34 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXIII
(22-34)

 

22.

Nexo entre las lecturas

Al terminar el ciclo litúrgico B la liturgia de la Iglesia no puede ofrecernos un mejor tema que el de la esperanza. Daniel, mirando esperanzadamente hacia el futuro, profetizará: "Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro". En el discurso escatológico Jesús ve el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: "El Hijo del hombre... reunirá de los cuatro vientos a los elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo" (Evangelio). El autor de la carta a los Hebreos contempla a Cristo sentado a la derecha de Dios, esperando hasta que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. No un reportaje, sino un misterio. Ni los profetas ni los evangelistas fueron reporteros de su tiempo, mucho menos del fin de los tiempos, que a la vez que desconocen no dejan empero de anunciar. Mediante un lenguaje misterioso, marcadamente simbólico, intentan meternos a los lectores u oyentes en el misterio del fin del tiempo y de la historia. Es necesario por tanto estar atentos para no confundir lenguaje y mensaje. El lenguaje no puede no ser antropomórfico: el fin del mundo visto como una conflagración universal aterradora, una especie de terremoto cósmico que conmueve el universo entero y lo destruye por completo, un cataclismo imponente cuyo fuego incandescente devora abrasador toda la materia. Oculto tras esta representación escénica de impresionante viveza, hay un mensaje divino: "El mundo no es eterno. La historia tendrá un fin". El ropaje literario, propio de la apocalíptica judía, muy apropiado para los tiempos que corrían de persecución (en el caso de Daniel la persecución de Antíoco IV Epifanes, en tiempos de Marcos posiblemente la de Nerón), no debe distraernos, mucho menos angustiarnos, y menos todavía ocultarnos y hacernos perder el mensaje de revelación de Dios. El mensaje es revelación de Dios, y por tanto cierto, irrevocable, verdadero, válido. "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". En cuanto misterio, sin embargo, no está al alcance de nuestro humano conocimiento ni es manipulable para satisfacción de nuestra curiosidad o de nuestro orgullo. Como misterio es irrupción imprevisible, aparición repentina e inasible, desvelamiento inesperado y deslumbrante. Como misterio se espera de Dios, el Señor del misterio, en actitud vigilante y confiada.

2. El fin de la vida y el fin del tiempo. Para el evangelista Marcos la destrucción de Jerusalén y del templo sirve de símbolo de los tiempos finales del mundo y de la historia. Igualmente, la imagen de la higuera desde que florece en primavera hasta que maduran los higos sirve para señalar el tiempo intermedio entre la historia concreta de su época y el final de la historia. Hay pues una relación entre el tiempo y la eternidad, entre el fin de una época y el fin de la historia, entre el fin de la vida y el fin del tiempo. Entre ambos fines hay ciertas semejanzas: en primer lugar, la certeza del fin, evidente respecto al fin de la vida, objeto de fe respecto al del tiempo; luego, su carácter imprevisible, totalmente en cuanto al fin del tiempo, parcialmente en cuanto al fin de la vida; además, su valor decisivo: en un caso se decide sobre la suerte del individuo, en el otro sobre la suerte de la humanidad entera. Finalmente, ambos revelan la condición del hombre y de su mundo, una condición limitada, imperfecta, precaria, que remite necesariamente a otra realidad superior donde esa condición recibe perfección y completamiento. De esta manera el final de la vida equivale en cierto modo al final del tiempo para cada ser humano; y el final del tiempo en alguna manera está prefigurado en el final de la vida. Con la muerte, podemos decir, llega a cada hombre el final de su tiempo en espera del final de todos los tiempos. Ambos finales se viven a la luz resplandeciente de la esperanza cristiana.


Sugerencias pastorales

1. Esperanza y esperanzas. Es un tópico decir que el hombre vive de esperanza. Y es verdad. El niño espera hacerse grande o tener una motocicleta. El estudiante espera aprobar los exámenes. Los recién casados esperan tener un hijo. El desocupado espera encontrar un trabajo. El encarcelado espera dejar cuanto antes la cárcel. El comerciante que acaba de montar un negocio espera que le vaya bien... Esperanzas, esperanzas, esperanzas. Todas buenas, legítimas, incluso necesarias. Pero al fin y al cabo esperanzas pequeñas, esperanzas de calderilla. Esperanzas unidas a un bien que no tenemos y que deseamos poseer. Esperanzas que nos remiten a la Esperanza, con mayúscula, en singular, que nos remonta desde las circunstancias mismas de la vida diaria y corriente hasta Dios Nuestro Señor. Esperanzas que no siempre son satisfechas, que nos pueden engañar y desilusionar, que en su poquedad y labilidad nos hacen pensar en aquella Esperanza que no engaña, que mantiene despierta siempre la ilusión y que goza de inamovible firmeza y de absoluta garantía. La Esperanza con mayúscula no es fruto de nuestro esfuerzo ni de nuestros ardientes deseos, sino gracia y carisma del Espíritu, virtud teologal que tiene por anhelo al mismo Dios y la unión definitiva y perfecta con Él. Es ésta la esperanza que nos da acceso a la plenitud y a la realización de nuestro ser personal desde Dios, en Dios y con Dios. Es la Esperanza que todos debemos tener, que a todos deseo.

2. Un "happy end" para el cristiano. Jesucristo al hablar de la hora final, según el evangelio de Marcos, menciona sólo a los elegidos; de los condenados, si es que hubiere, cosa que nos es desconocida, no se nos dice nada en Marcos. El último día se cerrará con un happy end. ¡Que lo sepan y tengan presente todos los profetas de calamidades! La suerte final de cada hombre está envuelta en el misterio más absoluto (sabemos solamente que están en el cielo los santos canonizados), pero un final como el del evangelio de hoy infunde un gran consuelo y una extraordinaria confianza en el poder y en la misericordia de Dios. Porque hemos de saber que no sólo estamos en espera en este mundo, sino que somos esperados en el otro primeramente por Dios, pero luego por la santísima Virgen María, por los santos, por nuestros familiares, por todos nuestros seres queridos. Todos los que nos esperan están interesados en que nuestra vida termine bien, en que la historia de la humanidad y del universo culmine con un happy end solemne y general. Para eso Cristo, nuestro sumo Sacerdote, murió en una cruz y ahora, entronizado junto a su Padre, nos espera para darnos el abrazo de la comunión definitiva y perfecta. Nos lo dará si nos dejamos santificar por él, es decir, si permitimos que haga fructificar los frutos de su redención en nosotros.

P. Antonio Izquierdo


23.

Último domingo del año litúrgico de la Iglesia católica. El próximo domingo, la Iglesia y nosotros con ella, celebraremos la apoteosis, el triunfo glorioso de Cristo, Rey del universo y de la vida. Celebraremos la gloria esplendorosa de esta creación y de la humanidad, transformada y glorificada por la divinidad de un Dios Trinidad, de un Dios Familia: Padre, Hijo y Santo Espíritu, que es Todopoderoso, que no puede fracasar, que es bueno y nos quiere muchísimo, en expresión de la misma Biblia, al decirnos que nos quiere: "como a las niñas de sus ojos". Llenaros, pues, de alegría y de paz, hermanos.

Este es, pues, el último domingo de este año cristiano. Un año más y un año menos. Un año más, de minutos, días y semanas, tenemos todos en nuestra edad. Los niños y jóvenes se ponen contentos de tener un año más. Con cuanta ilusión queremos cumplir 10 años, cuando tenemos aun 9; o 15, cuando tenemos 14; o 21, cuando tenemos 20, porque nos consideran, entonces, mayores de edad.

Todos tenemos un año más!. También todos tenemos un año menos. Un año menos nos falta para llegar al final. Para los que no creen, es un año menos para llegar al desastre total de la vida con la maldita muerte inevitable, según ellos. Para los que creen, un año menos para llegar a la meta cual buenos atletas, y contentos de llegar a la meta por el premio que allí nos aguarda. Como dice San Pablo, escribiendo a su amigo Timoteo en su segunda carta (4, 6-8) "Yo estoy a punto de que me llegue la muerte y se acerca el momento de mi partida. He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, siempre he sido fiel a la fe. Desde ya, me está preparada la corona de los santos, con que me premiará aquel día el Señor, justo juez; y conmigo la recibirán todos aquellos, que han esperado su venida gloriosa"

A ti ¿te asusta, te ilusiona o te deja indiferente haberte aproximado 365 días de  tu final? Sabes los días de tu vida, que han pasado, que has vivido. Lo malo, es que no sabes los que te quedan para llegar al final, porque "el día y la hora nadie la sabe, ni los ángeles del cielo". Y lo peor y lo mejor es que según el profeta Daniel: "Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida eterna, otros para ignominia perpetua". Y esto, tener en cuenta, que no lo digo yo, sino el mismo Dios por boca del profeta Daniel.

Y es normal esta sentencia de Dios, pues, ya que en este mundo no se hace justicia perfecta, como todos deseamos y queremos y hasta lo gritamos en múltiples manifestaciones, al menos, que podamos vivir con la esperanza, que al final, justicia perfecta se hará, porque no es posible, que criminales a sueldo  o violadores salvajes, que si Dios los perdona y los salva del desastre eterno, porque Dios es todo bondad y misericordia, tengan la misma recompensa y la misma gloria que la Virgen María, dolorosa y afligida como nadie al pie de la cruz, o que los apóstoles, o los mártires o nuestra abuela, que fue una santa y ya va de camino, estando de arribada.

En este domingo se trata de profundizar e interiorizar la idea esperanzadora de que nuestro final, a pesar de todos los pesares, va a ser una apoteosis, que va a glorificar a Dios. Dios se va a experimentar Dios por su triunfo, por su éxito irrecusable en esta creación esplendorosa, que habrá alcanzado la perfección total y absoluta. Habrá llegado al punto Omega, que dice Teihlard de Chardin

En forma o estilo apocalíptico, y de revelación sobrecogedora, "porque serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora", el profeta Daniel nos abre la puerta a la esperanza de un más allá. Que la muerte no es el final desastroso, no es el fracaso total.

En su tiempo, el pueblo de Israel, con los hermanos Macabeos a la cabeza, sufre acoso, muerte y derrota por la persecución sangrienta de los Antioco, reyes de Persia. Hoy, nosotros, sufrimos también descalabros y desesperanzas en esta sociedad moderna, donde a veces perdemos las ilusiones y hasta las mismas esperanzas, y nos dan ganas de echarlo todo a rodar, cuando vemos cómo la inmoralidad y procacidad nos las imponen en los mismos hogares, a través de la pequeña pantalla, jugando con nuestros instintos y pasiones y  destruyendo la moral de nuestros hijos, niños y jóvenes; cuando vemos que grupos fuertes de narcotraficantes imponen su ley de muerte con la venta de drogas, enfrentándose y amordazando a los mismos gobiernos, que nosotros hemos elegido para que nos administren con honestidad y justicia y para que nos defiendan; cuando vemos también y sufrimos tantas injusticias, sintiéndonos impotentes y derrotados, como aquel pueblo de Israel ante la persecución a muerte del rey Antioco Epifanes. Hoy ese pueblo de Israel, se llama Congo, Sudán, Afganistán, Irak y así hasta más de cuarenta países en guerra, hoy.

Pero de la misma manera que a los israelitas el profeta Daniel les abrió a la esperanza del triunfo, con la promesa de una nueva vida, de la resurrección, que la vida, pues, no termina con el desastre de la persecución y de la muerte, nosotros también, hoy, al acabarse el año litúrgico, como se acabará nuestra vida terrenal, nos sentimos invadidos por la esperanza alegre de la venida triunfal del Hijo del Hombre: "Cristo Jesús, sobre las nubes, con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos del extremo de la tierra al extremo del cielo".

¿Quiénes son los elegidos? Los que están inscritos en el libro, nos ha dicho el profeta Daniel. Y ¿quiénes están inscritos en el libro? Los que dan, no lo que les sobra de su tiempo, de su vida, de su dinero, sino los que dan su vida, su tiempo y su dinero, como la viuda del domingo pasado, que echó en el arca de las ofrendas del templo todo lo que tenía para vivir. Se quedó sin nada. Solo le quedó la esperanza de que Dios llenaría su corazón y quedaría así inscrita en el libro de los elegidos para la vida eterna, porque en su corazón, llevaba toda su esperanza: el mismo Dios

¿Quiénes están inscritos en el libro de la resurrección? Los que gritan a Cristo con confianza y amor para ver el verdadero sentido de la vida, como el ciego de Jericó, Bartimeo y siguen después a Cristo, como él lo siguió hasta Jerusalén, hasta el Calvario, a diferencia de aquel muchacho rico, que no lo pudo seguir, porque prefirió sus riquezas y se quedó triste con ellas, pues había perdido lo mejor, a Cristo

¿Quiénes están inscritos en el libro de la nueva vida? Los que sirven a todos y ocupan siempre el último lugar. ¿Quiénes están inscritos en el libro del juicio final? Los que no cometen adulterio y son fieles a su cónyuge, a la vida y al trabajo de cada día de manera responsable.

¿Estoy inscrito en este libro? Porque sería un desastre despertar de la muerte para ignominia perpetua, nos ha dicho Daniel, el profeta. "Que la ciencia consumada es que el hombre bien acabe, porque al fin de la jornada, aquel que se salve sabe y el que no, no sabe nada".

Hay, pues resurrección, hay vida eterna, hay esperanza, porque hasta los que dudan haya algo y no acaban de creer, no conciben y no aceptan en cambio, que los mismos muertos queden para siempre tristes, para siempre solos, para siempre muertos, como nos lo expresa y con profunda tristeza e inquietud, Gustavo Adolfo Becquer, chapoteando en el barro oscuro de su ateismo, al decirse e interrogarse y al decirnos, a su vez a nosotros: "Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es vil materia, podredumbre y cieno?. No sé, no sé, pero hay algo que explicar no puedo, que a la par nos infunde repugnancia y miedo, al dejar tan tristes, tan solos, los muertos". No puede ser, tiene que haber vida eterna, tiene que haber resurrección.

Necesitamos hoy, celebrar la Eucaristía para dar gracias a Dios por la puerta que se nos ha abierto a la esperanza con la resurrección. Su vida, su ser que es alimento eucarístico, fortalecerá nuestro corazón para servir, para gritar y ser fieles a nuestros compromisos sacramentales a partir de nuestro bautismo y lograr así estar inscritos en el libro de la vida, en el libro de los elegidos.   

AMEN.

                           P. Eduardo MTNZ. ABAD, escolapio

                            Correo-e:   edumartabad@escolapios.es


24. DOMINICOS 2003

Jesús en el evangelio a veces utiliza un lenguaje que puede asustar o desconcertar. Por ejemplo, en el evangelio de hoy. Nos habla del final de los tiempos. Dice que el sol se oscurecerá y las estrellas caerán del cielo.

Con estas palabras Jesús no pretende crear miedo o angustia. Solamente quiere que actuemos; que reaccionemos a tiempo. Estos textos del evangelio cumplen su función si nos ayudan a reflexionar. Si nos empujan a cambiar. Si nos motivan a actuar y a vivir de otro modo. Pero no cumplen su función si se utilizan para transmitir miedo y angustia.

Comentario bíblico:

El final del mundo será el triunfo del bien sobre el mal

Iª Lectura: Daniel (12,1-3): Dios triunfa salvando

I.1. La lectura del libro de Daniel nos introduce en un contexto que habla del final de los tiempos, de los tiempos escatológicos. Es la expresión de un mundo apocalíptico, que fue una corriente que aparece en el s. II a. C. con objeto de responder a tiempos difíciles y de angustia para el pueblo elegido. El libro de Daniel no es propiamente el libro de un profeta, sino de un apocalíptico, cuya sintonía con la historia es a veces difícil de descifrar. En esta literatura se habla de una gran conmoción de la historia y se recurre a unos signos extraordinarios para animar a los que sufren y guardan su fidelidad a Dios. Su visión de la historia está sombreada por una visión dualista de la misma que puede llamar a engaño. Este mundo solamente, parece, tiene solución si Dios interviene y termina con todo en beneficio de los buenos, o del pueblo elegido o de los que han impuesto su criterio. Es una solución que tiene ciertos esquemas poco adecuados, aunque, por otra parte, palpita un deseo ardiente de ver a Dios intervenir en la historia que ha creado; y esto es positivo. Pero esa intervención no será según quieren los hombres, sino en la libertad soberana de Dios.

I.2. En nuestra lectura de hoy, Miguel “¿quién como Dios?”, el protector del pueblo según aquella mentalidad, vendrá para proclamar salvación y resurrección para los elegidos. Es en este libro donde aparece por primera vez la resurrección y la vida más allá de la muerte en la fe de Israel. Es esto lo más importante a señalar. Porque en esta lectura apocalíptica hay un mensaje de esperanza y salvación. Es verdad que en aquél momento la teología no daba más de sí, y solamente se proclamaba para los elegidos; pero desde una lectura del Nuevo Testamento, la resurrección y salvación de Dios está abierta a todos los hombres que confían en El.

I.3. Efectivamente, a Israel le costó mucho llegar a una solución de la vida humana después de la muerte. Y eso que tenemos salmos y oraciones que podrían conducir a ver que estaba implicado un mensaje de esperanza más certero en la misma antropología bíblica. Por tanto, si hay resurrección, una vida después de la muerte, una vida en las manos de Dios, entonces los textos e imágenes apocalípticas deben leerse como el resultado de una conquista humana y religiosa, por la cuál se responde al anhelo que todos llevamos en nuestro corazón. Estamos hablando de “experiencias” religiosas de una época y de una cultura. Lo importante es la verdad que en ello hay, no las imágenes míticas con las que se reviste el lenguaje apocalíptico. El oprobio, la condenación, el juicio… es el ropaje de la época para hablar del triunfo de Dios. Pero, como creemos por el mensaje del NT, el triunfo de Dios no tiene que ser necesariamente así; el juicio de Dios sobre los hombres y la historia ha de ser salvando y humanizando.

II ª Lectura: Hebreos (10,11-14.18): Sacrificio nuevo: vida entregada a Dios y a los hombres

II.1. La segunda lectura nos ofrece el último texto de la carta a los Hebreos en este ciclo que está a punto de terminar. Se vuelve a insistir en la diferencia entre el sacerdocio y los sacrificios de la antigua Alianza y el sacerdocio y el sacrificio de Cristo. Lo que el autor de la carta a los Hebreos nos quiere señalar es que los ritos, las ceremonias, los sacrificios de animales, están vacíos porque no consagran nuestra vida al Dios vivo y verdadero. El autor de la carta quiere apoyar su tesis de la fuerza del sacrificio de Cristo que une verdaderamente a Dios y a los hombres, en el Sal 110. Por eso, a diferencia de los sacrificios de la antigua ley, el de Cristo lleva a la perfección (téléioun) lo que deben ser las ofrendas a Dios. No deben ser de animales que nada comprometen ni al que las ofrecía ni a los mismos oferentes (aunque muchos lo hacían muy de corazón). La ofrenda de la vida es lo que vale, como decía Oseas 6,6: “misericordia quiero y no sacrificio; conocimiento de Dios…”.

II.2. Se habla que Cristo está junto al Padre, en el santuario celeste, para interceder por nosotros, porque su sacrificio de amor en la cruz permanece eternamente. Ese es el sacrificio que ha perdonado de antemano los pecados de todos los hombres. Saber que seremos perdonados, pues, es todo un impulso de confianza en el que se muestra que el valor no está en el sacrificio o el rito que se haga, sino en poder estar en comunión con Aquél que ha dado su vida por nosotros. Es muy importante en todo sacrificio lo que uno siente, ¡es verdad! Pero no basta con “sustituir” la comunión con Dios y con los hermanos con cosas externas. Lo externo puede llevarnos a la decadencia o a la inmutabilidad; ofrecemos cosas, pero nuestra mente y nuestro corazón siguen imperturbables a la acción divina y santificadora.

Evangelio: Marcos (13,24-32): La historia se transforma, no se aniquila

III.1. El evangelio de hoy forma parte del discurso apocalíptico de Marcos con que se cierra la actividad de Jesús, antes de entrar en la pasión. Es propio de la liturgia con la que culmina el año litúrgico usar esos textos apocalípticos que plantean las cuestiones finales, escatológicas, del mundo y de la historia. Jesús no fue muy dado a hablar de esta forma, pero en la cultura de la época se planteaban estos asuntos. Por ello le preguntan sobre el día y la hora en que ha de terminar este mundo. Jesús –según Marcos-, no lo sabe, no lo dice, simplemente se recurre al lenguaje simbólico de los apocalípticos para hablar de la vigilancia, de estar alertas, y de mirar “los signos de los tiempos”. No podemos negar que aquí hay “palabras” de Jesús, pero hoy se reconoce que la comunidad primitiva, algunos círculos de profetas-apocalípticos, cultivaron estos dichos de Jesús y los acomodaron a su modo de vivir en una itinerancia constante y en la adversidad y el rechazo de su mensaje de Dios.

III.2. Tenemos que reconocer que Mc 13, lo que se llama el apocalipsis sinóptico, se presta a muchas interpretaciones de distinto perfil histórico, literario y teológico. Se reconoce que no es propiamente de Jesús, sino de los cristianos que, ante una crisis, de guerra, de persecución, escribieron este texto. Pusieron palabras de Jesús que se mantenían en la tradición para tratar de afrontar los problemas que se presentaban para judíos y cristianos. Es posible que la base del mismo pueda explicarse en la crisis de Calígula el 40 d. C., en tiempos de Petronio, legado de Siria, para llevar a cabo la orden de poner una estatua del emperador en el templo para ser adorado como dios. Esta es una hipótesis entre otras, pero razonable. No obstante no todo el texto se explica en este momento. Posteriormente y separados ya judíos y cristianos, se vuelve sobre este texto ante nuevas dificultades. Las opiniones son muy diversas y, a veces, extravagantes. El cristianismo primitivo estuvo muy influenciado por la corriente apocalíptica. Esto no se niega. Pero la solución de la historia y de la vida de los hombres no debería tomarse al pie de la letra todo esto. Pero una cosa sí es cierta: ante la tiranía todo los hombres de cualquier clase y religión estamos llamados a resistir en nombre de Dios.

III.3. Los signos de los tiempos siempre han sido un criterio profético de discernimiento de cómo vivir y de qué esperar. ¿Por qué? Porque los profetas pensaban que Dios no había abandonado la historia a una suerte dualista donde la maldad podría imponerse sobre su proyecto de creación, de salvación o liberación. Pero los signos de los tiempos hay que saberlos interpretar. Es decir, hay que saber ver la mano de Dios en medio del mundo, en nuestra vida personal y en la de los demás. La historia se “transforma” así, no acaba ni tiene por qué acabar de buenas a primeras con una catástrofe mundial. Y Dios interviene en la historia “por nosotros” y nunca “contra nosotros”. De la misma manera que el anuncio del “reino de Dios” por parte de Jesús -su mensaje fundamental-, es una convicción de su providencia y de su fidelidad a los hombres que hacen la historia.

III.4. Cierto tipo de mentalidades siempre han creído y propagado que el final del mundo vendrá con una gran catástrofe en la que todo quedará aniquilado. Pero eso no nos obliga necesariamente a creer que eso será así. Dios tiene sus propios caminos y sus propias maneras de llevar hacia su consumación esta historia y nuestra vida. El discurso está construido sobre palabras de Daniel 7,13-14 en lo que se refiere a venida del Hijo del Hombre. Sin embargo, en los términos más auténticos de Jesús se nos invita a mirar los signos de los tiempos, como cuando la higuera echa sus brotes porque el verano se acerca; a descubrir un signo de lo que Dios pide en la historia. Dios tiene sus propios caminos para poner de manifiesto que en esta historia nada pasa desapercibido a su acción y de que debemos vivir con la espera y la esperanza del triunfo del bien sobre el mal; que no podemos divinizar a los tiranos ni deshumanizar a los hijos de Dios. Los tiranos no pueden ser dioses, porque todos los hombres son “divinos” como imagen de Dios. Así es como se transformará esta historia a imagen del “reinado de Dios” que Jesús predicó y a lo que dedicó su vida.

Miguel de Burgos, OP
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

Fr. Ricardo de Luis Carballada, OP
ricardodeluis@dominicos.org


25. 2003

REUNIRÁ A SUS ELEGIDOS DE LOS CUATRO VIENTOS.

Comentando la Palabra de Dios

Dn. 12, 1-3. Por aquel tiempo se salvará tu pueblo. Dios nos creó para que vivamos con Él eternamente, hechos hijos suyos por nuestra unión con su Hijo único. Efectivamente Dios envió a su Hijo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. La Iglesia de Cristo, participando de las tribulaciones y persecuciones de su Señor, se encamina, junto con Él, a la participación de la Gloria del Padre. Pues Dios no se olvida de nosotros, sino que vela por nosotros para librarnos de la muerte y de la mano de todos los que nos odian. Dios nos quiere como luz que brille por toda la eternidad porque su justicia esté en nosotros. Por eso permitamos que Dios lleve a buen término su obra de salvación en nosotros.

Sal. 15. Nuestra vida está en manos del Señor y Él vela por los que son suyos. Él no nos creó para la muerte sino para la vida. Por eso, aun cuando hayamos muerto, tenemos la certeza de que nos resucitará para que vivamos con Él eternamente. Por medio de Cristo, que dio su vida por nosotros, y que resucitó de entre los muertos por su filial obediencia, Dios nos enseña cuál es el camino que hemos de seguir para que, al final, nos saciemos de gozo en su presencia y de alegría perpetua a su derecha. Muchos han recibido como herencia tierras y bienes materiales. Nuestra herencia, en cambio, es el Señor. Él es nuestro y nosotros somos de Él. Ojalá y no perdamos esa nuestra herencia a causa de rechazar al Señor queriendo seguir nuestros pensamientos y deseos equivocados.

Heb. 10, 11-14. 18. Cristo, con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Así, quienes hemos aceptado esa salvación y permanecemos firmes en nuestra fe en Cristo podemos, ya desde ahora, contarnos entre los elegidos de Dios. Por medio de la muerte redentora de Cristo hemos sido liberados del pecado y sus consecuencias. A nosotros corresponde no volver a esclavizar nuestra vida al autor del pecado y de la muerte, la serpiente antigua o Satanás, pues ya no somos hijos de la ira, sino de la Gracia, que Jesús nos adquirió con su Sangre. Por eso aguardemos alegres el glorioso advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, cuando reúna a los suyos para llevarlos, junto con Él, a la Gloria del Padre. Procuremos, pues, manifestarnos ya desde ahora, como criaturas renovadas en Cristo Jesús, libres de la corrupción del pecado y llenos del amor de Dios y del amor fraterno.

Mc. 13, 24-32. El Señor reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos, y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo. Entonces los impíos sabrán que los justos no habían muerto, sino que están en paz y que no les alcanzará tormento alguno. Entonces conoceremos que la Palabra de Dios, manifestada en la fragilidad de nuestra carne mortal, realmente es una Palabra salvadora, santificadora y eficaz; pues si el cumplimiento de la Palabra de Dios, manifestada en la Ley , conduce al encuentro del Señor como Salvador, quien acepte a Cristo Jesús, Palabra enviada a nosotros por el Padre Dios, y lo escuche dejándose conducir por Él, tiene ya en sí la salvación que Dios ofrece al mundo, pues no hay otro Camino, ni otro Nombre en el que el hombre pueda salvarse. El que es fiel a Cristo, a su Palabra y al Camino de Salvación que nos manifestó con su propia Vida, ha alcanzado ya la salvación, pues para eso vino Cristo: para que cuantos lo reciban tengan la potestad de llegar a ser hijos de Dios.
Vivamos con la mirada puesta en Dios; vigilantes pero sin miedos, sino llenos de amor para cuando el Señor venga. No nos dejemos embaucar por charlatanes, ni por falsas revelaciones, ni por falsos profetas que hablen sobre la inminencia de la segunda venida del Señor, pues nadie conoce ni el día ni la hora. Más bien procuremos que la Palabra de Dios llegue a su cumplimiento entre nosotros haciéndonos santos como Dios es Santo, y llevándonos a la madurez del Hijo de Dios para poder gozar, junto con Él, de la Gloria de su Padre y Padre nuestro.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

En la Eucaristía manifestamos nuestra fe en Jesús, y nos comprometemos a trabajar por construir constantemente su Reino entre nosotros hasta que Él vuelva. Mediante la ofrenda de Cristo, que celebramos en este Memorial de su Pascua, somos santificados por el Señor y ofrecidos al Padre como ofrenda de suave aroma. Por eso no venimos a la Eucaristía como espectadores, sino como quien haciendo suya la ofrenda del Señor, se ofrece, junto con Él, al Padre en favor de la redención de todos los hombres, sabiendo que nuestros sacrificios y nuestra entrega llena de amor por los demás, han sido asumidos por Cristo en la hora suprema de su Cruz. Ofrezcamos, pues, nuestra vida junto con Cristo al Padre. Estemos dispuestos a ofrecer nuestro cuerpo y a derramar nuestra sangre para que la Salvación llegue a todos. Así, unidos al Señor de la Iglesia, estamos seguros de que no seremos juzgados ni condenados, sino que, junto con Él, seremos herederos de la Vida que Él ha recibido de su Padre Dios.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

La Iglesia de Cristo debe cumplir la Misión que se le ha confiado de proclamar el Evangelio del Señor. Nosotros somos aquellos que han sido enviados a convocar a todos los hombres de los cuatro puntos cardinales para conducirlos a Cristo y para que, así, puedan aceptarlo en su vida y Él los convierta en elegidos de Dios para la Vida eterna. No defraudemos la confianza que Dios ha depositado en la Iglesia de su Hijo, al enviarla a proclamar el Evangelio a toda criatura. El Señor nos pide que, como Él, vayamos y liberemos a su Pueblo de sus angustias y tribulaciones, manifestándole, con nuestras obras, el amor que Dios le tiene. Si por cumplir con esa Misión hemos de renunciar incluso a nuestra propia vida, a nosotros mismos y tengamos que derramar nuestra sangre por Cristo, no nos hemos de acobardar ni dar marcha atrás sabiendo que nada, ni nadie podrá, finalmente, separarnos del amor que Dios nos tiene. Si proclamamos el Nombre de Dios y construimos su Reino entre nosotros, debemos vivir amándonos como hermanos. No queramos profesar nuestra fe en el Señor y esperar gozar de Él mientras asesinemos a los inocentes, o le hagamos más pesada la vida a los pobres y necesitados. Si tenemos a Cristo en nosotros, si su amor está en nosotros, caminemos, no guiados por nuestras malas inclinaciones, sino por su Espíritu Santo hasta llegar a gozar, juntos, de la alegría eterna en el Señor.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de estar preparados para la venida del Señor. Que cuando Él vuelva nos encuentre fraternalmente unidos y trabajando incansablemente para que su Reino se haga realidad entre nosotros. Amén.

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26. CLARETIANOS 2003

¿Quién salvará al Pueblo de Dios?

¿A quién se refiere el Señor cuando habla de "su Pueblo"? ¿Quiénes son hoy "pueblo de Dios"? Llamamos "pueblo" a todos aquellos que renuncian al individualismo, al sectarismo, a formar grupos de interés o mafias, o grupos de presión. "Pueblo" es el resultado de un acontecimiento de sucesivos encuentros, de puestas en común, de diálogo de ideas, de sentimientos, de vida. Hay pueblo allí donde todos se aglutinan y renuncian a vivir desparramados o enfrentados. Si a esta palabra "pueblo" añadimos "de Dios", ya podemos suponer que este "pueblo" está más allá de las naturales divisiones culturales y geográficas. Llamamos "pueblo de Dios" a la reunión -desde los cuatro puntos cardinales- de todos aquellos que están separados, dispersos. El "pueblo de Dios" es el sueño de una humanidad reconciliada, encontrada y no perdida, de un mundo unido y no dividido en varios mundos.

No tenemos fácil "hoy" la unión de los dispersos. Da la impresión de que el "sueño de Dios", su pueblo está sometido a las fuerzas más dispares que lo des-centran, lo dividen, lo desparraman. Los "intereses particulares", la defensa e imposición de las propias ideas, los propios proyectos, la propia visión de las cosas, el propio ritmo, destruyen el pueblo de Dios. Hay quienes desean un "pueblo de Dios" de sometidos, un ejército de servidores y ejecutores, un grupo de humildes siervos y siervas que, en nombre de una supuesta espiritualidad, acatan las órdenes superiores -las impuestas por pequeñas aristocracias u oligarquías-. Sin embargo, el pueblo de Dios es definido como "Pueblo de Reyes, Asamblea Santa, Pueblo Sacerdotal". Ese pueblo es un Cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Cada miembro tiene su función. A los miembros más débiles se les reviste de más esplendor y cuidado, se los honra más. Los miembros más aparentes ¡no lo necesitan! (1 Cor 12). Un pueblo así, en el que cada miembro siente reconocida y apoyada su dignidad bautismal, su filiación divina, su consagración por el Espíritu, no puede ser dirigido como un ejército, sino como un Parlamento de Parlamentarios de Dios. "A nadie llaméis Jefe... Maestro... ¡Uno solo es vuestro Jefe, vuestro Maestro. ¡Todos vosotros sois hermanos!"

Los tiempos que vivimos no son fáciles. No pocos ven cómo se pasa el tiempo y el pueblo de Dios no crece hacia adentro. No se favorece la cultura del diálogo, del mutuo aprecio y encuentro, sino de la exclusión. Tarea de los Pastores es reunir a las ovejas, como los Ángeles del Hijo del Hombre. No que todas las ovejas se reúnan en torno a ellos y a sus mandatos para evitarles el trabajo de buscarlas. No están los miembros del pueblo de Dios al servicio de sus dirigentes, sino los dirigentes al servicio del Pueblo de Dios. Tarea pastoral es buscar las ovejas dispersas y regenerar el tejido de la comunión y no pedirle a las ovejas dispersas que se reúnan en torno a quienes ejercen esa función. Nos dice el Evangelio que un día vendrá el Hijo del Hombre en las nubes y nos reunirá y salvará el fantástico proyecto del Pueblo de Dios, tan amenazado.

Pensamos, no pocas veces, que las amenazas contra el pueblo de Dios vienen "de afuera", de "los malos" de nuestro mundo. Sin embargo, quizá ese mundo malo lo llevamos interiorizado. La envidia es un demonio que enfrenta a los hermanos. Los celos pueden tornar violentos y homicidas a los amantes. La avaricia puede llevar al desprecio más absoluto del otro. La ira quiere destruir las pretensiones del otro. La lujuria vuelve violentos y despreciativos, insaciables y repetitivos a los cuerpos en celo. La ambición es ciega y no tiene ojos para discernir lo que Dios quiere de su pueblo, ni para potenciar los carismas de los otros. Estos "demonios" destruyen al Pueblo de Dios y no están afuera, sino dentro de nosotros mismos. ¿Quién salvará al pueblo de Dios? Jesús nos dice: ¡Aprended la parábola de la higuera! Hay señales indicadoras del acabamiento de un mundo que no tiene futuro y la llegada de lo nuevo.

El Hijo del hombre, Jesús, es el único Juez. Èl nos pedirá cuentas. Ante Èl quedará la mentira y la maldad al descubierto. Él nos juzgará a partir del criterio del amor, de la comunión auténtica y no la exclusión, a partir del criterio de la compasión y no de la discriminación. Ante Él todos somos dignos del mayor aprecio. Para Él los primeros serán los últimos y los últimos los primeros. No juzgará por apariencias. De poco servirán en su presencia los signos externos de poder, ni el haber pronunciado muchas veces su nombre (¡Señor, Señor!), ni el haber comido muchas veces a su Mesa. El Juicio del Hijo del Hombre reunirá a quienes han sido marginados, pondrá al Pobre Lázaro en su verdadero lugar, al Niño en el centro del Reino. A los otros, a los que han sido malos Pastores, a quienes no han sabido vigilar y esperar, los excluirá. Unos resucitarán para la Vida, otros para la Ruina.

Este Domingo nos invita a ser Pueblo de Dios, antes que cualquier otro adjetivo, a encontrarnos más allá de cualquier diferencia, a sellar la paz entre todos, a renunciar al favoritismo y cualquier tipo de violencia, a reconocer los dones de los demás y amarlos más que los propios, a dar la vida unos por otros, a intercambiar nuestros dones... a ser como niños... a reunirnos.

P. JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES


27. 2003

LECTURAS: DN 12, 1-3; SAL 15; HEB 10, 11-14. 18; MC 13, 24-32

REUNIRÁ A SUS ELEGIDOS DE LOS CUATRO VIENTOS.

Comentando la Palabra de Dios

Dn. 12, 1-3. Por aquel tiempo se salvará tu pueblo. Dios nos creó para que vivamos con Él eternamente, hechos hijos suyos por nuestra unión con su Hijo único. Efectivamente Dios envió a su Hijo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. La Iglesia de Cristo, participando de las tribulaciones y persecuciones de su Señor, se encamina, junto con Él, a la participación de la Gloria del Padre. Pues Dios no se olvida de nosotros, sino que vela por nosotros para librarnos de la muerte y de la mano de todos los que nos odian. Dios nos quiere como luz que brille por toda la eternidad porque su justicia esté en nosotros. Por eso permitamos que Dios lleve a buen término su obra de salvación en nosotros.

Sal. 15. Nuestra vida está en manos del Señor y Él vela por los que son suyos. Él no nos creó para la muerte sino para la vida. Por eso, aun cuando hayamos muerto, tenemos la certeza de que nos resucitará para que vivamos con Él eternamente. Por medio de Cristo, que dio su vida por nosotros, y que resucitó de entre los muertos por su filial obediencia, Dios nos enseña cuál es el camino que hemos de seguir para que, al final, nos saciemos de gozo en su presencia y de alegría perpetua a su derecha. Muchos han recibido como herencia tierras y bienes materiales. Nuestra herencia, en cambio, es el Señor. Él es nuestro y nosotros somos de Él. Ojalá y no perdamos esa nuestra herencia a causa de rechazar al Señor queriendo seguir nuestros pensamientos y deseos equivocados.

Heb. 10, 11-14. 18. Cristo, con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Así, quienes hemos aceptado esa salvación y permanecemos firmes en nuestra fe en Cristo podemos, ya desde ahora, contarnos entre los elegidos de Dios. Por medio de la muerte redentora de Cristo hemos sido liberados del pecado y sus consecuencias. A nosotros corresponde no volver a esclavizar nuestra vida al autor del pecado y de la muerte, la serpiente antigua o Satanás, pues ya no somos hijos de la ira, sino de la Gracia, que Jesús nos adquirió con su Sangre. Por eso aguardemos alegres el glorioso advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, cuando reúna a los suyos para llevarlos, junto con Él, a la Gloria del Padre. Procuremos, pues, manifestarnos ya desde ahora, como criaturas renovadas en Cristo Jesús, libres de la corrupción del pecado y llenos del amor de Dios y del amor fraterno.

Mc. 13, 24-32. El Señor reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos, y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo. Entonces los impíos sabrán que los justos no habían muerto, sino que están en paz y que no les alcanzará tormento alguno. Entonces conoceremos que la Palabra de Dios, manifestada en la fragilidad de nuestra carne mortal, realmente es una Palabra salvadora, santificadora y eficaz; pues si el cumplimiento de la Palabra de Dios, manifestada en la Ley , conduce al encuentro del Señor como Salvador, quien acepte a Cristo Jesús, Palabra enviada a nosotros por el Padre Dios, y lo escuche dejándose conducir por Él, tiene ya en sí la salvación que Dios ofrece al mundo, pues no hay otro Camino, ni otro Nombre en el que el hombre pueda salvarse. El que es fiel a Cristo, a su Palabra y al Camino de Salvación que nos manifestó con su propia Vida, ha alcanzado ya la salvación, pues para eso vino Cristo: para que cuantos lo reciban tengan la potestad de llegar a ser hijos de Dios.
Vivamos con la mirada puesta en Dios; vigilantes pero sin miedos, sino llenos de amor para cuando el Señor venga. No nos dejemos embaucar por charlatanes, ni por falsas revelaciones, ni por falsos profetas que hablen sobre la inminencia de la segunda venida del Señor, pues nadie conoce ni el día ni la hora. Más bien procuremos que la Palabra de Dios llegue a su cumplimiento entre nosotros haciéndonos santos como Dios es Santo, y llevándonos a la madurez del Hijo de Dios para poder gozar, junto con Él, de la Gloria de su Padre y Padre nuestro.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

En la Eucaristía manifestamos nuestra fe en Jesús, y nos comprometemos a trabajar por construir constantemente su Reino entre nosotros hasta que Él vuelva. Mediante la ofrenda de Cristo, que celebramos en este Memorial de su Pascua, somos santificados por el Señor y ofrecidos al Padre como ofrenda de suave aroma. Por eso no venimos a la Eucaristía como espectadores, sino como quien haciendo suya la ofrenda del Señor, se ofrece, junto con Él, al Padre en favor de la redención de todos los hombres, sabiendo que nuestros sacrificios y nuestra entrega llena de amor por los demás, han sido asumidos por Cristo en la hora suprema de su Cruz. Ofrezcamos, pues, nuestra vida junto con Cristo al Padre. Estemos dispuestos a ofrecer nuestro cuerpo y a derramar nuestra sangre para que la Salvación llegue a todos. Así, unidos al Señor de la Iglesia, estamos seguros de que no seremos juzgados ni condenados, sino que, junto con Él, seremos herederos de la Vida que Él ha recibido de su Padre Dios.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

La Iglesia de Cristo debe cumplir la Misión que se le ha confiado de proclamar el Evangelio del Señor. Nosotros somos aquellos que han sido enviados a convocar a todos los hombres de los cuatro puntos cardinales para conducirlos a Cristo y para que, así, puedan aceptarlo en su vida y Él los convierta en elegidos de Dios para la Vida eterna. No defraudemos la confianza que Dios ha depositado en la Iglesia de su Hijo, al enviarla a proclamar el Evangelio a toda criatura. El Señor nos pide que, como Él, vayamos y liberemos a su Pueblo de sus angustias y tribulaciones, manifestándole, con nuestras obras, el amor que Dios le tiene. Si por cumplir con esa Misión hemos de renunciar incluso a nuestra propia vida, a nosotros mismos y tengamos que derramar nuestra sangre por Cristo, no nos hemos de acobardar ni dar marcha atrás sabiendo que nada, ni nadie podrá, finalmente, separarnos del amor que Dios nos tiene. Si proclamamos el Nombre de Dios y construimos su Reino entre nosotros, debemos vivir amándonos como hermanos. No queramos profesar nuestra fe en el Señor y esperar gozar de Él mientras asesinemos a los inocentes, o le hagamos más pesada la vida a los pobres y necesitados. Si tenemos a Cristo en nosotros, si su amor está en nosotros, caminemos, no guiados por nuestras malas inclinaciones, sino por su Espíritu Santo hasta llegar a gozar, juntos, de la alegría eterna en el Señor.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de estar preparados para la venida del Señor. Que cuando Él vuelva nos encuentre fraternalmente unidos y trabajando incansablemente para que su Reino se haga realidad entre nosotros. Amén.

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28. INSTITUTO DEL vERBO ENCARNADO

San Agustín 

SERMÓN 97: EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE

Sobre las palabras del Evangelio de San Marcos (13,32): Mas acerca de aquel día u hora, nadie lo sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.

1. PREPARACIÓN PARA EL ULTIMO DÍA.—Este aviso, hermanos, que la Escritura nos acaba de hacer sobre la necesidad de vivir en guardia respecto al último día, debe cada cual entenderlo del suyo, no sea que, viendo aún lejano el último día del mundo, vuestro día final os tome a vosotros dormidos. Sobre el día último del mundo, ya veis qué dice el Señor: Que no le conocen ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre. Gran cuestión ciertamente; fuera, empero, juzgar muy a lo carnal figurarse que sabe alguna cosa el Padre y la ignora su Hijo. Es indudable, Pues que al decir: El Padre lo sabe, quiso darnos a entender que también el Hijo lo sabe en su Padre. ¿Puede haber o suceder en día alguno cosa no hecha por el Hijo, que hizo el día? Nadie por ende, trate de saber cuándo vendrá el último día; más bien velemos todos los días, viviendo bien para que nuestro último día nos tome apercibidos; pues como salga uno de aquí en su día último, tal se hallará el día final del mundo. A cada cual sus obras, o le sacarán a flote, o le hundirán hasta el fondo.

2. LA MORTALIDAD, MOTIVO DE HUMILDAD. — ¿Cómo pues, hemos podido cantar en el salmo: Tened piedad de mí, ¡oh Señor!, porque me ha pisoteado el hombre? Hombre aquí se dice quien vive a lo humano; quienes viven a lo divino son llamados dioses: Dioses sois e hijos todos del Altísimo; en tanto que a los réprobos, que, llamados a ser hijos de Dios, prefirieron ser hombres, o digamos, vivir a lo humano, les dice: Pero vosotros moriréis como hombres y caeréis como uno de los príncipes. Si, en efecto, es mortal el hombre, ¿no debe ser ello motivo de ordenar bien su vida, más que de jactarse? ¿De qué se ufana este gusano que mañana morirá? Digo a vuestra caridad, hermanos míos, que aun del diablo tienen los hombres orgullosos que aprender a ruborizarse. El, aunque soberbio, es inmortal; espíritu, aunque maligno, y para el último día le aguarda un fallo condenatorio; pero esta muerte que a nosotros nos aflige, él no la padece; al hombre fue a quien se le dijo: Morirás de muerte. Use, pues, bien el hombre de este castigo. ¿Qué significa “use bien de este castigo”? Que no haga razón de orgullo lo mismo que mereció el castigo; que su condición de mortal le sirva para quebrar su altivez, y vea se dirigen a él estas palabras: ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? El diablo, aunque soberbio, no es tierra y ceniza. Para prevenir al hombre contra la soberbia se le dijo: Pero vosotros moriréis como hombres y caeréis corno uno de los príncipes. No reflexionáis que, soberbios como el diablo, sois, sin embargo, mortales. Use, pues, bien el hombre de su castigo, hermanos; use bien de su mal, y le será de provecho. ¿Quién ignora que la necesidad de morir no es sino un castigo, que agrava la incertidumbre del cuándo? Muerte cierta y hora incierta; no hay entre todas las cosas humanas una más cierta que la incertidumbre de la muerte.

3. SÓLO LA MUERTE ES CIERTA. —Lo demás, bienes y males, incierto es; sólo es cierta la muerte. Voy a explicarme. Es concebido un niño: tal vez nace, tal vez es abortado. Sigue la incertidumbre: tal vez crece, tal vez no crece; tal vez llegue a viejo, tal vez no llegue a viejo; tal vez será rico, tal vez será pobre; tal vez honrado, tal vez humillado; tal vez tendrá hijos, tal vez no los tendrá; tal vez tomará mujer, tal vez no la tomará, y por ahí cuantos bienes nombres. Vuelve los ojos a los males: tal vez enferme, tal vez no enferme; tal vez le muerda una serpiente, tal vez no le muerda; tal vez sea devorado por una fiera, tal vez no sea devorado. En todos los males, a donde mires hay también un quizá sí y un quizá no. ¿Puedes, en cambio, decir: “Quizá morirá, quizá no”? Cuando los médicos examinan a un enfermo y hallan ser enfermedad de muerte, dicen: “Muere; de ésta no sale.” Así el hombre; desde su nacimiento hay que decir: “No escapa.” Empieza a enfermar cuando nace; al morir cesa, es cierto, la dolencia; pero ignora si no le aguarda otra peor. Había concluido el rico su vida deliciosa y empezó la tormentosa. En cambio, al pobre se le acabó la enfermedad y le empezó la sanidad. Mas lo que había de tener después aquí lo escogió; allí cosechó lo que aquí plantó. Por eso, mientras vivimos, debemos estar alerta; es aquí donde habemos de escoger lo que allá hemos de tener.

4. NUESTRA VICTORIA SOBRE EL MUNDO. —No amemos, pues, el mundo. El mundo, lejos de hacernos felices, es tirano para sus amigos. Trabajemos, más que para evitar su derrumbamiento, para evitar nos coja debajo. Si el mundo se derrumba, el cristiano sigue en pie; Cristo no se viene abajo. ¿Cuál es, en efecto, la razón de haber dicho Cristo: Alegraos, porque yo vencí al mundo? Nosotros pudiéramos responderle: “Alégrate tú, porque tú eres el vencedor y tuyo debe ser el gozo; mas nosotros, ¿por qué? ¿Por qué nos dice: Alegraos, sino porque venció para nos otros y por nosotros luchó?” “¿Cuándo luchó?” “Cuando asumió al hombre.” Imagínate que no nació de la Virgen, ni se anonadó a sí mismo, tomando naturaleza de siervo, haciéndose en lo exterior, semejante a los hombres; ¿cómo hubiera luchado? ¿Cómo hubiera combatido? ¿Cómo pudiera ser tentado y alcanzar la victoria sin dar la batalla? En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Al principio estaba en Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él no se hizo nada. ¿Hubiera este Verbo podido ser crucificado por los judíos? ¿Hubiéranle podido insultar los impíos? ¿Hubiera sido azotado? ¿Hubiera sido coronado de espinas? Para sufrir todo esto, se hizo carne el Verbo, y, después de sufrirlo, la resurrección coronó su victoria. Y, asegurándonos la gracia de resucitar nosotros, su victoria se hizo nuestra. Dile, pues; dile aún a Dios: Tened misericordia de mí, Señor, porque me ha pisoteado el hombre. No te pisotees tú a ti mismo, que ningún hombre te vencerá. Supón, en efecto, que un hombre poderoso te amenaza. ¿De qué? “Voy a despojarte, voy a condenarte, voy a darte tormento, voy a matarte...” Supón que tú gritas: Tened piedad de mí, Señor, porque el hombre me ha pisoteado. La verdad es que nadie te pisotea, sino tú a ti mismo; temer las amenazas de un hombre es dejarse pisotear de un muerto; te pisotea el hombre, mas no te pisoteara si tú no fueras tan hombre. ¿Qué remedio hay, pues? Asirte a Dios, por quien fue creado el hombre; asirte a él, apoyarte en él, pedirle sea tu fortaleza. Dile: “En ti, Señor, está mi fortaleza.” Y entonces te reirás de las amenazas de los hombres y cantarás lo que Dios mismo dice has de cantar: En Dios esperaré; no temeré a lo que haga conmigo el hombre.

(San Agustín, Sermón 97, Obras de San Agustín, tomo VII, B.A.C., Madrid, 1965, 649-653)

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San Juan Crisóstomo
 

HOMILÍA 77

De la higuera debéis aprender la parábola; cuando ya sus ramas se tornan blandas y echa la hoja, conocéis que la primavera está cerca. Así vosotros: Cuando veáis cumplirse todo esto, sabed que el Hijo del hombre está llamando a la puerta (Mt 24, 32ss).

La parábola de la higuera

1. Como quiera que el Señor había dicho a sus discípulos: Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días..., y ellos justamente buscaban saber después de cuánto tiempo y aun deseaban propiamente saber el día en que había de venir, de ahí que les pone el ejemplo de la higuera, para darles a en tender que el intervalo no había de ser largo, sino que seguidamente llegaría su venida. Lo cual no se lo dio a entender sólo por la parábola, sino por la misma explicación que les hizo de ella diciendo: Sabed que está ya llamando a la puerta. Por ella profetiza también otra espiritual primavera y calma que en aquel día ha de venir para los justos después del invierno de la presente vida; todo lo contrario a los pecadores, para quienes vendrá el invierno después de la primavera. Así lo pone seguida mente de manifiesto cuando dice que el día del juicio los sorprenderá entre deleites. Mas no fue manifestarles el plazo de su venida la sola razón de ponerles la parábola de la higuera, pues pudo muy bien haberles representado eso de otro modo, sino que quiso también darles la certeza de que su palabra se cumpliría absolutamente. Tan forzoso como que llegue la primavera, será también la venida del Hijo del hombre. En realidad, siempre que el Señor nos habla de algo que forzosamente ha de cumplirse, suele aducir los fenómenos de la naturaleza, que rige la necesidad, y lo mismo, a su imitación, el bienaventurado Pablo. Así, hablando de su resurrección dice: El grano de trigo, si no cae a tierra y muere, él se queda solo: pero si muere, produce mucho fruto. E instruido por el Señor, el bien aventurado Pablo usa de ese mismo ejemplo cuando habla de la resurrección a los corintios: Insensato lo que tú siembras no se vivifica si antes no muere.

Esta generación no pasará

Seguidamente, por que no vinieran corriendo a preguntarle otra vez: ¿Cuándo?, Él les recuerda lo que ya les había antes dicho, y afirma: En verdad os digo que no ha de pasar esta generación sin que todo esto se cumpla. ¿Qué todo esto, dime? La ruina de Jerusalén, la guerra, el hambre, la peste, los terremotos, los seudocristos y seudoprofetas la propagación por doquier del Evangelio, las disensiones, las turbaciones y todo lo demás que hemos dicho ha de suceder hasta el momento de su advenimiento. Entonces me dirás — ¿Cómo dijo esta generación? — Porque no hablaba de la generación que a la sazón vivía, sino de la generación de los cristianos, porque el Señor sabe que una generación no se caracteriza sólo por el tiempo, sino también por la manera de su culto y de su vida. Así cuando dice el salmista: Ésta es la generación de los que buscan al Señor. Ahora bien, lo que antes había dicho: Es menester que todo esto se cumpla; y luego: Se predicará este evangelio, eso mismo pone aquí de manifiesto diciendo que todo esto sucederá infaliblemente y que permanecerá la generación de los creyentes, sin que nada de lo dicho pueda destruirlos, mientras Jerusalén perecerá y la mayor parte de los judíos desaparecerán. La generación, empero, de los fieles, nada será capaz de vencerla: ni el hambre, ni la peste, ni los terremotos, ni las perturbaciones de las guerras, ni los seudocristos y seudoprofetas, ni los impostores, ni los traidores, ni los escandalosos, ni los falsos hermanos, ni otra prueba semejante.

El Cielo y la tierra pasarán

Luego, para afianzar más y más su fe, les dice: El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán. Es decir, más fácil es que elementos tan firmes e inconmovibles desaparezcan, que no que se pierda una sola de mis palabras. El que quiera contradecirlo, examine las palabras del Señor, y, si las encuentra verdaderas —y las encontrará absolutamente—, por lo pasado crea también en lo porvenir. Examínelo todo minuciosamente y verá cómo los hechos dan testimonio de la verdad de la profecía. Ahora bien, si el Señor aduce los elementos, lo hace para poner, por una parte, de manifiesto cómo la Iglesia es más preciosa que el cielo y la tierra y para mostrarnos, por otra, que Él es el creador del universo. Y es que, como hablaba del fin del mundo, cosa que muchos se negaban a creer, El aduce el cielo y la tierra, a fin de demostrar su poder inefable y manifestar con absoluta autoridad que es Señor del Universo, y hacer así creíble sus palabras aun para los más vacilantes.

La ignorancia del día del juicio

Ahora bien, acerca de aquel día y de aquella hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre. Decir el Señor que ni los ángeles saben el día del juicio y fin del mundo, era cerrar la boca a sus discípulos para que no le fueran a preguntar lo que ni los ángeles sabían; mas al decirles que ni el Hijo lo sabe, les prohíbe no sólo saberlo ellos, mas también el querer saberlo. Que ésta es la razón por que se lo dijo, se ve por lo que hace después de la resurrección, pues viéndolos aún más curiosos, les tapa más enérgicamente la boca. Por que aquí les adujo muchas e infinitas pruebas, pero allí les replicó simplemente; No os toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos... Luego, por que no dijesen: Nos ha rechazado, porque hemos dudado y no somos dignos de esta revelación, prosiguió Jesús: Que el Padre se reservó para su propio poder. A la verdad, nada interesaba tanto al Señor como honrar a sus discípulos y no ocultarles cosa alguna. De ahí que ese conocimiento se lo reserva al Padre, significando, por un lado, lo terrible de la cosa y cerrándoles a par el paso a toda pregunta sobre ella. Porque de no ser así, de admitir que realmente ignora Cristo el día, ¿cuándo lo sabrá? ¿Acaso a la vez que nosotros? ¿Y quién se atreverá a decir eso? ¿Él, que conoce claramente al Padre, con la misma claridad que el Padre al Hijo, ¿ha de ignorar el día? Por otra parte: el Espíritu indaga hasta las profundidades de Dios, ¿y Él no había de saber no el momento del juicio? El sabe como ha de juzgar, el conoce los íntimos secretos de cada uno, ¿y había de ignorar lo que es de menos valor que eso? Y si todo fue hecho por Él y sin Él nada fue hecho, ¿Habría Él de desconocer el día? Porque el que hizo los siglos, evidentemente hizo los también os tiempos, y si hizo los tiempos, también el día. ¿Cómo, pues desconoce, lo que Él hizo?

Contra los anomeos

2. Vosotros, por cierto, afirmáis conocer la sustancia misma de Dios, ¿y al Hijo no le concedéis conocer ni el día del juicio? ¡Al Hijo, que está eternamente en el seno del Padre! Y a fe que más, infinitamente más, es la sustancia que los días. ¿Cómo, pues, atribuyéndoos lo más a vosotros, no le concedéis ni lo menos al Hijo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia? Pero no, ni vosotros sabéis, por más locuras que digáis, la sustancia de Dios, ni el Hijo ignora el día, sino que lo sabe perfectamente. Por eso, habiéndolo dicho todo, los tiempos y los momentos, habiéndolos llevado hasta las puertas mismas de los acontecimientos (porque: Cerca está ya —dice— y llamando a la puerta), en ese punto se calló y no dijo el día. Si buscáis —dice— saber de mí el día y la hora, no los oiréis; mas si los tiempos y los preludios, todo lo revelare puntualmente, sin ocultaros nada. Porque, que no los ignoro —día y hora—, con muchas pruebas os lo he demostrado, pues os he dicho los intervalos y todo lo que en ellos ha de suceder y lo que va desde este tiempo hasta aquel día. Eso, en efecto declaró la parábola de la higuera, y por ella te puse en los pórticos mismos de aquel día; y si no te abrí las puertas, por tu conveniencia no lo hice.

El ejemplo del Diluvio

Y por que más cumplidamente advirtáis, por otro lado, cómo el callar el día no nació de ignorancia, considerad juntamente con lo dicho la otra señal que les pone: Como en los días de Noé las gentes comían y bebían, los hombres tomaban mujer y las mujeres marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no cayeron en la cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos; así será el advenimiento del Hijo del hombre. Al decir esto, puso de manifiesto que vendrá repentinamente y sin que se le espere y cuando la mayor parte de las gentes se entregarán a sus placeres. Lo mismo dice Pablo cuando escribe: Cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos la ruina Y para expresar lo inesperado, dice: Como sobreviene el dolor de parto a la mujer encinta. ¿Cómo, pues, dice el Señor: Después de la tribulación de aquellos días? Porque si entonces ha de haber placer, y paz, y seguridad, como Pablo dice, ¿cómo dice el Señor: Después de la tribulación de aquellos días? Si hay placer, ¿cómo tribulación? — Habrá placer y paz para los estúpidos. Por eso no dijo: “Cuando haya paz”, sino: Cuando digan: Paz y seguridad. Lo que demuestra su estupidez, como la de quienes, en tiempo de Noé, se entregaban a sus placeres entre tamaños males. No así los justos, que vivían en tribulación y tristeza. Por aquí da el Señor a entender que, a la venida del anticristo los inicuos y desesperados de su salvación se entregarán con más furor a sus torpes placeres. Allí será de la gula, de las francachelas y borracheras. De ahí lo maravillosamente que el ejemplo conviene a la situación, Porque así como, al construirse el arca, no creían en el diluvio —dice—, sino que allí estaba ella a la vista de todos, pregonando anticipadamente los males por venir, y la gente, no obstante estarla viendo, se entregaban a sus placeres, como si nada hubiera de pasar, así ahora aparecerá, sí, el anticristo, tras el cual vendrá la consumación y los castigos que la habrán de acompañar y los tormentos insoportables; mas ellos, poseídos de la borrachera de su maldad, ni temor sentirán de lo que ha de suceder. De ahí que diga también Pablo: Como el dolor a la mujer en cinta, así sobrevendrán sobre ellos aquellos terribles e irremediables males. ¿Y por qué no habló de los males de Sodoma? — Es que quería el Señor poner un ejemplo universal, y que, después de ser predicho, no fue creído. De ahí justamente que, como el vulgo no suele dar fe a lo porvenir, el Señor confirma por lo pasado sus palabras, a fin de sacudir el espíritu de sus discípulos. Juntamente con esto, por ahí se demuestra también haber sido Él también quien envió los anteriores castigos. Seguidamente pone otra señal, y por ella y por todas las otras queda absolutamente patente que no desconoce el día del juicio. — ¿Qué señal es ésa? — Entonces estarán dos hombres en el campo. Y uno será tomado y otro será dejado; y dos mujeres darán vueltas a la piedra de moler y una será tomada y otra será dejada. Vigilad pues porque no sabéis el momento en que vendrá vuestro Señor. Todo esto son pruebas de que el Señor sabia perfectamente el día, pero no quería que sus discípulos le preguntaran sobre él. Por eso citó los días de Noé; por eso habló de los dos que están en el campo, dando a entender que así de improvisamente, así de despreocupados, cogerá aquel día a los hombres. Lo mismo indica el otro ejemplo de las dos mujeres que están moliendo bien ajenas a lo que va a suceder. Y juntamente nos declara que así se toman o se dejan los que son señores como los esclavos, los que descansan como los que trabajan, los de una dignidad como los de otra. Como se dice también en el Antiguo Testamento: Desde el que está sentado en el trono hasta la esclava que da vueltas a la muela. Corno había dicho antes que los ricos se salvan con dificultad, ahora nos hace ver que ni todos los ricos se pierden absolutamente, ni todos los pobres absolutamente se salvan, sino que, de entre pobres y ricos, unos se salvan y otros se pierden. Y a mi parecer, también nos indica que su venida será por la noche. Esto lo dice expresamente Lucas Mirad cuán puntualmente lo sabe todo. Luego, otra vez, por que no le preguntaran, añadió: Vigilad, pues, porque no sabéis en qué momento ha de llegar vuestro Señor. No dijo: “Porque no sé”, sino: Porque no sabéis. Cuando ya casi los había llevado a la hora misma y puesto tocando a ella, nueva mente los aparta de toda pregunta, pues quiere que estén en todo momento alerta. De ahí que les diga: Vigilad, dándoles a entender que por eso no les había dicho el día. Por eso les dice: Comprended que, si el amo de casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera dejado que le perforaran la casa. Por eso, estad también vosotros preparados, pues en el momento que no pensáis vendrá el Hijo del hombre. Si les dice, pues, que vigilen y estén preparados es porque, a la hora que menos lo piensen, se presentará Él. Así quiere que estén siempre dispuestos al combate y que en todo momento practiquen la virtud. Es como si dijera: Si el vulgo de las gentes supieran cuándo habían de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor.

La ignorancia del día nos ha de hacer más vigilantes

3. Así, pues, por que no limitaran su fervor a ese día, el Señor no revela ni el común ni el propio de cada uno, pues quiere que lo estén siempre esperando y sean siempre fervorosos. De ahí que también dejó en la incertidumbre el fin de cada uno. Luego, sin velo alguno, se llama a sí mismo Señor, cosa que nunca dijo con tanta claridad. Mas aquí paréceme a mí que intenta también confundir a los perezosos, pues no ponen por su propia alma tanto empeño como ponen por sus riquezas los que temen el asalto de los ladrones. Porque, cuando éstos se esperan, la gente está despierta y no consiente que se lleven nada de lo que hay en casa. Vosotros, empero, les dice, no obstante saber que vuestro Señor ha de venir infaliblemente, no vigiláis ni estáis preparados, a fin de que no se os lleven desapercibidos de este mundo. Por eso aquel día vendrá para ruina de los que duermen. Porque así como el amo, de haber sabido la venida del ladrón, lo hubiera evitado, así vosotros, si estáis preparados, lo evitaréis igualmente.

(San Juan Crisóstomo, Homilía 77, Obras de San Juan Crisóstomo, tomo II, B.A.C., Madrid, 1956, 529-537)


 

Santo Tomás de Aquino

 

Comentario a Hebreos 10, 11-14.18

“Y así, en lugar de que todo sacerdote se presente cada día”. Muestra, por comparación, la diferencia entre el sacerdote del Antiguo y el del Nuevo Testamento. Es de saber que en la Ley había dos sacrificios solemnes: uno perpetuo y otro el día de la expiación, que ofrecía sólo el Sumo Pontífice, como ya se dijo sobradamente. En el perpetuo —de que hablan los Números— se ofrecía un cordero por la mañana y otro por la tarde. A éste también se refiere el Apóstol y para tratar de él pone lo que toca al sacerdote de uno y otro testamentos, y lo confirma por autoridad.

— Dice, pues: “todo sacerdote”: todo, a diferencia del sacrificio expiatorio, que sólo lo hacía el Sumo Sacerdote; mas, por lo que mira a éste, “todo sacerdote se presenta cada día, mañana y tarde, a ejercer su ministerio, y a ofrecer muchas veces las mismas víctimas”, pues siempre ofrecían un cordero, “las cuales no podían jamás quitar los pecados”, porque se repetían (Jn. XI). Por este sacrificio perpetuo figúrase Cristo y la eternidad del que es el Cordero inmaculado.

“Mas este nuestro pontífice, después de ofrecida una sola Hostia”. Muestra lo que pertenece al sacerdocio de Cristo y da razón de su intento. Dice, pues: “pero éste, es a saber, Cristo, después de ofrecida una sola Hostia por los pecados”, esto es, que los quita; la Ley vieja, en cambio, ofrecía muchas que no expiaban los pecados. Este, pues, conviene a saber, Cristo, después de ofrecida una sola Hostia, ya que por nuestros pecados ofrecióse no más de una vez, está sentado, no como servidor, al modo de los sacerdotes legales, que siempre estaban a punto, mas como Señor (Salmo 109; Mt. 28).

“a la diestra de Dios” Padre, cuanto a la igualdad de poder, según la divinidad; en cuanto hombre, heredero de todos sus bienes (He. 1); y esto para siempre, pues no tornará a morir (Ro. 6; Dn. 7).

“aguardando, entretanto, lo que resta, es a saber, a que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies”. Esta expectación no nos da pie a suponer alguna ansiedad en Cristo, como en los hombres, pues, como dicen los Proverbios, la esperanza que se dilata aflige el alma, sino indica la voluntad de apiadarse que para con nosotros tiene Dios (Is. 30). Así pues, sujétansele a sus pies esto es, a la humanidad de Cristo, unos de su voluntad y en esto consiste su salvación, es a saber, en hacer su voluntad (Ex. X); pero los malos sujétansele contra su voluntad, porque, aunque no cumplen su voluntad como tal cúmplese en ellos por lo que mira a su obra justiciera; y así, de un modo o de otro, todo le está sujeto (Salmo 8).

“Porque con una sola ofrenda”. Da la razón, es a saber, de por qué está sentado como Señor, no como servidor, como el sacerdote de a Ley, ya que éste con una víctima no quitaba los pecados y, por consiguiente, era necesario la ofreciese varias y muchas veces (He. Y); pero la Hostia que Cristo ofrece, ésa sí quita todos los pecados (He. 9). Por eso dice que “con una sola oblación consumó, esto es, hizo perfectos, reconciliando y uniéndonos con Dios como principio, para siempre a los que ha santificado”, porque la Hostia de Cristo, que es Dios y hombre, tiene poder para santificar eternamente (He. 13); pues por Cristo llegamos a la perfección y nos unimos con Dios (Ro. V).

“Eso mismo nos testifica el Espíritu Santo”. Confirma lo que había dicho por la autoridad de Jeremías que, como ya está explicada, al presente no se explica; con todo, puede dividirse en dos partes: la pone primero y en ella se apoya para formar su argumento, que es el siguiente: en el Nuevo Testamento perdónanse los pecados por la oblación de Cristo, que para eso derramó su sangre, para el perdón de los pecados. Luego en el Nuevo Testamento en que se perdonan, como está dicho, iniquidades y pecados, “ya no es menester reiterar la oblación por el pecado” (Mt. IX); pues lo contrario fuera injurioso a la Hostia de Cristo.

(Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Epístola de los Hebreos, c. 10, Ed. Tradición, México, 1979, 326-329)


 

San Alfonso M. de Ligorio

 

SERMON XXIII

JUICIO UNIVERSAL

Verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con grande poderío y majestad.

EXORDIO. —Al presente, Dios no es conocido y por eso lo desprecian tanto los pecadores, cual si no pudiera vengar de las injurias que se le hacen. Se imaginan al Altísimo reducido a impotencia, como dice Job. Pero el Señor se ha señalado un día, llamado en las Sagradas Escrituras día del Señor, en el cual el eterno juez se dará a conocer Como Señor que es: Conocióse al Señor; hizo justicia’. San Bernardo comenta este versículo de David.

PROPOSICIÓN. —Ahora se desprecia al Señor cuando trata de ejercer misericordia, pero se le conocerá cuando aparezca para hacer justicia. De aquí que este día se llame, como dice Sofonías, día de ira el día aquel, día de angustia y de aprieto, día de desolación y devastación, día de tinieblas y de oscuridad, día de nubes y densos nubarrones. Tres puntos abarcará este sermón:

1. Preparativos del juicio.

2. Audiencia en el tribunal de Jesucristo.

3. Las dos sentencias.

PUNTO 1: Preparativos del juicio

I. COMIENZO DEL POSTRER DIA:

1. º Incendio universal. —Este día extraordinario comenzará con el fuego que bajará del cielo para abrasar la tierra con cuantos hombres vivan a la sazón y todas las cosas del mundo. La tierra, dice San Pedro, con cuantas obras hay en ella, será alcanzada por el fuego, y todo se resolverá en un montón de cenizas.

2. ° Resurrección de los muertos. No bien hayan muerto todos los hombres, sonará la trompeta y todos los hombres resucitarán, como escribe el Apóstol: Sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles. «Siempre que pienso en el día del juicio, decía San Jerónimo, tiemblo de terror, porque, haga lo que haga, comer o beber, me parece estar oyendo continuamente la terrible trompeta que anunciará: ¡Levantaos, muertos, y venid al juicio!» y San Agustín confesaba que nada le apartaba tanto de los pensamientos mundanos como el temor del juicio.

Al sonido de la trompeta descenderán del cielo las almas hermosísimas de los bienaventurados para reunirse con los propios cuerpos con que sirvieron a Dios en la tierra; y subirán del infierno las almas desgraciadas de los condenados a tomar nuevamente los cuerpos malditos con que ofendieron a Dios.

3. º Diverso estado de los resucitados. Mas ¡qué diferencia entre los unos y los otros! Los condenados aparecerán deformes, negros cual tizones del infierno, en tanto que los bienaventurados resplandecerán como otros tantos soles: Entonces los justos brillarán como el sol. ¡Qué alegría experimentarán entonces los que hayan mortificado su cuerpo con penitencias! Deduzcámoslo de lo que San Pedro de Alcántara dijo luego de morir a Santa Teresa: « ¡Feliz penitencia, que me ha valido tanta gloria!»

II. LO QUE SIGUE A LA RESURRECCIÓN

1. º Camino del valle de Josafat. Verificada ya la resurrección universal, los hombres recibirán la orden de ir a reunirse al valle de Josafat para ser allí juzgados ¡Multitudes y más multitudes en el valle del Fallo!; porque está próximo el día de Yahveh en el valle del Fallo.

2. º La separación. De pronto los ángeles harán la separación, de réprobos y de los elegidos, colocando a estos a la derecha y a la izquierda a aquéllos: Saldrán los ángeles y separarán los malos de en medio de los justos.

3. º Diverso estado de los resucitados. ¡Qué gran confusión padecerán entonces los miserables condenados! Escribe el autor de la Obra imperfecta: « ¿Os dais cuenta de la vergüenza que se apoderará de los pecadores cuando, separados de los justos, se vean abandonados?» Esta sola pena, dice el Crisóstomo, bastaría para constituir un infierno. El hermano será separado del hermano; el marido de la mujer; el hijo, del padre, etc.

III. APARICIÓN DEL JUEZ:

1. º Llegada de los ángel llevando los instrumentos de la pasión. Mas he aquí que se abren los cielos, vienen los ángeles a asistir al juicio trayendo la cruz y demás instrumentos de la pasión del Redentor, como escribe Santo Tomás: «Cuando el Señor venga a juzgar el mundo se expondrán a la vista de todos la cruz y demás instrumentos de la pasión» San Mateo lo señala taxativamente: Entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre, en el cielo y se herirán entonces los Pechos todas las tribus de la tierra. Derramarán amargas lágrimas los pecadores al divisar la cruz, porque, como escribe San Juan Crisóstomo, «los clavos se quejarán de ti, las llagas y la cruz de Jesucristo hablarán en contra de ti»

2. ° Llegada de la Santísima Virgen. Acudirá también para asistir al juicio la Reina de los ángeles y de los santos, María Santísima.

3. º Llegada de Jesucristo. Y, finalmente, llegará sobre las nubes, resplandeciente de gloria y de majestad, el eterno juez: Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con grande poderío y majestad. ¡Qué suplicio supondrá para los condenados estar a la vista de su juez! A su presencia se empavorecen los pueblos. Escribe San Jerónimo que la presencia de Jesucristo les causará más pena a los condenados que el mismo infierno. De aquí que en aquel día, como predijo San Juan, pedirán los pecadores a los montes que caigan sobre ellos y les quiten de la vista de su airado juez: Y dicen a los montes y a las peñas: «caed sobre nosotros y escondednos de la faz del que está sentado sobre el trono y de la cólera del Cordero»

 

PUNTO II: Audiencia en el tribunal de Jesucristo

I EXAMEN Y EFECTO QUE PRODUCE:

1. º Rigor de este examen. El tribunal tomó asiento, y los libros fueron abiertos. Abrense los libros de las conciencias, empieza el juicio y nada quedará entonces escondido. Pondrá al descubierto los designios de los corazones. Dios mismo dice por Sofonías: “Escudriñará a Jerusalén con linternas”. A la luz de la linterna se descubren las cosas ocultas.

2. ° Alegría de los justos; ahora hasta los mundanos los aprueban. « Terrible será el juicio, dice San Juan Crisóstomo; pero sólo para los pecadores, ya que los justos lo desearán y se regocijarán con él» El juicio atemorizará a los pecadores, pero regocijará y endulzará a los justos, ya que a la sazón Dios colmará sus deseos: Entonces le vendrá a cada uno la alabanza de Parte de Dios. Dice el Apóstol que los elegidos en aquel día serán elevados por los aires sobre las nubes para ir con los ángeles a aumentar el cortejo del Señor: Juntamente con ellos seremos arrebatados sobre nubes al aire hacia el encuentro del Señor.

Los mundanos, que ahora tachan de locos a los santos que viven vida mortificada y humilde, entonces confesarán la propia locura y dirán: Necios de nosotros, calificamos su vida de locura y de ignominia su remate: ¿Cómo fue contado entre los hombres de Dios y entre los santos se halla su herencia? En este mundo se llaman afortunados -los ricos y los colmados de honores, pero la verdadera fortuna consiste en santificarse. ¡Animo, pues, almas cristianas que ahora vivís vida atribulada en la tierra: Vosotros os acongojaréis pero vuestra congoja se tornará en gozo. En el valle de Josafat ocuparéis tronos de gloria.

3. ° Desesperación de los réprobos y su vergüenza. Los réprobos, por el contrario, serán colocados a la izquierda, cual cabritos destinados al matadero, y aguardarán su última condenación. «En el juicio general, dice el autor de la Obra imperfecta, no habrá lugar a misericordia», lo que en vano la podrían esperar los pecadores. «Perder el temor y hasta el pensamiento del juicio venidero, dice San Agustín, es el mayor castigo que el pecado ocasiona a quienes viven en desgracia de Dios». Pecador que te obstinas en vivir empecatado, continúa empecatado, dice el Apóstol, que día vendrá, y será el del juicio, en el que verás los tesoros de cólera que habrá ido almacenando tu obstinación en el corazón divino.

No tan sólo los pecadores no se podrán esconder, sino que tendrán que padecer el horroroso suplicio de ver que todas las miradas se fijan en ellos. «Ocultarse, dice San Anselmo, es imposible, y tener que ser visto es suplicio in tolerable»

II. LOS DEMONIOS ACUSADORES. Los demonios acusadores desempeñarán su oficio y dirán al juez, según expone San Agustín: «Declara que eres mío, ya que El no quiso ser tuyo».

III. TESTIGOS QUE COMPARECERÁN:

1. º La conciencia. La propia conciencia de los pecadores da juntamente testimonio (contra ellos).

2. ° Las criaturas. Las criaturas y hasta las mismas paredes de las casas en que pecaron clamarán contra ellos: La piedra clamará desde el muro

3. º El mismo juez. El mismo juez dirá: Yo lo sé y soy de ello testigo. Eso le indujo a San Agustín a escribir: «El qué fue testigo de tu vida será juez de tu causa». Y se mostrará de modo particular terrible contra los cristianos condenados, como escribió San Mateo: ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Que si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los prodigios obrados en vosotros, tiempo habría que en cilicio y ceniza hicieran penitencia. Cristianos, si las gracias que os dispensé a vosotros se las hubiera dispensado a los turcos o a los idólatras, se habrían arrepentido de sus culpas, vosotros no habéis cesado de pecar sino forzados por la muerte. Entonces descubrirá ante la vista de todos los hombres los más recónditos escándalos: Mostraré a las gentes tu desnudez, y para mayor vergüenza de los pecadores publicará sus infamias, sus injusticias y sus ocultas crueldades. Cargaré sobre ti todas tus abominaciones dice el Señor. Cada condenado llevará escrito en su frente todos sus pecados.

¿Qué excusas podrán entonces alegar para escapar de la sentencia? Mas ¿qué digo excusas, si toda iniquidad cierra su boca? Los mismos pecados taparán la boca de los pecadores, de modo que ni siquiera se atreverán a excusarse y se condenarán a sí mismos.

 

PUNTO III: Las dos sentencias

I. SENTENCIA DE LOS ELEGIDOS:

1. º Motivo de su Prioridad. Dice San Bernardo que la primera sentencia que se pronunciará será la de los justos y que Jesucristo la pronunciará primero para que los réprobos, al verlos llamar a la gloria, experimenten mayor sentimiento al ver lo que perdieron.

2. ° Explicación de la sentencia. Así pues, Jesucristo se volverá primero a los elegidos y con sereno rostro les dirá: Venid vosotros los benditos de mi Padre; entrad en posesión del reino que os está Preparado desde la creación del mundo. Bendecirá luego todas las lágrimas que derramaron en expiación de sus pecados y todas las obras buenas, oraciones, mortificaciones y comuniones; sobre todo se felicitará de haber sufrido por ellos los tormentos de su Pasión y de haber derramado su sangre por su salvación.

3. ° Efecto sobre los elegidos. Los elegidos entonarán el Aleluya y, haciendo resonar los aires con alegres canciones, entrarán en el paraíso para amar y alabar a Dios por toda la eternidad.

II. SENTENCIA DE LOS REPROBOS. Luego el divino juez se volverá a los réprobos para pronunciar sentencia con estas palabras: Apartaos de mí vosotros los malditos; al fuego eterno.

1. º Explicación de esta sentencia. Serán pues, malditos y, por tanto, separados de Dios y serán enviados a arder por siempre al fuego del infierno: E irán éstos al tormento eterno; mas los justos, a la vida eterna.

2. ° Despedida de los condenados. No bien pronunciada la sentencia, dice San Efrén que estos desgraciados, forzados a separarse de sus padres, del cielo, de los santos y de la Madre de Dios, les dirán : «Adiós, justos; adiós, cruz; adiós, paraíso; adiós, padres e hijos, pues a ninguno de vosotros os volveremos a ver más; adiós también vos, Madre de Dios !»

3. º Su caída en el infierno. En medio del valle se abre el vasto abismo en que se hundirán los infelices pecadores condenados: después oirán cerrarse sobre ellos las puertas que ya nunca se volverán a abrir. Maldito pecado, he aquí a qué desgraciado fin conduces a tantas almas redimidas con la sangre de Jesucristo! ¡Desgraciadas las almas a quienes se tenga reservado tan lamentable fin!

PERORACIÓN: Llamamiento a la conversión; aun hay tiempo. Pero vosotros, cristianos, hermanos míos, alegraos, que ahora Jesucristo es padre y no juez y está pronto a perdonar a quien se arrepiente. Pidámosle, pues, perdón inmediatamente.

NOTA. Al fin de este sermón añade San Alfonso esta nota: Hágase con el pueblo el acto de contrición, sin olvidar el propósito de no volver a pecar, y la oración a Jesús y a María, Pidiendo la santa perseverancia. Esto se debe hacer, al fin de todo sermón.

(San Alfonso M. de Ligorio, Sermón XXIII, Obras ascéticas de San Alfonso, tomo II, B.A.C., Madrid, 1954, 651-658)


 

Leonardo Castellani

 

PARÁBOLAS DE LAS SEÑALES

“Se acercaron los Fariseos y Saduceos para tentarlo, y le pedían que mostrase una señal en el cielo. Mas Él les replicó: Vosotros al atardecer decís: Mañana buen tiempo, el cielo está rosa; y al amanecer: tormenta hoy, el cielo está cárdeno y pesado. ¿El rostro del cielo sabéis interpretar, y los signos del tiempo no podéis discernir? La generación mala y bastarda pide un signo; y ningún otro se le dará sino el de Jonás Profeta... Y dejándolos allí, se fue (Mt. XII, 39). De la higuera, aprended una parábola: cuando la rama se enyema y brotan las hojitas, sabéis que viene el verano; así cuando veáis estas cosas cumplirse, sabed que ya está a la puerta... (La Parusía)” (Mt. XXIV, 32).

La de “los signos del Tiempo” (o sea las señales del Reino Mesiánico) era cuestión batallona en aquellos días, como lo es en los nuestros; y las dos situaciones parecen análogas. “Reino Mesiánico” vale aquí por la Primera y la Segunda Venida de Cristo; pues en efecto, la Segunda es la compleción y consecuencia de la Primera, que sin eso quedaría incompleta y frustra. Cristo rechaza con reproche y aun condena la pretensión de sus enemigos de que hiciese meteoros o pirotecnias en el firmamento; mas después en la pequeña parábola de la Higuera Reverdeciente encarga a sus amigos que estén atentos a los signos y los conozcan; y que no digan con el Siervo Infiel: “Ya no vuelve más el Patrón”, y comiencen a maltratar a los otros siervos: los Signos estarán allí, pero hay que “vigilar” para distinguirlos. Los Fariseos pretendían que Cristo hiciese llover fuego del cielo como Samuel (sobre los Romanos, naturalmente) y aun los Apóstoles se tentaron una vez de requerírselo; o hiciese parar el sol, como Josué; o viniese volando sobre las nubes, como del Hijo del Hombre había escrito Daniel. Los signos de las curaciones y aun resurrecciones no los aceptaban, y menos la Consiguiente resurrección de los corazones; y la razón que daban para ese patente cenar los ojos no fue que eran falsas (que eran “trucos”, o simplemente no existieron, como dicen los judíos actuales, véase Sholem Asch... y sus discípulos los racionalistas); la cual fácil excusa no aparece una sola vez en el Evangelio, sino la muy rebuscada de que los hacía “con el poder de Beetzebul”, o sea, por arte de magia negra: prueba de que eran tan patentes e irrefragables que era inútil intentar negarlos. Mas esos eran justamente los “signos” que Isaías Profeta había adjudicado al Mesías; y si a ellos cerraban los ojos, eran realmente una generación “mala” (de torcidos ánimos) y “bastarda”... -ya no hijos legítimos de la Ley y los Profetas. Y así “no se les dará más signo que el de Jonás Profeta”, o sea, su propia Resurrección; que tampoco aceptaron.

Cristo dijo después a los Apóstoles: “Tened cuidado con el fermento fariseo”: en efecto, el espíritu farisaico contagiaba a los ingenuos discípulos; como a todo el pueblo. Los Apóstoles se azoraron creyendo lo decía porque no habían embarcado pan. (Ver Evangelio de Jesucristo, pág. 215). Cristo los corrige, recordándoles las dos multipanificaciones; y les aclara lo del Fermento, que son las ideas, el espíritu avieso. La exégesis protestante tomó ocasión de este lugar para decir que el “fermento” significa en labios de Cristo algo malo ( de hecho, los judíos tenían el fermento del pan por una cierta pudrición) y por tanto, la parábola de la Levadura (Evang. de Jes., pág. 308) significaría la futura corrupción de la Iglesia Católica; que por una pequeñísima desviación en el siglo IV (Constantino) o bien en el siglo VI (Justiniano) iba a hacerse toda esa masa podrida... que veían los ojos de Lutero. Mas Cristo usó la semejanza del Fermento en su simple propiedad natural de levantar enormemente un amasijo, sea en bien sea en mal. Y como sabía que el “fermento farisaico” iba a durar hasta el fin del mundo, incluso dentro de la masa cristiana, por eso previno a los Apóstoles.

El fermento farisaico de entonces (es decir, las ideas que sobre el Reino Mesiánico se habían forjado) les impidió verlo venir, y los llevó a la ruina. ¿Qué nos importa a nosotros ya? Debemos compadecerlos, pero... nosotros lo hemos reconocido y estamos seguros... ¿Es tan seguro eso? Atención, las “Señales” valen también para nosotros, para la Segunda Venida; y si no ‘vigilamos” nos puede pasar exactamente lo que a ellos. Se puede hacer un paralelo entre las dos situaciones; y hay que hacerlo: para mi oficio, eso es “vigilar”; no me salvaré si no hago de vigía.

Vamos a ver: ¿Cómo discurría un Sanedrita en tiempos de Caifás? “Excelsos hermanos, los tiempos del Mesías están todavía lejos; no se ve señal alguna de su venida. ¿Las Semanas de Daniel? Esas se pueden interpretar alegóricamente. ¿El cetro ha caído de las manos de Judá? Bueno, Herodes se puede Considerar como sucesor de Judá. ¿Las profecías de Isaías? Son muy oscuras. Israel, ya lo veis, está enteramente postrado, y no se ve posible que una sublevación general pueda tener éxito: el ejército romano es prácticamente invencible. Bien veis cuan temerarios son los del partido del alzamiento armado. Mas la Sinagoga tiene las promesas de Jawé, que no pueden fallar: ¡dominaremos el mundo de un cabo al otro! Podemos quedar tranquilos. Pero ahora aparece este maldito Rabí de Nazareth que, con sus imprudencias y locuras, es capaz de hacer caer sobre nosotros a los “Romines”: hay que eliminarlo por la seguridad común. Evidentemente no puede ser el Mesías, pues lo primero que hace es desobedecernos y despreciarnos a nosotros: dejarnos tranquilamente a un lado, por lo menos...” Este discursito no es fantasía: estoy seguro que, punto más, punto menos, se pronunció.

¿Qué se dice hoy día acerca de la Segunda Venida?

“Amados fieles, es mejor no preocuparse de eso. Todo el Apocalipsi se puede interpretar alegóricamente. El Discurso Esjcatológico de Nuestro Señor, que está en Mateo XXIV se refiere a la ruina de Jerusalén, y sólo brevemente (unos 20 versículos del final) y muy vagamente a la Parusía; y las discusiones acerca de él no tienen fin. Naturalmente, yo creo en la Parusía; pero deben de faltar todavía millones de años. Primero tiene que venir un gran triunfo de la Iglesia: la Iglesia tiene las promesas divinas, que no pueden fallar: “un solo rebaño y un solo Pastor”. A pesar de que parece ahora que la fe flaquea en todo el mundo, ¡ánimo, valor y miedo! La Iglesia nunca ha estado tan bien como ahora. ¡Y la Iglesia es Santa, bien lo sabéis, y habéis de venerarla, lo mismo que a nosotros, sus representantes reconocidos! Además, hay una profecía actual de una monja de un convento de Coimbra... etcétera”.

¿Es esto fantasía? Lean a Swete, al P. Allo o al P. Bonsirvern, que están por el momento en el candelero como “peritos” en Apocalipsi... Han Conseguido evacuar del Apocalipsi su carácter profético, y convertirlo en una mediocre “filosofía de la historia”. Conceden claro que su autor “es profeta”, ya que desde el título al cabo, Juan Evangelista lo afirma y reitera; pero es una profecía muy oscura, que hay que interpretar, alegorizar, idealizar, universalizar, racionalizar, especulativizar, hegelianizar... ¡cuidado con entenderla literalmente como esos condenados “milenaristas”!

El fermento fariseo obra en nuestros días como fermento racionalista. No pocos, quizás muchísimos, exégetas católicos están tocados de racionalismo, ya lo advertí antes. Es un fenómeno quizás único en la historia de la Iglesia. Es también quizás uno de los “signos del Tiempo”.

Me es odioso, y me ha costado decidirme, pero voy a copiar aquí una recensión crítica del último de los libros nombrados; porque anda en muchas manos, pertenece a una colección reputada, ha sido traducido, influye en la exégesis común y por ende en la predicación; como dije antes, para mí esto significa “vigilar”, mandato de Cristo. Dice así la recensión:

“El P. Bonsirven ha compuesto, para la colección VERBUM SALUTIS, una exégesis del Apocalipsi. Es el n° 16 de VERBUM SALUTIS.

Parece más bien n° 1 de VERBUM PERDITIONIS, hablando en broma y mal.

“El P. Allo O.P., tocado de racionalismo, evacuó el Apocalipsi en su enorme tratado (Gabalda, París, 1921) de su carácter profético, y lo transformó en una especie de gran poema alegórico sobre la filosofía de la Historia, y nominalmente sobre la Persecución a la Iglesia, así en general. Mas este su pedísecuo lo convierte ahora en un centón de enigmas, sin más contenido que este: “la Iglesia es perseguida, los buenos serán premiados, los malos serán castigados... algún día”. ¡Valiente revelación! Y el título del libro inspirado es: REVELACIÓN DE JESUCRISTO. Ambos autores, maestro y discípulo, están influenciados por Renán.

“Y esos enigmas estrafalarios del libro inspirado para mejor son, incoherentes, son inconsistentes, son contradictorios entre sí. El exégeta parece atacado de fiebre, y su exégesis es un “aegri somnium”. Realmente hace buena la blasfemia de Renán de que Juan el de Patmos fue un “delirante”. Reconfigurado por Bonsirven, el Apocalipsi realmente parece el producto de un demente mitomaníaco. Y sin embargo Bonsirven estatuye al comienzo que Juan fue un Profeta, un profeta cristiano, un gran profeta, un varón de Dios, un Apóstol, uno que tiene “curas de almas” (pág. 18) ¿Qué idea puede tener de los Profetas y de los Apóstoles?

“La lógica brutal del error lo ha arrastrado. Los “alegoristas” interpretan, al principio, tan sólo el capítulo XX del Apocalipsi alegóricamente; y lo demás, literalmente, a piacere. Esta inconsecuencia no podía sostenerse: o todos o ninguno. Entonces Bonsirven interpreta TODO alegóricamente -o “simbólicamente”, como él dice; es decir, arbitrariamente y a su paladar; puesto que ¿a la fantasía quién le pondrá puertas?

“Si este método (o ausencia de método) fuese lícito ¿qué deviene la Sagrada Escritura? Deviene un libro cerrado ininteligible, al cual se le puede hacer decir lo que se quiera; donde no se puede conseguir ninguna certidumbre; un libro de literatura fantástica e incluso amente... (“el profeta Ezequiel fue un demente”, dice Karios Jaspers) -en suma, una colección de fábulas que ni para los niños sirven, como dijo Voltaire, y no ha cesado de repetir la impiedad desde entonces.

Si el todo de este libro sacro son “símbolos” en el sentido Bonsirven (es decir, alegorías vagas), el cap. XX, que es el que más los empavorece, es naturalmente el símbolo de los símbolos. La temeridad del “exégeta” Bonsirven al llegar a él pasa todos los límites: ¡ni el lenguaje humano, ni la gramática, ni el sentido común, ni la aritmética rigen ya! Por ejemplo, la expresión “mil años” repetida allí seis veces, significaría primero “todo el espacio desde la Ascensión de Cristo hasta el fin del mundo” -o sea más de 1900 años- “según TODOS los expositores” -afirma mendazmente. Es decir, que cuando Juan dice “mil años” eso significa según Bonsirven dos mil años por lo menos. Pero luego cambia de idea, y hace la afirmación más exorbitante que he leído en mi vida, a saber:

“Los mil años, significan el tiempo indeterminado de la duración de la Iglesia, “tanto en la tierra como en el cielo” -es decir, significa la Eternidad:

“y los tres años y medio del Profeta significa el tiempo en que la Iglesia será perseguida; es decir “desde la Ascensión de Cristo hasta el fin del mundo”; que antes eran los mil años.

Luego 3, y medio años = 1.000 años = 2.000 años = la Eternidad.

¿Y la Aritmética?

-¡Ah la Aritmética aquí -afirma dogmático Bonsirven- “no es CUANTITATIVA, Sino CUALITATIVA!

¡Aritmética no cuantitativa!

Aritmética no cuantitativa significa simplemente profecía no profética; algo así como color incoloro.

Aquí nos están tomando el pelo, compadre.

¡Y pensar que por este libro me sacaron 121 pesos!”

Hasta aquí el “compte-rendu” para la Revista teológica... que no lo publicó.

El Apocalipsi, lo mismo que el Sermón Esjatológico de Mt. XXIV contiene los signos del Reino Mesiánico, y para nosotros, de la Segunda Venida, a los cuales Cristo nos manda estar atentos: no menos de cinco parábolas hace Cristo al final de su predicación con el único tema de la “vigilancia”. El Sermón Parusíaco constituye el cimiento del Apocalipsi, tanto que algunos Doctores dicen que éste no es sino una ‘explanación” del Sermón del Salvador; lo cual no es tan exacto. Son como los dos focos de una elipse: el Sermón es una profecía breve y abstracta; el Apocalipsi es una profecía pormenorizada y simbólica; el primero junta los signos de las dos Venidas; el otro trata sólo de la Segunda. Por ejemplo, Cristo predice “una tribulación como no la ha habido nunca ni habrá “; san Juan describe esa gran Tribulación con los símbolos de las Siete Tubas, las Siete Fialas, matanzas, incendios, batallas… Cristo previene o amonesta contra los “pseudoprofetas”, o sea herejes, san Juan muestra las herejías en la figura de las Langostas (Tuba 5ª) de las Tres Ranas (Fiala 6ª) y sobre todas ellas su Cabeza: la Bestia de la Tierra o Superpseudoprofeta. Cristo dice: “Vendrán guerras y rumores de guerra: principio de los dolores”; san Juan muestra en el Segundo Sello la guerra desatándose sobre el mundo -después del Cristianismo o de la Monarquía Cristiana- y al final habla de una tremenda Guerra de Continentes. Cristo predice la persecución más tremenda para los fieles; san Juan muestra en acción las dos Bestias Persecutorias, el Anticristo y el Pseudoprofeta. Lo dos libros no se superponen; pero todas las líneas, aristas y ángulos del edificio de Patmos están determinadas en el enérgico bosquejo de Cristo, como en un cimiento.

Los más grandes doctores y escritores cristianos contemporáneos han vislumbrado temerosamente el parecido de muchos fenómenos modernos con los “signos” o señales que están en las dos grandes profecías. (Evangelio de Jesucristo, pág. 314, 326). Mas la herejía contemporánea cierra los ojos y hace trampantojos y cortinas de humo con estas cosas; y tiñe incluso a autores que se imaginan ortodoxos, y están cargados de “aprobaciones”, fama y aplausos. A los cuales hay que repetir la certera palabra de Maldonado en el siglo XVI, cuando todo este movimiento de racionalismo y naturalismo comenzaba: “Quod proprie interpretari possumus, id per figuram interpretari proprium est incredulorum, aut fidei divertícula quaerentium” (In Matt. VIII, 12).

Lo que podemos interpretar literalmente, interpretarlo alegóricamente, eso es propio de incrédulos o que buscan subterfugios a la fe.

En suma, es un entibiamiento de la fe lo que produce este fenómeno de “diverticular” los libros santos; y eso también está predicho: “Cuando yo volviere ¿creéis que hallaré fe en la tierra?” y “Primero tiene que venir la apostasía”, reitera san Pablo. Y justamente “tibia” llama el Apocalipsi a la Iglesia de Laodicea, a la última, a la que está “a las puertas” de la Parusía.

Un amigo artista me decía: “-¿Por qué diablos los cánticos religiosos de los fieles (Oh buen Jesús yo creo firmemente, que no es el peor, con todo) han de ofender las reglas de la versificación, del buen gusto, de la música y de la discreción? ¿Para eso se fundó la Iglesia?

- ¡No se fundó para eso! - ¿Por qué la Iglesia produce fealdad, desorden y aquí en la Argentina, atraso? -No se fundó para eso, si es que produce eso. Eso es la cizaña. -¿Por qué no arrancar la cizaña? -¡Ay!, dije yo.

Pero esas “cizañas” de mi amigo no son nada al lado de la cizaña que representa la contaminación y contagio de la teología por la herejía naturalista y la decadencia consiguiente de la teología-y todo lo demás; de la cual “olim”me dieron el título de doctor “cum licentia ubique docendi”. El UBIQUE se ha convertido en San Juan de Cuyo. Y está bien así.

(Leonardo Castellani, Las Parábolas de Cristo, Ed. Jauja, Mza., 1994, 183-189)


 

Dr. D. Isidro Gomá


SIGNOS PRECURSORES Y VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE:

MT. 24, 23-31 (Mc. 13, 21-27; Lc. 21, 25-28)

Explicación. — Entre lo que en este fragmento se narra y lo contenido en el anterior habrá un intervalo de muchos siglos, todos los de la historia del cristianismo: el anterior se refería a hechos ocurridos en los comienzos; el presente, a los de los últimos tiempos del mundo. Se describen las señales precursoras verdaderas, para distinguirlas de las falsas, que tendrán lugar por efecto de la misma conturbación de los últimos días (23-29); y luego el mismo advenimiento del Señor (30.31).

SIGNOS PRECURSORES DE LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE (23-29). —Jesús ha respondido con el fragmento anterior a la primera pregunta de los discípulos: ¿Cuándo serán estas cosas? Ahora responde a la segunda: ¿Qué señal habrá de tu venida? La primera será la aparición de muchos que anunciarán falsamente la inminencia del advenimiento del Cristo; contra ellos precave Jesús a sus discípulos: Entonces, si alguno os dijere: Mirad, el Cristo está aquí, o allí: no lo creáis. La razón es porque aquellos hombres harán tales prodigios, que parecerán obrar por virtud y como enviados de Dios: Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán gran des maravillas y prodigios: ello será debido a la fuerza del demonio, cuya acción sobre la naturaleza es más poderosa que la del hombre, si Dios le permite desarrollarla; trabajarán entonces los espíritus de las tinieblas para corroborar con apariencias de milagro las doctrinas de sus emisarios (cf. 2 Thess. 2, 9.10; 2 Cor. 11, 15). Si no fuese que Dios tiene contado el número de sus predestinados, que utilizarán las gracias que no les deben faltar, hasta ellos correrían el peligro de ser engañados por aquellos portentos: De modo que (a ser posible) caigan en error aun los escogidos.

Para que nadie pueda llamarse a engaño cuando la venida de los seudocristos, les repite la misma idea, concretándola en dos formas distintas: ¡Mirad, pues vosotros! ¡Ved que todo os lo he predicho!, y por lo mismo no podréis alegar ignorancia: Por lo cual, si os dijeren: He aquí que el Cristo está en el desierto, como lo hizo el Bautista y algunos profetas antiguos, no salgáis. Y si os dijeren: Mirad que está en lo más retirado de la casa, predicando como he sólido yo mismo hacerlo entre vosotros, no lo creáis: el advenimiento del Hijo del hombre no será ni en una ni en otra forma. La aparición será súbita, universal, indudable: Porque como el relámpago sale del oriente, y se deja ver hasta el occidente: así será también la venida del Hijo del hombre. No estará en un punto, sino en todos a la vez; con tanta claridad que a nadie podrá ocultarse, ni será nadie engañado: será un milagro del poder de Dios, en virtud del cual aparecerá el Hijo del hombre probablemente en los aires, en la atmósfera, visible a todo el mundo (1 Thess. 4, 16).

Siendo ello así, que no estén con ansia, por si conocerán o no el advenimiento del Señor; ni vacilen ante la predicación y prodigios de los falsos cristos; como el águila tiene el instinto de la presa, que huele a distancia y atisba con ojo certero y se echa con fuerza irresistible sobre ella, así lo harán los justos al advenimiento del Señor: todos irán a él: Dondequiera que estuviere el cuerpo, allí se juntarán también las águilas.

A la aparición de los falsos profetas, cuya duración no indica el Señor, seguirán inmediatamente señales en el sol, en la luna y en las estrellas: Y luego después de la tribulación de aquellos días, el sol se obscurecerá, sea para solos los hombres, por la interposición de densísimas nubes, sea por un cataclismo de orden sideral: y la luna no dará su resplandor y las estrellas caerán del cielo, no sobre la tierra, que son inmensamente mayores que ella, sino por una dislocación de los cuerpos celestes con respecto a la tierra: y las virtudes del cielo, las fuerzas que gobiernan el cosmos, temblarán, serán conmovidas. Todo ello indica un trastorno de carácter universal, semejante a los antiguamente anunciados por los profetas (Is. 13, 9 sig.; 14, 18.19; 34, 4 sig.; Ter. 4, 28; Ez. 32, 7, etc.): como la justicia de Dios se ha manifestado con señales locales de orden atmosférico o meteorológico en casos particulares, en el juicio universal será toda la naturaleza la que tomará parte. Consecuencia de todo ello será el universal pavor de la humanidad de aquellos días. Y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y de las olas. Ante este desconcierto de la máquina del mundo, los habitantes de esta tierra quedarán atónitos, sin fuerzas ni aliento: secándose los hombres de temor y sobresalto, porque verán totalmente subvertido el orden del mundo visible: por las cosas que sobrevendrán a todo el universo.

APARICIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE (30.31). — A la terribilidad de los signos precursores del advenimiento del Hijo del hombre seguirá la magnificencia de su personal advenimiento: Y entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo: será la cruz, señal de Cristo por antonomasia, instrumento de la redención, que así será glorificada para gozo de los justos y terror de los réprobos, apareciendo luminosa en las regiones superiores, substituyendo su luz a la de los astros en tinieblas: la Iglesia hace suya esta interpretación —que tiene en su favor gran peso de tradición— en la fiesta de la Invención de la Santa Cruz (3 de mayo).

Y entonces por los trastornos de carácter cósmico que habrán precedido y por la aparición de la cruz, prorrumpirán en llanto todas las tribus de la tierra: todos los hombres, justos y pecadores, porque nadie está cierto de su justicia, estarán consternados ante la inminencia del juicio. Y, en medio del universal terror y expectación, verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad y gloria: es ello una alusión a la profecía de Daniel (7, 13: cf. 1 Thess. 4, 15; 2 Thess. 1, 7; Apoc. 1, 7).

Entonces el supremo Juez y Rey magnífico enviará a sus heraldos los ángeles, para que llamen a todo el mundo a juicio: Y enviará sus ángeles, que, a la voz de trompeta sonora, con grande estrépito, con una señal evidente, más sonora que el sonido de las trompetas (1 Cor. 15, 22; 1 Thess. 4, 15), congregarán a sus escogidos de los cuatro vientos, de los cuatro puntos cardinales, desde lo sumo de los cielos hasta los términos de ellos, del uno al otro extremo de los cielos.

Termina Jesús las terribles predicciones con unas palabras de consuelo y aliento para los suyos: Cuando, pues, comenzaren a cumplirse todas estas cosas, cuando veáis que empieza a trastornarse en forma insólita la máquina del mundo, mirad, alzad los ojos y tras ellos los ánimos; y levantad vuestras cabezas, porque es propio de gente aturdida llevarlas inclinadas al suelo; porque cerca está vuestra redención; después de la universal conmoción y del juicio, el premio indefectible y eterno que Dios os tiene preparado. Supone aquí Jesús que sus discípulos verán aquellos días, para que estén prevenidos no sabiendo la hora; o bien, como quieren otros intérpretes, habla en ellos a los que vivirán en los días del fin del mundo; si no es que se refiera a los elegidos todos después de la universal resurrección de la carne.

Lecciones morales. —B) v. 27. — Como el relámpago sale del oriente... —Como ha predicho antes Jesús el advenimiento de los seudoprofetas, así anuncia ahora el suyo. Pero no será éste como el de aquéllos, que hará dudar si son o no verdaderos cristos, sino que el advenimiento del Señor será rápido, luminoso, universal, sin que ofrezca lugar a dudas. Como el rayo ilumina simultáneamente todo el horizonte, y su luz se mete hasta el interior de las casas, dice el Crisóstomo, así será, por su gloria y resplandor, el advenimiento del Señor. Nótese la contraposición entre la primera y la segunda venida de Cristo al mundo: cuando vino para salvarnos, lo hizo en lugar pobre, fue casi desconocido de todo el mundo, en la forma más humilde, que es la de un niño desvalido. Pero cuando vendrá para juzgarnos lo hará con todo el aparato de su gloria. Porque no se tratará ya de la benignidad y humanidad con que vino a conquistarnos, sino de la severidad con que vendrá a dar a cada uno lo que haya merecido según sus obras.

C) v. 28. — Dondequiera que estuviere el cuerpo... — Las águilas representan a los justos, cuya juventud se renueva como la del águila (Ps. 102, 5), y que al fin del mundo se congregarán todos donde está el Señor. O, según expone San Jerónimo, puede entenderse de los herejes, que en todo tiempo se han lanzado con ímpetu contra la Iglesia, que es el cuerpo místico de Jesucristo. En el primer sentido, vayamos a Cristo, con el ímpetu con que se lanza el águila sobre su presa, con el ansia con que el cervatillo, en frase ‘del Salmista, busca la fuente de aguas cristalinas; y unidos a Jesucristo, hechos una cosa con El, defendámosle a El y a su santa Iglesia, contra los ataques de sus enemigos, águilas rapaces y voraces que se empeñan en destruir la unidad de la verdad, que es la fe, y unidad del amor, que es la santa caridad.

D) v. 29. — Y las estrellas caerán del cielo... — No caerán sobre la tierra, incomparablemente más pequeña que ellas. Quizá, como dice Rábano Mauro, fundándose en la lección de Marcos, sólo se eclipsarán; tal vez, como interpreta algún autor moderno, será un enjambre de bólidos que caigan sobre la tierra, y produzca todos los trastornos anunciados por el Señor. Ni debe entenderse todo ello en el sentido de que se aniquile la máquina del universo. Perecerá toda la humanidad en medio de grandes convulsiones de la naturaleza, acabándose así la historia del hombre; pero podrá seguir el universo cumpliendo los fines que Dios se proponga en ello.

Para que aprendamos que cada uno de nosotros y la humanidad en general tiene en el mundo una misión moral y espiritual que llenar; y que Dios quiere acompañar las sanciones definitivas del bien y del mal obrar con gravísimos trastornos de la naturaleza, ya que ella fue como el teatro en que se desarrolló la historia humana y el instrumento que utilizaron los hombres en muchas de sus obras, buenas y malas.

E) v. 30. — Y verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes del cielo. — Le verán los hombres con los ojos corporales, viniendo, en su mismo aspecto humano, montado en nubes sobre los aires. Como cuando se transformó en el Tabor salió una voz de la nube, ahora aparecerá transformado para todo el mundo, no sobre una nube, sino sobre muchas, que serán su carroza, dice Orígenes. Si cuando debió entrar en Jerusalén sus discípulos cubrieron la tierra con sus vestidos para que no tuviera que hollarla su planta, ¿cómo no honrará el Padre al Hijo poniendo bajo sus pies las nubes del cielo, cuando venga a la tierra para la grande obra de la consumación?

 

TIEMPO DE LA RUINA DEL MUNDO: Mt. 24, 32-41

(Mc. 13, 28; Lc. 21, 29-33)

Explicación . — En este fragmento, final de la primera parte del discurso escatológico, responde Jesús a la tercera pregunta de sus discípulos: ¿Cuándo sucederá esto refiriéndose a la ruina de la ciudad y a la del mundo. La destrucción de la capital judía ocurrirá antes que pase la generación contemporánea de Jesús (nr. 32-35); la destrucción del mundo llegará de improviso, sin que nadie sepa la hora, sino Dios (vv. 36-41).

TIEMPO DE LA RUINA DEL MUNDO (36-41). — Ha predicho Jesús de un modo parecido el tiempo de la destrucción de la ciudad. Cuanto a la destrucción del mundo, nadie sabe cuándo sucederá: Mas de aquel día, ni de aquella hora, nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, porque aunque lo sepa como Dios y como hombre, por la plenitud de su ciencia, no lo sabe como legado del Padre a los hombres, y por lo mismo no se lo puede revelar: sino sólo el Padre, y como es obvio, el Hijo y el Espíritu Santo, consubstanciales con el Padre.

Tan ignorado es aquel día, que vendrá de improviso, como vino el diluvio en los días de Noé: Y como en los días de Noé, así será también la venida del Hijo del hombre. Para hacer más gráfica la descripción de lo subitáneo de la llegada de aquella hora, propone unos ejemplos sacados de la vida ordinaria de los judíos: Porque así como en los días antes del diluvio continuaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, completamente despreocupados de la catástrofe que amagaba, hasta el día en que entró Noé en el arca; y no lo entendieron hasta que vino el diluvio, por que no había señales de él, y los llevó a todos: así será también la venida del Hijo del hombre. Al ejemplo de la historia añade los de la vida casera: Y entonces estarán dos en el campo, ocupados en el mismo trabajo: el uno será tomado, por los ángeles, que reunirán a los elegidos para el Reino de Dios (y. 31), y el otro será dejado, excluido del reino y destinado a la condenación. Dos mujeres molerán en un molino: la una será tomada, y la otra será dejada.

Nótese que en ninguna ocasión de este discurso escatológico hace Jesús alusión a la muerte de los contemporáneos de los acontecimientos del fin del mundo. ¿Morirán todos los hombres de aquellos días, aunque no sea más que por un in para resucitar luego y comparecer con los demás a juicio, como han pretendido algunos intérpretes? Ningún pasaje de la Escritura nos impone la creencia de la muerte universal de los hombres antes del juicio: tomando este pasaje en un sentido literal, y concordando con otros de la Escritura, una regla elemental de exégesis nos induce a admitir que no morirán los hombres de la última generación (cf. 1 Thess. 4, 14-17; 2 Cor. 5, 2-5).

Lecciones morales . — A) v. 32. — Aprended de la higuera una comparación... — Si en el sentido literal de estas palabras quiere enseñarnos Jesús la correlación entre los signos del fin del mundo y la consumación de los tiempos, podemos, en el sentido moral, entenderlas de las lecciones que de la naturaleza podemos sacar en orden a nuestra vida cristiana. Hay relación tan íntima entre el mundo físico y moral, entre el orden natural y el sobrenatural, que en ella hallamos la razón de las parábolas y de las comparaciones con tanta frecuencia usadas por Jesús en el Evangelio. Ello se debe a que todas las cosas proceden de un mismo principio, que es Dios, y, por lo mismo, todas son hermanas, como ha dicho alguien. Miremos siempre en la naturaleza la maestra del bien vivir: y pensemos que, como dice San Agustín, también las cosas son palabras de Dios, más elocuentes a veces que la palabra hablada o escrita.

B) v. 35. —.El cielo y la tierra pasarán... —Como si dijera, dice San Jerónimo Cosa más fácil es que se derrumbe y destruya lo que parece inconmovible, como es la máquina del mundo, que falte un solo ápice de mi palabra. Porque, nota San Hilario, el cielo y la tierra, por ser cosas creadas, no importan ninguna necesidad de ser; pero las palabras de Jesucristo, sacadas del seno de la eternidad, contienen en sí mismas la fuerza que debe hacerlas eterna L mente perdurables. Debe ser ello de gran consuelo para los discípulos de Jesús, al pensar que sus palabras tienen hoy, y tendrán siempre, la misma fuerza que el día que fueron pronunciadas; como, por el contrario, deben pesar terriblemente sobre la conciencia de pecadores e impíos, por la misma razón de la perennidad de su eficacia intrínseca en orden a las amenazas y castigos que contienen.

C) v. 36. — De aquel día, ni de aquella hora, nadie sabe... —Sólo el Padre sabe el día de la consumación de los tiempos: el Padre comunica esta ciencia, como toda ciencia, al Hijo, que es su Sabiduría; pero se dice en los Evangelios que ni el Hijo sabe la hora que el Padre se reserva, no porque absolutamente la ignore, dice San Agustín, sino que no la sabe para comunicarla a los hombres. Orígenes añade una bella razón: la Iglesia, dice, es el cuerpo místico de Cristo; mientras la Iglesia no haya recibido la revelación del último día del mundo, puede en cierta manera decirse que ni el mismo Hijo la sabe. Pero que Jesucristo sabía la hora postrera del mundo, aparece, dice San Jerónimo, de aquellas palabras: «No os corresponde saber los tiempos y momentos que el Padre puso en su poder» (Act. 1, 7). La razón de esta reserva absoluta del Padre y del Hijo en lo tocante al fin del mundo, para cada uno de nosotros y para la historia en general, es que estemos siempre en vela, para recibir al Hijo de Dios siempre que él fuere servido venir a llamarnos.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p.435 - 443)


 

Manuel de Tuya

 

La venida del Hijo del hombre y su descripción apocalíptica.

Mt 24, 29-31 (Mc 13,24-27; Lc 21,25-28)

Una vez cerrado el paréntesis de los v.26-28 de Mt, se hace ahora la descripción de esta «venida» del Hijo del hombre. Es descrita por los tres sinópticos. Esta venida será «en seguida», después de la tribulación de aquellos días» (Mt-Mc). En efecto, una vez que se ejerce el gran castigo, la «gran tribulación», es cuando se va a realizar esta venida o parusía del Hijo del hombre. ¿Cómo?

La descripción que hacen los evangelistas de esta venida triunfal de Cristo, la describen con los siguientes elementos:

1) «El sol se oscurecerá».

2) «La luna no dará su luz».

3) «Las estrellas caerán del cielo».

4) «Las virtudes (dynámeis) de los cielos se conmoverán». Los autores discuten el sentido directo de estas «virtudes». Serían, alegorizando, los ángeles (así los Targums), los «poderes cósmicos»; pero ordinariamente se lo interpreta, por «paralelismo» con lo anterior y por su afinidad con pasajes proféticos (Is 34,4), de los astros. Acaso se incluye en ello, genéricamente, las fuerzas celestes. Mc pone los «ejércitos de los cielos», que son las estrellas.

5) «Sobre la tierra habrá ansiedad entre las naciones, inquietas por el estrépito del mar y de las olas» (Lc).

6) «Los hombres enloquecerán de miedo e inquietud por lo que viene sobre la tierra» (Lc). Que es lo mismo que dice Mt en otra forma: «Se levantarán todas las tribus de la tierra y verán al Hijo del hombre venir... »

Toda esta descripción cósmica con la que se describe la «venida» del Hijo del hombre, no es más que el conocido género apocalíptico. Son imágenes calcadas en los elementos proféticos, con las que se acompañan las grandes intervenciones de la justicia divina (Is 13, 9-10; 34,4; Jer 4,23; Ez 32,7; Jl 2,10; 3,4, etc.). A título de modelo se transcribe el oráculo de Isaías sobre Babilonia:

«Lamentaos, porque se acerca el día de Yahvé,

cruel, con cólera y furor ardiente,

para hacer de la tierra un desierto

y exterminar a los pecadores.

Las estrellas del cielo y sus luceros no darán su luz,

y el sol se oscurecerá naciendo,

y la luna no hará brillar su luz» (Is 13,9.10)...

...En esa hora y con gran majestad será la «venida del Hijo del hombre». Se describe esta venida—«parusía»— de la siguiente manera:

1) «Aparecerá en el cielo el signo del Hijo del Hombre» (Mt).

2) Vendrá el Hijo del hombre «en una nube» (Lc), «en las nubes del cielo» (Mt-Mc), con «gran poder y majestad» (Mc-Lc) y «gloria» (Mt).

3) Entonces, a su venida, «se verá al Hijo del hombre» venir (Mc-Lc).

4) Y él «enviará a sus ángeles».

5) Y «reunirá a sus escogidos—«al son de la gran trompeta» (Mt)—de todas las partes de la Tierra hasta el extremo del cielo» (Mc).

Otra vez se está en una descripción hecha a base de elementos apocalípticos. Y, por tanto, hay que interpretar el contenido y enseñanza de este pasaje en función de este género literario...

Parábola de la higuera e incertidumbre de este acontecimiento.

Mt 24,32-41 (Mc 13,28-32; Lc 21,29-33)

En esta cuarta sección expone Jesucristo la incertidumbre y desconocimiento de esa hora del castigo de Jerusalén: la «gran tribulación».

No obstante esta incertidumbre, da dos indicaciones sobre la hora de estos dos acontecimientos.

1) Parábola de la higuera. —La primera indicación está tomada del símil de la higuera. Lc le da una amplitud mayor a la comparación. «Fijaos en la higuera y en los demás árboles» (v.29). Cuando las ramas echan hojas y se pueblan frondosamente, es que la primavera «se acerca». En la higuera, «sus hojas gruesas y carnosas no empiezan a brotar hasta que el calor penetra en la tierra. Esto indica en Palestina, donde no se conoce la primavera propiamente dicha, la proximidad inmediata del verano» Pues así hace la comparación. «Cuando veáis que suceden todas estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas» (Mt-Mc), «el reino de Dios) (Lc), en esta fase triunfal de la «venida» de Cristo, cumpliendo su justicia y su promesa.

2) Sucederá a la generación a quien lo dice. —Otra indicación es que todo esto sucederá en un período relativamente corto. «No pasará esta generación sin que todas estas cosas sucedan». Naturalmente, «esta generación» es la de aquellos a los que se dirige Jesucristo en esta hora. Y, puesto que éstos verán el cumplimiento de «todas estas cosas», es que se refiere a la destrucción de Jerusalén (Mt 16,28). Precisamente en la Escritura, el número de cuarenta años es el término que expresa una generación. Muriendo Jesucristo sobre los treinta y tantos años y siendo la destrucción de Jerusalén el año 70 del nacimiento de Jesucristo, «esta generación» queda, conforme al uso bíblico, encuadrada en estos cuarenta años. Y la certeza de esta afirmación es más firme que los cielos (v.35).

3) El absoluto desconocimiento de esta hora. —Pero aún enseña más—. El desconocimiento de «aquel día y aquella hora» es tal que no lo sabe «nadie», ni los ángeles «ni el Hijo, sino el Padre» (Mt-Mc). Críticamente, la lectura en Mt de «ni el Hijo», aunque probable, es discutida. Este «Hijo» que pone aquí no es el Hijo en cuanto Verbo, sino el «Hijo del hombre» que se dice en el versículo siguiente.

Cristo como hombre no puede ignorar nada de lo que le compete de alguna manera a su misión. Es doctrina absolutamente cierta en teología. Si aquí puede extrañar esta formulación es por no valorar suficientemente el uso del verbo «conocer» en las lenguas semitas. Este no sólo significa un conocimiento especulativo, sino también práctico. Lo que viene a ser equivalente a actuar o tomar la iniciativa o manifestación de la obra de este día. Pero esto, tanto en el plan divino como en los relatos evangélicos, está reservado al Padre (Mt 20,23; 11,25; Lc :2,32, etc.). Este es el secreto y la hora del Padre para manifestarlo a los hombres. Cristo mismo dirá en otras ocasiones que aún no llegó su «hora».

(Manuel de Tuya, O.P., Biblia Comentada, T. II: Evangelios, BAC, Madrid, 1964, 527-531)


 

 EJEMPLOS PREDICABLES

 

EL JUICIO UNIVERSAL

1 - El Beato Jordán y la recepción de un monje. El Beato Jordán, natural de Borgentreich, en Westfalia (1237), era sucesor de Santo Domingo en el generalato de la orden de Predicadores. Un día se anunció que un hombre que había perdido la fe y luego se había convertido, emprendiendo una vida piadosa, solicitaba su admisión en la orden dominica. El Beato estaba dispuesto admitirle siempre que en ello convinieran todos los monjes del convento. Todos dieron su consentimiento, excepto uno solo, al cual dijo el Beato Jordán: “Es cierto que este hombre ha cometido muchos pecados, pero tal vez sean más los que cometa si por no admitirlo nosotros se separa del mundo”. A lo que repuso aquel monje que poco le importaba. Díjole entonces Jordán: “si vos, querido hermano, hubierais derramado por sus pecados una sola gota de vuestra sangre, importaría mucho”. El monje contradictor, profundamente conmovido por estas palabras, dio en seguida su consentimiento. Si tan misericordioso es un hombre cuando se acuerda de la sangre que por todos nosotros derramó Cristo, ¡de cuánta más misericordia no usará con nosotros aquel mismo Señor que con tanto alto precio nos ha comprado! Dice por esto Santo Tomas de Villanueva: “Gustoso tendrá por Juez al que ha sido mi Salvador”.

 

2. Refirieron (1916) los periódicos de Zurich, que en las calles de mayor tránsito de aquella población eran impresionadas por orden de la autoridad películas cinematográficas que eran luego proyectadas varias veces a la semana para instrucción del público. Intentábase con esto que los ciudadanos cayeran en la cuenta de diversas faltas que solían cometer a diario por las calles, contribuyendo así a su enmienda. Desde luego que a muchos individuos les sentaba muy mal que sus defectos fueran expuestos al público en la pantalla del cine. Jamás hubieran podido imaginar que lo que hacían en medio de la calle había de salir a la luz pública, de otra manera se habrían portado muy diversamente. Pues bien, semejante a este episodio de Zurich será el del día del Juicio universal. Allí será puesto a la luz pública no solamente lo que los hombres hicieron por la calle, sino todo lo que por ellos hecho, aún las obras más secretas, a juzgar por las palabras de Cristo: “nada hay oculto que entonces no haya de revelarse, nada secreto que no haya de saberse y ponerse de manifiesto”. (Lc. VIII, 17) ¡Pluguiera a Dios que todos los hombres meditaran esta verdad! Mucho mejoraría su conducta en esta vida.

 

3. El rey Federico II de Prusia emprendió en 1756 la guerra de los siete años, y aquel mismo año ganó las batallas de Lodositz y Pirna, después de las cuales se quedó en Sajonia, donde pasó el invierno con sus tropas. Sucedió allí que un camarero llamado Glasau se propuso darle muerte, presentándole una copa con una bebida envenenada. El rey, que había notado algo anormal en las maneras de su criado, fijó profundamente en él su mirada. Ante el fuego de aquellos ojos, comenzó el criado a temblar tan fuertemente, que dejó caer la copa y confesó con toda espontaneidad al rey, que no había tenido ningún barrunto de ello, el asesinato que tenía en proyecto. Si la mirada escrutadora de un rey basta para abatir a un delincuente, cuánto más deberán temblar los pecadores impenitentes cuando los atraviese la mirada a Dios, conocedor de todos los secretos!

 

4. El emperador de Rusia Nicolás I (1825-1855) fue un cruel perseguidor de los católicos que vivían en sus dominios, pero odiaba principalmente a los obispos, sacerdotes y religiosos. Desterró a muchos de ellos a la Siberia, condenándoles a trabajos forzados en las minas de aquel país, y llegó incluso a aplicarles la pena de mutilación. Unas monjas, a quienes los cosacos habían cortado la nariz y los labios por orden del emperador, consiguieron llegar a Roma y presentar sus quejas al Papa Gregorio XVI (1831-1846). El Papa les dio albergue en un convento de Roma. Cuando después el emperador Nicolás I visitó al Papa en el viaje que hizo a Roma el año 1845, el Pontífice echóle en cara la crueldad a que eran sometidos los católicos en sus reinos y le emplazó retándole al tribunal de Dios, ante el cual deberán un día comparecer también los Soberanos para rendir cuentas. El Zar negó descaradamente tales actos de violencia, y en aquel momento la servidumbre del Papa, a una señal de éste, descorrió una cortina, detrás de la cual aparecieron a la vista horrorizada del Zar las infelices víctimas de su crueldad las heridas aún no cicatrizadas. El Zar no pudo resistir aquella visión, palideció, tembló, y sin siquiera ponerse el sombrero, salió corriendo de las habitaciones del Papa, no deteniéndose hasta la plaza de San Pedro. Así sucederá también el día del Juicio final. Dios descorrerá repentinamente todos los velos y «lo que está oculto en la oscuridad saldrá a la luz». (1 Cor., IV, 5). «Jerusalén será explorada con linternas.» Recordemos las palabras de Cristo: «Nada hay oculto que no haya de revelarse, nada secreto que no haya de saberse y ponerse de manifiesto.» (Luc., VIII, 7.) ¡Cómo temblarán los pecadores!

(Spirago, Francisco, Catecismo en ejemplos, tomo I, Ed. Políglota, Barcelona, 340-345)


29. Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com

Literatura apocalíptica

Los textos de hoy (Dn 12 y Mc 13) fácilmente podrían utilizarlos aquellos grupos pseudo religiosos, aves de mal agüero, que suelen gritar en sus templos y en las plazas, o anunciar en sus psicodélicas publicaciones, que reparten a granel, el fin del mundo y el exterminio de todo ser viviente que no esté con ellos. Siembran el terror con sus amenazas de una inminente destrucción de la tierra porque, según ellos, el pecado del hombre está haciendo que se acabe la paciencia Dios y de un momento a otro va a tomar venganza. Infunden pánico a los caracteres débiles y presionan psicológicamente para que se unan a su grupo, pues dicen ser la única religión verdadera. Por lo tanto, la única salida para salvarse.

Estos grupos, para defender lo propio y ponerlo en la cumbre de la perfección, acuden al antiguo y falaz “argumento” de desprestigiar las obras de los demás. Para asegurar que su religión es verdadera, dicen que las demás son falsas. Para decir que su religión es la mejor, que las demás son las peores. Para decir que su religión es la única que lleva a Dios, pregonan que las demás llevan a la perdición porque encarnan a la bestia del Apocalipsis (Ap. 17,1ss)

Muchos despistados caen ingenuamente en sus trampas y se vuelven aún más fanáticos que ellos. La ignorancia de mucha gente la hace presa fácil del engaño, pues como dijo el tío Einstein: “la ciencia sin religión cojea, la religión sin ciencia es ciega”[1]; y un ciego no puede guiar a otro ciego (Mt 15,14).

Ayudados de las ciencias humanas (exégesis, hermenéutica, escriturística, historia, arquelogía, etc.), hoy sabemos que estos textos no son anuncios del fin del mundo ni amenazas de exterminio. Daniel encarna la reacción de una escuela religiosa apocalíptica, frente al totalitarismo del rey sirio Antíoco IV Epífanes 168-165 a.C. El capítulo 13 de Marcos pertenece al llamado discurso escatológico, dado después de la destrucción de Jerusalén por parte de las legiones romanas, como represalia al levantamiento de los guerrilleros celotes quienes pretendían, con el apoyo del pueblo, liberar a Israel de la bota romana (66 – 70 d.C.) Pero fracasaron en su intento, y los romanos no sólo aplacaron la insurrección celote sino que acabaron con todo. No dejaron títere con cabeza: ciudades, sembrados, instituciones, sinagogas, el templo, ¡todo!

Estos dos textos están escritos con el género literario apocalíptico. Apocalipsis quiere decir revelar, quitar el velo y hacer presente algo que ya lo estaba, pero en forma oculta. La literatura apocalíptica, con un leguaje simbólico, hace una lectura del presente, no es una precognición del futuro. En esa lectura del presente condena el orden imperial esclavista que genera exclusión y por lo tanto caos para los excluidos. Es un juicio a la historia: “Busca reconstruir la conciencia, para hacer posible la reconstrucción de un mundo diferente”[2].

Algunos biblistas de la de exégesis liberal, calificaron toda la apocalíptica como un movimiento extramundo, cósmico, fuera de la historia y al margen de la sociedad política. Pero, aunque se vieron muchos rasgos de este tipo, la literatura apocalíptica no deja de ser una protesta contra la historia escrita y manipulada por los poderosos. Manifiesta el drama que vive el ser humano y su deseo de cambio: “dichoso aquel que sepa esperar y alcance mil trescientos treinta y cinco días” (Dn 12,12). Es una experiencia existencial, realista, que ve a Dios como fuente de la vida.

En un lenguaje mítico, narra el deseo del pueblo para que termine la forma organizativa de este mundo (fin del mundo) y el principio de otro. Manifiesta el anhelo utópico de que el dolor, las privaciones, la opresión, la miseria, la guerra y todo lo que desintegra al ser humano, se acaben y lleguen la paz y la felicidad. La apocalíptica es consciente de lo difícil que es llegar a éso; por ello afirma que el deseado cambio será largo e irremediablemente sólo puede esperarse de Dios.

El fragmento de Daniel que hoy leemos, anuncia la intervención de Dios en favor de sus fieles a través de Miguel, el ángel encargado de proteger a su pueblo. En medio de la crisis desatada por la invasión helénica, el libro de Daniel hace un llamado a la esperanza, a no renunciar ante la fehaciente violación de sus derechos por parte del imperio de la muerte. Invita a rechazar el señorío de los opresores, quienes a filo de espada se mostraban como dueños absolutos del tiempo y de la historia. Ellos brillaban como estrellas mientras opacaban al pueblo y lo hacían dormir bajo la tierra. No emitían una luz generosa capaz de alumbrar, sino una llamarada voraz que consumía lo que le correspondía al pueblo generando miseria y dolor.

Daniel le dice al pueblo que ese poder no va a durar para siempre. Que Dios va a intervenir para salvarlo y que quienes van a brillar no serán los poderosos sino los sabios: “Los sabios brillarán como brilla el firmamento, y los que hayan guiado a los demás por el camino recto brillarán como estrellas para siempre.

Jesús (o el evangelio de Marcos que pone en boca de Jesús estas palabras), no hablaba de una tribulación futura sino de la gran tribulación por la que pasaba la comunidad cristiana en ese momento. La referencia a la conmoción cósmica descrita como estrellas que caen y un gran ejército de astros que se tambalean, el sol y la luna que se oscurecen, etc., son una forma muy antigua de describir la caída de algún rey o de una nación opresora. En aquella época, el sol y la luna eran representaciones de divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás astros y las potencias del cielo, representaban a los jefes que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos, sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10).

Jesús anuncia no tanto la caída de un imperio y la subida de otro, sino los efectos liberadores de su evangelio. Lo que debía venir no era el reinado de Jesús, como nuevo monarca absoluto, sino el reinado de Dios, que integraría a todos en un mismo amor. Para rescatar al ser humano dominado por las fuerzas del mal, se debían acabar los sistemas injustos que se erigían como astros en el firmamento humano. Los sistemas que generaban destrucción y muerte, aunque muchas veces se disfrazaban de soluciones vitales, debían acabarse.

¿Se anuncia del fin del mundo? ¡Claro que se anuncia el fin del mundo! Pero no del mundo en cuanto cosmos, sino del mundo en cuanto estructura de poder, simbolizado por los astros del cielo y los ejércitos celestes. “Su finalidad es dar esperanza a un grupo que tiene problemas, mediante la interpretación de su situación terrenal actual, a la luz de una existencia sobrenatural y de futuro, para influir en el conocimiento y conducta de su auditorio mediante la autoridad divina”[3].

A la luz de la literatura apocalíptica podríamos hacer hoy una lectura del presente y descubrir cómo muchos de nuestros hermanos viven la gran tribulación. Cómo abunda la idolatría en nuestro mundo postmoderno y cómo unos seres humanos se erigen como absolutos del mundo y de la historia, y, encumbrados como los astros del cielo, absorben la savia de los pobres para mantenerse bien alto. “Nuestro mundo quiere hacer pasar el lucro, la productividad, el poder, el progreso técnico, el logro y la eficacia antes que la libertad, la calidad de vida y la dignidad humana. Los valores del imperio se presentan como absolutos pues ellos sustentan la unidad y la potencia, el único dios que se tolera es el que declare la supremacía de los ganadores”[4].

Naturalmente, el cambio causa un poco de temor y a veces el miedo es tanto, que se prefiere lo malo conocido que lo bueno por conocer. Pero ese cambio, más que miedo debe causar alegría; tanto como la alegría de los ciegos cuando ven la luz, o la de los encarcelados y oprimidos cuando son liberados.

En medio de la gran tribulación por la que pasan muchos hermanos nuestros, y por la que podemos pasar también nosotros por alguna circunstancia, tenemos la tarea de hacer presente al Hijo del Hombre, vencedor de la muerte. Cristo resucitado en medio de nosotros tiene la capacidad de devolver la armonía a las personas y a los pueblos.

En vez de perder tiempo y energía a tantas necedades catastróficas, fruto de lecturas descontextualizadas de la literatura apocalíptica, de mentes trastornadas y deseosas de protagonismo, pongamos mano a la obra. Se hace necesario en estos momentos una actitud de fe, de resistencia y de esperanza activa, para hacer posible un mundo diferente con la ayuda de Dios. Porque Jesús ha vencido al mundo (Jn 16,33b), otro mundo es posible. Todos debemos comprometernos con la desaparición de toda estructura desintegradora al interior o al exterior del ser humano, y con la reconstrucción de un mundo nuevo en el cual reinen la paz y la armonía. Ésa es hoy, la tarea de la comunidad que sigue a Jesús.

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[1] ALICE Calaprice, Einstein entre comillas. Norma, Bogotá 1997, 178

[2] RICHARD Pablo, Apocalipsis, reconstrucción de la esperanza, Colección Biblia 65, Verbo Divino, Quito, 1999. 13

[3] BOEVE Lieven, En: Revista selecciones de Teología. No 167, Barcelona 2003, 229

[4] COTÉ Guy, Resistir, reflexión sobre el libro de Daniel. Paulinas, Bogotá 1996, 72


30. Predicador del Papa: Dios es «clemente y compasivo... sabe de qué estamos hechos»
Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., a la liturgia del próximo domingo

ROMA, viernes, 17 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. -predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del próximo domingo, XXXIII del tiempo ordinario.

* * *

El Evangelio del penúltimo domingo del año litúrgico es el clásico texto sobre el fin del mundo. En toda época ha habido quien se ha encargado de agitar amenazadoramente esta página del Evangelio ante sus contemporáneos, alimentando psicosis y angustia. Mi consejo es permanecer tranquilos y no dejarse turbar lo más mínimo por estas previsiones catastróficas. Basta con leer la frase final del mismo pasaje evangélico: «Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre». Si ni siquiera los ángeles ni el Hijo (se entiende que en cuanto hombre, no en cuanto Dios) conocen el día ni la hora del final, ¿es posible que lo sepa y esté autorizado a anunciarlo el último adepto de alguna secta o fanático religioso? En el Evangelio Jesús nos asegura el hecho de que Él volverá un día y reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos; el cuándo y el cómo vendrá (entre las nubes del cielo, el oscurecimiento del sol y la caída de las estrellas) forman parte del lenguaje figurado propio del género literario de estos relatos.

Otra observación puede ayudar a explicar ciertas páginas del Evangelio. Cuando nosotros hablamos del fin del mundo, según la idea que tenemos hoy del tiempo, pensamos inmediatamente en el fin del mundo en absoluto, después de lo cual ya no puede haber más que la eternidad. Pero la Biblia razona con categorías relativas e históricas, más que absolutas y metafísicas. Cuando por ello habla del fin del mundo, entiende con mucha frecuencia el mundo concreto, aquél que de hecho existe y es conocido por cierto grupo de hombres: su mundo. Se trata, en resumen, más del fin de un mundo que del fin del mundo, si bien las dos perspectivas a veces se entrecruzan.

Jesús dice: «No pasará esta generación sin que todo esto suceda». ¿Se equivocó? No; no pasó de hecho aquella generación; el mundo conocido por quienes le escuchaban, el mundo judaico, pasó trágicamente con la destrucción de Jerusalén en el año 70 después de Cristo. Cuando en el año 410 sucedió el saqueo de Roma por obra de los vándalos, muchos grandes espíritus del tiempo pensaron que era el fin del mundo. No erraban mucho; acababa un mundo, el creado por Roma con su imperio. En este sentido, no se equivocaban tampoco aquellos que el 11 de septiembre de 2001, viendo la caída de las Torres Gemelas, pensaron en el fin del mundo...

Todo esto no disminuye, sino que acrecienta la seriedad del compromiso cristiano. Sería la mayor estupidez consolarse diciendo que, total, nadie conoce cuándo será el fin del mundo, olvidando que puede ser, para cada uno, esta misma noche. Por eso Jesús concluye el Evangelio de hoy con la recomendación: «Estad atentos y vigilad, porque no sabéis cuándo será el momento preciso».

Debemos -considero- cambiar completamente el estado de ánimo con el que escuchamos estos Evangelios que hablan del fin del mundo y del retorno de Cristo. Se ha terminado por considerar un castigo y una oscura amenaza aquello que la Escritura llama «la feliz esperanza» de los cristianos, esto es, la venida de Nuestro Señor Jesucristo (Tito, 2, 13). También está por en medio la idea misma que tenemos de Dios. Los recurrentes discursos sobre el fin del mundo, obra frecuente de personas con un sentimiento religioso distorsionado, tienen sobre muchos un efecto devastador: reforzar la idea de un Dios perennemente enfadado, dispuesto a dar rienda suelta a su ira sobre el mundo. Pero éste no es el Dios de la Biblia, a quien un salmo describe como «clemente y compasivo, tardo a la cólera y lleno de amor, que no se querella eternamente ni para siempre guarda su rencor... que él sabe de qué estamos hechos» (Sal 103, 8-14)

[Traducción del italiano realizada por Zenit]


31. Homilía del P. Eduardo Martínez. escolapio 

       edumartabad@escolapios.es


32.

1 Aunque el profeta Daniel, como Marcos, transmitiéndonos palabras de Jesús, coinciden en que aquellos serán "tiempos difíciles", que equivaldrán a "una gran tribulación", el mensaje de ambos es de una gran esperanza, realidad de floración esplendorosa, simbolizada en el anuncio de la primavera luminosa

2 "Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida perpetua, otros para ignominia perpetua" Daniel 12,1. Como la luz de la Revelación es semejante a la luz del sol que, desde la aurora hasta el cenit va siempre progresando, esta profecía de Daniel es el primer indicio de la resurrección que aparece incipientemente en el Antiguo Testamento. Mientras el libro de Job permanece casi en la trágica oscuridad que ignora la razón del dolor y del sufrimiento, y con una concepción de la retribución tan humana e intramundana, que hasta aparece injusta, porque el inocente es castigado con enfermedades y desgracias, y el culpable vive en la abundancia, lleno de salud y poderoso, el libro de Daniel ya habla de distinta retribución: vida perpetua, para quienes obraron la justicia, e ignominia perpetua para quienes desorbitaron el camino del bien.

3 Es la hora de la salvación del "pueblo de Daniel", "de todos los inscritos en el libro". No sería justo que santos y pecadores recibieran todos la misma sentencia. ¿Teresa del Niño Jesús, igual que Nerón? ¿San Maximiliano Kolbe como Hitler o Stalin? La muerte es un sueño, del cual despertarán muchos de los que duermen en el polvo, unos, polvo enamorado, para convertirse en estrellas que "brillan en el fulgor del firmamento", porque como sabios enseñaron a muchos la justicia; y otros "para ignominia perpetua", porque arrastraron a muchos por el camino del error, de la maldad y de la destrucción.

4 Incluso el piadoso autor del salmo, tiene la certeza de la vida eterna, en la que "será saciado de gozo y de alegría a la derecha y en la presencia de Dios, que es el lote de su heredad, y no le entregará a la muerte ni a la corrupción total del sepulcro. Por eso su carne descansa serena" Salmo 15.

5 "Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que está cerca la primavera; pues cuando veáis suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta" Marcos 13,24. Aunque el texto de Marcos que hoy leemos desde el versículo 24 al 32 sólo nos habla de la parusía, o última venida "del Hijo del Hombre entre nubes con gran poder y gloria", forma parte de un discurso apocalíptico completo, que es necesario integrar para interpretar un poco el pensamiento que Jesús ofrece en el texto completo del capítulo 13. En él Jesús anuncia una triple destrucción, la del Templo, la de Jerusalén y la de este mundo. La del Templo y la de la ciudad de Jerusalén son simultáneas.

6. Con sus discípulos había salido Jesús del Santuario majestuoso, y atravesando el torrente Cedrón, habían subido el monte de los Olivos. Desde allí se veía la figura imponente y gloriosa del Templo en toda la plenitud de su esplendor. Herodes lo había construido con gran magnificencia, deseando congraciarse, como siempre, con los judíos. Cuando la soberbia mole era embestida por el sol, se convertía en una hoguera de luz. Entusiasmados entonces los discípulos, dijeron a Jesús: - "Maestro, mira qué piedras y qué construcción". - "¿Veis todo esto? En verdad os digo que llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido” (Lc21, 20). Jesús, profetiza una destrucción doble: la del Templo y la de la ciudad, que le lleva a la cruz. A Jesús le dolía el alma cuando pensaba en la hecatombe de su patria: "Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces he querido cobijarte sobre las alas como la gallina a sus polluelos y tú no has querido!" (Mt 23,37. Jesús amaba a su pueblo, es un buen patriota, lo que es ejercitar una las virtudes de la justicia, que cumple la gratitud a todo lo que ha recibido de la patria, luz, tierra, lengua, civilización, cultura, costumbres, religión, familia, amigos. Jesús es patriota, lo cual es virtud, pero no es nacionalista, agresivo, exclusivista, fanático y racista, lo que es un vicio de idolatría, sembrador de odio y siempre destructor. Y Jesús lloró amargamente por su pueblo.

7. Muchos siglos antes que Jesús, lo había anunciado cantando desolado el autor de la Lamentaciones: "¡Qué solitaria está la ciudad populosa! Se ha quedado viuda la señora primera de las naciones; la princesa de las provincias, en trabajos forzados. Pasa la noche llorando, le corren las lágrimas por las mejillas. No hay nadie entre sus amigos que la consuele; todos sus aliados la han traicionado. Judá marchó al destierro, humillada y esclava; hoy habita entre gentiles, sin encontrar reposo; los que la perseguían le dieron alcance y la cercaron. Los caminos de Sión están de luto, porque nadie acude a sus fiestas; sus puertas están en ruinas, gimen sus sacerdotes, sus doncellas están desoladas, y ella misma llena de amargura. Sus enemigos la han vencido; porque el Señor la ha castigado por su continua rebeldía; sus niños han sido llevados al destierro, delante del enemigo. La ciudad de Sión ha perdido toda su hermosura; sus nobles, como ciervos que no encuentran pasto, caminaban desfallecidos empujados por la espalda. Jerusalén ha pecado gravemente y ha quedado. Los que antes la honraban, la desprecian viéndola desnuda, y ella, entre gemidos se vuelve de espaldas. Lleva en la falda sus impurezas, sin pensar en el futuro. ¡Qué caída tan terrible!: no hay quién la consuele. Todo el pueblo está gimiendo, buscando pan; ofrecían sus tesoros para comer y recobrar las fuerzas. Mira, Señor, fíjate cómo estoy envilecida. ¡Oh vosotros los que pasáis por el camino!, mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor? ¡Cómo me han maltratado! El Señor me ha vendimiado, el día del incendio de su ira. Desde el cielo ha lanzado un fuego dentro de mis huesos, y me ha dejado consternada y sufriendo todo el día. El Señor pisó en el lagar a la doncella, capital de Judá. Por eso estoy llorando, mis ojos se deshacen en agua; no tengo cerca quien me consuele, quien me reanime. Pero el Señor es justo porque me rebelé contra su palabra. Pueblos todos, escuchad y mirad mis heridas: mis doncellas y mis jóvenes han marchado al destierro. ¡Cómo cubrió el Señor de oscuridad en su cólera a la capital de Sión! El Señor repudió su altar, desechó su santuario; entregó sus murallas y torres en poder de los enemigos. Ya no hay ley; y sus profetas ya no tienen visiones del Señor. Los ancianos de Sión se sientan en el suelo silencioso; se echan polvo en sus cabezas, y se visten de sayal; las doncellas de Jerusalén humillan hasta el suelo sus cabezas. ¿Con quién te compararé, o a qué cosa te asemejaré, oh hija de Jerusalén? ¿A quién te igualaré?”

8. Cristo veía el lejano porvenir con mirada profética. Está anunciando los espantosos presagios del fin de la ciudad, los conatos de rebelión de falsos Mesías, las sediciones y las guerras entre los pueblos, los terremotos y el hambre, las pestes y las señales tremendas en el firmamento; las persecuciones de los discípulos, las traiciones de los propios hermanos, los ejércitos furiosos cercando a Jerusalén para destruirla; y la huida de la ciudad (Lc 20-22). Todos estos presagios se cumplieron, uno tras otro, al pie de la letra.

9. Lo que vieron los profetas y Jesús confirmó, lo han descrito los historiadores profanos. Según Flavio Josefo, se levantaron falsos Mesías y fueron asesinados. Y en Roma, en un solo año hubo tres emperadores: Galba, Otón y Vitelio, fueron muertos también. Antes había gobernado Nerón cuyo reinado fue una continua guerra en todas las provincias. Tácito, Suetonio, Dión Casio, Séneca y Flavio Josefo consignan los datos de grandes catástrofes. Las primeras persecuciones de los discípulos de Cristo ya habían comenzado en Jerusalén y en Judea donde ya habían muerto muchos. En tiempo de Cestio Galo (66 d. C.) Jerusalén fue cercada. Los discípulos de Cristo tuvieron que abandonar Jerusalén y la Judea y huir a las montañas de Siria. Y llegó el fin trágico (Lc 23,24). El ejército de Galo, atacado por los judíos, fue derrotado. En revancha, Vespasiano, en el fragor y desconcierto de una horrenda guerra civil en la ciudad, la atacó con 70.000 hombres.

10. El campamento romano distaba unos 200 metros del Gólgota, donde 36 años antes habían crucificado a Jesús. Un foso cortó toda comunicación con la ciudad, que fue estrechada por todas partes. Se produjo un hambre espantosa, y crucificaron a todos los capturados por los romanos, a veces 800 en un solo día; se sucedieron escenas horrendas en la ciudad sitiada donde las mujeres se comían a sus propios hijos, y los cadáveres innumerables despedían un hedor insoportable. El 17 de julio del año 70, fue sitiada la torre Antonia; el 8 de agosto fueron incendiadas las dependencias exteriores del Templo. Cuando los judíos intentaron una última salida; en medio del general desconcierto un soldado romano, arrojó una antorcha encendida en la parte norte del Templo. La madera seca de cedro se incendió inmediatamente, y aquel grandioso edificio se cubrió de llamas. En medio del chisporrotear de las llamas y los gritos de júbilo de los vencedores, se oían los estertores de los moribundos. Sacerdotes, mujeres, niños, ancianos, todos murieron junto al altar. Por la escalinata del Templo corría la sangre; 6.000 fugitivos ardieron entre las llamas, y muchos de ellos se lanzaron desesperadamente a la hoguera. Sobre las ruinas del Templo incendiado y derruido izaron los paganos su señal de triunfo. Tito ordenó destruir toda la ciudad y pasar el arado por el lugar que ocupaba. Millares y millares de rebeldes fueron ejecutados por Tito, muchos fueron enviados a las m

11. Camino del Calvario, Jesús había dicho a las mujeres que le compadecían: "Llorad por vosotras y por vuestros hijos". ¿Dónde habría quedado la Justicia de Dios con una ciudad que había crucificado al Siervo de Yahvé, humillado y escarnecido al Hijo de Dios? Les predicó y les colmó de milagros, eran su pueblo amado y elegido, no sabían lo que se hacían, pero tampoco lo habían querido saber ni escuchar. La ciudad ha quedado desierta. Crucificaron al Señor de la vida y la parábola de los viñadores homicidas se había cumplido. ¿Pero sólo fueron los judíos los que crucificaron a Jesús? Según San Pablo, los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y los relatos de la Pasión fueron todos los hombres los responsables de la muerte del Mesías. El derecho romano representaba la más alta expresión de racionalidad y de justicia, y Pilatos cometerá, en la forma, una denegación de justicia absoluta; suya es la responsabilidad jurídica de la condena, y los que crucificaron a Jesús fueron los soldados romanos (Card. Lustiger). En la carta a los Hebreos dice Pablo: "Los que fueron iluminados una vez, han saboreado el don celeste y participado del Espíritu Santo, han gustado la palabra saludable de Dios y los dinamismos de la edad futura, si apostatan es imposible otra renovación, volviendo a crucificar para que se arrepientan ellos al Hijo de Dios, exponiéndolo al escarnio" (6,6).

11. Para entender la destrucción de este mundo hay que tener presente que Jesús ha usado el género apocalíptico y no literal e histórico, sino el estilo con que describían los profetas los cataclismos y, que en este caso, a Jesús le sirve este lenguaje como telón de fondo que pone en escena la destrucción del mundo con toda la espectacularidad del derrumbe total del planeta y del cosmos.

12. Quisieron los discípulos saber la fecha, y Jesús responde que nadie lo sabe, sólo el Padre. Los primeros cristianos creyeron que la venida de Cristo iba a ser muy próxima, que era inmediata. Pero el hecho de que "el Hijo del hombre enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, desde un extremo de la tierra al otro extremo del cielo", precisa mucho tiempo para que el evangelio haya podido ser anunciado a todos los pueblos, designados por esa frase de Cristo. Con todo, hay que estar vigilantes porque el Hijo del hombre vendrá para cada uno cuando llegue la hora de la muerte individual.

13. Pero el sentido positivo y esperanzador de la profecía envuelve el mensaje de la destrucción de este mundo de pecado, como premisa para el alba de un día limpio y nuevo. El nacimiento de un Templo nuevo, de una ciudad nueva, de un nuevo mundo. Está en marcha el nuevo mundo; se está gestando la nueva creación. Ahora mismo es invisible. Pero Dios está actuando en todos los hombres, y en las instituciones, y en las familias, con su Palabra, con su gracia y con los sacramentos. La higuera aparentemente y visiblemente está seca, pero la savia la recorre entera. Cuando llegue la primavera se pondrán tiernas las ramas y comenzará la primavera gloriosa

14. Antes de que los enemigos todos sean puestos como estrado de los pies de Jesucristo, el Señor, va santificando a sus elegidos, todos los hombres que escuchen su mensaje, con una sola ofrenda Hebreos 10,11. La de su sacrificio redentor, que con la proclamación y contemplación de su palabra, vamos a renovar. Es el sacrificio que hace al Padre propicio a otorgarle el perdón de los pecados al mundo y a concederle la actualización de todos los bienes salvíficos. No es algo rutinario lo que estamos celebrando, sino el mismo sacrificio del Calvario que recrea el mundo y origina la primavera. Porque no va a ser el odio el que triunfe, sino el amor. No va a triunfar el pecado, sino la gracia. Porque la misericordia de Dios es más grande que el pecado. Y el odio es superado por el amor de Dios, "que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5).

JESUS MARTI BALLESTER


33. 33 Tiempo ordinario (B) Marcos 13, 24-32

CONVICCIONES CRISTIANAS

JOSÉ ANTONIO PAGOLA. SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 11/11/09.- Poco a poco iban muriendo los discípulos que habían conocido a Jesús. Los que quedaban, creían en él sin haberlo visto. Celebraban su presencia invisible en las eucaristías, pero ¿cuándo verían su rostro lleno de vida? ¿cuándo se cumpliría su deseo de encontrarse con él para siempre?

Seguían recordando con amor y con fe las palabras de Jesús. Eran su alimento en aquellos tiempos difíciles de persecución. Pero, ¿cuándo podrían comprobar la verdad que encerraban? ¿No se irían olvidando poco a poco? Pasaban los años y no llegaba el Día Final tan esperado, ¿qué podían pensar?

El discurso apocalíptico que encontramos en Marcos quiere ofrecer algunas convicciones que han de alimentar su esperanza. No lo hemos de entender en sentido literal, sino tratando de descubrir la fe contenida en esas imágenes y símbolos que hoy nos resultan tan extraños.

Primera convicción. La historia apasionante de la Humanidad llegará un día a su fin. El «sol» que señala la sucesión de los años se apagará. La «luna» que marca el ritmo de los meses ya no brillará. No habrá días y noches, no habrá tiempo. Además, «las estrellas caerán del cielo», la distancia entre el cielo y la tierra se borrará, ya no habrá espacio. Esta vida no es para siempre. Un día llegará la Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Viviremos en el Misterio de Dios.

Segunda convicción. Jesús volverá y sus seguidores podrán ver por fin su rostro deseado: «verán venir al Hijo del Hombre». El sol, la luna y los astros se apagarán, pero el mundo no se quedará sin luz. Será Jesús quien lo iluminará para siempre poniendo verdad, justicia y paz en la historia humana tan esclava hoy de abusos, injusticias y mentiras.

Tercera convicción. Jesús traerá consigo la salvación de Dios. Llega con el poder grande y salvador del Padre. No se presenta con aspecto amenazador. El evangelista evita hablar aquí de juicios y condenas. Jesús viene a «reunir a sus elegidos», los que esperan con fe su salvación.

Cuarta convicción. Las palabras de Jesús «no pasarán». No perderán su fuerza salvadora. Han de de seguir alimentando la esperanza de sus seguidores y el aliento de los pobres. No caminamos hacia la nada y el vacío. Nos espera el abrazo con Dios. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


 

34. Autor: P . Sergio Córdova LC

Signos de los tiempos

¿Qué signos de esperanza descubres tú en la Iglesia y el mundo de hoy? Y el Señor nos invita hoy a descubrir esos signos de los tiempos, que nos descubren un nuevo amanecer.

Reflexión
Nos encontramos ya en el penúltimo domingo del tiempo ordinario. Y, como todos los años, el Evangelio de este día nos habla de las realidades escatológicas y de las señales apocalípticas que acompañarán el fin de los tiempos, cuando llegue el momento de la “segunda venida” del Mesías.

El fin del mundo ha sido una preocupación del hombre en todas las épocas. Tal vez por su curiosidad natural o por su temor ante un futuro desconocido, siempre se ha interesado en estos temas. Y esta conciencia colectiva se ha agudizado sobre todo en ciertos períodos críticos de la historia. Así, por ejemplo, en las primeras décadas de la Iglesia, cuando todavía estaban frescas en la mente y en el corazón de los cristianos las enseñanzas de Cristo sobre el juicio final, se creía próxima la “parusía”.

También, en el cambio del primer milenio, en el año 1000, se dio una “crisis” universal ante el temor del fin del mundo. Pero eso no sólo sucedió en el medioevo. E n pleno siglo XX, a pesar de los progresos tecnológicos y los avances de la ciencia, se dieron muchos movimientos en esta dirección. Incluso hasta surgieron varias sectas –como los testigos de Jehová, lo adventistas del séptimo día, los secuaces de la así llamada “iglesia universal de Dios” y otras más— para quienes la idea del fin del mundo es parte fundamental de su credo.

Por supuesto que nuestro Señor profetizó el fin del mundo. Y el Evangelio de hoy es una prueba clarísima de ello: “Después de una gran tribulación –nos dice Jesús— el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas del cielo se caerán y los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”. Todo esto es muy cierto. Y nuestro Señor no nos habló de ello sólo para aterrorizarnos, como si estuviera narrando un cuento de miedo a unos niños.

Sin embargo, también tenemos que interpretar correctamente estas palabras del Señor. La Biblia razona con categorías relativas e históricas, más que absolutas y metafísicas. El lenguaje oriental –y, por tanto, también el bíblico y el usado por Jesús en su predicación— no siempre se ha de entender en un sentido literal y absoluto, sobre todo en los temas apocalípticos. Por este mismo motivo, mucha gente no entiende las expresiones del Apocalipsis del apóstol san Juan e interpreta erróneamente muchos de sus pasajes.

Pero, volviendo al Evangelio, cuando Cristo habla del fin del mundo, no sólo se refiere al fin de los tiempos en absoluto, sino también al fin de “SU” mundo, al término de una época o a la vida de los oyentes. Por eso, nosotros, más que inquietarnos por “el” fin del mundo, tendríamos que preocuparnos de “nuestro” propio fin. Y las palabras que vienen a continuación: “Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo esto suceda” se cumplieron perfectamente.

En efecto, el año 70 d.C. las legiones romanas, al mando de l emperador Tito, sitiaban Jerusalén y prendían fuego a la ciudad, “sin dejar piedra sobre piedra”. ¡Les llegó “su” fin del mundo, tal como Cristo lo había anunciado! Y podemos hablar, en términos análogos, del saqueo de Roma por los vándalos en el año 410; de la caída del Imperio romano en el 476; o de la caída de Constantinopla en el 1453. O, en épocas más recientes, el derrocamiento de las monarquías europeas durante la revolución francesa, la revolución bolchevique del 1917 y la caída del imperio zarista; las dos grandes guerras mundiales, la explosión del comunismo y su difusión por muchas partes del planeta, y todas esas formas de totalitarismo que azotaron al mundo –el nazismo, el fascismo, el marxismo, etc.— hasta llegar al derrumbamiento definitivo de esas mismas ideologías con la caída del muro de Berlín en 1989… Todos estos trágicos eventos han sido, en cierto modo, otras formas de “fin del mundo”.

Pero, más que detenernos en la profecía escatológica de Cristo –por lo demás, totalmente desconocida para nosotros, como nos lo dice Él mismo: “El día y la hora nadie la sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sólo el Padre”— concentrémonos en el presente: en la necesidad de velar y de estar preparados para la venida de Cristo. Es decir, en la necesidad de vivir en gracia y de llevar una vida cristiana digna y santa.

Más aún, pongamos nuestra mirada y nuestro corazón en el cielo, viviendo llenos de alegría, de optimismo y de esperanza: “Aprended de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a la puerta”. ¡Cristo está para llegar! Entonces, ¡qué dicha debe invadir nuestra alma! Está comenzando la primavera. Y el Señor nos invita hoy a descubrir esos signos de los tiempos, que nos descubren un nuevo amanecer. No se está acabando el mundo. En realidad, está naciendo uno nuevo; ¡está llegando otra primavera del esp íritu!

¿Qué signos de esperanza descubres tú, amigo, en la Iglesia y el mundo de hoy? Medita en esta pregunta, contempla la higuera, y encontrarás muchísimos brotes de vida.