COMENTARIOS AL SALMO 16

1.

 SÚPLICA
de un inocente injustamente acusado

¡Socórreme, Señor! 
¡Haz justicia! 
TU SABES QUE SOY INOCENTE 
Te llamo...
Escúchame...
Muestra tus maravillas...
Sálvame...
Guárdame...

SÁLVAME de esta injusticia de mis acusadores 
malvados 
arrogantes 
homicidas 
y yo viviré en tu intimidad. 

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 

* Las protestas de inocencia del comienzo, como las imprecaciones violentas del final  crean en nosotros, de entrada, cierto malestar. Pasemos sobre esta primera impresión para  comprender la situación real que inspiró este salmo. 

Se trata de un "inocente", cuya vida está en juego... por crímenes que jamás ha  cometido. ¿Seremos capaces de actuar "en favor de la justicia"? La dulzura cristiana, que  es un deber, ¿debe convertirse acaso en indiferencia ante el mal que padecen nuestros  hermanos, o que nosotros padecemos injustamente? 

No olvidemos que bajo la imagen de un "individuo" oprimido por enemigos arrogantes...  está, "colectivamente", Israel (y toda la humanidad) enfrentado al enemigo, al impío, al  acusador. Esta palabra se traduce en hebreo "satanás". 

Esta reacción del hombre perseguido que se "refugia en el templo" es admirable. Las  sociedades antiguas consideraban los santuarios, "asilos inviolables": Dios, defensor y  fiador de la justicia. 

Cuando se tiene conciencia de ser inocente, ¿no es acaso normal que se haga un  llamado al juicio de Dios? "Pronuncia la sentencia, Señor, Tú, ¡Tú que sabes la verdad!". 

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS 

** Hay palabras de este salmo que solamente Jesús pudo pronunciar con toda verdad. 

En su pasión El era realmente "el inocente injustamente acusado". "Tú has penetrado mis  pensamientos; de noche has venido a vigilarme; me has sometido a pruebas de fuego y no  has encontrado maldad en mí... He seguido firme en tus caminos, jamás me he apartado de  ellos... De los malvados que me atacan, de los enemigos mortales que me rodean, líbrame. 

Por tu justicia, veré tu rostro: con verme ante Ti cuando despierte quedaré satisfecho".  Este despertar, Jesús lo vivió la mañana de Pascua. Y para El, la saciedad eterna del  rostro del Padre no es solamente una imagen, sino una realidad.  Ahora bien, lejos de pedir la muerte de sus enemigos, Jesús oró por ellos diciendo:  "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". 

El versículo: "Bajo la sombra de tus alas, escóndeme", necesariamente lleva a pensar en  la frase de Jesús: "¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus  polluelos bajo las alas!" (/Mt/23/37). 

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 

*** La justicia y la injusticia. Estas palabras son ambiguas y están cargadas de pasión  ideológica. Ocultan realidades a las cuales los hombres de hoy son especialmente  sensibles. Escuchemos las palabras de Don Helder Cámara: "Quien vive entre millones de  criaturas humanas sometidas a condiciones infrahumanas y prácticamente reducidas a la  esclavitud, si no es sordo, oirá el clamor de los oprimidos". ¡Señor, escucha el clamor de la  justicia! Gritaba el salmista. 

La venganza y la violencia. En nuestro tiempo, crece la violencia. Aumentan en forma  preocupante los raptos, la toma de rehenes, el ajuste de cuentas, las agresiones... Pero al  revisar la historia del pasado de la humanidad, vemos que las generaciones precedentes  no eran ni mucho menos dechados de dulzura... El lenguaje violento de algunos salmos es  fiel testimonio de estas épocas lejanas en que la sangre se derramaba con frecuencia. Sin  embargo, estas fórmulas, que expresan el odio al enemigo, nos recuerdan a nosotros,  hombres del siglo XX que ha habido siempre hombres oprimidos, a quienes se ha  violentado a veces en forma hábil y poco aparente. ¡Hay hombres cuya situación nos  indigna! Si el evangelio nos pide ser mansos y pacíficos, nos pide también luchar contra el  mal pues el "Reino de Dios se conquista por la fuerza y sólo los violentos lo arrebatan"  (Mateo 11,12). 

El ideal evangélico sería, a imitación de Jesús, odiar el mal, y amar a los pecadores. Las  imprecaciones terribles de los salmos nos recuerdan el primer punto. La santidad de Dios  es incompatible con el mal. 

Intimidad con Dios. "Guárdame como a la niña de tus ojos, a la sombra de tus alas  escóndeme... Al despertar veré tu rostro, me saciaré de tu imagen..." ¡He ahí el óptimo bien  del hombre! ¡La verdadera y definitiva justicia! Vivir en profunda comunión con Dios es, en  casos extremos, la única actitud eficaz. Pensemos en los perseguidos, en los mártires... en  todos aquellos que no tienen ninguna posibilidad de que la rectitud de su causa sea  reconocida aquí abajo. 

Al despertar... Estas palabras finales del salmo del "inocente perseguido", ponen de  manifiesto que este hombre oprimido está poseído de una serena esperanza: se atiene al  juicio escatológico, sabe que después de las tinieblas de la noche, habrá un despertar a  otra vida, en la cual se restablecerá la justicia vapuleada aquí abajo. 

Si nada de este salmo nos concierne, ¿por qué no lo recitamos en nombre de aquellos  que padecen la injusticia?; son tantos por desgracia. ¡Señor, oye la justicia! ¡Escucha la  queja de aquellos que sufren! 

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 28-33


2.

Derecho de asilo

Refugiado junto al altar

También un inocente perseguido. Los enemigos, ávidos, le cercan (v. 9). Cada vez se  vuelven más amenazadores: 

Ya me rodean sus pasos, 
me hacen señas con los ojos para derribarme (v. 11).

Todas sus intenciones son claramente amenazadoras; no dejan presagiar nada bueno.

Como un león, ávido de presa, 
como un cachorro agazapado en su escondrijo (v. 12). 

No hay salida. ¿Por qué se le persigue? ¿De qué se le acusa en concreto? No se dice  con claridad. Probablemente de homicidio. De hecho, en su defensa ante el Señor, el  acusado se disculpa: 

Según tus mandatos, yo me he mantenido 
en la senda establecida (v. 4). 

De cualquier forma, este hombre recurre a la última instancia. Derecho de asilo en el  templo. Parece que aquí no hay dudas. 

Tú que salvas de los adversarios 
a quien se refugia a tu derecha (v. 7). 

Los refugiados junto al altar, de hecho, se encuentran a la derecha del santuario. Por  eso los que, cuando sé trata de acusar a alguien, quizá injustamente, actúan con extrema  ligereza con maldad, no se paran en detalles, harían bien en meditar estos dos versículos. 

Si el Señor es la salvación de los refugiados, es decir, de los acusados injustamente, ¿qué  será el mismo Señor para los falsos acusadores? La respuesta me parece que es bastante  obvia... 

Después viene la expresión «a la sombra de sus alas escóndeme» (v. 8), que hace  referencia, sin duda, a los querubines esculpidos sobre el arca.  Por tanto nos encontramos en el templo. El pobre hombre preocupado se dirige  directamente a Dios: 

Señor, escucha mi apelación, 
atiende a mis clamores, 
presta oído a mi súplica, 
que en mis labios no hay engaño (v. 1). 

Es decir, me acusan sin motivo, la razón está de mi parte, créeme, digo la verdad. Está  tan cierto de la propia inocencia, que no duda en someterse al «juicio de Dios» Y sabe muy  bien que la prueba del «juicio de Dios» no es una broma. Se da cuenta perfectamente de  que tratar de engañar a Dios equivale a atraerse sobre su cabeza el más terrible de los  castigos. Pero él está sereno: 

Emane de ti la sentencia, 
miren tus ojos la rectitud (v. 2). 

Quiere, por tanto, que se le pruebe, porque está seguro de los resultados: 

Aunque sondees mi corazón 
visitándolo de noche, 
aunque me pruebes al fuego, 
no encontrarás malicia en mí (v. 3). 

A diferencia del inocente del salmo 7, que usa el si («si he causado daño..., si he  protegido...»), éste es categórico en sus afirmaciones: 

Mi boca no ha faltado 
como suelen los hombres (v. 4). 

Mis pies estuvieron firmes en mis caminos (v. 5). 

Después de la certeza acerca del éxito de la sentencia, no falta la petición de castigo  para el enemigo acusador: 

Levántate, Señor, hazle frente, doblégalo; 
que tu espada me libre del malvado (v. 13). 

El castigo además —espada aparte— repite un concepto ya conocido: el pecado tiene  en sí mismo su propio castigo. El pecador es pagado según sus propias elecciones. 

Al impío le interesa exclusivamente el propio pedazo de placer que puede satisfacer en  su existencia terrena. Pues bien, que lo tenga. Que se sacie, que se llenen el vientre él y  sus hijos. Entre todos los tesoros del Señor, él, que se considera astuto y ávido, solamente  desea una parte insignificante. Está contento con esta disminución... Me parece que hay  que leer en clave de irónica verdad, de lógica materialista estas frases: 

Que tu espada me libre del malvado, 
y tu mano, Señor, de los mortales; 
mortales de este mundo: sea su lote esta vida; 
de tu despensa les llenarás el vientre, 
se saciarán sus hijos 
y dejarán a sus pequeños lo que sobra (v. 13-14). 

El, el inocente, espera algo más. Sus deseos no son tan rastreros. Después de la  prueba, al despertarse, no se contenta con llenar el vientre: 

Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, 
y al despertar me saciaré de tu semblante (v. 15). 

Viene a la mente la expresión de santa Teresa de Lisieux: «Tu rostro es mi única patria». 

Quien tiene necesidad de corrección

Los comentadores de este salmo observan justamente que sus palabras sólo se ajustan  a los labios de Cristo. Durante su proceso —y no faltan ni siquiera los falsos testigos—  podría haberlas pronunciado una a una sin ninguna corrección. No hay ninguna clase de  dudas. Pero... con una buena dosis de valor se podría intentar un ejercicio un poco  arriesgado: aplicarlas a nosotros. ¡Vamos, no hay que tener miedo! Naturalmente habría  que hacer las correcciones oportunas. Así por ejemplo: 

Presta oído a mi súplica, 
que en mis labios no hay engaño (v. 1). 

Podríamos modificarla: me empeño en hablar con toda sinceridad. Y si alguna vez la  mentira aflora a mis labios me siento el más vil de los hombres.  «Miren tus ojos la rectitud» (v. 2), pero no olvides poner junto a esta «rectitud» el peso  determinante de tu misericordia. 

Aunque sondees mi corazón, 
visitándolo de noche, 
aunque me pruebes al fuego... (v. 3). 

¡Alto' Aquí es necesaria una corrección sustancial. En vez de «...no encontrarás malicia  en mí», ,hay que corregir: y siempre has encontrado montones de suciedad. Pero también  has visto mi vergüenza, el reconocimiento de mis culpas y siempre te has inclinado para  barrerlo todo y dejarme limpio. «Porque si nuestro corazón nos acusa, Dios es mayor que  nuestro corazón» (1 Jn 3, 20). 

Mi boca no ha faltado 
como suelen los hombres (v. 4). 

Aquí basta añadir: sin que experimentase terribles sacudidas en mi conciencia. 

Según tus mandatos, yo me he mantenido 
en la senda establecida (v. 4). 

En fin, los despistes no son infrecuentes en mi vida. Pero siempre hay una palabra tuya  que se clava en mí, que me hace sentirme traidor. Y esa palabra fastidiosa, inquietante,  implacable, termina por tener razón de todas mis deserciones y me lleva al camino justo. 

«Mis pies estuvieron firmes en tus caminos» (v. 5). Seamos claros, Señor; debes admitir  que no es un deporte fácil seguir tus huellas. Algunas veces hay bandazos tremendos  (basta una ráfaga de viento), otras da verdadero vértigo. A pesar de todo, sigo, te lo  aseguro, aunque los pies —y no sólo los pies— estén llagados. Sobre todo me esfuerzo por  no olvidar tu mensaje. Y a pesar de estar particularmente... dotado, trato de evitar el camino  más fácil. 

El ejercicio propuesto podría continuar. Cada uno es libre de hacer las correcciones que  vengan al caso. 

En donde podemos refugiarnos Pero el salmo 16 no nos regala sólo la posibilidad de aplicarnos a nosotros mismos  —con las debidas correcciones— esas palabras inauditas. Algunas de sus frases nos  ofrecen un maravilloso «derecho de asilo». 

En ciertos momentos de peligro, en nuestra existencia, tenemos la posibilidad de  «refugiarnos» en algunas expresiones de este salmo, de una delicadeza infinita. 

También aquí será suficiente algún ejemplo.  Cuando nos sentimos amenazados por la avidez de otro, por su mezquindad, por la  maldad de tanta gente. 

Cuando el misterio de nuestra persona es saqueado por la vulgaridad, la indiscreción,  por la arrogancia (v. 10). 

Pues bien, hay alguien para quien somos preciosos. Alguien que nos defiende, que nos  guarda con toda delicadeza: 

Guárdame como a las niñas de tus ojos, 
a la sombra de tus alas escóndeme (v. 8). 

Con frecuencia nos encontramos con muros de indiferencia y de egoísmo, los que  «cierran sus entrañas» (v. 10). La traducción literal es todavía más expresiva: «Han  revestido su corazón de grasa». Una odiosa corteza de .protección contra el sufrimiento de  los demás. A través de esa repugnante corteza de grasa su corazón está seguro: no será  herido ni molestado por el lamento del pobre. 

Cuando se topa contra este muro untuoso, se produce la náusea. El horizonte se vuelve  cada vez más oscuro. No se espera ya. 

Pero no. Puede haber una sorpresa. Estoy autorizado a dirigirme a alguien y pedirle  incluso un milagro de rescate ante tanto egoísmo feroz, tanta crueldad, tanta frialdad y tanta  indiferencia: «Muestra las maravillas de tu misericordia» (v. 7).  Ciertamente con el Señor incluso las peticiones más aventuradas, resultan  perfectamente legítimas. 

Finalmente, una situación también muy frecuente. Nadie me escucha. Demasiada gente  distraída. Que no puede o que no tiene ganas de atender a mis palabras.  Hay alguien dispuesto a escucharme. Puedo decir al Señor «inclina el oído y escucha  mis palabras» (v. 6), porque él no está jamás distraído y toma en serio mis palabras. ¿Qué  imagen puede ser más engrandecedora que la de un Dios que escucha mis palabras? 

Dos episodios del Génesis ilustran esta imagen. Sara, mujer de Abrahán, está loca de  celos por su esclava Agar. Esta no puede soportar todas las humillaciones de su rival y  huye. Un ángel de Yahvé se acerca a ella en el desierto junto a una fuente y le dice: «Mira,  estás encinta y darás a luz; un hijo y lo llamarás Ismael, porque el Señor ha escuchado tu  aflicción» (Gén 16, 11). 

Se trata de una expresión de una audacia desconcertante: Yahvé ha escuchado tu  aflicción. Y el nombre de Ismael significa precisamente «Dios ha escuchado». 

Después del retorno de la esclava y del nacimiento de Isaac las cosas van mal bajo la  tienda de Abrahán. Están por medio el hijo legítimo (Isaac), el hijo de la concubina (Ismael),  la mujer y la concubina. Abrahán después de una serie de incidentes, que será mejor no  imaginar, se ve obligado a despedir definitivamente a la esclava. 

Abrahán madrugó, tomó pan y un odre de agua, se lo cargó a los hombros de Agar y la despidió con el  muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del odre,  colocó al niño debajo de unas mantas; se apartó y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de arco. Pues  se decía: «no puedo ver morir a mi hijo». Y se sentó aparte. El niño rompió a llorar; Dios oyó la voz del  niño y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le dijo: 

—¿Qué te pasa, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate,  toma al niño y agárrale fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo gigante.

Dios le abrió los ojos, y divisó un pozo de agua; fue allá, llenó el odre y dio de beber al muchacho.

Dios estaba con el muchacho, que creció y habitó en el desierto (Gén 21, 14-20).

Es una de las escenas más expresivas de toda la Biblia. El protagonista principal es Dios  que «capta» la voz, el llanto de un niño perdido en el desierto.  Armados con la certeza de un Dios que escucha, se puede incluso afrontar serenamente  el desierto de la indiferencia, de la hostilidad y de la insensibilidad general.  Es el salmo del «derecho de asilo» para el inocente.  Es el salmo que canta la fortuna de los refugiados junto a Yahvé. 

Me gusta concluir este comentario, refugiándome en esta imagen, en esta definición  inédita de Dios: el que escucha. 

ALESSANDRO PRONZATO
FUERZA PARA GRITAR
Edic. SÍGUEME.SALAMANCA-198O .Págs. 235-239


3. Muéstrame las maravillas de tu misericordia!».

Muéstrame, Señor. Tus obras san patentes, pero yo soy ciego y olvidadizo, y necesito que me las vuelvas a mostrar, que me las recuerdes, que me las hagas reales. Tu misericordia es tu amor, y si yo vivo es porque tú me amas. Cada palabra de tus escrituras y cada instante de mi existencia es un mensaje de amor que me envías en cuidado constante de mi efímera vida. Y tu misericordia es también tu perdón cuando yo te fallo y te vuelvo a fallar, y tú me acoges una y otra vez con incansable piedad. Sólo tengo que aprender a reconocer tu sello en mi vida para entender tus maravillas.

Y la que entiendo como mayor maravilla de tu misericordia es la confianza que me das de poder aparecer ante ti con la frente erguida y el corazón tranquilo. Yo nunca hubiera osado pronunciar las palabras que hoy pones tú en mis labios en este Salmo: «Aunque sondees mi corazón visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí». Es verdad que no deseo hacer el mal, pero también es bien verdad que el mal anida en mí y hago sufrir a los demás y te entristezco a ti, y tú lo sabes muy bien y te dueles de mi dolor. Pero también es verdad, y me gozo en recibir de ti esta gracia ahora, que no soy malo en el fondo, que quiero hacer el bien, y que me alegra poder hacer algo por los demás y servirlos en tu nombre. Yo no soy inocente, pero tu misericordia me hace inocente, y ese gesto tuyo de borrar mi pasado y limpiar mis fondos me llena de alegría ante la responsabilidad de mi vida y la realidad de tu amor. Bendita sea tu misericordia que me abre las puertas del creer.

Ahora puedo acabar el Salmo con confianza: «Con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS

Paulinas Sal Terrae. Santander-1989. Pág. 36