34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXI
CICLO C
19-28

 

19.

1. Aumentar la estatura. La ciudad de Jericó, deliciosa villa en medio del desierto, a once kilómetros del río Jordán, con sus frescos manantiales y sus plantaciones de palmeras, está convulsionada. Jesús, el famoso Jesús, ha llegado, y toda la gente se vuelca para verlo. Sólo para verlo... Está el pueblo y están sus jefes espirituales y los hombres piadosos en tensión por descubrir entre el camino polvoriento al famoso "curandero" sobre quien corrían muchos dichos y leyendas.

También el diminuto Zaqueo busca un lugar para «ver» a Jesús. Zaqueo es un hombre odiado por todos, alguien a quien la sociedad lo califica de «pecador», agente de los romanos y rico por añadidura.

Zaqueo es bajo de estatura: un hombre ruín y pequeño ante los grandes del espíritu. Es un ser objeto de envidia y de resentimiento. Por eso se ha refugiado en la acumulación de riquezas, cualquiera que sea su precio y su riesgo. Zaqueo no ha podido crecer como hombre, y eso lo humilla ante sus propios ojos. Por eso tiene que subir a un árbol, para sentirse un poco más grande y poder así mirar de frente a los ojos de Jesús.

Zaqueo tiene lo que los otros envidian y lo que a él no le hace falta, porque vive insatisfecho de sí mismo, pero sin salida porque la sociedad ya lo ha condenado a ser el chivo expiatorio de los pecados de todos. Traidor a su patria y violador de la ley divina, la sociedad lo ha condenado a la más espantosa soledad, porque nadie se le acerca más que para pagar deudas y para mirarlo con odio.

Con mucho gusto cualquier grupo revolucionario lo hubiera elegido como candidato privilegiado para un secuestro o un atentado mortal.

Sin embargo, Jesús lo miró como quien elige al hombre que está buscando, al perdido Zaqueo. Jesús tuvo que alzar la vista, con una intencionalidad que no dejaba lugar a dudas sobre el significado de esa mirada.

Ese fue el encuentro de dos hombres que se estaban buscando desde hacía tiempo. Zaqueo buscaba a Jesús desde su mismo inconsciente, como si una voz misteriosa y aun confusa le dijera que era importante ver a Jesús no con la mirada superficial de los curiosos que se agolpaban en la estrecha calle, sino con esa mirada cargada de sentimientos, de preguntas, de búsqueda. Una mirada en la que estaba reflejada su vida, su aislamiento, ese Callejón sin salida en el que se había metido. Zaqueo quería ver a Jesús pero sin ser visto, con el sentimiento de aquella hemorroísa que quería ser curada por Jesús con sólo tocar su manto, mágica y mecánicamente.

En cambio, Jesús lo miró con plena conciencia porque la conversión o la curación de una persona no puede producirse por cierta emanación misteriosa de energía de su cuerpo, sino por un encuentro personal en el que cada interlocutor expresa todo lo que tiene dentro: miseria o misericordia, pecado o perdón. En Jesús hay conciencia plena de lo dicho por el libro de la Sabiduría (primera lectura): que el Señor se compadece de todos y cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan; porque ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha hecho. Por eso corrige poco a poco a los que caen, y a los que pecan les recuerda su pecado para que se conviertan y crean...

Zaqueo todavía no ha hecho consciente lo que está pasando en su interior. Por eso Jesús, ante el asombro y el escándalo del pueblo, lo invita a comer con él. O para ser más exactos: se invita a sí mismo para comer en la casa de Zaqueo, rompiendo todos los esquemas sociales; para comer y para alojarse en su casa, la casa del pecado. La iniciativa liberadora es la característica de Jesús: no sólo alzó la vista para ver y hablar con Zaqueo, sino que él mismo invita a Zaqueo, entre otros motivos, porque jamás Zaqueo se hubiera atrevido a invitar a Jesús a entrar en su casa. Porque Zaqueo es «bajo de estatura», es un ser convencido de su ruindad moral y espiritual; es alguien que ha asumido el papel que la sociedad le ha asignado. Zaqueo quisiera salir del trance, pero ha terminado por convencerse de que ya no hay remedio, porque ya está en la edad adulta y su estatura jamás podrá elevarse ni un centímetro más. Si Jesús hubiera pasado de largo o no hubiera hablado, Zaqueo se hubiera empequeñecido más aún en una muerte lenta e irreversible.

¿Qué pasó después? ¿De qué hablaron? ¿Qué más le dijo Jesús? No lo sabemos, aunque sería interesante imaginar cómo pudo haber sido aquel diálogo terapéutico cuyo final feliz nos transcribe Lucas. Seguramente los dos hombres se quedaron solos en algún rincón de la casa y tuvo lugar una larga charla, como la habida con la samaritana o con Nicodemo; quizá duró toda la noche, cuando aún flotaba sobre la ciudad la murmuración general: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»

Lo cierto es que el encuentro llegó a su punto culminante cuando Zaqueo «se puso en pie»... Otro muerto que se levanta, otro perdido que comienza a vivir de nuevo, otro niño pequeño que se pone de pie sobre sus propias piernas y comienza a andar. Ya no es el hombre confuso que horas antes había buscado cómoda postura encima de un árbol. Es un hombre nuevo que decididamente tuerce radicalmente el rumbo de su vida y cambia sus esquemas, su modo de pensar, su sistema de valores, su relación con la gente..., en fin, su vida.

¡Y qué cambio! Reparte la mitad de sus bienes a los pobres y, a quienes ha estafado, devuelve cuatro veces más lo debido en justicia. Zaqueo ha descubierto que puede elevar su estatura si es capaz de relacionarse con los demás recaudando amor y dando amor. El sólo sabía usar y abusar del prójimo. Ahora está decidido a compartir su vida y sus bienes con los pobres. Antes estaba aislado, solo, resentido sobre un montón de monedas. Ahora ha aprendido a decir «nosotros». Se encontró a sí mismo en el encuentro con el otro. Ahora es un hombre «grande» y libre.

Tal es la primera reflexión que nos sugiere el hermoso evangelio de hoy: sólo podemos aumentar nuestra estatura a través del amor y del encuentro con el otro. De nada sirve que lo hagamos con subterfugios, subiéndonos a un árbol o aumentando nuestras riquezas. En una sociedad consumista y materialista como la nuestra, el evangelio de hoy puede suscitar mucha murmuración, cuando no risas y desprecio. Pero ésta es la grandeza del hombre de fe: la pobreza de un corazón disponible y abierto a la comunidad.

2. Liberar al opresor

La segunda reflexión nos viene de la actuación de Jesús. Lucas lo presenta como un hombre discreto, inmensamente respetuoso con la vida y la intimidad de quien estaba en boca de todos como objeto de odio y de desprecio. Jesús no hace más que tender una mano e inspirar confianza en este Zaqueo receloso y agresivo; pero, al mismo tiempo, desprotegido e inseguro de sí mismo. Quiso entrar en la casa de aquel hombre para ayudarlo a liberarse de sí mismo, de ese complejo de ser un hombre pequeño e inútil para la sociedad.

Jesús no teme provocar el escándalo y la mordaz crítica cuando se trata de salvar a alguien. Por eso le colocaron el apodo y cartelito: es un «come-con-pecadores». Es el cartel que tan pronto sacan a relucir los sectarios, los que sólo se reúnen con los que piensan como ellos, los que sólo hablan con aquellos que dicen amén a sus palabras. Porque hay muchos sectarismos: de izquierda y de derecha; el sectarismo de los que odian a los pobres y el sectarismo de los que odian a los ricos.

En el texto evangélico de hoy Jesús nos da un ejemplo de tremenda madurez. El sabe quién es, qué piensa, qué hace, por qué lo hace, y humildemente dice su verdad. Tiene identidad, tiene conciencia de sí mismo, y no teme perderla en el encuentro con unos o con otros. Por eso sabe encontrarse con el adversario ideológico, con el banquero y con el pobre, con las personas piadosas y con las de mal vivir; pero sin dejar de ser él, sin perder su dignidad y sin ofender la dignidad de nadie. Afronta la crítica de los virtuosos y la risa de los deshonestos, pero no cede. No vende su verdad al mejor postor; no busca el camino fácil ni trata de salvar la cara... o la vida. Su juego es limpio y desinteresado, porque su único interés es el bien y la libertad interior del otro. No hay trueque de mercancías: sólo hay oferta de su parte, porque quien actúa como Jesús, sólo juega a perder. Y así salva al hombre.

Por eso Jesús no se acomplejó frente a los ricos; menos aún los mitificó. También el rico y el explotador es un hombre; un hombre al que muchos desprecian y pocos comprenden. En Zaqueo vemos el drama de los hombres aparentemente felices, casi obligados por la sociedad a cumplir su papel de desdichados felices...

Jesús pudo encontrarse y hospedarse en la casa de Zaqueo porque no lo envidiaba. El era pobre, consciente y libremente pobre; y en esa pobreza condenaba al rico explotador, mientras intentaba salvar al hombre-pequeño- Zaqueo.

Porque no envidiaba a Zaqueo, no le tenía resentimiento ni odio; en todo caso lo compadecía. En realidad era un «pobre hombre», bajo de estatura, como dice Lucas. Y porque no lo envidiaba, pudo entrar en su casa sin doble intención: ni para volcar agresividad y rabia ni para pedirle dinero para sí y los suyos. Entró como hombre libre para expresar su verdad: porque Jesús no se vendió a Zaqueo ni le doró la píldora ni aguó su Evangelio. Le hizo descubrir por qué vivía tan angustiado, por qué no era feliz, por qué lo odiaban, por qué se sentía como un hombre pequeño, imposibilitado de crecer e impotente para romper la trampa en la que había caído.

Por eso la página de hoy es una página ejemplar del Evangelio; es la denuncia de todo tipo de sectarismo, por un lado, y por otro, es un modelo de discernimiento. La evangelización no es sólo para las clases sociales pobres, porque pobres-hombres los hay entre los ricos y entre los pobres, en las sociedades subdesarrolladas y en las superdesarrolladas. El evangelio de la liberación es algo más que un panfleto para distribuir entre las clases socialmente oprimidas; y en ningún caso es el grito de los resentidos... El Evangelio es tan noticia nueva para los pobres como para los ricos, para los explotados como para los explotadores. Es buena noticia para el hombre, cualquiera que sea la forma de su opresión. Paradójicamente, también el rico es un oprimido, quizá con una opresión mucho más inconsciente y sutil; por eso mismo se hace tan difícil, como repite el mismo Jesús, la conversión en el rico opresor.

Si reflexionáramos un poco más en este texto evangélico, la Iglesia de los países desarrollados y ricos, podría encontrar un buen motivo de existencia, siempre y cuando no envidiara a los ricos; es decir: siempre y cuando fuera una Iglesia espiritualmente pobre y libre.

Que no otro es el drama de nuestra Iglesia en muchas ocasiones: cuán difícil es evangelizar a los ricos cuando se vive en la misma riqueza -a costa de los pobres- o cuando se es pobre envidiando la riqueza y el poder de los ricos. En el primer caso se actuará con cobardía, disimulo e hipocresía; en el segundo, con resentimiento y agresividad. El evangelio liberador está más allá de estas dos posturas que sólo hablan de la falta de identidad y de la poca libertad interior con que se actúa.

Por eso, el evangelio de hoy no dejará quizá de suscitar en nosotros cierta murmuración, a la que responde Jesús: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que estaba perdido.»

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 342 ss.


20. PARO/POBREZA 

LoS NUEVOS POBRES

Siempre se han visto mendigos y vagabundos en nuestros pueblos. Gentes desarraigadas que no quieren someterse a la convivencia social ordinaria. Hombres sin entorno familiar maltratados de diversas maneras por la vida.

Pero hoy en día estamos asistiendo a un fenómeno totalmente diferente y paradójico. En una sociedad cada vez más rica están aumentando de manera notable «los nuevos pobres», como consecuencia, precisamente, del proceso de enriquecimiento de los demás. El desarrollo tecnológico va descolgando aquí y allí a quienes no tienen sitio en la nueva sociedad. Obreros, en otro tiempo cualificados, pasan a ser trabajadores eventuales, después simples parados, más tarde quedan condenados al paro perpetuo.

La primera reacción del parado es casi siempre de desconcierto. Amigos y conocidos conservan su empleo, ganan cada vez más dinero y trabajan menos. Todo parece irles bien. Pero, desgraciadamente, uno ha perdido el tren.

Comienza entonces una nueva lucha por la vida. Hay que buscar «algo». Encontrar de nuevo sitio en esta sociedad. Muchos no lo lograrán. Al contrario, comenzarán a rodar por una trágica pendiente hacia una pobreza en la que jamás habían pensado.

Son «los nuevos pobres» de nuestros días. Así los definían en 1984 los ministros europeos: «Se considera pobres a los individuos, familias y grupos de personas cuyos recursos (materiales, culturales y sociales) son tan escasos que están excluidos de los modos de vida mínima aceptables en el Estado miembro en que viven.»

Mientras tanto, la sociedad empieza a reaccionar ante ellos como ante los pobres de siempre. Son una preocupación molesta para la clase política, pero apenas son tenidos en cuenta a la hora de tomar medidas socio-económicas.

Se elaboran planes de asistencia social para que puedan sobrevivir. Y todos quedamos bastante tranquilos, aunque esas vidas sigan deteriorándose, sin proyecto alguno. En realidad, nos preocupamos de ellos, sobre todo, cuando crean problemas, perturban la seguridad ciudadana y cometen delitos. Es entonces cuando tomamos medidas para defendernos de ellos. Siempre se ha actuado así con los pobres.

Pero, ¿podemos seguir cerrando los ojos ante esta realidad? ¿No está creciendo nuestro nivel de vida precisamente a costa de estos hombres y mujeres que quedan descolgados? ¿No hemos de pensar en nuevos cauces sociales que permitan compartir de manera más justa el bienestar?

Y cada uno de nosotros, ¿no tenemos que restituir algo que no nos pertenece? La actitud del rico Zaqueo sigue siendo ejemplar: «Si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 119 s.


21. NEUROSIS/RIQUEZA 

BAJOS DE ESTATURA

Pocos serán hoy los que discutan teóricamente la afirmación de ·Freud-S que considera que la persona que no ha superada la fase «anal-erótica» y continua preocupada exclusivamente por «tener» y «poseer», es neurótica.

Sin embargo, son innumerables los que dirigen sus principales energías a tener, acumular y ostentar. A esto se reduce su vida. A tener un nombre, una posición social, una buena imagen, un hogar confortable, una cuenta corriente envidiable, un bienestar seguro.

Empujados por su obsesión de «poseer», tienden a extender su necesidad de propiedad a todos los ámbitos de la vida. «Tienen» unos conocimientos, «poseen» buenas relaciones, «adquieren» nuevas amistades, «logran» éxitos y hasta se sienten «dueños» de su esposa y sus hijos.

Si fueran dos o tres, serían considerados como personas enfermas e inmaduras, pero al ser mayoría, su conducta se nos presenta, sorprendentemente, como normal y hasta envidiable.

Y sin embargo, son hombres y mujeres que viven desconectados de la vida. Dependen siempre de lo que tienen. Su identidad y seguridad personal se sostienen en algo exterior a ellos mismos, que les puede ser arrebatado.

Es normal que en sus vidas crezca la desconfianza, la dureza y la agresividad, y estén ausentes la ternura, la solidaridad y la verdadera amistad.

Pasan los años y nada cambia ni se transforma dentro de ellos. Pueden tener momentos de euforia, éxito y excitación, pero, difícilmente conocerán la alegría que acompaña y resplandece en quien vive creciendo desde dentro, desarrollando día a día su capacidad de dar, compartir y convivir.

¿Cómo recuperar la auténtica alegría de vivir? ¿Cómo salvar estas vidas que aparecen ya «perdidas»?

Es aleccionadora la actuación de Zaqueo, un hombre con una posición social en Jericó, rico propietario, jefe de publicanos, pero "bajo de estatura" en todo su vivir.

Zaqueo sabe reaccionar y dar un giro nuevo a su vida. Busca algo diferente. Siente la necesidad de encontrarse con Jesús, acoge su mensaje y toma la única decisión que le puede salvar.

Renunciar a una vida dominada por el afán de poseer, acumular y explotar, para descubrir la alegría del dar, ayudar y compartir. Esta es la experiencia de quien acierta a encontrarse con ese Jesús que ha venido a «salvar lo que estaba perdido».

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 359 s.


22.

«Señor, amigo de la vida»

Suelo comenzar mis homilías con alguna breve historia y así lo hago también hoy, aunque mi historia procede esta vez de la misma Biblia. La cuenta el libro del profeta Jonás, después de la conversión de Nínive, y dice así: «Yavé Dios dispuso que una planta de ricino creciese por encima de Jonás para dar sombra a su cabeza y librarle así de su mal. Jonás se puso muy contento por aquel ricino. Pero al día siguiente, al rayar el alba, Yavé mandó a un gusano, y el gusano picó al ricino, que se secó. Y al salir el sol, mandó Dios un sofocante viento solano. El sol hirió la cabeza de Jonás, y este se desvaneció; se deseó la muerte y dijo: "¡Mejor me es la muerte que la vida!". Entonces Dios dijo a Jonás: "¿Te parece que está bien irritarte por este ricino?". Respondió: "¡Sí, me parece bien irritarme hasta la muerte!". Y Yavé dijo: "Tú tienes lástima de un ricino por el que nada te fatigaste, que no hiciste tú crecer, que en el término de una noche fue y en el término de una noche feneció. ¿Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de 120.000 personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y una gran cantidad de animales?"».

Hace algunos domingos me referí a la teología feminista y a su énfasis en presentar un Dios con rasgos femeninos. El texto del libro de la Sabiduría, que escoge hoy la liturgia, como paralelo del pasaje de Zaqueo, me sugiere presentar a Dios como amigo no sólo de los hombres, sino también de todo viviente; no sólo como padre -o madre- de todo hombre, sino también como padre de todo lo creado. Es muy importante subrayar este aspecto, ya que, ante la crisis ecológica, muchos están volviendo los ojos hacia las religiones orientales y olvidan que en nuestra propia tradición bíblica podemos encontrar también elementos para una actitud más reconciliada con la naturaleza, con todos los seres vivos.

La fe israelita surge desde la experiencia de un Dios que había intervenido en la historia del pueblo elegido: una presencia de Dios que se inició con la llamada de Abrahán, que se concretó en la alianza con Moisés y con todas las intervenciones por las que fue liberando a su pueblo. Es sólo más tarde cuando comienza a desarrollarse la fe israelita de que Yavé no es sólo el Dios de la historia de su pueblo, sino también el Creador. Es algo que empieza a aparecer en algunos profetas y que encontrará su especial refrendo en los relatos bíblicos de la creación, especialmente en el de Gen 1, el llamado «relato sacerdotal de la creación».

En esta tradición nueva se inscribe el libro de la Sabiduría y el texto que hoy hemos escuchado. Para el Dios creador «el mundo entero es como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra». Y enseguida añade algo que se aplica a los hombres: «Cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. A todos perdonas, porque son tuyos... Corriges poco a poco; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti, Señor».

Pero, inmediatamente, añade expresiones que se aplican a todos los seres vivos, a todo lo creado: «Te compadeces de todos, porque todo lo puedes... Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y, ¿cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado?», ya que Dios no es sólo creador, sino el que mantiene todo en la existencia. Y acaba con una espléndida y no demasiado citada afirmación sobre Dios: «Señor, amigo de la vida».

D/AMIGO-V: «Señor, amigo de la vida»: es una maravillosa formulación del Dios en que creemos. No es sólo un Dios que ha entregado la creación al hombre, para que este la domine y someta -de aquí la gran acusación contra el cristianismo por su responsabilidad en la crisis medioambiental-. Es un Dios que está presente en todo lo creado, que ama a todos los seres vivos, que a todos les da el ser y los conserva. El hombre no puede actuar despóticamente sobre una naturaleza que Dios le ha encomendado, sino que debe saber ver en esa naturaleza las huellas de un Dios que ha llamado a la existencia a todo y a todo conserva. El mundo, la realidad creada, es también sacramento de un Dios «amigo de la vida»; Dios tiene también compasión del ricino que se secaba y que él había hecho crecer, del gusanito que se alimentaba del arbusto, de la «gran cantidad de animales» de la ciudad de Nínive.

Pero, sobre todo, Dios tiene cariño por el ser humano. Hoy se está dando un ecologismo que pone al hombre en una relación de mera camaradería con el resto de los seres vivos, como si el hombre -retomando la comparación del libro de la Sabiduría- fuese un mero grano de arena o una gota de rocío mañanero en el conjunto de los seres vivos, de la biosfera. Y, sin embargo, tenemos que afirmar que Dios ama ciertamente al ricino y al gusano del relato de Jonás, pero mucho más al profeta resentido que no quería predicar la conversión en la ciudad enemiga de Nínive; Dios ama a los muchos animales de aquella gran urbe, pero mucho más a las «120.000 personas que no distinguen su derecha de su izquierda» de Nínive; Dios ama a aquel sicomoro sobre el que se subió Zaqueo, pero mucho más a aquel hombre bajo de estatura que quería ver pasar a Jesús.

Y con este Zaqueo, publicano y pecador, Jesús actúa como el padre bueno de la parábola del hijo pródigo. Le basta con verle subido en la higuera de Jericó, quizá por mera curiosidad -de forma similar a aquel hijo pródigo que volvía a la casa paterna porque estaba harto de las algarrobas de los cerdos-. «"Hoy tengo que alojarme en tu casa". El bajó enseguida, y lo recibió muy contento».

Jesús no necesita para alojarse en la casa del publicano el que Zaqueo cambiase de vida. Le basta, como al padre bueno, ver que aquel hombre le estaba buscando. Será sólo más tarde, al sentirse acogido y aceptado por el Señor, cuando Zaqueo se ponga en pie: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres». Pero lo primero no lo olvidemos- fue que Zaqueo se sintió aceptado por alguien que llamaba a la puerta de su vida. Ahí comenzó su conversión.

Hace tiempo que cité una frase de fray Bartolomé de las Casas (·CASAS-B-DE-LAS): «Del más chiquito y del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente y muy viva». Así es Dios: él tiene piedad del hijo pródigo y del hijo fiel; Dios tiene piedad de Jonás y de los habitantes de Nínive; del fariseo y del publicano; de la pecadora pública y de Zaqueo. Y Dios tiene también piedad -y así los ha encomendado al cuidado del hombre- del pequeño arbusto de ricino, del gusanito y de los muchos animales de Nínive. Ese es el Dios liberador y el Dios Creador, el Dios que conserva a todo en su ser, el Dios «amigo de los hombres y amigo de la vida».

Es lo que le costó entender a Jonás, el profeta nacionalista que se resistía a predicar la conversión de la ciudad enemiga. Es lo que les costaba entender a los fariseos, escandalizados de las comidas de amistad de Jesús con los pecadores, que no comprendían que «el hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». No habían entendido esa impresionante letanía sobre Dios del salmo interleccional de hoy: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas -también con el ricino y los animales de Nínive-; el Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones; el Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan», a los habitantes de Nínive «que no distinguen su derecha de su izquierda», al ricino que se secaba y Dios había hecho crecer..., a los lirios del campo, vestidos más bellamente que el mismo Salomón en toda su gloria o a las aves del cielo que ni siembran ni siegan. Así es nuestro Dios, un Dios en el que se unen los rasgos paternos y maternos y que también es «amigo de los hombres y amigo de la vida».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 351 ss.


23.

1. «A todos perdonas, porque son tuyos». La maravillosa afirmación de la primera lectura es que Dios ama todo lo que ha creado, pues si no, no lo habría creado. Muchos hombres, incluso muchos cristianos, no quieren creer esto debido a los males innumerables que existen en el mundo. Pero la prueba que el libro de la Sabiduría aporta para sostener su afirmación es tan simple y clara que no se la puede rechazar sin negar a Dios o acusarlo de contradicción interna. «Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado». Ciertamente existe el pecado, que debe ser necesariamente castigado, pero como el pecador también pertenece a Dios, no es castigado según la pura justicia, sino que es «perdonado» y castigado de manera que puede reconocer en ello al mismo tiempo una exhortación a la conversión. La admirable sabiduría de este libro veterotestamentario se encuentra en la declaración de que Dios ama a todos los seres y por eso sólo castiga a los pecadores por amor y para propiciar su conversión al amor.

2. «No perdáis fácilmente la cabeza». Parece como si la segunda lectura quisiera recordar la enseñanza de la primera. Dios, que «corrige, poco a poco a los pecadores», nos da tiempo para cumplir todos «los buenos deseos y la tarea de la fe». Por eso no hay que «alarmarse» por el anuncio del fin inminente del mundo, aunque esto se asegure mediante «supuestas» revelaciones o profecías, sino que hay que proseguir con tranquilidad y sin pánico alguno la tarea cristiana. El Señor no es solamente el que viene hacia nosotros desde el futuro como una amenaza («como un ladrón en medio de la noche»), sino también el que nos acompaña constantemente en nuestro camino hacia el cielo, nos ilumina con su presencia (como a los discípulos de Emaús) y nos libra de todo miedo que pudiera haber suscitado en nosotros.

3. «Zaqueo, baja en seguida». El evangelio nos presenta una escena del todo singular: un hombre rico que se sube a una higuera para ver a Jesús. Zaqueo es considerado como un gran pecador, pues no en vano es «jefe de publicanos»; pero es precisamente en su casa donde Jesús quiere hospedarse. Y Jesús sabe que allí donde va, lleva consigo su gracia: «Hoy ha sido la salvación de esta casa». Y esto «porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Jesús entra en casa de Zaqueo porque allí hay algo que salvar. Es decir, no porque allí se practiquen las buenas obras y haya que recompensarlas, sino porque «también este hombre es un hijo de Abrahán» que no está excluido de la fidelidad y del amor de Dios. Por eso resulta ocioso tratar de dilucidar si, cuando Zaqueo asegura que «da la mitad de sus bienes a los pobres», se está refiriendo a algo anterior o es una consecuencia de la gracia que le ha sido manifestada ahora. El evangelista no está interesado en eso, sino únicamente en la salvación que Jesús trae a esta casa. Es bueno saber que Jesús entra también en las casas de los ricos cuando debe llevarles la salvación cristiana. La bienaventuranza de los pobres no debe interpretarse sociológicamente, sino teológicamente. Hay pobres que son ricos en el espíritu (de codicia) y hay ricos que son pobres en el espíritu (y que «ayudan con sus bienes»: Lc 8,3).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 293 s.


24. ¡GRAN SEÑOR, DON ZAQUEO!

Me nace un interrogante ante el evangelio de esta fecha. «¿Era Zaqueo un curiosillo, una especie de correveidile de novedades, uno de esos fieles admiradores que suelen seguir a los "populares", aclamándolos? Ese "correr delante" y "subirse a una higuera" ¿retratan a un "hincha", a un forofo en embrión? ¿O se trata, más bien, de alguien que ha sido "tocado del ala", alguien que ha sentido una llamada, adivinando que ése que pasa -Jesús- puede ser la gran oportunidad de su vida? ¿Se trata de un "frívolo" o de un "buscador de perlas finas"?»

Apuesto por esta segunda visión. Y señalo cuatro momentos, cuatro fases, que denotan la seriedad del camino de Zaqueo.

SU CURIOSIDAD.-No se trata de una curiosidad frívola, de cotilleo, de prensa amarilla, de forofo, no. Era la curiosidad de alguien que quiere conocer a fondo a una persona: Jesús. Porque algo le dice en su interior que ese conocimiento va a marcar su vida. Conviene, no obstante, aclarar una cosa: a pesar de la apariencia, no era Zaqueo el que buscaba a Jesús, sino Jesús el que buscaba a Zaqueo. Pascal escribió con clarividencia: «No te buscaría si no me hubieras encontrado». Es verdad, suele ser el Señor el que anda haciéndose notar, enviando sus primeras gracias, haciendo que se produzcan ciertas circunstancias, para que el hombre las advierta. También dijo Jesús: «No me elegisteis vosotros, sino que yo os elegí, para que vayáis... ». Supuesta, pues, esa disimulada manera de «insinuarse» de Jesús, fue Zaqueo emprendiendo su camino de búsqueda.

LOS OBSTÁCULOS.-«La gente se lo impedía», dice Lucas. Y aclara: «Era "jefe de publicanos"». Los publicanos, ya lo sabéis, cobraban impuestos, y además, para los romanos. Dos datos poco favorables para que la gente le abriera paso. Entonces, «como era bajo de estatura», «se subió a una higuera». (Me conmueve este detalle, qué queréis. Por otra parte, es la única vez, creo, que los evangelistas nos dan una pincelada física de alguien.)

Debe saber el seguidor de Jesús que su seguimiento no va a ser fácil. Muchos supuestos amigos (?) se lo van a impedir. Pienso en los jóvenes de una manera especial, a quienes los mismos de su pandilla, con leves ironías o sonrisas, o esta sociedad del placer en que vivimos con sus «ofertas», van a zancadillear sus propósitos. Y, segundo, por mucho que valgamos, siempre somos «pequeños de estatura». Tenemos que subirnos a algún árbol, a otra esfera, al plano de la fe.

ZAQUEO ABRE SUS PUERTAS.-Hay una frase conmovedora en el Apocalipsis. «Estoy a la puerta y llamo». Es el retrato de un Dios al que no se le abre. ·Lope-de-Vega la inmortalizó en endecasílabos:

«Cuántas veces el ángel me decía: / «Alma, asómate ahora a la ventana». / Y cuántas, hermosura soberana: / «Mañana le abriremos», respondía, para lo mismo responder mañana». No era el caso de Zaqueo. ¿Es acaso el nuestro?

ZAQUEO SE ENTREGA.-El amor, amigos, es una conquista. Una dulce conquista, a la que, según los místicos, corresponde la entrega y el abandono: «Quedéme y olvidéme - el rostro recliné sobre el Amado; cesó todo y dejéme, / dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado». Así cantaba San Juan de la Cruz. Zaqueo, más ducho en «cuentas» y en pragmatismo, dijo: «Desde ahora daré la mitad de mis bienes, y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más».

¡Bendito Zaqueo! A veces solemos cebarnos en los ricos. Pues he aquí hoy el elogio de un rico como Dios manda.

ELVIRA-1.Págs. 271 s.


25. . Frase evangélica: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido»

Tema de predicación: Los FRUTOS DE LA CONVERSIÓN

1. Las riquezas no son malas en cuanto tales, sino en cuanto que proceden, la mayoría de las veces, de la violencia, del despojo, del engaño y de la usura. Zaqueo, en su condición de jefe de los recaudadores de impuestos de Jericó, era un hombre rico. Atento a la cercanía de Jesús, quiso «verlo» y fue «visto» por el Señor.

2. Zaqueo, pequeño de estatura, «trataba de distinguir quién era Jesús», pero la gente se lo impedía. No pretendía comprar a Jesús, ni manipularlo, ni obtener de él su bendición. Al percatarse de la perdición a que le arrastraban sus riquezas, tomó una decisión: bajar del árbol (cambio, viraje) enseguida (sin demora) y dar lo que tenía (generosidad).

3. Jesús es el siervo-profeta alineado con los pobres y oprimidos, que invita a la conversión de todos y a todos ofrece su palabra. El encuentro de conversión, seguido de una comida, es signo del banquete eucarístico de los reconciliados. La «casa» es el entorno familiar de hermanos y amigos, a la vez que el lugar donde se reúne la comunidad cristiana.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Hacemos lo posible para encontrar a Jesús y convertirnos?

¿Somos generosos con nuestros bienes?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 308


26. COMENTARIO 1

¿JUSTICIA O VIDA ETERNA?

¿Cuál debe ser nuestra principal preocupación? ¿Establecer la justicia en el mundo o asegurarnos la vida eterna? Lucas nos habla de dos personajes ricos los dos: uno preocupado por la vida eterna, no quiso seguir a Jesús; el otro, que buscó con interés a Jesús, empezó a practicar la justicia al encontrarse con él. Y a esa práctica Jesús la llamó «salvación».



EL RICO Y EL CAMELLO

Poco antes del evangelio de este domingo cuenta Lucas (18,18-29) el episodio de aquel hombre rico que se acercó a Jesús y le preguntó qué tenía que hacer para entrar en la vida eterna. Jesús le respondió recordándole los mandamientos que se referían al comportamiento con el prójimo, y puesto que los había cumplido todos desde su juventud -el camino hacia la vida eterna estaba, pues, libre-, Jesús lo invitó a preocuparse de este mundo y de esta vida uniéndose a él; pero para ello tenía que cumplir una condición: «... vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza, y anda, sígueme a mí» (Lc 18,22).

Aquel hombre era cumplidor de la ley, como correspondía a un dirigente del pueblo (Lucas dice que era un magistrado), pero no aceptó la invitación de Jesús: su interés se centraba en la otra vida y Jesús lo invitaba a colaborar en la transforma­ción de esta vida contribuyendo a la felicidad de todos los hombres. Pero él no necesitaba que nada cambiara «porque era riquísimo» (Lc 18,23).

Fue entonces cuando Jesús dijo que la riqueza era un obstáculo prácticamente insalvable para entrar en el reino de Dios: « ¡ Con qué dificultad entran en el reino de Dios los que tienen el dinero! Porque es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dios» (Lc 18,24-25).



ZAQUEO SE SALVO

Zaqueo no podía decir que había cumplido todos los mandamientos desde su juventud; como él mismo reconoce, era un ladrón, había extorsionado a la gente. Pero no debía de estar demasiado contento consigo mismo, a pesar de que era rico y tenía un cargo, «jefe de recaudadores», que le aseguraba que su riqueza no iba a dejar de crecer.

Su interés por conocer a Jesús parece que era sincero, porque en seguida empieza a dar los pasos necesarios para superar esos obstáculos. Lo primero que hace es salirse de en medio de la masa, quedándose solo ante su decisión. Co­nocer a Jesús y, sobre todo, seguirlo, debe ser consecuencia de una opción realizada con plena responsabilidad: «Si uno quiere venirse conmigo...» (Lc 14,26), había dicho Jesús a las «grandes multitudes» que lo acompañaban camino de Jeru­salén.

Para superar el problema de su estatura, Zaqueo se sube a un árbol. Pero Jesús le manda bajar: para ir con él nunca fue un problemas el ser pequeño; y se va a comer a casa de aquel ladrón, con gran escándalo de toda la gente: «¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador!», decían.

Zaqueo, tras la experiencia de su encuentro con Jesús, se pone de pie y decide hacerse todavía más pequeño, renunciando a abusar de los demás, rompiendo con la injusticia y repar­tiendo sus riquezas: «Zaqueo se puso en pie, y dirigiéndose al Señor, le dijo: La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo resti­tuiré cuatro veces».



Y ¿POR QUE AHORA NO?

Jesús, al ver la reacción de Zaqueo, declaró algo que sor­prendería a muchas almas piadosas hoy día: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». A lo que allí acaba de ocurrir Jesús lo llama «salvación». Una salvación ya presente, una salvación que se refiere a esta vida, una salvación que, a los ojos de los ricos de este mundo, es una ruina. Pero una salvación que, desde ese mismo instante, empezaba a ser compartida por los que habían sido empobrecidos por la injusticia que Zaqueo había practicado y de la que acababa de salvarse.

Parece que las cosas han cambiado. A nadie, con excep­ción quizá de algunos extremistas radicales, le resulta incom­patible la riqueza y el seguimiento de Jesús. Hoy parece que la más estricta ortodoxia se inclina a preocuparse preferente­mente por la vida eterna. ¿Y ahora...? ¿Cómo es que hay ricos que dicen que son seguidores de Jesús sin dejar de ser ricos? ¿Cómo es que a nadie le extraña que los injustos se encuentren con Jesús en la eucaristía, por ejemplo, y sigan siendo injustos? Y si Jesús llamó salvación a la práctica del amor y de la justicia social, ¿por qué hoy, cuando se dice «salvación», se entiende siempre y solamente «vida eterna»?


27. COMENTARIO 2

ZAQUEO, EL ARCHIRRECAUDADOR DE IMPUESTOS,

BLANCO DE TODOS LOS DESPRECIOS

En el marco de una sociedad teocrática como la de Israel, invadida por una nación extranjera y obligada a pagar pesadísi­mos impuestos de guerra, la figura del «recaudador», aunque fuese de nacionalidad judía, era el símbolo del renegado y mer­cenario al servicio del poder despótico de Roma. Zaqueo, nom­bre propio, señal de realismo histórico, presentado como «jefe de recaudadores de impuestos» y «rico» (19,2), polariza en su persona todas las iras de la sociedad israelita, puesto que se había enriquecido a costa de la miseria del pueblo sometido. Por eso se recalca que «era bajo de estatura»: no tenía la altura adecuada para poder ver a Jesús. Con todo, «quería ver quién era Jesús, pero no podía hacerlo a causa de la multitud» (19,3). Un «ver» parecido se había constatado a propósito de Herodes (9,9, cf. 23,8). Pero, a diferencia de Herodes, no espera a que se lo traigan, sino que «se adelantó corriendo (forma semítica de ex­presar las ganas de realizar algo), se subió a una higuera (símbolo de Israel, del que había sido excomulgado), para verlo (la repe­tición del tema subraya el interés y la finalidad), porque Jesús iba a pasar por allí» (19,4). Con una serie de rasgos, Lucas nos ha descrito la calidad del personaje y sus intenciones.



LA «TRAICION» DE RAAB, LA PROSTITUTA /

DE ZAQUEO, EL ARCHIRRECAUDADOR

Para interpretar esta escena nos hemos de guiar por el pasaje de Josué 6, según la versión griega de los Setenta. Raab, la prostituta, y Zaqueo, el archirrecaudador, son figura (femenina y masculina) del hombre marginado por una determinada socie­dad. Josué (en griego, «Jesús») / Jesús, al entrar en Jericó, «sal­van» respectivamente a Raab y su familia (Jos 6,17.23.25) / y a Zaqueo, en representación de todos los marginados israelitas (Lc 19,9-10). Las marcas que relacionan estos dos pasajes son muy indicativas, pero difíciles de traducir a nuestras categorías. Raab dio alojamiento a los emisarios/espías de Josué, y salvó así su vida y la de toda su familia; Zaqueo dará acogida a Jesús. Uno y otro son considerados traidores por sus respectivas sociedades. La «traición» de Zaqueo recaerá sobre Jesús, como veremos en seguida, y se volverá contra él en la traición de Judas, «uno de los Doce», que encarna - como indica su nombre: «Judas/ju­daísmo» - los valores nacionales del pueblo judío (22,3s).



ZAQUEO, QUE SE ENCARAMA AL TEMPLO,

ENCUENTRA LA SALVACION EN SU CASA

Lucas es un maestro en el arte de relacionar escenas. El texto prosigue: «Cuando (Jesús) llegó a aquel lugar...» (19,5a). «El lugar», con artículo (aquí lo lleva), siempre dice relación en los evangelios con el templo, el Lugar por excelencia. (Los lugares altos son siempre los emplazamientos escogidos para edificar ermitas, iglesias o templos.) Zaqueo, el excomulga­do, se ha encaramado al punto más alto de la institución religiosa, convencido de que desde allí podrá ver a Jesús, a quien él todavía identifica con lo bueno y mejor de la sociedad religiosa, de la cual se ha automarginado por intereses personales y crematísti­cos. En el libro de Josué hay una expresión que puede iluminar la presente: «El general del ejército (lit. "el archiestratega", a comparar con el "archirrecaudador") del Señor dijo a Josué: "Desátate las sandalias de tus pies, porque el lugar sobre el que te encuentras es santo" » (Jos 5,15). Pero, para Jesús, «el lugar» ya ha dejado de ser «santo». (De hecho, está subiendo a Jerusalén para enfrentarse con él.) Por eso le dice: «Zaqueo, baja en seguida (no fuera que equivocadamente se afianzase en la institución religiosa a la que se había encaramado), porque hoy (el presente salvífico) tengo que (la forma griega impersonal connota el desig­nio divino) alojarme en tu casa» (19,5). Jesús contrapone «el lugar» a «la casa»: empieza a vislumbrarse la futura «casa» de la comunidad de salvados provenientes del paganismo, de quie­nes el «archirrecaudador» es figura representativa en el Evange­lio. «El bajó en seguida (obedece puntualmente: la repetición subraya la presteza con que se aleja de la institución) y lo recibió muy contento» (19,6). La alegría es señal aquí de estar en línea con el proyecto de Dios sobre el hombre. Las caras tristes son reveladoras. La presencia de Jesús conlleva siempre alegría en la comunidad que lo acoge.



CRÍTICA DE LOS INSTALADOS AL PROYECTO LIBERADOR

DE JESUS

La historia -por lo visto- se repite. «Al ver aquello, todos se pusieron a criticarlo diciendo: "¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador!"» (19,7). El hombre no les importa; lo que les importa es que sea un descreído (hoy diríamos un ateo) y que Jesús haya entrado en contacto con él: se ha convertido en impuro porque, en el diálogo con él, se ha imbuido de sus categorías y manera de pensar. No es la primera vez que se lo echan en cara, sino la tercera (cf. 5,30, caso de Leví, y 15,2, cuando «se le iban acercando todos los recaudadores y descreí­dos»). Y a la tercera... Lo que es muy indicativo es que aquí se diga con énfasis que sean «todos» los que se ponen a censurar a Jesús: la primera vez los criticadores eran los fariseos y sus letrados/teólogos del sistema, y el reproche lo dirigían a los discípulos de Jesús con idénticas censuras (5,30); la segunda eran «tanto los fariseos como los letrados» los que censuraban, y el reproche iba dirigido indirectamente a Jesús: «Este (despec­tivo) acoge a los pecadores (descreídos) y come con ellos» (15,2); la tercera, en cambio, son «todos», sin más precisiones.

¿Quiénes son esos «todos»? Evidentemente que detrás se ocultan los defensores acérrimos del sistema. Pero ¿y los discípu­los? ¿Acaso también éstos se habrían dejado imbuir por el siste­ma, haciendo frente común con ellos contra el archienemigo de la patria? Es muy posible, ya que Lucas, en realidad, ha hecho entrar en Jericó solamente a Jesús. (Los demás, por lo que se ve, ya estaban allí.) La crítica que les dirigieron al principio (5,30) habría hecho mella en ellos finalmente. Dentro de ese tríptico imaginario, los relatos de Leví y Zaqueo constituirían las tablillas laterales, mientras que en el centro se encontrarían «todos los recaudadores y descreídos», que habrían dado pie a la parábola central (véase 15,3: «Entonces les expuso esta pará­bola», en singular, a saber: las analogías de la oveja perdida y de la moneda o dracma perdida y la parábola propiamente dicha de los dos hijos, el joven/pródigo y el mayor/esquivo). Así todo quedaba atado y bien atado.



LA RAZON DE SER DE LA QUINTA COLUMNA

Ya hemos visto antes que Raab y Zaqueo son personajes paralelos: la mujer representaba la quinta columna dentro del territorio del enemigo, puesto que ayudó a Israel a conquistar la ciudad; aquí es Zaqueo. Ahora veremos cuál es la contribución que presta a Jesús, el nuevo Josué, en la «conquista» de la socie­dad: «Zaqueo se puso en pie y, dirigiéndose al Señor, le dijo: "He aquí que la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si he estafado algo a alguien, se lo restituiré cuatro veces"» (19,8). La decisión de Zaqueo sobrepasa con mucho lo que estaba prescrito en el Levítico (véase Lv 5,20-26) para repa­rar un fraude. Cumple de sobra lo que Juan Bautista exigía a los recaudadores que se le acercaban para bautizarse: «No exijáis más de lo que tenéis establecido» (Lc 3,12-13). Zaqueo está dispuesto a luchar por una sociedad más justa, él que era el símbolo personificado de toda injusticia. En el fondo, esto no gusta a los teólogos del sistema judío, porque, a la larga, si no a rascarse el bolsillo, a lo que no están dispuestos, se verán obligados a recoger velas, en la medida en que se les escape el poder de las manos, cifrado como siempre en el dinero. La quinta columna es, pues, el super-rico que, en lugar de venderse por dinero, como había hecho hasta entonces (se entiende que se le compare con la prostituta), está dispuesto a servirse del injusto dinero para ganarse a los pobres. Dentro de la fortaleza de los ricos, que tienen sus bancos a manera de torre de home­naje... al dios Dinero, y su apartheid amurallado, a fin de no oír el clamor de los miserables, bien aconsejados por sus propios predicadores moralizantes, se ha abierto una brecha, que a la larga destruirá el sistema. Entre tanto, demos vueltas y más vuel­tas y toquemos trompetas, pues, desde el sistema, hay quienes promueven la justicia y están a punto de entregarnos la ciudad.



TODOS LOS QUE PROMUEVEN LA JUSTICIA ESTAN SALVADOS

Jesús le contestó: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán» (19,9). Jesús no le propone renunciar a todos sus bienes ni lo invita a seguirlo para hacerse discípulo suyo, como había hecho con el recaudador Leví (5,27) y con el magistrado rico (18,22). Por un lado, se subraya nueva­mente (repetición de la palabra «hoy») que la salvación ya es un hecho en esta comunidad humana representada por Zaqueo; por otro, es restituido al linaje universal de Abrahán, del cual había sido excluido. Una nueva paradoja: ahora resulta que los exclui­dos/sometidos a la institución (Zaqueo/la mujer encorvada) son «hijo»/«hija de Abrahán» (19,9/13,16), mientras que los que alardeaban de «tener por padre a Abrahán» (3,8a), tuvieron que escuchar de boca de Juan Bautista: «Os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacarle hijos a Abrahán» (3,8b). Las «piedras» deben ser aquellos a quienes ellos, los seguros y observantes, tienen por pecadores/descreídos, encorvados/sometidos a su al­bedrío. La reintegración de Zaqueo a la casa de Israel recuerda de cerca la conclusión de la escena de Raab: «Josué perdonó la vida a Raab, la prostituta, y a toda su familia paterna, y vivió en medio de Israel hasta el día de hoy» (Jos 6,25).

La última frase: «Porque el Hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo» (19,10), es la clave que traba el tríptico imaginario antes citado. De hecho, en términos equi­valentes, la encontramos en las tres tablillas (Leví: 5,32; centro: 15,7.10.24.32; Zaqueo: 19,10). Ahora bien: mientras que Leví fue invitado por Jesús a integrarse en su comunidad, la comuni­dad del reino, y Zaqueo ha sido reintegrado a la casa de Israel, de los recaudadores y descreídos que se acercaban en masa a Jesús en el centro de ese tríptico no se dice explícitamente ni una cosa ni otra. Es cierto que la parábola y las dos analogías que la preceden hablan de un encuentro/retorno de lo que estaba muerto/perdido, pero Lucas deja abierto, intencionadamente, el relato. Será en el libro de los Hechos donde retomará la temática de ese relato central, con el fin de ejemplarizar con nombres y apellidos la entrada /encuentro/retorno de los paganos a la comu­nidad cristiana, lo que provocará -como era de esperar y, des­graciadamente, habrá que seguir esperando- la reacción fanáti­ca de los que se tienen por justos/puros/observantes (cf. Hch 11,2s; 15,1.5).

Jesús, el Hombre, viene a buscar al hombre con el fin de salvarlo de la situación de autodestrucción en que él mismo se había sumergido, después de que haya experimentado en su propia carne la marginación a que lo ha conducido la falsa escala de valores de la sociedad.


28. COMENTARIO 3

"Se busca" es el encabezamiento de un conocido cartel de los años setenta, que representaba el rostro de Jesús de quien se hacía esta descripción: "amigo de vagos y maleantes, demagogo provocador del pueblo, compañero de borrachos y gente de mal vivir, fuera de la ley; agitador político, elemento subversivo para el orden constituido". El texto terminaba ofreciendo una recompensa por su captura.

Este cartel resultaba incómodo no sólo a los cristianos, sino también a muchos ciudadanos de bien, que lo consideraron "una falta de respeto, una provocación e incluso, en su caso, una presentación blasfema de Jesús". La actitud de esta gente nos transporta a la sociedad en que vivió Jesús. También entonces su persona y su comportamiento despertaban semejante reacción. Por una sencilla razón: Jesús no sólo dirigía su mensaje a los marginados de la sociedad judía, sino que hacía de ellos el centro de su misión; más aún, se les asemejaba, haciéndose uno de ellos.

No es de extrañar, por tanto, que el cartel resultase también incómodo a la Iglesia, cuyos objetivos pastorales prioritarios no son los marginados, y cuyo internacionalcatolicismo no ha arraigado ni en las masas obreras, ni en las capas inferiores de la sociedad. Por eso, no está de más volver la mirada hacia los inicios del movimiento cristiano y redescubrir que la imagen de Jesús, que ofrecía aquel cartel, no era tan descaminada como se pretendía. Destacaba uno de los rasgos más acusados de la personalidad del Maestro: su solidaridad con los marginados del sistema, entre los que Zaqueo, a pesar de ser jefe de recaudadores y muy rico, se encontraba.

Dice el Evangelio que "entró Jesús en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. En esto un hombre, llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores y muy rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era de baja estatura". Como rico, Zaqueo no tiene la talla adecuada para ver a Jesús. Por eso, cuando Jesús lo ve -es Jesús quien lleva la iniciativa y no Zaqueo, lo llama y se encuentra con él, se produce el inicio de su conversión: "la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero -tarea cotidiana en las aduanas del país-, se lo restituiré cuatro veces". Este rico cumple ahora creces las exigencias de justicia de Juan Bautista para con quienes se le acercan (compartir, no exigir más de lo establecido, no extorsionar, Lc 3, 10-14), pero Jesús exige más: hay que estar dispuesto a darlo todo. Tal vez por esto no lo invita a ser su discípulo, aunque ya ha entrado la salvación en su casa en la medida en que está dispuesto a dar (aunque sea la mitad) y devolver lo extorsionado.

La misión de Jesús consistía en "buscar lo perdido para salvarlo". "Lo perdido", en este caso, era Zaqueo cuyo nombre, derivado del hebreo "zacah", significa "puro, íntegro, justo". Ironías de la vida, pues nadie lo consideraba como tal. Zaqueo era jefe de recaudadores, judío colaboracionista con los romanos; cobraba impuestos que Roma destinaba, al parecer, al fomento del culto a los ídolos. Los recaudadores, además, tenían merecida fama de ladrones, pues cobraban, por lo general, más de lo que estaba tasado, enriqueciéndose de este modo.

El hecho de que Zaqueo fuese considerado pecador, por ladrón y colaboracionista, no impidió a Jesús entrar en su casa a comer con él. En el transcurso de aquel encuentro, Zaqueo sintió deseos de cambiar: se comprometió a dar la mitad de sus bienes a los pobres, el máximo de la espontánea limosna estaba fijado por los rabinos en el quinto del haber, y a devolver el cuádruplo de lo robado, el libro del Levítico prescribía sólo la obligación de devolver el 20 %, una quinta parte. Zaqueo se comprometió mucho más de lo que las leyes exigían.

La práctica de Jesús de dirigirse a los marginados por la religión oficial o por la sociedad (recaudadores, leprosos, enfermos, prostitutas, ladrones, etc.) no fue infructuosa, como lo muestra el caso de Zaqueo. El precio de esta práctica lo pagó Jesús al ser considerado uno más de ellos.

Otro gallo le cantaría a la Iglesia si se decidiera, de una vez para siempre, a cambiar de táctica centrando sus objetivos pastorales en los marginados. Sólo así podría ser fiel a la misión de Jesús que vino a salvar lo perdido, pues "no necesitan médico los sanos, sino los enfermos" (Lc 5, 32).

En esta escena evangélica se muestra el Dios de Jesús que, como dice la primera lectura del libro de la Sabiduría (11,22 - 12,2), "se compadece de todos... cierra los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan". Nadie queda excluido de su amor: "amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho... A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida".

Pablo, consciente de la nulidad de la fe que no va acompañada de obras, pide en la segunda carta a los Tesalonicenses (1,11 - 2,2) que la fe en Jesús se traduzca en obras, como el único modo de dar gloria a Jesús, nuestro Señor.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Rius-Camps, El Exodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro Córdoba.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).