29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXI DEL
TIEMPO ORDINARIO
1-7

1.

-Los responsables de la comunidad.

-Sin hacer un examen de conciencia en público, quizá no estará mal que expresemos hoy nuestra preocupación por el peligro que tenemos los responsables de la comunidad de actuar del modo que Jesús critica. Nosotros y, también, el conjunto de la institución Iglesia. Dos son fundamentalmente las actitudes posibles que Jesús critica. En primer lugar, la que le dedica mayor espacio, es la de hacer valer la propia tarea de responsable para obtener un cierto status privilegiado, ser reconocido, alabado, temido incluso. Ahora que un cierto despotismo clerical de épocas anteriores ha desaparecido, esa actitud podría traducirse quizá en la poca capacidad para dialogar, para aceptar opiniones distintas de las nuestras...

Y otro punto que Jesús critica es que nosotros no hagamos lo que predicamos. Desde luego que somos pecadores como los demás (y por tanto no tenemos la obligación de ser absolutamente perfectos), pero es igualmente verdad que el lugar que ocupamos nos exige ser ejemplo para los demás. Ejemplo de desprendimiento, de atención a los demás, de apertura, de creer firmemente en el amor de Dios y en el Evangelio. Es el ejemplo que san Pablo muestra en la segunda lectura de hoy.

-Todo cristiano tiene que "hacer".

-El evangelio de hoy no va sólo para los curas. "No hacen lo que dicen" es una frase contundente, una crítica insoslayable, que se puede aplicar a cualquier cristiano. Porque si uno es cristiano, aunque no vaya haciendo sermones a nadie, está diciendo que cree en el estilo de vida de JC, y está diciendo, también, que cree que este estilo debería ser el de todo hombre.

Todo cristiano, por tanto, aunque formalmente no diga nada, en realidad sí que dice. Y por ello él también es objeto de la dura crítica de Jesús si además de decir no hace. El cristiano que no vive como tal, no sólo es incoherente consigo mismo y ante Dios. El cristiano que no vive como tal está desacreditando la fe, está desacreditando a Jesús. Y ese "hacer" deberá notarse, por encima de todo, en todo aquello que afecte a la vida de los demás, todo aquello en lo que los demás puedan experimentar que el estilo de Jesús se hace realidad.

-Y tienen derecho a criticarnos.

-A veces hay cristianos que cuando en la parroquia o en la Iglesia ocurre algo criticable y algunos de fuera lo critican, se enfadan y dicen que los de fuera no se metan en lo que no les importa, o que "los políticos hacen igual", o cosas por el estilo.

Este planteamiento es equivocado. Los cristianos presentamos un modelo de vida valioso, distinto, basado en valores muy altos. Y los no creyentes tienen derecho a esperar de nosotros que sigamos este modelo. Y si no lo seguimos, tienen derecho a criticarnos porque, por decirlo así, "los hemos engañado". Nos critican porque no hacemos lo que decimos.

Y muy en el fondo, cuando los cristianos o la Iglesia somos criticados porque no seguimos el estilo del Evangelio, significa que este estilo es considerado como una aportación importante para la humanidad, como una aportación que, por nuestra culpa, se pierde.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/20


2.

¡Qué bien maneja Jesús la ironía refiriéndose a los maestros de la ley y a los fariseos! Hablan desde la cátedra de Moisés. Escuchadlos. Pero no hagáis como ellos, "porque ellos no hacen lo que dicen". Es la preocupación por los hechos, que va saliendo con una cierta insistencia estos últimos domingos y que nos recuerda que es con nuestra propia vida, con nuestro comportamiento, como somos fieles o infieles a lo que Dios espera de nosotros. Por eso, al empezar la homilía permitidme que os recuerde, y que me recuerde a mí mismo que CADA UNO DEBE FIJAR LA MIRADA EN SU PROPIA VIDA. Solamente así los textos de la Escritura que vamos leyendo, además de ilustrarnos, nos serán verdaderamente provechosos y podrán transformar nuestro comportamiento.

LA CRITICA DE HOY TIENE DOS PARTES: "ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros"; y "todo lo que hacen es para que los vea la gente".

El discípulo de Jesús tiene que actuar de modo muy distinto: tiene que cargarse su cruz, él, y seguir al Maestro; y tiene que actuar, no de cara a la galería, para hacerse ver de la gente, sino "en el secreto", en la verdad de su corazón: "Y tu Padre, que ve en el secreto, te lo recompensará" (Mt 6. 4/6/18). Con otras palabras, el discípulo tiene que hacer como su Maestro, que se cargó una cruz bien pesada, pero que era compasivo con la gente sencilla, con los publicanos y los pecadores; y que no buscaba el aplauso de los hombres, sino complacer al Padre.

Cuando leemos que los maestros de la Ley y los fariseos "alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto", que "les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame "maestros"", parece como si Jesús criticara más de un aspecto de LA VIDA DE NUESTRA IGLESIA ACTUAL.

Aún hoy, en la medida en que se va subiendo en los grados de la jerarquía, se complican los vestidos y el trato. Aún hoy, en nuestras fiestas oficiales -los funerales de un Papa, por ejemplo, o el comienzo de un nuevo pontificado- podemos ver filacterias y franjas de mantos complicadas, primeros puestos y lugares de honor, e incluso privilegios de vestuario. Todo esto compone bellas imágenes televisivas que luego se encargarán de ofrecernos las revistas a todo color, incluso algunas superficiales y mundanas.

¿No os parece que, a través del evangelio que hemos leído, Jesús dirige a nuestra Iglesia una invitación a la simplicidad? Las últimas palabras dirigidas a los discípulos -es decir, a la comunidad de sus seguidores- son una llamada a LA HERMANDAD CRISTIANA: "Uno sólo es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre a nadie en la tierra, porque uno sólo es vuestro padre, el del cielo".

Los discípulos de Jesús tenemos que ser todos hermanos, al mismo nivel unos de otros. Desdichadamente hay aún entre nosotros compartimentos, clases y privilegios, que son más propios de una sinagoga de notables o de señores de este mundo. No tendría que ser así. En la Iglesia, en nuestras comunidades y grupos cristianos, tenemos que sentirnos con toda libertad los unos para con los otros. Nadie es "maestro" ni "padre" ni "jefe". Somos un pueblo de hermanos con un Padre, un Señor y Maestro.

Y cuando uno de nosotros pueda prestar un servicio debido a sus cualidades -y, en ese sentido Jesús dice que "es el primero entre vosotros"- entonces tiene que ser de veras "vuestro servidor". EN LA IGLESIA SOLAMENTE EXISTEN SERVICIOS, NO CARGOS. Un servicio que tiene que ser útil a aquellos a quienes se presta. No son los de abajo los que tienen que servir a los de arriba, sino al contrario.

Hemos empezado diciendo que cada uno debe fijar la mirada en su propia vida. Y el comentario del evangelio nos ha ido llevando, luego, a revisar la situación de nuestra Iglesia. También es necesario que lo hagamos, porque la imagen que ella ofrece puede acercar o alejar a mucha gente. En la primera lectura el profeta Malaquías lo echaba en cara a los sacerdotes de su tiempo: "Habéis hecho tropezar a muchos en la Ley". Por eso, EN LA CELEBRACIÓN de cada domingo nos ponemos todos bajo la escuela del único Maestro y del único Señor -el Señor Jesús- y, como pueblo de hermanos, nos dirigimos al Padre del Cielo.

J. M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1978/20


3. AUTORIDAD/SERVICIO  LA AUTORIDAD SI NO ES SERVICIO SE CONVIERTE EN TIRANÍA.

Encontramos en el evangelio que la base de la acusación de JC a los que "hablan desde la cátedra de Moisés" es que pretenden cargar sobre los demás "fardos pesados e insoportables". Es el clásico sistema de convertir la autoridad -cualquier cargo- en un lugar de dominio: los súbditos se quedan abrumados con lo que se les impone y parece que quien ejerce la autoridad cumple imponiendo estas cargas. La tentación -diría que diabólica- consiste en revestir estas cargas con grandes palabras. La autoridad se convierte en tiranía y no en un servicio, impone pero no ayuda. Y esto puede suceder -sucede- tanto con quien tiene mucho poder como con quien tiene poco (las pequeñas autoridades pueden llegar a ser tan tiránicas como las grandes: aquel ministro de la comunión que increpa a la gente porque no colocan bien las manos, aquella catequista que se cree infalible en su concepción de la moral cristiana, aquel consejo parroquial que casi excomulga a los cristianos que no piensan como él...).

Evidentemente, en la organización actual de la Iglesia, los que pueden caer más fácilmente en esta tentación de la autoridad-imposición son los sacerdotes responsables de unas comunidades concretas. Porque muy fácilmente pueden imponer su manera de pensar -ni que sea por motivos aparentemente e incluso subjetivamente muy "cristianos"- sin que sus súbditos tengan frecuentemente otro camino que obedecer, callar o irse.

En cambio, san Pablo presenta una práctica totalmente diversa: NO IMPONE CARGAS SINO QUE ANUNCIA LA BUENA NUEVA -"no como palabra (imposición) de hombres, sino como palabra (anuncio) de Dios"-, y él mismo hace todo lo posible para "no serle gravoso a nadie". Este es el camino para que la autoridad -cualquier ministerio u organismo eclesial- sea de veras un servicio a Dios y al hombre. Un servicio de Iglesia no como una imposición sino como una ayuda.

Pero quizás EL GRAN CRITERIO para lograr este ejercicio evangélico de cualquier cargo en la Iglesia -y podríamos decir incluso que en cualquier sociedad humana- es el de saber y practicar que -como dice JC- "todos vosotros sois hermanos". No creo que en la homilía deba arremeterse más o menos violentamente contra quienes usan estos "títulos" de maestro, padre o jefe. No es cuestión de palabras ni parece que fuera ésta la intención de JC: lo que él pretende es que toda función se ejerza como un servicio, con toda humildad, sabiendo que es una ayuda, no un "creérselo".

Dicho con otras palabras: sólo podrá ser maestro quien se sienta discípulo del único Maestro, padre quien se sienta hijo del único Padre, jefe quien se sienta seguidor del único Señor. Y todo esto se hace verdad -verdad real, concreta y experimentable- no por las palabras usadas para designar los cargos, sino por la práctica de vivir como hermanos. La Eucaristía es una asamblea de hermanos, memorial del único Señor, acción de gracias al único Padre. La presidencia -y todo ministerio litúrgico- es un servicio de un hermano a los demás.

Precisamente porque es un servicio no se puede suprimir, pero hay que ejercerlo bien: no imposición sino ayuda.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1978/20


4. FE/COMPROMISO

La Palabra de Dios, su Alianza y el Reino tienen mucho que ver con este mundo. Estamos demasiado acostumbrados a vivir la fe de un modo individual y a venir a la liturgia buscando un contacto intimista con Dios, al margen de la realidad. Nos parece que cuanto más abstracción logramos hacer de los problemas de la vida: del pan diario, del trabajo, de los conflictos de la sociedad, llegamos a una unión más íntima con Dios. Es un espejismo. Dios, cuando se dirige a nosotros, pone en cuestión toda la realidad del mundo, nuestra persona y la sociedad. Los problemas reales de la vida deben resonar en el mismo acto en que se celebra la Palabra de Dios; de lo contrario no estaríamos celebrando sino ritos. La Iglesia tiene obligación de cumplir con la misión de anunciar al mundo la Palabra de Dios.

La increpación que Malaquías hace a los sacerdotes de su tiempo, está también dirigida a nosotros, a la comunidad cristiana. La Iglesia está puesta por Dios en el mundo para que dé testimonio de la Palabra en la que cree. Este quehacer, que a todos nos compete, puede ser olvidado o tergiversado. La "profanación de la Alianza", de la que habla Malaquías, está concretada en la falta de justicia que se revela en las relaciones humanas: "os fijáis en las personas al aplicar la Ley", "el hombre despoja a su prójimo". Las comunidades cristianas, a la vez que escudriñamos la Palabra de Dios, debemos también analizar la situación social que nos rodea. Si la sociedad en la que vivimos está cuajada de injusticias, tendremos que revisar nuestra fidelidad a la Palabra. ¿A qué se debe tanta injusticia? ¿Existe, aun a pesar de que nosotros hemos cumplido con nuestra misión? ¿Estamos, quizá, profanando la Palabra? ¿No nos habremos desviado del camino, como los sacerdotes de Israel? La Iglesia, a la vez que proclama la Palabra anuncia el Reino de Dios, es decir, llama a los hombres a realizar el tipo de hombre nuevo, en medio de unas relaciones sociales justas. La predicación del Reino de Dios ilumina de tal manera al hombre y su entorno que deja al descubierto la injusticia, al desenmascarla; la Palabra denuncia así las situaciones de este mundo de pecado.

Pero las comunidades cristianas debemos anunciar el Evangelio "con poder". La Palabra "eficaz" de Dios hay que "realizarla". El Reino de Dios tiene que ser instaurado. Los creyentes, como ciudadanos que creen en el mundo nuevo, tenemos que hacer, colaborando con la gracia de Dios, todo lo posible para que desaparezca la injusticia. De lo contrario no podríamos escapar del fariseísmo. Ya podríamos escribir encíclicas, y cartas pastorales o hacer grandes análisis sobre las situaciones en que viven los hombres, si no "hacemos", tendremos que oírnos las palabras de Jesús: "En la cátedra de Moisés se han sentado los fariseos; haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen" (Mt 23. 2). El "pesado fardo" de la responsabilidad por desterrar la injusticia, debe ser también llevado por los que la denunciamos. Se ha pasado el tiempo de decir palabras bonitas, de aparecer como muy "progres". Si no hacemos lo que decimos, somos fariseos llenos de filacterias y de mentiras. El que ve la injusticia y se queda impasible ante ella, colabora de un modo positivo a mantenerla.

El que dice creer en el Reino de Dios, y no trabaja por instaurarlo, no tiene fe. La comunidad cristiana, presente en el mundo, colabora con Xto en la lucha contra el "padre de la injusticia", por amor a los hombres. La predicación e instauración del Reino de Dios no es un ataque agresivo contra personas y grupos, sino un servicio de caridad. El amor a los demás nos impulsa a no desentendernos de las situaciones en las que viven, para promover un movimiento por el que tanto explotados como explotadores puedan salir de esa situación. "Deseamos entregaros no sólo el evangelio, sino hasta nuestra persona, porque os habíais ganado nuestro amor" .

JESÚS BURGALETA
EUCARISTÍA 1972/61


5. HIPOCRESÍA AUTENTICIDAD /Mt/05/20 JUSTICIA/Mt Mt/JUSTICIA EQUIVALE EN EL VOCABULARIO DE MATEO A UN COMPORTAMIENTO FIEL A LA VOLUNTAD DE DIOS. FARISEÍSMO: NO UN GRUPO SOCIO-RELIGIOSO SINO UNA ENFERMEDAD DEL ESPíRITU ANTE LA QUE NINGUNA PERSONA O INSTITUCIÓN ES INMUNE.

El Jesús histórico se había enfrentado con un judaísmo cambiante y diversificado (saduceos, fariseos, zelotes, esenios, grupos bautistas...). Tras la crisis del año 70 la comunidad mateana choca con un judaísmo que es un frente unido, hostil y definitivamente endurecido. Este grupo monolítico está dominado por los fariseos. La ruptura sinagoga-iglesia se ha consumado. El ambiente no corresponde, por tanto, al tiempo de Jesús, sino a los "problemas de la comunidad de Mateo". Tampoco se ha de suponer que todos los fariseos de cualquier tiempo respondan al comportamiento descrito en este evangelio.

El evangelio según Mateo se ha impuesto a través de los siglos como el "evangelio de la Iglesia". Por otra parte, una oposición-clave impregna todo este escrito: los discípulos de Jesús frente a Israel representado en algunos grupos o personajes. El contexto es polémico y el lenguaje fuerte- mente radical y severo. Israel se nos presenta como el CONTRAMODELO DE LA IGLESIA. Pero no se trata de saber noticias sobre la infidelidad de un grupo hacia su Dios, sino de evitar tropezar donde ellos lo hicieron.

Leer y escuchar los textos en los que Mateo ataca a los fariseos situándonos como meros espectadores y no como destinatarios directos sería ya una condenable postura farisea. Estos escritos, más allá de su finalidad apologética, se dirigen a la Iglesia para ponerla en guardia y llamarla a la fidelidad. Se le advierte de forma indirecta, que no debe adormecerse en una buena conciencia o en una seguridad ilusoria. "Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt 5. 20). Justicia equivale en el vocabulario de Mateo a un comportamiento fiel a la voluntad de Dios. También a la Iglesia alcanzará el juicio venidero. La Iglesia son los viñadores a quienes se entrega la viña en segundo lugar, los últimos invitados al banquete de bodas, y entre ellos puede haber quien no lleve el traje de fiesta. "El Reino de Dios se dará a un pueblo que dé frutos". Los frutos demostrarán la afiliación a este nuevo pueblo. Sin "hacer" no hay discípulo.

Teniendo bien presente, pues, que no se trata de los antiguos fariseos, sino de los actuales cristianos, nos será más fácil ver el fariseísmo, no como un grupo socio-religioso, sino como una enfermedad del espíritu ante la que ninguna persona o institución es inmune.

La denuncia de Mateo no se centra en la doctrina, sino en el plano de la "coherencia personal y de grupo": cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen. No se insiste en las teorías (tan de moda hoy en los problemas eclesiásticos). El acento se pone en los hechos: al buen pastor se le conoce en el dar la vida por las ovejas. Preocuparse, casi en exclusiva, por los dichos es filtrar mosquitos y tragarse camellos. Evidentemente, tampoco los mosquitos se deben comer.

No se pretende que el discípulo sea "mecánicamente" consecuente, sino que demuestre un interés y una coherencia humanamente presentables. No perfectos, pero sí aceptables. Con etiquetas de cristianos, resultamos ser un producto bastante adulterado. Tal vez se pueda decir que nuestro pecado es "el blanquear nuestro sepulcro", ponernos la piel de oveja", no considerarnos fariseos arrepentidos, no confesar nuestra inconsecuencia, presentarnos, al menos de forma indirecta, como modelos. En muchas ocasiones, nuestro hablar o nuestros documentos de los más diversos niveles dan la impresión de que nosotros, además de tener la razón y la solución de todo, somos los únicos buenos. El Señor es el único padre y maestro. Anecdótico sería contemplar el poco éxito formal que han tenido las advertencias del Maestro: las palabras "padre" y "maestro" proliferan en el lenguaje eclesiástico, al igual que otras denominaciones procedentes del escalafón funcionarial (orden sacerdotal) del paganismo romano.

El título de "sumo pontífice" da un mensaje bien distinto del evangélico "siervo de los siervos de Dios". Los problemas de la Iglesia, incluso los de imagen, son problemas de todos. En ella se dan, a veces, cosas como éstas,: un uso de la autoridad en el que está ausente el cariño, los "servidores" se colocan por encima de los servidos, no falta el rigorismo cuando se trata de problemas de los otros, se usan los ribetes rojos o las citas bíblicas como filacterias, teologías farragosas y tradiciones no muy conformes con las palabras del Señor. Sin embargo, sería una burda coartada querer ocultar nuestra infidelidad personal o la de nuestra pequeña comunidad usando esto como tapadera. Quien juzga es el Señor.

Pero ¿en que falla el simple fiel para que se le pueda calificar como apto en saber y suspenso en hacer? Mateo explicitará más adelante que EL AMOR ES EL COMPENDIO DE LA LEY: porque tuve hambre y no me disteis de comer. Está más arraigada en nosotros la psicología de dirigentes (también en el simple fiel) que la de servidores. Somos más amantes de las teorías que de los hechos.

Por eso se nos avisa para que, en cada una de nuestras actuaciones diarias, nos esforcemos en evitar el fermento fariseo y actuar según el espíritu del único Maestro.

EUCARISTÍA 1990/51


6.

Otra vez topamos con la radicalidad de Jesús: ni maestros, ni padres, ni guías o jefes. Si repasamos la historia me parece que, en esto, no hemos sido muy fieles a Jesús, al menos en las expresiones. Aunque también se puede decir que el fondo del problema no es cuestión de palabras.

El mensaje de Jesús es bien claro: Sólo un padre: Dios. Sólo un guía: Jesús. Todos vosotros hermanos. El mayor entre vosotros sea considerado como servidor de todos, y el menor como el primero.

El modelo auténtico es Jesús: manso y humilde de corazón. Nuestra actitud tiene que ser la fraternidad, el servicio y la sencillez, postura bien distinta a la de los fariseos de todos los tiempos y lugares.

Esta es la actitud cristiana que brota de la enseñanza y vida de Jesús. Y esto es lo que de forma concreta y práctica nos refleja Pablo en la segunda lectura. Escribe a los tesalonicenses y dice que los ha tratado con delicadeza como cuida una madre de sus hijos y que siente tanto cariño por ellos que no sólo deseaba entregarles el Evangelio de Dios sino su propia persona.

Leemos y proclamamos la Palabra de Dios para aplicarla a nuestro tiempo y a nuestra vida, no para saber únicamente lo que sucedió en aquel tiempo. El peligro de quedarnos únicamente en lo exterior, en los formulismos y en las prácticas piadosas es de todos los tiempos.

Hablamos de cristianos o católicos practicantes. Pero, ¿de qué práctica se trata? Si no se practica el amor, la misericordia y la justicia, no se puede decir que seamos cristianos practicantes. A veces nos encontramos con cristianos que por nada del mundo pierden la misa del domingo, pero que son terriblemente duros y opresivos, o apegados al dinero y al egoísmo. Gentes muy cumplidoras, pero con un individualismo feroz que no quieren saber nada de fraternidad, comunidad y solidaridad.

Jesús lo que busca es cambiar la interioridad y el corazón del hombre, y mientras no se llegue ahí, nos perdemos en lo secundario.

Una de las acusaciones más frecuentes que nos hacen los descreídos o los alejados es la de hipócritas y fariseos. No estoy diciendo que haya que admitir, así de pronto, esta acusación. Pero debemos examinarnos y ver si muchas veces las apariencias avalan o justifican la acusación. Es pura contradicción pensar en un cristiano hipócrita o fariseo. En el Evangelio queda bien reflejada la vanidad del fariseo, y también la búsqueda de los primeros puestos y del poder.

Un poder que se viste con el manto de lo religioso y de la humildad, y hasta de la austeridad. Frente a esto las palabras de Jesús son claras y contundentes: entre vosotros nada de jefes que exploten y dominen como hacen los príncipes de este mundo. El que manda que sea el último y el servidor de todos. Esto es la subversión del orden mundano, la verdadera revolución cristiana, que, vamos a reconocerlo, aún está por estrenar. La hipocresía y el fariseísmo es una de las cosas que hacen más daño a la religión. Jesús hablaba de sepulcros blanqueados, limpios y hermosos por fuera, pero llenos de carroña en el interior.

La fuente de la verdadera religiosidad brota en el corazón y es limpia. Nada más alejado de la hipocresía.

MARTÍNEZ DE VADILLO
DABAR 1990/54


7.

Pero más aún que vosotros, nosotros, los ministros del culto, los sacerdotes, tenemos el peligro de caer en esa hipocresía de los escribas y fariseos. Esa actitud condenada por Jesús en este evangelio consiste esencialmente en engañar a otro por medio de gestos religiosos o de honores sagrados indebidos.

El hipócrita parece tributar un culto a Dios, pero no trata más que de darse importancia a sí mismo. Pone su ciencia teológica el servicio de su egoísmo, aprovechando su erudición casuística para escoger entre los preceptos los que le convienen y cargando a otro de mandamientos de los que se dispensa a sí mismo.

En lugar de conducir el corazón de cada cual el encuentro personal con Dios en el plano interno de la decisión y de la libertad, hacen que toda la atención recaiga sobre los argumentos y los reglamentos demasiado humanos para que puedan ser signos de Dios. La hipocresía denunciada por Jesús continúa siendo una tentación a todo lo largo de la historia de la Iglesia.

Tentación sutil que se encuentra en los sacerdotes con relación a los laicos, pero también en los cristianos con relación a los demás hombres. El evangelio de este día puede ayudarnos a superarla. Lo importante es que la Iglesias no se tome nunca como la realidad definitiva. La Iglesia es el anuncio de un Reino futuro, pero no es todavía este Reino. Por tanto, ella no puede ser el centro de su predicación, porque a donde el mundo debe tender no es hacia ella, sino hacia el Reino.

La Iglesia -y todos los cristianos que somos Iglesia- debemos saber en todo momento que estamos en el mundo para servir. Y hay que estar siempre al acecho porque en cada creyente está la raíz de un fariseo y esa raíz tiende siempre a echar sus brotes al menor descuido: salvar las apariencias, figurar, creerse bueno, tener dos caras y dos unidades, dominar.

Una Iglesia -y un cristiano- que olvide su propio pecado se hace automáticamente dura de corazón, imbuida de su propia justicia, anunciadora de infelicidad y de catástrofe; ya no merece ni la misericordia de Dios ni la confianza de los hombres y pueden aplicarse al pie de la letra las maldiciones dirigidas contra los escribas orgullosos.

La Iglesia sabe, por el contrario, que la frontera del bien y del mal no está muy lejos de ella, porque pasa siempre por el corazón de cada uno de sus miembros, y que podemos seguir viviendo porque contamos siempre con el perdón y la misericordia de Dios que es lo único que nos mantiene en la existencia.