COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 18, 09-14

 

1. PARA/FARISEO-PUBLICANO

Desde el primer versículo aparece claro que se trata de una crítica a una determinada clase de personas: las autosuficientes.

Por la parábola aparece claro quiénes son éstas en concreto: las personas religiosas dentro del pueblo de Dios. Estas podían no sentirse incluidas en el grupo de los invitados a orar del domingo anterior. Ellas ya lo hacen. A ellas dirige hoy Jesús su crítica, que en el fondo corre paralela a la hecha hace dos domingos a los nueve leprosos judíos que no se abrieron a la acción de Dios por considerarse merecedores de ella.

Indudablemente, la de Jesús es una crítica frontal al pueblo de Dios allí donde este pueblo se siente más firme y seguro: su relación con Dios. Es esta relación la que Jesús cuestiona y lo hace decantándose por unas personas oficialmente no religiosas, pero que saben sencillamente abrirse al Dios a quien nunca creen merecer, porque lo han descubierto y experimentan maravillosamente grande. Este es el Dios de Jesús, el mismo del Magnificat de María (cf. Lc 1. 48/52, donde aparece el mismo vocabulario del v.14 de hoy).

DABAR 1980/54


2. ORA/ACTITUDES

En primer lugar una observación de traducción. Tanto el fariseo como el publicano oran de pie, aunque la traducción litúrgica no lo diga del publicano. Era ésta la postura que adoptaban los judíos para dirigirse a Dios. No es, pues, la postura lo que hace cuestionable la actitud del fariseo. El adjetivo "erguido" de la traducción litúrgica es inexacto. Por lo que respecta ya al texto, su sentido es muy claro desde que el propio autor ha explicitado la finalidad de la parábola. Se trata de una parábola crítica, dirigida a los que son buenos y se lo creen. Se mueve dentro del terreno de la oración, cuya necesidad veíamos el domingo pasado. De nuevo un fariseo y un publicano, es decir, un bueno y un malo en la apreciación social. De nuevo un cambio de papeles en la apreciación divina. "Hay últimos que son primeros y primeros que son últimos". Otra cosa sorprendente en la historia que Jesús cuenta es que tanto el fariseo como el publicano se sirven de los salmos a la hora de hacer su oración. Este hecho hace más profunda y compleja la crítica.

Comentario. Desde hace varios domingos nos las tenemos que ver con textos exclusivos de Lucas, es decir, que no existen en los otros evangelistas. Un denominador común a muchos de ellos es la actuación positiva de personas social y religiosamente descalificadas (ambos aspectos estaban estrechamente relacionados). Son los marginados, los etiquetados, los excluídos. Su presencia es una constante en el tercer evangelio y hay que atribuirla a un interés y a una intencionalidad propios y exclusivos de Lucas. Nosotros corremos el riesgo de echar por tierra el alcance de este hecho cuando consideramos a fariseos y publicanos como personas de un pasado judío. Perdemos fácilmente de vista que Lucas no escribía sólo mirando hacia atrás sino también hacia adelante. Fariseo y publicano son también personajes, encarnan tipos de religiosidad continuamente reeditables. El fariseo encarna al personaje consciente de su buen comportamiento, que compara y enjuicia en base precisamente a su cumplimiento. No es tanto un personaje orgulloso cuanto un personaje que reza y se comporta desde sus derechos. Exige porque cumple. Los mismos salmos, formas tradicionales de oración, parecen darle la razón: se sirve de ellos para dirigirse a Dios.

Nada de lo que le dice a Dios es mentira. El fariseo, en definitiva, es el personaje de los derechos, de la necesidad, de la rigidez y cortedad de mente. El publicano encarna al personaje consciente de su mal comportamiento. Por ello mismo ni compara ni enjuicia.

Sencillamente pide perdón sirviéndose también de los salmos. El publicano es el personaje de las obligaciones, de la casualidad y la espontaneidad, de la fluidez de mente. No es él el problemático, como tampoco lo era el hijo menor o pródigo. El problemático y difícil es el fariseo, el hijo mayor o cumplidor.

El texto de hoy nos descubre unas áreas de la personalidad religiosa mucho más hondas que las de la simple soberbia o humildad. Nos asoma el complejo e intrincado mundo de las motivaciones o subconscientes, aquello que de verdad se esconde tras lo que pensamos o decimos cuando oramos. La oración es ciertamente necesaria, pero ¡atención a la oración! Una vez más hay que decir que el problema de la religión es un problema entre religiosos.

ALBERTO BENITO
DABAR 1986/53


3.

En continuidad con la temática del domingo pasado, Lucas añade una parábola sobre la oración de un fariseo y de un recaudador.

También en esta ocasión el centro de interés viene señalado al comienzo: la parábola va dirigida a los que, teniéndose por justos, se sienten seguros de sí mismos y desprecian a los demás.

Suprimiendo toda referencia personal concreta, Lucas abre expresamente el texto a todas las épocas y a todas las personas con conciencia de justas.

-Subir al templo a orar. El templo de Jerusalén estaba ubicado en un alto. Se podía orar a cualquier hora del día en los diferentes patios de que constaba el templo. Las nueve de la mañana y las tres de la tarde eran las horas de la oración pública. La postura para orar era de pie. Así, en efecto, lo hacen los dos personajes de la parábola, aunque la traducción litúrgica no lo ha recogido adecuadamente. El erguido del que en ella se habla a propósito del fariseo es exagerado.

La parábola contrapone dos figuras representativas del judaísmo de la época. El fariseo representa al judío observante, el recaudador, al judío pecador. La bina no es nueva en el Evangelio de Lucas (Lc.5,30;15,1-2). En la historia que Jesús cuenta, cada uno de ellos ora desde su propio bagaje: el fariseo, desde su justicia; el recaudador, desde su pecado. Lo que cada uno de ellos dice de sí mismo es verdad. Tal vez por eso lo verdaderamente significativo en la historia sea sólo el siguiente aspecto: el fariseo se compara con los demás; el recaudador ahonda en sí mismo. La parábola empalma así con el centro de interés señalado al comienzo del texto.

El comentario de Jesús a la parábola remite también a ese comienzo, pero invirtiendo las situaciones: tenerse por justo no siempre coincide con serlo a los ojos de Dios. Comentario. El trazado del camino cristiano de Lucas aparece una vez más afectando a áreas profundas de la estructura de la persona, tales como la autocomplacencia en las propias prestaciones, los derechos adquiridos en razón de las mismas y la tendencia a verse y entenderse uno a sí mismo en comparación con los demás. La parábola y el posterior comentario de Jesús los entiende Lucas como una invitación a revisar esas áreas, a las que tampoco escapa la personalidad religiosa, por más que ésta se revista a menudo de simpatía y de humildad. Vemos una vez más que la dificultad verdadera del camino cristiano consiste en cuestionar las estructuras mismas de la persona y sus bases de comportamiento. Por eso se explica que el cristiano sea una persona diferente.

En la conciencia cristiana existe una imagen distorsionada de los fariseos; de ellos conocemos poco y mal. Olvidamos, por ejemplo, que el texto de hoy no sirve para formarse una imagen del fariseísmo, porque se trata de una parábola, es decir, de un texto de choque y de trazos intencionadamente exagerados y caricaturescos. La parábola, sin embargo, presupone en sí misma mucha valentía al no proponer como modelo de oración a personas socialmente aceptadas por su piedad y sí, en cambio, hacerlo con personas tildadas de pecadoras. De paso que Lucas concede preeminencia una vez más a los socialmente marginados, consigue relativizar el valor de las apariencias.

A. BENITO
DABAR 1989/52


4.

Jesús dirige esta parábola contra los fariseos, unos personajes que se tenían por justos y despreciaban a los demás. En ella nos muestra la diferencia que hay entre la verdadera y la falsa piedad.

El fariseo y el recaudador de impuestos, o publicano, eran dos tipos bien conocidos en aquella sociedad y radicalmente opuestos: el primero representaba la piedad oficial, y lo tenían por bueno; el segundo era un "pecador público", y pertenecía al grupo de la "mala gente".

Los judíos oraban siempre de pie, también el publicano rezaría de pie, y no sólo el fariseo. Por tanto, esa postura corporal no es indicio alguno de la actitud espiritual del fariseo.

El fariseo comienza, según costumbre judía, dando gracias a Dios. Pero no le da gracias por lo que Dios hace, por las maravillas de Dios (como hizo, por ejemplo, María en el Magnificat), sino por lo que él mismo hace.

Nada de lo que dice el fariseo en su oración es mentira: los fariseos eran fieles cumplidores de la ley; más aún, muchos fariseos, como éste de la parábola, hacían obras de supererogación que no estaban mandadas, como ayunar dos veces por semana y pagar diezmos de todo cuanto tenían. Pero el fariseo se presenta delante de Dios como un autosuficiente, y esa es la mentira de su vida y de su oración. Por eso, no da gracias ni suplica en verdad, sino que pasa factura y exige. Además desprecia a los otros que no son como él.

En cambio, el publicano sólo tiene ante sus ojos los propios pecados, no se compara con nadie y no cuida de denunciar los defectos ajenos. Pide perdón a Dios, y en eso muestra que es sincero y humilde.

Y Dios, que resiste la mentira de los orgullosos y enaltece a los humildes, despide al fariseo sin favor y dispensa el perdón al publicano.

EUCARISTÍA 1989/49


5.

Se han dado muchas interpretaciones diferentes a la parábola del fariseo y del publicano; y, para no ser totalmente falsas, no van necesariamente hasta el fondo de las cosas. En primer lugar, se ha encontrado una nota escatológica sobre todo en razón del último versículo (v. 14b). El juicio último pondría de manifiesto la elevación de los humildes y la humillación de los orgullosos.

Sin embargo, este versículo es puesto con tanta frecuencia en labios de Cristo (Lc 14, 11; Mt 23, 12) que cabe considerarlo como una especie de estribillo que viene a rimar regularmente las principales enseñanzas del Señor.

Se ha querido ver igualmente en esta perícopa una lección sobre la oración, que debe ser humilde y no apoyarse en los méritos personales, sino sobre la iniciativa de Dios. Lucas habría relacionado así dos perícopas sobre la oración (18, 1-8 y 18, 9-14), con el fin de organizar un pequeño tratado eucológico. No es imposible que Lucas haya "releído" estos textos en este sentido, pero no se comprende entonces que haya subrayado, en el v. 9, el cambio de público como para diferenciar mejor los dos episodios.

De hecho, la parábola es primero y ante todo una lección: un pecador penitente es más agradable a Dios que un orgulloso que se cree justo (Lc 16, 15). Puede descubrirse, más allá de los dos personajes de la parábola, la oposición entre dos tipos de justicia: la del hombre que se concede a sí mismo un "satisfecit" personal cuando cree haber cumplido perfectamente sus obras, y la que Dios otorga al pecador que se convierte. El tema paulino de la justificación por la fe se encuentra ya esbozado en este relato (Rom 1-9 y Ef 2, 8-10). La oración que Cristo pone en labios del fariseo es un modelo que se vuelve a encontrar a veces en términos equivalentes en los documentos rabínicos contemporáneos: el orante no formula ninguna petición (¡lo que sería indigno!), sino solo palabras de gratitud por la certeza que tiene de encontrarse en el camino de la felicidad eterna. Al escuchar esta oración, los oyentes debían reconocer: ¿qué se puede criticar en este texto? La oración del publicano se inspira en el Sal 50/51. Refleja una profunda desesperación que los oyentes de Cristo debían comprender perfectamente, porque, para ellos, la postración del publicano no tenía solución. ¿Cómo podría realmente obtener su perdón sin cambiar de oficio y sin reembolsar a todas las personas expoliadas por su actuación? Su caso es realmente desesperado; la justicia se le niega definitivamente.

Pues bien: la conclusión de Jesús se pronuncia contra la opinión de su auditorio: Dios es el Dios de los desesperados y el hombre que recibe la justicia es precisamente quien no tiene ningún derecho a ella (v. 14), puesto que ni siquiera ha reparado su falta.

Contraponiendo el "justo", que cree poder justificarse por sí mismo, a quien no puede obtener su justificación sino mediante el abandono en Dios (cf. Lc 16, 15; 14, 15-24; Mt 9,10-13), esta parábola prepara la teología paulina de la justificación que Dios concede a quienes no pueden justificarse a sí mismos (Rom 3, 23-25; 4, 4-8; 5, 9-21). Esta justificación se obtiene por medio de la cruz de Cristo (Rom 5, 19; 3, 24-25; Gál 2, 21) y el bautismo es su instrumento (Tit 3, 5-7; Rom 6, 1-14; Ef 4, 22-24).

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 210


6.

Esta parábola concluye la parte del viaje de Jesús a Jerusalén, propia de Lucas. A partir de aquí sigue la común narración sinóptica.

Aunque sea dicho de una manera indirecta, queda claro que la parábola se dirige a los fariseos, sobre todo si tenemos en cuenta que uno de los dos personajes es fariseo. Ahora bien, precisamente porque se habla de actitudes ("a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás") y no de categoría social o religiosa, la parábola se dirige de hecho a todos los que tienen estas mismas actitudes, tanto si son fariseos como si son discípulos de Jesús.

La figura de los dos personajes, representativos de la época, ya da pie a la oposición que desarrolla la narración.

El fariseo se coloca en una postura típica de oración: de pie, y, por referencia a lo que se dice del publicano, se coloca en un lugar destacado del atrio de Israel. Su plegaria es de acción de gracias. Pero no da gracias a Dios por los favores recibidos, sino por lo que él hace: cumple el Decálogo, contrariamente a lo que hace la mayoría, no es como el publicano que tiene a su espalda, y cumple las prescripciones del ayuno y de la donación del diezmo.

El publicano se muestra avergonzado por su actuación, su gesto es de arrepentimiento y su plegaria, que es de súplica, recuerda el Salmo 50.

El fariseo ha subido al templo a dar gracias por el hecho de ser "justo", es decir, porque cumple estrictamente y con creces la Ley de Dios. El publicano ha subido para suplicar el perdón por su pecado. Al volver a casa, el publicano ha sido "justificado" por Dios, no así el fariseo.

La moraleja final amplía el horizonte de la advertencia: el discípulo debe tener presente que es Dios quien justifica y quien pone a cada uno en el lugar que realmente le corresponde.

JOSEP M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1992/13