33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXX
CICLO C
1-9

 

1. J/ORACION ORA/ALIENACION  CV/ORACION

El tema bajo el cual podemos unificar las lecturas de hoy sería el de oración y pobreza, o la oración de los pobres, o algo así como orar al Dios de los pobres.

Después de un minucioso análisis de textos, J. Jeremías concluye que Jesús conocía los tres ratos de oración al día, típicos de los judíos, y afirma que podemos concluir con suma probabilidad que "no hubo día en la vida de Jesús en el que él no hubiera observado los tres ratos de oración; que no hubo comida en la que él no hubiera recitado la oración de la mesa, antes y después de comer". Los evangelistas, sobre todo Lucas, ponen especial interés en mostrarnos esta faceta de Jesús.

Pero Jesús no da por válida cualquier oración. Aun viviendo intensamente la oración sabe denunciar críticamente todas sus falsificaciones. La primera de estas críticas es la que hoy leemos en el evangelio.

Aparece aquí, a través de su negación, lo que se podría llamar la antropología fundamental de la oración cristiana. Jesús condena la oración del fariseo porque es autoafirmación del "yo" egoísta, y por ello está viciada de raíz. En este tipo de oración falta la necesaria "alteridad" para que pueda comenzarse el proceso de la oración (Jon Sobrino). En la oración del fariseo el polo referencial de la oración no es Dios sino el mismo hombre que pretende rezar. Y mucho menos lo es el otro a quien se desprecia (v.9). El fariseo llega incluso a dar gracias por no ser como los demás hombres (v.11). La oración es aquí un mero mecanismo narcisista y gratificante. Es autoengaño, como lo desenmascara Jesús al dirigirse "a algunos que estaban muy convencidos de ser justos y despreciaban a los demás" (v.9). En resumen, falta a esa oración el fundamento posibilitante de toda oración, es decir, la autocomprensión de quien reza a partir de algo o alguien que no es él mismo. Esa alteridad es negada respecto a Dios y es rechazada positivamente con respecto al otro hombre a quien se desprecia. Jesús descalifica esta oración.

Un cierto sentido de modestia natural y una descalificación habitual burguesa del orgullo hacen que sean muy pocos los que hoy hagan una oración semejante a la del fariseo, con una semejanza incluso externa. Quizá aquel mismo fariseo al que se refiere Jesús tampoco pronunciaba palabras semejantes en su oración. Jesús dice: oraba así "en su interior". El "interior" puede ser tanto el pensamiento explícito como el inconsciente.

Habiendo oído nosotros esta crítica de Jesús, no nos atreveremos a dirigirnos a Dios con palabras semejantes, aunque sea en el ámbito interior de nuestro pensamiento explícito. Pero si hurgamos en la cámara más íntima de nuestro interior, en el subconsciente, en los supuestos y presupuestos de la oración, quizá entonces mucha de nuestra oración suponga la misma actitud que la del fariseo. Este se enaltecía y era orgulloso no sólo por las alabanzas que se dirigía a sí mismo, sino porque el mal sólo lo veía fuera. Fuera veía a los ladrones, los injustos y los adúlteros. Fuera veía el robo, el adulterio, la injusticia. Fuera de él. A él no le alcanzaban. Él tenía las manos limpias y no era cómplice. Así se enaltecía y se sentía seguro y limpio.

Decíamos que Jesús, que valoraba la oración y oraba insistentemente, fue, sin embargo, muy crítico respecto a las posibles alienaciones de la oración. No cualquier actividad oracional era para él, sin más, válida como la "oración por el Reino". No vale, es alienación -para Jesús- la oración de "los que se sienten seguros y desprecian a los demás". Todo el que ve el mal sólo fuera de sí mismo y se siente limpio, "se siente seguro y desprecia a los demás". Se siente seguro porque echa la culpa a los demás, a otros, a los injustos, a los malos, a las estructuras, pero siempre inculpa el pecado a otros. Es decir que, según Jesús, sólo el que como el publicano dice "ten compasión de este pecador" vuelve a su casa justificado. Sólo el que se da cuenta de que el mal no está sólo fuera, sino dentro de él. Sólo el que se da cuenta de que él también está complicado con el mal, que no tiene las manos limpias, que no puede echar las culpas sólo a los otros (o a las estructuras) sino que también tiene que convertirse, cambiar personalmente y cambiar las estructuras.

El Dios de Jesús, el Dios de la oración que Jesús aprueba es un Dios de los pobres, de los que se sienten insuficientes, insatisfechos, pobres, pecadores, impotentes para acabar con el mal dentro y fuera de ellos mismos. Y por eso es por lo que su grito -su oración- atraviesa las nubes y no descansa hasta dar con Dios (1a lectura). Porque Dios está a favor del cambio, de lo nuevo, del futuro, de la justicia, de los pobres. La oración del fariseo era "parcial contra el pobre", contra el otro y contra el mundo (el mal está fuera). La oración del publicano está a favor del Dios de los pobres, de todos aquéllos que sienten su inseguridad y su mal (su participación en el mal) y por eso desean cambiar, convertirse. Se trata, pues, de analizar nuestra oración, incluso nuestra Eucaristía.

DABAR 1980/54


2. RELACION/PAREJA 

Dos hombres. Un fariseo, adscrito por tanto a la casta de los perfectos observadores de la ley. Un publicano: un fuera de la ley, privado de los derechos civiles, al que la opinión pública colocaba al nivel de los malhechores. Los dos se encuentran en una situación común: ambos suben al templo.

El fariseo no está de pie, está tieso: está erguido, con la cabeza alta. ¿Su oración? No, no tiene nada que pedir... da gracias: de no ser como el resto de los hombres... que son... mientras que para él, la ley es la ley...; de ser un verdadero fariseo que acumula méritos con obras de supererogación: ayuna dos veces por semana mientras que sólo era obligatorio un ayuno por año, el día de la fiesta de la Expiación; da el diezmo de todo lo que gana, mientras que la ley no lo exigía más que para los frutos de la tierra y de los animales.

Todo esto no es grotesco, sino lógico. Cuando se ha situado su existencia de cara a un Dios de justicia distributiva, sólo puede tomarse una actitud serena y cuasi reivindicativa si se tiene conciencia de un buen balance que presentar. Se es "medalla de oro" a fuerza de puños.

El publicano... es un publicano. Un cobrador de impuestos al servicio del ocupante, implacable con sus hermanos de sangre, rapaz para llenar sus "bolsillos" llevando una existencia ociosa y fastuosa al precio de exacciones y de sustracciones. Pero he aquí que toma conciencia exacta de lo que es y se sitúa como tal ante Dios.

Se mantiene "a distancia", sin precisión; lejos del fariseo ante el cual se anonada interiormente, lejos del altar, lejos de la masa de la que se siente indigno, lejos del Dios de toda santidad.

La mirada en el suelo por vergüenza y miedo (no se atrevía), se golpea el pecho, el corazón, tenido como fuente del pecado. ¿Su oración? No, es una confesión, un grito: el comienzo del Miserere (Sal 51).

Jesús, para terminar, inaugura la enseñanza que desarrolla S.Pablo: la salvación en plenitud no es el fruto de las buenas obras, sino don gratuito de Dios. Dios no es el que recompensa, sino el que perdona. Dice no a aquel que cree merecer un sí; dice sí a quien teme el no en la angustia. Es abismo sin fondo para quien se cree seguro; es misericordia sin límites para las angustias sin fondo.

Porque la gracia es... gracia. Nadie debe poder glorificarse (/Ef/02/04-10). Nadie puede colocarse en verdad ante Dios de otro modo que el publicano. Hay dos maneras, radicalmente diferentes, de situarse ante otro:

1)"Mira lo que he hecho por ti". Se trata aquí de hacer un balance, de hacer cuentas. Es muchas veces la hora que precede a las rupturas. Además no todo es falso en estas largas enumeraciones en las que intentamos convencer a otro de que es nuestro deudor. "No he vivido más que por ti. Me he sacrificado. Te he hecho pasar siempre por delante de mí. No he reparado en fatigas, etc.". Pero, por una parte, se tiene tendencia a presentar un balance demasiado hermoso para que sea del todo auténtico -las motivaciones de nuestros actos no siempre son tan "puras" como lo pretendemos; por otra parte, parece que se desconoce lo que el otro ha hecho por nosotros, lo que le debemos. Si se pusiera también él a presentarnos "su lista"!

2)"Te debo tanto". En esta segunda manera de situarse, se mira más al otro que a uno mismo. No se trata de humillarse tontamente o de desconocer nuestros "méritos". Pero se afronta la relación de otro modo -se siente hasta tal punto enriquecido por el amor que nos da el otro que se es ante todo sensible a todo lo que se ha recibido de él, a todo lo que el otro es para nosotros; hasta el punto de que se siente lealmente deudor. "No te amo lo suficiente. Eres mejor que yo. Tienes la bondad de aceptarme tal como soy. Gracias a tu amor, voy a ser capaz de mejorarme..." Los sentimientos no se hallan tan delimitados como lo pretendemos. Pasamos fácilmente de una actitud a otra. Pero tenemos la experiencia de que la primera es fuente de equívocos, que es una amenaza para el amor; la otra se convierte en fuente de amor renovado, purificado, profundizado.

Esta experiencia corriente es luz para comprender nuestras relaciones con Dios. No es necesario caricaturizar el pensamiento de Jesús. No todos los fariseos están satisfechos de sí mismos. Ni todos los publicanos son modelo de espíritu de "pobreza". Pero en forma de contraste, muy propia del pensamiento oriental, Jesús nos invita a purificar nuestra relación con el Padre para estar, hacia Él, en una actitud de verdad. Jesús no nos predica el masoquismo. El cristianismo no es un dolorismo. Jesús parece muy consciente de que su vida es hermosa, de que está inspirada por un gran deseo de hacer la voluntad del Padre. Con frecuencia afirma claramente que "siempre hace lo que el Padre quiere... ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado?", pregunta a sus enemigos. Encontramos la misma actitud en el apóstol Pablo. Repetidamente, en sus epístolas, se "gloría", como dice, de responder generosamente al amor de Cristo: "Pues aunque me exceda algo en gloriarme de nuestra potestad que el Señor nos dio para edificación y no para ruina vuestra, no me avergonzaré... Si muchos se glorían según la carne, yo también me gloriaré (2 Co 10. 8; 11. 18). Aunque no tengo conciencia contra mí mismo, no por eso estoy justificado" (1 Co 4. 4).

Nada más contrario al espíritu de Cristo y de sus discípulos que la conciencia infeliz, que la duda sistemática. El cristiano es un ser puesto en pie. Si se pone de rodillas, lo hace libremente.

Pero si Jesús está "orgulloso" de su existencia, si tiene conciencia de que su vida es un "éxito", no saca de ello ningún motivo de "suficiencia". Porque al mismo tiempo tiene una conciencia muy viva de que "todo lo que es y todo lo que hace le ha sido dado por el amor de su Padre". Jesús está enamorado, no de sí mismo sino de su Padre. "Yo vivo por el Padre" (/Jn/06/57).

He ahí el grito de amor que explica el ser de Jesús y que nos desvela el secreto de su actitud interior. Si puede decir a su Padre con tanta simplicidad y tanta lealtad: "Mira lo que hago por ti", es porque no cesa de decir con anterioridad: "Te debo todo lo que soy". Entre la actitud farisea y la del cristiano hay este abismo: Ambos intentan vivir "como se debe", pero uno lo hace por amor a sí mismo, el otro lo hace por amor al Padre.

El apóstol Pablo se hace eco, durante toda su vida, de la actitud de Jesús. También él puede "presumir" porque tiene conciencia de que todo lo que es lo ha recibido: "¿Qué tienes, me dice Dios, que no hayas recibido? Y si tú lo has recibido, ¿por qué gloriarte como si no lo hubieras recibido?" (/1Co/04/07). "Es el mismo y único Espíritu quien opera todo en nosotros" (1 Co 12.11).

De este modo, el cristiano se halla ante Dios y ante Cristo como ante aquellos de quienes recibe todo lo que es. Esta certidumbre le mantiene tan alejado de la conciencia infeliz y humillada, como de la conciencia farisaica. No cesa de alimentar su acción de gracias.

REY-MERMET PUYO/
EL EVANGELIO HOY
MENSAJERO. SANTANDER-1970.Pág. 20


3. FARISEO PUBLICANO 

A lo largo del capítulo 18 Lucas ha querido resumir el gran mensaje de Jesús en torno a la oración. Como sabio narrador no escribe de una forma abstracta; ha preferido ordenar su material en forma de gestos y detalles, en escenas que son evocadoramente vivas. En nuestro caso, la constancia en la oración se ha reflejado en la parábola del juez y de la viuda (18. 1-8); la sinceridad y limpidez interna se traduce en la parábola del fariseo y publicano (18. 9-14); la abertura filial y confiada de los hombres ante el misterio de Dios se condensa en la sentencia de Jesús sobre los niños (18. 15-17).

Nuestro comentario ha de centrarse en la parábola del fariseo y publicano. Conocemos por la escena de la viuda (18. 1-8) que es preciso mantenerse en oración día tras día de tal forma que toda nuestra historia se refleje en forma de plegaria. Pues bien, ahora sabemos que no basta con orar externamente; es necesario que la oración penetre hasta la hondura más profunda de la vida y sea radicalmente sincera. Tal es el tema de nuestra parábola.

El fariseo sube al templo; dice abiertamente que le importa la oración y la realiza. Sin embargo su palabra y su actitud está vacía; no ha buscado en realidad más Dios que su grandeza y se contenta con su propia perfección humana. En cambio, el publicano sube a Dios y se descubre hundido en la miseria; necesita salir de su pecado y pide ansiosamente auxilio. Sabe que está solo, no se puede apoyar en lo que tiene y busca fuerza y salvación en el camino. Por eso llama. En ese momento deja de importar su pasado pecador; deja de importar la misma valentía o consecuencia que después ha de mostrar en su futuro. Sólo importa un hecho: Allí donde se encuentra un hombre abandonado y se decide a levantar sus manos suplicantes a Dios implorando bendición y ayuda se realiza la oración auténtica. Teniendo esto en cuenta queremos formular algunas conclusiones.

a)Ante el ejemplo de Jesús la oración como puro rito ha pasado a segundo término. Estamos seguros de que el fariseo ha realizado puntualmente todas las prescripciones de la tradición sagrada de Israel. Sin embargo, a través de todas sus palabras no ha llegado en realidad a Dios, quedándose en sí mismo, en su visión del mundo, en la satisfacción de su propia justicia. El publicano, en cambio, es un hombre que no sabe de purezas ni fórmulas rituales. Su vida se encuentra traspasada en el pecado y no es capaz de presentar ante Dios ningún mérito o ventaja. Sin embargo, al llegar hasta el fondo de sí mismo deja que Dios le ilumine y le cambie. Por eso, al afirmar que el publicano baja a casa justificado se está diciendo que Dios le ama y que él (el publicano) intentará traducir a su vida la exigencia del perdón y del amor que Dios le ha transmitido.

b)Dentro de un campo de experiencia cristiana, la oración consistirá en abrirse con Jesús al Padre. En Jesús y con Jesús podemos descubrir que nuestra vida se halla llena del don que Dios le ofrece. Orar consiste en tener la seguridad de que el fondo de todo no consiste en un vacío que repite el eco de nuestras propias voces; el fondo es un amor de padre que se inclina a nuestra súplica y nos ama.

c)Ciertamente, el hombre no necesita la oración como necesita las cosas materiales (aire, agua...). Pero sólo en la oración descubre su intimidad como persona a la que aman; descubre su realidad como persona que se encuentra apoyada en el misterio de la muerte y de la Pascua de Jesús y puede sentirse perdonada.

Gozarse del don que nos ofrecen; gozarse del mismo Dios como un regalo; vivir este misterio y expresarlo alegremente cada día; tal es el sentido de la auténtica oración cristiana. Esto es lo que el fariseo no ha sabido descubrir, porque se hallaba encerrado en el reducto de su propia santidad y su justicia. Esto es lo que el publicano aprende sobre el templo.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1384


4. PECADOR.PECADO.FUENTE DE MAL Y FUENTE DE GOZO.ACEPTACIÓN Y LUCHA. LEY.MÉRITOS:Rm 3.

Algunas indicaciones para la homilía:

I.El centro de todo: saberse y sentirse pecador y débil. Quizás parecerá invitar al masoquismo, pero podría ser positivo sugerir hoy que cada uno, al llegar a su casa, escriba una lista de aquellas cosas que le alejan del ideal del Evangelio. Del ideal, es decir, de lo que el Evangelio dice que deberíamos hacer si queremos seguir a Jesús: vender lo que tenemos y entregarlo a los pobres, perdonar siempre, poner la otra mejilla, amar a los enemigos, confiar totalmente en Dios y tenerlo siempre presente en nuestra vida..., no murmurar, no dejarse llevar por la ira, no juzgar, ayudar a quien lo necesite, ser capaz de pedir perdón, tener momentos de oración. Hay cosas muy radicales que ciertamente no hacemos, y cosas no tan radicales que tampoco hacemos.

Somos pecadores. Y muchos son los propósitos que hacemos procurando seguir el Evangelio (y debemos seguir haciéndolos, claro está), pero nunca lo llegamos a seguir: las cosas radicales "las dejamos por imposibles", pero tampoco en las no radicales avanzamos demasiado.

II."El Señor está cerca de los atribulados". Esta es la Buena Nueva: que sentirse pecador no es ninguna desgracia, sino más bien un gozo. Es una desgracia para las propias ganas de hacer bien las cosas, y es una desgracia porque nuestro mal hace mal a los demás. Y por eso luchamos contra el mal que hacemos, evidentemente. Pero ante Dios podemos decir que es fuente de gozo.

La primera lectura y el salmo, que en principio se refieren a los pobres y oprimidos del mundo, hoy los podemos entender como un canto a este Dios que "le gusta" salvar a los que no tienen manera de salvarse, que somos todos nosotros. Es preciso, sólo, que lo reconozcamos y nos pongamos en sus manos.

III.Pablo y la lucha contra los que quieren salvarse por la Ley.

Se podría decir que Pablo hace arrancar de esta parábola el núcleo de su Evangelio. Pablo luchó sin interrupción para demostrar que la Ley esclavizaba, porque era una angustia constante: si para salvarse se debía cumplir la Ley, ya que esto es imposible lograrlo totalmente, todos estamos condenados. Y estamos salvados, porque lo que salva no es llegar a cumplir todo lo que hay que cumplir -que esto no lo lograremos-, sino caminar por el camino del Evangelio con mucha confianza, con mucha fe. Con la "buena fe" del publicano, y al revés de la seguridad del fariseo.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1989/20

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IV. HUMILDAD.MISERICORDIA. CUMPLIMIENTO.SATISFACCIÓN.

"¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás...". La tendencia inveterada a compararnos con los demás y a considerarnos mejores; la tentación constante del hombre religioso de separarse de los demás, malos, y de considerarse justo. De esta separación altiva participamos las comunidades cristianas. Los que acudimos a la celebración eucarística, ¿somos realmente conscientes de que no somos mejores que los demás, que "somos unos pobres siervos" (Lc 17. 10), que constituimos una comunidad de pecadores que nos acogemos al amor perdonador del Padre? Si así fuera, tendríamos entrañas de misericordia, y no severidad de juez para con nuestros hermanos, y nos sentiríamos íntimamente en comunión con el pecado del mundo.

"Ayuno dos veces por semana...". El cumplimiento religioso (la ley) puede actuar como tranquilizante y autojustificación, "permite" exhibir y hacer recuento de nuestros propios méritos ante Dios. La actitud del cristiano es muy otra: tiene las manos vacías y acude al Padre no para contemplarse o exhibirse, sino acogiéndose a su amor, con el gozo inmenso de saberse perdonado y salvado. El evangelio nos llama a analizar y revisar nuestras actitudes más profundas.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1980/20


5. CR/PECADOR.

La parábola del fariseo y del publicano es muy conocida. Y también muy actual: sigue aleccionándonos para que no centremos nuestra religiosidad en nosotros mismos ("no soy como...") ni en nuestras buenas obras ("yo hago...").

Jesús de Nazaret nos dice que debemos confiarnos a la bondad de un Dios que es compasivo y misericordioso, que ama y perdona si nos acercamos a El con un corazón limpio y desnudo. El es quien salva.

El Señor, que siente debilidad por los pobres y los oprimidos, los huérfanos y las viudas, los desvalidos y los inocentes (1.lect.), mira con bondad al pobre publicano arrepentido, como mira también a Pablo, ahora prisionero y abandonado en los últimos momentos de su vida, pero que siempre ha confiado en el Señor desde su pobreza (2.lect.).

-Las dos actitudes religiosas de todos los tiempos.-Jesús, con una vivacidad extraordinaria y cierta ironía, nos presenta a estos dos hombres que encarnan las dos actitudes religiosas de los hombres de todos los tiempos.

-El fariseo o el hombre "disfrazado". Se ha revestido de obras buenas: limosnas, plegarias, ayunos, diezmos... Y está convencido de que cumple perfectamente la ley, de que no es como los demás, de que el Señor debe estar a su lado.

El fariseísmo (FARISEISMO/QUE-ES), o el arte del disfraz especial, no ha muerto, por desgracia. Es una manera religiosa de vivir que siempre tiene seguidores o adeptos. Son los que se creen "santos" y que sacrifican al hombre en función de las formas y de las estructuras.

Siempre habrá santos de este tipo, orando en nuestros templos, mientras no entendamos todos que el hombre vale más que la ley -y el sábado- y mientras no comprendamos que Dios no se complace en nuestras manos llenas de buenas obras, sino en nuestro corazón sincero, limpio, pobre, arrepentido y desnudo.

Porque el otro personaje, el publicano, es precisamente esto, un hombre de corazón limpio y desnudo.

-El publicano o el hombre "desnudo". No esconde la realidad de su vida pecadora. Como recaudador de impuestos al servicio del imperio romano se ha enriquecido injustamente, como los otros de la misma profesión.

Y no se excusa defendiendo su puesto de trabajo... Se ve tan pobre y tan poca cosa ante Dios que ni se atreve a levantar los ojos. Sinceramente pide perdón de su pecado, de su mala vida. Y Dios lo salva, lo mira con ojos de bondad. Lo ama. Porque a Dios no le asusta la verdad del hombre, la realidad sincera de nuestra vida pecadora. Más aún: la desea, como base de su obra salvadora en el corazón del hombre. Solamente el hombre desnudo de toda suficiencia y orgullo puede ser salvado. Es lo que nos dice Jesús con esta parábola.

-Tres consecuencias.-Esta página evangélica nos invita:

-a mirarnos con sinceridad;

-a mirar a los demás con caridad;

-a mirar a Dios con humildad.

A mirarnos con sinceridad, para descubrir qué tenemos de uno y de otro de estos dos personajes y saber si caminamos o no por el camino de la verdadera justicia. Estas son las actitudes religiosas de los hombres de todos los tiempos: de los fariseos de entonces y de los fariseos de ahora; de los publicanos de hoy y de los publicanos de siempre; de los que de verdad buscan al Dios de la salvación y de los que se buscan a sí mismos. No nos engañemos. ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Confiamos que ya vamos bien? ¿Nos sentimos seguros porque ya cumplimos, porque rezamos y hacemos caridad? 

A mirar a los demás con caridad. Podemos ver cómo el juicio de Jesús sobre uno y otro es muy desconcertante. Tenemos que pensar que nuestras derechas e izquierdas no coinciden con las derechas e izquierdas de Dios que nos mira de frente: los que situamos a nuestra derecha, a Él le quedan a la izquierda y al revés. ¿Quiénes somos para juzgar al hermano? ¿Por qué despreciamos a los demás? 

A mirar a Dios con humildad. Debemos ir a la búsqueda del Dios que salva, teniendo muy presente, sin embargo, nuestra pobreza, nuestra limitación, nuestro pecado. Desde el abismo de nuestra nada podremos llamar a Dios y Él nos escuchará, nos salvará, seremos justificados, seremos amados de Dios.

La oración sincera y verdadera nos descubre nuestra intimidad y nos adentra en la intimidad del Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo.

Gozando así del don de Dios, viviéndolo y anunciándolo. Este es el auténtico sentido de la oración cristiana, algo que no descubrió -ni descubre- el fariseo disfrazado de buenas obras.

La Eucaristía es el mejor momento para orar como el publicano, el mejor momento para sentir nuestra pobreza ante el gran don del Padre en su Hijo amado, pan de vida y vino de salvación. Que salgamos de aquí justificados por la misericordia y la bondad del corazón de Dios.

E. CANALS
MISA DOMINICAL 1989/20


6. 

El domingo anterior hablábamos de la oración. Hablábamos de la necesidad de mantener siempre a flor de piel esta corriente de amor que se establece entre el Padre y nosotros, entre el Padre y los hombres, para fortalecer así la confianza de sentirnos acompañados de su bondad: LA CONFIANZA DE PODER ESPERAR SIEMPRE, pase lo que pase. Las lecturas de hoy vuelven a centrar nuestra atención en este mismo tema de nuestra relación con Dios, de la actitud con que debemos presentarnos ante el Padre. En realidad, LA PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO -el recaudador de impuestos- ya la sabemos casi de memoria, la hemos oído muchas veces, y quizás nos dice poco: nos suena, quizá, a una exhortación a ponernos ante Dios muy compungidos, y a no hacer como el fariseo que es muy malo.

Pero fijémonos bien. EL PUBLICANO NO ERA DE NINGÚN MODO UNA BUENA PERSONA: en aquellos tiempos, los publicanos o recaudadores de impuestos eran hombres sin escrúpulos, que se ponían al servicio de los invasores romanos para enriquecerse a costa de sus hermanos de raza: eran unos colaboracionistas, unos traidores.

Por el contrario, LOS FARISEOS ERAN REALMENTE BUENA GENTE: lo que hemos escuchado, que él no era ladrón ni injusto, que ayunaba y pagaba lo que debía, no es ningún invento para echarse un farol. Los fariseos eran hombres fieles, que seguían la ley y cumplían lo que todo buen israelita tenía que cumplir.

¿A qué es debido, pues, que Jesús alabe al publicano y en cambio deje en mal lugar al fariseo? Pues la razón es muy simple: porque EL RECAUDADOR se presenta delante de Dios reconociendo que todo lo que hace no está bien, y no puede atribuirse ningún mérito, Y TODO DEBE ESPERARLO DE LA BONDAD DEL PADRE; y por el contrario, el fariseo va como si él fuera la persona perfecta y esperase que el propio Dios le dijera que lo hacía muy bien. Como si le pudiera reclamar algo a Dios, a cambio de sus méritos. Y aquí está la enseñanza que Jesús nos da en esta parábola: nuestra oración, nuestra relación con Dios, NO DEBE SER LA DE UNA GENTE QUE VIVE SATISFECHA de lo que tiene y de lo que hace, y que se presenta delante de Dios para que mire sus libros de cuentas y se los apruebe, sino que debe ser LA DE UNA GENTE que sabe que le queda todavía mucho que andar, QUE LE FALTAN MUCHAS COSAS, que no puede sentirse tranquila con su vida, que siempre debe esperar más.

Nuestra oración, nuestra relación con Dios, debe ser la de unos hombres y mujeres que se saben POBRES. Pobres porque formamos parte de un mundo al que le falta todavía mucha libertad y mucha justicia; pobres porque en nuestra pequeña vida hallamos muchos tropiezos y tristezas; pobres porque somos débiles, perezosos y egoístas; pobres porque, en definitiva, sabemos que SOMOS INCAPACES DE ALCANZAR, para nosotros y para todos, este amor pleno, esta amabilidad duradera, esta paz segura que SOLO PODEMOS ESPERAR DEL PADRE.

Presentémonos siempre así ante Dios. Él escucha a los pobres y los salva. Él nos escuchará y nos salvará. 

-Hoy, Domingo Mundial de la Propagación de la Fe.

-Y permitidme que ahora, al terminar este comentario de la palabra de Dios, dedique unos breves momentos a recordar una fecha que hoy se celebra en toda la Iglesia y a la que nosotros debemos prestar también atención. Hoy es el DOMUND, el Domingo Mundial de la Propagación de la Fe: un día dedicado a recordar que los creyentes tenemos el encargo de DAR A CONOCER A TODOS ESTA BUENA NOTICIA que es nuestra fe, y dedicado especialmente a recordar todos aquellos lugares del mundo -los "PAÍSES DE MISIÓN"- en los que la semilla de la fe aún no ha sido plantada o apenas ha empezado a crecer.

¿Somos verdaderamente conscientes de que la principal tarea que nos encargó Jesús resucitado es la de anunciar la gran noticia de la salvación? ¿Nos sentimos verdaderamente felices con lo que creemos, y sentimos EL ANSIA DE QUE MAS HOMBRES Y MUJERES LO CONOZCAN? Vale la pena que hoy reflexionemos sobre esto. Y que saquemos CONSECUENCIAS: que pensemos hasta qué punto nuestro modo de vivir y nuestra palabra hace presente a nuestro alrededor el Evangelio de Jesucristo; que recordemos con nuestra oración -y, ¿por qué no?, con nuestra aportación económica- a tantos hombre y mujeres que no conocen a Jesucristo, y también a todos aquellos que han querido dedicar su vida a dárselo a conocer.

Que esta eucaristía, hermanos, nos enseñe a ponernos ante Dios sabiendo que somos pobres, llenos de esperanza porque por la resurrección de Jesucristo se nos ha abierto el camino de la vida. Y que hoy, también, sea esta eucaristía una oración para que la misión de anuncio del Evangelio, que la Iglesia tiene encomendada, avance como Jesucristo lo quiere.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1977/19


7.

* Esta conocida parábola del fariseo y el publicano nos narra una historia ejemplar, usando el contraste para clarificar mejor la cuestión. El enunciado que actualmente la precede indica su finalidad: desautorizar a quienes creen que son sus buenas obras lo que les salva (y no el amor de Dios) y desprecian por ello a los que no hacen esas obras. No salva la ley mosaica, sino la voluntad gratuita de Dios.

* Tradicionalmente, se ha exagerado en la predicación el comportamiento del fariseo convirtiéndolo en "malo". Era un hipócrita que presumía de lo que no había hecho. De esta forma, la parábola pierde su verdadero sentido. Que Dios rechace a un presumido mentiroso y perdone a un pobrecito arrepentido no parece extraño. Además, así quedamos nosotros fuera. La parábola se convierte en una historia edificante que no nos afecta. Pero, hemos de ver las cosas con los ojos de sus contemporáneos (a quienes la parábola sorprendió muchísimo), para podérnosla aplicar correctamente a nosotros.

* Conviene, por tanto, hacer una presentación de personajes y una breve explicación del cuadro. Aunque en nuestro idioma se considere así, ni la hipocresía ni el engolamiento eran características del grupo fariseo. Como en cualquier otro grupo, habría algunos con estas actitudes, pero no corresponden, en absoluto, a la mayoría.

* Los fariseos eran, en general, personas respetadas por su honradez. Religiosamente eran muy piadosas y fieles cumplidores de la ley, entendida ésta según su minuciosa y pormenorizada interpretación. En política, eran patriotas nacionalistas no violentos. Desde el punto de vista de Jesús son, sin embargo, ciegos que propagan su ceguera, al creer que la salvación ante Dios consiste en cumplir o super-cumplir. Esta creencia les llevará a ser poco solidarios con el pueblo y a mantenerse a distancia de todo no cumplidor. Aunque entre ellos se decían compañeros, los demás les llamaban fariseos, es decir, separados. Son imagen de los que hoy se designa como "gente de iglesia" o "gente de orden".

* El publicano es alguien a quien, con razón, se le tiene por mala persona. Va a lo suyo, estafando y explotando a los demás.

En materia religiosa es un impío y en política colabora con quien le pueda dar dinero, como lo eran entonces las autoridades romanas de ocupación. Ateo práctico, ladrón y colaboracionista son sus líneas de vida.

* El cuadro lo podemos describir como sigue. A las tres de la tarde, tiempo de la oración, y en el grandioso marco del templo (donde se supone que la presencia de Dios es más cercana), se encuentran un superpracticante religioso (hace más ayunos y paga más contribuciones que las obligatorias) y un alejado. El fariseo hace la oración según la costumbre de su tiempo: de pie y con las manos alzadas y extendidas. Su postura no tiene que ver nada con la soberbia. Así se nos pintan en las catacumbas de Roma figuras de las orantes cristianas. El esquema de su oración es el conocido y oficialmente habitual. Un Talmud del siglo I nos presenta este modelo parecido al que comentamos. "Te doy gracias, Señor, Dios mío, porque me has dado parte entre aquellos que se sientan en la casa de la enseñanza y no entre los que se sientan en los rincones de las calles; pues yo me pongo en camino pronto y ellos se ponen en camino pronto: yo me encamino a las palabras de la ley y ellos se encaminan a cosas vanas. Yo me fatigo y ellos se fatigan: yo me fatigo y recibo la recompensa, y ellos se fatigan y no reciben ninguna recompensa. Yo corro y ellos corren: yo corro hacia la vida del mundo futuro, y ellos corren a la fosa de la perdición".

* Podemos decir que, "más que orar, reza". Su boca dice palabras de acción de gracias, pero, en el fondo, se siente justo ante Dios y desprecia a los no cumplidores. No cree que es salvado por el amor de Dios, sino por sus buenas obras en materia de religión. Emplea una fórmula casi hecha. Seguramente empleó el mismo tonillo o cantinela rutinario que los fariseos actuales usan en el muro de las lamentaciones. Rezaba porque un hombre honrado tenía que rezar determinadas veces y de determinada forma. Tal vez, además de su seguridad en sí mismo, también faltaba corazón en sus palabras.

* El publicano también emplea una oración conocida: el salmo 51. Pero se siente indigno y sin derechos ante Dios. Es lo más profundo de su ser quien habla. Se ve necesitado de una gracia que no cree merecer.

* Los oyentes se tuvieron que quedar estupefactos al ver descalificada la oración de un hombre honrado y piadoso y alabada la oración de un sinvergüenza notorio. Quien dice oración, dice relación con Dios. Claro que no se descalifican las obras buenas del fariseo ni se alaban los robos del publicano. La cuestión no es ésa. Se trata de la relación con Dios tipificada en la oración.

* Por nuestras venas corren gotas de sangre farisea. Nos es difícil sentir el amor de Dios como gracia. En nuestra oración nos sentimos con más derecho por nuestra supuesta bondad.

Pretendemos ganar el cielo por méritos. Olvidamos que Dios es amor a fondo perdido y añoramos un patrón que dé "a cada uno lo suyo". Nuestro poco amor al prójimo queda patente. ¡Señor, perdónanos en nombre tuyo y en el de los hermanos!

EUCARISTÍA 1989/49


8.

ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA

De la gracia (1a.lectura y evangelio) En los domingos 25 y 29 se habló ya del tema del dinero y la justicia. La primera lectura recuerda que "los gritos del pobre atraviesan las nubes" y, en efecto, constituye una estremecedora realidad el peso de la explotación en el mundo. A pesar de este hecho, se podría enfocar la homilía a partir de la parábola, la cual es profundamente radical y deja abiertas cuestiones fundamentales.

La parábola -seguimos en la explicación a J. Jeremías- es muy dura. Se trata de un puritano, ultraexigente consigo mismo: un hombre profundamente religioso, que ayunaba para expiar lo pecados del pueblo (y que, por tanto, en el tórrido Oriente se abstenía de beber); un personaje que incluso sacrificaba su dinero (lo cual no es ninguna tontería) pagando una cantidad más elevada que la legal para asegurar el cumplimiento del diezmo. Y el antihéroe (el verdadero héroe) era un vulgar tramposo y un explotador de oficio. En medio de los protagonistas emerge el misterio de la gracia. El arrepentido encontró la salvación.

La historia -añade el autor antes mencionado- resulta sorprendente. El fariseo no hace nada que no se pudiera hacer; incluso su plegaria está muy purificada y ha obtenido un grado considerable de madurez: da gracias; el fariseo sabe que el publicano lleva una vida despreocupada y que "humanamente" se lo pasa mejor. Sin embargo -¡sorpresa!- el hombre que se golpea el pecho, que ha perdido la serenidad, que desconoce incluso el ritual de la plegaria, a quien la lejanía de Dios hace sentir hundido y que, tal vez, ni siquiera sabe si podrá reconstruir su vida (puesto que debería abandonar su profesión y ha estafado a tantos que no tiene posibilidades de devolver el dinero), éste encuentra la gracia.

¿Cómo? ¿Por qué? Jeremías hace observar que el publicano recita el "Miserere". La explicación de la parábola se hallaría en el v. de dicho salmo: "Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias" (/Sal/051/19). Esta es la sorpresa: el pecador halla gracia, no el que ya se siente satisfecho.

Bella parábola -dura parábola- para los que "vamos a misa". No se trata de echarles nada en cara a nuestros fieles, pero sí de insistir en la realidad de pecadores. Tal vez -creo que el tema es actual para nuestra Iglesia- difícilmente nos sentimos pecadores. El subjetivismo, la autosuficiencia, el puritanismo meticuloso, las eternas discusiones sobre el bien y el mal..., nos hacen olvidar nuestra realidad pecadora. Y por el contrario quizás a través de esta realidad podríamos todos hallar un punto de comunión. Todos sabemos discutir sobre lo que conviene a la Iglesia y al mundo, pero cuando no discutimos, cuando estamos solos y, por tanto, no hacemos teatro, entonces aparece la realidad: la crítica injusta, la falta de comprensión, las envidias que se hacen efectivas hasta impedir la prosperidad de los demás, la presunción, la mala educación, la dureza en el trato, la falta de fe y de esperanza en el hermano, el fraude explotador, servirse de los demás como objetos, el afán de posesión... Todos debemos golpearnos el pecho.

Cada cristiano debe sinceramente hacer suya la petición suplicante del desesperado. Habría que exhortar a la disposición de reconstruir la vida, a desarrollar el dinamismo de la madurez (conocerse, aceptarse, entregarse, sentirse responsable de las cosas como totalidad...).

J. GUITERAS
MISA DOMINICAL 1974/2b


9.

¿A quién atiende Dios?, se preguntaban los cristianos que transcribían esta parábola. Entre dos personas, la preferida de Dios, aquella cuya oración sea más eficaz, ¿será la que obra por Dios o la que no llega a salir del pecado que la aprisiona? ¿El que "ayuna dos veces por semana, paga el diezmo de todo lo que tiene", o el que no es más que simple pecador -"¡que soy pecador!"-; el que no es "ni ladrón, ni injusto, ni adúltero", o el otro que debe ser un poco de todo ello, puesto que se sabe pecador? Ante la pregunta así planteada, la respuesta vendría por sí misma. Sin duda alguna, es el primero, el justo, el que será oído, cuya oración será escuchada, en tanto que el otro, el pecador, será echado a las tinieblas, a esa "gehenna" leída aquí o allá en nuestros libros evangélicos.

De hecho, no es así; y a pesar de la buena nota que todos darían espontáneamente al primero y de la censura que todos decretarían contra el segundo, va a ocurrir lo contrario. El segundo, y sólo él, el pecador, será "justificado", establecido en una relación amistosa con Dios, y no el otro. ¿Por qué esta inversión de valores? La paradoja no es nueva; quedó aseverada ya en la controversia surgida durante la comida en casa de Leví: "No necesitan médico los sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino pecadores". Jesús, el médico bueno, no se ocupa más que de los que tienen necesidad de él. ¿No pasa lo mismo en nuestra parábola? Sin duda que sí; se subraya, en efecto, que el Fariseo (¿será inútil recordar que todos los fariseos se hubieran reconocido en la actitud de su colega?) "da gracias". Esta forma de oración es auténticamente bíblica; un verdadero fiel puede, debe, expresar su acción de gracias a Dios; el propio Jesús lo hace: "Yo te bendigo, Padre...", dice sirviéndose de un término cercano, muy cercano, casi sinónimo (10, 21).

BENDICIÓN: Casi sinónimo, con sólo un matiz, importante. Apuntaba un autor reciente que en la bendición sólo aparece y sólo cuenta la persona bendecida: Dios, en definitiva. En la acción de gracias, en el agradecimiento por el bien recibido, cuenta, tiene un determinado lugar, el que agradece, el que dice "yo te agradezco... yo te doy gracias". Da gracias por el don que se le ha hecho, a él. Que tal personaje vaya contando cada vez más, y su fórmula de acción de gracias se convertirá en un canto de auto-glorificación.

Es el caso del Fariseo de la parábola; él cree dar gracias a Dios por sus beneficios, pero es a sí mismo a quien admira y alaba; a sí mismo, que es el poseedor de los bienes recibidos.

ORA/EGOISMO: Está encerrado en un egocentrismo que le quita todo valor a su oración. Y tampoco es, además, una oración lo que formula, sino un panegírico para su uso interior. Su actitud es reveladora. "Se tiene por justo", y ahí está su mal. ¿Podría ser escuchado por Dios, siendo así que él no habla más que a sí mismo? He ahí un sano que no necesita cuidados. ¿Por qué el médico, el que hace "justo" al pecador, el que le justifica, había de cuidarse de él, de su estado satisfactorio, de la justicia ya asegurada? El Publicano, por el contrario, se mantiene en un lugar, en una actitud que da testimonio de una mentalidad bien distinta.

No muestra ningún interés por su persona; ¿qué podría encontrar en ella de interés, si su vida, toda su vida, no es más que la de un pecador? Descentrado de sí mismo, se orienta sólo a Dios.

Consciente de su pobreza, no puede dirigirse a Aquel que es rico más que para pedirle ayuda. "Ten compasión de mí...". Este hombre, este pecador, este "enfermo" necesita médico. Y es lo que ocurre; el médico se preocupa de curarle, y el enfermo queda sano; el pecador, justificado.

Al leer las primeras frases de Lucas, diríase que el nudo del problema estaba en la vanidad del Fariseo y de sus semejantes, tan seguros de sí que llegan a despreciar a los demás. Y así, nuestro satisfecho héroe junta a su propio elogio una frase condescendiente, despectiva incluso, referida al Publicano (v. 11, fin). Esta vanidad es, sí, la explicación de la actitud del Fariseo y del fracaso de su oración; pero el problema es más profundo. El fracaso del Fariseo es la consecuencia de la soberbia con que éste se presenta delante de Dios. La actitud que adopta con respecto a otros no es sino la consecuencia de ese orgullo primordial.

Al final de la parábola habla de "enaltecerse" o de "humillarse" ante Dios, en primer lugar, antes de hacerlo ante los hombres.

Mantenerse ante Dios como conviene, a fin de ser admitido a su intimidad... y aprender, en consecuencia, a adoptar ante los hombres el justo comportamiento: eso es lo que se ventila en esta parábola.

En cierto modo, la parábola es también una reflexión acerca de la oración. ¿Cómo no recordar, leyendo este párrafo lucano, cuanto de malo se ha dicho en estos últimos tiempos, y por cristianos muy escuchados, sobre la oración de petición? Como toda actitud creyente, esta oración puede verse reducida a una caricatura de lo que debería ser. Preciso es subrayarlo, pero no se puede sacar de ahí una condena general y sin matices de toda oración de petición: condena que el Evangelio no apoya en absoluto.

¿Cómo ver en la actitud del Publicano, en su oración que le valió ser "justificado", cómo ver otra cosa que una humilde súplica, una petición? Y en cuanto al Fariseo, éste adopta para orar, es un hecho, esa actitud del hombre "en pie", tan fácilmente evocada hoy día. Lo menos que se puede decir es que Jesús no le dedicó cumplimientos. Que cada uno escoja...

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 279