COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Hb 7, 23-28

 

1. J/SACERDOTE

Esta lectura constituye el final de la demostración de la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el sacerdocio levítico; subraya, de manera particular, que Jesús no depende de Leví, sino que pertenece al orden de Melquisedec (Sal 109/110), que su sacerdocio se apoya en su calidad de Hijo y de Señor (Sal 2, 7) y que está de conformidad con el "juramento de Dios" (vv. 20-22).

Esta idea de juramento interviene también en los versículos que preceden a la perícopa litúrgica (vv. 20-22). El autor descubre este juramento no ya en las promesas hechas a Abraham (Heb 7, 6-7), sino en la promesa del Sal 109/110, 4, citado por cuarta vez en Heb 7 (cf. v. 21 y alusiones en los vv. 24 y 28). Pero, por primera vez, esta cita del Sal 109/110 se halla recortada, y ya no se hace mención de Melquisedec. El énfasis no recae ya sobre este personaje, sino sobre el juramento: el Señor ha jurado (v. 21).

A partir de aquí la argumentación del autor se desarrolla normalmente:

1. Un sacerdocio garantizado por un juramento divino es prenda de una alianza mejor que la antigua, sobre la que no incidía ningún juramento de Dios (vv. 20-22).

2. Un sacerdocio sobre el que incide un juramento así tiene que ser necesariamente eterno (cf. Sal 109/110, 4; vv. 23-25; repetición de los vv. 15-17). La duración perpetua del "resucitado" garantiza la eternidad de su sacerdocio (v. 24) frente a la caducidad del sacerdocio antiguo. Como eterno que es, el sacerdocio de Cristo está siempre en acción, interpelando continuamente por nosotros.

3. El sacerdocio nuevo es el de Cristo en la gloria (vv. 26-28), el mismo del Hijo (v. 26). Hijo sublimado para siempre, Cristo es, pues, sacerdote para la eternidad, y lo es de una vez para siempre.

Los hombres no son capaces de abrirse un camino hasta Dios. Organizar un culto es, por tanto, una tarea irreal y sin fruto en la que no se opera ningún encuentro verdadero ni purificación alguna profunda del pecado del hombre. Pero Cristo logra que la humanidad llegue a una comunión real con Dios, puesto que su naturaleza humana se ha visto introducida realmente en la intimidad divina mediante su ascensión y su entronización como Señor. Esta penetración de Cristo en la vida divina se ha efectuado en el corazón mismo de su inevitable muerte y de la ofrenda de toda su existencia. Cuando celebra la Eucaristía, que es memoria de esa ofrenda, y cuando lo hace bajo la presidencia de ministros que dan autenticidad a la relación de esa Eucaristía con la muerte y con la entronización del Señor, el cristiano asegura a su vez a su propia vida su valor sacerdotal y consigue mantener con Dios un encuentro auténtico y transformante.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 228


2.

El autor muestra la superioridad del sacerdocio de Cristo que está por encima de cualquier otro y, en especial, del sacerdocio del A.T. Los sacerdotes del A.T. se han ido sucediendo como hombres mortales y, a pesar de su número, no han podido entre todos alcanzar su objetivo. Temporalidad y multiplicidad son las señales de la imperfección de este sacerdocio. Ninguna de las dos se hallan en el sacerdocio de Cristo, que es único y eterno. Y por lo tanto, perfecto y suficiente para alcanzar la salvación de cuantos acuden a él. Siendo como es inmortal, Cristo intercede siempre ante el Padre en favor de aquellos que se acercan a Dios por medio de él (cfr. 4, 16; 1 Jn 2, 1).

A los sacerdotes del A.T. se les exigía unas cualidades morales y la observancia de una pureza cultual u objetiva, pues debían vivir separados de todo lo que era "impuro" e inconveniente a la santidad de Dios ante el que comparecían para rogar por todo el pueblo (cfr. Ex 30, 19-21; Lv 10, 9-11, 22, 2-9; etc.). Sin embargo, estaban llenos de debilidades y tenían que ofrecer sacrificios no sólo por el pueblo, sino también por sus propios pecados.

En cambio, Jesús, que se acercó como nadie al que es en verdad Santo y nos abrió el acceso a Dios, nuestro Padre, está investido de una santidad subjetiva y objetiva sin mengua de ninguna clase. El es perfecto como perfecto es también el sacerdocio que ejerce. Ni tiene pecado ni hay en él nada inconveniente o impuro, pues está elevado por encima del cielo. Cristo, que no conoció pecado, alcanza de una sola vez el perdón para todos los pecadores. No tuvo necesidad de ofrecer muchos sacrificios, pues su sacrificio es perfecto.

En la plenitud de su sacerdocio, Cristo es a la vez sacerdote y víctima. Pero no por sus pecados, sino por el pecado del mundo. Mientras la Ley establecía como sacerdotes a hombres pecadores y ordenaba muchos sacrificios, siempre insuficientes, la Promesa se cumple en Jesucristo, el único sacerdote verdadero y perfecto. Jesucristo es el sacerdote eterno que ofrece el sacrificio eterno, válido para siempre.

EUCARISTÍA 1976, 58


3.

El sacerdocio de Cristo es eterno. Dura siempre. La muerte imponía a los descendientes de Aarón la necesidad de multiplicarse. Lo cual suponía una imperfección imposible de remediar. En cambio, como la muerte ya no tiene poder sobre Cristo, éste permanece para siempre, y ejerce un sacerdocio "exclusivo". Puede salvar definitiva y perennemente a los hombres y unirlos a Dios. Vive para interceder por nosotros, y su intercesión es eterna, porque deriva del sacrificio que consumó una vez por todas en el calvario.

Nadie como Cristo glorioso para interceder por los hombres con plena autoridad. Porque nadie como él es santo, con una santidad interior, religiosa y moral consumadas. Las palabras del juramento de Dios consagraron al Hijo "perfecto para siempre". Los sufrimientos de Jesús, su sacrificio único, la entrada en la gloria y el ejercicio de su actividad salvadora omnipotente han consumado definitivamente su vocación sacerdotal. Dios lo consagró. El Hijo aprendió a obedecer. Es un sumo sacerdote perfecto.

EUCARISTÍA 1988, 51


4. J/CAMINO.

Los destinatarios de la carta a los hebreos sentían la nostalgia del culto judío: multitud de sacerdotes en el Templo, acumulación de sacrificios diarios. Todo esto constituía una seguridad: al menos, se hacía algo para Dios.

De hecho, el culto y la moral pueden constituir una coartada peligrosa. La buena conciencia del deber cumplido nos puede hacer olvidar que la salvación, el éxito de nuestra vida, derivan ante todo de los desvelos y fatigas de Dios. ¿Por qué empeñarse en abrirse camino hacia Dios con la ayuda de ritos cuando es Dios mismo quien ha abierto el camino de manera definitiva, una vez por todas? Jesús es este camino.

DABAR 1982, 54


5.

Este párrafo está casi en el centro de Hebreos. Está en la sección central del escrito y de las cinco partes de que consta esta sección, en la segunda. Esto no es una pura curiosidad, sino indica -dado el carácter del escrito y lo reflexionado de su composición- la importancia del tema.

Este tema es el de "sumo sacerdote según el orden de Melquisedec" aplicado a Cristo.

A pesar de la terminología el sacerdocio o función mediadora de Cristo según hebreos, nada tiene que ver con lo cultual. Si se interpretase ese sacerdocio en esos términos, los más corrientes en nuestra imaginación de lo sacerdotal, sería caer en una trampa enorme.

El sacerdocio de Cristo en Hebreos es su mediación, llevada a cabo con su existencia, su muerte sobre todo. Es el hecho de que Cristo une a los hombres con Dios y a Dios con los hombres. En eso, sólo en eso, consiste lo principal de su sacerdocio. Nada de ritos, ni sacramentos, ni cosas parecidas.

En este texto se subraya la permanencia de esta función. Cristo permanece mediando para siempre y de forma definitiva. Otro rasgo es el de la perfección de la persona que ejerce esa función. Cristo une a Dios y a los hombres. Como el mismo escrito subraya en otras partes Cristo es hermano de sus hermanos, comparte todas sus debilidades, excepto el pecado, aprende la obediencia, sufre... Pero de la otra parte Cristo es como Dios, inocente, sin mancha, alejado de los pecadores. Su ofrecimiento no es por sí mismo, en su propio favor, sino sólo en el de sus hermanos.

Dicho de otro modo; en este párrafo se destaca más bien el carácter sobrehumano y divino de Cristo. En otros será el humano. De la unión de los dos, unión hipostática, surge la persona irrepetible, única y definitiva de Cristo. De notar que en esta presentación el carácter soteriológico de Cristo también se destaca de modo particular. Lo que hace no lo hace para sí, sino para sus hermanos.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1991, 53


6.

Sigue la comparación entre el sacerdocio de Jesucristo y el de los grandes sacerdotes de Jerusalén. En éstos, la muerte pone fin a sus funciones; por el contrario, Jesucristo es precisamente después de haber muerto y resucitado que entra de lleno en su sacerdocio celestial, "porque vive siempre para interceder en favor" de los hombres; los sacerdotes antiguos, al morir, tenían que ser sucedidos por otros sacerdotes, mientras que Jesús "tiene el sacerdocio que no pasa" y no tiene, por tanto, que traspasar a nadie sus funciones. En la visión de esta autor, el único sacerdote del N. T. es Jesucristo. Esta afirmación relativiza notablemente nuestro sacerdocio, que no es más que una participación en el sacerdocio universal y eterno de Jesucristo, para hacerlo presente en los distintos tiempos y lugares para salvar de este modo a todos los hombres. En el momento en que, en la teoría o en la práctica, absolutizamos nuestro sacerdocio (el ministerial o el universal) y olvidamos la necesaria referencia a Jesucristo, nos convertimos en "sumos sacerdotes" levíticos, "llenos de debilidades", incapaces de salvar. Sólo "el Hijo será siempre un sacerdote perfecto", y nosotros lo tenemos que hacer presente más allá de nuestras limitaciones.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1976, 19


7.

Texto muy denso que continúa demostrando la superioridad del sacerdocio de Cristo. La lista que presenta de los contrastes con los sacerdotes levíticos es larga: Éstos eran muchos, hombres imperfectos, caducos, de sacerdocio efímero, temporal, pecadores, obligados antes a ofrecer por sus propios pecados, con sacrificios diarios y repetidos, de materias ajenas, incapaces por tanto de salvar.

Frente a todos estos está JC. que es sacerdote único, Hijo de Dios y perfecto, incontaminado, y sin necesidad de ofrecer por sus pecados, pero que se ofrece a sí mismo por los demás, tiene un sacerdocio perpetuo, está siempre vivo para interceder y es, por tanto, capaz de salvar a los que por él se acercan a Dios.

Podríamos quedarnos con el versículo 25 de esta lectura: "Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de El se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor".

Formula admirable que podríamos saborear durante el día. Ver a la humanidad como una inmensa caravana que trata de avanzar hacia Dios, pero que en el fondo es incapaz de abrirse camino. Todos tenemos este deseo de descubrir a Dios, de ver a Dios.

Pero ¿cómo entrar donde está Dios? Tenemos más bien experiencia de nuestro pecado, de nuestra incapacidad de amar a Dios, de no saber orar.

Entonces Jesús nos abre la puerta de par en par, de manera definitiva. "Está siempre vivo para interceder por nosotros". Su resurrección es la garantía de la eternidad de su misión respecto a nosotros. Jesús no deja de orar, de suplicar a su Padre por nosotros, por mí, por todos los hombres.

Y este mundo está siendo transformado, divinizado, porque Jesús es el sacerdote que mantiene su ofrecimiento eterno ante el Padre, por la salvación de todo el mundo. "Este es el que ama a sus hijos; el que ora mucho por su pueblo".

-Cuando estés decaído, desesperado, ¿por qué no te dices a ti mismo: Jesús se está ofreciendo al Padre por mí?


8.

-El sacerdocio eterno de Cristo (Heb 7, 23-28)

La carta a los Hebreos prosigue la enseñanza sobre el sacerdocio que comenzó el domingo anterior. En ella se nos presenta el sacerdocio de Cristo como el único sacerdocio.

Único, porque la muerte impide a los demás sacerdotes permanecer en su cargo; Cristo, permanece para siempre y posee un sacerdocio que no pasa. El vive siempre y por eso intercede siempre por nosotros.

Pero es sacerdote único también por otros motivos: es santo, sin mancha; no necesita ofrecer sacrificios por sus propios pecados, y después por los del pueblo. Por los del pueblo, lo hizo de una vez por todas, ofreciéndose a sí mismo. En la ley de Moisés, los sumos sacerdotes están llenos de debilidades. En la Nueva Alianza, el Hijo, llevado hasta su perfección, es designado por el Padre único y verdadero Sumo Sacerdote.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 142


9. /Hb/07/11-28

La lectura de hoy explicita el sentido de la grandeza y la superioridad del sacerdocio de Jesucristo a que aludía el texto de ayer: la grandeza del sacerdocio de Jesucristo estriba en su eficacia (7,11.18-19); él ha conseguido realmente la «perfección». Este es uno de los rasgos fundamentales del escrito y en esto se halla enraizado en la más pura tradición cristiana. El objetivo, la meta que se debe conseguir, es la "perfección", la salvación, la liberación real del pecado y de la muerte, la vida del hombre en Dios; tal es la meta conseguida por Jesucristo, el único salvador. Al explicar su pensamiento, el autor explicitará el sentido de esta «eficacia» aquí sólo anunciada.

La carta utiliza también la pauta de la eficacia para emitir un juicio duro y definitivo sobre el culto antiguo: «la ley no consiguió transformar nada» (19); de ahí una conclusión radical: han quedado abolidos la ley, el culto, su organización y, en definitiva, el pueblo que estos elementos aglutinaban (11-19). Con este juicio se juzga también todo lo que el antiguo culto simbolizaba: se afirma el fracaso del hombre en conseguir la perfección al margen de Jesucristo. Aquí se insinúa el tema, la afirmación debe entenderse a la luz de la comprensión de Jesucristo que expondrá más adelante.

Los versículos dedicados más bien a hablar de la eficacia del nuevo sacerdote (20-28) revelan la comprensión que tiene Heb del sacerdocio de Jesucristo. El autor empieza hablando de su eficacia salvífica con respecto a nosotros y habla también de los títulos de su sacerdocio, pero acaba en el centro de su interés y el núcleo de todo: la categoría personal ético-religiosa de Jesucristo (26-28). El es santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores -del pecado-; no necesita ofrecer sacrificios por sus pecados porque no tiene pecado (cf. 4,15). El sacerdocio de Jesucristo, su «consagración sacerdotal», no es una realidad que se halla al margen de su fidelidad, sino que Dios lo ha consagrado sacerdote «a través de» y «en» su misma fidelidad; la eficacia del sacerdocio de Jesucristo empieza por él mismo: él es el perfectamente santo. La raíz última de esta fidelidad plena es la filiación divina. El capítulo acaba diciendo que Jesucristo "se ofreció a sí mismo"; con esto se explicita el núcleo sacrificial de Heb y se abre la puerta a la sección central del escrito. Es claro que si el cristiano participa de la filiación divina -como nos dice 2 Pe 1,4: «Nos ha concedido... participar de la naturaleza divina»- debe esforzarse también en ser fiel como él, acercándose a su perfección.

G. MORA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 559 s.


10.

Al comparar el sacerdocio de la antigua alianza con el sacerdocio de Jesús, el autor de la carta a los Hebreos muestra en qué consiste la salvaci_n que tenemos en él, que es definitiva, mientras que la de la antigua alianza no lo era. La primera diferencia es que Jesús vive para siempre. Y eso comporta que el que se une a él se mantiene por siempre en esta unión, y vive sin rupturas lo mismo que vive Jesús: la proximidad con Dios.

Y la segunda diferencia (que es anterior cronológicamente a la primera) es que el sacrificio de Jesús ha realizado plenamente la unión con Dios, que los sacrificios de la antigua alianza realizaban sólo parcialmente. Los sacrificios de la antigua alianza eran intermediarios que querían aproximar los hombres y Dios, pero no eran los hombres los que se acercaban, de modo que la aproximación era necesariamente imperfecta. En cambio, con Jesús, ha sido un hombre quien se ha acercado a Dios totalmente, amando hasta la muerte, de modo que todo hombre que se una a Jesús se une también totalmente a Dios.

Sólo un hombre como Jesús, que a la vez que hombre es el Hijo, podía amar y entregarse así.

JOSÉ LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 14