34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXI
CICLO C
1-10


1. DESEO/BUSQUEDA: CV/RIDICULO.

Pero antes de empezar a subir, Zaqueo tuvo que quitarse la chaqueta. Quiero decir: se despojó de su propia dignidad. Desafía el ridículo con tal de ver a Jesús. Lo mismo que un hombre que tiene que transportar un armario, se quita la chaqueta y la deja en la percha, así Zaqueo, el director de aduanas, se quita la chaqueta de su propia respetabilidad y la cuelga en las narices de la gente. Zaqueo, el pecador público, realiza un gesto que podría entrar en los más notables tratados de ascética. Se "desviste" de su propia dignidad, compostura, seriedad, prestigio. Se libra de todas las trabas sociales. Manda al diablo las buenas formas. A Zaqueo le importan un bledo todos los comentarios hirientes de la multitud. Desafía a las burlas, a las risas, con tal de ver quién era Jesús.

El que quiera ver a Jesús, tiene que llevar a cabo una acción de ruptura con la gente. No dejarse arrastrar. Sino salir fuera, correr por delante, quemarse los ojos en una búsqueda personal.


2. 

La persona de Jesús aparece una vez más como la gran revelación de la misericordia divina: pasa por Jericó dirigiéndose a Jerusalén (simbolismo de la participación de Jesús en los sufrimientos del Hombre, que queda aún más destacado con la auto-invitación de Jesús en casa de Zaqueo); como en tantas otras ocasiones come con los pecadores (Zaqueo) para manifestar que ha venido a "buscar" y a salvar a los que tenían necesidad de médico... La palabra "buscar" pone en conexión la escena de Zaqueo con las parábolas de la misericordia: el pastor "busca" la oveja, la mujer "busca" la moneda, el hijo busca -Zaqueo se sube a un árbol-... para ver quién era Jesús- y el padre lo ve cuando aún estaba lejos -Jesús levantó los ojos y dijo a Zaqueo...-. La misericordia de Jesús es la misericordia de Dios, descrita en la primera lectura: "Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho". Esta misericordia, por otro lado, permanece siempre incomprensible para los que se autojustifican: todos criticaban a Jesús (recordemos la escena de la pecadora en casa del fariseo, y tantas otras...).

Zaqueo, a su vez, es la imagen del "pobre", el pecador que reconoce su pecado y se convierte eficazmente. Hay un ejercicio de todas las enseñanzas del camino en su persona: la búsqueda de Jesús, la conversión sincera, la correcta utilización de las riquezas engañosas, la oración humilde y sin engaño. Las parábolas de la oración y las advertencias sobre las riquezas -frecuentes durante este ciclo de Lucas- confluyen en esta escena. El encuentro entre Jesús y Zaqueo es un acontecimiento de salvación: "¡Hoy ha sido la salvación de esta casa!". Los Hechos de los Apóstoles nos traen repetidas noticias de las "casas", es decir, de las familias que entran en la comunidad de los salvados por la fe y el bautismo. Este acontecimiento es personal -"¡éste!"- pero enlaza con la comunidad de los creyentes -"es hijo de Abrahán"- y se enmarca dentro del gran designio universal de la salvación que Cristo trae al mundo: "el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". No hay limitaciones para la salvación, del mismo modo que también es universal la realidad del pecado del hombre. ("Te compadeces de todos..., cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan": primera lectura).

El "hoy" de Jesús en casa de Zaqueo es válido especialmente para nuestra celebración eucarística. No en vano la perícopa de Zaqueo ha sido utilizada por la liturgia como evangelio de la dedicación de las iglesias. La presencia de Jesús "constituye" la casa del hombre en el verdadero templo, donde Dios y el hombre se encuentran en el acontecimiento de la salvación (es también la idea de Mt 18. 20). Es especialmente en la Eucaristía donde se nos ofrece constantemente la salvación de JC.

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1983/20


3. CV/ZAQUEO 

-Zaqueo, ¿un hombre rico que se convierte?

Una vez más Jesús se acerca a los pecadores y a los marginados de la buena sociedad y comprueba que son precisamente éstos los que mejor reciben el Evangelio. La conversión de Zaqueo es admirable y constituye desde el punto de vista de la fe, un verdadero milagro de la gracia de Dios.

Porque Zaqueo era un hombre rico, y Jesús había dicho que "es más fácil que un camello pase..." Aunque también había dicho que "lo que es imposible para los..." (Lc 18. 25-27). Con todo, hay que advertir también que Zaqueo no era lo que se dice un rico en todos los aspectos. Le faltaba rango y categoría social, pues era un publicano. Pertenecía, por lo tanto, a uno de los grupos marginados de Israel, lo mismo que los samaritanos, y era considerado por todo el pueblo como un pecador público.

Zaqueo no podía esperar, en consecuencia, que el profeta de Nazaret se hospedara en su casa, ni siquiera se atrevía a mezclarse con los seguidores de Jesús y tenía que contentarse viéndolo pasar, con un poco de suerte, por debajo de la higuera a la que se había subido. Pero Zaqueo, al pensar de esta manera, se equivocaba, ignorando que su condición de marginado era justamente lo que le hacía a los ojos de Jesús destinatario del evangelio.

Lo malo para entrar en el Reino de Dios no es sólo la riqueza, sino especialmente, la "buena conciencia" que tienen los ricos en general. Lo malo es que los ricos están además satisfechos de la vida y de su vida, satisfechos de su riqueza y de sus limosnas, llegando a pensar que aquélla es una bendición del cielo y una ocasión que Dios concede a los buenos para que sean todavía mejores. En cuyo supuesto, los ricos se bastan y se justifican a sí mismos, haciéndose impermeables al anuncio y a la denuncia del evangelio y ajenos al reinado de Dios y su justicia. La ventaja de Zaqueo frente a estos ricos, respetados en la sociedad, es que él no halla nada y a nadie que pueda justificar su riqueza. La marginación que padece le ayuda a no falsificar su conciencia, engañándose a sí mismo y teniéndose por un bendito de Dios. Considerado por todos como un pecador público, Zaqueo no se tiene a sí mismo por justo.

-La conversión de Zaqueo es ejemplar, porque es eficaz y realista. Zaqueo no es un rico que, de pronto, se haga pobre en espíritu, cambie sólo sus sentimientos y no su condición. Más bien se trata ya de un pobre de espíritu, de un hombre que conoce su propia miseria espiritual, y que se hace pobre de verdad, repartiendo su hacienda a los pobres y devolviendo con creces lo que había robado. No se limita a dar señales de buen corazón, no hace limosnas sino justicia. Y con esto satisface a todo el mundo y no tranquiliza solamente su conciencia. El realismo de la conversión de Zaqueo descubre la hipocresía de tantas confesiones rutinarias que no tienen en absoluto repercusión alguna en las relaciones con los demás, como si todas las cuentas a saldar fueran cuentas del alma con Dios o simples deudas "espirituales".

-El gozo de la conversión. La conversión es la respuesta a la Buena Noticia, lo mismo que la fe. Es, por lo tanto, o debiera ser en cualquier caso, una respuesta gozosa. Zaqueo hace lo que debe y responde gozosamente al evangelio. Su decisión se enmarca seguramente en una comida de fiesta, a la que se ha invitado Jesús. Podemos afirmar que aquello fue como una eucaristía y que toda eucaristía es un banquete en el que Jesús, el Señor, se sienta a comer con los pecadores.

En efecto, la eucaristía es una fiesta de reconciliación. No sólo de los hombres con Dios por medio de J.C., su enviado, sino también de todos los hombres en J.C., que es el hermano universal. Si la fracción del pan es el símbolo del amor y de la convivencia fraterna, el vino es el símbolo de la fiesta que celebra dicha convivencia. Si el pan es la vida compartida, el vino es la abundancia de la vida que Jesús ha venido a traer a la tierra.

EUCARISTÍA 1077/51


4.

-Jesús tenía que pasar por allí.

Desde el cap.15 del evangelio de Lucas vamos dando vueltas a las mismas ideas: riqueza y conversión, cercanía de Jesús a los pecadores y críticas de los líderes del pueblo. Jesús explica su posición tanto en parábolas como con esa parábola viva que es su actuación. Es el caso del texto de hoy. Se trata de un encuentro de Jesús con un hombre rico y pecador criticado por los piadosos. El encuentro produce la transformación de Zaqueo. Es un maravilloso proceso.

Todo comienza con la inquietud de Zaqueo. No sabía quién era Jesús, pero "trataba de distinguirlo". Y esto hemos de entenderlo en ambos sentidos, físico y moral. No sólo distinguirlo "visualmente" sino llegar a identificarlo. ¿De dónde la sospecha de que "alguien" interesaba tanto como para conmover su vida, ya llena de honores y riqueza? No se nos dice, pero quizá reproduce el estado de ánimo de muchos de nuestra generación, que posee más recursos de los que nunca ha dispuesto el hombre y, sin embargo, alimenta la sospecha de que ha de buscar algo más importante para su vida. No sabe qué ni quién. Trata de identificarlo y distinguirlo. Esa inquietud e insatisfacción bastará a Jesús.

Zaqueo contará con dos dificultades: era bajo de estatura y la gente se lo impedía. De nuevo, constataciones físicas y existenciales a un mismo tiempo. A pasar de todos los pesares, lleno de poder, riqueza y prestigio, el hombre es de pequeña estatura cuando trata de acercarse al misterio de Dios, también cuando se aproxima a un semblante tan humano como el de Jesús.

Precisamente es la gente quien lo impide. Ese pulular impresionante de actitudes, opiniones, actividades, estreses, ofertas, que se dan en el camino de nuestra vida, no siempre facilitan "distinguir quién es Jesús".

Pero de una cosa estaba seguro Zaqueo, Jesús "tenía que pasar por allí". Son los dos rasgos que pueden preparar al hombre moderno también para el encuentro con Jesús. La insatisfacción que le empuja a buscar y distinguir a alguien cuya existencia se intuye, y la sospecha de que está ahí en medio de nuestra vida, en nuestras calles y ciudades, y que podemos llegar a descubrirlo, a pesar de nuestra pequeña estatura y de que la gente en su histérico ir y venir lo dificulte.

-Hoy tengo que hospedarme en tu casa.

Zaqueo "trataba de distinguir", quería "identificar", deseaba "ver". Jesús cambia cualitativamente las expectativas y desea llegar a la intimidad de la persona, a su casa. Zaqueo ha de bajar de lo alto del árbol donde contempla, para alojar a Jesús en su casa, donde se convive.

El encuentro es gracia, cuando se percibe que Dios no se contenta con dar respuesta a nuestras preguntas, sino que en Jesús quiere entrar en nuestra casa, compartir nuestra vida. Alojarse con nosotros significa participar de nuestra hospitalidad, entrar en nuestra intimidad, participar de nuestra mesa.

Lo recibió muy contento. Claro. Quien abre sus puertas a Jesús cae en la cuenta de que no es él el que da, sino el que recibe. Está ya preparado para la transformación gratuita.

-Todos murmuraban. Curioso es que el evangelista no singulariza la murmuración sino que la universaliza. ¡Qué desconcierto cuando Jesús quiere aproximarse a círculos que caen fuera de la institución, que no tienen buenas relaciones con el sistema religioso! Lucas lo repite una y otra vez. Y remata la narración con esa consoladora y evidente afirmación: "El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".

¡Qué amigos somos los cumplidores, los "religiosos", los "responsables institucionales", de decir a Jesús a quiénes se puede aproximar y de quienes se tiene que alejar! Como si la salvación fuera el resultado de una "justicia" y un "cumplimiento" que, por supuesto, nos atribuimos a nosotros.

-Daré a los pobres la mitad de mis bienes.

La transformación cristiana es producto de un encuentro con Jesús más que de un voluntarismo ético. Es más, podemos sospechar de las personas piadosas cuya vida no se siente sacudida y necesitada de decisiones radicales. Lo que resulta curioso es el campo elegido por Zaqueo (y por Lucas) para tomar esas decisiones radicales: el de la riqueza.

Zaqueo no toma decisiones tan sanas como acudir al templo con más frecuencia, o acercarse arrepentido a los líderes religiosos, o estudiar a fondo la Ley y sus preceptos. Las decisiones que brotan cuando Jesús entra a fondo en su casa tienen que ver con la riqueza y con una aproximación a los pobres. ¡Ese es el lugar de discernimiento de la sinceridad de su conversión! Y Jesús parece ratificarlo cuando, después de escuchar las decisiones de Zaqueo, exclama: "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Alguno de nosotros a lo mejor hubiera tenido la tentación de acusar a Zaqueo de temporalismo. De poner la conversión a nivel de los bienes materiales. Jesús es mucho más profundo que nosotros. Y sabe que compartir lo material es un problema espiritual en el que se reconoce a Dios como Padre de todos los hombres.

Y uno no puede por menos de recordar el desenlace de un episodio paralelo en Lc 18. 18-25, en que un hombre observante y muy piadoso, que había cumplido la Ley desde joven, se puso muy triste y volvió la espalda sin seguir a Jesús "porque era muy rico", suscitando el comentario del Maestro: "¡Con qué dificultad entran los ricos en el Reino de Dios!".

JESÚS M. ALEMANY
DABAR 1989/54


5. RIQUEZA/CV  

El caso de Zaqueo, el aduanero de Jericó, es un caso muy interesante de conversión al evangelio. Zaqueo era en su tiempo lo que hoy llamaríamos un indeseable, un hombre despreciado por su profesión y digno de desprecio por su conducta poco escrupulosa. Zaqueo, pecador público lo mismo que pastores y prostitutas en la sociedad judía de entonces, compartía la mala fama que acompaña siempre y en todas partes como una sombra a los marginados sociales. Era un hombre rico desde el punto de vista meramente económico, y en esto coincidía con muchas personas honorables y bien situadas; pero no era más que un pobre hombre desde el punto de vista del prestigio social, y en esto coincidía con todos los pobres del mundo. Ahora bien, en la medida en que Zaqueo era solidario con la suerte de los pobres pertenecía, sin saberlo, al número de los destinatarios del Evangelio.

Cuando Jesús ya estaba llegando a Jericó, el pobre Zaqueo se apresura a subirse a los árboles como un chiquillo para verlo pasar. Ni por un momento puede abrigar la pretensión de que Jesús se fije en su persona y, mucho menos, que se detenga para hospedarse en su propia casa. Ni Zaqueo ni los honorables fariseos, ni la buena gente en general, podían imaginar semejante ocurrencia de Jesús. Sin embargo, el amor de Dios ya había salido en aquella hora para alcanzar a Zaqueo y sorprender el buen criterio de los fariseos y de la buena gente. Pues, en contra de todo cuanto suele pensarse, "el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido".

En el caso de Zaqueo, Jesús comprueba una vez más que su evangelio tiene mejor acogida entre los que llaman "malos" que entre los "buenos de toda la vida". Mientras la gente murmura de Jesús, escandalizada, porque se ha ido a hospedar en la casa de un pecador, Jesús exclamaría lleno de gozo por la sincera conversión de Zaqueo: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán".

La conversión de Zaqueo es admirable, porque se trata de la conversión de un rico y es muy difícil que los ricos se conviertan con todas sus consecuencias. Zaqueo no se queda en palabras piadosas, y pasa decididamente a la acción: reparte, devuelve todo lo que ha robado e incluso más. Y esto es tan difícil como obligar a un camello a pasar por el ojo de una aguja. Sí, ya sabemos que los ricos se confiesan y hasta hacen limosnas; pero esto no es aún la señal inequívoca de una conversión auténtica al Evangelio que cambiaría no sólo la vida de los ricos, sino también la situación miserable de los pobres.

Ciertamente, conversiones como la de Zaqueo son milagros muy raros y de primera magnitud. La dificultad de la conversión de los ricos aumenta hasta lo imposible cuando los ricos en dinero son también ricos "en buenas obras". Por ventura para Zaqueo, él no tenía nada más que dinero y no podía presumir de ser un hombre piadoso y cumplidor de la Ley. Si el Evangelio es para los pobres y para los pecadores, nada se opondrá tanto al Evangelio como la actitud típica de un cierto capitalismo que pudiéramos llamar integral. Me refiero al capitalismo del alma y del cuerpo, de las "buenas obras" y mejores dividendos. Pues el capitalismo económico se traduce en capitalismo espiritual y halla en él su complemento. En aquellos tiempos de Jesús los genuinos representantes de este capitalismo espiritual eran los fariseos, aquellos hombres que se consideraban a sí mismos por justos y despreciaban a los demás.

Pero la herencia de los fariseos no se ha extinguido en absoluto, la podemos ver hoy muy cerca de nosotros y en nosotros mismos, "cristianos practicantes", cuando nos tenemos por buenos y criticamos sin compasión a los demás. Los capitalistas del espíritu, los de ayer y los de hoy, están siempre poseídos de su propia justicia y no conocen aquella verdadera justicia que viene gratuitamente de Dios para cuantos reconocen su pecado. Nosotros somos así cuando nos atenemos únicamente a la ley y a las buenas costumbres para sentirnos seguros, pero resistimos a las inspiraciones del amor y no queremos correr la aventura de la esperanza cristiana. Somos así cuando no sólo nos preocupamos de hacer "méritos" para cobrarlos a buen precio así en la tierra como en el cielo. Y cuando somos así, ya no podemos entender nada del maravilloso despilfarro del amor de Dios que justifica al impío, ni la generosidad de los que responden a la llamada del Evangelio sin la tasa de la Ley.

Con frecuencia el capitalismo espiritual coincide en las mismas personas con el capitalismo económico. En este supuesto, además de llevar la contabilidad de las prácticas religiosas y limosnas, llevan también la contabilidad minuciosa de sus ganancias materiales. La religión se convierte entonces fácilmente en un pretexto para hacer otros negocios y hasta se negocia con ella.

Si los ricos no hicieran negocio a su manera con la religión, ésta les costaría muy cara, pues nada hay tan exigente para los ricos como el Evangelio. A Zaqueo le costó su fortuna. Pero Zaqueo recibió en cambio toda la riqueza que Dios ha prometido a los pobres.

EUCARISTÍA 1974/60


6. RUTINA/COSTUMBRE 

1)El juego entre Zaqueo y Jesús. Vale la pena repasar el proceso del encuentro entre Zaqueo y Jesús y aplicárnoslo a nosotros.

Jesús pasa (¡Jesús siempre pasa!). Zaqueo tiene interés (no sólo pura curiosidad) en verlo. Jesús toma la iniciativa del encuentro, y una iniciativa tan fuerte como es entrar en casa de un publicano (un pecador público, un colaboracionista, un extorsionador). Y Zaqueo responde generosamente a la iniciativa de Jesús.

Puntos de aplicación. Primero, preguntarnos qué interés tenemos nosotros, cristianos de toda la vida, en ver "pasar" a Jesús, en escucharlo, en sentir que continúa siendo una "novedad" para nosotros, en notar que continúa teniendo muchas cosas que decir a nuestra vida. Segundo, darnos cuenta que la iniciativa de venir a nuestra casa es suya, siempre es suya, y gratuita; ante esta iniciativa, Zaqueo se siente infinitamente sorprendido y agradecido, mientras que nosotros lo tenemos como la cosa más normal del mundo, de manera que esta constante iniciativa salvadora de Jesús no nos renueva como renovó a Zaqueo. Y tercero, nuestra respuesta generosa.

2)La conversión. Es nuestra respuesta generosa. El domingo pasado, el publicano tan sólo llegaba a expresar su sentimiento de pecado y de debilidad. Hoy da un paso más. El publicano se ha encontrado con Jesús, y este hecho le empuja a cambiar de vida. Y la conversión de Zaqueo se realiza en un aspecto clave de la vida de todo hombre, según el mismo Evangelio proclama una y otra vez: el uso del dinero. La conversión de Zaqueo tiene dos partes: primero, independientemente de la legalidad de las ganancias, da la mitad a los pobres (toda acumulación de riqueza, mientras haya pobres, es inmoral, por más que sea legal); después, se dispone a restituir con creces todas las estafas cometidas.

3)La Iglesia, nuestra casa comunitaria que Jesús visita. El evangelio de Zaqueo es un texto típico de las misas de dedicación de una iglesia. Y sin que haya que explicar necesariamente esa peculiaridad litúrgica a la asamblea, sí que se puede plantear el valor que tienen las iglesias, las "casas de la iglesia". Son nuestra casa comunitaria, y Jesús entra y permanece en ella. Se puede valorar el tiempo de oración personal ante el Santísimo, o todo tiempo de plegaria privada. Y, sobre todo, valorar el momento en el que la iglesia realiza más su función: la celebración de la Eucaristía. Y preguntarnos si la vivimos como una presencia de Jesús en medio de nosotros, a través de la Palabra, del Pan y el Vino, de nuestro silencio interior vivido en comunidad, de nuestros cantos... Y preguntarnos si respondemos a la visita que Jesús nos hace en la Eucaristía como Zaqueo respondió: con ansias de vivir más auténticamente el camino del Evangelio.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1989/21


7.

-"Nadie me había tomado nunca en serio".

"Nadie me había tomado nunca en serio". Lo decía con lágrimas en los ojos un personaje de armas a un monje, después que éste lo hubo escuchado largamente. Y el don de la ternura empezó a reverdecer nuevamente en aquel hombre.

Hermanos, ¿no experimentamos a veces, nosotros, una carencia semejante en nuestra vida de fe? Podemos cumplir maquinalmente los llamados "deberes cristianos" y, al mismo tiempo, experimentar en nuestro interior una quemazón y un endurecimiento progresivos... Claro que oímos todos los domingos, en la celebración de la Eucaristía, la Palabra de Dios, pero ésta no "nos toca", como si no fuera para nosotros.

-Ponerse a tiro.

¿Qué hay que hacer para que toda esta quemazón interior vaya reverdeciendo? Quizás el primer paso sea, hoy, dejarse empapar por la palabra de la Sabiduría que hemos escuchado: "Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado?... Señor, amigo de la vida".

Y, yendo ya al evangelio, permitidme que empiece haciendo una suposición. Zaqueo, el personaje que centra hoy la atención de Lucas, seguro que en más de una ocasión había leído, como judío que era, estas mismas palabras de la Sabiduría. Sin embargo, le faltaba aún el toque de gracia decisivo para darse cuenta de que todo aquello iba también "para él".

Fijémonos en el proceso de la narración de Lucas, hasta el encuentro de Jesús con Zaqueo. Cómo ambos protagonistas han tenido que ponerse en acción. Por parte de Jesús, todo da la impresión de que el Maestro entrara en Jericó únicamente por Zaqueo. ¿Merecía la pena perder el tiempo por aquella única persona, y más tratándose de un vendido a los romanos, exponiéndose a ser mal interpretado y provocar un escándalo público? Jesús sabe perfectamente lo que hace: "ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido"... Pero Zaqueo, a su vez, tampoco ha permanecido pasivo, presintiendo, quizás que Dios le ofrece la gran oportunidad de su vida. Rabindranath Tagore ha expresado poéticamente estos momentos de gracia, que quizás en más de una ocasión habremos experimentado, también, en nuestra vida: "¿No has escuchado sus pasos silenciosos? El viene, viene siempre... A cualquier hora y en cualquier lugar. El viene, viene siempre..." Momentos de gracia, mociones interiores del Espíritu, a las que también podemos hacernos el sordo, jugándonos la oportunidad de salvación que nos traían. Agustín-SAN, asustado ante esta posibilidad, exclamaba: "Me da miedo el Señor que pasa..." No fue éste el caso de Zaqueo, que hizo todo lo posible por ver "quien era Jesús", compensando, con un admirable esfuerzo de búsqueda, las dificultades ambientales que, debido a su escasa estatura, le impedían la visión del Maestro. En una palabra, Zaqueo se había puesto "a tiro de la Gracia": "Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".

-Para Dios todo es posible.

También Zaqueo podría haber dicho hasta aquel momento: "Nadie me había tomado nunca en serio". Y por eso vivía de aquel modo. A costa de los demás. Como queriéndose cobrar todo aquello que previamente también a él le había sido negado: el derecho a ser amado y valorado como persona. ¿No es ésta, con frecuencia, la raíz de innumerables males de nuestra sociedad, de los que sólo solemos señalar, hipócritamente, los más llamativos: delincuentes, drogadictos, marginados de toda clase?...

En cambio, el gesto de aceptación incondicional de Jesús para con Zaqueo es capaz de enternecer y convertir el corazón de un hombre que todos consideraban irremediablemente endurecido: "La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más".

Quizás los discípulos, recordando al joven rico, comprenderían que Jesús tenía razón al decir que "lo que es imposible para los hombres, no lo es para Dios"...

-La Eucaristía, el banquete de los pecadores.

He aquí que, después de haber seguido los pasos de Jesús por Jericó, nos damos cuenta de que "el banquete de los pecadores" se está realizando, ahora y aquí, con nosotros. ¿No somos tanto o más pecadores que todos los zaqueos de hoy? ¿Los cristianos no hemos sido con frecuencia un obstáculo que impedía ver el rostro de Cristo a los que, por mil razones, no gozaban de unos mínimos de estatura humana o religiosa? Por tanto, en la medida en que tomemos humildemente conciencia, como Zaqueo, de que nuestro pequeño corazón nos ha impedido crecer hacia una fe adulta, NOS PONDREMOS TAMBIÉN A TIRO, y sentiremos sobre nosotros la mirada rehabilitadora de Jesucristo...

JORDI CATALA
MISA DOMINICAL 1983/20


8. Sobre la primera lectura 
    H/MISERIA-DIGNIDAD 

Cuestionable sabiduría: Un hombre es sabio cuando sabe apreciar el gusto de las cosas o cuando saborea las cosas como son en su realidad. Pero ¿cómo son las cosas? A menudo opacas, enigmáticas, incomprensibles, que no muestran su naturaleza sin más; a veces, incluso extrañas y hasta amenazantes. No obstante los hombres queremos hacer lo extraño familiar, queremos hacer luz en las tinieblas, de modo que podamos sentirnos seguros en el mundo en que nos movemos. Esto era precisamente lo que querían los sabios de Israel y de cualquier otro lugar u otra cultura: reducir y desechar lo extraño y lo azaroso del entorno y de la vida. El entorno y la vida del hombre son encarrilados y reglamentados en lo posible por un orden que permita dar seguridad a los pasos de aquél. Por eso los sabios reúnen la experiencia de muchas generaciones y establecen ciertas coincidencias que les indiquen un cierto orden a tener en cuenta; por ejemplo: los hombres que hacen el bien, experimentan el bien; quienes hacen el mal, experimentan el mal; y así, a uno le va según su conducta. Este es el principio de la relación entre el hacer y sus consecuencias. ¿Será tan cierto y sencillo que la felicidad y la infelicidad se expliquen de este modo? Este principio, por supuesto, ha sido superado -ya la Biblia misma lo pone también en cuestión-, pero sin embargo aún es posible que dentro de nosotros mismos nos sorprenda esta pregunta: ¿qué he hecho yo para que me pase esto? Como los sabios de entonces, también nosotros querríamos saberlo todo por nosotros mismos y conseguirlo todo por nuestro propio esfuerzo.

En este sentido la sabiduría tiene que ser puesta en cuestión, como ella misma lo hizo a través de Job, el cual no podía explicar su desgracia por medio del mencionado principio. El orante del salmo responde de manera bien distinta: "Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles; si el Señor no edifica la ciudad, en vano se esfuerzan los arquitectos... Con razón el Señor vela el sueño de los suyos".

En todos los esfuerzos de la sabiduría, en todos los intentos autosuficientes del hombre en solitario, en todos los afanes por dominar su suerte y su desgracia, sólo permanece despuntando en esplendor -incluso como contrapunto y corrección para disculpa del mismo hombre- la confesión de Dios como único Amigo de la vida que cuida de todo. Así en el capítulo 11 del Libro de la Sabiduría.

Miseria y dignidad: Necesitamos misericordia, amor, cobijo y perdón. El hombre es un ser necesitado. ¿Es así por naturaleza? ¿Por qué es débil y mortal? Esto es lo que opina el poeta griego Píndaro, cinco siglos antes de Cristo: "Ser de un solo día. ¿Qué es uno? ¿Qué no es uno? Sueño de sombras es el hombre". También Israel se expresa así: "¿Qué es el hombre? ¿Qué es el hijo de Adán?". También en este salmo se habla de la debilidad humana, pero no sólo de una fragilidad física, sino incluso de la moral: el hombre, hijo de Adán, es un pecador.

Esta es, pues, la miseria del hombre que carga sobre sí el pecado. Jesús ha conocido esa miseria y la ha sanado, no sólo en el hecho de curar enfermedades, sino perdonando los pecados. Este hecho lo reconoce ya mucho antes la sabiduría: la Sabiduría que alaba a Dios, que descarga al hombre de sus pecados. El pecado es nuestra miseria. Ante tal consideración, cualquier otra forma de miseria humana pierde todo su peso. Es más, el reconocimiento de esta verdad despierta en el hombre una sed insaciable de misericordia de Dios, de amor, de cobijo y de salvación.

Por otra parte, en este deseo y en su cumplimiento consiste nuestra dignidad. Recordando de nuevo a Píndaro, hemos de decir que él también habló de ello al mencionar el ser del hombre como un "sueño de sombras", añadiendo: "Pero cuando un resplandor, un reflejo de Dios se presenta, entonces se ilumina el hombre y se hace amorosa la vida". El "resplandor", el "reflejo de Dios" coincide con la experiencia de Israel que confiesa a un Dios que se acuerda del hombre y se preocupa por él: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Qué el hijo de Adán para que lo cuides?" (/Sal/008/05). La miseria y la grandeza del hombre son mencionadas en un mismo suspiro.

H/CREATURA: Lo que aquí se atribuye al hombre vale para toda criatura que es propiedad de Dios. Dios afirma a sus criaturas, que tienen su origen en su amor y que son mantenidas por él, y a las que ha infundido su espíritu infinito. De esta manera, el respeto que se debe al hombre como criatura de Dios incluye una responsabilidad frente a aquellas otras criaturas que -como denomina en sus reflexiones un famoso científico- son criaturas que no lloran.

Misericordia en favor de la conversión: El hombre se experimenta a sí mismo como "ser que llora", por el cual se preocupa Dios: "Tú le amonestas y le recuerdas sus pecados para que se convierta del mal y crea en ti, Señor". Dios toma en serio nuestro pecado, porque nos toma a nosotros en serio. Como "Amigo de la vida", nos toma en serio en nuestro mal, porque quiere nuestra vida. El pecado precipita a la muerte, a la que Israel considera como alejamiento de Dios y como algo que hace imposible su alabanza. Por eso la conversión y la fe evitan el riesgo de la muerte.

La conversión comienza por el cambio de mentalidad, al cual sigue un comportamiento también en consecuencia. Ese cambio de mentalidad nos conduce a salir hacia fuera, hacia más allá de nosotros mismos. Eso es todo lo contrario de lo que opina el otro poeta griego, también del siglo V antes de Cristo, ·Sófocles: "La naturaleza mortal tiene que pensar en mortal". Un primer paso que se aleje de esta limitación propuesta por el pensamiento griego es intentado por el filósofo ·Aristóteles: "No tenemos necesariamente que pensar en humano, porque somos humanos, o en mortal, porque somos mortales -como nos proclaman los poetas-, sino, en la medida que podemos, pensamos inmortalmente, en la inmortalidad, y apostar todo en ella para vivir bajo su égida, ya que es lo más fuerte que hay en nosotros".

"En la medida que podemos", dice Aristóteles, a la vez que nos llama la atención sobre algo importante: "que la inmortalidad es en nosotros lo más fuerte". Israel reconoce a Dios por experiencia como "Amigo de la vida", que tiene misericordia de nosotros y nos induce a la conversión, nos arranca de la miseria y nos mantiene en la vida.

EUCARISTÍA 1986/52


9.

Analizando la forma en que san Lucas ha escrito frases, párrafos y capítulos de su libro evangélico, los comentaristas modernos constatan que da muestras de una curiosa versatilidad.

Esa movilidad de espíritu llega, por ejemplo, a hacerle asociar frases escritas en un griego muy puro (el Prólogo) con semitismos torpemente traducidos. Resultan de ello bellos efectos literarios a los que no hay aquí espacio para conceder mucha importancia; es interesante notar, en cambio, que la misma versatilidad produce además efectos teológicos dignos de atención.

Porque, por ejemplo, el evangelio de este domingo está precisamente sacado del tercer evangelio, de ese libro que lanza contra los ricos las severas frases que hemos encontrado ya varias veces. Lucas no deja de ponderar, junto con los otros dos evangelistas, Marcos y Mateo, lo "difícil que es a un rico entrar en el Reino de los Cielos" (18, 24); pero añade varias frases de su propia cosecha. A los "bienaventurados los pobres... bienaventurados los que tienen hambre", siguen los perentorios "¡ay de vosotros los ricos!... ¡ay de vosotros los hartos!". Y la obra no se limita a estas apreciaciones pesimistas; Lucas presenta, además, al hombre rico demasiado apegado a sus bienes que la cercana muerte va a hacerle perder; proclama la necesidad de renunciar a todo lo que se posee; condena al rico que despreció a Lázaro, etc.

Y he aquí que, tras estas diatribas largas y reiteradas, lanzadas contra el dinero, Lucas presenta la aventura espiritual de alguien a quien todo hacía esperar que cayera bajo el golpe de las condenas ya promulgadas y que, a pesar de todo, será el objeto de la misericordia, el beneficiario de la salvación: "Hoy ha recibido la salvación esta casa" (v.9).

¿Cómo se explica esta oposición? La ondulante sutileza del genio de Lucas debía de inquietarse con esas aparentes contradicciones menos de lo que lo hace un espíritu demasiado racional: en el momento mismo en que condena el "dinero injusto", invita a los cristianos a servirse de él para "hacerse amigos". ¡"Hacerse amigos con el dinero injusto, indigno"! ¿Qué moralista occidental toleraría que el fin sea tan capaz de justificar los medios? En un espíritu tan sutil, nadie puede, por lo tanto, extrañarse de que una vez condenada la riqueza y considerados sus poseedores como ya perdidos, Lucas no vacile en presentar la salvación de uno de ellos, de uno de los más notables de entre ellos. ¿Hipocresía? Se podría pensar, pero hay que verlo más de cerca, porque lo que puede parecer un signo de versatilidad, puede también ser otra cosa. La aparente contradicción podría muy bien ser la traducción paradójica de lo que hay en el corazón del Evangelio, tal como san Lucas lo entiende.

Porque el tercer evangelio es el de la misericordia; es el manifiesto de la "gracia", otorgada a todos los que más desprovistos están de ella: los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos (4, 18 s). En el mismo momento en que beatifica a los pobres y considera con tanto pesimismo a quienes son responsables de la desgracia de estos miserables -los ricos que han hecho su fortuna especulando con el dinero injusto-, reconoce Lucas que esos ricos injustos son, por ese mismo hecho, los que más necesidad tienen de la misericordia. Más alejados que nadie de la salvación, reducidos interiormente al estado de esos "pobres" a los que Dios se complace en llenar con su gracia, ¿no pueden, a su vez, ser los beneficiarios del don gratuito? "Es difícil a un rico entrar en el Reino de los Cielos", indudablemente. Pero Lucas, con Mateo y Marcos, prosigue: "lo que es imposible a los hombres es posible a Dios". Si la salvación de los ricos es considerada por los tres evangelistas como la obra menos verosímil, la que va en contra de toda posibilidad humana, ¿no será conforme a la doctrina de la salvación que Lucas predica, que la salvación de un rico sea también expuesta como una posibilidad real según Dios? Así se explica la sorprendente historia de Zaqueo. Podría decirse que con ella se cierra el círculo. Dios, que afirma en Jesús el don gratuito, la liberación más generosa, no puede exceptuar a nadie de ella. Porque incluso el más alejado de ella se convierte, precisamente por ese alejamiento, en el más cercano al don de Dios. En el preciso momento en que el hombre se pierde, alejándose de Jesús, éste se interesa por él, recordando que ha venido a "buscar y salvar lo que estaba perdido".

La paradoja evangélica es extraña; ¿no será la única expresión posible de la inexpresable generosidad divina?

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 282


10.

La fe de Zaqueo nació "después". Precedió la fe de Cristo. Cristo ha creído en él, cuando los otros ya le habían juzgado y liquidado definitivamente como a alguien poco bueno, y de quien hay que guardar las distancias.

Hablé durante tres cuartos de hora -me lo han dicho los otros (se trata de una homilía predicada por el autor en una cárcel de la isla de Elba)- sin perder para nada de vista el perfil de Zaqueo.

Y terminé así: "Los hombres os han juzgado y condenado. Se han librado de vosotros. Muchos de vuestros familiares (y sabía a quién me refería) ya no creen en vosotros. Les habéis defraudado.

Vosotros mismos habéis perdido quién sabe dónde la confianza, no creéis en vosotros mismos. Pues bien, recordadlo -y aquí comencé a usar el "nosotros"- que cualquier cosa que hayamos hecho, aunque grande y abrumador sea el peso de nuestras miserias, aunque nuestro pasado sea oscuro, aunque nuestra vida hasta ahora haya sido desastrosa, existe alguien que, a pesar de todo, continúa obstinadamente creyendo en nosotros y esperando algo distinto de nosotros...

"Tener fe significa creer en uno que cree en nosotros". "Tenemos que bajarnos, como Zaqueo, del árbol de las resignaciones, de los remordimientos y de los miedos, responder a una voz que nos llama por nuestro nombre, para reprocharnos no nuestros yerros sino nuestras posibilidades todavía intactas". Al final, uno de ellos, con la poesía en la sangre, sintetizó mi predicación con un grito: "A pesar de lo que te hayamos hecho que sea día también para nosotros ¡oh Señor!". Zaqueo pasa de la curiosidad a la fe. Fe como respuesta a alguien que ha creído en él. Que se ha autoinvitado a su casa.

La fe de Zaqueo se manifiesta con dos características:

- liberación

- curación de la ceguera.

Jesús, ante todo, le libera de las cosas. Y después le abre los ojos. Por lo que ahora Zaqueo llega a ver a los otros. "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.

Cosa extraña. Zaqueo no lleva al huésped ilustre -como hacemos nosotros- para que admire los cuadros, los muebles, las colecciones valiosas. Desde el momento en que Cristo entra en su casa, se diría que al propietario todo lo que tiene le fastidia, se convierte en un estorbo insoportable, un impedimento para "ver" al Maestro.

Y se libera de todo. No quiere que el "tener" sofoque e impida el crecimiento del ser que ahora apenas acaba de despuntar. Para él la fe se traduce inmediatamente en desprendimiento, en un tomar distancia de la riqueza acumulada. Acoger a Dios significa desembarazarse de los ídolos. Fiarse de Dios significa renegar de la mammona. Y Zaqueo descubre de improviso a los otros, precisamente en el momento en que éstos murmuran ante su puerta y tiran contra las ventanas las piedras de la murmuración: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador".

A través de los cristales rotos, Zaqueo ve finalmente al prójimo. Un prójimo que le es hostil. Su mirada, atrofiada por el egoísmo, se ha curado. Ya no ve a los demás como individuos a explotar, a quienes arramblar todo lo posible y todavía más, con todos los medios lícitos y también con aquellos no demasiado ortodoxos. Ahora ve a los otros como hermanos. Y empieza, por primera vez en su vida, a conjugar el verbo "compartir". Comienza, por primera vez, a usar las manos no para coger, arrebatar, tener, sino para dar. Las cosas, los bienes, el dinero ya no son objeto de conquista, de rapiña y posesión feroz, sino que se convierten en signo, sacramento de fraternidad y amistad. A causa de las riquezas acumuladas, Zaqueo era un excomulgado, un separado. Ahora, en el signo del compartir, se convierte en el hombre del encuentro. Porque alguien, primero, ha logrado "encontrarlo". La excomunión, en efecto, ha sido levantada, el muro de separación ha sido destruido por aquella mirada que le ha alcanzado, le ha, literalmente, "desanidado" mientras él estaba encaramado en la higuera.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 197