25 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXX
DEL TIEMPO ORDINARIO
12-20

 

12. SEXO/REPRESION: : ¿LIBERACIÓN SEXUAL?

Amarás...

Se ha ido extendiendo cada vez más entre nosotros la convicción de que una persona es verdaderamente sana y adulta cuando sabe liberarse de las represiones que impiden la expansión de sus impulsos.

Predicadores radicales del pensamiento de S. Freud han invitado a las nuevas generaciones a alcanzar la libertad, rompiendo con cualquier normativa ética que pudiera «bloquear» el libre dinamismo de sus instintos.

Es la satisfacción del placer la que conducirá a los hombres a la libertad. Es la «revolución sexual» la que nos traerá la verdadera liberación (W. Reich). ¿Cuál ha sido el resultado? Lejos de ver nacer un hombre más sano y maduro, somos testigos de nuevas neurosis, represiones y frustraciones. Hombres y mujeres obsesionados por el placer, encerrados en una soledad cada vez mayor, incapaces de amar y abrirse al otro.

Un científico de categoría tan reconocida como ·Fromm-E ha podido decir que «la completa satisfacción de todas las necesidades sexuales no solamente no es la base de la felicidad sino ni siquiera garantiza la salud».

Ciertamente, son muchos los interrogantes que provoca la «revolución sexual» cuando vemos crecer el número de jóvenes alienados arrastrando una vida enfermiza y distorsionada, incapaces de enfrentarse a la realidad.

¿Qué libertad es ésta que consiste en liberarnos de las «represiones» para quedar sometidos a la esclavitud de los instintos? ¿No es ésta una liberación sin libertad? ¿Una liberación engañosa de la que no surge un hombre realmente dueño de su destino? En el corazón del mensaje de Jesús hay una llamada a abrirnos radicalmente al amor. Una llamada que nos recuerda a todos que una liberación en la que se prescinde del amor es siempre caída en la esclavitud. Un hombre incapacitado para amar no es libre, por mucho que proclame su libertad.

Los creyentes estamos llamados hoy a mostrar que el amor, la entrega generosa y la solidaridad, lejos de hacernos vivir de manera reprimida y enfermiza, son camino acertado para saborear con gozo la existencia y para crecer como hombres sanos, libres y felices.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 121 s.


13.

1. El orden en la Ley.

Los judíos, que tenían que observar 615 leyes, dividían los mandamientos en grandes y pequeños. A Jesús le preguntan en el evangelio cuál es el más grande, el primero, el «principal» mandamiento de la Ley. En realidad los judíos sabían muy bien que el mandamiento del amor a Dios era el primero de todos, y sabían también que el mandamiento del amor al prójimo había sido inculcado insistentemente por la Ley. Pero como habían perdido el norte en el inmenso laberinto de sus innumerables mandamientos, Jesús establece de nuevo el orden de la manera más clara: ante todo está el amor a Dios como respuesta del hombre entero -pensamiento, pero más profundamente aún: corazón, y englobando a ambos: «toda el alma»- a la entrega total de Dios en la alianza. Y porque Dios es Dios y Hombre a la vez, puede unir definitiva e inseparablemente amor a Dios y amor al prójimo, y puede también -y esto es lo más significativo de su respuesta- hacer depender todas las demás leyes, y la interpretación de las mismas mediante los profetas, de este doble mandamiento como norma y regla de toda moralidad. De este modo Jesús, retomando el saber anterior de los hombres, pero ordenándolo y clarificándolo, establece el fundamento de toda ética cristiana.

2. La realización eclesial.

Si desde aquí se mira a Pablo (segunda lectura), se ve que la «fe en Dios» como «volver a Dios abandonando los ídolos» se encuentra también en el centro de su discurso a la comunidad de Tesalónica. Pero con ello la comunidad se ha convertido inmediatamente en un modelo moral «para todos los creyentes»; ha seguido el ejemplo de Pablo, que ha acentuado la inseparabilidad del amor a Dios y al prójimo más que ningún otro apóstol. En su «himno a la caridad» (1 Co 13), Pablo describe la caridad cristiana de tal forma que se ve en cada frase que el amor a Dios y a Cristo se traduce en el comportamiento con respecto al prójimo: como Dios en Cristo con respecto a los hombres, así también el amor del cristiano es indulgente, benévolo, desinteresado, disculpa y soporta todo. Es cristiano en un doble sentido: por una parte Cristo nos revela el amor del Padre y por otra nosotros podemos regular todo nuestro comportamiento moral a ejemplo de Cristo. Ninguna ética es más simple y transparente que la cristiana.

3. Amor al prójimo como agradecimiento a Dios.

Pero ahora es el Antiguo Testamento el que nos inculca, en la primera lectura, el peso del amor al prójimo, y lo hace recordando no que Israel ha cumplido su mandamiento primero y principal, el de amar a Dios por encima de todo, sino recordando que Israel se debe enteramente a Dios, que le sacó de Egipto. Dios les ha tratado, a ellos que eran extranjeros, con un amor como el que se dispensa a los propios hijos, y haciendo memoria de este hecho, Israel debe ahora tratar también a los extranjeros, a los pobres, a los huérfanos y a las viudas con el mismo amor y la misma indulgencia. Este antiguo texto, sacado del «libro de la alianza» de Israel, nos hace pensar por adelantado en el texto que cierra la Nueva Alianza: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis». El primer amor que Dios me ha demostrado: la gracia de haber sido creado por él, de ser hijo suyo, me obliga no sólo a proclamar esta prueba del amor divino, no solamente a «decir» este amor al más humilde de mis hermanos, sino también, en la medida de lo posible, a demostrárselo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 113 s.


14.«MUEVEME, EN FIN, TU AMOR...».

Todos reconocían la desconcertante sabiduría de Jesús, sin duda. Sin embargo, los fariseos, los saduceos, etc., andaban siempre haciéndole preguntas capciosas: «¿Es lícito pagar tributo al César?», «Una mujer, casada sucesivamente con siete hermanos, ¿con cuál de ellos vivirá en el "más allá"?» ¡Eran terribles! ¡Qué paciencia!

Pero, prescindiendo de ese «morbo», la verdad es que la pregunta que le hace hoy el doctor de la ley es bien importante: «¿Cuál es el primer mandamiento?»

Porque, daos cuenta. Los judíos andaban atrapados en un laberinto de leyes. ¡613 constituían la tela de araña de su Ley! Dicen que 365, en atención a los días del año y 248 recordando los huesos del cuerpo humano. Como para volverse locos. ¡Era, ya lo comprendéis, como caminar por un campo de minas!

La sabiduría popular de siempre nos ha dicho que «el que mucho abarca, poco aprieta» y que «hay que temer al hombre de un solo libro». Efectivamente, una de las más frustrantes sensaciones que va teniendo el hombre de hoy es la de estar metido en tantos quehaceres y compromisos, que, a la hora de la verdad, no llega a fondo a ninguno. Si algún calificativo le cuadra a este ciudadano de fines del siglo XX es el de la «superficialidad», ya que le toca mariposear en todo, sin profundizar en nada. No iba descaminada, por tanto, la pregunta del legisperito: «¿Cuál es el primer mandamiento?» Y Jesús le dijo: «Amar a Dios sobre todas las cosas». Palabra de Dios. No hacía falta que hubiera añadido más. Punto. Porque amar, conseguir que el móvil de todas nuestras acciones sea el amor, es ir llegando a la esencia del cristianismo. ¿Seré yo el número «uno» porque hable magistralmente «proclamando el evangelio a todas las gentes»? No, amigos míos, si no lo hago desde el amor. ¿Seré el más perfecto si «distribuyo mis bienes a los pobres»? Tampoco, si es acción llamativa que no procede del amor. ¿Llegaré al ideal más alto, si «arrojo mi cuerpo a las llamas?» ¡Que no, amigos, que no! Todo eso no vale nada, si no lo mueve el amor. El pobrecito de Asís lo entendió muy bien. Por eso le decía a Fray León, cuando, ateridos de frío, en medio de la nieve, llegaban a Santa María de los Ángeles: «Si ahora, al llegar, el portero no nos recibe, sino que nos apalea y nos arroja a la nieve, y nosotros lo sufrimos por amor de Cristo bendito, escribe que en eso está la verdadera alegría».

Por ahí van los tiros. Por eso, hay que proveerse de grandes dosis de ese néctar maravilloso. Con él hay que rociarlo todo. Y así, no vayáis al trabajo por «obligación», sino por amor. No deis limosna por «aquietar la conciencia», sino por amor. No vayáis a misa «porque está mandado», sino por amor. No os privéis de tal acción «porque es pecado y el pecado es causa de condenación», sino porque el pecado no cabe dentro de las reglas del amor. Id identificándoos, en fin, con los sentimientos del poeta del célebre soneto:

«No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte. 
...
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera...».

Eso: «Muéveme, en fin, tu amor». Esa es la Ley. Lo demás es lo de menos.

ELVIRA-1.Págs. 89 s.


15.

Frase evangélica: «Amarás al Señor tu Dios,
y al prójimo como a ti mismo»

Tema de predicación: EL DOBLE MANDAMIENTO

1. Al final de su ministerio, Jesús mantuvo controversias en Jerusalén con la jerarquía religiosa judía y la oligarquía laica a propósito de su autoridad; con los fariseos y herodianos, respecto del tributo al César; con los saduceos, por la creencia en la resurrección; y con los fariseos, en torno al enunciado del primer mandamiento. Al final, «nadie se atrevió a interrogarlo», aunque determinaron entre todos crucificarlo.

2. Las discusiones sobre el primer mandamiento eran muy vivas, aunque constaba en la ley el importante precepto del amor a Dios y al prójimo (Dt 6,5; Lv 19,14-19). La sinagoga había deducido 613 preceptos (entre mandamientos y prohibiciones), unos «ligeros» y otros «graves». Había quienes defendían como primer mandamiento la observancia del sábado, el rechazo del culto a los ídolos y la fórmula de Hillel, hoy refrán popular: «lo que no quieras para ti no lo quieras para otro».

3. Jesús rechaza algunos preceptos judíos al curar en sábado, ponerse en contacto con el centurión pagano, comer con publicanos y pecadores y defender a la mujer adúltera. Advierte así que la voluntad de Dios tiene que ver con las necesidades de los pobres, con la dignificación de la persona marginada, con la salud de los enfermos y con la rehabilitación de los pecadores. El segundo mandamiento, el del amor al prójimo, se entiende en referencia al «mandamiento principal», que nadie discutía. Es nueva la interpretación que Jesús hace de Dios, al que llama «Padre», ya que es Dios de salud, de liberación y de salvación. No es el Dios de una élite. En suma, los dos mandamientos no se pueden separar: son iguales en importancia, aunque no en contenido. El amor a Dios implica el amor al prójimo, que no siempre es el cercano, sino el desvalido. Sólo amando al prójimo estamos seguros de amar a Dios.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué mandamiento nos mueve en el fondo?
¿Cómo entendemos al prójimo?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 160


16.

AMAR ES VIVIR EN LA VIDA DE ALGUIEN

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas».

Hay palabras que se ponen de moda, por ejemplo: «democracia». Cuando un político la pronuncia atruena, hasta le tiemblan las carnes y tanto la utilizan los de un signo como los del contrario. Indudablemente expresa un valor en alza social.

Lo mismo le pasa al vocablo: amor. Todo el mundo habla y escribe sobre el amor. En los últimos treinta años se ha editado más sobre este tema que en los veinte siglos precedentes. Hasta resulta difícil disertar sobre el amor, ya se ha dicho todo. Y la verdad es que sí, que está todo dicho; lo que nos falta es vivirlo.

Cuando era pequeño y me llevaron a la catequesis me enseñaron aquello de «Amar y servir a Dios en esta vida para verle y gozarle en la otra». Y lo de: «Ser discípulo de Cristo, apóstol o mártir acaso. . .» Me decían que amar a Dios es «adorarle y respetarle». (Somos tan poca cosa que no podemos hacer más por él . . . ).

Amar a Dios es adoración y respeto, cierto. También me dijeron que amar al prójimo es ayudarle, (dar limosna y prestar la goma de borrar). Yo me confesaba de no prestar la goma de borrar y me sentía apóstol y mártir cuando daba limosna. . .

En resumen, que amar a Dios y al prójimo era cuestión de adoración, respeto y ayuda. Fui creciendo y me di cuenta, cuando me enamoré, que lo de adoración, respeto y ayuda viene a posteriori, que era la conclusión. Pues para mí, en ese momento, amar era querer con todas mis fuerzas, llegar a ser. y a estar presente en la vida de la persona amada. Quería porque deseaba y creía que podía llegar a conseguirlo. Trabajé y luché por hacerla presente en la mía y por ser y estar presente en la suya.

Conclusión: Amar es, para mí, llegar a conseguir ser, estar e incluso vivir en la vida de alguien que a su vez, y antes, está y es presente en la tuya.

Nuestra religión es la del amor, se limita a creer que puedes, (y en ello te comprometes), llegar a estar presente en Dios y Dios en ti. Y esperar, luchar, y trabajar por llegar a estar presente en la vida del prójimo y éste en la tuya.

Nuestra religión es la de la «presencia». Tener presencia de Dios, estar en su presencia, caminar en ella. Y tener, estar y caminar en la presencia del prójimo, o sea: que él pueda contar contigo en su vida y contártela.

Así pues, que el nexo de unión entre el primer y segundo mandamiento es el amor, la presencia positiva.

El amor es el valor supremo en la vida del hombre creyente, hasta el punto que cuando falta cualquier otro valor se cambia de signo y se convierte en contravalor, por ejemplo: El hogar sin amor es una pensión. . .

La sinceridad sin amor es una crueldad. . .
La riqueza sin amor es egoísmo. . .
La religión sin amor es superstición. . .
La verdad sin amor es lacerante. . .
El sexo sin amor es gimnasia o prostitución. . .
La amistad sin amor es manipulación o coincidencia de egoísmos. . .
La autoridad sin amor es tiranía. . .
La fe sin amor es radicalismo fundamentalista. . .
La prudencia sin amor es cobardía. . .
La política sin amor es cinismo. . .
La maternidad sin amor es aborto. . .
La profecía sin amor es insulto o falta de respeto. . .
La educación sin amor es adiestramiento. . .
La libertad sin amor es libertinaje y así hasta el infinito.

El amor es la actitud fundamental que se necesita para que la historia, con sus acontecimientos o anécdotas, sea leída como una armonía salvífica, como un canto de alabanza al Creador. El amor es la actitud fundamental para ser ciudadano del Reino, para ser como Dios manda.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 123-125


17.

Nexo entre las lecturas

El evangelio nos ofrece la enseñanza de Jesús sobre el más importante de los mandamientos amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma con todo el ser. Jesús añade que el segundo mandamiento es semejante: amar al prójimo como a uno mismo (EV). En realidad el Señor confirma lo que ya había expresado el antiguo testamento. En la primera lectura escuchamos las prescripciones que se debían observar en relación con los extranjeros, con las viudas, los huérfanos y aquellos que se veían en la necesidad de pedir prestado o dejar objetos en prenda para poder obtener lo necesario para la vida (1L). La enseñanza es profunda y de inmensa actualidad: no se puede separar el amor a Dios, del amor al prójimo, porque el Señor es compasivo y se cuida de todas sus creaturas. Por otra parte, continuamos la lectura de la carta a los Tesalonicenses. Aquí, Pablo alaba la fe de aquella naciente Iglesia y comprueba que el crecimiento espiritual se debe, en primer lugar, a la potencia del Espíritu Santo. Los Tesalonicenses se han vuelto a Dios para servirlo, y viven aguardando la venida de Cristo a quien Dios resucitó de entre los muertos (2L).



Mensaje doctrinal

1. El amor a Dios.
En medio de las vicisitudes de la vida el hombre se pregunta con frecuencia: ¿cuál es el punto que da unidad a mi vida? Ante los diversos preceptos que debo observar ¿cuál es el más importante? ¿Qué es aquello que debe constituir la base de mis certezas y actuaciones? ¿Qué es aquello que es inmutable en el continuo fluir del tiempo y de las personas? En el evangelio de hoy encontramos una respuesta tomada del Antiguo Testamento y confirmada por Cristo: el primero de todos los mandamientos y de todos los deberes que tiene que observar un hombre es el de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser". La razón más alta de la dignidad humana -nos dice el Concilio Vaticano II- consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Debemos, pues, amar a Dios con todo el corazón porque Él es bueno, es inmensa su misericordia. Él es el dador de bienes. Él es quien nos ha puesto en la existencia por amor y nos ha redimido por amor. Él es quien, de frente al pecado del mundo y del hombre, no se arrepiente de su creación, sino que le ofrece al hombre un medio admirable de redención en su Hijo. El amor a Dios por encima de todas las cosas es aquello que da estabilidad a nuestra vida, nos libra de los pecados más perniciosos como son la incredulidad, la soberbia, la desesperanza, la rebelión contra Dios, el agnosticismo. El mundo es desgraciado en la medida que se aleja del amor de Dios, en la medida que se construye sus propios ídolos abandonando a Dios que lo ama tiernamente. Así como los israelitas al construir el becerro de oro se alejaron de Dios y quedaron confundidos, así el hombre contemporáneo, al alejarse de Dios por los ídolos del placer, del egoísmo, de la comodidad etc., se pierde y se siente desolado.

La Gaudium et spes en el número 19 hacía un perspicaz análisis de la situación de nuestro mundo y del fenómeno del ateísmo: "La palabra "ateísmo" -dice el documento- designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios..... Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religiosos. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal... La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios. Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión". Estas palabras de Gaudium et spes nos interpelan como creyentes, como cristianos: ¿estamos amando a Dios con todo el corazón y, por tanto, somos testigos dignos de crédito ante el mundo?

2. El amor al prójimo. Jesús confirma que el amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo. No podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos a nuestros prójimos que están en nuestra presencia. Sería un engaño y una disimulación pretender amar a Dios y, al mismo tiempo, despreocuparnos de nuestros hermanos. Precisamente el amor a Dios se enciende, las más de las veces, cuando el espíritu humano -si es sincero- se encuentra de frente al sufrimiento y las necesidades de los demás. Así lo comprobamos en numerosos santos como san Camilo de Lellis, el Cottolengo, san Juan de la Cruz, san Vicente de Paul etc. El pobre, el indefenso, el que tiene necesidad de apoyo es un lugar privilegiado en el que Dios se revela y se hace presente.

La primera lectura menciona tres clases de personas a las que se les debe especial caridad: los forasteros, las viudas-huérfanos y los que tienen que recurrir a préstamos para poder sobrevivir. El pueblo bíblico debía cultivar una especial solicitud por los forasteros, porque él mismo -el pueblo elegido- había sido forastero en Egipto y habría sufrido las penalidades de quien se encuentra fuera de su patria y sin el abrigo de su casa. Las viudas y los huérfanos eran personas indefensas que quedaban a merced de quien deseaba aprovecharse de ellos. Los israelitas debían observar con ellos especial miramiento, porque si ellos clamaban a Dios, Dios los escuchaba. Así, debemos afirmar que el huérfano y desvalido es escuchado especialmente por el corazón de Dios. Dios se cuida de él. Dios lo atiende. Dios no lo abandona. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias. Pero Dios ha querido hacer todo esto a través de las mediaciones humanas. Y aquí es donde todos nos sentimos interpelados. Nos convertimos en medios de comunicación del amor de Dios: a través de nosotros, los necesitados experimentarán la bondad de Dios. Somos los canales por los que Dios se manifiesta. Finalmente, la Sagrada Escritura pide a los israelitas que no se aprovechen de la situación de necesidad del pobre para imponerle cargas superiores a sus fuerzas. Por encima de la estricta justicia, al hablar de préstamos y transacciones económicas, está la caridad. Está el amor a quien es insoluble y no tiene con qué vestirse esta noche.

San Agustín tiene un texto admirable que comenta el evangelio de hoy: "El amor de Dios es el primero como mandamiento, pero el amor al prójimo es el primero como actuación práctica. Aquel que te da el mandamiento del amor en estos dos preceptos, no te enseña primero el amor al prójimo, y después el amor a Dios, sino viceversa. Pero como a Dios no lo vemos todavía, amando al prójimo tú adquieres el mérito para verlo; amando al prójimo tú purificas tu ojo para ver a Dios, como lo afirma san Juan: "Si no amas al hermano que ves, ¿cómo podrás amar a Dios a quien no ves? Cf. 1 Jn 4, 20). Si sintiendo la exhortación para amar a Dios, tú me dijeses: "muéstrame a aquel que debo amar", yo no podría responderte sino con las palabras de san Juan: "Ninguno jamás ha visto a Dios" (Cf. Jn 1,8). Pero para que tú no te creas excluido totalmente
de la posibilidad de ver a Dios, el mismo Juan dice: "Dios es amor. Quien permanece en el amor permanece en Dios" (1 Jn 4, 16). Tú, por lo tanto, ama al prójimo y mirando dentro de ti donde nazca este amor, en cuanto te es posible, verás a Dios" San Agustín. Tratado sobre san Juan Tratt. 17, 7-9.

¡Palabras admirables las del santo doctor! A Dios lo vemos al mirar de dónde nace en nuestro corazón el amor al prójimo. Así, cuanto más amamos a nuestro prójimo, mejor vemos a Dios en nuestro interior.

Sugerencias pastorales

1. La práctica de las obras de misericordia.
¡Qué duda cabe que uno de los peligros que más nos asecha en la vivencia del cristianismo es el individualismo! Se trata de vivir la fe de un modo privado relegándola al íntimo de la conciencia y sin tener una expresión en la caridad práctica. El Señor nos pide al iniciar este nuevo milenio salir a los caminos, "remar mar adentro", "abrir las puertas a Cristo" y entregarnos a una caridad más ardiente, más sincera, y que se manifieste en las obras. Tenemos un modo concreto y a la mano para practicar el mandamiento del amor: es la práctica de la obras de misericordia. Estas obras de misericordia nos permiten salir al encuentro del sufrimiento y de la necesidad de nuestros hermanos. Mencionemos algunos ejemplos. Las obras de misericordia espirituales nos invitan a instruir al ignorante, consolar al afligido, aconsejar al que duda, perdonar las injurias, sufrir con paciencia las adversidades. Preguntémonos sinceramente: ¿practico yo estas obras espirituales? ¿Soy una persona que sé consolar, que sé salir al paso del ignorante, de ayudarle, de ofrecerle oportunidades de promoción humana? ¿Sé aconsejar a los demás? ¿Me intereso por ellos, me interesan sus sufrimientos? ¿O soy más bien de los que pasan por la vida con una santa indiferencia ante los miles de sufrimientos humanos? Ni siquiera me doy cuenta de ellos. Pensemos en los hospitales, en el personal sanitario que se tiene la inmensa oportunidad de hacer palpable el amor de Dios y que, sin embargo, en muchos casos, se olvida de la persona del enfermo para ver en él un problema. Pensemos en la escuela y en la ardua tarea de la formación de los jóvenes. Y si miramos a las obras de misericordia corporales, ¡cuántas oportunidades para hacer el bien! La posibilidad de visitar a los enfermos, de llevarles consuelo, compañía, apoyo espiritual. La posibilidad de dar de comer a los que padecen hambre por medio de la limosna, pero mejor aún, por medio del compromiso personal. La posibilidad de vestir al desnudo etc. Las imágenes que a diario vemos en la televisión pueden crear en nuestro espíritu un penoso sentimiento de impotencia y, por ello, de indiferencia. Hay que reaccionar. Sí, podemos hacer mucho por nuestros prójimos, porque Dios es compasivo y se cuida de los pobres y se servirá de nosotros como instrumentos. Seremos así instrumentos de la providencia. Seremos como las manos de Dios. No temamos a nada en la vida. Temamos sólo al pecado de omisión, a la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Recordémoslo: en los pobres y enfermos, servimos a Jesús.

P. Octavio Ortiz


18. COMENTARIO 1

UNA UTOPIA
Al Maestro nazareno se la tenían echada en agua. Sus enemigos lo habían sentenciado a muerte, incluso antes de poder atestiguar su delito. Por esto buscaban un motivo político: "¿Hay que pagar tributo al César, sí o no?" Al no caer Jesús en la trampa tendida, los fariseos pasaron al ataque en su propio campo religioso. Un jurista le pregunta con mala idea: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?".

La pregunta iba de Antiguo Testamento y versaba sobre un asunto controvertido entre los abogados del tiempo. Entre la retahíla de preceptos vigentes, ¿cuál ocupaba la cúspide del aparato legislativo? Había opiniones para todos los gustos y Jesús era consciente de ello. Para la mayoría de los rabinos de la época, todas las leyes tenían la misma importancia: "Quien quebranta todos los mandamientos, rechaza el yugo, rompe la alianza y destapa su cara contra la ley; de la misma forma, quien traspasa un solo mandamiento rechaza el yugo, destapa su cara contra la ley y rompe la alianza". Quien más daba, definiéndose, se pronunciaba por el amor a Dios o al prójimo. Uno de estos dos, pero en ningún caso por los dos a la vez. Jesús va a romper una vez más, como de costumbre, el molde.

Le preguntan por el mandamiento principal y responde con dos: el primero y principal es semejante al segundo, que es igualmente principal y prueba indiscutible del primero: el amor a Dios y al prójimo son inseparables; esta es la novedad de la respuesta de Jesús. El amor a Dios pasa necesariamente por el prójimo. Estos dos mandamientos son el corazón de la Antigua ley y de los Profetas. Quien no los cumpla no puede ser buen judío; de nada le servirá poner en práctica el resto del código legal veterotestamentario. (Por "prójimo" se entendía no sólo al amigo o al israelita situado, sino también -y en primer lugar- a las clases marginadas de la sociedad de entonces: los forasteros (mano de obra barata en país extranjero, desamparados ante leyes y tribunales), las viudas (en situación habitual de paro, sin seguridad social ni pensión), los huérfanos (sin calor de hogar ni sustento) y los pobres (como siempre, abandonados a la caridad pública -pública injusticia-).

Pero amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo no es -por más que se haya predicado así- el núcleo del mensaje cristiano. Es más bien una ley antigua ya superada.

El mensaje de Jesús va más allá. Para el cristiano se queda pequeño este molde. Jesús, antes de morir, formuló la nueva ley: "Amaos los unos a los otros como Yo os he amado" Más atrevida y utópica que todo el ya, de suyo, exigente Antiguo Testamento.

Amar al prójimo como Jesús lo amó significa amarlo más que a la propia vida, más que a uno mismo.

Al escribir esto, me doy cuenta de lo lejos que estamos los cristianos no ya del mandamiento nuevo de Jesús -utópico mandamiento que sólo algunos practican- sino de la antigua ley judía.

¿Quién de nosotros está dispuesto a amar de obra y no sólo de palabra a los parados, a los jornaleros, a los marginados, a los pobres, a los sin pensión ni seguridad social ni amparo humano, a los despojos de la sociedad?

Amar a esta gente, como Jesús, daría garantía y crédito a nuestro desprestigiado cristianismo. Para muchos, que se llaman cristianos, todo esto es una utopía (palabra que viene del griego y significa "lugar que no existe").
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19. COMENTARIO 2

SOLO EL AMOR
Los israelitas tenían un código de más de seiscientas leyes religiosas, y entre los entendidos se discutía cuál de ellas era la más importante. Los fariseos quisieron involucrar a Jesús en la discusión. Y Jesús volvió a sorprenderles.

¿UNA DISCUSION ENTRE ERUDITOS?
En los últimos domingos estamos asistiendo, a través de los evangelios que se leen en la celebración de cada eucaristía, a los últimos asaltos de la confrontación que mantuvo Jesús con los representantes de las instituciones religiosas de su tiempo, conflicto que desembocó en la muerte de Jesús.
Los últimos párrafos que hemos comentado muestran una gran dureza en este enfrentamiento. En algunas de las últimas parábolas y en el capítulo que sigue a éste en el evangelio de Mateo, el capítulo 23, Jesús hace acusaciones gravísimas a los jerarcas religiosos de su pueblo. Pero el evangelio de este domingo parece más bien una discusión académica entre especialistas en leyes: se trataría de que Jesús diera su opinión acerca de un problema discutido. El fondo de la cuestión, sin embargo, no era ése.

FARISEOS Y LETRADOS
Los letrados, la mayoría del partido fariseo, eran los especialistas en la Ley, esto es, en Sagradas Escrituras. En teoría, su misión era interpretar fielmente los textos escritos que habían sido recibidos en el pueblo de Israel como palabra de Dios -la Ley y los Pro/etas- y explicarlos con claridad y sencillez para que los israelitas conocieran y realizaran el proyecto de Dios: organizarse como una sociedad de hombres libres que, recordando siempre al Dios que les dio la libertad, rechazaran toda tentación de reproducir cualquier tipo de esclavitud dentro del pueblo de Dios. Para eso les había dado Dios los mandamientos.
Pero los letrados fariseos parece que se habían olvidado de que los mandamientos servían para ese fin. Y se habían dedicado a complicar los deberes religiosos de los israelitas para así hacer necesario su papel en la sociedad: si hacer lo que Dios quiere era una cosa muy complicada, entonces era indispensable que hubiera un grupo de especialistas que se dedicaran a explicar lo que un buen israelita debía hacer en cada momento. Así aseguraban su propio prestigio y su papel dominante en la sociedad israelita. Y después de haber complicado al máximo la vida religiosa (habían conseguido hacer una lista de 613 mandamientos: 365 que indicaban otras tantas prohibiciones; 248 que se referían a obligaciones), se dedicaban a discutir entre ellos cuál de los 613 mandamientos era el más importante.
La mayoría consideraba que el mandamiento principal, el más importante de todos -y para muchos, más importante que todos juntos-, era no trabajar los sábados, de modo que quien lo cumplía realizaba a la perfección sus deberes religiosos.

SOLO EL AMOR
A Jesús no le interesaba demasiado entrar en discusiones teóricas, y mucho menos perderse en los detalles de las doctrinas fariseas.
La primera parte de su respuesta se identifica con una de las corrientes minoritarias de entonces, la de los que decían que el mandamiento principal es el amor a Dios. Pero la completa poniendo a su mismo nivel otro mandamiento, el del amor al prójimo: "'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente'. Este es el mandamiento principal y el primero, pero hay un segundo no menos importante: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas". En estos dos mandamientos (Dt 6,5; Lv 19,18), dice Jesús, se encierra todo el proyecto de Dios para el pueblo de Israel: "De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas"
Porque, además de esta conexión entre ellos, lo importante de la respuesta de Jesús es la relación que establece entre estos dos mandamientos y el resto de la Ley: lo que importa en la Ley entera y los Profetas es el amor. Amor a Dios y amor al prójimo. Los dos, juntos e inseparables. Los dos, totalmente imprescindibles, pues si se prescinde de cualquiera de ellos, los otros 612 mandamientos pierden todo su sentido.
Para los cristianos, Jesús lo resumió todo en el mandamiento del amor fraterno -que no es igual que ninguno de los anteriores-, el mandamiento nuevo que deja anticuados a todos los demás. El punto de vista, sin embargo, sigue siendo el mismo: el amor.
Los cristianos no deberíamos olvidarnos de esto, no sea que nos sorprendamos cualquier día al descubrir que estamos discutiendo de nuevo cuál es el más importante de los 1.752 mandamientos de la Iglesia.
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20. COMENTARIO 3

El salmo interleccional presenta al Señor con la capacidad de ofrecer firmeza y refugio a los que acuden a Él. En la carta a los cristianos de Tesalónica, la misma imagen de Dios preserva a los miembros de la comunidad "del castigo que viene", pero fundamenta también una conducta de vida conforme a lo señalado por Pablo y el Señor, cuyo ejemplo "siguieron" (v. 5). Dicha adecuación de vida al "Dios vivo y verdadero" exige el abandono de los "ídolos" y, por consiguiente, la práctica de la justicia, especialmente frente al "emigrante", a las "viudas y huérfanos" y a todo "pobre" como se muestra en el texto de la primera lectura.
El esclarecimiento de la íntima asociación entre la relación con Dios y la relación con nuestros semejantes es también el objeto principal del pasaje evangélico de este domingo.
La introducción lo coloca en íntima asociación con las controversias anteriores sobre el tributo al César y sobre la resurrección. Este ámbito polémico, ausente en Marcos, coloca la pregunta en boca de un jurista miembro del partido fariseo que tiene una oscura intención: "le preguntó con mala idea" (v. 34).
Es el fariseísmo en conjunto el que se acerca a Jesús mediante el personaje presentado. Propio de su doctrina era la explicitación de las exigencias de Dios sobre la vida humana. Éstas, para ellos, no solamente surgían de la Ley escrita sino también de las consecuencias que la tradición oral y el estudio concienzudo habían puesto de manifiesto. En el fondo se trataba de un intento legítimo de traducir para un ambiente distinto y hacer en él posible el cumplimiento de preceptos divinos dados para otra época y en otras circunstancias de vida.
De esa forma había crecido el número de las prescripciones. Se señalaban 365 prescripciones positivas (una para cada día del año) y 248 negativas (correspondientes al número de componentes del cuerpo humano).
Ante esta multiplicidad la cuestión sobre la importancia de los mandamientos, de su jerarquización, era un punto candente entre los rabinos del tiempo de Jesús. Rechazada de plano por algunos rabinos, a veces se solucionaba por medio de una reducción encontrando que David había señalado once (Sal 15,2-5), Isaías seis (Is 33,15), Miqueas tres (Miq 6,8), Amós dos (Am 5,4). Finalmente algunos colocaban una sola exigencia a la que se llegaba o por una deducción a partir de Hab 2,4: "El justo vivirá por su fe", o poniendo en primer plano el amor a Dios y al prójimo, o, como la mayoría, en la observancia del sábado.
Esta búsqueda de síntesis no brota de una casuística particular sino de una explicitación de la exigencia ética en su esencia.
En su respuesta Jesús se remite primeramente a Dt 6,5, que cita ligeramente cambiado: "Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente". Esta última facultad ocupa el lugar de "con todas tus fuerzas" del texto citado. Con los tres componentes se quiere indicar respectivamente la interioridad del ser humano, su fuerza vital y el aspecto racional de la interioridad humana. Se trata por tanto de situar la exigencia del amor, más allá de un sentimiento, como dirección de toda la vida de la persona. Desde esta dirección hacia Dios, fundamental de toda la existencia, adquieren sentido todos los restantes mandamientos. Sin embargo, a continuación Jesús coloca, a partir de Lev 19,18, otra exigencia igualmente importante para la dirección de la vida: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Con esta respuesta Jesús conecta íntimamente el amor de Dios y el amor al prójimo. Su originalidad no reside en enunciar los dos mandamientos, enunciación que encontramos en otras fuentes de la tradición judía. Lo más relevante consiste en la equiparación de ambos y, sobre todo, en que ambos mandamientos encuentran en Jesús de Nazaret su lugar propio y su última consistencia.
En su respuesta, por tanto, más que la explicación de textos legales, Jesús coloca a sus adversarios frente a dos personas: Dios y el prójimo. Se pone de nuevo, de esta manera, la mala actuación de los dirigentes religiosos que no han sido capaces de ser fieles a Dios y al ser humano y que, por consiguiente, no han sido capaces de crear a partir de ambas fidelidades una sociedad justa.
De esta manera, trascendiendo toda casuística, Jesús considera a toda la Ley como un todo que depende de la doble fidelidad mencionada. Ésta es la perspectiva esencial de toda interpretación y sin ella no es posible la observancia de "la Ley y los profetas" (v. 40).
Así la solución de esta controversia con sus adversarios remite a cada ser humano a lo más profundo de su respuesta religiosa. Amor de Dios y amor al prójimo, concentrado en la persona de Jesús coloca a cada uno frente a Dios y a sus semejantes y pone a prueba su autenticidad religiosa. A cada uno desde su propia libertad corresponde responder a Dios con estos dos mandamientos semejantes e inseparables.

Para la revisión de vida
La pregunta por lo esencial demanda de nosotros la vuelta a las actitudes esenciales: cómo estoy ante los dos valores esenciales que Jesús proclama, los dos amores, a Dios y al prójimo? ¿Encierro ahí "toda la Ley y los Profetas", o tengo una moral complicada de muchos preceptos no debidamente jerarquizados?
Para la reunión de grupo
- Dios y el prójimo (los dos principales mandamientos) han sido ejemplificados como las dimensiones vertical y horizontal. ¿Es correcta esa "geometría espiritual"? ¿Son realmente "dos" dimensiones, y son dimensiones tan distintas (perpendiculares, la posición más contraria que pueden tomar dos rectas que se relacionan)? ¿No es peligroso adjudicar plásticamente a Dios la dimensión vertical?
- "El primero es el más importante, y el segundo es semejante al primero". Si es semejante, ¿es menos importante o es de semejante importancia? Comparemos esta proposición con aquella: "si alguien dice que ama a su prójimo y no ama a su hermano, miente": ahí parece que el segundo es más importante que el primero… Dialogar sobre esta relación en que Jesús pone a los dos mandamientos.
- Esta moral de Jesús parece no tener más que un capítulo, el del amor. Todos los demás capítulos son subcapítulos y están subsumidos en el capítulo del amor. Pregunta: ¿cuántas normas, mandatos o preceptos dio Jesús sobre la sexualidad? ¿Es que hay mucho más que decir -moralmente- sobre la sexualidad que lo que podamos decir sobre el amor
Para la oración de los fieles
- Por toda la Iglesia, para que su principal testimonio ante el mundo sea por medio del amor liberador a todas las personas. Roguemos al Señor.
- Por todos aquellos que en su vida saben vivir amando al prójimo, para que sepan superar los reveses que las personas egoístas puedan causarles. Roguemos...
- Por todos los que trabajan por la justicia, para que el ejemplo de su vida convierta a los opresores. Roguemos...
- Por todos los que trabajan por la promoción y la liberación de las personas y los pueblos, para que nunca sean presa del desánimo. Roguemos...
- Por todos los que nos confesamos creyentes, para que nunca olvidemos que lo que verdaderamente agrada a Dios es que no explotemos a los débiles y necesitados. Roguemos...
- Por todos y cada uno de nosotros, para que nunca olvidemos que el mandamiento principal y primero es el del amor. Roguemos...

Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro: aumenta nuestra fe, nuestra esperanza y, sobre todo, aumenta nuestro amor y nuestro sentido de la justicia para con todas las personas, de modo que vivamos siempre próximos a nuestros hermanos, especialmente a los más necesitados. Por Jesucristo.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).