COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

Dt 6, 2-6

 

1. Para los sabios de Israel no existe sabiduría mayor que el cumplimiento de la Ley de Dios, pues en esto consiste saber vivir y así es como se alcanza la salvación de la vida. Por otra parte, el principio de esta sabiduría es el temor de Dios (Pro 1, 7; Sal 111, 10). Por eso comienza el predicador inculcando a todo el pueblo este santo temor, para que guarde los mandatos y preceptos y alcance una larga vida. El temor se hace obediencia religiosa y debe entenderse, en consecuencia, más como temor filial o piedad que como temor servil. De ahí la conexión del temor con el amor, con el primer mandato que es el amor a Dios con todas las fuerzas y con toda el alma.

El sujeto de este temor u obediencia no es solamente la comunidad o pueblo de Israel, sino también cada uno de sus miembros y cada una de las generaciones. Aunque la palabra se dirige al pueblo y éste es en primer lugar el interlocutor de Dios, es claro que el pueblo no escucha nada si no la escuchan los hombres que lo integran.

Para un pueblo de nómadas y pastores procedentes del desierto las tierras de Canaán debieron ser un verdadero paraíso y el mejor símbolo de todo cuanto podían desear. La posesión pacífica de estas tierras, tan amadas, dependerá en adelante de la fidelidad de Israel en el cumplimiento de cuanto le ha sido mandado por el Señor. Esta palabra inicial en versillo 4, esto es, la palabra Semá (= "escucha"), ha dado nombre a una de las oraciones más arraigadas en la tradición judía, conocida también como "oración de la tarde". Dicha oración consistía en la recitación de los versillos 4 al 9 del presente texto, a los que se añadían Dt 11, 13-21 y Núm 15, 37-41. En tiempos de Jesús el Semá que recitaban cada día obligatoriamente los judíos, se rezaba también diariamente dos veces en las sinagogas y en el templo. Por lo tanto, cuando Jesús responde al letrado que le preguntaba por el mandamiento primero y lo hace citando el principio de esta oración, le recuerda algo que todos conocían muy bien (cfr. evangelio de hoy).

En su contexto estas palabras no son propiamente la promulgación de un mandamiento aislado, aunque éste sea, en efecto, el primero y fundamental, sino una exhortación y una advertencia a Israel para que cumpla todos los mandatos y preceptos. Por eso comienzan recordando el motivo y la razón última de la fidelidad que en ellas se exige: que Israel no tiene otro Señor que Dios y que Dios no hay más que uno. En consecuencia, Israel debe amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, lo cual implica el cumplimiento de todos los mandamientos y preceptos.

El establecimiento de la Alianza fue para Israel una gracia de Dios que provocó múltiples respuestas religiosas y no sólo la del temor. Entre todas ninguna tan perfecta como la del amor, esto es, la de un amor total y único como es el amor que un hijo debe a su único padre. No olvidemos que la respuesta religiosa del amor al único Dios presupone la experiencia de Israel de haber sido amado por Dios de una forma única y singular. Lo verdaderamente nuevo en este texto no es el mandamiento del amor a Dios, sino el modo como este mandamiento se propone: como deber fundamental y compendio de todos los deberes religiosos, como razón y motivo último de todos los mandatos y preceptos.

Se insiste en la obligación de interiorizar y recordar cada una de las palabras (mandatos y preceptos) de Moisés. Y aunque esto debiera ser algo más que un aprendizaje esmerado, ya que la verdadera sabiduría consiste en cumplir la Ley y no es en saberla de memoria, se da pie a una interpretación intelectualista. A partir de ahí se llegará a pensar que no hay obra mejor que el estudio de la Ley, y el aprendizaje de las palabras de Moisés absorberá todas las energías espirituales del "justo", como si se tratara de un fin en sí mismo. De ahí también que se tomara literalmente lo que se dice aquí sobre llevar las palabras de Moisés atadas a la muñeca y como una señal sobre la frente (de donde viene el uso de las "filacterias"). Lo mismo ocurrió con lo que se dice de escribirlas "en las jambas" y en los "portales", que dio origen al uso de la "mezuza" (una especie de alacena situada en la pared, detrás y a la derecha de la puerta de casa, en la que se guardaba un pequeño rollo de pergamino con la inscripción de los textos del Dt 6, 4-9; 11, 13-21 y Ex 13, 10. 11-16.

Todos estos medios que ayudaron a conservar las palabras de Moisés en la memoria, las alejaron del corazón, que es donde debían estar escritas.

EUCARISTÍA 1976, 58


2.

"Escucha Israel: Yahvé, nuestro Dios, es Yahvé único". Estos versículos son el credo de los judíos, que lo suelen rezar diariamente. Jesús se refiere a este texto cuando le preguntan sobre el mandamiento más importante. "Amarás a Yahvé con todo su corazón". En esos tiempos lejanos, el amor de Dios no era totalmente desinteresado. Israel sabe que, al responder al amor de Dios que lo eligió, va por buen camino, y Dios le premiará con la paz y la prosperidad material.

"Graba en tu corazón estos mandamientos": tenlos presentes en tu mente para ordenar tus pensamientos y para que puedas juzgar de todo conforme a estos criterios.

"Repíteselos a tus hijos": sabiendo que eres responsable de la fe de ellos. "Grábalos en tu mano", es decir, que guíen tus actos. "Póntelos en la frente", para no acordarte de ellos cuando ya sea tarde y solamente puedas reconocer tus errores. "Escríbelos a la entrada de tus ciudades", a fin de que rijan la vida económica y social. Porque Yahvé es un Dios celoso. Y esto, a diferencia de los dioses de otros pueblos que aceptan divinidades rivales o abrir tiendas a su lado o dar satisfacciones a peticiones que ellos mismos no pueden atender ("si Dios no me escucha en esta iglesia, iré a pedir en otra"). Y son dioses para la gente interesada que ve en la religión el medio de conseguir sanaciones y beneficios. Yahvé, en cambio, no está al servicio de Israel; somos nosotros los que servimos a Dios.

Así, pues, "no te olvides de Yahvé cuando hayas comido...". La civilización moderna ha entrado en este olvido. El hombre se siente dueño de la ciencia, de la técnica y del mundo. Más grave aún: se conforma con dominar el universo y se pierde a sí mismo.

EUCARISTÍA 1988, 51


3.

-Contexto.

El recuerdo de las vivencias del pueblo en el pasado y exhortaciones para ser fieles al Señor se mezclan a lo largo de todo el Deuteronomio. Usando el recurso de la ficción literaria se sitúa al pueblo en las estepas de Moab dispuesto a entrar en la tierra que Dios prometió a los padres. Después de narrar la alianza de Dios con el pueblo que escucha a Moisés en el Horeb (cap. 5), el autor exhorta a los lectores a cumplir el mandamiento principal como requisito indispensable para entrar en la tierra de promisión.

-Texto.

Vs. 1-3: exhortación a cumplir los mandatos y preceptos del Señor. Esta exhortación va dirigida a todos, y las motivaciones son las clásicas del A. T.: crecer en número, irte bien...

El sentido de la parénesis es claro; sólo el término "temer" puede implicar cierta dificultad, pero se aclara al recordar que no se identifica con nuestro concepto de temor sino que puede ser sustituido -con ciertos diferencias de matiz- con nuestros conceptos de amar, seguir, obedecer, adherirse a Dios...

Al don de la tierra (obra del amor de Dios) le debe corresponder el amor humano traducido en el cumplimiento de sus deberes. Además los preceptos y leyes no son asépticos, sino motivados. Vs. 4-5: mandamiento principal

Con la expresión "Escucha Israel" (fórmula estereotipada en el Dt.: cfr. 5, 1: 9,1; 20, 3; 27, 9...) el predicador invita al pueblo a cumplir el mandamiento más importante: el amor a Dios.

La acción divina en la historia del pueblo (puro amor) entraña una correspondencia también de amor por parte de Israel. Sólo Yavhé es el Dios de Israel (v. 4; cfr. 5, 6). Esta afirmación monoteísta -más exactamente monolátrica- lleva consigo la exigencia de que Dios debe ser amado de forma exclusiva y total: "con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas". Esta frase es muy típica de la obra Dtr. (Dt. 4, 29; 10, 12: 11, 13: Jos. 22, 5; 23, 14; II Ry. 23, 3.25...), y así la correspondencia de amor expresada en términos jurídicos adquiere una emotiva profundidad. Vs. 6-9

Este precepto de amor que abarca todos los demás debe estar grabado en la memoria y estar presente en todas las esferas de nuestra vida; ocupará un lugar importante en la catequesis familiar para mantener, de edad en edad, esta actitud de amor y fidelidad al Señor. Los tatuajes y las inscripciones en las puertas -vieja costumbre oriental- son signos de pertenencia al Señor.

-Aplicaciones.

Nuestra confesión monoteísta es el Dios de Israel (cfr. el "hoy" litúrgico del v.6), lleva consigo la exigencia de que Dios debe ser amado de forma exclusiva y total. ¿Y nos creemos que le queremos más que al cargo, al poder, al dinero, a la posición social...! Seamos sinceros. Dt. 6, 4-9, junto con Dt 11, 13-21, y Nm 15, 37-41 constituyen la plegaria diaria de los israelitas (Sema). Y Cristo se refiere a este texto como el gran mandamiento de la ley (Mt 22, 37). El amor a Dios de forma total debe conducirnos al amor al hermano como hijo de un mismo padre. Este es el sentido profundo de toda la ley. El libro judío de los Berakot explica los relatos antes citados y cae en rutinarios formulismos: tiempo de recitar la oración diaria ya sea por la mañana ya sea por la tarde; validez de su recitación antes o después de la aurora; si la recitación ha de hacerse oyéndose o es suficiente mover sólo los labios, etc. ¡Cuántas veces la Iglesia ha caído en las mismas casuísticas de los Berakot, despreciando olímpicamente el sentido profundo de la ley; el amor a Dios! Lo importante era la norma cuya transgresión acarreaba incluso pecado grave. ¡A qué torpeza puede conducir el no conocer el auténtico mensaje bíblico y deleitarse con efímeros derechos romanos y derivados!

A. GIL
DABAR 1988, 54


4.

Este es uno de los textos centrales del Antiguo Testamento. Muchos otros pasajes de los libros sagrados, especialmente los salmos y los profetas, especialmente Os y Jr, suponen el hecho del amor a Dios, pero sólo Dt lo llega a formular con tanta vehemencia, y convirtiéndolo además en un mandamiento explícito. Pero, ¿cómo puede ser objeto de precepto el más libre de todos los actos humanos, el amor? ¿puede recibir el nombre de amor un amor imperado? Precisamente el Deuteronomio, el más parenético o exhortativo de los libros de la Ley, es el que ha expuesto de modo más sentido y conmovedor el gran amor que Dios tiene para con su pueblo; por ello puede exigir del pueblo que corresponda con amor al amor, y que por amor se aplique al cumplimiento de la Ley. En ello encontrará la "vida", la felicidad y la posesión del país, tres promesas que a lo largo de los siglos espiritualizarán progresivamente su contenido, bajo la dura pedagogía de las calamidades.

Ya antes de Jesús, los judíos habían descubierto la importancia capital de este "mandamiento". Una de las plegarias preferidas de los piadosos, y que se rezaba por la mañana y por la noche en la sinagoga, era el "Shemá" (="Escucha..."), que comenzaba precisamente con Dt 6,4-6, añadiendo Dt 11, 13-21 y Nm 15, 37-41. Para un judío practicante, que frecuentase la sinagoga, el "Shema", encabezado por la profesión de fe monoteísta y la exhortación a amar a Dios, era más o menos lo que para un cristiano es el Padrenuestro. Por ello, en la versión lucana del evangelio de hoy, las palabras de Jesús: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees? (anaguinóskeis)" (Lc 10, 26) deberían traducirse: "¿Qué rezas?", es decir: "Tú mismo, cuando rezas, en la oración de la mañana y de la noche, ¿qué dices?" (J. Jeremías).

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1976, 19


5.

"Deuteronomio" es una palabra griega que quiere decir "segunda ley". Y, efectivamente, el libro es una nueva recopilación de la Ley de Israel. Escrito en tiempos de la monarquía, presenta la forma literaria de un conjunto de discursos de Moisés, que en parte resumen los acontecimientos del Éxodo, pero que sobre todo compilan las leyes que deben regir el funcionamiento, la religiosidad y el comportamiento del pueblo. El segundo de estos discursos de Moisés empieza recogiendo la pieza clave de la Ley que son los diez mandamientos, y a continuación presenta la afirmación básica de fe que leemos hoy.

El texto que acabamos de leer empieza recordando la importancia de ser fiel a Dios y seguir sus mandatos. Israel, conducido por Dios de la esclavitud de Egipto a la libertad de un país fértil, tiene la certeza de parte de Dios de mantenerse como pueblo en medio de las complicadas vicisitudes históricas. Pero, para que esto sea posible, el pueblo deberá responder con la fidelidad al Dios que le ha liberado. Y después viene la afirmación básica de fe, "Escucha, Israel...": es la Shemá (Shemá quiere decir "Escucha"), la oración que todo buen judío reza varias veces al día. La Shemá es, sobre todo, una afirmación de monoteísmo en medio de una cultura en la que cada pueblo tiene sus dioses: el Señor es el único Dios. Y después, como consecuencia, la llamada/mandamiento de amar a este Dios único de una manera absoluta, con todas las potencias: este "amar", no es sólo un sentimiento (¡los sentimientos no pueden ser impuestos!), sino una voluntad de hacer que toda la vida gire alrededor de lo que el Señor quiere, como se explicita a continuación ("Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria"). La Shemá continúa con tres versículos más (que no leemos), que reafirman esta misma idea.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 14