COMENTARIOS AL EVANGELIO

Mc 10, 46-52 

Par: Mt 20, 29-34   Lc 18, 35-43   Mt 9, 27-31 

1.

Texto. Como última escena en el camino hacia Jerusalén nos encontramos con el relato de curación del ciego Bartimeo. Como escena de curación rompe con algo que había sido habitual en los relatos de curación de Marcos: Jesús no aparta al ciego de entre la muchedumbre. Al contrario, es Jesús quien pide a la gente que vaya en busca del ciego.

Más aún, en diálogo público con el ciego, Jesús le pregunta por sus deseos, a los que, públicamente accede. Este diálogo con iniciativa de Jesús es otra novedad en los relatos de curación de Marcos. Gracias a este diálogo Marcos consigue que se nos queden bien grabadas dos frases: ¡Maestro, que pueda ver! ¡Anda, tu fe te ha curado! Pero Marcos no termina el relato con el encargo de guardar silencio, al que también nos tenía habituados.

En lugar de este encargo leemos lo siguiente: Y lo seguía por el camino. Caemos en la cuenta que tras el imperativo ¡anda! se escondía una invitación al seguimiento en el camino, el camino concreto hacia Jerusalén, hacia la cruz y la resurrección. Marcos ha elaborado un relato de visión del camino.

Comentario. La historia exegética del texto demuestra que nos hallamos ante un texto simbólico: Jericó es la tierra; el ciego, la humanidad irredenta; las gentes que impiden los gritos del ciego, las fuerzas que distraen del cristianismo; el camino a Jerusalén, el camino al mundo celeste.

Una vez más hay que repetir que la debilidad de esta simbología radica en no estar basada en la globalidad de la obra o macrotexto de Marcos. En el caso concreto de la exégesis de este texto, tal vez lo único que se debe salvar de ella es su intuición de que nos hallamos ante un texto simbólico. El resto mejor es olvidarlo.

Desde que Marcos nos ha hecho saber que el Reino de Dios está abierto a todos y que es un camino que pasa por la muerte y la resurrección, desde ese momento ya no necesita envolver en el silencio a la persona y a los milagros de Jesús. Y no lo necesita porque ya no hay lugar para malinterpretar la persona de Jesús y sus acciones. A partir de ese momento Marcos ha centrado su interés en despertar actitudes y comportamientos en consonancia con el Reino de Dios así concebido. Es lo que hemos ido descubriendo los domingos últimos.

¿Y hoy? Hoy, sencillamente, nos invita a que gritemos: ¡Maestro, que pueda ver! Nos invita a pedir una visión muy concreta: la del camino a Jerusalén, su meta y las actitudes a tener. ¡Que pueda ver ese camino para seguirlo! Esto es a lo que Marcos llama tener fe. Es la fe que hace posible lo imposible, como ya ha dicho el Maestro en 9, 23: Todo es posible para el que tiene fe.

No es por aguar la fiesta, pero hay algo que se deduce secundariamente del relato de hoy. Esta fe, esta visión, no son multitudinarios. En el relato la gente funciona como contrapunto folklórico. No quiero decir con esto que Marcos sea pesimista. Pero sí se revela como un autor tremendamente realista en lo que a entrar en el Reino de Dios se refiere.

Recuérdese que entrar o no entrar en el Reino de Dios es una cuestión distinta de salvarse o condenarse.

ALBERTO BENITO
DABAR 1988, 53


2.

Marcos cierra el bloque de enseñanza pormenorizada de Jesús al grupo cristiano antes de la llegada a Jerusalén con un episodio narrativo. En él todos los participantes son presentados en movimiento, a excepción del ciego, que aparece sentado al borde del camino y pidiendo (v. 46; Bartimeo no es en realidad nombre propio, sino la formulación aramea de "hijo de Timoteo"). Desde su inmovilidad el ciego interpela a Jesús a gritos (vs. 47-48). Jesús se detiene, siendo entonces el ciego quien se pone en movimiento hacia Jesús (vs. 49-50). La escena se hace totalmente inmóvil para dar paso al diálogo; breve porque Jesús tiene que continuar el camino, en el que el ex-ciego quiere también acompañarle.

Interpelación: el hijo de Timoteo no puede seguir a Jesús porque no ve; en cuanto ve le sigue. Ver ¿qué? La respuesta a esta pregunta constituye sin duda la clave de la lectura de todo el episodio.

En el v. 47 Marcos da elementos suficientes para responder a la pregunta: Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: HIjo de David. Es decir, el ciego afirma que Jesús Nazareno es Hijo de David. Jesús Nazareno equivale a lo que hoy llamamos nombre y apellido: su mención resulta aquí inesperada. Hijo de David es un título mesiánico. El ciego ve en los rasgos humanos, tremendamente humanos de Jesús, al Mesías. En este sentido profundo ya no es ciego; por eso le dice Jesús: Tu fe te ha curado (v. 52). Un ciego fisiológico es quien ve realmente, mientras muchos videntes fisiológicos en realidad no ven:

Muchos le regañaban para que se callara (v. 48). Nos encontramos con la misma problemática desarrollada por Juan en el cap. 9 de su evangelio; léase, por ejemplo, 9, 40-41.

Visto en la perspectiva global del evangelio de Marcos, este episodio es enormemente realista y desgarrador. Muchos son los que acompañan a Jesús pero sólo un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna es capaz de ver a Jesús y seguirle. Un ciego, es decir, un hombre con capacidad de asombro, de admiración, de aceptación, de disponibilidad; un hombre que todo lo espera sin exigir nada.

DABAR 1976, 57


3.

Nos encontramos en la última etapa de la subida de Jesús a Jerusalén. El evangelio de los próximos domingos pertenece ya a la actividad desarrollada en el interior de la ciudad antes de la pasión y muerte. Las narraciones de milagros que encontramos en esta parte del evangelio de Marcos son muy escasas, y la de hoy nos ofrece un conjunto de características peculiares;

-En primer lugar, queda situada geográficamente: a la salida de Jericó, lugar de paso y una de las últimas etapas de los que iban a Jerusalén procedentes del Jordán. Además, Jesús va acompañado de "bastante gente", posiblemente hay entre ellos peregrinos que van a la fiesta de Pascua y que son los que le aclaman al entrar en Jerusalén (cf. Mc 11).

-También el ciego tiene nombre propio: Bartimeo (y se especifica, además, que era el hijo de Timeo). Este hombre, privado de la vista y condenado a vivir de las limosnas de la gente, es -como eran todos los ciegos- un representante de la miseria y de la desesperanza humanas. Pero al oír que pasa Jesús no quiere de ningún modo dejar escapar su oportunidad. Su actuación está llena de detalles significativos:

-En primer lugar, llama a Jesús con el título de "Hijo de David", título mesiánico popular que incluye las esperanzas políticas y nacionalistas centradas en el restablecimiento de la monarquía davídica. Jesús, en el momento en que ha emprendido decididamente el camino que va a conducirle a la muerte, no rechaza ya el título de Mesías. La gente sí que pretende hacer callar a Bartimeo (¿quizás porque no comparte su opinión sobre el mesianismo de Jesús?).

-Cuando sabe que Jesús le llama, el ciego no duda ni un momento en dejar el manto y en dirigirse hacia él; el manto debía tenerlo extendido en el suelo para recoger en él la limosna: se desprende, por tanto, de aquello que le permitía sobrevivir porque cree que ha terminado su situación de ceguera.

-No hacía falta que dijeran a Jesús qué es lo que quería el ciego, pero quiere que sea él mismo quien exprese su deseo: "Maestro, que pueda ver".

-La curación se produce sólo por la palabra de Jesús, no va acompañada por ningún gesto. Es la confianza del ciego en Dios y en el poder curativo de Jesús -una confianza que ha quedado expresada en el conjunto de las palabras y acciones del ciego- lo que la ha hecho posible.

-Pero las palabras finales hablan de salvación. La fe no ha conducido a Bartimeo sólo a recobrar la vista, sino a la adhesión personal y al seguimiento de Jesús "por el camino".

Sigue a Jesús por el camino que lleva a Jerusalén y a la muerte: ésta es la verdadera salvación.

JOSEP ROCA
MISA DOMINICAL 1982, 20


4.

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino (evangelio). Después de estas palabras empieza el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén. Marcos contrapone adrede la actitud de los discípulos, que no se deciden a seguir a Jesús por el camino de la cruz y la de este ciego a quien el Señor abre los ojos y él inmediatamente le sigue. También el día de Pascua tuvo lugar la iluminación espiritual de los discípulos (Lc 24,45), que se convirtieron en hombres nuevos, capaces de seguir a Jesús. 

Recordemos las palabras con que el cuarto evangelio acaba el relato de la curación del ciego de nacimiento: "Dijo Jesús: Para un juicio he venido yo a este mundo: para los que no ve, vean, y los que ven, se queden ciegos. Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: ¿También nosotros estamos ciegos? Jesús les contestó: Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís como véis, vuestro pecado persiste" (Jn 9,39-41). 

Estos textos nos ayudan a no caer en clasificaciones precipitadas: ¿dónde están los verdaderos ciegos? Debemos anunciar a todos los hombres y a todos los pueblos el amor salvador de Dios que se nos ha manifestado en Jesús. Debemos saber descubrir a todos los que están sentados al borde del camino, prontos a levantarse y seguir a Jesús. Y mientras tanto, ¿qué hacemos los cristianos de toda la vida?

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1988, 20


5.

-"Maestro, que pueda ver", que pueda seguir caminando, que aprenda a esperarlo todo de ti y todo de mí mismo, que aprenda a no hacerme ilusiones y a mantener la ilusión, a crecer en la esperanza de tus promesas sin creerme que todo me lo vas a dar hecho. Que aprenda a seguir caminando.

BERNARDINO HERNANDO
VIDA NUEVA


6.

La iniciación en la fe comienza de entrada con una manifestación de Jesús en la vida del hombre: es necesario que Cristo "pase por allí" (/Mt/20/30). Pero esa manifestación es misteriosa: el ciego, que representa aquí al hombre por el camino de la fe, no ve a Jesús: presiente tan sólo la presencia del Señor en los acontecimientos (v. 47a), pero expresa ya su fe poniéndose a disposición de la iniciativa salvífica de Dios (v. 47b). Esta apertura a Dios es puesta inmediatamente en tela de juicio por el mundo que le rodea (v. 48a), y necesita todo su empuje vital para mantener su decisión de apertura al Hombre-Dios (v. 48b).

El candidato a la fe se encuentra entonces con que es objeto de la atención de alguien que le descubre el llamamiento de Dios, que le invita y le anima a convertirse ("levantarse" o resucitar y "desprenderse de su manto" o despojarse del hombre viejo: vv. 49 y 50).

Ahora es cuando se inicia el diálogo final: ¿Qué quieres...? (v. 51). Se trata del compromiso definitivo, expresado en forma de pregunta y de respuesta con el fin de dejar bien clara la libertad total de las dos partes contratantes de la Alianza.

Finalmente, le es devuelta la vista al ciego como una visión de la fe (vv. 51-52) que le obliga inmediatamente "a seguir" a Cristo "por el camino".

El ciego es realmente el testigo perfecto del paso de la carne al espíritu, del egoísmo a la misión. Esta paso se realiza en cinco tiempos: la marcha hacia Dios por efecto de la presión de la conciencia personal y a pesar de los obstáculos del mundo; la marcha hacia Cristo al ver su llamamiento y al escuchar su Palabra; la entrega de uno mismo al Maestro mediante la conversión y el desprendimiento del hombre viejo; la comunión con Cristo en la visión de la fe, y finalmente, el caminar en Cristo y en su seguimiento, a través del mundo y para ser en medio de él signo del Reino.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 210


7.

Jesús va de camino a Jerusalén. Sube por última vez a Jerusalén. Abandonó Galilea y, evitando pasar por tierras de Samaria, marchó por la orilla oriental del Jordán y por la Perea, siguiendo la ruta que pasa por Jericó (cfr. 10, 1). Ya en esta ciudad, que dista unos 30 km de Jerusalén, realiza el último milagro que narran los sinópticos. El texto de Marcos es, también en este caso, el que nos ofrece una narración más viva y cercana a lo acaecido.

Bartimeo, echado al borde del camino, ha oído hablar de Jesús y se ha enterado que va a pasar por allí. Mientras pide limosna a los peregrinos que suben a Jerusalén, este pobre ciego pone toda su confianza en el que ha de venir, en el Mesías o Hijo de David. Por el rumor de la gente y el griterío se da cuenta de que se aproxima Jesús y que con él ha llegado su gran oportunidad. Entonces se pone a gritar con todas sus fuerzas llamando a Jesús Hijo de David, que era el nombre o título con que el pueblo designaba al Mesías prometido. De este Mesías se esperaba la salvación nacional y el cumplimiento de todas las promesas que Dios hiciera a Israel (cfr. 11, 10). Se esperaba también que curara a los ciegos, de ahí la gran confianza de Bartimeo.

Los que marchaban delante del grupo, al oír los gritos del ciego y lo que decía, le mandaron callar (Lc 18, 39). Pero Jesús se detuvo y lo mandó llamar. Bartimeo, aumentada su confianza, se puso de un salto delante de Dios.

La pregunta de Jesús le ofrece la ocasión de expresar claramente cuál es su deseo y cuánta su confianza. Bartimeo llama a Jesús "Rabbuni" ("Maestro mío"), es un título menos frecuente y más honorífico que "Rabbi". También se expresa el gran respeto que le merece aquél a quien ha reconocido como Mesías.

Jesús le concede la gracia que le ha pedido y le dice que su fe le ha curado (cfr. 5, 34). Bartimeo tiene ya luz y camino. Bartimeo no se quedará sentado en las tinieblas, seguirá a Jesús "glorificando a Dios" (Lc 18, 43). La confesión de este ciego, que ha aclamado a Jesús como Hijo de David, ha desvelado públicamente el misterio mesiánico del Profeta de Nazaret. Pronto será todo el pueblo el que aclame a Jesús en Jerusalén y le salude como Mesías, como el que viene en nombre del Señor. Pues ha llegado el momento en el que, si callan los discípulos de Jesús, "gritarán las piedras" (Lc 19, 30).

EUCARISTÍA 1982, 40


8.

Con el relato de hoy acaba la predicación de Jesucristo por tierras de Palestina. Jesucristo sale de Jericó, a unos 28 km de Jerusalén, y se dispone a hacer su entrada en ella, el domingo de Ramos. Y este relato conciso, vivo, esquemático, de la curación del ciego, sintetiza la obra de Jesucristo (cf. Ia profecía de la 1ª lectura) y expresa la actitud del discípulo hacia él.

Los gritos del ciego contrastan con el misterio con que todo el evangelio ha envuelto la figura de Jesucristo: ¡sólo los demonios llamaban, habitualmente, con títulos mesiánicos a Jesús! Aquí, en cambio, el ciego reconoce a Jesucristo sin ninguna ambigüedad como el heredero de las promesas hechas por Natán a David de parte de Dios (cf. 2Sam 7,12-16): es la afirmación de Jesús Mesías al término de su vida pública, afirmación que seguidamente será reafirmada por la entrada en Jerusalén . Y esta afirmación va acompañada de la demanda de compasión, actitud fundamental del creyente ante Jesucristo salvador (cf. el "Señor, ten piedad" de la misa).

También en línea con este reconocimiento público de la mesianidad de Jesucristo, destaca que los que quieren hacer callar al ciego son los que acompañan a Jesucristo, mientras que él, al contrario de lo que hacía habitualmente, no se molesta ante las aclamaciones.

Jesucristo hace al ciego la misma pregunta que había hecho el domingo pasado a los hijos de Zebedeo ("¿Qué quieres que haga?"). Pero mientras aquellos habían respondido considerando a Jesucristo como un gobernante poderoso dispuesto a adjudicar prebendas, el ciego responde como alguien que ha entendido cuál es la misión de Jesucristo: servir, llevar vida a los pobres con una actitud no dominante sino servidora.

La curación es explicitada de manera muy sintética, sin prestarle casi atención y sin que se produzcan las habituales reacciones admirativas de los asistentes: en nuestro relato, el evangelista ha querido dar más importancia a la situación concreta del hombre curado que a la curación misma. Y esta situación concreta se presenta claramente, como paradigma de la situación del creyente; 1) la fe es lo que hace que el hombre sea salvado; 2) el creyente "ve" gracias a la palabra de Jesucristo; 3) el creyente "sigue" a Jesús "por el camino" (recordemos que la palabra "camino" es ampliamente utilizada en la antigua Iglesia para significar la vida cristiana).

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 13