COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Hb 10, 11-14. 18

1.

Estos versículos pertenecen al final de la parte central de la carta a los hebreos (5, 11-10, 18), que ha puesto a la luz la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el sacerdocio levítico. En la presente lectura el autor reclama nuestra atención sobre dos de los argumentos que él ha desarrollado en favor de esta superioridad.

a) En contraste con el sumo sacerdote, Cristo, a su vez, ha penetrado en un santuario eterno (versículos 12-13). Esta entrada simboliza su ascensión hasta el Padre, por encima de los cielos que la cosmología judía se representaba bajo la forma de una tienda (Sal 103/104, 2). Así pues, Cristo ha penetrado en un tabernáculo no hecho por manos de hombres (Heb 9, 11), es decir, este nuevo tabernáculo no pertenece a la creación propiamente dicha, y se ha sentado por encima de ella.

El autor desarrolla en este pasaje una idea nueva: el sacrificio de Cristo le confiere una investidura mesiánica (versículo 13), a la cual no podía aspirar el sumo sacerdote. Por primera vez, en Jesucristo, un acto sacerdotal termina en una investidura real.

b) En oposición a los múltiples sacrificios del templo, el sacrificio de Cristo es único (vv. 12, 14 y 18): todo se ha cumplido de una vez para siempre. En efecto, al ofrecer su vida y su sangre, Jesús trasciende todo lo que había sido realizado anteriormente (cf. Heb 9, 9-12); en segundo lugar, su sacrificio perfecciona a cualquiera que se beneficie de él (versículo 14), cosa que ningún sacrificio anterior había podido lograr (cf. Heb 8, 7-13); finalmente, el sacrificio de Cristo abre a los suyos el acceso a los bienes espirituales y escatológicos, en tanto que los sacrificios antiguos solo procuraban bienes materiales.

Incluso el hecho de que el Señor esté, a partir de este momento, "sentado" (v. 12), y no de pie, en actitud sacrificial (v. 11), pone de manifiesto que su sacrificio no admite renovación alguna, pues los pecados quedan efectivamente perdonados. ¡Qué extraña aparece entonces la actitud del cristiano preocupado siempre por negociar su perdón!

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 268


2.

En la sección central de toda la carta a los Hebreo (5, 11-10, 39), encontramos tres párrafos más centrales todavía (7, 1-28; 8, 1; 9, 28 y 10,18). Nuestro texto se encuadra dentro de este último y constituye, por tanto, una de las partes centrales del escrito.

El tema general de este último párrafo es la exposición de que el sacrificio de Cristo es causa de una salvación eterna. El tema del sacrificio de Jesús es mucho más difícil de cuanto se suele creer normalmente y, a menudo, se utiliza y ha utilizado inadecuadamente. Sería precisa una seria información sobre este punto, revisando en serio nuestras concepciones.

En este texto no se aborda la cuestión globalmente, sino desde un punto de vista concreto: la obra de Jesús es definitiva y perpetua. La Muerte y Resurrección de Jesús han cambiado radicalmente el posible destino humano de cómo habría sido sin esta intervención de Dios. El autor es consciente de cuanto falta para llegar a la consumación total de todo ello, pero el paso más importante, ya ha sido dado.

El texto habla de la muerte, suponiendo todo lo anterior de la carta, pero también insinúa claramente la exaltación de Cristo, o sea, la Resurrección y sus consecuencias.

Téngase en cuenta el matiz del v. 18, que podría hacernos reflexionar sobre la idea de un sacrificio expiatorio aplicada a la obra de Cristo. Es todo lo contrario. El perdón es independiente de una ofrenda cúltica, ritual. Es obra del amor gratuito de Dios, es aceptación y exaltación de la condición humana. Sucedida en la vida del Hijo y con El, en la de todos los hombres.

DABAR 1985, 55


3.

Alguien ha dicho que la civilización cristiana es una escuela de culpables. ¿Quién nos librará de esta caricatura de cristiano, abrumada por el sentimiento de su indignidad, ocupada incesantemente en negociar su perdón? Esta actitud rememora la religión antigua, cuando se creía un deber diario el arrancar a Dios su indulgencia. Cristo ya no está de pie ante Dios intercediendo por nosotros. Está sentado para siempre, seguro de su triunfo sobre todo mal. El perdón ha sido obtenido una vez por todas y para todos los pecados. Y Dios nos atestigua que después de la muerte de Cristo ya no se acuerda más de nuestros pecados. Donde abunda el pecado, sobreabunda el amor.

El Señor nos introduce en la religión interior, fundada en la confianza filial y no en el temor. No debemos, pues, considerar nuestra miseria como una carga implacable. Un cristiano no cree en el pecado, sino en la victoria de Cristo sobre el pecado.

DABAR 1982, 56


4.

Se confronta la inefectividad del sacerdocio antiguo y el efectivo sacerdocio de Cristo, que, de una vez por todas, ha santificado a los cristianos. Un sólo sacrificio de Jesús ha llevado a los "santificados" (cf. 2, 11), que han participado en su obra, al fin deseado, al fin que Dios les guardaba; éste consiste en la purificación de los pecados y en la unión con Dios.

Cristo, "sentado a la derecha de Dios" después de su glorificación, espera la aniquilación plena de sus enemigos. Por su muerte ha vencido al poder de Satán. Pero el pleno triunfo y señorío está por llegar, como lo demuestra la situación real de la comunidad creyente. Con palabras del salmo 110 describe el autor esta expectativa.

Con el perdón pleno y definitivo de todos los pecados por el sacrificio de Jesús, toda otra ofrenda o sacrificio es superfluo. Con el comienzo del NT, la ordenación legal del AT está derogada. Asimismo, por la revelación acontecida en Cristo Jesús, se entiende ya de una vez y para siempre todo lo anunciado por los profetas.

EUCARISTÍA 1988, 54


5.

Todos conocemos la imagen del vencedor sentado en su trono y descansando los pies sobre las espaldas de su enemigo. Es el símbolo de una victoria total. El autor piensa que Cristo ya ha vencido, pero falta todavía algo para que su victoria sea efectiva en todas sus consecuencias. Por eso la Iglesia espera que un día se manifieste con poder y majestad el triunfo de su Señor. Creemos que Cristo ya está sentado y es el Señor, pero nosotros no podemos estar sentados. La esperanza cristiana no consiste en estar a verlas venir, es una esperanza activa.

Ahora bien, la actividad de los cristianos no consiste en la multiplicación de los sacrificios para alcanzar el perdón. Pues ya hemos sido perdonados gracias al único sacrificio de Cristo. Nuestro culto, y en especial la eucaristía, no tiene que ver con los sacrificios antiguos. Ahora se trata más bien de renovar la memoria de Jesucristo, de celebrar su victoria y de actualizar el único sacrificio de la Cruz. Se trata de proclamar y de recibir el perdón de Dios. Se trata de atestiguar en el mundo que hemos sido perdonados perdonando nosotros también a los que nos ofenden.

EUCARISTÍA 1982, 52


6.

Las consideraciones sobre el ministerio de Jesús como sumo sacerdote se acercan rápidamente a su fin y cada vez aparece más claro adonde quiere llegar la carta. Cristo, con su muerte en la cruz, se procuró a sí mismo y a todos los suyos la salvación definitiva.

Él mismo llegó a su meta celestial y ahora, compartiendo el trono con el Padre, sólo tiene que aguardar en paz a que, como lo expresa el autor con una cita del salmo, 110, 1 "sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies" -la tarima cubierta con alfombra sobre la cual se coloca el trono real.

La carta no da tanta importancia a los acontecimientos dramáticos que se irán sucediendo hasta el final de los tiempos.

El acontecimiento decisivo ha tenido ya lugar; la muerte de Cristo y su entronización en el santuario celeste a la derecha del Padre.

Todo lo que pueda venir después en nuestra vida y en la vida del mundo, debemos aguardarlo los cristianos con la mayor tranquilidad y sosiego, porque también nosotros hemos alcanzado con Cristo la "consumación" o perfección.

Ya tenemos abierto el camino que conduce al lugar santísimo de Dios. Cierto que todavía no hemos ocupado un puesto, como ya lo ha hecho Cristo, y todavía corremos peligro de recaer en el pecado y en la infidelidad. Porque el tiempo, nuestra vida, es el lugar de la siembra en la que debe ir creciendo la Palabra salvadora hasta la cosecha final.


7.

-Jesús, después de haber ofrecido su sacrificio, conduce a su perfección a los que ha santificado (Heb 1O, 11-18)

Prosigue la enseñanza de la doctrina del único sacrificio de Cristo y de su eficacia infinita. Su punto de partida es la comparación con el sacrificio del Antiguo Testamento. Los repetidos sacrificios del Antiguo Testamento jamás pudieron borrar los pecados; los sacerdotes lo ofrecían de pie. Jesús, en cambio, ha ofrecido un único sacrificio y está sentado para siempre a la derecha de Dios. Es la continuación de lo dicho el domingo anterior. Sin embargo, hemos de reflexionar sobre la última afirmación de este pasaje: el cristiano queda aquí configurado como quien ha sido llevado hasta su perfección.

¿Podemos suscribir esta afirmación, cuando a diario experimentamos la debilidad?

Tenemos que entender esta frase como la afirmación de lo que Cristo nos ha merecido, en principio, por su sacrificio: nos ha conducido objetivamente a la perfección, pero nos queda incorporarnos a esa situación que se nos ofrece. Una vez más constatamos, así, el estado de tensión de toda existencia verdadera del cristiano: está ya santificado y, por otra parte, está obligado siempre a incorporarse a la santificación que se le ofrece. Esa es la razón de que, aunque el sacrificio de Cristo es único, nuestra debilidad exige que sea actualizado frecuentemente por nosotros. Aunque no hay que buscar ya ningún sacrificio para la expiación del pecado, el propio Cristo ha querido que se actualice su única ofrenda y su único y definitivo perdón.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 148


8. /Hb/10/11-25

Después de hablar largamente del sacrificio de Jesucristo como centro de su misterio, el autor habla ahora, al acabar la parte central del escrito, de su eficacia salvífica en nosotros. «Hermanos, tenemos libertad para entrar en el santuario llevando la sangre de Jesús...» (v 19). Este es el gran anuncio de la buena nueva en lenguaje cultual; «entrar en el santuario», es decir, acercarse a Dios, es la realización de todo lo que el autor ha venido diciendo sobre la eficacia de la obra de Cristo: purificar el pecado, redimir, dar la perfección en conciencia, dar culto al Dios vivo. Lo que para Jesús fue un hecho en la cruz, para nosotros es el anuncio de una gozosa posibilidad en él: entrar en el santuario del Dios vivo.

La carta a los Hebreos tiene una comprensión radicalmente cristiana del culto. La entrada de Jesucristo ante Dios consistió en su íntimo y libre ofrecimiento personal a él (9,11-12, 10, 5-10), pues bien, nuestra entrada ante Dios consiste en la «sinceridad y plenitud de fe..., la confesión de la esperanza..., la caridad y las buenas obras» (10,22-25). Creyendo, esperando y amando nos acercamos los hombres a Dios y así hallamos la purificación de la conciencia y la perfección. El antiguo culto proyectaba al hombre fuera de sí mismo y sobre unos animales sacrificados, pero el único sacrificio realmente válido que conduce al hombre ante Dios es el ofrecimiento de la propia vida, consumado en la fe, la esperanza y la caridad, vividas en el sacrificio de Jesucristo.

La estructura literaria de 10,19-25 expresa la tensión en que vive todo hombre: «Tenemos libertad para entrar en el santuario llevando la sangre de Cristo...

Acerquémonos... por la fe, la esperanza y la caridad». Es la tensión entre el anuncio gozoso de la salvación ofrecida en Jesucristo y la exigencia de la decisión humana, sin la cual no se realiza esa salvación; es la tensión entre la seguridad absoluta del don de Dios que se ofrece en Jesucristo y la constante inseguridad de nuestra decisión libre, renovada cada día. Por eso, Heb no «explica» la fe ni la caridad, sino que las «recomienda». La carta no establece una sucesión cronológica entre la obra de Dios y la libre decisión humana ni mucho menos una especie de lucha, sino una total y misteriosa integración. En su personal fe-esperanza-caridad activa acoge y realiza el hombre el ofrecimiento de Dios en Jesucristo; así se salva el hombre y da a Dios el culto verdadero.

G. MORA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 564 s.