26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXIX
(1-8)

 

1. REDENCION/LIBERACIÓN  J/MU/VD
"El hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos".

RESCATE/QUÉ-ES: Es una pena que se haya pervertido la palabra "rescate". Se había sacado de ella la idea de un trato odioso en el que Jesús se convertía en el precio de nuestra liberación ante un Dios ofendido, cuya cólera había que aplacar. Pero "rescate" evoca solamente una posible "liberación", que es ciertamente obra de Jesús. Una obra en la que todo habla de amor. Por amor a nosotros, el Padre envía a su Hijo dándole la misión de liberar a los hombres de lo que les impide amar.

La muerte de Jesús es una cosa terrible, difícil de comprender. Pero al menos podemos descartar dos interpretaciones falsas. No tiene nada que ver con una pretendida voluntad divina de venganza, totalmente extraña a la revelación que nos dice que Dios es amor. Y tampoco es una especie de glorificación dolorista de los sufrimientos y de la muerte violenta, como si esto tuviera valor en sí mismo.

El Padre no quiso directamente la muerte de su Hijo; le confió una misión difícil que resultaría mortal. Lo envió a un mundo en donde, para enseñar la caridad fraterna y la verdad de Dios, había que oponerse a todos los poderes orgullosos, egoístas y farisaicos.

Jesús veía adónde lo llevaba aquello, sintió angustia, pero no rechazó el cáliz: su muerte es el final de una fidelidad total a su misión. Nunca hemos de separar de toda su vida entregada por completo esa muerte que era el signo y la cima de su entrega: "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).

Ese es el sentido de aquél terrible: "El mesías tenía que sufrir" (/Lc/24/26), y en ese sentido puede también decirse que "todo estaba escrito", pero cuando leemos las Escrituras a la luz de lo que ocurrió. Las Escrituras no son una programación de algo que Jesús no debería hacer más que cumplir, sino una evocación inspirada, profética: eso es lo que habrá de costar seguramente la salvación. Descubren oscuramente, en forma de un puzzle con lagunas, ese paisaje de la redención que iba a iluminar el sol de pascua. Lucas dirá: "Empezando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura" (Lc 24, 27).

La vida y la muerte de Jesús son únicas debido a su valor universal. Es la fuerza divina de Jesús la que da esa universalidad a sus actos liberadores y la que hace de él, según la frase de san Pablo, el "nuevo Adán". Quiere hacernos pensar en la unidad del género humano en Adán, que prefiguraba la unidad en Cristo. Hay otras imágenes que evocan esta solidaridad misteriosa: Jesús es la vid de la que somos los sarmientos; es la cabeza del cuerpo místico del que somos miembros.

La salvación que nos ha traído Cristo no es evidentemente la transformación mágica de la vida y de los corazones, sino una dinámica de liberación. Hechos para amar, los hombres se habían atado con toda clase de cadenas que Jesús miraba (lo palpamos constantemente en los evangelios) con su lucidez de hombre, pero también con decepción de Dios: mucho egoísmo, mucho odio, una sexualidad desquiciada, la esclavitud del dinero, miedos y temores de todo tipo como si no existiera el Padre celestial. Incluso, y sobre todo, las cadenas forjadas por una religión mal comprendida. ¿Cómo habrían podido amar unos hombres encadenados de ese modo? Jesús comienza su obra de liberación enseñando y actuando como nadie habría podido hacerlo, ya que él era puramente amor, totalmente amor, gracias a una libertad de amar absolutamente inaudita. Por primera vez el amor era verdaderamente libre y podía recrear el mundo.

Se necesitaba un último acto de liberación. En la cruz, no dejarse aplastar por la desesperación, no dejarse vencer por el odio. Los que han conocido esos momentos terribles son quizás los únicos que pueden comprender desde dentro cómo nos ha salvado Jesús rompiendo el doble círculo del miedo y de la violencia despertada por la violencia. Frente al Padre que deja que se hunda en el abandono absoluto ("¿Por qué me has abandonado?") , frente a sus enemigos y a sus verdugos, Jesús logra superar aquello en donde nosotros nos habríamos quedado encerrados. Y detrás de él pasamos nosotros. Con él podemos decirle al Padre, en las más dura de las noches: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Y a los imperdonables: "Padre , perdónales".

Sabemos que perdonar es la cima más ardua del amor, la prueba de que somos libres para amar. El perdón de Jesús en la cruz es una brecha por la que el amor mismo de Dios invade al mundo y se convierte en la verdadera lógica de la vida, aunque sean muy pocos los que la sigan como es debido.

Pero el amor de Jesús en la cruz no nos libera sino porque Dios, al resucitarlo, ratifica esa vida y esa muerte e inaugura el nuevo mundo donde, en Jesús (y hay que darle a ese "en Jesús" todo su significado), podemos escoger el amor como lógica.

Jesús nos da el ejemplo de esa vida en el amor, y de las fuerzas para seguir siendo libres para amar. El no es solamente el que abrió el mundo nuevo, en donde entramos por el bautismo y por la fe; es también él ese mundo nuevo. Y en él es como podemos vivir salvados: "Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí" (Ga 2, 20).

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 101


2.

VOSOTROS NADA DE ESO

Leer lo que Jesús recomienda a los suyos en el Evangelio y ver la vida que llevamos a la hora de la verdad parece el juego de los despropósitos. La letra nos la hemos aprendido de memoria, pero la práctica es otra cuestión bien distinta. A la hora de la verdad, después de todas las discusiones habidas y por haber, en la vida diaria nos conformamos con pensar que basta con "tener fe", entendido en cuanto aceptación puramente teórica y mental de una serie de proposiciones: existe Dios, Jesús es Dios, Dios es Uno y Trino... Muy bien: firmamos lo que haga falta (y más si, encima nos aseguran la salvación a cambio) y luego... ¡a vivir que son dos días! En cierta ocasión, con motivo de una singular petición formulada por los hijos de Zebedeo, hizo Jesús un repaso sobre la forma en que se vivía el poder y la autoridad en su tiempo y acabó con una terminante conclusión: "entre vosotros nada de eso".

Pero si bien puede que fuese aquella la única ocasión en que pronunció literalmente tales palabras, ese mismo sentimiento lo dio a entender a lo largo de toda su vida, sobre todo con su propio ejemplo. De forma que, para Jesús, "nada de eso" no sólo en lo referente a la autoridad y el poder sino en todos los órdenes de la vida. "Nada de eso" de como normalmente suele entenderse la vida.

Y es que una cosa es ser habitantes de la tierra y otra muy distinta es ser ciudadanos del Reino.

AUTORIDAD/PODER: Para los habitantes de la tierra el poder y la autoridad son dos medios para prosperar; para tener muchos servidores; para dar rienda suelta al orgullo y la presunción; para colocar -vía amiguismo y enchufismo- a parientes, amigos y a los del partido; para tener influencias, para mirar por encima del hombro al pueblo; para viajar en "mystere" y tener coche blindado; para tener cuatro chalés mejor que tres; para viajar a costa del dinero de los contribuyentes, aunque sea un viaje particular, etc.

Para los ciudadanos del Reino la autoridad es servicio y no hay otro trono posible que el de la cruz. Para los habitantes de la tierra el dinero es lo que da la felicidad o, por lo menos, ayuda a conseguirla; es el que abre puertas y tiende puentes; da categoría a los hombres, los hace importantes, distinguidos, privilegiados.

Para los ciudadanos del Reino el dinero es un bien que se utiliza pero al que no se sirve; que se comparte pero que no se acumula; que hace más responsable de las injusticias al que abundantemente lo posee, si no lo emplea en remediar las necesidades de los hermanos.

Para los habitantes de la tierra la categoría social es imprescindible; hace de los hombres "yupis"; levanta los sombreros de los vecinos, suscita las envidias de casi todos, es fundamental "ser alguien", tener un título, una posición por encima -al menos- de la media nacional; ser un "don nadie" es una de las mayores tragedias, cuando no una vergüenza familiar y social.

Para los ciudadanos del Reino no hay nadie más importante y más valioso que los pobres y los niños, los que socialmente no cuentan, los que son un número sin rostro; la categoría social es inútil porque "los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos".

Para los habitantes de la tierra hay muchos valores absolutos a los cuales se ven sometidos los hombres: la estética, el deporte, estar en forma, los objetos de consumo, el piso, el coche...

Para los ciudadanos del Reino no hay otro valor absoluto que Dios, junto con el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios; todo lo demás, absolutamente todo lo demás está al servicio del hombre, nunca al revés.

Ya lo hemos dicho: una cosa es ser habitantes de la tierra y otra muy distinta, ser ciudadano del Reino. Pero nosotros, inteligentes y hábiles que somos, hemos encontrado la forma de "nadar y guardar la ropa": seamos habitantes de la tierra y declarémonos ciudadanos del Reino. Aunque es para preguntarse ¿a quién engañamos? Desde luego a Dios no; ya nos lo enseñaron desde bien pequeños. Entonces, ¿a nosotros mismos? Como cada hijo de vecino seguimos afanándonos por el dinero, por la vida fácil, por conquistar el poder, por tener buena fama -lo de menos es si fundada o infundada: "cobra buena fama y échate a dormir", nos asegura el refrán- y, a la hora de la verdad, en poco nos diferenciamos, los que queremos vivir como ciudadanos del Reino, del estilo propio de aquéllos a quienes San Juan llamaba hijos de la tinieblas.

Por mucho que queramos disimular, por muchas excusas y justificaciones que nos busquemos, si no vivimos como Jesús estamos reduciendo el Evangelio a pura teoría; y cuando el Evangelio se queda en teoría, se queda en nada. Y las palabras de Jesús siguen ahí, vigentes y -tristemente- todavía novedosas: "vosotros nada de eso". ¿Seguro que nosotros nada de eso? Habrá que pensar en serio y tomar más de una decisión.

L. GRACIETA
DABAR 1988, 52


3.

SERVIR

Hay una frase en el Evangelio que Jesús dirigió a Pedro en un momento determinado: "Piensas como los demás hombres". Se la dijo cuando Pedro intentaba oponerse dialécticamente a la trayectoria de dolor y humillación que Cristo estaba prediciendo para Sí mismo.

La frase es redonda y de una gran profundidad. Hay algo claro en el Evangelio: Jesucristo ha venido al mundo para hacer posible el Reino de Dios, a propugnar un estilo de vida propio, a mirar las cosas y los acontecimientos con unos ojos nuevos, a dar a cada situación humana su valor auténtico. Jesucristo ha venido al mundo a vivir de modo diferente a como viven habitualmente los hombres, a juzgar de manera distinta, a preferir lo que los hombres no prefieren y a menospreciar e incluso anatematizar lo que los hombres persiguen desesperadamente. Toda su vida y su predicación fueron una demostración práctica de ese "algo" especial que desprendía su figura y que lo hacía, indudablemente, ser distinto a "los demás hombres".

Su empeño fundamental fue que lo suyos fueran capaces de comprenderlo. Y por eso, pacientemente, intenta poner ante sus miradas la imagen del hombre nuevo, del hombre distinto, que tendrán necesariamente que ser si quieren seguirle y comprenderle. Y es curioso que en uno de los aspectos en que más insistió Jesús (se puede constatar leyendo el Evangelio) es en el nuevo estilo que deberían tener los suyos respecto a la autoridad, respecto al poder. Una y otra vez Cristo habla a los Apóstoles de una concepción del poder que no es ni parecida ni semejante a la que tienen "los demás hombres". Para "los demás hombres" el poder es algo fascinante e irresitible que los coloca por encima de todos y de todo, es algo que transforma al que lo detenta en un ser importantísimo al que los demás temen, más que respetan o valoran; es algo que se utiliza principalmente en beneficio del que lo tiene y muy poco en favor de aquéllos sobre los que se ejerce; es algo que convierte al titular, en cuanto las circunstancias lo permiten, en señor de vidas y haciendas. El poder, en todas sus facetas, lo es todo o casi todo para el hombre.

Jesucristo, que conocía bien al hombre, era hombre, quiso poner en guardia a los suyos frente a esa tentación irresistible que ejerce el poder. Y una y otra vez les habló de servir y no de mandar, una y otra vez contrapuso el reino de los hombres, donde el que manda, manda, al Reino que El quería, donde el que manda, sirve; una y otra vez les aconsejó que ocupasen los últimos puestos en los banquetes, les habló de los pobres y les señaló como momento supremo de ejercer "el poder" nuevo que venía a enseñar, el de la muerte por los demás. Y, como es natural, los Apóstoles, "que pensaban como los demás hombres", se resistían sobremanera a ese estilo desconocido e inadmisible de concebir el poder; no les convencía en absoluto el estilo de un Salvador que no se impusiera a los demás, de un Rey que no tuviera corte, séquito, primeros ministros y espléndidos palacios; de un Mesías que no fuera capaz de cumplir con los deseos nacionalistas que afloraban a la superficie de su pueblo en el momento histórico en el que vivían. Los Apóstoles, que "pensaban como los demás hombres", mientras Cristo predicaba (nunca mejor dicho) "en desierto", echaban sus cuentas para ver quién de ellos llegaba antes en esa carrera que los hombres hacen para sentarse el primero en el sillón.

Hubo un momento en el que a los Apóstoles se les cayeron las escamas de los ojos, se les perforó el tapón de los oídos y se les arrumbaron las telarañas del cerebro. Hubo un momento en el que comprendieron a Cristo y dejaron automáticamente de pensar como los demás hombres. El ejemplo que dieron al mundo fue fabuloso. Sin embargo, como el estilo es en cierto modo "antinatural" (ya que pensar como los demás hombres es lo usual), duró poco. Y la Historia ha contemplado y contempla comunidades cristianas en las que sus miembros "piensan como los demás hombres", luchan por las mismas cosas, con la misma fiereza y cuando tienen ocasión se comportan de la misma manera. Es más, creo que todavía habrá muchos cristianos que en la soledad de su corazón rezarán a Cristo pidiéndole -eso sí, para su mayor gloria- un primer puesto, un puesto desde donde -como está en alto- puedan mejor expandir su mensaje.

Estoy segura de que hoy, veinte siglos después de la escena que contemplamos en el Evangelio, Cristo tendría que decirnos nuevamente a nosotros que no sabemos lo que pedimos y que, desde luego, no hemos sido capaces de mantener en el mundo el nuevo estilo de hombre nuevo que el inauguró en su momento.

DABAR 1982, 52


4.

"Queremos que hagas lo que te vamos a pedir...": Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, tenían sus planes y sus aspiraciones. Lo que es muy humano, ¿quién de nosotros no tiene planes y aspiraciones? Santiago y Juan aspiraban a los primeros puestos, el uno debería sentarse a la derecha de Cristo y el otro a su izquierda cuando llegara el día de la gloria. Y eso es lo que le piden: "Queremos que hagas..." También es humano y demasiado humano pretender que los otros hagan lo que a nosotros nos conviene, supeditar a los otros a nuestros planes. Para conseguirlo los hombres recurrimos a veces a todos los medios, no siempre honestos. Utilizamos la recomendación, la presión moral, la adulación, el chantaje.

Pero Jesús, el Hijo de Dios, no tiene sus planes, sino que acepta para su vida el plan de Dios. Y cuando ora, dice: "Hágase tu voluntad y no la mía". Por otra parte, el plan de Dios es que su Hijo dé la vida para la salvación del mundo. Y ése es el cáliz que le ofrece, el cáliz que Jesús ha de beber. Jesús no vino a este mundo para servirse de los demás o para poner el mundo a sus pies, sino para servir y para estar entre nosotros como quien sirve y para ocupar el último lugar: "Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos". Esto quiere decir que la vida de Jesús responde a las necesidades de los hombres, a los que sirve, y en las que recibe al dictado la voluntad de Dios. Podríamos decir que en cierto modo Jesús no tiene vida privada, porque todo él, como Hijo de Dios, es el Hombre-para-los-demás.

A los hijos del Zebedeo que se acercan a Jesús para que él haga lo que quieren, y a todos los que tienen sus planes y aspiraciones, les pregunta, nos pregunta, si estamos dispuestos a seguir el camino que él sigue y a beber el cáliz que él ha de beber.

"Sabéis que los jefes tiranizan a los pueblos...": Jesús da por sabido lo que siempre se ha visto: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen". En efecto, siempre ha habido clases, siempre se ha visto que unos mandan y otros son unos mandados, que hay ricos y pobres, grandes y pequeños, opresores y oprimidos. Desde la época de los esclavos hasta la época actual de los consumidores, pasando por el feudalismo y las democracias burguesas, la sociedad se asemeja a una pirámide en la que unos pocos se alzan sobre la mayoría. Y aunque ha habido cambios, revoluciones y progresos, han cambiado más las palabras que la realidad.

En el marco de esta triste constatación, la democracia se presenta como el menor de los males. Parece claro que la ambición por el poder, la lucha por el poder, la voluntad de poder ha prevalecido casi siempre por encima de la voluntad de servicio.

-"Vosotros nada de eso": Sin embargo, lo que Jesús da por sabido no lo da por bueno.

Aunque conoce la realidad, no reconoce la dictadura de esa realidad. Frente a ella propone la utopia del reino de Dios, en el que unos están al servicio de los otros y los últimos son los primeros: "Vosotros nada de eso. El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos".

No se trata sólo de un cambio de actitudes, aunque también de eso, claro está, sino de un cambio de la realidad. Tampoco de un cambio de nombres: ¿Qué significa "ministro"?, ¿y qué sentido tiene en realidad de verdad el título de "Siervo de los siervos de Dios"? La misión de la Iglesia en el mundo es crear un espacio para la utopía del reino de Dios, hacer sitio a la fraternidad; dar lugar a lo que parece imposible. Su organización no debe adaptarse a las estructuras de este mundo, su espíritu no debe ser como el espíritu de este mundo que pasa. Menos aún debiera quedar a la zaga de lo que se ha llamado "el menor de los males posibles", sino ir por delante, abriendo camino, realizando lo imposible de una convivencia fraterna para que un día sea posible para todos. Pero vemos que la iglesia se enroca todavía en estructuras feudales, y a veces parece mucho más preocupada por salvar su vida -y lo que es menos que su vida- que por entregarla para la vida del mundo.

Despejar nuestras responsabilidades y arrojarlas sobre la iglesia como institución no seria justo. Los cristianos tenemos mucho que hacer en la comunidad eclesial y en la comunidad civil, en la familia, en la escuela, en todas partes. Pero sólo podremos hacer lo que debemos si nos situamos en el lugar apropiado para servir. Y ya se sabe que el lugar más apropiado para estos menesteres es el último de todos. No es con el poder y desde el poder, sino con el servicio y desde el lugar de los que sirven como podemos beber el cáliz que Jesús nos brinda. ¿Podemos?

EUCARISTÍA 1982, 47


5. J/MU/SACRIFICIO:

-La muerte de Cristo, sacrificio

Desde hace tres domingos leemos la carta a los cristianos Hebreos. Es un texto muy importante porque nos ayuda a descubrir el sentido de la muerte y resurrección de Jesucristo, relacionándolo con lo que había sucedido en el Antiguo Testamento. Aquel sacerdocio, aquellos sacrificios en la sangre de los corderos eran figura -anuncio- del único sacerdote, del único sacrificio, ofrecido una vez para siempre. La muerte de Jesucristo, más allá de las motivaciones humanas que la desencadenó, es un verdadero sacrificio ofrecido a Dios Padre. El evangelio, hoy, nos ha dicho: "El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos". Y la primera lectura de Isaías, finaliza diciendo: "Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos".

-Nuestra adhesión a Cristo

No caigamos en la simplificación de pensar que el cristianismo es una moral, un conjunto de normas de comportamiento dictadas por un personaje iluminado que, como tantos otros en el curso de la historia, han dictado sus consejos a unos discípulos. Hoy me sería muy fácil enfocar la homilía, como hemos hecho en ocasiones anteriores, destacando la importancia del espíritu del servicio, simplemente, porque Jesús lo ha dicho.

Nuestra adhesión a Jesucristo no es únicamente a sus palabras. Es a su persona. Es aceptar, por la fe, su condición divina y, por tanto, el valor infinito de su sacrificio en remisión de nuestros pecados. Una vez hemos aceptado la salvación que nos da él, nos unimos a él, por el bautismo, formando un solo cuerpo. Su vida divina, como la savia de la vid, circula en nosotros, los sarmientos. Esta vida se irá alimentado después de la eucaristía, la oración y los otros sacramentos. Configurados con Cristo, es lógico y normal que nuestra acción sea una imitación de su vida. De aquí saldrán unos modelos de comportamiento. Pero no brotarán únicamente de unos consejos, de unas palabras muy bien dichas. Tendrán como trasfondo la trayectoria del mismo Cristo, que primero hacía y practicaba todo lo que después enseñaba.

-El servicio a los demás

Uno de los aspectos en el que la identidad entre lo que hace y enseña Jesucristo está más claro es, precisamente, el espíritu de servicio. Jesús rechazaba el modelo de los que figuran como jefes y disponen de los súbditos como si fueran sus esclavos. El, lo afirma claramente -y lo practicaba-, no ha venido para que le sirvan, sino para servir.

Durante este ciclo litúrgico, en el que leemos preferentemente el evangelio de san Marcos, hemos tenido ocasión de seguir, casi día a día, todo el itinerario de Jesús por villas y pueblos, curando, haciendo el bien, entregándose a los demás.

Por eso no debe extrañarnos el gesto profético con que quiere que le recuerden los apóstoles: el lavatorio de pies, el jueves santo. Si él, que es maestro y señor ha hecho esto, también nosotros debemos ponernos al servicio de los demás.

-El signo de la Eucaristía

Es muy sintomático que san Juan que -en su evangelio, después de la multiplicación de los panes- dedica tanto espacio para dar una extraordinaria catequesis sobre la eucaristía (recordad los cinco domingos que le dedicamos este verano), al llegar a la última cena, no pone -como los otros evangelistas-, el momento de la institución de la eucaristía y, en cambio, nos describe la escena del lavatorio de pies. ¿No se trata de un mensaje equivalente? De hecho, Jesús, en la eucaristía, condensa todo lo que ha hecho y ha predicado, toda su vida y el significado de su muerte: entregarse a los demás. "Mi cuerpo entregado... mi sangre, derramada". Al añadir después: "Haced esto en conmemoración mía", ¿significa únicamente "reuniros para celebrar la misa" o significa también "entregad vuestro cuerpo, vuestra sangre", es decir, "entregaros a los demás con todo lo que sois y tenéis"? En este caso, la eucaristía no sería únicamente un acto de culto que nos une a Cristo con cierta periodicidad. Sería una invitación a que toda nuestra vida fuera, siempre en todas parte, una imitación de la de Cristo.

ALBERT TAULÉ
MISA DOMINICAL 1988, 20


6.

DAR LA VIDA
para servir y dar la vida en rescate

Marcos recoge en su evangelio unas palabras con las que Jesús resume el sentido último de su vida. «El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida en rescate por todos».

Normalmente, al escuchar estas palabras, los cristianos solemos pensar en el sacrificio último realizado por Jesús en lo alto de la cruz, olvidando que toda su vida fue entrega y servicio.

En realidad, la muerte de Jesús no fue sino la culminación de un «desvivirse» constante a lo largo de los años. Día tras día, fue entregando sus fuerzas, su juventud, sus energías, su tiempo, su esperanza, su amor. La entrega final fue el mejor sello a una vida de servicio total a los hombres. Los cristianos somos, pues, seguidores de alguien que ha dado su vida por los demás.

Esto no significa necesariamente que tendremos que sacrificar nuestra vida para salvar la de otro, pero sí que tenemos que entender nuestro vivir diario como un servicio y don a los demás.

Lo más precioso que tenemos y lo más grande que podemos dar es nuestra propia vida.

Poder dar lo que está vivo en nosotros. Nuestra alegría, nuestra fe, nuestra ternura, nuestra confianza, la esperanza que nos sostiene y nos anima desde dentro.

Dar así la vida es siempre un gesto que enriquece, que ayuda a vivir, que crea vida en los demás, que rescata, libera y salva a las personas.

Tal vez éste sea el secreto más importante de la vida y el más ignorado. Vivimos intensamente la vida sólo cuando la regalamos. Sólo se puede vivir cuando se hace vivir a otros.

Cuántas personas terminan por no saber qué hacer con sus vidas. Han trabajado incansablemente, han logrado casi todo lo que se han propuesto, han alcanzado éxito allí donde lo han buscado, pero no saben lo que es dar la vida. Su existencia sólo ha sido acaparar, acumular, competir, dominar. Pero no entienden nada de lo que es dar y por lo tanto, nada saben de enriquecer, liberar, rescatar y salvar la vida de los demás.

Encontrarán en la vida satisfacciones, halagos, éxitos. Pero nunca podrán experimentar el gozo y la dicha que se encierra siempre en la vida de aquellos que, sin haber logrado grandes cosas en la vida, han sabido darla sencillamente en una actitud de servicio y ayuda generosa y desinteresada.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 237 s.


7.

EL PODER COMO SERVICIO: PODER/SERVICIO

El texto de Marco empieza con una frase sospechosa: "Se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo". Se está hablando de una familia, de un clan, de un grupo de poder. Cuando uno es "el hijo de no sé quien", "el director de no se qué", "el miembro de no sé cuál"..., malo. La persona, el valor sagrado del ser humano, desaparece para aparecer la bambolla del cargo, de la influencia, del dinero, del poder.

Lo que viene detrás es muy lógico: "Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda". ¡Vaya hermanitos! Se quieren quedar con todo. Lo raro es que Jesús no se enfada. Les explica pacientemente que él no puede "colocarlos". El Reino no es un ministerio, ni un banco, ni un negocio. El Reino no funciona por enchufes o favoritismos de compadreo.

Los que sí se enfadan, ante la voraz osadía de los hijos de Zebedeo, son los demás discípulos. Probablemente porque ellos estaban dispuestos a pedir lo mismo y se les han adelantado. Los discípulos de Jesús eran todavía habitantes terrenos no ciudadanos del Reino. Y Jesús ejerce con ellos la pedagogía paciente de los nuevos modos. Les da una soberana lección sobre uno de los asuntos más delicados: el sentido del poder. De todo poder. Tener poder no es servirse de los demás, sino servirlos. No es aprovecharse para dominar y tiranizar, con aires de superioridad. El poder como servicio. Cuanto más poder, mayor servicio. Hasta el punto de que sólo el servicio puede justificar al poder.

Esto sí que es una revolución. Jesús lo sabe. Por eso no se enfada. Por eso da explicaciones. Lo habitual, lo que se ve por ahí, es que los poderosos se sirven del poder para su provecho. Y para aplastar a los demás. Para "tiranizarlos". Es lo normal. Jesús pide lo contrario. Un cambio radical: disposición total a servir a los demás. No cometer la trágica equivocación de creerse superior a los otros porque se ocupa un cargo, no presumir del cargo, no aplastar a nadie, no dedicarse a ganar dinero o a amontonar prebendas... ¡Cielo santo, qué poco han cambiado las cosas desde que Jesús dijo esto! Sin embargo, no hay cristiano que no esté de acuerdo con ello. Con la teoría. Pero hay pocos cristianos que lo cumplan. Porque no hay que olvidar que las palabras de Jesús van dirigidas, de modo principal, a sus seguidores. ¿Cómo nos arreglamos los cristianos para, teniendo tal concepto del poder, obrar de manera tan diferente? Pues a base de trucos. Inocentes trucos que no engañan a nadie. Por ejemplo el truco de la identificación con el cargo, con el poder. Las expresiones "ocupar el cargo", "tomar posesión", que no significan propiedad sino uso, las convertimos en "adueñarnos del cargo", hacerlo nuestro, identificarnos con él.

Con lo que, automáticamente, nos erigimos en propietarios absolutos. De modo que todo lo que va en contra de nosotros, contra nuestras veleidades o debilidades, es considerado ataque al cargo mismo, a la autoridad misma. Una forma muy poco sutil de utilizar el poder a nuestro servicio.

"El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate de todos". Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y terminantes. Y sabemos muy bien que no hay en ellas ninguna metáfora, la más mínima retórica. Basta mirar a la cruz.

La teoría cristiana sobre el poder es tan seductora que se la ha apropiado todo el mundo... de boquilla. Todos dicen aspirar al poder para servir. Lo gritan los políticos, los militares y hasta los negociantes. Y no deja de ser altamente irónica la afición al poder/servicio, como si todo el mundo fuera maravillosamente sacrificado y amoroso. Luego nos damos cuenta de que no es así.

Si la hipocresía es el mejor homenaje que el vicio hace a la virtud, las indisimuladas ganas de poder, disfrazado de servicio, son el mejor homenaje a la teoría de Jesús. Sólo a la teoría. Pero Jesús no tenía teorías. El Evangelio no es una teoría. Y cuando se queda en teoría, se queda en nada.

DABAR 1988, 52


8.

-Hoy es la Jornada Mundial de las Misiones

Hoy es un día entrañable para todos nosotros; celebramos la Jornada Mundial de las Misiones. El "Domund" nos trae cada año un nuevo aliento de universalidad y nos ayuda a pensar en países lejanos y en el trabajo que allá realizan miles de misioneros y misioneras, cristianos de nuestra misma Iglesia. Recordamos su compromiso con la justicia y la liberación integral de los pueblos del Tercer mundo y nos dejamos impactar por su valiente testimonio que a veces les lleva hasta la muerte violenta.

Este año el "Domund" nos invita a buscar el porqué de tanto esfuerzo y sacrificio; a buscar la raíz de la Misión de la Iglesia en el mundo, desde el día de Pentecostés hasta nuestros días. La respuesta es: "Jesucristo, un derecho de todo hombre".

-Nuestro mundo necesita a Jesucristo

El Papa, en su reciente encíclica misional nos dice que si miramos serenamente nuestro mundo veremos "afianzarse en los pueblos los valores evangélicos que Jesús encarnó en su vida: paz, justicia, fraternidad, dedicación a los más necesitados" (Redemp. Missio número 3).

Veremos también que millones de personas buscan el sentido de su vida, de su sufrimiento y de su misma suerte.

Y en el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos ha dicho que El "no ha venido para que le sirvan", sino para servir y dar su vida en rescate por todos los hombres". El quiere y puede satisfacer las más íntimas esperanzas de la humanidad. ¿Quién hará posible el derecho de todo hombre a conocer y amar a Jesucristo y a vivir los valores de su Evangelio?

-Todos los cristianos somos misioneros

Anunciar el Evangelio es una tarea confiada por Jesucristo a los apóstoles y a todos los cristianos. Este gozoso anuncio debemos darlo nosotros aquí trabajando en la "nueva evangelización" de nuestros hermanos que se han olvidado de El y que siguen teniendo derecho a conocerle y amarle.

Es necesario -y hemos de decirlo hoy de una manera muy clara- que millones de hombres y mujeres que aún desconocen a Jesucristo puedan recibir el anuncio de su Evangelio. El conocimiento del Señor les llevará a descubrir su dignidad de hijos amados del Padre, llamados a compartir la gloria de Jesús, el Hijo de Dios. Movida por el Espíritu Santo, la Iglesia envía misioneros a los pueblos lejanos con el encargo de ofrecerles esta Buena Nueva, respetando sus culturas y la conciencia de cada persona. Así, los diferentes pueblos, especialmente los del Tercer Mundo, podrán realizar en plenitud su vocación humana, social y eterna.

Los misioneros anuncian a Jesús, reúnen a los creyentes y así se va construyendo la Iglesia que promueve los valores del Reino de Dios en todo el mundo. Los mismos misioneros, a semejanza de Jesucristo, no tienen miedo de dar su vida por aquellos a quienes sirven. Ya es conocida la estadística de los últimos años que nos habla de casi dos misioneros asesinados cada mes en los distintos países del Tercer Mundo. En el año 1989 murieron trágicamente 22 (seis de ellos en El Salvador) y la cifra de muertos fue de 16 el año pasado.

Los misioneros realizan una gran tarea de Iglesia en tierras de misión. Nosotros, aquí, les hemos de imitar evangelizando a nuestros hermanos descristianizados. Pero debemos también interesarnos y cooperar en la misión universal de los hombres y mujeres de los países lejanos que tienen el mismo derecho que nosotros a conocer y amar a Jesucristo.

-La Sangre de Cristo derramada por nosotros y por todos los hombres Ahora continuemos nuestra celebración recordando las palabras de la carta a los Hebreos, que hoy hemos escuchado: "Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia". Jesús ofrecerá al Padre su sangre por nosotros "y por todos los hombres para el perdón de los pecados"

JORDI JORBA
DELEGADO DIOCESANO DE MISIONES
BARCELONA