COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 23. 1-12

Par: Mc 12, 38-40  Lc 20, 45-47

1.

Jesús dirige la palabra a los discípulos y al pueblo para denunciar la conducta de escribas y fariseos y prevenirlos de su mala influencia. San Mateo, inmediatamente después del presente relato, recoge la invectiva que pronuncia Jesús directamente contra los escribas y fariseos (vv. 13-36).

Los escribas y fariseos no se sentaron en la cátedra de Moisés por iniciativa propia y llevados de su ambición. Pues ellos eran aceptados por Israel como maestros legítimos de la Ley, encargados de estudiarla y explicarla al pueblo. Por eso Jesús reconoce su magisterio y ordena al pueblo que cumpla con lo que ellos dicen. Claro, no todo lo que ellos dicen, ya que muchas cosas las dicen por su cuenta y no tienen que ver nada con la letra y el espíritu de la Ley de Dios. En efecto, escribas y fariseos habían creado un fárrago legislativo en torno a la Ley para regularla hasta los más mínimos detalles. Esto constituía una carga insoportable que ni ellos mismos cumplían. Jesús denuncia la hipocresía de estos "maestros" que no ayudan en absoluto a llevar la carga que imponen a los demás indebidamente, y contrapone a esa carga innecesaria el "yugo suave y la carga ligera" del Evangelio (11. 30).

La vanidad y el orgullo desmedido, el afán de aumentar su prestigio ante el pueblo, era el motivo de una serie de prácticas exteriores de estos escribas y fariseos. Acostumbraban a llevar sobre la frente y en el brazo izquierdo unos pergaminos enrollados y guardados en unas bolsas de cuero sujeto por medio de unas cintas y en los que estaban escritas palabras del Éxodo (13. 1-10/11-16) y del Deuteronomio (6. 4-9; 11. 13-12). Colgaban del borde de su manto unas orlas que debían recordarles todos los preceptos de la Ley (cf. Nm 13. 39). Se hacían llamar "rabí", es decir, "maestro mío"; un título que llegó a conferirse solemnemente. También se hacían llamar "padre" y "preceptores".

Jesús critica todo ese interés en encumbrarse sobre los demás, pues uno es nuestro Padre y, todos, nuestros hermanos. La crítica de Jesús a letrados y fariseos alcanza literalmente a todo clericalismo, también, de nuestros días, cuyo deseo de prestigio y poder presenta siempre los mismos síntomas. Eminentísimos, excelentísimos y reverendísimos padres y doctores... todos esos títulos y todas esas filacterias no parecen convenientes a la fraternidad cristiana.

EUCARISTÍA 1978/51


2.

-Texto. Tras cinco domingos consecutivos de confrontación con las dos principales corrientes religiosas judías, Mateo nos presenta hoy a Jesús atacando frontalmente a la más arraigada y popular de esas corrientes, la farisea. Para ello ha convocado al auditorio más amplio posible: a la muchedumbre y a los discípulos. Quiere resaltar así la importancia del ataque.

Este comienza con la constatación de una situación: la ocupación de la cátedra-de-Moisés por letrados y fariseos. La cátedra de Moisés no es ninguna expresión figurada, sino el nombre del mueble desde donde se explicaba la escritura en la sinagoga. La cátedra de Moisés es el lugar autorizado y autoritativo de información y de formación. El ataque es muy simple: desfase entre enseñanza y actuación. Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen.

Tres situaciones ponen de manifiesto ese desfase: no hacer lo que se dice; imponer cargas sin ayudar a llevarlas; actuar para la galería. Esta tercera situación es, a su vez, explicada con unos ejemplos, cuatro en concreto: uso ostentoso de filacterias y flecos; presencia en lugares preferentes; afán de notoriedad; "titulitis".

Las filacterias eran trozo de piel o pergamino con textos de la Escritura, que se colocaban en la frente y en los brazos durante la oración. En la actualidad son una especie de chales de los que cuelgan unas tiras con textos escritos. Los flecos o franjas del manto se remontan a Núm. 15, 38-41 e iban cosidos con hilo violeta. Su finalidad era la de servir de recordatorio de los mandamientos del Señor.

El cuarto de los ejemplos, al que he denominado "titulitis", da pie a Mateo para desarrollar por contraposición el talante que debe reinar en el interior de la comunidad cristiana: fraternidad, servicio a los demás y sencillez.

-Comentario. En la dinámica que Mateo ha imprimido a su evangelio el texto de hoy se veía venir. Pero una vez más debemos guardarnos de ver en él una finalidad exclusivamente de reproducción de un conflicto de Jesús con sus contemporáneos religiosos. Los conflictos de Jesús están reproducidos primordialmente por su valor de ejemplaridad para el futuro. Las situaciones y casos denunciados son situaciones y casos de hoy, dentro de los ambientes religiosos, y en particular, los ambientes doctos, pues a éstos es a los que el texto ataca.

También hoy, por ejemplo, existe un gusto especial, aunque inconfesado, en ser llamado "doctor". De labios de sabios doctores eclesiásticos universitarios he escuchado personalmente el siguiente consejo: "lo importante es entrar". ¡Alguno de estos sabios es en la actualidad...! Es muy fácil ser como los letrados y fariseos contemporáneos de Jesús. Lo es hasta tal punto que casi resulta inevitable. De ahí la dificultad de llevar a la práctica el talante cristiano propugnado en la última parte del texto.

Cada uno de los términos de la trilogía cristiana propuesta aclara y depura el sentido del anterior. La fraternidad sólo es tal en la medida en que sea servicio y entrega; el servicio a su vez, sólo es auténtico en la medida en que se haga con espontánea sencillez. En la coyuntura actual el magisterio verbal no tiene nada que decir si no parte de la fraternidad del maestro a través de un arrimar el hombro con sencillez.

El texto de hoy remite inevitablemente a /Mt/11/25-30. En contraste con los maestros, encontramos en él el tipo de maestro y de guía que es Jesús. "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde. Mi yugo es llevadero y mi carga ligera". A diferencia de los expertos, Jesús es un guía que camina por delante con el yugo que impone. El experto instrumentaliza el saber desde un estar situado; Jesús adopta una posición vital, integradora de teoría y práctica.

A. BENITO
DABAR 1990/54


3.

El discípulo de Jesús -porque es consciente de su debilidad y de la única y total soberanía de Dios y de su enviado JC- ha de evitar las grandes tentaciones que el Maestro denuncia en los fariseos: decir y no hacer; ser maestros insoportables de los demás, con ostentación; buscar el ser servidos en lugar de servir.

MISA DOMINICAL 1990/06


4.

Este pasaje sirve de preámbulo a las maldiciones de los escribas y de los fariseos (Mt 23, 12-32). Jesús presenta a sus adversarios ya desde el primer versículo: ocupan indebidamente la cátedra de Moisés, ya que la ley preveía que la enseñanza y la interpretación de la Palabra de Dios sería reservada solo a los sacerdotes (Dt 17, 8-12); 31, 9-10; Miq 3, 11: Mal 2, 7-10). Al usurpar esa función, los escribas han introducido un profundo y grave cambio en la religión, han sustituido la fe en la Palabra por un método intelectualista y la obediencia al designio de Dios por el juridicismo y la casuística. Al maldecir a los escribas, Cristo rechaza una religión tan humana.

Mateo es el único de los evangelistas que recoge las palabras reproducidas en los vv. 8-10. Unido al texto anterior por la palabra clave "Rabbi", este pasaje está redactado conforme al ritmo ternario en el que se hace sucesivamente mención del "Maestro", del "Padre" y del "Doctor" (o, mejor, del "Director"). No son tanto esos títulos lo que Cristo condena como la religión de exégesis y de profesores que representan y afirma que no hay que acudir a profesores para conocer a Dios.

Los dos primeros versículos no son originales en este sitio (cf. Mt 20, 26). En este pasaje Cristo apunta a la hipocresía de los escribas y de los jefes de la sinagoga. Esta actitud consiste esencialmente en engañar a otro por medio de gestos religiosos o de prerrogativas sacrales indebidas. El hipócrita, en este caso, se atribuye honores que le hacen pasar por un representante de Dios (versículos 6-7), parece tributar un culto a Dios, pero no trata más que de darse importancia a sí mismo (v. 5) y las prácticas más religiosas son también despojadas de su significación ante el deseo exagerado de hacerse notar (cf. Mt 6, 2, 5, 16). Finalmente, el hipócrita pone su ciencia teológica al servicio de su egoísmo aprovechando su erudición casuística para escoger entre los preceptos los que le convienen y cargando a otro de mandamientos de los que se dispensa a sí mismo (v. 4; cf. Mt 23, 24-25).

El colmo es que los escribas hipócritas usurpan el lugar de Dios atribuyéndose un poder que no merecen (vv. 8-10; cf. Mt 15, 3-14). En lugar de conducir el corazón de cada cual al encuentro personal con Dios, en el plano íntimo de la decisión y de la libertad, hacen que toda la atención recaiga sobre los argumentos, las conclusiones y los reglamentos demasiado humanos para que puedan ser signos de Dios.

La hipocresía denunciada por Jesús continúa siendo una tentación a todo lo largo de la historia de la Iglesia.

Tentación sutil que se encuentra en los sacerdotes con relación a los laicos, pero sobre todo en los bautizados con relación a los demás hombres. El Evangelio de este día puede ayudarnos a superarla.

I/RD: Lo importante es que la Iglesia no se tome nunca como la realidad definitiva. La Iglesia es el anuncio de un Reino futuro, pero no es todavía este Reino. Por tanto, no puede situarse en el centro de su predicación porque a donde el mundo debe tender no es hacia ella, sino hacia el Reino. Con esta condición, la Iglesia no cargará a sus fieles con pesos insoportables, sino que estará en tensión hacia un futuro que hay que realizar. La Iglesia debe huir de toda vanidad, y sus responsables evitarán recurrir a los medios con que los hombres intentan espontáneamente llegar al poder: intrigas diplomáticas, influencias políticas, títulos honoríficos, etc.

La Iglesia debe saber en todo momento que está hecha para servir. Una Iglesia que olvida su propio pecado se hace automáticamente dura de corazón, imbuida de su propia justicia, anunciadora de infelicidad y de catástrofe; ya no merece ni la misericordia de Dios ni la confianza de los hombres y pueden aplicársele al pie de la letra las maldiciones dirigidas contra los escribas orgullosos. La Iglesia sabe, por el contrario, que la frontera del bien y del mal pasa por el corazón de cada uno de sus miembros, que su fe es crepuscular y que, de todas maneras, el perdón de Dios es lo único que mantiene su existencia.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 90s.


5. J/FARISEOS 

Hace notar un comentarista que "este capítulo vio la luz en una Iglesia todavía en discusión cerrada con los jefes del Judaísmo"; en una Iglesia de judeo-cristianos que pensaban todavía poder seguir la enseñanza de los escribas y la de los catequetas cristianos... Mateo, y este capítulo en particular, nos trae el eco de una discusión a punto de terminar en una ruptura definitiva entre el cristianismo naciente y el Judaísmo. Mateo, sin embargo, sigue concediendo que los fariseos y los escribas están sentados en la cátedra de Moisés y que su enseñanza hace autoridad (v. 23); lo que se les reprocha no es su doctrina, sino su hipocresía. La puntualización es justa, por más que parezca ligeramente optimista. Cuando Mateo pone la mano por última vez en su obra, la ruptura definitiva parece consumada.

El tono del evangelista, el contenido de las reflexiones que propone, provienen de la actitud de los fariseos para con los cristianos. Atribuyendo esta dureza a Jesús, poniendo en sus labios condenas que son una réplica a ataques desconocidos en su época y conocidos sólo en tiempos del evangelista, el autor crea un anacronismo, consecuencia de la libertad de que dan pruebas los evangelistas al transcribir el mensaje de Jesús. Pero el procedimiento, por infiel que sea a la historia, tiene un sentido: pone en claro la enseñanza de Jesús en lo relativo a ciertos comportamientos religiosos. Ilustrados en una determinada época por miembros del partido fariseo, tales procedimientos podrían serlo, en otra época -la nuestra- por otras gentes, por nosotros mismos quizá.

El anacronismo de Mateo es seguro. (Minoritarios y marginales en la sociedad palestina de aquel momento (el de Jesús), los fariseos, que no tomarán parte en el complot de los sumos sacerdotes contra Jesús, apenas son los oponentes habituales de este último como lo serán, después del 70, de las Iglesias judeo-cristianas, debido a la ortodoxia rabínica desde entonces en curso de instauración).

El conjunto de los evangelios no comparte la severidad del Jesús mateano para con los fariseos. Lucas es sin duda más fiel a la historia cuando presenta a Jesús recibido para comer en casa de Simón el Fariseo, con más cortesía tal vez que verdadera amistad (7, 36-50); recibido, asimismo, en casa de otro fariseo anónimo (11, 31) y todavía en casa de otro más (14,1); o también cuando recuerda a estos fariseos interesados en la enseñanza de Jesús (5, 17; 17, 20) y previniéndole de las maquinaciones de Herodes contra El (13, 21). Lo cual no evita las mofas de algunos con respecto al Maestro (16, 14), ni el enfado que suscita en ellos el comportamiento de Jesús (19, 39), ni la oposición que organiza aprisa contra EL un buen número de entre ellos (5, 21.30.33; 6, 2).

Jesús debió de fustigar sus interpretaciones de la Ley. Llenas de generosidad, de piedad profunda, estas interpretaciones se volvían torpemente rigoristas, inhumanas, más atentas a la letra que al sentido profundo, hasta el punto de conceder más importancia a la tradición de los comentaristas que al contenido obvio de la palabra de Dios. Además, Jesús debió de condenar la pretensión que en ellos hacía nacer la certeza de ser los únicos capaces de introducir en el conocimiento y en la práctica de la Ley. Hablan, a juzgar por el cuarto evangelista, de "ese populacho que no conoce la Ley" (7, 49).

A su vez, tras Jesús y siguiendo su propia ruta, Mateo levanta un acta de acusación contra los fariseos, basada en hechos contemporáneos, pero que desarrolla el fondo de las críticas que ya Jesús había formulado.

Mateo les reprocha su "decir y no hacer" (v. 3); el obligar a los demás dispensándose a sí mismos (v. 4); actuar para "hacerse notar" (v. 5). Critica en ellos el gusto por los primeros puestos y por los títulos -"Se crecen"-; la falsedad de su enseñanza (v. 13); el espíritu de lucro y ostentación (v. 14); la ignorancia de los verdaderos caminos que llevan a Dios (v. 15); la hipocresía de una casuística formalista que desprecia el sentido auténtico de las cosas (vv. 16-22) e ignora lo esencial (v. 23): "la justicia, la misericordia, la lealtad". Mateo les reprocha también el dar importancia a lo exterior en detrimento de lo interior (v. 25 s); al aparecer, en detrimento de la realidad (v. 27 s). Los fariseos condenan a los antepasados pero hacen mayor mal que ellos (vv. 29-32). Persiguen, en fin, a los cristianos (v. 33 s), llevando así hasta el colmo un comportamiento que le valdrá a "esta generación" (v. 36) diversas pruebas a través de las que se experimentará el juicio de Dios (vv. 35-39). (...). ¿Qué dicen, pues, a la Iglesia de hoy, a nosotros mismos, las palabras de fuego lanzadas por Mateo contra "escribas y fariseos"? Son una advertencia dirigida a todos los que ejercen una responsabilidad en la Iglesia. El peligro de "decir y no hacer", de abrumar a los demás con pesos con los que no cargan, la tendencia a obrar para ser vistos, admirados, felicitados, cumplimentados; la incompetencia, el formalismo, etc., son tentaciones permanentes, tanto más sutiles y peligrosas cuanto mayor es la confianza que la comunidad les concede.

Pero es fácil señalar que las desviaciones criticadas por Mateo no son en la Iglesia objeto de ningún monopolio. Todos los discípulos de Jesús, por el solo hecho de su profesión de fe, ocupan en el mundo un puesto que los expone a las mismas tentaciones. También ellos pueden "decir y no hacer", juzgar con orgullosa y falsa severidad, encontrar en su fe el motivo de una ingenua vangloria, contentarse con un formalismo fácil, etc. Todo creyente puede ser esos fariseos. Se mantiene en pie que las acusaciones de Mateo atañen sobre todo a aquellos que, por sus responsabilidades, destacan en el seno de la comunidad.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág 272