es el objetivo de toda vida cristiana y la realidad última de toda muerte.~

-David, pastor y ungido rey de Israel (2 Sam 5, 13)

Los orígenes de este Rey crucificado se remontan lejos en el símbolo y en el anuncio. La realeza de Cristo encuentra así su figura y su tipo. Recibe la unción regia como un rey pastor.

Debemos subrayar las peculiaridades del oficio de rey en Israel. Este no es como un rey entre los paganos. El pueblo es, en efecto, el pueblo de Dios y pertenece a él solo. El rey tiene, pues, como función dirigir al pueblo que se le ha confiado, guiarlo; es un pastor elegido de Dios para su pueblo. Es manifestación del poder de Dios. Si alcanza una victoria, es Dios quien la alcanza (2 Sam 5, 17-25; 8, 1-14; 19, 10). Pero su función es sagrada; él es el ungido del Señor. Dios manifiesta su presencia a su pueblo mediante la presencia del rey, y a través de él hace el Señor visible su soberanía, su poder, su gloria (Sal 72, 8; 110, 1). Es, pues, signo de Dios pero, a la vez, hombre débil; en cuanto tal, es a menudo objeto de oposición, aunque ésta jamás llega hasta la contestación del ideal regio.

Aun si la persona del rey es criticable, la realeza sigue constituyendo para Israel una indispensable condición de su vida y de la seguridad que tiene de la presencia de su Dios con él. Esto supuesto, es normal que la literatura y, por ejemplo, los salmos den del rey una imagen idealista. El rey es el símbolo de la esperanza y, en todo momento, la esperanza de un rey justo que conduzca a Israel. En este sentido hay que entender al profeta Jeremías cuando ve suscitarse en la familia de David un "germen justo" por el que será salvado el pueblo. Y esa es, igualmente, la visión de Ezequiel, que ve en el futuro rey a un buen pastor que reunirá a las naciones dispersas (Ez 34, 23; 37, 22).

La hora de la salvación va llegando progresivamente, y algunos la reconocerán en la venida de Jesús. Los profetas, sobre todo Isaías, le presentarán como el Siervo, aquel que da su vida (Is 53) en medio de la humillación para constituir un reino.

-En el reino de su Hijo querido (Col 1, 12-20)

Describe san Pablo en su carta el desarrollo de la vida cristiana en relación con la Historia de la salvación. En el plan de Dios aparece en primer lugar el Hijo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura. Con su sangre, restablece la primacía que había ejercido al principio de la creación. En él tienen todas las cosas su total realización. El cristiano es introducido en este plan de reconstrucción, y su vida evoluciona según ese mismo plan. Nosotros entramos en el reino que él funda restaurando toda la creación y reconciliando todo por él y para él, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Esta parte de la carta de san Pablo es un himno de gloria. Este mismo Cristo Rey está a la cabeza de su Iglesia, en la que estamos insertos por nuestro bautismo, convertidos en una nación santa, un pueblo regio.

La 1ª lectura de hoy nos ha orientado hacia el Rey-Mesías esperado, mientras que el evangelio nos ha mostrado cómo la historia de la salvación es regida por Cristo quien, por su cruz, la conduce a su término. La 3ª lectura es un canto de gloria a todo lo que Cristo, Rey del universo, ha realizado para la instauración del Reino en el que estamos insertos. A todos, pues, se nos invita a hacer la experiencia de una vida vivida bajo un Rey, en un pueblo regio, pero bajo un Rey cuyo reino no es de este mundo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 116 ss.


6.

-AL FINAL, PONEMOS NUESTROS OJOS EN JESUS

"No pongáis los ojos en nadie más que en él... no esperéis a nadie, a nadie más que a él...no busquéis a nadie, a nadie más que a él... porque sólo él nos puede sostener...". Este verano, en una misa de fiesta mayor en la que se canta un larguísimo y vibrante Gloria polifónico, el obispo que presidía la celebración decía en la homilía que el momento culminante del gloria, el "Quonian tu solus sanctus, tu solus Dominus, tu solus Altíssimus, lesu Christe", quería decir algo parecido a esta canción actualmente popularizada.

"¡No pongáis los ojos en nadie más que en él!". Este es quizá el mejor resumen de lo que celebramos hoy. Al final del año litúrgico, en el último de la larga serie de domingos en que, sin celebrar ningún misterio particular de la historia de la salvación, hemos ido siguiendo las páginas del evangelio y nos hemos sentado a la mesa del Señor, la liturgia nos invita a resumir todo lo que hemos contemplado a lo largo del año en una única mirada: Jesús, el único que vale la pena tener siempre ante los ojos, el único en quien podemos esperar siempre, el único a quien vale la pena seguir porque su camino es el único camino. Cada domingo proclamamos esta misma afirmación de fe en el Gloria, con palabras quizá más grandilocuentes pero que quieren decir lo mismo: "Porque sólo tú eres Santo, sólo tú señor, sólo tu Altísimo, Jesucristo". Hoy, pues, todo debe quedar centrado en eso, en mirar a Jesús. Pero atención: mirar al Jesús verdadero, al que hemos conocido en el Evangelio, ¡no a un Cristo rey con pretensiones de gobernante de este mundo!

-EL JESÚS AL QUE NOSOTROS MIRAMOS

Las lecturas y los textos de hoy nos ayudarán en esta mirada. La primera lectura y el salmo nos recuerdan el anhelo del pueblo de Israel de tener a alguien que condujera al pueblo y le diera alegría y seguridad y el rey David y la ciudad de Jerusalén estarán por siempre en el recuerdo del pueblo como el momento en que este anhelo se realizó de una manera más plena.

Pero ciertamente, aquella realización era débil e insuficiente. La segunda lectura, con palabras gozosas y entusiastas, proclama que Jesús es quien realmente nos guía y conduce hacia los deseos más plenos, él es el punto de referencia de toda la humanidad liberada, como dice también la oración colecta. Y será en el texto evangélico, en este fragmento de la pasión en el que tan bien se condensa el espíritu con el que Lucas nos ha ido haciendo conocer a Jesús a lo largo del año, donde veremos quién es este Jesús en quien hemos de poner nuestros ojos: aquel que tiene como única arma y escudo el amor, aquel que muere en la cruz por amor, aquel que en la cruz tiene el gran y definitivo detalle de preocuparse personalmente del pobre desgraciado que está muriendo con él a su lado.

El prefacio dice cuál es el objetivo final de todo: que la humanidad se convierta en Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz.... ¡cuánta fuerza hay detrás de cada una de estas palabras, y qué claro queda, también, que no hay otra manera de llegar a él que la manera de Jesús, que es la de vivir teniendo como única arma y escudo el amor.

-EL JESÚS QUE NO SE SALVA A SI MISMO

Uno de los detalles que hacen del fragmento evangélico de hoy una pequeña joya teológica y espiritual es observar que todos reclaman que Jesús se salve a sí mismo y consideran que el hecho de no hacerlo es signo patente de que es simplemente un farsante con pretensiones pseudodivinas. Se lo dicen las autoridades, se lo dicen los soldados, se lo dice uno de los dos condenados al mismo suplicio que él. Es la consigna. Y, efectivamente, esta es la consigna del mundo: la medida del valor de una persona es su capacidad de ser poderoso y prestigioso, y de estar a cubierto de todo tipo de fracaso.

Y en cambio, Jesús, ante la triple provocación con esta consigna, ni siquiera responde: no hay respuesta posible, no se puede demostrar que "salvarse a uno mismo" no tiene ningún interés para que el que quiera ser verdaderamente persona (que es lo mismo que decir ser verdaderamente hijo de Dios). Jesús, al final, las únicas palabras que dice son las únicas que le interesan: el consuelo definitivo para el ladrón arrepentido, para el pobre desgraciado que no espera milagros sino sólo un poco de comprensión y ternura.

Este fragmento evangélico debe conducirnos, en primer lugar, a amar más a Jesús, porque vemos que él es, totalmente, amor y especialmente amor para con los débiles de toda clase (¡vivamos la comunión de hoy como una gran experiencia de amor!). En segundo lugar, debe llevarnos a preguntarnos -cuántas veces lo hemos hecho, cuántas más lo tendremos que hacer!- cuántos esfuerzos dedicamos a "salvarnos a nosotros mismos" (=a estar bien nosotros) frente a los que dedicamos a hacer lo que Jesús hacía. Y en tercer lugar, debe llevarnos a pensar en los criterios de actuación de nuestra Iglesia, la universal y la más cercana: Jesús no hizo valer nunca ningún derecho, no quiso ahorrarse ninguna dificultad, no pretendió imponer ninguna ley.. ¡se limitó a amar infinitamente, y a amar más a los desgraciados de cualquier tipo!

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992/15