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HOMILÍAS MÁS
PARA EL DOMINGO XXX
13-25
13. LOS SIGNOS MESIÁNICOS Y LA FE
-Señor, que yo vea (Mc 10, 46-52)
Jesús está en camino, sube a Jerusalén. Le sigue un gentío considerable. Sentado al borde del camino, un ciego, Bartimeo. En este marco se va a desarrollar el milagro, un milagro que, como todos los de Jesús, será un signo de la presencia del Mesías.
La acción de Jesús es desencadenada por los gritos de fe del ciego: "Hijo de David, ten compasión de mí"; gritos del ciego a quien la muchedumbre quiere imponer silencio, gritos molestos y casi sin decoro. La gente no está en condiciones de sopesar lo que en esa conmovedora llamada hay de fe. Jesús sí se conmueve, se detiene y hace llamar al ciego. Jesús se detiene: es un signo de su benevolencia; pero no se adelanta: hace llamar al ciego. Su venida hacia Jesús significará su proceso personal. Por sus reflejos se ve su fe: deja el manto, salta y se acerca a Jesús.
La pregunta de Jesús puede parecer extraña: ¿Para qué preguntar a un ciego lo que quiere se haga por él? Parece evidente; además, el ciego había gritado: "Ten compasión de mí". Pero Jesús ha querido un avanzar físico que pruebe la fe del desgraciado; quiere, asimismo, que exprese su fe claramente: "Maestro, que pueda ver". La respuesta es inmediata: "Tu fe te ha curado". El ciego recobra la vista y camina siguiendo a Jesús.
-El ciego y el cojo son consolados (Jer 31, 7-9)
Este pasaje ha sido elegido por estas palabras: "... entre ellos hay ciegos y cojos..., los guiaré entre consuelos". Este consuelo es uno de los signos que manifiesta que "el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel". Porque el ciego y el cojo aquí no tienen sino un puesto muy secundario: se trata de la salvación ofrecida a todo Israel, una gran multitud que retorna. Son los deportados del exilio de Babilonia. El "resto" de Israel vuelve al país, y Jeremías enumera las categorías de todos los que vuelven, y entre ellos el ciego y el cojo. Se marcharon llorando, vuelven en medio de consuelos. El Señor termina su declaración diciendo: "Yo soy un padre para Israel".
El salmo 125 era respuesta obligada a esta lectura, ya que canta el jubiloso regreso de los deportados: Hasta los gentiles decían: "El Señor ha estado grande con ellos". ¡EI Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres! ¿Cómo abarcar la amplia temática ofrecida en la celebración de este domingo? Sin duda, Ia curación del ciego nos hace pensar inmediatamente en la luz dada por Dios.
Pero en la 2ª lectura no se encuentra esa especificación. Si queremos sintetizar los puntos importantes para nosotros, propuestos en las dos lecturas de hoy, podríamos contentarnos con las notas siguientes. En la salvación, todo depende de la iniciativa de Dios. Eminentemente es él quien salva.
Así es para los deportados de Babilonia a quienes el Señor libera, y así es para el ciego. Dios es quien se detiene para, en su benevolencia, entablar contacto con el hombre. Sin embargo, siempre se exige un movimiento del hombre hacia el Señor: "el resto" de Israel obedece y camina hacia Jerusalén, aun los ciegos, los cojos y las preñadas y paridas; el ciego salta y se acerca al Señor. Ese movimiento es signo de una profunda fe: el ciego grita hasta el punto de que la gente quiere hacerle callar. Por parte del hombre, pues, la fe es el elemento fundamental de la salvación.
Pero la salvación no se limita a una curación personal e inmediata. La curación del ciego es signo mesiánico y signo de un tiempo definitivo que llega. "El resto" de Israel camina hacia Jerusalén, pero la ciudad santa misma es signo de una ciudad definitiva. Para tener acceso a este Reino definitivo hay que convertirse y caminar en la fe.
Tenemos, por lo tanto, que tener cuidado de no detenernos en los acontecimientos inmediatos, como si fueran un fin en sí mismos. No conviene pararse en la curación del ciego, como si esta fuera un término, sin darnos cuenta de que es un signo, una señal del mundo que llega; e igualmente, no tenemos que detenernos en el signo sacramental en sí mismo, como si acabara en sí mismo, sino en cuanto que nos lleva, a nosotros y al mundo, hacia el último día y la reconstrucción total. Por eso, en este domingo se nos invita a alimentar continuamente nuestra fe, orientándola hacia el mundo definitivo que viene. Toda gracia recibida debe conducirnos hacia ese Día.
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág.
82 ss.
14.
1. El último milagro
Estamos ante el último signo de Jesús antes de su pasión. Está ya cerca de Jerusalén, ciudad en la que será asesinado. Quiere dejar este último milagro antes de revestirse voluntariamente con la debilidad de la pasión, porque está convencido de que un mundo que da culto a la injusticia y a la fuerza bruta sólo puede ser vencido con la debilidad y la derrota humanas.
Marcos y Mateo lo relatan a continuación de la petición de los Zebedeos. Lucas, que ha suprimido esa escena, acaso por tener menos interés para sus lectores gentiles, la intercala entre el tercer anuncio de la pasión y el pasaje de Zaqueo, lo que da lugar a la primera dificultad (la otra es si fueron uno o dos los ciegos curados): para Mateo y Marcos, Jesús "sale" de Jericó; para Lucas, "se acercaba" a la ciudad. Entre las varias soluciones que se dan, la más probable es que la diferencia se debe a la necesidad redaccional de Lucas, que coloca a continuación, dentro de la ciudad, el episodio de Zaqueo. Jericó, segunda ciudad en importancia de Palestina, está situada a trescientos metros bajo el nivel del mar -la más baja del mundo-, en la depresión del valle del Jordán, al norte del mar Muerto. Está separada de Jerusalén por el desierto de Judá, atravesado por un camino impracticable de unos treinta y siete kilómetros, y en el que Lucas había situado la parábola del buen samaritano (Lc 10,29-37). Está rodeada de un oasis fertilísimo, con una temperatura media de diez grados más que Jerusalén, lo que la convertía en una zona de descanso muy frecuentada. Especialmente en primavera -tiempo del viaje de Jesús- presenta un panorama inolvidable por el verdor de sus jardines y plantaciones.
Las curaciones de ciegos desempeñaban un papel especial en las tradiciones antiguas. Las muchas enfermedades oculares de Oriente tenían entonces pocas perspectivas de curación, y el destino de los pacientes era muy duro. Por lo general, no les quedaba otra salida que la mendicidad, a lo que se sumaba la angustia interior derivada de semejante situación: una vida en constantes tinieblas. De esta forma, los ciegos aparecen como los representantes de la miseria y desesperanza humanas -individuos y naciones-: sin camino, sin meta a la que dirigirse y sin poder trabajar en la construcción de su propia persona y de su vida. Necesitados de todo, tienen que vivir de las limosnas de los que pasan por el camino.
Una de las razones que nos impiden ser de verdad nosotros mismos y encontrar nuestro camino en la vida es el no comprender hasta qué punto estamos ciegos. Son muchas las cosas que tenemos ante los ojos para que nos demos cuenta de lo esencial: de lo invisible que no sabemos ver. Vivimos en una sociedad llena de reclamos que captan nuestra atención y se nos imponen, y que no tenemos necesidad de buscarlos y descubrirlos: están delante de nosotros solicitando toda nuestra atención. Lo que es invisible, en cambio, no se impone, debemos buscarlo y descubrirlo. El mundo exterior pretende nuestra atención; Dios se dirige a nosotros desde nuestro ser más profundo y auténtico. Ciegos por la lluvia de objetos, olvidamos que éstos no agotan las aspiraciones del hombre. Ser incapaces de percibir lo invisible y esencial es quedarse fuera del pleno conocimiento, fuera de la experiencia de la realidad total que es la creación de Dios.
2. Son conscientes de su ceguera
Jesús va acompañado de "sus discípulos y bastante gente", posiblemente muchos de ellos peregrinos que iban a la fiesta de la Pascua y que son los que le aclamarán al entrar en Jerusalén. La gente, en Jericó y en Jerusalén, se contenta con hacer fiesta, con acudir llena de curiosidad donde haya novedades, con agitarse, pero sin decidirse..., todas ellas actitudes estériles que no producen frutos.
¿Son uno o dos los ciegos "sentados junto al camino"? Mateo habla de dos; Marcos y Lucas, de uno, del que el primero da el nombre: "Bartimeo". La solución admitida ordinariamente es que se trata de dos ciegos. Es posible que Bartimeo fuera un cristiano bastante conocido en las primeras comunidades y que Marcos hubiera hablado con él, lo que le llevó a prescindir del otro.
Estos ciegos eran dolorosamente conscientes de su situación porque, privados de la luz de los ojos, no podían captar el mundo visible ni confundirlo con toda la realidad, como nos puede suceder a nosotros.
Este relato vivo, conciso, esquemático, sintetiza la obra de Jesús y expresa la actitud del discípulo ante él. Los ciegos son ejemplo de lo que significa creer y seguir a Jesús.
Al oír que pasaba Jesús por el camino, no quieren dejar pasar su oportunidad. Gritan con fuerza para llamar su atención, al estilo tan característico de los orientales: "¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David!" (Mateo). Llaman a Jesús "Hijo de David", título mesiánico popular que incluía las esperanzas políticas y nacionalistas centradas en el restablecimiento de la monarquía davídica. Son conscientes de lo que les falta, algo tan difícil de descubrir a los que creemos que vemos. Porque también nosotros somos ciegos, no de ceguera corporal, sino de esa otra ceguera que nos impide ver más allá de nuestras preocupaciones inmediatas. No sabemos ir al fondo, romper el velo que nos oculta la verdad.
¿Cómo estos ciegos mendicantes proclaman a gritos la mesianidad de Jesús? Porque la gente ya hablaba así de Jesús; que era el Mesías era ya sospecha de muchos, incluso creencia. ¿No lo confirmaba constantemente con sus signos? A pesar de la oposición de los dirigentes..., Jesús les deja que le proclamen Mesías, ama a hombres como éstos, que se atreven a gritar lo que otros se limitan a susurrar, que no temen comprometerse.
La gente que acompaña a Jesús les manda callar (Mateo y Lucas). Consideran aquellos gritos inoportunos y comprometedores... ¿Cómo pueden callarse unas personas en esa situación? ¡La pena es que la mayoría se callan! También hoy son numerosos los cristianos que creen razonable dejar que millones y millones de seres humanos, que viven en situaciones infrahumanas, se callen y renuncien a llevar una vida digna. Les tocaría menos a ellos. Es duro seguir a Jesús en medio de un cristianismo paganizado como el nuestro.
Ellos no hacen caso a la gente y gritan con más fuerza las mismas palabras. Jesús los manda llamar. A la gente que le acompaña no le importa la suerte de los ciegos, pero a Jesús sí: es parte importante de su misión. Ahora no hay nada más importante que ayudarlos. ¿Nos importa la suerte de la humanidad más desfavorecida? La gente, siempre tan voluble y oportunista, cambia de actitud ante los andrajosos. Los anima cuando se da cuenta del interés de Jesús por ellos. A la llamada de Jesús, no dudan en soltar el manto y dirigirse hacia él. El manto solían extenderlo en el suelo para recoger en él las limosnas. Representa la situación de dependencia en que viven. Se desprenden de todo lo que les permitía sobrevivir porque creen que ha terminado su situación de ceguera; ¡antes de producirse la curación! Su fe en Jesús es grande.
3. Recobraron la vista
Alrededor de Jesús hay mucha gente, pero sólo dos son dignos de escuchar sus palabras consoladoras: "La fe os ha curado". No creyeron porque fueron curados, sino que fueron curados porque tenían fe. ¿No habían dejado "el manto" antes de la curación? Se han curado al aceptar que ya es tiempo de liberarse de las opresiones, de no aceptarlas como una fatalidad insuperable y querida por Dios; se han curado al creer en el hombre concreto, en la posibilidad de los padres de cambiar el injusto orden establecido y construir la fraternidad universal. Posibilidad que está ya entre nosotros en la medida en que creemos en ella.
"Y al momento recobraron la vista y lo siguieron". La curación es símbolo de un descubrimiento más profundo, por obra de la fe: con los ojos, a los ciegos se les ha iluminado el corazón; siguen a Jesús por el camino, lo que les convierte en hombres nuevos, esperanzados, acogedores, reconciliados con lo que son y con los demás, creadores de paz y de justicia, verdaderos hombres llenos de Dios. Han descubierto toda la novedad de Jesús y no se limitan a darle las gracias. Ahora, en el camino hacia Jerusalén, en la decisión y el riesgo de cada día, en el esfuerzo por cumplir una a una las palabras del Maestro, los ciegos irán aprendiendo y experimentando en propia carne lo que implica el seguimiento. Lo que sólo a duras penas hacían los discípulos, incapaces de entender la enseñanza de Jesús, lo realizan los ciegos de Jericó y se convierten en la imagen de la curación que el Mesías realiza en los suyos cuando están disponibles. Son modelo del auténtico discípulo de Cristo.
Creer en Jesús no es cosa de palabras, sino de hechos. Creer es seguirle. Sería -es- una tentación fácil pensar que basta ver, saber, creer en esto o aquello. Es la tentación que lleva a contentarse con la doctrina cristiana, con las fórmulas de la fe y los ritos, con la ortodoxia. Sin preocuparse por aquello que es lo realmente importante: vivir según esta verdad, vivir coherentemente con esta fe.
La enseñanza del texto es clara: la luz que creemos haber encontrado en Jesús nos debe llevar a seguirlo. Por un camino que pasa por la cruz, por el esfuerzo, por la lucha... Pero que conduce a la vida, a la libertad...
Lucas recoge la reacción de la gente: "Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios". ¡Cuánto bien hace el verdadero creyente! La curación tiene para nosotros un valor simbólico. Es el anhelo de ver, de oír, de vivir, de amar... lo que puede romper la muralla de la habitual ceguera, de la rutina cotidiana, del egoísmo que nos corroe. ¿Qué anhelos son los nuestros? Todos somos ciegos. Si lo reconocemos, podemos hallar la luz para caminar. Es preciso anhelar la salvación, desearla desde lo más profundo de nuestro ser, para acogerla. El evangelio no será nunca acogido por los que creen ver, sino por los que se saben ciegos, paralíticos, leprosos, pecadores..., pobres.
FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs.
308-312
15.
1. La ceguera del espíritu
El relato evangélico de hoy nos llama la atención por los especiales detalles con que Marcos describe el último milagro de su evangelio. Jesús sale de Jericó para dirigirse por última vez a Jerusalén, donde será entregado a la muerte por su propio pueblo. A la vera del camino, está sentado un ciego: ciego y mendigo. Se nos da su nombre: «el hijo de Timeo». Entonces el ciego se puso a gritar: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mi".
Es la única vez en el Evangelio de Marcos que aparece esta expresión "hijo de David", comprensible para todos como "el Mesías, el enviado de Dios". Y Jesús, que siempre se había opuesto a que se proclamara su mesianidad, esta vez consiente.
Es que la proclamación proviene de un mendigo ciego, sentado junto al camino: un pobre en todo el sentido de la palabra. Alguien que sólo podía y sabía gritar que se le tuviera compasión. Ese hombre no tenía nada para dar, no era nadie. Y, sin embargo, el evangelista nos deja su nombre: Bartimeo. En aquel ciego-mendigo, Jesús descubrió a toda esa humanidad por la que había venido al mundo. Entonces recordó el anuncio del profeta Jeremías que hemos oído en la primera lectura.
Entre esa gente que llora, de la que habla el profeta, también estamos nosotros, como Bartimeo, sentados en el camino de la vida, sin saber por dónde seguir, sin ver un camino claro.
Un ciego puede oír y hablar, y sin embargo su mundo es triste. Con razón, cuando nace una criatura se suele decir: «la madre dio a luz un hijo», y quien no ve es como alguien que aún está en el seno materno; no acabó de nacer. Necesita ser tomado de la mano y llevado como un niño pequeño. Es indefenso, y en cualquier momento puede caer, herirse o morir. Su vida es oscura, gris, sin el tono de lo alegre, de lo bello y del color. Puede tocar la superficie de las cosas, pero no mirar en profundidad. No tiene perspectiva. No puede medir lo cercano y lo distante; lo que está más cerca y lo que está más lejos. Su mirada no trasciende, no sale de sí mismo. Ni siquiera puede ver su cuerpo o mirarse en un espejo...
Si se le deja solo, camina a la deriva, a tientas, en la más total inseguridad. Si alguien lo conduce, no crece como persona y permanece en la dependencia de su guía. Es un mundo que no tiene alternativas: o vagar errante o depender de los demás hasta en los mínimos detalles.
Un ciego no tiene horizontes; le da lo mismo mirar hacia arriba o hacia abajo; le es lo mismo el blanco que el negro, la luz o las tinieblas. En realidad, todo es tinieblas... Todos comprendemos que hay ceguera y ceguera: está la del ojo y está la del espíritu. Y todos pasamos por esos momentos de ceguera, como también lo pasa nuestra comunidad, el país, la iglesia o toda la humanidad. Hay un mundo sin horizontes, sin perspectivas, sin caminos claros; un mundo inseguro, dependiente, pronto a dar el traspié fatal.
La chatedad, la vulgaridad y la superficialidad caracterizan a este mundo de ciegos. Sólo vemos -vemos como algo de valor- eso que tocamos, que gozamos aunque sólo sea por un momento. Es un mundo cerrado y solo.
No vemos a nadie a nuestro alrededor; sólo tendemos las manos para aferrar algo para nosotros. A lo sumo nos llegan voces, pero sin nombre y sin rostro: es el mundo del anonimato, de la masa despersonalizada; en el que nadie es nadie, en el que todos son cosas para tocar, algo así como un bus repleto de pasajeros. Este mundo de ciegos está lleno de palabras..., suenan muchas palabras. Pero nadie ve nada ni se vislumbra una salida. En nuestras propias narices nos engañan, nos hacen trampa, nos roban y nos degradan... y seguimos sin ver nada. Se derrumba lo construido con tanto sacrificio, se resquebraja el cimiento de nuestra cultura... y no vemos nada, sólo sentimos cierto ruido amenazador. Se pisotea al hermano, se lo mata, se suprimen sus derechos; se prostituye a la mujer, se ultraja al obrero, se idiotiza a nuestros hijos desde un aparato metido dentro de nuestra casa... y seguimos sin ver. «Algo pasa», decimos. Y eso es todo.
Y hasta nos puede suceder que abrimos la Biblia y leemos este pasaje o el otro, pero no vemos, como si todas las letras fuesen iguales. Con signos especiales, Dios nos llama la atención; la historia nos da sus sabias y tremendas lecciones, pero nada de eso nos ayuda para ver, para ver qué rumbo seguir, qué corregir, qué cambiar. El mundo y la historia se nos presentan como un libro cerrado; sólo tocamos sus tapas, pero no lo leemos. Escuchamos pasajes del Evangelio domingo a domingo, descubrimos situaciones similares a las nuestras... y seguimos sin ver.
2.
La luz de la fe FE/CEGUERA:
Y a este ciego Jesús le pregunta:
«--¿Qué quieres que haga por ti?
--Maestro, que pueda ver.
--Anda, tu fe te ha curado.»
La fe nos salva dándonos la vista. Cuando fuimos bautizados, todos recibimos por medio de los padrinos un cirio encendido, el antiguo símbolo de la fe, como visión nueva de las cosas. Detengámonos unos momentos para repensar en qué sentido la fe es luz y qué es eso que nos hace ver como nuevo.
FE/LUZ Entre sus muchos aspectos, podemos considerar los siguientes:
a) La fe ilumina la propia vida dándole un sentido Quizá esta frase resuma todo lo que implica la iluminación de la fe. La vida se nos presenta a todos llena de misteriosos interrogantes y con situaciones o problemas poco menos que insolubles y enigmáticos. ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene y adónde va? ¿Cuál es su tarea en el mundo?
¿Qué sentido tiene la muerte, el trabajo, la enfermedad, el placer? La fe no es un recetario de soluciones cómodas, previamente establecidas. Pero sí es un punto de vista que abarca toda la vida como una totalidad, y desde ese punto de vista trascendente maneja las diversas piezas de la existencia dándole coherencia.
Quien más, quien menos, todos los hombres seguimos el mismo ciclo vital y realizamos las mismas tareas, tenemos las mismas pasiones y nos movemos por idénticas ambiciones. La fe no cambia este proceso, que constituye la esencia de la existencia humana. Lo que hace es iluminarlo para que descubramos todo el sentido que tiene.
A partir de Cristo, la fe cristiana valora al hombre como el caminante que tiene una meta dentro de sí mismo: el nacimiento del hombre nuevo. Por eso la fe nos «da a luz» en un parto tan misterioso como real.
El hombre de fe comienza a ver todo lo que antes no veía: descubre su cuerpo, su inteligencia, su afectividad, su potencia creadora, y todo lo coordina para que funcione armónicamente conforme a una escala de valores que se mostró válida en el mismo Jesús, Hombre Nuevo.
«Yo soy el camino verdadero de la vida», dijo Jesús. La fe nos transforma en caminos hacia la vida: un camino iluminado permanentemente porque su luz es interna. La luz de la fe brilla desde el corazón y se proyecta de dentro hacia afuera.
Prácticamente todo el Evangelio es iluminación de la vida. Y debiera ser iluminación, no sólo de la inteligencia como un saber más, sino de la existencia como una praxis nueva. Los primeros cristianos llamaban al cristianismo «el camino». Ese camino que Bartimeo pudo recorrer siguiendo a Jesús, con la vista nueva. La fe nos hace caminar, caminar consciente y libremente. Es algo más que deambular o vagar...
b) La fe nos hace ver al prójimo como a un hermano. El hombre, desde que nace, aprende a ver gente a su alrededor; y a veces se cansa de ver gente o se hastía... La luz de la fe ilumina el rostro del prójimo para que lo descubramos realmente como «próximo», como hermano de ruta. Por la fe, el otro deja de ser un extraño o un extranjero. El otro se hace Cristo en nuestro camino: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... ¿Cuándo, Señor?... Cuando lo hicisteis a uno de mis hermanos.» De esta manera la auténtica fe engendra el amor. La fe sin amor es mentira. Es que la fe, al darnos la total comprensión de la existencia, la descubre como existencia compartida. "Jesús se hace semejante en todo a nosotros, menos en el pecado..." Se hace prójimo del hombre. Hoy estamos reunidos en comunidad. Seguramente que nos hemos visto alguna vez o nos vemos hoy. Pero la fe debe hacernos ver de otra manera: como si ninguno de los aquí reunidos fuera un extraño. Por la fe miramos tan profundamente al otro, que éste deja de ser negro o blanco, rico o pobre, hombre o mujer: todos somos uno en Cristo.
c) La fe nos hace ver la historia como el camino en el que Dios realiza la salvación. Es posible que este aspecto de la visión cristiana lo tengamos poco iluminado. Posiblemente aún no hemos descubierto que toda la historia humana tiene una continuidad: que tenemos un pasado de pueblo, un presente y un futuro.
El Reino de Dios ya ha llegado con Cristo, penetrando como una semilla en el seno de la tierra para hacerse árbol en el que puedan anidar todos los hombres.
Es en esta historia humana concreta -con todo lo sublime y lo grosero que tiene- donde hemos de realizarnos no solamente como individuos, sino también como pueblo, como comunidad. Aquí y hoy Dios se hace presente para gestar una nueva humanidad. La luz de la fe nos hace descubrir los signos de la presencia de Dios, a través de los cuales el hombre puede vislumbrar la dirección de los acontecimientos históricos. Como también la fe nos hace ver esa realidad que se llama pecado, corrupción, venalidad, mentira, ambición, trampa, etc.
La fe es un criterio para discernir la historia concreta de la humanidad, qué viene de Dios como valor y qué surge como producto del mundo de las tinieblas. Los cristianos no podemos pecar de angelismo o ingenuidad. No podemos pasar por tontos, no podemos dejarnos usar cuando el lobo venga disfrazado de oveja...
La fe madura nos da ese poder de discernimiento, de criterio, de sentido de la realidad, para que no nos dejemos sepultar bajo el peso de los acontecimientos, sino para que sepamos juzgarlos, evaluarlos y corregirlos. Muchas veces en la historia, los cristianos se han comportado como ciegos. No supieron descubrir por dónde caminaba la historia ni cuál era su papel en la misma.
Abrían los ojos y se encontraban como en otro mundo, y entonces añoraban volver al pasado -al seno de la madre- o renegaban de ese mundo concreto en el que les correspondía vivir. También hoy vivimos circunstancias duras y dramáticas, y hace falta que abramos bien los ojos del espíritu para que no nos engañemos, ni estemos como Bartimeo sentados allí a la vera del camino sintiendo cómo pasa la gente, cómo transcurre la historia que camina hacia adelante, mientras nosotros nos quedamos atrás pidiendo limosna...
La lectura y reflexión de la Biblia, la celebración litúrgica, el contacto con los acontecimientos de cada día, todo eso debe iluminarnos para ver qué hacer, por dónde seguir, qué rumbo tomar. No es una luz que venga de afuera enviada por una celestial dínamo. Es una luz que hay que producir desde dentro con la reflexión, con el silencio, con la vida consagrada a los ideales evangélicos.
Concluyendo...
Mucho más podríamos decir acerca de esta visión que nos produce la fe... Pero quizá lo dicho sea suficiente como para que nos preguntemos si realmente creemos que nuestra fe concreta nos ha iluminado la vida y la historia, nos ha abierto los ojos, o si, en cambio, a pesar de llamarnos cristianos, no estamos en el camino tanteando a oscuras o dejándonos llevar como niños...
La fe fue la salvación de Bartimeo, porque la fe le hizo ver. Por eso el ex-ciego es presentado como prototipo del discípulo de Jesús. Sea cual fuere nuestra actual situación, veamos poco o mucho, no estará de más que hoy le digamos al Señor: "Maestro, te ruego que me devuelvas la vista".
SANTOS
BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 345 ss.
16. PARA CUANDO COINCIDA CON EL DOMUND
Celebramos este domingo en toda la Iglesia el DOMUND:una mirada de conjunto y una respuesta solidaria para todos aquellos y aquellas que viven y trabajan en tierras lejanas y en circunstancias muchas veces difíciles: que sientan nuestro empuje de esperanza y nuestra ayuda concreta. Hemos de transmitirles así nuestro mensaje: que vale la pena su esfuerzo y sacrificio, que estamos de verdad junto a ellos. Los textos que hemos leído pueden ayudarnos. También como en otras ocasiones, la Palabra de Dios de este domingo nos lleva a reflexionar como en dos tiempos:
1° Que miremos nuestro mundo y las personas que en él viven: descubriremos rostros y situaciones de menesterosidad deshumanizante. Oiremos que claman a veces sin voz pidiendo «redención«, es decir, amor solidario que humanice.
2° Que inventemos una respuesta propia y colectiva ¿Qué hemos de hacer? Y nos ofrece tomar como paradigma la reacción misma del Dios de nuestra fe cristiana.
-Nuestras pobrezas En la lectura del profeta Jeremías se nos recuerda veladamente la situación en que se encontraba el pueblo de Israel: disperso y desanimado, esclavizado y abandonado. Dios muestra su predilección por esa parte de humanidad. Y mira el Dios de Israel el sufrimiento y escucha su lamento, las lágrimas de los que padecen injustamente conmueven sus entrañas de Padre «se marcharon llorando... Seré un padre para Israel».
En nuestros días, por los medios de comunicación de todo tipo, sabemos muy bien lo que ocurre y se está viviendo en Haití o en cualquier otro rincón de la tierra. Conocemos a la perfección datos, estadísticas, imágenes de Bosnia o de Ruanda. Hemos visto a los niños del Brasil o a los refugiados de tantos campos...
Hemos visto, sabemos, pero parece que nos protegemos de problemas ajenos. Endurecemos el corazón. Nuestra mirada es pobre de amor concreto. Conocer, a veces, es como ver... sin mirar. Resulta terriblemente denunciadora esta frase de la parábola del buen samaritano (Lc. 10,32) por dos veces allí repetida «al verlo, dio un rodeo y pasó de largo... al verlo, dio un rodeo y pasó de largo».
Jesús en el evangelio nos enseña a mirar, a dejarnos afectar por la realidad que nos rodea, sobre todo si no nos atrae, nos deshace planes y nos inquieta. Mirar es abrir la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón para sentir dolor y verdadera compasión con el que sufre. Abrir... pero hacia fuera, para salir de nosotros mismos y dejar entrar primero al Otro que siempre nos llama desde fuera.
-Nuestras respuestas
En el evangelio de este domingo vemos el comportamiento del Dios de verdad compasivo, tal como nos muestra el modo de mirar y de oir y de hacer Jesús. La escena evangélica del ciego de Jericó ilustra claramente la necesidad de mirar bien y sin prisa, compadecerse, detenerse, acercarse... y hacer cuanto se pueda.... Es lo que hará Jesús con este hombre, pobre y ciego, que está junto al camino. Es lo que Jesús quiere: ante todo enseñar al discípulo que le sigue. Es lo que sin duda el mismo hombre de Jericó ya curado hará al decidir así su futuro "recobró la vista y lo seguía por el camino".
¿Quién es este hombre? Uno que pasa necesidad, que no puede ver nada, pero quiere ver a Jesús y no le dejan. Le oye pasar y le llama insistentemente a gritos «¡Jesús ten compasión de mí!», y se le acerca de un salto dejando lo poco que tiene, y habla con Jesús compartiendo su inquietud. Se da a conocer desde cerca y crece enormemente su esperanza cuando ve que Alguien por fin se detiene en el camino, le llama y le habla. También podemos entender que el evangelio está hablando de nosotros mismos, de nuestra ceguera y de la necesidad que tenemos de aprender a mirar bien y confiadamente, contagiando esperanza. De la esclavitud, el Señor nos invita a pasar a la libertad... De la oscuridad y ceguera el Señor nos lleva hacia la luz, hacia la compasión y la alegría de la salvación verdadera. Y así nuestra alegría, la verdadera alegría del hombre libre que ya ve, se comunicará por ese cambio tan fuerte que tal vez hemos experimentado en nosotros mismos. Y sin duda otros también a nuestro paso, casi sin darnos nosotros cuenta, podrán comprobar que hemos encontrado al Señor. «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres... nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares».
JUANJO
MARTINEZ
DABAR 1994, 54
17.
El milagro que nos narra Marcos viene a ser una confesión de fe: Jesús es el Cristo, el mesías. El modo literario de contarlo consiste en testificar que se están cumpliendo las señales anunciadas por los profetas, entre las cuales está que los ciego recobrarán la vista.
Pero, aunque éste sea el fin principal del autor, nada nos impide que leyendo este pasaje con el Espíritu de Jesús, saquemos detalles que alimenten nuestra fe en puntos más concretos.
Puede ser significativo que los hechos ocurran en el camino y en medio de un barullo típicamente oriental. A pesar del tiempo pasado y de la lejanía geográfica y cultural, este escenario guarda mucha semejanza con nuestro entorno de hoy. La rapidez, la movilidad, la masificación y el constante ruido de la vida actual nos dificultan el encuentro con «Aquello último que necesitamos». Lo que pedía el ciego era limosna, pero lo que realmente necesitaba era ver.
También nosotros tenemos multitud de necesidades materiales, pero, en el fondo, lo que más precisamos es darle sentido a nuestra existencia.
Hemos de subrayar que Bartimeo era un ciego que no quería serlo. Aunque el dato nos parezca obvio, es bueno tener en cuenta que -en el aspecto espiritual- son frecuentes los ciegos voluntarios. La sabiduría popular dice que "no hay peor ciego que quien no quiere ver". Los escritores místicos suelen presentar al hombre como perdido en un bosque y buscando salida. Pero, también es verdad que hay hombres perdidos en ese bosque que no saben que están perdidos. Son ciegos que creen ver. En la actualidad abunda, no ya la increencia ante lo religioso, sino una indiferencia que prescinde, incluso, de la búsqueda del sentido. Lo posmoderno no es buscar, sino vivir. Son muchos los que no perciben a Dios ni siquiera como problema. Sin embargo, no faltan personas que, dejando a un lado las modas y el ambiente, sienten su "vacío interior" y tratan de llenarlo. Tampoco el ciego hizo caso de aquellos que, regañándole, impedían que buscase salida a su situación. En las bienaventuranzas se nos dice que, para ver a Dios, hace falta tener el corazón limpio, despegado de todo. Hace falta tener corazón de caminante considerando que sólo uno es el fin y lo demás son medios. Los fanatismos y rubricismos religiosos ven en todo fines con lo cual impiden llegar a Dios.
Pero, ¿qué significa "ver" en este contexto que comentamos? Ver es tener luz para andar el camino. Ver es experimentar algo de Dios. Los escritos bíblicos nos dicen que a Dios no se le puede ver, pero se le puede percibir. Ver el rostro sonriente de Dios es el deseo de todo buen israelita. La primitiva comunidad cristiana nos da testimonio de que Jesús es visibilización de Dios, de su Palabra. Escuchar al Maestro y adquirir su Espíritu es por ello el camino y el medio más directo.
Los expertos nos suelen advertir sobre la inexactitud que supone el calificar a la mística oriental como pasiva y a la occidental como profética o activa. Bastaría citar el ejemplo de Ghandi. Encontrar a Dios proporciona una energía tan fuerte, serena y constante para la acción que entonces se percibe, como nos dice Pablo, que uno es débil y, sin embargo, fuerte.
Cierto que podemos captar la manifestación de Dios en cualquier lugar, pero es imprescindible que esto pueda suceder también en medio del ruido de la jornada normal. No es bueno que la Iglesia se «monarquice», que los cristianos se aparten del mundo y sólo encuentren a Dios en los templos. Seguramente tendremos que educar nuestros ojos para aprender a verlo en medio de tanta imagen alienante. Retiros, estancias en sitios tranquilos, ratos de silencio y reflexión pueden servirnos como espacios de entrenamiento. Pero el partido verdadero se juega en la vida diaria. Así preparados, hemos de conseguir la doble preocupación que, de forma simultánea, tenía el ciego: obtener limosna y encontrar la curación. Nosotros, sin desentendernos de nuestra actividad normal, hemos de ir descubriendo cuándo pasa Jesús por los caminos de la vida. Entonces, nuestra actividad se habrá convertido en oración y en amor. ¡No pasemos por alto tampoco otro detalle: después de curado, el ex-ciego siguió a Jesús por los caminos. También la fe nos empuja a "ver" en profundidad lo que realmente está pasando en esta compleja sociedad en que vivimos. Sería lamentable que, entontecidos por la buena voluntad y la desinformación, fuésemos ciegos a la lógica mecánica e implacable del injusto sistema que rige nuestras vidas. Los evangelios están llenos de personas que buscaban y encontraron. De gentes que no se quedaron en lo superficial, sino que iban al fondo de las cosas. Los magos comprenden el sentido que tiene la estrella, el viejo Simeón ve la salvación en un niño pequeño, la samaritana se da cuenta de que está ante un profeta...
Claro que fueron muchos los que vieron la figura física de Jesús, pero no captaron su significado. Algo tendremos que hacer para estar entre los primeros, entre aquellos que sabían ver. ¡Señor, que vea! ...................
-Más allá de la solución de nuestros problemas cotidianos, ¿sentimos necesidad de «Algo» que dé un sentido más profundo a nuestra vida?
-En nuestra práctica religiosa, ¿"buscamos el rostro de Dios" o nos limitamos demasiadas veces a cumplir rutinariamente las normas?
-¿Qué interés tenemos en conocer cómo funciona nuestro mundo? ¿Qué leemos para captar el sentido profundo de lo que pasa sin quedarnos en las meras anécdotas?
EUCARISTÍA 1994, 49
18. DOMUND: PARA CUANDO COINCIDA CON EL DOMUND
-Domund: un grito de universalidad
La celebración del día del Domund nos trae el aire fresco de la fraternidad universal. Hoy nos sentimos, más que nunca, la familia de Dios que quiere reunir a todos los pueblos y razas en su hogar familiar y quiere que todos compartamos el pan de cada día: alimento, educación, cultura, libertad y paz. Quiere, sobre todo, que todo el mundo llegue a compartir por la fe el don de la Eucaristía, que es Cristo, "el pan vivo bajado del cielo para la vida del mundo".
-"Maestro ,que pueda ver"
Bartimeo, el ciego que pedía limosna sentado al borde del camino de Jericó, es un ejemplo concreto de la multitud de hombres y mujeres necesitados de la luz del Cristo en tantos países, sobre todo en los pueblos del Tercer Mundo. Jesús se conmueve ante su situación material y espiritual, y escucha su clamor. También hoy nos dice a nosotros: "¡Llamadlos!", "¡haced venir a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré!" El Señor es el buen samaritano que no pasa de largo ante el dolor y la desesperanza de tantos "ciegos" que hay en nuestro mundo. El nos urge a colaborar en la iluminación de nuestros hermanos y, con ellos, ir construyendo la familia de Dios que se enriquece con las aportaciones de todas las culturas y pueblos. Una familia en la que todo el mundo "da y recibe" de los demás.
El profeta Jeremías ya preveía esta fraternidad universal cuando nos invitaba a alegrarnos porque el Señor ha salvado a su pueblo y lo reunirá en una familia inmensa. En ella estarán todos los débiles y pobres que Él quiere con un amor muy particular. El Padre del cielo los conducirá a la Iglesia, cuya cabeza es su Hijo Jesucristo. "Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos".
-"Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares" El día del Domund nos recuerda que todos los cristianos, por el bautismo, somos misioneros, "enviados" a llamar a los demás a compartir la mesa de la fe, del amor y de la Eucaristía.
A los misioneros y misioneras, el Señor les ha llamado con una vocación muy específica en la que las comunidades cristianas deben colaborar con ilusión y generosidad.
Ellos han dejado su tierra y su familia para ayudar a crecer la familia de Dios, la Iglesia, en medio de los pueblos donde aún no está presente o se está construyendo.
Pocas veces nos enteramos del trabajo abnegado de la Iglesia. No hace mucho tiempo que la sangrante guerra civil de Ruanda nos abrió los ojos a una realidad misionera a menudo desconocida, incluso para los mismos cristianos. Los misioneros, servidores de sus hermanos de las jóvenes Iglesias del Tercer Mundo, realizan llenos de esperanza en el Señor las palabras del salmo que hoy hemos proclamado: "Al ir, iban llorando, llevando la semilla, al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas".
-"Animo, levántate, que te llama"
Volvamos al texto del evangelio de hoy. Ante los gritos del ciego, la gente lo regañaba para que callara. También hoy hay muchas personas que no quieren oír el clamor de los que, con toda justicia, piden lo que les pertenece de los bienes de la tierra. Otros son sensibles a las necesidades materiales, el hambre, la guerra, las injusticias..., pero olvidan que los pobres también necesitan encontrar la luz de la Buena Noticia de Cristo.
Los misioneros están comprometidos en la ayuda a los pobres, en la contribución a la liberación de los oprimidos, en la promoción del desarrollo y la defensa de los derechos humanos. Ellos saben, sin embargo, que su tarea primordial es otra: los pobres tienen hambre de Dios y no únicamente de pan y de libertad. La actividad misionera, por encima de todo, debe anunciar la salvación en Cristo, fundando las Iglesias locales, que después son instrumentos de liberación en todos los sentidos (cf RM 83). El ejemplo generoso de tantos misioneros surgidos de nuestra tierra y de todas partes de la Iglesia, hacen que la llamada de Jesús a anunciar su Evangelio la sintamos como también dirigida a cada uno de nosotros: "Animo, levántate, que te llama". La respuesta a trabajar por el Reino la manifestaremos con la oración y la ayuda económica, y con la colaboración personal si el Señor así lo quiere. Para muchos padres, la llamada de Jesús puede pedirles incluso que faciliten la vocación misionera de sus hijos.
-«Un pan compartido, un hogar para todos»
Con Cristo, el Hijo amado del Padre, todos nosotros somos colaboradores en la tarea de ir construyendo la Iglesia, el hogar destinado a todos los hombres y mujeres de la tierra. Queremos que todo el mundo participe del pan compartido. Jesús nos lo dejó para que fuera una fuente de vida que nos alimente, que nos hermane y nos mantenga firmes en la fe, que como la de María -la Madre de Jesús- proclame por todas partes las maravillas y la grandeza de Dios que "enaltece a los humildes y a los hambrientos los colma de bienes".
J.
JORBA
Delegado diocesano de Misiones de Barcelona
MISA DOMINICAL 1994, 13
19.
AL BORDE DEL CAMINO
Al borde de todos los caminos del mundo están los ciegos, pidiendo limosna. Una cortina impenetrable los mantiene al otro lado de la luz. Marginados, como muertos, tienden su mano por si alguien, desde la vida, les echa unas migajas por el amor de Dios. Ciegos de los ojos, o del alma. Siempre junto al camino, por el que pasan los que viven. Y gritan pidiendo un trozo de luz. Jesús pasa por ese camino. Entre la gente. Ajustando su paso al ritmo cansino de esta especie de vida nuestra. Hecho El mismo camino, para que no perdamos el rumbo.
'Y el ciego empezó a gritar: -Hijo de David, ten compasión de mí'. Se había encendido una lucecilla en su corazón.
Pero los gritos del ciego molestaban a los que iban con Jesús. Pasa siempre. Esos gritos rompen la paz; y ellos querrían disfrutar a solas del Maestro. Como si Él hubiese venido para eso: para que se lo repartan los sanos.
Sin embargo, el oído de Jesús -más atento a los que necesitan de médico- oyó el grito creciente, perturbador, de Bartimeo, y mandó que lo llamasen; que aquellos mismos que lo querían hacer callar le diesen la 'buena noticia' de que el Maestro lo llamaba.
Fue en ese preciso momento cuando la esperanza se impuso dentro de aquel pobre ciego. Fue entonces cuando comprendió que su largo túnel oscuro desembocaba en la luz.
'Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús'. Soltó todo el lastre de muerte que le sobraba, dio el salto a la vida y se acercó a la fuente de la luz. De ahí en adelante, su vida iría a alguna parte. Valía la pena seguir a quien le estaba abriendo los ojos. 'Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino'.
Es una historia que se repite. Al borde del camino por el que vamos, alegres, los seguidores de Jesús, hay mundos de muerte: cantidad de gente que no ha descubierto todavía la fiesta del color, que no tiene posibilidad de sacudirse la tristeza. Marginados y pobres de todas las calañas: jóvenes con el corazón apagado, ancianos huérfanos de hijos, niños con los ojos muy abiertos -como asombrados de que nadie los quiera-, hogares con la chimenea inútil, pobres de dinero, o de cariño, o de esperanza... Todos tendiendo su mano, y su grito, por si alguien, todavía, quiere ayudarles a seguir muriendo.
Ahora entramos nosotros en escena. Vamos junto a Jesús. Nuestros gritos son de jolgorio. Nuestros saltos denotan que estamos vivos, que somos libres. ¿Oiremos ese grito, que nos llega desde el borde del camino?
JORGE GUILLEN
GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 169 s.
20.
BARTIMEO: FINAL DE UN PROCESO
Bartimeo era un auténtico marginado. La corriente de la vida le fue dando de lado hasta dejarlo al margen, definitivamente aparcado. Como tantos otros, había dejado de ser actor de la vida, para convertirse en espectador. Bueno, Bartimeo ni eso: ni siquiera podía ver a los que iban por el camino; su ceguera lo mantenía todavía más cosido a la orilla. Sólo le quedaba un punto de conexión con el bullicio de los que viven: el oído. Y, por el oído, le llegó la 'buena noticia' de que Jesús pasaba. En seguida la noticia, al llegar a su corazón, encontró en él un pequeño rescoldo de esperanza que -nadie sabe cómo ni por qué- las cenizas de tanto desamparo no habían logrado apagar todavía; sopló sobre esas brasas y -Dios sí sabe cómo y porqué- surgió de pronto la llama de un deseo incontenible: '¡Hijo de David, ten compasión de mí!'. Ya nadie podría detenerlo. Ya nada le haría soltar ese pequeño rayo de esperanza que había entrado en su noche. 'Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: -Hijo de David, ten compasión de mí'. Era el primer 'salto' que la noticia de Jesús provocaba en Bartimeo: la incipiente llama de la fe. Dios, hecho noticia en Jesús, acababa de conectar con esa otra presencia suya, silenciosa y paciente, desde mucho tiempo atrás, en el corazón de aquel hijo. (Dios buscando a cada uno y propiciando, casi sin que él mismo lo sepa, una respuesta libre a su llamada. Dios, como siempre, amando).
Entonces Jesús, que no parecía haber escuchado los primeros gritos de Bartimeo, se paró y le mandó llamar. Esta segunda 'noticia' llenó ya de luz el corazón de quien todavía no tenía ojos para ver. Y provocó un segundo salto: 'Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús'. ¿Para qué el manto, si ya no había soledad ni tristeza que seguir arropando? Ahora había que dejarlo todo y responder a la llamada de Jesús.
El diálogo fue sencillo y directo. '¿Qué quieres que haga por ti?'. (Jesús tiene esa costumbre, esa manía de que le expresemos unos deseos que Él tiene más que sabidos; es una manera suya de conseguir que le abramos más el corazón, para más y mejor podémoslo llenar) . Y el ciego: Maestro, ¡que pueda ver!'. Con todo lo que ese 'ver' lleva dentro: ver con los ojos de fuera y comprender con los de dentro; ver todo lo que necesitaba saber, y aceptar, para llegar a ser su discípulo, para caminar con El por la vida. '¡Anda!': fue la respuesta de Jesús. Ya no tienes traba alguna que te impida caminar; eres libre para venirte conmigo. 'Tu fe te ha curado'. (Como si le dijera: gracias por haberme abierto la puerta de tu corazón, por haberme dejado salvarte; ¡tenía tantas ganas de ser tu amigo!).
Uno más que se incorpora al grupo de los que caminan, a la comunidad de los que siguen a Jesús. Un caso más, entre una multitud de ellos: cada uno hecho a la medida, irrepetible, minuciosamente preparado por el amor inmenso de Dios. Uno más entre tantos que, tanto ayer como hoy, se siguen produciendo por el mundo. Poco a poco, como respuesta al anuncio del Evangelio que pregona la Iglesia misionera, muchas personas van tirando el manto, van soltando amarras, van dando el salto de la fe y se van incorporando a la corriente de vida que, en torno a Jesús, marcha 'por el camino'. Hacia Jerusalén. Hacia la Pascua. Anticipo de esa inmensa muchedumbre de redimidos que un día, al final de los tiempos, Cristo victorioso ha de presentar al Padre. Bartimeo. ¿Quién no ha visto en él rasgos de su propia historia?
JORGE GUILLEN
GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 170 s.)
21. ATEISMO/POBREZA EL SECRETO PARA CREER
Maestro, que pueda ver
Con frecuencia he tenido la impresión de que el ateísmo que confiesan con tanta facilidad muchos hombres y mujeres de hoy encierra algo equívoco y artificial. Muchos no saben exactamente lo que quieren decir cuando proclaman: «No creo en Dios».
A lo largo de estos años, somos muchos los que hemos sometido a una crítica seria nuestra fe y nuestra vivencia religiosa. Pero no todos hemos seguido los mismos caminos.
Algunos, después de una crítica despiadada de casi todo lo religioso, han arrojado por la borda como algo inútil un fantasma de Dios que se habían formado desde niños. Hoy son hombres y mujeres vacíos de fe, empobrecidos por la falta de misterio.
Otros han ido buscando, muchas veces con dolor, el verdadero rostro de Dios. No se han contentado con destruir imágenes falsas de la divinidad. Sencillamente han buscado su presencia, le han buscado a El. Hoy, a pesar de todas sus limitaciones y vacilaciones, viven la experiencia nueva de creer en un Dios cercano que los despierta cada mañana a la vida y llena de alegría y de paz su lucha diaria.
Quizás, el verdadero secreto para creer en Dios sea saber decir desde el fondo del corazón, de verdad y con sencillez total, aquella plegaria del ciego de Jericó: "Maestro, que vea". Sólo entonces estamos caminando hacia Dios.
Nuestro verdadero pecado es no abrir los ojos. Dice un proverbio judío que «lo último que ve el pez es el agua». Así somos nosotros. Como peces que no ven el agua en que nadan. Como pájaros que no ven el aire en que vuelan. Nos movemos y vivimos en Dios pero no lo vemos.
Dios es simple y lo hemos hecho complicado. Está cercano a cada uno de nosotros y lo imaginamos en un mundo extraño y lejano. Queremos comprobar su existencia con argumentos y no saboreamos su gracia. Nos alegra saber que Einstein y otros grandes científicos han defendido que existe, pero no sabemos disfrutar de su presencia silenciosa en nuestras vidas. No se trata de hacer gala de una fe grande y profunda. Lo importante es abrirse con sencillez a la vida y acercarse con confianza al misterio que nos envuelve. Escuchar toda llamada que nos invita a vivir, amar y crear. No vivir tan esclavos de las cosas. Detenernos por fin un día, bajar en silencio a lo más íntimo de nosotros mismos y atrevernos a decir con sinceridad: "Señor, que vea". El hombre o la mujer que, después de haber abandonado tantas prácticas y creencias, se atreve a hacer esta oración en su corazón es ya un verdadero creyente. Querer creer es empezar a creer.
JOSE ANTONIO
PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 239 s.
22.
1. «Maestro, que pueda ver».
LUZ/NECESIDAD: El episodio -tan vivamente descrito por Marcos- del ciego Bartimeo, que estaba pidiendo limosna a la salida de Jericó, está atravesado por un único motivo: poder ver. El ciego oye que Jesús pasa a su lado con bastante gente e intuye que ésa es su única oportunidad. Por eso empieza a gritar: «Hijo de David, ten compasión de mí». La expresión «Hijo de David» (que aparece en los tres sinópticos) es sinónimo de profeta o taumaturgo (cfr. Mt 9,27; 15,22). La gente le regaña para que se calle, pero él grita aún más fuerte; entonces Jesús se detiene, le dice que se acerque y le pregunta qué quiere. Y lo que quiere es una sola cosa: poder ver. Su deseo de luz es la causa de que se le conceda la vista y de que después pueda seguir a Jesús por el camino. Este seguimiento muestra que el deseo de luz es algo elemental: deseo de seguir el camino recto, que un ciego no encuentra; deseo de seguir el camino que conduce a Dios, cuya dirección y cuyas etapas hay que ver para poder tomarlo. El que estaba excluido de la luz encuentra el camino de vuelta a casa.
2. «Una gran multitud retorna».
La primera lectura describe esta vuelta a casa. Los que se marcharon «llorando», en la ceguera, que inútilmente implora la luz a gritos, retornarán a casa, «los guiaré entre consuelos» para que vean el camino por el que Dios los conduce. Se trata de «un camino llano en el que no tropezarán». Los que ven pueden divisar fácilmente el camino. Pero recordemos aquí que Jesús se designó a sí mismo como la luz del mundo: «El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá luz en la vida« (/Jn/08/12). Pero después viene la restricción: «Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Viene la noche y nadie podrá hacer las obras del que me ha enviado» Un 9,5.4). «Si uno camina de noche, tropieza, porque le falta la luz» (¡n 11,10). Es decir: la luz no está en nuestro poder, como tampoco el sol, que se pone todos los días. El Señor no se nos oculta, no se sustrae a nosotros, pero no podemos aferrarlo ni disponer de él como si fuera algo que nos pertenece y manejamos a nuestro antojo. Mientras lo seguimos, su luz nunca nos falta.
3. «Cristo no se confirió a sí mismo la dignidad».
Cristo se autodenomina luz del mundo, pero es, como dice el Credo, «lumen de lumine». El no se confirió a sí mismo (segunda lectura) la dignidad de sumo sacerdote de la humanidad, sino que la recibió del Padre, que le «ha engendrado hoy». Como ha sido enviado por el Padre «para ofrecer dones y sacrificios por los pecados», y por eso «puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades», advierte a los suyos que su estancia en la tierra ha terminado y que debe entrar en una noche de sufrimiento por los pecadores. Pero también en esta noche de dolor es «sacerdote eterno»; es precisamente en las tinieblas de nuestro pecado donde brilla -sin ser él mismo consciente de ello- su luz suprema. Esta es su misión, que en su totalidad, en los infiernos y en la oscuridad, es luz del mundo. Quien sigue a Cristo puede ciertamente entrar en la oscuridad de la noche, que es la del mismo Cristo, pero no puede tropezar en esa oscuridad.
HANS URS von
BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales
A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág.
200 s.
23. CAMINO DEL GOL
He sido un negado para el deporte, lo confieso. Pero, sin embargo, soy admirador del fútbol creativo, rompedor, de imaginación, el que trata de sortear todos los sistemas defensivos y todos los cerrojos, con tal de llegar a meta y chutar a gol. Opino, por tanto, que «la mejor defensa es un buen ataque».
No voy a hacer una crónica deportiva. Simplemente quiero deciros que me gusta Bartimeo, el hijo de Timeo. Porque, rompiendo todo el «pressing» que le hacían -«le querían hacer callar»-, burlando los cerrojos contrarios, grita que te grita, se llegó a la meta (Jesús) y chutó a puerta: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí».
Tengo el convencimiento de que, en nuestro camino cristiano, quien no adopte esa táctica de valentía, de riesgo, de lanzarse a burlar barreras y ataduras -juego destructivo, en definitiva, que es el que impera- no llegará nunca a la luz. Lo más que conseguirá es aclimatarse a una «dorada medianía», de perfiles turbios, en donde escasearán los criterios sólidos y las voluntades recias. Vivirá en un constante «empate a cero».
Y eso no le pega a un cristiano de verdad. El cristiano ha de ser, por definición, un «buscador de Dios». La fe no es la posesión tranquila de la verdad, una recitación y aceptación obediencial del dogma y las normas, sin más. Lo primero, porque el dogma y las normas pueden ser cada vez mejor explicados. Y lo segundo, porque cualquiera de nosotros, aunque creamos en Jesús, no lo conocemos suficientemente. Hay muchos estratos de su ser, de su mensaje, a los que no hemos llegado. Por eso recitaba el salmista: «Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro».
DESEO/BUSQUEDA: Como Bartimeo por tanto, hay que salir cada día al camino. A ver si nos llega más luz de ese «Jesús que pasa». El haber descubierto a Jesús no es el final de una búsqueda, sino el comienzo. «No me buscarías si no me hubieras encontrado», decía Pascal. Y Cabodevilla, comentando estas cosas, advierte: «Las verdaderas creencias, más que respuestas aquietadoras, son preguntas inquietantes», porque «buscamos respuestas y hallamos nuevas preguntas». Eso mismo le pasaba a aquel buscador de Dios que fue San Agustín: «Lo buscamos para encontrarlo (a Dios); pero tenemos que buscarlo también después de haberlo encontrado. El está oculto para que, antes de encontrarlo, lo busquemos. Y, como es inmenso, lo busquemos también una vez encontrado».
Ahora bien, en una búsqueda, igual que Bartimeo, hemos de encontrar obstáculos y «pressing» de oposición. Dentro de nosotros, ante todo. Por ejemplo, el comodismo. ¡Se vive tan bien en la nube del «dolce far niente»! ¡Es tan confortable la evasión! Por ejemplo también, el miedo al riesgo y al compromiso. Lo confesaba también San Agustín: «Temo al Jesús que pasa».
Obstáculos de fuera, en segundo lugar. Sepan bien los «Bartimeos de hoy» que van a ser muchos -amigos y enemigos, familiares y conocidos- los que les van a decir que «no griten su fe, que no es prudente hacerlo, que hoy no se lleva y que lo mejor es seguir la corriente». Es la prevalencia del juego destructivo sobre el creativo. La resignación al «empate a cero» por encima del juego creativo. Lo nuestro es proclamar y avanzar.
ELVIRA 1.Págs. 188 s.
24.
Frase evangélica: «Tu fe te ha curado»
Tema de predicación: LA APERTURA A LA FE
1. La curación del ciego Bartimeo expresa el paso del alejamiento («al borde del camino») a la proximidad («se acercó a Jesús»); de la pasividad («estaba sentado») a la acción («lo siguió por el camino»); de la marginación («muchos le regañaban») a la liberación («recobró la vista»). Recorre el itinerario de un convertido que desea ser cristiano y formar parte de una comunidad: ora con humildad, invoca a pesar de las dificultades, se deja interrogar, abre los ojos a la luz y se compromete en el seguimiento. No creyó por haber sido curado, sino que fue curado por haber creído. El milagro está en la fe. La fe de Bartimeo es sencilla y firme, en contraposición a la de quienes creen ver y, sin embargo, son ciegos.
2. La apertura de los sentidos religiosos se localiza en el oído y en el habla. El ciego, aunque no veía, pudo «oír». Después «gritó» repetidamente. Luego supo que Jesús le «llamaba», escuchó su ruego y contestó: «¡Maestro, que pueda ver!». La palabra de Cristo, cuando es escuchada, meditada y dialogada, contribuye a la conversión y a la fe.
3. La fe, según este evangelio, entraña un itinerario en tres tiempos: 1) acercarse a Jesús desde donde uno está, aunque sea al «borde del camino» (los marginados) y «pidiendo limosna» (los pobres); 2) conversar con el Señor, en un diálogo de oración, a partir de la situación humana concreta: 3) seguir al Maestro por los caminos que conducen al reino.
Creer no es simplemente tener por verdadero a Dios; es reconocer el sentido de la vida y la llamada de Jesús en el compromiso por el reino de justicia y la esperanza en las promesas de Dios. La fe es proximidad y lejanía, firmeza y riesgo, pertenencia y separación, presencia y ausencia. Creyente es quien pone en práctica lo oído y lo visto.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Tenemos los ojos y los oídos bien abiertos para percibir el paso del Señor?
¿Sabemos decirle al Señor lo que nos ocurre?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 232 s.
25.
Domingo 26 de octubre de 2003
Domingo 30 ordinario
DARÍO
INICIO 2002
Jer 31, 7-9: Congregaré ciegos y cojos
Salmo responsorial: 125, 1-6
Heb 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno
Mc 10, 46-52: Maestro, que pueda ver
La primera lectura de hoy está formada por tres
versículos del capítulo 31 de Jeremías. Este capítulo, junto con el 30,
constituye el llamado “libro de la consolación”, verdadero culmen del mensaje
del profeta. En él se anuncia jubilosamente la vuelta de Israel y de Judá a la
tierra de los antepasados después de años de destierro y dispersión. El
fragmento que hoy se proclama comienza con una invitación a la alegría (“Griten
de alegría por Jacob”). Llama la atención que el motivo de esa alegría no está
en el presente sino en el futuro. Basta examinar los verbos que se utilizan a
continuación: “los traeré”, “los congregaré”, “los guiaré”, “los llevaré”. Se
trata de participar de una promesa cuya garantía reside en la fidelidad del que
la pronuncia: Dios, el Señor. Este Señor no es alguien que actúa arbitraria y
despóticamente sino que es presentado como “un padre para Israel”.
¿Qué es lo que este padre hace por su pueblo? La respuesta es neta: en medio de
la situación negativa que vive el pueblo, Dios abrirá un camino, “un camino
llano en que no tropezarán”. ¿Quiénes son los principales beneficiarios de esta
promesa de un camino? ¡Pues precisamente aquellos que tienen más dificultad para
caminar por sí mismos!: los ciegos, los cojos, las preñadas y las paridas. Estas
dos últimas categorías de personas aparecen con frecuencia en Jeremías.
Representan, a un tiempo, el dolor del destierro y la alegría del futuro
retorno. Las dos primeras, por el contrario, sólo aparecen en este fragmento.
La segunda lectura prosigue con la carta a los Hebreos comenzada el domingo 27.
Esta carta se lee fragmentariamente durante siete domingos del tiempo ordinario
(del 27 al 33). Los fragmentos escogidos para la liturgia son escasos y, más
bien, breves, con lo que resulta arduo hacerse una idea sobre el conjunto del
escrito. Hay que reconocer que la carta a los hebreos es un texto difícil, tanto
por el lenguaje usado como por las ideas teológicas expuestas. ¡Hasta la
interpretación de las citas bíblicas resulta con frecuencia rebuscada! Abundan
también las referencias a la cultura judía. Con todo, el mensaje es claro y muy
comprensible en nuestra situación actual. Se trata de una ferviente exhortación
a los cristianos que han perdido ya el primer fervor y que, en cierto sentido,
añoran los esplendores del judaísmo. El autor les recuerda que el culto judío,
por esplendoroso que fuese, no consiguió el acercamiento a Dios. En el fondo, no
era más que un símbolo del único que puede salvar la distancia entre Dios y el
hombre: Jesús, el mediador de la nueva alianza. Él ha compartido nuestra
condición humana y, al mismo tiempo, es el enviado de Dios. Uniéndonos a Él
podemos, pues, entrar en comunión con el Padre.
Teniendo en cuenta este trasfondo, resulta más fácil interpretar el fragmento de
hoy. En él no se habla del ministerio sacerdotal como existe hoy en la iglesia,
por más que con frecuencia se use este texto en catequesis y homilías para
fundamentar cómo tendría que ser el auténtico sacerdote. Lo que el texto ofrece,
en realidad, es una comparación entre los sumos sacerdotes del antiguo templo y
el sumo sacerdote Jesús, con objeto de mostrar la superioridad de este último.
Esta comparación se establece en torno a dos realidades: la misión y la
vocación. Respecto de la primera (la misión), se afirma que del mismo modo que
el sumo sacerdote pertenece al pueblo (y, por eso, puede ser solidario con él),
así también Jesús es un miembro del pueblo, uno de los nuestros. Por eso, como
todo sumo sacerdote, “puede comprender a los ignorantes y extraviados”. Puede
ser, en definitiva, mediador, porque comparte las dos condiciones: la de Dios y
la nuestra. Con todo, la analogía con el sacerdocio veterotestamentario no es
perfecta. El sumo sacerdote tiene que ofrecer sacrificios, no sólo por el
pueblo, sino por sus propios pecados. Cristo, por el contrario, no necesita
hacerlo ya que, como indica la misma carta al final del capítulo cuarto, él ha
experimentado todas nuestras flaquezas “excepto el pecado” (4,15b).
Respecto de la segunda realidad (la vocación), el paralelismo es evidente. Tanto
los sumos sacerdotes como Jesús no han llegado a ser lo que son por elección
propia sino por voluntad de Dios.
El evangelio narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús
narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género
“milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de
este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora.
Estamos, más bien, ante un relato, basado seguramente en un hecho histórico, que
acentúa, sobre todo, la importancia de la fe como fundamento del discipulado. El
relato está colocado en un lugar estratégico dentro del evangelio de Marcos.
Sirve de enlace entre el camino desde Galilea y la inmediata subida a Jerusalén.
Está situado inmediatamente después de la perícopa que cuenta la petición de los
hijos de Zebedeo a Jesús, proclamada el domingo pasado. La pregunta de Jesús es
la misma en ambos casos: “¿Qué quieren que haga por ustedes?”. Las respuestas,
sin embargo, son divergentes. En la perícopa del pasado domingo Santiago y Juan,
cansados de tanto caminar, aspiran a “sentarse” con Jesús en su gloria. En la
perícopa de hoy, por el contrario, el ciego, cansado de estar tanto tiempo
sentado al borde del camino pidiendo limosna, quiere caminar y “seguir” a Jesús.
Este es el verbo técnico que Marcos utiliza. La intencionalidad es evidente.
Marcos quiere presentar al ciego como el modelo del verdadero discípulo. Seguir
a Jesús en este preciso momento -es decir, antes de entrar en la ciudad santa-
significa estar dispuesto a subir con él a Jerusalén y correr su misma suerte.
El relato, dentro de su sobriedad, está cargado de detalles. Marcos nos indica
el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las
palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra
prometida (cf Dt 32, 49; 34,1), el paso obligado para los peregrinos que venían
de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo
más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste
de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia
invernal construida por Herodes. Hay, además, una alusión explícita -aunque
suene un tanto genérica- al nombre del ciego: Bartimeo, el hijo de Timeo. Mateo
y Lucas no mencionan este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre
propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos
piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte
de la comunidad cristiana palestinense.
El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt
27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos
en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera
lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso
para los ciegos.
El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo
veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en
el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el
título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título
en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuni” (término que
solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce). La gente
lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el
“secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es
Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el
manto” y se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2 Re 7,15. Es una
manera de indicar la excitación que produce un acontecimiento. El diálogo
posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga
por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha
curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la
curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de
la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la
pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final.
***
Nosotros vivimos también hoy cerca de Jerusalén. Nuestras vidas son pequeños
oasis en el desierto. Y somos como Bartimeo: habitantes al borde del camino
(porque no podemos caminar como quisiéramos), ciegos (porque no conseguimos ver
con claridad en medio de la complejidad presente) y mendigos (porque no
disponemos de lo más necesario). Pero, a diferencia de él, podemos contentarnos
con esta situación, considerar que es la mejor de las posibles. Y, por lo tanto,
mirar a otra parte cuando sentimos que Jesús pasa cerca de nosotros. En buena
medida, pertenecemos a una cultura que mira a otra parte, que se di-vierte pero
no se con-vierte. Bartimeo nos muestra en qué consiste la aventura de la fe, del
encuentro sanador con Jesús. En este sentido es un símbolo para el hombre y la
mujer contemporáneos. Su itinerario comienza con un grito, prosigue con una
llamada, madura con una curación y concluye con el seguimiento.
Al principio, en efecto, hay un grito de auxilio, un SOS, una petición de
misericordia unida al reconocimiento de la propia impotencia. ¿Cuáles son hoy
nuestros gritos? ¿Demandamos misericordia o nos contentamos con luchar por una
mejor calidad de vida? Detrás de muchas de nuestras zozobras, de nuestras
preocupaciones por encontrar relaciones afectivas satisfactorias, un trabajo
estable, una mayor armonía social, hay con frecuencia un verdadero clamor.
Aspiramos a que nuestras heridas sean curadas. Deseamos ver.
Viene luego la llamada de Jesús a través de sus muchas mediaciones (atención,
porque el texto de Marcos dice expresamente que “lo mandó llamar”). ¿Cuáles son
hoy las mediaciones a través de las cuales Jesús nos llama? ¿Qué acontecimientos
constituyen hoy para nosotros la voz de Jesús?
Cuando uno se siente interpelado por él, entonces suelta, salta y se acerca.
Estos tres verbos indican tres aspectos de la aventura de la fe: soltar todas
las amarras (prejuicios, hábitos dañinos, actitudes de autosuficiencia), saltar
(dejarse estremecer por la sorpresa, experimentar la alegría de ser mirado y
llamado por Jesús, disfrutar de su presencia) y acercarse (ponerse a tiro,
sentirse inundado por su cercanía).
La confianza en Jesús produce la curación. Hoy se habla mucho de las terapias
sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las
tradiciones budistas. La curación de Jesús no se limita a lograr un equilibrio
psicosomático. Consiste en una nueva capacidad para ver la realidad como él la
ve, para reconocerlo como Maestro, para poder plantear la vida como un
seguimiento.
Un hombre o una mujer curados están en condiciones de seguirlo por el camino.
Quien no ha sido curado de nada, quien cree que está sano, difícilmente puede
llegar a ser un seguidor. El camino se convierte en una aventura apasionante
para aquellos que durante mucho tiempo no han podido caminar, como el ciego
Bartimeo o como los ciegos, cojos, preñadas y paridas de las que hablaba la
primera lectura.
Para la revisión de vida
-¿En qué sentido puedo o debo decir yo también, como el ciego Bartimeo:
"Maestro, que pueda ver"…? ¿Qué necesidades fundamentales de mi vida podría
expresar en mí esa oración? Voy a hacer esa oración en ese sentido, en
profundidad…
Para la reunión de grupo
- -¿Cuáles son hoy las mediaciones a través de las cuales Jesús nos llama? ¿Qué
acontecimientos constituyen hoy para nosotros la voz de Jesús que nos pide que
nos acerquemos para un encuentro con El?
- -¿Cuáles son hoy nuestros gritos? ¿Demandamos misericordia o nos contentamos
con luchar por una mejor calidad de vida?
Para la oración de los fieles
-Para que la luz de la verdad abra los ojos de todos los seres humanos y les
ayude a caminar sin tropiezo por el camino de la vida, roguemos al Señor.
-Por todos los invidentes, para que se puedan integrar a la sociedad con respeto
a sus derechos y sin ser relegados a puestos marginales…
- Para que todos los catequistas sepan unir a una buena preparación para ejercer
su ministerio el testimonio de su propia vida…
- Para que cuantos viven sumidos en la duda, el temor o la intranquilidad se
encuentren con Dios vivo y alcancen la luz y la paz que buscan y necesitan….
- Por cuantos buscan un mundo más justo y en paz, para que encuentren la
recompensa a sus trabajos y desvelos…
Oración comunitaria
Dios, Padre de bondad, que nos has creado para caminar, para salir al encuenro
de los demás y de ti, y que abres para ello ante nosotros el camino que debemos
recorrer. Te pedimos ilumines nuestros ojos para que podamos caminar sin
tropiezo y ayudar a caminar a los demás. Por Jesucristo N.S.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO