29 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXI
(1-10)

 

1.

Me lo aconsejaba un amigo que ya murió: Cuando no entiendas algún planteamiento de la Palabra de Dios, o te parezca más duro y exigente que salvador, piensa en el diosecillo-dinero, y eso te facilitará la compresión. Si en la Asamblea Litúrgica de hoy se preguntara a los fieles cuál es el mandamiento primero, mucho me temo que se estableciera una polémica boba y estéril entre el amor a Dios y el amor al prójimo:

-Lo importante es amar a Dios, porque quien ama a Dios acabará amando al prójimo, dirían unos, apoyándose tal vez en el Evangelio de hoy.

-Lo primero es amar al prójimo, porque es el único signo válido del amor a Dios, replicarían otros sin que les faltasen citas abundantes de la Escritura. Y respondió Jesús: "El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es único Señor...".

Lo entendió bien el letrado, experto en las Escrituras Santas. Lo primero es ESCUCHAR cada día que no hay más que un Señor; que no hay otro fuera de El. Entonces se le ama con todo el ser y está el corazón libre para amar al prójimo como a sí mismo. Esto es antes que todos los holocaustos, polémicas religiosas y buenas acciones. Tan bien lo entendió, que Jesús le dedicó una de las más bonitas alabanzas: -Tú no estás lejos del Reino de Dios.

"ESCUCHA, Israel...". Estaban -y están- acostumbrados los fieles israelitas a oírlo cada día. Y a educar a sus hijos repitiéndoselo a tiempo y a destiempo: en casa, de viaje, acostado, levantado... A clavar el ¡ESCUCHA! en las jambas de su casa y en las puertas; a llevarlo como signo en la muñeca y en el turbante...

-¡Pues vaya pelmada!, comentará alguien que no entienda esta repetición obsesiva del mandato del Señor, ¡No van a dejar a sus hijos vivir en paz! Te invito, lector, a que sigas el consejo de mi amigo, y entiendas así la belleza y gratitud de este mandato.

Si, como es normal, crees en el dinero, observa qué haces tú con los hijos, y cuántas veces, a lo largo del día, se ven obligados a escuchar el mandato de tan enano salvador del que tú te haces profeta y vocero: "¡El dinero es lo que importa!", se lo repetirás en casa y de camino: "No sabes cuánto cuesta ganarlo". "Ojo con el teléfono". "El canalla de Fulano que no me paga". "Que no regalan la gasolina".

Se lo dirás cuando se acuesta y cuando se levanta: "Tienes que descansar para ser mañana hombre de provecho". "A ver hasta qué hora tienes la luz, que no la dan gratis". "Que si no madrugas nunca serás nada". Lo llevarás hecho joya en la muñeca o en el cofre, recordando a tus hijos cuán segura es una buena inversión. Pondrás mil cerrojos en tus puertas, signo de cómo peligra y cómo se defiende tan precioso bien. Se lo enseñarás a través de revistas y televisiones que, con anuncios como ráfagas, con seriales o concursos, azuzarán su ya bien desarrollado instinto de poseer más dinero, otra moto, un vídeo..."¡ESCUCHA! Y procura transmitir mañana lo mismo a tus hijos. Así viviréis bien en el futuro que con tanto trabajo os ha preparado vuestro padre".

No es una pelmada. Con palabras y gestos, de la mañana a la noche, consciente o inconsciente, el hombre proclama su fe en aquello que cree. Así con las palabras y gestos ("¡vaya quinielón esta semana!"), vas trasmitiendo a tus hijos lo más verdadero de ti. Lo de "hijo, es domingo y tienes que ir a misa" o "es día de catequesis", no pasa de bagatela intrascendente en medio de esa enseñanza, viva e insistente, que le apabulla en casa y en la calle, en la comida y en la sobremesa, desde que se levanta hasta que se acuesta, de la cuna a la tumba: "El dinero es lo que importa...". (No hay espacio para desarrollar una idea que pido al lector la medite en su corazón"

¿Qué ocurre con el hijo cuando la vida le enseña que el diosecillo de marras no es tan salvador como le dijeron? Y antes de responder, mire el oleaje de la droga, y esa ola menor, pero escalofriante, del suicidio juvenil.) He ahí por qué es tan necesario que, en medio de tantas voces y signos que llegan, abramos cada día el oído a la Escritura: "ESCUCHA: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor...". Mientras haya en nuestras vidas "señores" de más importancia práctica que el Señor, no cabe que corazón, alma, mente y ser se dediquen a Dios. Ni es posible que el prójimo quede por encima de intereses vitales a los que nos vemos obligados a sacrificar la existencia entera.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990-B.Pág. 177


2. CRMO/QUÉ-ES

PROHIBIDO SIMPLIFICAR...
...el Cristianismo.

Todos los resúmenes del Evangelio suelen resultar peligrosos. Siempre que, unos y otros, pretendemos simplificar el cristianismo, perdemos nuestra unanimidad y comienzan nuestras controversias.

Sin querer, transformamos el Evangelio en ideología; con todos los defectos que suelen tener nuestras ideologías: partidistas, sectaristas, intolerantes.

Ya desde el principio se intentaron estas simplificaciones. Ya entonces fueron a El a preguntarle cuál era el principal precepto de la Ley. Y El les dijo que eran dos, en vez de uno. Los dos inseparables en su absoluta primacía.

Pero nosotros no acabamos de comprenderlo.

Unos, estamos empeñados en que lo verdaderamente importante en nuestro cristianismo es el prójimo: la justicia social, la asistencia, la promoción humana; mientras que la fe, el culto a Dios, la piedad, la esperanza en la vida eterna -no lo decimos con nuestras palabras, pero sí con nuestra actitud- tienen una importancia secundaria.

Y hay otros que afirmamos con reciedumbre inexpugnable que lo importante es la ortodoxia, la piedad, el culto a Dios. Tampoco lo decimos, pero todo eso de la justicia social, de la promoción de la libertad y dignidad de todos los hombres, lo ponemos en segundo lugar.

No hemos entendido que la respuesta de Dios iba encaminada, precisamente, a que entendiéramos que había que dar la máxima importancia a las dos cosas.

Sin descuidar en lo más mínimo una en detrimento de la otra. Que es un error cristiano el pretender llegar a Dios sin pasar por el prójimo; y otro error cristiano el entregarse al prójimo sin seguir totalmente entregado a Dios.

Que una sociología y una filantropía, sin fe y sin adoración no es evangélica. Y tampoco es evangélica una entrega personal a la fe, a la piedad y a la gloria de Dios, sin una entrega total al prójimo en una lucha incesante por cambiar todas las estructuras que atenten a la justicia, libertad y dignidad de todos los hombres.

Quizá la más profunda de las escisiones actuales en el seno del cristianismo sea, precisamente, ésta: la de los que decimos que lo principal es Dios; y los que actuamos como si lo principal fuera el prójimo.

Pequeñito y estrecho el casillero de nuestras virtudes, cuando no caben en él holgadamente la fe y la oración juntamente con la justicia social y la fraternidad humana.

Poco amor el nuestro que no sabe amar a la vez a Dios y a los hombres. También aquí erramos por andar separando lo que Dios ha unido. Y luchamos los cristianos unos contra otros, pretendiendo enarbolar banderas antagónicas, cuando lo que en realidad enarbolamos en cada bando es media bandera cristiana; ya que unos y otros hemos cometido la insensatez de rasgar el Evangelio en pedazos para luego quedarnos y ostentar el trozo que más nos agrada.

En cada lado tenemos un trozo de verdad, pero no toda la verdad. Solamente cuando aceptamos los trozos de verdad de los demás nos acercaremos a la respuesta de Cristo.

A esa respuesta siempre sorprendente que nos dice que lo principal, lo esencial cristiano es siempre mucho más amplio y más grande de lo que cada uno de nosotros nos imaginábamos.

EL MENSAJERO EDITORIAL


3. CR/IDENTIDAD:

-Existen prioridades

Un letrado pregunta a Jesús y éste responde. Esta primera constatación ya es interesante, porque a lo largo de su vida Jesús se niega a responder a muchas preguntas o lo hace de forma descalificadora. No se trata sólo de algo subjetivo, la supuesta buena voluntad del letrado. Sino de algo objetivo. Los lectores debemos sacar la impresión de que esa pregunta es pertinente. La fe no es una construcción de verdades, valores o prácticas igualmente importante. Existen prioridades. Es decir, hay elementos irrenunciables, otros de menor importancia y algunos de mucho menor rango. El creyente debe saber priorizar y relativizar. Si después de muchos siglos el Concilio Vaticano II asume de nuevo esta afirmación elemental, es que los cristianos a lo largo de la historia nos habíamos despistado. Por eso esta pregunta sigue siendo siempre pertinente y necesaria. ¿Qué es lo primero? 

La respuesta de Jesús es rotunda. No hay prioridad mayor ("no hay mandamiento mayor") que el amor a Dios y el amor al prójimo. Es irrenunciable el amor en su doble faceta. Pero es igualmente irrenunciable tenerlo como la prioridad absoluta que constituye las señas de identidad del creyente. El letrado está de acuerdo con Jesús. Y Jesús lo está con el letrado cuando éste añade que este amor "vale más que todos los sacrificios y holocaustos". Afirmación significativa, hecha en el mismo templo y que compendiaba los ritos religiosos que se realizaban en él. De nuevo los cristianos tendríamos que confesar nuestro despiste histórico, porque llamamos cristianos "practicantes" no a los que practican el amor a Dios y al prójimo, sino a los que van a la Iglesia al culto (sacrificios y holocaustos, aunque sean tan santos como el de la Misa).

Al letrado le parece que el Maestro "tiene razón". A Jesús le parece que el letrado le ha apostillado "sensatamente". Y concluye: "No estás lejos del Reino de Dios". El Reino de Dios es el centro de la enseñanza y actuación de Jesús. Es lo que da unidad a su vida y a su muerte. Pues bien, el Reino de Dios está cerca ("no estás lejos") de aquellos que aman a Dios y al prójimo, como prioridad absoluta. De nuevo nos encuentra Jesús despistados, porque habitualmente trazamos las fronteras "religiosas" en la sociedad no desde el amor, sino desde los ritos religiosos. El Reino de Dios y por tanto Jesús siempre estarán cerca de aquellos que aman. Aunque tengan problemas con otros factores que, en un rango posterior, forman parte de la llamada práctica religiosa habitual.

JESÚS MARÍA ALEMANY
DABAR 1991, 53


4. A-DEO/A-D 

¿Qué es lo primero, lo más importante? "Qué Mandamiento es el primero de todos". No es una pregunta teórica, o, al menos, no sólo teórica, sino práctica y actual. Actual en el tiempo de Jesús porque habían desmenuzado la Ley en infinidad de preceptos y muchos, sin duda, se sentían perdidos. Y actual en nuestros días por el peligro de poner la religión sólo en ir a misa, defender la escuela católica o atender a las normas sobre moral sexual de nuestros obispos. También para el creyente de hoy tiene actualidad la pregunta.

Lo primero es el amor a Dios. Un amor, claro está, que implica la fe en Dios, en el único Dios, y que se opone o excluye a todos los ídolos. Amor y fe en Dios es lo primero y principio de la religión tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Dios hoy, para muchos, es una palabra lejana y abstracta que apenas les dice nada. El ateísmo y la increencia, por otra parte, están en crecida. Ambas cosas hacen que el tema de Dios sea hoy primordial. Es necesario hacer ver que la pregunta por Dios es algo razonable y humana, y presentar al hombre de hoy, con toda su fuerza, el Dios de Jesús.

Es imprescindible una catequesis sobre Dios, el Dios de vida y desenmascarar a los ídolos de hoy.

Dios es lo primero y el principio. Lo primero en la fe y el principio en el amor. Antes que el amor a Dios es el amor de Dios. Tal vez esto no le gusta al hombre moderno que quiere ser protagonista de la historia. Pero es algo que está en la Palabra de Dios.

Dios nos amó primero, la misma creación es fruto del amor. La iniciativa es de Dios, y sólo el amor de Dios, que viene de Dios y se adentra en el corazón del hombre, hace posible en nosotros el amor a Dios. La fuente y el principio no está en el hombre. Dios se ha manifestado y ha amado primero. El amor a Dios no es más que el retorno del amor de Dios.

No conviene, pues, engañarse en lo que es primero y esencial en la religión. Sin esto la fe y la religión son otra cosa, algo humano, pero no divino. Se puede renunciar a este camino de la fe, pero, no tergiversar.

Ateos como Feuerbach o Sartre han afirmado que el verdadero amor es el humano, aquel que no necesita ninguna bendición ni consagración de parte de la religión ni de Dios, un amor totalmente secularizado sin ninguna mediación de lo religioso. "En cambio, el amor-ágape, carisma de los carismas (1 Cor. 13) pertenece sólo a Dios y sólo puede descender de él sobre todas las cosas y todos los hombres. El amor está fuera de lo humano, de lo terrestre, es iniciativa de Dios y ha encontrado su epifanía en ese inclinarse hacia el hombre por parte de Dios, desde la llamada de Abraham hasta el envío al mundo de su hijo, el amado" (Pronzato).

Ese amor de Dios es un solo amor con doble dirección: hacia Dios y hacia los hermanos. Por eso dice Jesús, y en ello el escriba (el Antiguo Testamento y, tal vez, toda religión) está de acuerdo, que es un único mandamiento, porque se trata de un único amor.

Por esto el amor a los hermanos no tiene sentido, para un cristiano, sin el amor a Dios (que es amor de Dios). Ni tampoco, por otra parte, puede darse un amor a Dios que de alguna manera no se haga extensivo a los hermanos. El amor al hermano que tenemos ahí, es manifestativo del amor a Dios, a quien no se ve. No existe, en la práctica, amor a Dios sin amor a los hermanos.

Lo que dice Jesús no es nuevo, puesto que en el Antiguo Testamento ya se había dicho, y probablemente en alguna otra religión, la novedad está en la claridad como se expresa y encarna en su persona y en la inclinación a hacerlo. "No estás lejos del reino de Dios", le dice al escriba, cuya buena intención destaca así Marcos.

Lo importante es esa cercanía del Reino de Dios que predica Jesús y la invitación, al escriba y a todos nosotros, para entrar en él. La homilía, como Palabra de Dios en la cual se inspira, no puede quedar en un discurso, sino que tiene que hacer presente la fuerza y cercanía del reino de Dios e incitar a entrar en su dinamismo.

MARTÍNEZ DE VADILLO
DABAR 1985, 53


5. CR/QUÉ-ES

La pregunta del letrado del evangelio de este domingo nos pone en la pista de lo principal de su mensaje, porque el letrado pregunta precisamente por lo principal, por lo esencial, por el primer mandamiento. ¿Qué es lo más importante? ¿En qué se resume todo? Son preguntas importantes y muy al estilo del sentir de hoy. Perdidos en la confusión, atosigados en una sociedad que sobre cada mínima cosa monta complicadísimas teorías, a todos nos interesa la pregunta por la simplicidad, por lo esencial, por la identidad misma de lo que nos preocupa, desnudada de todo aditamento o complicación. Siguiendo esta tendencia -que no sólo es tendencia, sino necesidad- también los cristianos se preguntan hoy por su identidad cristiana. ¿Qué es en el fondo ser cristiano? ¿Qué es lo más importante para el cristiano? Y esta es la pregunta que el letrado hace a Jesús. El letrado, por ser letrado, ya sabía cómo le iba a responder Jesús en principio. Pero Jesús no le respondió con el primer mandamiento, sino con el primero y el segundo, que forman uno sólo. Ahí está la novedad. No se trata de dos mandamientos jerarquizados, sino de uno sólo. El orden -primero y segundo- no es de importancia, sino de lógica: el amor que Dios nos tiene es la fuente de donde mana nuestro amor a El y a los demás hombres. O, dicho de otra manera, más al estilo de Jesús: porque Dios es Padre sabemos que somos hermanos y que debemos amarnos como hermanos.

Ser hermanos porque Dios es nuestro Padre: he ahí lo principal, lo primero, lo esencial, la identidad del mensaje cristiano. Somos hermanos. Lo hemos oído mil veces. En casi todas las homilías el sacerdote comienza saludándonos con esa gran verdad: "queridos hermanos". Así de sencillo. Así de fácil.

¿Así de sencillo? ¿Así de fácil? Quizá la gran mentira que oímos todos los domingos es esa: que nos llamen a nuestra propia cara en la homilía dominical -que es ciertamente cuando ponemos buena cara- "queridos hermanos". Y después salimos del templo y comienza -sigue- la vida de la calle, la de todos los días, la competencia, la rivalidad, la explotación, la falta de solidaridad, los derechos humanos conculcados, el soborno, las recomendaciones, las infidelidades, las dobles contabilidades, las envidias, las categorías sociales, la lucha por el dominio, la manipulación del pueblo para conseguir sus votos... Sí, "queridos hermanos". Así de sencillo.

El mensaje de Jesús, así de sencillo, no ha logrado impedir que la sociedad occidental, que se llama cristiana (¿o postcristiana?) haya abocado a este modelo final en que el hombre explota cada vez más al hombre. Hemos repetido tantas veces el mensaje de Jesús sin convertirnos de verdad a él, lo hemos usado tanto que nos parece ya sabido, excesivamente manido. Ya no dice nada. Y al sacerdote se le hace difícil predicar comentando un texto como el de hoy: ¡lo hemos dicho ya tantas veces...! Como el letrado del evangelio, hay que preguntarse de nuevo y volver a ello incesantemente: ¿qué es lo más importante?, ¿qué es lo esencial?, ¿qué es lo que de verdad salva y autentifica nuestra vida, lo que da paz verdadera a nuestra conciencia, lo que quedará más allá de la fugacidad de la vida humana? Y, sin embargo, no sería difícil ser hermanos. La utopía soñada por los autores bíblicos y acariciada por los soñadores de todos los tiempos se haría realidad. Viviríamos en el más allá. Ser hermanos es una utopía. Pero la Verdad, la Salvación, la Libertad... han sido siempre utopía. ¿Por qué la utopía cristiana -la fraternidad de los hijos de Dios- no llega a la realidad? Porque no cambiamos. Porque no nos decidimos seriamente a ser unos hermanos de otros (no nos convertimos). ¿Es tan difícil proponerse ir dejando en cada hermano que se cruza en nuestro camino una huella de amor, de cariño, de respeto, de aprecio a su dignidad, de aliento y compromiso por la construcción de un mundo más humano y fraterno? Será difícil, pero es lo esencial, lo principal, lo primero, porque "amar al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios", incluida nuestra eucaristía.

DABAR 1976, 58


6.

"Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas". así termina el evangelio de hoy y esta constatación nos ayuda a situar el diálogo entre el letrado -el escriba- y Jesús. Nos hallamos ya al final del camino, de la vida de Jesús, en Jerusalén, poco antes de que la tensión entre él y los poderes religiosos y políticos que tenían su centro en Jerusalén lleve a la gran decisión. Los poderosos de la religión, del dinero, de la política, en otras cosas en desacuerdo y en conflicto, en esto se pondrán de acuerdo: es necesario desembarazarse del Predicador, ya demasiado peligroso para su orden establecido.

-La gran pregunta

"Nadie se atrevió a hacerle más preguntas". No era necesario, porque el escriba no había hecho una pregunta más, sobre tal o cual aspecto más o menos importante, sino que había hecho la pregunta, la gran pregunta. Y la respuesta de Jesús -entonces, ya al final de su vida, de su predicación- resume todo su mensaje, todo su Evangelio, la gran y alegre y siempre nueva noticia.

Por eso será muy importante que también nosotros nos hagamos una pregunta. Que podríamos proponer así: ¿Para nosotros, para cada uno de nosotros y para nuestra comunidad cristiana, la respuesta de Jesús es o no es la gran respuesta? Pero antes de respondernos, permitid que -para situar nuestra respuesta- situemos también la importancia de la pregunta del letrado, del escriba (de este escriba que es el único que es elogiado en el evangelio de Marcos, que siempre presenta a aquellos hombres religiosos que eran los escribas y los fariseos como opuestos a Jesús de Nazaret).

La pregunta es importante porque va directamente a lo más central del mensaje evangélico. Jesús se opone radicalmente a un modo de ver la religión como algo que se presenta como la suma de una larga lista de mandamientos y de normas y de obligaciones (hasta 613 normas contaban entonces que debía cumplir el buen judío religioso). Jesús se opone a esta visión que tenía por consecuencia que la inmensa mayoría de la gente del pueblo, de los hombres y mujeres normales, se sintiesen incapaces de cumplir con lo que se presentaba como la voluntad de Dios.

La respuesta es importante porque significa desmontar este inmenso tinglado pretendidamente religioso y abrir un camino posible para todos. Lo decisivo para Jesús no es cumplir meticulosamente muchas normas y preceptos, lo más importante no son "los holocaustos y sacrificios", sino que lo decisivo y más importante según el Evangelio de Jesucristo es el amor a Dios y al prójimo. Este es el mandamiento mayor, el que nos debe preocupar más y de verdad. El que puede dar sentido y contenido a toda otra norma y mandamiento.

-Una respuesta de totalidad

¿Es esto así también para nosotros? ¿Entendemos también así nuestro modo de vivir el cristianismo? Me parece que siempre nos lo hemos de preguntar porque siempre todos tenemos la tentación de dar por sabido este gran mandamiento -el que debe ser alma y motor de nuestra vida cristiana- y aferrarnos a aspectos secundarios (aspectos que pueden tener también su importancia, pero que desligados del amor pierden su sentido).

Siempre con el bien entendido de que este camino que señala Jesucristo es un camino abierto, posible, por el que podemos avanzar todos, no reservado a nadie, pero es al mismo tiempo un camino exigente. Porque Jesús no nos habla de un amor cualquiera, de un amor pequeño o rutinario, sino que -recordando lo que ya estaba escrito en el Antiguo Testamento- nos propone un amor "con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser". Una totalidad a la que ciertamente nos será difícil llegar, pero que debemos desear y pedir. Una totalidad que no es la suma de preocuparse por muchas cosas y detalles, sino que es cuestión de generosidad de corazón, de grandeza de alma, de fineza de mente, de entrega de nuestro ser...

No venimos a misa para cumplir un precepto o para hacer un sacrificio (el único sacrificio definitivo -lo hemos escuchado en la segunda lectura- es el que realizó con amor total Jesucristo). Venimos para comulgar con la palabra y el amor de Jesús; para aprender de su camino abierto, posible pero exigente, y para que él nos atraiga hacia adelante por este camino. Para que -como decía el salmo- él sea nuestro libertador y nuestra fortaleza... en el amor.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1988, 21


7.

NO HAY AMOR DE QUITA Y PON

Amar no es firmar un documento -por importante que sea-, y olvidarlo después en el fondo del arca. Amar no es apuntarse a una idea; ni afiliarse a un club para ir tantas horas por la tarde, en días alternos. Ni siquiera es amor esa compasión pasajera que, a lo mejor, es capaz de arrancarnos unas lágrimas.

El amor nace más hondo y llega mucho más lejos. Hace que toda la vida tenga una luz diferente. Nos afecta a los ojos, y a la mente, y al bolsillo.

Al que ama, se le nota siempre: respira amor, contagia amor. 'Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en cama y yendo de camino, acostado y levantado'. Está hablando del que ama a Dios 'con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas'.

Todo auténtico amor tiene en Dios su fuente. Dios es amor, y la creación entera no es más que un poco de ese amor, que a Dios se le derrama de puro lleno. Por eso el amor es tan bonito: es que se parece a su padre Dios.

No extraña, pues, que el Señor haya colocado al amor como centro de todo. Para el creyente, amar a Dios es el único valor absoluto en su vida. Todo lo demás, absolutamente todo, tendrá la luz que reciba de esa luz total: lucirá más, si nos lleva a amarle a Él; estará apagado, si nos aleja de Él. Dios, para el que cree, es el centro indiscutible de la vida.

Para los que creemos, las demás personas son imagen de Dios; un reflejo tan claro de Él, que sera imposible dejar de amarlas sin, por ello, estar dejando de amar a Dios. Ésta es la razón de que el amor a Dios y al prójimo estén tan estrechamente unidos en todas las páginas de la Biblia: forman un único mandamiento.

El culto a Dios viene detrás, mucho después. Es el amor a Dios, y al hermano, el que le da valor; de tal manera, que, sin ese amor, el culto se tornaría vacío, hipócrita. ¿Cómo va a tener valor el humo del incienso, si parte de un corazón que no ama? De ahí que el letrado del Evangelio se gane una buena calificación del Maestro: 'No estás lejos del Reino de Dios'. Había dado en la diana, al decir que amar a Dios y al prójimo 'vale más que todos los holocaustos y sacrificios'. Sin olvidar que, donde leemos 'sacrificios', hoy tendríamos que traducirlo por 'misa', o 'romería', o 'casarse por la Iglesia': todo eso debe estar avalado por el amor; carecería absolutamente de sentido, estaría apagado y muerto, si viniera de un corazón que no amase a Dios y a los hermanos. Ahora bien -insistimos-, el amor es cosa seria. No es algo que se adquiere y se archiva.

No puede haber amor de quita y pon. Al amor hay que darle las llaves de la casa, de toda la casa: para que se instale plenamente en ella, y, desde ella, lo vaya transformando todo, lo vaya iluminando todo.

JORGE GUILLEN GARCÍA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 172 s.


8.

-La fe de Israel: reconocer al único Dios salvador, y amarlo "ESCUCHA ISRAEL: EL SEÑOR, NUESTRO DIOS, ES SOLAMENTE UNO. AMARAS AL SEÑOR, TU DIOS, CON TODO EL CORAZÓN, CON TODA EL ALMA, CON TODAS LAS FUERZAS". Esas palabras que hemos escuchado en la primera lectura, y que Jesús repite en el evangelio ante la pregunta del escriba, ESTABAN GRABADAS EN EL CORAZÓN Y EN EL CEREBRO DE TODO ISRAELITA. Constituían la afirmación central de su fe, el resumen de su experiencia religiosa; incluso constituían una seña fundamental de su identidad nacional.

El pueblo que había sido liberado de Egipto, que había atravesado el desierto, que había entrado en una tierra nueva y libre, "una tierra que mana leche y miel", había vivido todo este camino como una experiencia muy honda, una experiencia que no era sólo un hecho para apuntar en los libros de historia; era HABER NOTADO, HABER SENTIDO LA COMPAÑÍA, LA FUERZA, LA ACCIÓN PODEROSA DE ALGUIEN que está más allá de todo, Alguien que es señor de todo, Alguien que puede derramar, y derrama, vida y libertad y futuro y justicia y esperanza inagotables.

Esta había sido la experiencia del pueblo de Israel. Y por eso, ellos, en medio de aquellas civilizaciones en las que los hombres se sentían manejados, favorecidos o amenazados por una multitud de dioses y de seres celestiales, que controlaban caprichosamente las fuerzas del universo o las circunstancias de la vida, reivindican y afirman que comprenden algo nuevo y distinto: EL DIOS ÚNICO, PRESENTE EN LA VIDA Y EN LA HISTORIA, salvador y liberador, QUE MERECE SER AMADO con todo el corazón y toda el alma, y QUE MERECE SER ESCUCHADO Y SEGUIDO en el camino que él propone a los hombres.

-Lo que Dios quiere: que amemos a los demás 
Por eso Israel repite constantemente esta afirmación solemne: "Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas". Por eso también, inmediatamente antes ha dicho: "Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos". De eso se trata: de amar con toda la fuerza al único Señor y Dios, y de escucharlo y seguir el camino que él propone.

Jesús, en el evangelio, cuando el escriba le pregunta cual es el primer mandamiento de todos, se limita a REPETIR Y REFORZAR LA TRADICIÓN DE ISRAEL, LA FE DE ISRAEL: aquella fe y aquella experiencia que Israel había sabido alimentar en la entraña más pura de su historia: amar a Dios por encima de todo, y seguir el camino que Dios propone, y eso hacerlo como única cosa, como algo inseparable.

Jesús repite la fe y la tradición de Israel, y la CONCRETA. La concreta diciendo que seguir EL CAMINO QUE DIOS PROPONE CONSISTE EN ESTO: "AMARAS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO". Y desde luego, no podía ser de otro modo. El camino que Dios quiere para los hombres no podría ser otro: amar, amarse. El Dios que es totalmente amor, que ha creado el mundo como un don amoroso, que se ha dado a conocer liberando a un pueblo de la esclavitud, que sostiene el camino de los hombres y nunca los deja de su mano, ¿QUE OTRA COSA PODRÍA QUERER SINO QUE LOS HOMBRES, TAMBIÉN, VIVIÉRAMOS E HICIÉRAMOS LO MISMO QUE EL, NUESTRO DIOS, VIVE Y HACE? ¿qué mejor camino, qué mejor proyecto para los hombres, y para la humanidad que reproducir en nuestras vidas, en nuestras relaciones con los demás, el estilo y la forma de actuar de Dios? O, dicho de otro modo: si entramos en nosotros mismos, si buscamos en nuestras aspiraciones más honestas y sinceras, ¿no descubriremos un gran anhelo de amor, de buen entendimiento, de comunión y solidaridad entre todos?; y al fin y al cabo, ¿quién ha puesto estos anhelos en nosotros, sino el propio Dios?

-El mandamiento de Dios revela lo que es ser hombre
A veces puede ocurrir que, al oír que el amor a los demás es un mandamiento de Dios, un mandamiento de Jesucristo, alguien piense que Dios nos lo ha mandado como nos podría haber mandado odiar, o despreocuparnos de los demás, o cualquier otra cosa. Y no es así: LOS MANDAMIENTOS DE DIOS SON COMO LA REVELACIÓN DE TODO LO QUE ÉL MISMO HA PUESTO EN NUESTRO INTERIOR, la revelación de lo que puede hacernos hombres de verdad, que puede llenarnos de la felicidad que anhelamos.

Nosotros amamos a Dios no porque esté mandado, sino porque sentimos, y estamos convencidos, de que eso es lo más grande y valioso que podemos hacer; si no fuera así, nuestro amor no sería amor. Nosotros amamos a los demás no como una obligación que se nos impone contra nuestra voluntad, sino porque descubrimos que ese amor es la mejor forma de vivir nuestra vida humana, y vivirla en plenitud; si no fuera así, este amor no sería tampoco amor.

Anteayer celebrábamos la fiesta de Todos los Santos. Que su ejemplo nos estimule, y su intercesión nos acompañe siempre.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1985, 21


9.

"NO ESTAS LEJOS DEL REINO DE DIOS" dice JC al letrado ¿Por qué? Porque aquel judío había comprendido bien el sentido de la oración que -como todos los judíos practicantes- repetía cada día. Había comprendido que amar a Dios y al prójimo es LO MAS IMPORTANTE, lo mejor. Es lo que también nosotros pedimos cada día cuando decimos en el padrenuestro que se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo.

Y éste debería ser también NUESTRO CRITERIO al juzgar todas las creencias, las actuaciones, las costumbres y las ideologías. Quizá hoy sea útil que propongamos algunas pistas que ayuden a comprender y a practicar ESTA PRIMACÍA del mandamiento del amor.

-Criterios sobre la calidad cristiana

CRITERIO/JUICIO: Una primera pista podría ser revisar qué criterios utilizamos para juzgar si una persona, una conducta, un modo de pensar... SON FIELES O NO A JC. A veces el criterio es muy superficial y juzga sólo por el nombre, por el título, POR LA ETIQUETA que uno lleva o se atribuye. Pienso ahora -por ejemplo- que a veces se dice que unos gobernantes o unos políticos son cristianos por el mero hecho de que ellos afirman serlo. Sin darnos cuenta de que lo que vale no es lo que dicen, sino lo que hacen.

Y que la política que estará más cerca del Reino de Dios será aquella que promueva más auténticamente la realización, entre los hombres de un país y de todo el mundo, DEL MANDAMIENTO DEL AMOR.

Otras veces el criterio que utilizamos para clasificar una persona es el hecho de si VA A MISA, si recibe los sacramentos. Evidentemente, para un cristiano es muy importante el participar en la Eucaristía y el abrirse a la acción de JC en los sacramentos. Pero tampoco es el criterio más importante. Eso que llamamos "práctica sacramental" tiene sentido en cuanto expresa y realiza una vida de comunión con JC. Y VIVIR EN COMUNIÓN CON JC ES -sobre todo- PRACTICAR EL MANDAMIENTO del amor. Uno puede ir cada día a misa, pero si en él no hay amor, pierde el tiempo. Y si en él hay amor -aunque no vaya a misa- nos dice JC que "no está lejos del Reino".

-Criterios sobre el servicio al Reino

Pasemos a otro aspecto. No ya el de cómo juzgamos la pertenencia o no al cristianismo, sino cómo nosotros -los cristianos- JUZGAMOS LAS CREENCIAS, LAS CONDUCTAS DE LOS OTROS HOMBRES (de los que no creen en JC). También aquí hay criterios superficiales o equivocados. De nuevo con un ejemplo del campo político, hemos de reconocer que fácilmente los cristianos nos contentamos si un gobierno subvenciona económicamente a la Iglesia, a sus escuelas. Decimos que "es un buen gobierno", sin darnos cuenta de que lo que importa más DE CARA AL REINO de Dios es que promueva una sociedad justa, fraternal, que trabaje en favor de los más necesitados, y no el hecho de proteger a la Iglesia.

Lo mismo podríamos decir en relación con todos los comportamientos, grupos ideologías... que hallamos en el mundo de hoy. ¡Cuántas veces los cristianos nos preocupamos sobre todo por lo que afirman o hacen en cuestiones que pueden tener su importancia pero no son LAS MAS IMPORTANTES! Por eso los cristianos aparecemos a menudo como aliados de grupos e ideologías que no van contra la iglesia pero tampoco trabajan en favor del Reino, del gran mandamiento del amor. Y en cambio, parecemos radicalmente opuestos a otros movimientos que quizás -en la hora de los hechos- trabajan más por los hombres. Es decir, TIENEN MAS AMOR.

¿Cómo, por ejemplo, podemos decir que están cerca del Reino aquellos cuyo "dios" es el dinero? ¿O los que no se preocupan eficazmente por el bienestar de las clases más necesitadas? La Palabra de Dios que hoy hemos escuchado nos hace REPLANTEAR MUCHOS DE NUESTROS JUICIOS. Porque la cuestión fundamental es cómo uno cumple el gran mandamiento de Dios.

Pero, además de revisar todos nuestros criterios en relación con los demás, estas palabras de JC deben -especialmente- cuestionar nuestro modo de vivir y de pensar. ¿QUE ES PARA NOSOTROS -en la realidad de cada día- LO MAS IMPORTANTE? Solo si el primer valor, el primer criterio, la primera preocupación es realizar en nosotros el mandamiento de Dios, el gran mandamiento del amor, sólo entonces podemos pensar que no estamos lejos del Reino de Dios.

Y eso es precisamente lo que afirmamos, lo que celebramos, lo que pedimos, cada vez que nos reunimos para renovar el memorial de JC. Porque él es, para nosotros, el gran realizador, el gran guía, el único sacerdote de la voluntad de Dios.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1976, 19


10. 

EL GRAN MANDAMIENTO

-No hay mandamiento mayor que el amor a los demás (Mc 12, 28-34) En el evangelio de san Mateo, la pregunta del escriba era: "¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?". La pregunta resultaba insidiosa, porque los judíos discutían entre ellos cuál era el mandamiento que sintetizaba todos los demás. Aquí la cuestión se plantea de otra forma, aunque en parecidos términos, y se percibe menos la intención de poner a prueba a Jesús, hasta el punto de que el escriba que pregunta, da la razón a Jesús, cosa que le vale una preciosa frase de aliento: "No estás lejos del Reino de Dios".

Jesús, en su respuesta, utiliza el texto del Deuteronomio (6 4ss.). En el Antiguo Testamento, el Deuteronomio es el que más emplea la expresión "amar a Dios"; es más rara en los otros libros, como por ejemplo, el libro de Josué (22. 5: 23, 11), el salmo 30 ( v. 24) y el Eclesiástico ( 2, 10; 7, 32). También el término "amor" se emplea bastante raramente. Sin embargo. el Antiguo Testamento nos habitúa a una terminología paralela, como la de "temor de Dios", "servicio", "buscar el rostro de Dios", "fidelidad. Aquí la afirmación del amor va unida al monoteísmo "El Señor, nuestro Dios, es el único Señor". Pero Jesús añade el amor al prójimo como íntimamente unido al amor de Dios.

La respuesta del escriba es, a su vez, una enseñanza; expresa cómo el amor al prójimo vale más que todas las ofrendas y sacrificios.

También tenemos que fijarnos en la conclusión del episodio: "No estás lejos del Reino de Dios", le dice Cristo. Volvemos a encontrar aquí la preocupación de san Marcos, el Reino anunciado. Ahora bien, se anuncia cuando el amor de Dios y la caridad fraterna son proclamadas y realizadas en la comunidad. Con toda seguridad, también esto es algo que san Marcos quiere enseñar a los suyos.

-Amarás al Señor con todo tu corazón (Dt 6, 2-6)

Este es el texto a que Cristo hace referencia en su respuesta al escriba.

Es un pasaje tan importante, que fue incluido en lo que en el judaísmo se llama Schema Israel, recitado a diario por el judío piadoso aún en nuestros días. Recogido por el mismo Señor Jesús, este texto merece nuestra meditación y constituye para nosotros un punto selecto de contacto con la religión israelita.

A la observancia de esto que se pide, el Señor promete la felicidad. Sin duda, se trata aquí de la felicidad de la comunidad de Israel. Ciertamente, esta no es despreciable: la felicidad terrena no es un mal, es incluso un bien, y ninguna verdadera espiritualidad tiene derecho a desinteresarse de ella, en la medida en que la felicidad no se opone o no hace olvidar la definitiva felicidad. Siempre será verdad que la observancia de los mandamientos del amor a Dios y al prójimo dotan a la comunidad de equilibrio y de atmósfera alegre y distendida.

YAHVE/ADONAI  D/NOMBRE: Este amor va dirigido a un Dios único, que el texto llama "nuestro Dios". "Yahvé es nuestro Dios" es una especie de aclamación litúrgica que pudo servir en ocasión de ciertas celebraciones. Hacia el siglo V antes de Jesucristo se atribuye a Yahvé el título de Señor, "Adonai". Además, estaba prohibido pronunciar el nombre de Yahvé, y era el de Adonai el que se pronunciaba cuando en el rollo de la lectura aparecía "Yahvé" (En la lectura litúrgica está, pues, contraindicado leer Yahvé por tres motivos: Esa palabra jamás se pronunció; por lo tanto, es preferible leer Señor. Estamos en un contexto cristiano; no es conveniente, pues, leer Yahvé. Esto se refiere sobre todo a los salmos, que se deben poder dirigir ya como Cristo y la Iglesia oran al Padre, ya como la Iglesia se dirige a Cristo; en este último caso sobre todo, la palabra Yahvé ya no se adapta, evidentemente). El Señor es considerado como una especie de posesión del pueblo de Israel. El Señor es 'su" Dios.

LECHE/MIEL: La puesta en práctica de estos mandatos da fecundidad a una tierra en la que manan la leche y la miel. Es sabido que en muchos países se daba leche y también miel al recién nacido, uso medicinal pero también supersticioso. En el ritual del bautismo de adultos de la Tradición Apostólica de Hipólito de Roma, al principio del siglo III, el neófito recibe, con la Santa Sangre, leche y miel, en recuerdo de la promesa hecha a nuestros padres. El uso pudo introducirse fácilmente, dado que ya existía, sin duda, para los lactantes.

El salmo 17 canta el amor al Señor. Es precisamente uno de los salmos en que se utiliza la expresión "amar" con referencia a Dios: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

Todavía hoy la Iglesia sigue ofreciendo al cristiano el recuerdo del estatuto que constituye su vida. La reflexión de Jesús al escriba debe animarle a ponerla en práctica: "No estás lejos del Reino de Dios". La comunidad que realiza este amor a Dios y el amor al prójimo es ya en sí misma comienzo del Reino.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 90 ss.