23 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXII
(1-8)

 

1.

-La ofrenda de los pobres: El ejemplo de la viuda que dio todo lo que tenía, un poco de harina, para saciar el hambre del profeta Elías, y el de aquélla que vio Jesús cómo echaba en el cepillo del templo sus dos últimos reales, pueden ser utilizados para estimular la generosidad de los fieles en el mantenimiento del culto y de clero de la iglesia. Por muy espiritual que sea la función de la iglesia en el mundo, es evidente que la iglesia tiene también necesidades materiales, y es obvio que sus fieles deben contribuir a cubrirlas con sus aportaciones económicas. Sin embargo, la religiosidad de un pueblo no se mide por el número de sacerdotes o por la fastuosidad del culto que sostiene. Porque lo que importa no es la multitud de los sacrificios.

Jesús no alaba a la viuda porque dé, también los ricos dan e incluso más que ella. Jesús la alaba porque da todo lo que tiene, y critica a los ricos porque dan sólo lo que les sobra. El que da todo lo que tiene da mucho más de lo que tiene, pues da lo que necesita para vivir y, por tanto, da su propia vida. Así es la ofrenda de los pobres.

-Sacerdote y víctima: En la segunda lectura, que es de la carta a los Hebreos, su autor compara el sacerdocio de Cristo con el sacerdocio del Antiguo Testamento. La diferencia más notable consiste en que Cristo se ofrece a sí mismo, mientras que los sacerdotes del Antiguo Testamento ofrecían a Dios "sangre ajena".

SACERDOTE/VIMA/SC CULTO/HIPOCRESIA La distinción entre el sacerdote y la víctima permite al sacerdote distanciarse del sacrificio, esto es, no comprometerse enteramente en lo que hace. La víctima está en su lugar, y él puede estar en consecuencia en otra parte. De ahí el peligro tantas veces denunciado por los profetas de un culto hipócrita, puramente exterior y ritualista, que multiplica las víctimas y sacrificios para encubrir lo que faltaba, el verdadero culto en espíritu y en verdad.

J/SACERDOTE/VICTIMA: Ese peligro no existe cuando el sacerdote se ofrece a sí mismo y no hay otra ofrenda que su persona. Cristo, sacerdote y víctima al mismo tiempo, acaba con la hipocresía del culto. El está en su lugar, en la cruz, y no hay nada ni nadie que pueda sustituirle o representarle. Al ofrecerse a sí mismo se ofrece al Padre de una sola vez, y por tanto, de una vez por todas. Su sacrificio es perfecto, es el verdadero sacrificio.

-La verdadera religión: Para los cristianos no hay otro sacrificio que el sacrificio de Cristo. Ofrecer a este Dios ese sacrificio es también ofrecerse a Dios como se ofreció Cristo. Por tanto, es participar en el sacrificio de Cristo, siendo con él y por él, sacerdotes y víctimas al mismo tiempo. Es morir y resucitar con él, es dar la vida para ganarla, es entregarse totalmente a Dios, nuestro Padre, para recibir de Dios la verdadera vida. Sólo incorporándonos a Cristo y a su causa podemos ofrecer a Dios el sacrificio agradable.

Toda esta mística se traduce después en algo tan sencillo como lo que decía Santiago: "La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo". Porque cuando un hombre se ofrece enteramente a Dios, a sí mismo y no otra cosa, se ofrece a la voluntad de Dios. Y Dios no quiere sacrificios de "sangre ajena", no quiere holocaustos, ni toros, ni corderos, ni templos..., sino misericordia y que la justicia corra entre los hombres como un río. Por eso el verdadero culto a Dios, el culto en espíritu y en verdad, es inseparable del servicio a los pobres.

EUCARISTÚA 1982, 51


 

2. GENEROSIDAD/EGOISMO 

Cuando llegó la terrible sequía a los campos y se cumplió así la amenaza de Yavé contra su pueblo, Ajab, el rey, se enfureció contra Elías, el hombre de Dios que había anunciado este castigo. Y el profeta tuvo que huir a los montes y refugiarse junto a un torrente, al este del Jordán. Pero con los días también el agua del torrente se agotó y Elías tuvo que abandonar su refugio para dirigirse a la ciudad de Sarepta, en la comarca de Sidón. Al llegar a las puertas de la ciudad encontró a una mujer viuda, pobre y hacendosa, que recogía unos palos de leña para cocer el último puñado de harina que le quedaba en casa.

El profeta le pide un vaso de agua. Sólo un vaso de agua, es decir, ¡nada menos que un vaso de agua! -Hay circunstancias en que estas criaturas tan humildes adquieren el valor de la misma vida. ¿Damos gracias a Dios por el agua?-. La pobre viuda le da sólo un vaso de agua, y el profeta le debe la vida. Esta mujer no quedará sin recompensa. (Mc. 9, 41).

Elías le pide también pan, sólo un trozo de pan, lo único que tiene, lo que ella necesita para vivir, para mantener su vida y la de su hijo. La mujer le dio sólo pan, es decir, le dio su propia vida. Esto es caridad. Porque hay otras "caridades" que no merecen tal nombre y que no son otra cosa que el pretexto bajo el cual se oculta muchas veces le injusticia.

Dar de lo que a uno le sobra no es dar la vida, no es vivir para los demás, y el amor es siempre eso. Si esta mujer de Sarepta hubiera seguido la máxima frecuente entre nosotros: "la caridad bien entendida comienza por uno mismo", no le hubiera dado a Elías un vaso de agua y un trozo de pan. La caridad que comienza por uno mismo termina siempre en uno mismo y es, sencillamente, egoísmo. Esta caridad o estas caridades que sólo son posibles cuando uno ha cubierto ya su riñón, están muy por debajo de la simple honradez y justicia, siendo así que el amor cristiano auténtico es el desbordamiento de la justicia, lo que está por encima de la medida justa y de lo que se debe.

Es curioso, es inquietante, es incluso causa de muchas indignaciones el ver con qué afán, cuando uno quiere ser bueno, comienza por las "caridades" y no llega nunca a la justicia, lo cual es un síntoma evidente de que esta caridad ni siquiera alcanza la altura de la justicia.

Es consolador y digno de toda reflexión ver cómo la verdadera caridad es tanto más fácil cuanto mayor es la pobreza: ¿No os habéis fijado con qué sencillez los pobres se reparten el único trozo de pan que tienen para llevarse a la boca? Por eso dice el Señor: "Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos".

El que da de lo que le sobre, no da la vida. El que da de su propia indigencia, de lo que necesita para vivir, da algo de su vida, se desvive por los demás. Pero el que quiere conservar la vida, la perderá, y "el que entrega su propia vida por el Evangelio, la salvará" (/Mc/08/35).

En el evangelio de hoy nos encontramos con otra viuda, pobre también y generosa hasta el extremo, como la viuda de Sarepta. Jesús contempla cómo se acerca para depositar en uno de los cepillos del templo dos moneditas pequeñas: ¡es todo lo que tiene! Da todo lo que tiene. Su ofrenda es un sacrificio agradable, porque ya no da cosas, sino su propia vida. Y esto es amor; en este caso, amor a Dios. Esto es el verdadero culto, el culto del corazón. Jesús alaba la generosidad de esta viuda, no sin haber criticado antes la avaricia de los escribas, que hacen largas oraciones y que impresionan al pueblo sencillo haciendo ostentación de su falsa piedad y "devorando los bienes de las viudas bajo el pretexto de sus oraciones".

Pero el ejemplo supremo, la plena realización del amor a Dios y a los hombres, es el mismo Cristo. Lo hemos leído en la epístola de San Pablo, en la segunda lectura de hoy. Cristo, de una sola vez, sin reservas, se entregó totalmente a Dios y a los hombres. El mismísimo acto de amor supremo que es la esencia del sacrificio de la cruz, es inseparablemente un acto de amor a Dios y a los hombres. Esta es la entrega por la que Cristo alcanza para sí la gloria de la resurrección: "El que da la vida, la gana".

EUCARISTÍA 1970, 60


 

3.

El evangelio nos ha situado ya en el término del camino de Jesús, en vísperas de su muerte: los caminos se cierran, los poderosos confabulaban para liquidarle, la mayoría del pueblo se queda a la expectativa. Sólo un pequeño grupo de hombres y mujeres lo sigue.

El evangelio de Mc nos presenta los últimos hechos y palabras de Jesús en Jerusalén como un resumen de enseñanzas y de su vida. Y aquí hallamos la peculiar importancia del texto que hemos escuchado: es de una absoluta sencillez, pero en esta sencillez hallamos una doble afirmación -las dos caras de la moneda- decisiva para entender el Evangelio de JC.

-"Cuidado con..."

En primer lugar, en la cruz de la moneda, encontramos la descalificación de los ricos. Pero en este caso no se trata de ricos en dinero sino de ricos en religión. Me explico: se trata de aquella gente que se siente satisfecha de sus conocimientos religiosos y de sus prácticas religiosas. Y que, igual que a los ricos en dinero les encanta que se les reconozca y que se reverencie su "categoría", también a estos "ricos en religión" les chifla que se les tenga como los mejores, que se les reverencie muy especialmente, que se les reserve las primeras filas. Es su orgullo y ¡ay! de los se atrevan a tratarles como simples ciudadanos normales.

Me parece que por más que el Evangelio nos presente tantas veces esta dura crítica de Jesucristo contra la satisfacción orgullosa de los fariseos, nosotros siempre peligramos de caer en esta tentación. Es posible que no seamos conscientes de ello, que la revistamos con diversas vestimentas, pero es necesario reconocer que es muy fácil detectar en muchos cristianos este estúpido orgullo de creerse mejores que los demás, de querer que ello se nos reconozca públicamente, que -por ejemplo, en la televisión o en la prensa- se nos trate como si fuéramos de una categoría privilegiada que no admite ni críticas ni bromas.

Y siempre que alguien pretende sacar de su cristianismo algún privilegio, es necesario que recordemos las diáfanas palabras de Jesús en aquellos momentos que culminaba su camino entre nosotros: "Cuidado con ellos". No "cuidado" con los que critican, sino "cuidado" con los que no toleran ser criticados.

-El elogio de la generosidad sencilla

En segundo lugar, en la otra cara de la moneda, nos queda -perenne a través de los siglos- el elogio de la pobre y desconocida viuda que da sencillamente "dos reales". Pero que con sus dos reales fue más generosa que todos los demás porque supo dar todo lo que tenía.

Generosidad sencilla y discreta, tan sencilla y discreta como la de tantos otros gestos de tantos otros hombres y mujeres que nunca saldrán en los diarios, ni en la TV, que nunca conseguirán ninguna condecoración, ante quienes nadie se inclinará para saludarles; serán ellos quienes deberán inclinarse ante el amo, la señora, el jefe. Pero el Mesías del Reino de Dios, el Hijo del Padre del cielo, cuando se termina su camino, nos quiere señalar el modelo. Y por eso llama a sus discípulos y les revela la grandeza de aquella pobre viuda, que ya se iba humilde y desconocida entre la multitud.

Ella ni se enteró, como tantos de sus hermanos y hermanas -antes, después y ahora- tampoco se enteran de que ellos son los primeros en el reino de Dios.

No dar importancia a los que hacemos, no dar importancia a lo que somos. Porque nada es mérito nuestro sino todo es gracia, todo es don de Dios. Y saber compartir con sencillez y generosidad nuestra vida con los demás. Por ejemplo, como se nos recuerda hoy, con los emigrantes, con las gentes de otros países que se han visto obligados a buscar trabajo entre nosotros. Compartir con sencillez, este el resumen de la enseñanza de Jesús al término de su camino, éste es el camino del cristiano.

Compartir ahora nosotros la Eucaristía significa querer vivir así. Porque compartimos la entrega generosa y sencilla de Jesucristo, a través de estos signos tan sencillos y pobres como son este pan y este vino, pero que son toda su vida entregada hasta la muerte por nosotros.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1988, 21


 

4.

-DARLO TODO PORQUE LA CONFIANZA EN DIOS ES TOTAL Dice ·Llopis-J, en Leccionari de la missa comentat, any B: "La diferencia entre la viuda y los demás no es sólo cuantitativa -dar más o menos-, sino esencial: ella lo da todo, como expresión de su confianza absoluta en el Señor; los demás dan solamente una parte de los que tienen, manifestando de este modo que su relación con Dios no es totalizante y definitiva".

EV/RADICALISMO  La radicalidad del evangelio de Marcos aparece hoy una vez más. Podría parecernos que las dos lecturas de viudas (la primera y el evangelio) tendrían que llamarnos más bien a contemplar con una mezcla de ternura y compasión la actuación de las dos pobres mujeres, que a pesar de ser tan pobres son también tan buenas... Y, en cambio, la llamada real del evangelio de hoy no tiene nada que ver con esta especie de compasión. La llamada real del evangelio es una llamada a confiar absolutamente en Dios y, por esta confianza, ser capaces de entregarnos nosotros mismos.

De hecho, el evangelio de hoy no es más que una aplicación práctica del de hace una semana: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu ser".

El mensaje de Jesucristo nos dice, en definitiva, que lo que Dios espera de los hombres no es el cumplimiento de la Ley (de cualquier Ley), como los letrados del amplio ropaje. Lo que Dios espera es que nunca tengamos bastante con lo que hacemos, sino que aprendamos cada día un poco más a ponerlo todo al servicio de El y de su plan de amor. Y nunca se termina de hacer esto, siempre hay más camino por recorrer. Y esto no afecta solamente a esta o a aquella parcela de la vida, sino que la afecta por entero. Y quizás parezca que cada domingo predicamos lo mismo... pero es que precisamente esto es el corazón de la enseñanza (¡y de la vida!) de Jesucristo: la viuda (las dos viudas) de las lecturas de hoy son precisamente una imagen clara de lo que hizo Jesucristo.

-DARLO TODO, EN TODOS LOS MOMENTOS DE LA VIDA

La viuda que da una cantidad pequeña, pero con valor mayor que cualquier donativo grandioso, puede conducirnos a concretar la enseñanza evangélica en las cosas pequeñas que nosotros también podemos dar, y a través de las cuales podemos hacer de nuestra vida una entrega a Dios y a los demás. Aquí podríamos citar una lista de ejemplos:

-Orar y confiar en Dios. Es la raíz de todo, el fundamento de la esperanza y la paz cristiana, que no se basa en la creencia de que Dios nos va a resolver los problemas (o menos aún, que Dios hará que lo pasen mal los que nos caen mal a nosotros), sino en la conciencia de que estamos en sus manos, como estuvo Jesucristo. Para darlo todo, debemos tener presente a Dios, dirigirnos a él, orar.

-Ser buen vecino (o buen compañero...). Esto cuesta esfuerzo, pero es quizás la manera más cotidiana de "darlo todo". En una vida que ya tiene bastantes problemas, es decisivo que procuremos quitarlos más que añadir. Ser agradable a los demás en los mil y un detalles en que esto es posible a lo largo del día. Es el que se interesa por la vida de los demás y sabe ayudarles pero al mismo tiempo no se empeña en ayudarles cuando los demás no lo desean, es el que evita refunfuñar, es el que sabe animar en una situación de abatimiento, es el que sabe ser discreto, el que no pretende que todos lo compadezcan cada dos por tres, es el que cuando hace cola en el médico no se dedica a asustar a los demás enfermos explicando mil desgracias que pueden ocurrir, es el que no pretende ser el protagonista de todas las conversaciones...

No murmurar. Antes era éste uno de los temas que más atacaban los predicadores (en el sermonario del P. Claret, por ejemplo, éste es uno de los grandes temas). Ahora, en la gran ciudad, posiblemente no sea tan frecuente (quizás sí en los ambientes de trabajo), pero en ciudades más pequeñas y en los pueblos sigue siendo un tema importante, y conviene que de tanto en tanto se hable de ello. Porque murmurar en nombre de la fe, que sigue haciéndose, y mucho: por ejemplo, cuando se critica y se deja verde a una familia porque se les ha casado un hijo por lo civil. Y más grave aún cuando se difunden rumores sin confirmar, o cuando se hacen circular noticias que duelen o agravan las situaciones: "¿Sabéis lo que me han dicho? ¡Que ella le pega!"... Divulgar un rumor o una noticia así, puede ayudar a deshacer un matrimonio, y los que la divulgan serán culpables.

-La limosna. Es la concreción más directa del tema del evangelio y de la primera lectura. Hay que valorar los distintos niveles en que puede hacerse (por ejemplo, en las campañas que se hacen contra el paro).

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1982, 21


 

5.

DAR LO QUE UNO TIENE PARA VIVIR

-La viuda pobre dio más que nadie (Mc 12, 38-44)

Jesús convoca a sus discípulos para mostrarles el valor oculto del gesto de la viuda. La descripción de la gente echando dinero en el cepillo del Templo, contrasta con la humildad de la viuda, que no pone ostentación alguna en su gesto, sino que se siente incómoda por dar tan poco, aun dando todo lo que tiene. El evangelio del día vuelve a recoger, en contraste, la enseñanza de Jesús a propósito de los fariseos preocupados de los vestidos que les hacen ser notados y de los primeros puestos. Quiere otra vez poner de relieve la religión interior, que Dios acepta. Bella e importante lección para una comunidad cristiana como la de san Marcos. San Lucas recoge el mismo episodio que le ha llamado la atención y que considera útil para sus fieles. En su deseo de dar una enseñanza que haga impacto, no describe a la gente ofreciendo su limosna, sino a ricos que él opone a la pobre viuda (Lc 21, 1). San Marcos, por lo demás, no desaprovecha la ocasión de escribir que "muchos ricos echaban en cantidad".

Los demás echaron de lo que les sobraba, la pobre viuda echó lo que tenía para vivir.

-La viuda da el pan que tiene (1 Re 17, 10-16)

Ya hemos visto que las viudas son consideradas en la Escritura blanco de la injusticia social y la imagen misma del infortunio y de la pobreza en todas sus formas. Dos pobrezas al encuentro: la de la viuda y la de Elías.

La viuda da lo que tiene, en ambiente de fe en el Señor: "Por el Señor tu Dios".

El milagro se produce porque la viuda da pruebas de fe, porque ella no da sólo de lo superfluo, sino todo lo que tiene, hasta la imprudencia.

Pero el Señor hace justicia a los oprimidos, 
da pan a los hambrientos...

El Señor sustenta al huérfano y a la viuda... 
El Señor reina eternamente (Sal 145).

Se invita, así, hoy a la Iglesia y a los fieles a que reflexionen en dos actitudes: La de su generosidad en ambiente de fe. Todos son miembros de un mismo cuerpo y todos pertenecen a Cristo. Su generosidad debe estar animada por esta fe que va más allá de todo cálculo. Por otra parte, deben estar desprendidos de sus bienes hasta el punto de estar prestos a dar incluso lo que les es necesario, si fuera preciso, para salvar a los demás. Esta actitud de apertura se impone a todos los miembros de una comunidad que pertenece de verdad al Señor.

En segundo lugar, el evangelio de hoy recuerda también la interioridad de toda vida cristiana. Las apreciaciones de Dios no son siempre como las de los hombres: él sondea los riñones y los corazones, y es el quien puede juzgar con exactitud. La intención y el calor del don es lo que lo hace precioso a sus ojos, y no su materialidad: Una vez más Jesús y los evangelistas hacen un llamamiento a una religión en espíritu y en verdad.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 97 s.


 

6.

LO QUE NOS SOBRA 
ha echado más que nadie.

Es gozoso descubrir cómo los ojos de Jesús se fijan siempre en los hombres y mujeres sencillos que saben vivir el amor de manera limpia y generosa. Jesús observa a la gente que deposita sus limosnas en el templo. Muchos ricos ofrecen espléndidos donativos, pero pasan desapercibidos a sus ojos. Sorprendentemente, su mirada se detiene en una pobre viuda que echa la cantidad ridícula de «dos reales».

La alabanza de Jesús es aleccionadora. Esta pobre mujer ha sabido dar más que nadie, porque «los demás han echado lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

No está de moda la compasión. Se diría que para muchos es un sentimiento desfasado y anacrónico. Una actitud innecesaria en una sociedad capaz de organizar de manera eficiente los diversos servicios sociales.

H/MAQUINA: En esta sociedad en que «creamos máquinas que obran como hombres y producimos hombres que obran como máquinas» (E. Fromm), corremos el riesgo de endurecer nuestro corazón y hacernos impermeables al dolor ajeno.

Se nos está olvidando lo que es la «compasión». Ese saber "padecer con" el necesitado y vibrar con el sufrimiento ajeno. Miramos a las personas desde fuera, como si fueran objetos, sin acercarnos a su dolor.

Cada uno corre tras su felicidad. Cada uno se preocupa de satisfacer sus propios deseos. Los demás quedan lejos. Si la viuda sabe dar todo lo que tiene es, sin duda, porque «pasa necesidad» y comprende desde su experiencia dolorosa las necesidades de los demás.

Pero cuando uno se ha instalado ya en su pequeño mundo de bienestar y comodidad, es difícil «entender» el sufrimiento de los otros. Sin embargo, parece que necesitamos conservar la ilusión de que hay en nosotros todavía algo humano y bueno. Y entonces, damos "lo que nos sobra".

Nos tranquilizamos desprendiéndonos de objetos inútiles, muebles inservibles, electrodomésticos gastados. Pero no nos acercamos a los que sufren y necesitan quizás nuestra cercanía. Y, sin embargo, el desvalido necesita siempre un calor, una defensa y una acogida que sólo el que sabe compadecerse le puede ofrecer.

«El estado no puede visitar a los enfermos. Las estructuras no pueden ir a pasear con un inválido. ¡Tú sí!» (Ph. Bosmans).

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 243 s.


7.

1. El contraste

Este sencillo episodio presenta un profundo contraste con el precedente. La pobre viuda avergüenza a la gente de largas oraciones y de palabras brillantes. Mateo, a quien interesaba más desenmascarar con inusitada dureza a los letrados y fariseos, lo ha omitido.

La escena tiene todo el aire de haber sido captada de la realidad. Y la enseñanza de Jesús adquiere un relieve especial al estar colocada al final de las disputas y de su vida.

Una y otra vez trueca nuestras ideas de grandeza. Juzga por lo que hay en el corazón del ser humano, no por la lista de obras materiales que los hombres realicen ni por los honores y aplausos que puedan recibir.

La escena consta de tres cuadros: Jesús, sentado enfrente del cepillo del templo, observa; se acerca una viuda pobre, y la enseñanza a sus discípulos.

El lugar donde se echaban las limosnas en el templo estaba situado en el atrio de las mujeres. Alrededor del muro se habían colocado trece cepillos en forma de embudo al revés o de trompeta -el cuello arriba, ancho abajo, a causa de los ladrones-. El número estaba en relación con los distintos destinos de las ofrendas. Los oferentes no depositaban ellos mismos el dinero en los embudos, sino que los entregaban al sacerdote encargado, el cual lo depositaba en el cepillo que correspondiera al deseo del donante. Esto explica el que

Jesús pudiera advertir las ofrendas de los visitantes y la de la viuda. Ella indicó la cantidad y su destino al sacerdote, y Jesús pudo oírlo. La ofrenda consistió en dos de las monedas más pequeñas que estaban en circulación. Las dos únicas que tenía. ¿No debería haberse reservado una? No, porque era como ofrecer la propia vida, y ésta no se entrega a medias.

Su gesto es sencillo, escondido..., como otros tantos gestos de hombres y de mujeres que nunca saldrán en los periódicos ni en la televisión. Confiaba en Dios, al que amaba con todas sus fuerzas, más que en sí misma. Intuía que la total pobreza, elegida, era el camino para llegar a él; que dar lo que sobra es un engaño. Había comprendido que si el amor no es total, no es amor. Los frutos que Jesús ha buscado inútilmente son ofrecidos por esta viuda pobre, que, por fortuna, no se ha dirigido a consultar a los maestros lo que debía hacer. Para no hacer cálculos no necesitaba a nadie.

2. Llama a los discípulos

Jesús no quiere dejar pasar el gesto de la mujer, y llama a los discípulos. Les señala a la pobre viuda, que ya debía marchar humilde y desconocida entre la multitud. Ella ni se enteró, como nunca se enteran los verdaderos pobres de que ellos son los primeros en el reino de Dios.

Jesús invita a sus discípulos a observar en profundidad, a no dar valoraciones superficiales a hechos y personas. Es engañoso buscar la vida, la alegría, el amor..., al margen de la donación generosa de nosotros mismos. Jesús mide el valor de las ofrendas al templo según el grado de entrega de uno mismo que llevan consigo. En los ricos, que han entregado grandes donativos, no existe entrega alguna de sí mismos. La pobre viuda ha entregado "todo lo que tenía para vivir". Y Jesús se siente identificado con ella.

¿Alaba Jesús la ofrenda dada al templo por la mujer o su significado? ¿Podía alabar el que la gente humilde cayera en la trampa tendida por los poderosos bajo pretexto religioso? Jesús ha atacado duramente el culto sacrílego de aquellos mercaderes del templo (Mt 21,12-13 y par.). Lo normal parece que hubiera sido decir a la mujer que no tenía por qué echar nada allí, y menos si le hacía falta para comer: a los discípulos, que no hicieran como aquella viuda pobre, y criticar de nuevo con dureza el negocio del templo.

Jesús no pone a la viuda como ejemplo en ese sentido, sino que resalta su disponibilidad y total entrega a Dios, de las que las ofrendas religiosas son la expresión externa. La mujer que lo da todo es un testimonio impresionante de fe en Dios como Absoluto. La ley no es para ella una cuestión de prestigio personal, sino una realidad vivida en el fondo del corazón y expresada eficazmente en el culto. Dice un proverbio chino: "El que se pone a la búsqueda de Dios y vende todo lo que posee salvo el último dinero es sin duda un loco; es precisamente con el último dinero con el que se compra a Dios". Y san Ambrosio: "Dios no se fija tanto en lo que damos cuanto en lo que nos reservamos para nosotros".

El lugar del encuentro con Dios no pasa a través del culto, y menos de la institución, sino a través del corazón pobre, totalmente disponible y abierto a Dios. El culto celebra esta disponibilidad cuando la hay; si falta, está vacío. Quien ama de verdad, entrega su persona; ¿cómo no va a entregar también todas sus cosas, si son menos importantes que la persona?

Nuestra sociedad y nuestra Iglesia están montadas sobre otros criterios. No importa el amor con que se hagan las limosnas y donativos; lo que importa es que sean abundantes y cuantiosos. De ahí esas listas para animarnos a superarnos cada año... Reconozcamos que damos siempre de lo que nos sobra. Al menos, démoslo con amor.

FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ
ACERCAMIENTO A JESÚS DE NAZARET- 4 PAULINAS/MADRID 1986Págs. 86-88

 


8.

¿TIENE VALOR EL DINERO?

Las apariencias, tantas veces, engañan. El valor de las cosas no depende de su tamaño, ni de su brillo, ni del ruido que producen. Hay pequeñas cosas, detalles menudos, que de pronto son capaces de convertirse en protagonistas de todo un paisaje. Jesús, como haría un buen director de cine, sabe acercar unas veces su cámara a un detalle que parecía insignificante, y hacer que crezca, que se destaque y se adueñe de la pantalla; otras, en cambio, pasea su mirada con indiferencia, sin detenerse siquiera, sobre sucesos y personas que acaparan la atención de la gente.

Es que Él tiene otra manera de ver las cosas, otra escala de valores. Para Él, por ejemplo, lo importante no es dar, sino darse. Por eso, no lo engaña el ruido de un torrente de monedas cayendo en el cepillo del Templo: es un ruido engañoso, porque viene de alguien que da de lo que le sobra. Pero los oídos atentos de su corazón captan un sonido casi imperceptible: el que producen, al caer en el cepillo, dos moneditas; las está echando, casi a escondidas, una pobre viuda. Jesús percibe que ahí está latiendo un corazón; ahí hay alguien que se está dando a sí mismo.

Entonces toma Jesús ese trozo de vida y nos lo pone delante de los ojos. Llama a sus discípulos y les dice: 'Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir'. (Exactamente igual que aquella otra viuda, a quien hemos visto dar al profeta Elías su último pedazo de pan).

Hemos saltado la apariencia, tantas veces engañosa, para llegar a la verdad profunda de las cosas. Puede ser falso, por mucho ruido que produzca, el gesto de unos grandes donativos: si parten de personas que 'dan de lo que les sobra'. En cambio, quien da 'todo lo que tenía para vivir', por poco que sea, se está colocando a la cabeza de la lista; porque se está dando a sí mismo.

Estamos tocando el fondo de una entrega absoluta, de una confianza plena, de un gran amor. Para Dios, no importa 'cuánto' damos; ¿acaso Él necesita algo de nosotros? Por mucho que le ofrezcamos, siempre será nada si el amor no le da peso. Lo que a Él le interesa no es lo que tienes: le interesas tú. En la medida en que te des en lo que das, el humo de tu incienso subirá derecho hasta el trono de Dios. Domund, Campaña contra el Hambre, Caritas, Día de la Iglesia Diocesana... El dinero no tiene, para Dios, ningún valor en sí mismo. Pero cuando es expresión de un corazón que ama, cuando es vida que se comparte, entonces sí, adquiere alma, toma peso y valor para el Reino . Porque ya no estás dando de lo tuyo; menos aún, de lo que te sobra: eres tú mismo el que te estás dando. Tu dinero cobra sentido y valor, adquiere vida y da vida, cuando va junto con tu oración, con tu cariño, con tu tiempo y tu esfuerzo por hacer un mundo mejor. Así, sí.

JORGE GUILLÉN GARCÍA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 175 s.