25 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO
1-6

1.

El evangelio que acabamos de leer, puede decirse que lo conocemos desde pequeños, de cuando aprendíamos a coro los mandamientos en las filas del catecismo: "Estos diez mandamientos se encierran en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo".

Pero quizá de ahí proviene nuestro mal: que somos capaces de recordar y de saber, pero que esto no tiene excesiva resonancia en nuestra vida. Porque si se tratara de pasar un examen, ¿quién no conoce las grandes líneas del cristianismo y la manera como tiene que comportarse un cristiano? Pero no basta con decir: tenemos que hacer. Hace unos domingos Jesús nos lo recordaba con la parábola de los dos hijos a quienes su padre envió a la viña.

¿Pero, no os parece que predicar significa, al fin y al cabo, recordarnos unos a otros nuestra fe y lo que Dios espera de nosotros? ¿Cuál es el mandamiento más grande de la Ley? No se trata de establecer concursos y competencias entre mandamientos, claro está. La pregunta del maestro de la Ley equivale a esta otra; ¿Cuál es el corazón de la Ley, el meollo de los que Dios quiere del buen israelita? La respuesta de Jesús es un fragmento de una plegaria que los judíos piadosos recitan cada día: "Escucha Israel (...), amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser". EL CORAZÓN DE LA LEY ES AMAR A DIOS Y AMARLO DEL TODO.

¿Y cuál es el meollo del cristianismo? Si respondemos "amar a Dios", hemos respondido correctamente. Ahora bien, amar a Dios no se satisface a trocitos ni con migajas, por importantes que sean o por mucho que nos cuesten. El amor de Dios tiene que llenar todo nuestro corazón, todo nuestro espíritu, todo nuestro ser. No puede escaparse ninguna rendija: tiene que penetrar toda nuestra vida.

Pero el amor a DIOS NO ENTRA EN COMPETENCIA CON LOS OTROS amores. Porque Dios y las demás cosas no se encuentran en el mismo plano. Y, si bien Dios es celoso y nos quiere enteros, no quita el lugar a los demás ni les hace la competencia.

Por eso, después de haber contestado sobre el gran mandamiento, Jesús añade, sin ser preguntado: "El segundo es semejante a él: AMARAS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO". ¡Y tan semejante!: se trata, siempre, de amar. Pero, ¿es posible que quien ama a Dios pueda odiar, o simplemente no amar y desinteresarse de sus hermanos? La primera lectura nos viene como anillo al dedo: cuando se trata de amar siempre corremos el riesgo de quedarnos con palabra bonitas o efusiones sentimentales. En cambio, LAS COSAS QUE HEMOS ESCUCHADO SON BIEN CONCRETAS: "No oprimirás ni vejarás al forastero (...). No explotarás a viudas ni a huérfanos. Si prestas dinero a uno, no serás con él usurero (...). Si tomas como prenda el manto de tu prójimo se lo devolverás antes de ponerse el sol". El manto era la única pieza que tenían los pobres para abrigarse: no disponían de sábanas ni mantas y se envolvían en él para pasar la noche. Se tenía que ser muy miserable para llegar a empeñar el manto. No es extraño, pues, que "si grita a mí yo lo escucharé, porque yo soy compasivo".

¿Os habéis fijado? DIOS ES COMPASIVO, POR ESO ES DEFENSOR DE LOS POBRES, de los forasteros, de las viudas y de los huérfanos, de aquellos que son más débiles y que no pueden valerse por sí mismos.

Estas palabras tienen un acento fuertemente social: nos dicen que el israelita ha de ser compasivo y benigno, que ha de estar al lado de los pobres. Porque Yahvé es un Dios benigno, compasivo y entrañable.

Una buena lección para nosotros, cristianos, que vamos a misa cada domingo. Esta celebración de hoy, como todas las demás, es una proclamación de que amamos a Dios con todo nuestro corazón.

Pero es también, una exigencia. Si decimos en la plegaria eucarística: "Que esta víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero", ¿no tendríamos que preguntarnos: y yo, qué hago por la paz y la salvación de mis hermanos? Si decimos, en la consagración, que Jesús derramó la sangre "por vosotros y por todos los hombres", ¿cómo podemos dejar de lado a los demás?

J. M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1978/19


2. A-DEO/A-H. NO SE PUEDE AMAR A DIOS CUANDO SE HACE IMPOSIBLE LA VIDA A LOS DEMÁS. NO HAY AMOR A DIOS CUANDO NADA SE HACE POR HACER POSIBLE LA VIDA A LOS DEMÁS. FE/COMPROMISO:

"Amarás al Señor tu Dios". Esa fue la respuesta de Jesús a la pregunta de los fariseos, interesados por el mandamiento principal. Y no otra es la respuesta del evangelio a todos los que estamos interesados en saber qué es lo importante, lo fundamental. El amor de Dios es lo primero, lo de siempre. Y es lo fundamental, es decir, lo que sostiene o debe sostener toda la vida y obras de los creyentes. Porque Dios se nos ha revelado como amor, como el que nos quiere, como nuestro Padre. Por eso el ser hombre, más aún el ser creyente, no puede consistir sino en corresponder con amor al amor de Dios. Y esto es fundamental, porque sabemos que Dios nos quiere, no porque seamos buenos o malos, sino porque él es bueno. De modo que el amor de Dios es gratuito, y así funda también la gratuidad del amor de los hombres. Si sólo queremos a los que nos quieren la consecuencia es inevitable: también odiaremos a los que nos odian. Y así nos salimos del mandamiento principal, del principio de gratuidad.

Por eso, el amor de Dios y el amor a Dios, rompen con el círculo vicioso de las relaciones humanas de reciprocidad.

"Amarás a tu prójimo como a ti mismo". La respuesta de Jesús se completa con el amor al prójimo. Porque Jesús no responde sólo a una pregunta, sino que responde también a los que le preguntan, a nosotros en esta ocasión. El amor de Dios es el fundamento, pero sólo puede fundamentar el amor practicado y realizado con nuestro prójimo. Así Jesús quiere evitar que sus interlocutores se anden por las ramas, con la teoría de lo principal, instándonos a todos a aterrizar en la vida y con nuestros semejantes. De esta manera se evita también el narcisismo religioso de los que creen amar a Dios en abstracto, llenando su tiempo libre de prácticas religiosas, pero sin dar cabida a la caridad, a la justicia y a la solidaridad con los demás. No se puede amar a Dios, cuando se hace imposible la vida a los demás. Ni hay amor a Dios, cuando nada se hace por hacer posible la vida a todos. Así el amor al prójimo se convierte en el cristianismo en el termómetro que nos indica si amamos y en qué medida amamos a Dios.

"Como a ti mismo". A Dios hay que amarle con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, es decir, sin limitación.

Al prójimo hay que amarlo también sin medida, pero como eso suena demasiado abstracto, la medida que Jesús nos da es la igualdad, como a ti mismo. Se descalifica así todo intento de rebajar el amor al prójimo a cualquier medida de beneficencia. Lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás. Más aún, lo que quieres y deseas para ti, quiérelo y deséalo para los otros. Eso es el amor cristiano, la caridad. Pero todo lo que no sea eso, no es cristiano, no es, al menos, la caridad y el amor que Cristo nos enseña y recomienda, lo que él practicó hasta el colmo de dar su vida por nosotros.

El amor, eso es todo. Sin amor al prójimo, no hay amor a Dios; y sin amor a Dios, no hay cristianismo. Todo se viene abajo, porque todo se reduce fundamentalmente al amor. Toda la ley y los profetas se sustentan en el amor. Claro que Jesús se refiere a la Ley de Moisés, que se había complicado hasta hacerla imposible.

Pero también vale para nuestras leyes. Es cierto que el amor no es susceptible de ser legislado, pero todas las leyes son insuficientes si falla la actitud de amor y respeto hacia los demás. Sin amor a los otros, se cumple lo de "puesta la ley, puesta la trampa". Y así vemos cómo la convivencia se degrada con el paro y la pobreza, a pesar de todos los esfuerzos legales de la política social. Esa dosis indispensable de solidaridad, de buena voluntad por parte de todos, de colaboración y esfuerzo para resolver las situaciones sociales de marginación, de hambre, de miseria, es lo que depende del amor.

Todo se reduce a la igualdad. Porque el amor sólo es posible entre iguales. Entre desiguales puede darse la piedad, la compasión, la misericordia, la beneficencia..., aspectos todos importantes del amor, pero que no son aún el amor. El principal mandamiento, el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo, es un alegato ineludible en favor de la igualdad entre los hombres y entre los pueblos, y en contra de toda discriminación, acepción de personas, jerarquización de seres humanos o razas. Todo esto lleva consigo la reducción del otro, del prójimo, a otro menos que yo, y otros menos que nosotros, en vez de la medida dada por Jesús de amar al otro como a uno mismo. Por eso, y puesto que de momento reina la desigualdad, el único camino para hacer posible el mandamiento del amor es el camino de la igualdad, al menos el camino que vaya eliminando distancias y acercando a todos hacia aquella igualdad que no sólo sea ante la ley, sino en la realidad y en la vida.

EUCARISTÍA 1990/49


3.

Dicen que los rabinos de Israel entresacaban de la Escritura 248 mandamientos y 365 prohibiciones. Uno imagina al judío piadoso enmarañado en tal laberinto de leyes y fórmulas, mareado por tener que atender tantos frentes. No sorprende que discutieran su importancia tratando de afrontar al menos las obligaciones primordiales, dejando para héroes las menos importantes. Ni sorprende que, a la hora de calificar, surgieran distintas escuelas con respuestas diversas; y que incluso lucharan entre ellas por imponer los propios criterios. Desde esta perspectiva se entiende que la pregunta vaya con trampa, "para ponerlo a prueba": a ver qué ideas tiene el Rabí de Nazaret: ¿Cuál es el Mandamiento más importante de la Escritura? Ver a los judíos con su laberinto de leyes, puede prestarse al chiste y al ridículo; pero lo cierto es que la maraña no está lejos de nosotros. Quien esté un poco metido en la vida interior de la Iglesia y asista a reuniones de pastoral, sabe la maraña de temas que se barajan a la hora de hablar de prioridades: ¿Qué es lo más urgente en la acción de la Iglesia? Y observará mareado que un día se habla de dar prioridad a la juventud; pero otro día oirá que lo primordial es la niñez, o la familia, o la inmoralidad, o la opción por los pobres, la catequesis, las vocaciones, la liturgia, el terrorismo, la espiritualidad sacerdotal... Y no sigo porque estoy seguro de que pudiera llenarse de "prioridades" el capítulo entero.

Mareado quien quiera acertar con lo prioritario. Pero pienso más en el hombre de la calle que acude, sin más pretensiones, a la misa de doce, y ve desfilar cada día distintos predicadores: uno truena contra el libertinaje en que se convierte la libertad; otro habla obsesivamente de los pobres; aquel mantiene su personal y razonable manía de que lo más urgente es tener cristianos bien formados que puedan afrontar la vida; otro acusa reiteradamente a la juventud perdida, que por cierto está ausente; alguien tiene la obsesión, bien cimentada por cierto, de que la parroquia tiene que ser comunidad... ¿Qué es realmente lo importante, lo fundamental, lo que resume todo y da sentido a vocaciones, pobres, liturgia, catequesis, comunidad...? AMAR.

¿Amar, qué? Pues amar todo lo que existe: Dios, el prójimo, el propio yo (¡tan difícil!), la naturaleza, la historia, la vida...

Si tuviéramos varios corazones, uno para amar a Dios, otro para el prójimo, otro para la naturaleza, cabría la posibilidad de trabajar con uno y dar descanso a los otros. Pero el hombre es un ser unitario: o ama o no ama. O tiene el corazón abierto, o lo tiene cerrado. Si lo tiene abierto, ama, vive, tiene paz, alegría: es la salvación. Si se repliega sobre sí mismo, no ama, ni vive, se entristece, se amarga, se agría, pierde la esperanza: es la condenación.

El gran problema del hombre es poder amar, y no ver en Dios un Dictador, en el prójimo un rival, en la naturaleza un enemigo, en la propia historia un desastre, en la vida "un rollo". Toda competencia o discusión entre la importancia de amar a Dios y amar al prójimo, es irreal y farisaica: tras esa discusión hay siempre un corazón que se repliega sobre sí mismo. Por eso resulta triste que este evangelio, dador de vida como lo es siempre la Palabra, se convierta en nueva fuente de discusiones farisaicas o de acusaciones partidistas.

El gran problema, el problema radical que el hombre ha de descubrir y afrontar, es su escasa capacidad de amar. Cada día siente la tentación de pensar que Dios le lima la libertad, que el prójimo es enemigo o despreciable, que su yo sólo puede envidiar a los otros, que su trabajo es un asco, que su vida es inaguantable. Lo que el hombre necesita es descubrir la raíz y la fuente del amor, porque si quiere vivir tendrá que amar y tantas veces le resulta imposible. Y la raíz del amor no es la innegable buena voluntad humana, que tropieza siempre en la misma piedra: en lo desagradable, en lo que hiere, en el enemigo. Enemigo puede parecer Dios, como sucede desde Adán en el Paraíso; el enemigo es siempre alguien cercano a nosotros, porque nos incomoda; el enemigo es la cruz de la vida, como gritó Pedro y tentó a Jesús; el enemigo es un yo defectuoso o pecador, como lo vio Judas cuando se ahorcó...

El Amor nace de Dios: de verse cada día querido y perdonado de El en la propia miseria, y llamado además a ser hijo. El amor no lo producimos; se nos da. Y cuando se recibe, se expande en toda dirección: Dios, hombres, naturaleza, vida...

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A
DESCLÉE DE BROUWER/BILBAO 1989.Pág. 164


4.

EL AMOR AL PRÓJIMO

-Amar al prójimo como a sí mismo (Mt 22, 34-40)

Parece inútil insistir en esa respuesta de Jesús sobre los dos mandamientos fundamentales: amor a Dios y amor al prójimo, dos mandamientos íntimamente unidos. Se imponen, no obstante, algunas observaciones. Ambos mandamientos, bien conocidos de los judíos -Jesús, para responder, no tiene más que citar el Deuteronomio (6, 5) y el Levítico (10, 18)- no constituyen para todos los judíos oyentes de Jesús el resumen de todos los mandamientos de la Ley. A eso se debe también la cuestión planteada a Jesús: "¿Cuál es -según tú- el mandamiento principal de la Ley?". La pregunta se plantea como una trampa; es una nueva tentativa para poner en dificultades a Jesús. San Mateo nos cuenta en varias ocasiones tales tentativas contra Jesús: ¿Con qué autoridad enseña Jesús en el Templo? (Mt 21, 23-37); "¿Es lícito pagar tributo al César o no?" (Mt 22, 15-22). ¿Hay una resurrección de los muertos? (Mt 22, 23-33). Y a continuación de su respuesta a esta pregunta, respuesta que maravilló a la gente, se le tiende la nueva trampa.

Todo lo que hay en la Escritura, en la Ley y en los Profetas, depende de estos dos mandamientos. Para san Mateo, ambos son iguales y no se puede practicar el uno sin el otro. Todos los demás dependen de estos dos. No será Jesús el único en afirmar ese lazo indestructible y necesario entre los dos mandamientos. San Juan escribirá: "Si alguno dice: 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso. pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1Jn 4,20). Es la afirmación del fundamento esencial de la vida cristiana, que no se puede vivir con autenticidad sin la observancia de esos dos mandamientos. También san Juan escribirá: se os reconocerá por esta señal: "si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35). La unidad entre el amor fraterno y el amor a Dios se recuerda con frecuencia en el Nuevo Testamento; es una de sus peculiaridades.

-Amar al huérfano, a la viuda, al extranjero, al pobre (Ex 22, 20-26)

El Antiguo Testamento se muestra severo en cuanto al amor al prójimo, y Dios se siente ofendido cuando hay falta de atención y de caridad para con aquél. Irrita especialmente a Dios la falta de caridad con los débiles. Y entre éstos, el emigrante, tanto más cuanto que Israel experimentó la misma situación. La viuda y el huérfano son débiles; si se falta a la caridad con ellos, el Señor hará morir a espada a los culpables, dejando a sus mujeres viudas y a sus hijos huérfanos.

Hay que mostrarse compasivos con el hermano. El texto refiere cómo hay que actuar con él si hubiere que prestarle dinero. Se le prestará sin cargarle intereses y se le devolverán lo más rápidamente posible las prendas que se le hubieran pedido.

Lo que llama la atención en este texto es la intervención de Dios en el momento en que el prójimo es perjudicado. El texto, sin afirmarlo, deja sobrentender que, al ocasionar un detrimento al prójimo, es Dios el alcanzado, por eso hace sentir su castigo.

El Nuevo Testamento sobrepuja evidentemente estos puntos de vista; para él, el prójimo es el Señor mismo, y una vez cumplido el Misterio de Pascua, el mismo bautismo, la manducación de la misma eucaristía, todo lo que provoca, alimenta y hace progresar nuestra inserción en el Cuerpo de Cristo, motiva la caridad fraterna.

Por este motivo, sería incongruente preguntarse si la enseñanza del evangelio de este día puede todavía hoy tener importancia para nosotros. Por eso, reconociendo esta enseñanza como el fundamento necesario de nuestra vida cristiana, se puede ampliar la presentación de esta realidad.

El amor a Dios es y debe seguir siendo la preocupación del cristiano de hoy como del de siempre. Pero además sería necesario que el cristiano de hoy acepte el utilizar los muchos medios capaces de hacerle entrar más en el misterio de Dios, en su plan de salvación revelado en la Escritura. El cristiano debería entregarse más a la oración, utilizando preferentemente la oración común, en la que Dios mismo se declara presente. ¿No se exige también en esto un esfuerzo al cristiano en orden a una más fácil participación en la vida litúrgica, la cual, aun no siendo el instrumento exclusivo de su unión con Dios, no por ello deja de ser una de sus cimas? El amor al prójimo se presenta en nuestra civilización contemporánea bajo formas más amplias. Investigación científica para el progreso del mundo, vida política, participación en obras sociales, son formas de servicio de amor al prójimo. Trabajar en el progreso de los valores culturales, pero también de los valores materiales para el bien humano de las personas, es una forma de amar; con mayor razón, todo cuanto se relaciona con el progreso espiritual de la humanidad. Por eso, sería inconcebible, en la cristiandad, una vida religiosa que pretendiera dedicarse al amor de Dios sin incluir en ello, bajo una u otra forma, el amor al prójimo, al menos en las intenciones de su oración y en sus preocupaciones.

Jamás se encarecerá suficientemente que el cristiano debe persuadirse de la importancia de estos dos mandamientos que están en la base de su vida. No tener esto presente, o tenerlo distraídamente, sería correr el riesgo de llevar una vida cultual sin autenticidad, y ejercer una actividad sacramental fuera de su verdadero contexto.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 80 ss.


5.

-El mandamiento principal.

La convivencia se ha complicado hasta el infinito y a todos los niveles, por eso se plantea a cualquier nivel la cuestión de las prioridades, expresión tan querida de los gobernantes. Son demasiados los problemas que hay que resolver, demasiadas las demandas y reivindicaciones que hay que atender, demasiadas las cosas que hay que hacer a la vez... Por eso, sin renunciar a lo demás, hay que establecer un orden de prioridades: ¿qué es lo más importante, lo más urgente, lo principal?

Curiosamente estas complicaciones no son nuevas. En aquel tiempo, en tiempos de Jesús, los judíos andaban también muy angustiados por la cuestión de las prioridades entre centenares de prescripciones y centenares de prohibiciones derivadas de la interpretación de los diez mandamientos. Los entendidos discutían, la gente sencilla se sentía confusa como ante el recibo de la luz o la declaración de la renta. Se imponía una cuestión: ¿qué es lo principal? Y de la calle y de las reuniones de entendidos, la cuestión se la plantearon a Jesús: Maestro ¿cuál es el mandamiento principal?

-Primero: amar a Dios.

Jesús responde sabiamente. Responde primero a lo que le preguntan, de acuerdo con la formulación de la Ley y con el sentir común. El primer mandamiento es "amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas".

No dice que sea el principal o que sea lo principal, sino que es el primero. Así constaba en la Ley de Moisés.

El amor a Dios es lo primero. En este sentido, dentro del contexto de la fe, no hay duda ni cambio posible. Tampoco nosotros encontraríamos una respuesta más correcta. Pero la cuestión se complica cuando de la teoría, lo que dice la Ley, bajamos a la práctica, lo que tenemos que hacer según la Ley.

Porque ¿cómo amar a Dios? Si obras son amores, que no buenas razones, ¿cómo demostrar, qué obras hay que hacer para expresar el amor a Dios? ¿Las obras del culto? Pero Jesús, en repetidas ocasiones, antepuso el amor al prójimo a las acciones cultuales de su tiempo; piensen en la parábola del buen samaritano o en las discusiones sobre guardar el sábado. Por otra parte, ¿de qué Dios se trata? ¿Del Dios al que nadie ha visto ni puede ver, o de ese diosecillo que no es más que el resultado de nuestros prejuicios o el ídolo de nuestros intereses?

-Segundo: amar al prójimo.

La respuesta de Jesús era sabia, porque no sólo respondió de modo desconcertante a lo que le preguntaban, sino que respondió a la vez a los que le preguntaban (y no se atrevían a preguntar): El segundo es semejante al primero. Nadie, salvo Jesús, se hubiera atrevido a fundir en uno los dos preceptos de la Ley. De ahora en adelante nadie puede arrogarse que ama a Dios, si no ama al prójimo. "El que no ama al prójimo, a quien ve, dice san Juan, no ama a Dios, a quien no ve". Ahora ya no se puede poner a Dios como pretexto para desentenderse del prójimo. Jesús ha resuelto definitivamente la dicotomía Dios y el hombre. Porque Jesús es Dios hecho hombre. Por eso el amor a Dios y el amor al prójimo no son más que las dos caras de la misma moneda.

EUCARISTÍA 1987/50


6.

Se ha escrito mucho sobre la campaña, promovida por los Ministerios de Sanidad y de Asuntos Sociales, de gastar 600 millones de pesetas en la distribución de un cierto tipo de anticonceptivos entre adolescentes. Muchos hemos criticado duramente esta medida que supone un paso más en un proceso, potenciado por muchos medios de comunicación de nuestro país, de trivializar la sexualidad, de vaciarla de su verdadero y más auténtico significado y de herir la sensibilidad y los modelos educativos de sectores muy amplios de nuestro pueblo. Me contaban hace poco que una sencilla mujer afirmaba que el llorado Félix Rodríguez de la Fuente presentaba con mucha más belleza y lirismo la sexualidad de los animales que lo hace cierto programa de TVE respecto de la sexualidad humana...

SEXO/LIBERACIÓN: Nadie puede discutir que el amor es una dimensión fundamental del ser humano y que la realización de la persona es inseparable de la realización de su capacidad de amar. El grave problema es que hoy se tiende a llamar amor a lo que no es amor, incluso a lo que está en las antípodas del amor. Desde hace ya bastantes años se ha hablado mucho de la «revolución sexual» y se la ha calificado como uno de los rasgos culturales más característicos de nuestra época. Pero, como dice J. A. Pagola, no pueden negarse las interrogantes de una revolución que hace «crecer el número de jóvenes alienados, arrastrando una vida enfermiza y distorsionada, incapaces de enfrentarse a la realidad... ¿Qué libertad es ésta que consiste en liberarnos de las 'represiones' para quedar sometidos a la esclavitud de los instintos? ¿No es ésta una liberación sin libertad? ¿Una liberación engañosa de la que no surge un hombre realmente dueño de su destino?». Y añade un texto importante de Erich ·Fromm-E: «La completa satisfacción de todas las necesidades sexuales no solamente no es la base de la felicidad, sino ni siquiera garantiza la salud».

Hoy el Evangelio nos habla del amor. De nuevo los fariseos quieren ponerle una trampa a Jesús al preguntarle cuál es el mandamiento principal de la ley. Comentan los especialistas del Nuevo Testamento que, para responder a esa pregunta, Jesús tenía que decidir entre los 613 preceptos (248 positivos y 365 negativos -más los negativos que los positivos- uno para cada día del año), que, según los fariseos, debían ser observados por una persona verdaderamente religiosa. La trampa farisea era: ¿Cuál es el mandamiento más importante de entre esas 613 prescripciones?

Jesús responde ensamblando dos preceptos del Antiguo Testamento. El Deuteronomio había afirmado, como parte del shema, del Credo israelita, el precepto del amor a Dios con todo el corazón y con toda el alma. Por otra parte, el Levítico había añadido el «amarás al prójimo como a ti mismo». Jesús, en su respuesta, no inventa un mandamiento nuevo. Lo nuevo en la respuesta de Jesús son dos cosas: el calificar a estos dos preceptos como el primero y el segundo y, sobre todo, el afirmar que el segundo mandamiento -el del amor al prójimo- es semejante al primero del amor a Dios. Esta es una idea central del mensaje de Jesús: en el Juicio Final Jesús nos dirá que lo que hicimos con nuestros hermanos más pequeños lo estábamos haciendo con él mismo. S. Pablo dirá que el que ama a su hermano, ha cumplido toda la ley y S. Juan añadirá que nunca podemos decir que amamos a un Dios a quien no vemos si no amamos al hermano a quien vemos.

¿Por qué esta continua obsesión de la Biblia en vincular el amor a Dios y el amor al hombre? ¿Por qué esa constante referencia bíblica a que no hay culto a Dios si no existe culto y servicio al hombre? ¿Por qué aparecen siempre unidas las dos dimensiones vertical y horizontal -como en la cruz de Cristo- del verdadero amor cristiano? ¿Por qué no se puede amar a Dios sin amar al hombre? ¿Por qué no basta con amar al hombre, aunque no amemos a Dios? ¿Por qué el segundo mandamiento es semejante al primero?

El viejo libro del Éxodo -primera lectura- nos da una primera aproximación. Es un texto que subraya el amor que se debe al débil: sea al forastero, la viuda y los huérfanos, o al pobre que tiene que acudir al usurero o dejar en prenda su manto. Esta primera aproximación viene a significar: «meterte en la piel del otro». Tú que fuiste forastero en Egipto, no lo olvides cuando tengas que tratar con los forasteros. Métete en el cuerpo de ese pobre que ha empeñado su manto y va a pasar frío por la noche. El camino para comprender, aceptar y comenzar a querer al otro es el de meterse dentro de él y, también, dentro de uno mismo. ¡Qué distintas se ven a las personas cuando las conocemos por dentro o las llevamos metidas dentro del corazón! Las madres son normalmente un ejemplo de comprensión de sus hijos. La razón es clara: los conocen por dentro, los han llevado y los siguen llevando dentro de sí. Es indiscutible que están más en la verdad cuando los valoran desde adentro que cuando lo hacemos desde afuera.

El mismo libro del Éxodo añade una segunda explicación. Por dos veces Dios repite en ese texto «yo los escucharé». Se está adelantando ya la frase de Jesús en el Juicio Final del mismo S. Mateo: «yo soy el forastero, la viuda, el huérfano, el que pide prestado, el que empeña el manto... Yo estoy de tal manera implicado en el hombre, especialmente en el débil y en el pobre, que lo que hagáis con él, lo estáis haciendo siempre conmigo».

Y, sin embargo, hay que sospechar que hay algo más cuando Jesús declara el amor a Dios semejante al amor al hombre. ·Rahner-K escribía que cuando amamos de verdad al prójimo, no sólo estamos cumpliendo un mandamiento, sino que «sucede realmente aquel acontecimiento último y verdaderamente único en nuestra vida en el que el hombre llega de forma realmente inmediata a Dios mismo... Allí donde el hombre se libera verdaderamente de sí mismo y ama al prójimo en un absoluto desinterés, se ha topado verdaderamente con el misterio silencioso e indecible de Dios».

Porque, en realidad, a lo que nos llama nuestra fe es a vivir en el amor; a convertir el amor en el núcleo y el aliento de nuestro vivir.

S. Juan dirá que el amor consiste en saber y sentir que Dios nos amó primero. El que se siente amado, protegido, acunado por el amor de Dios, se siente también como inmerso en una atmósfera y una realidad de amor que le lleva a vivir sus relaciones humanas de una forma distinta. «El que se sabe amado, está muy cerca de amar él mismo» ¿No se basa la afirmación de Jesús sobre el doble amor en la realidad de que ambos amores están en estrecha continuidad? «¿No se basa en la certeza de que, en definitiva, no hay más que un amor, no hay más que un don de sí, una apertura a los demás: apertura a los demás que se vuelve apertura al otro, acogida al otro, acogida de todos los otros? ¿No se funda en esta certeza la búsqueda indiferenciada, a que son llamados todos los cristianos, del amor a Dios y al prójimo?» (Monloubou). Es lo mismo que decía Rahner cuando afirmaba que en el amor desinteresado a los otros, nos abrimos y entramos en contacto con el misterio indecible de un Dios, al que tenemos que llamar Amor.

A esto estamos llamados los cristianos: a vivir en el amor. No a amar a éste o a aquél, sino a vivir en un amor que penetre todas nuestras actitudes y relaciones humanas. El que vive en el amor no puede amar a uno y odiar a otro, sino que el amor moldea todas sus relaciones. Esto es cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne, nuestro hombre viejo por un hombre nuevo. A este amor estamos llamados en todas las actitudes de nuestra vida. Y, además, los cristianos nunca podremos olvidar que la Palabra de Dios nos llama continuamente a un amor especial hacia los más pobres y débiles. Y ahí puede estar nuestra gran asignatura pendiente: es normal que nos sintamos afectados por una propaganda que devalúa el amor sexual y lo convierte en mero instinto descomprometido. Pero nunca debemos olvidar que la gran preocupación de la Biblia está en el terreno de la justicia y del amor al débil... ¿Cómo vivimos aquí en el amor?

JAVIER GAFO
PALABRAS EN EL CORAZON/A
MENSAJERO/BURGOS 1992.Pág. 243 ss.