36 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVIII
CICLO C
1-10

 

1. AGTO/ALABANZA 

Una de las causas más viejas de las quejas del hombre es el desagradecimento; pocas cosas saben tan mal a una persona como topar con un desagradecido. Se quejan los padres de lo desagradecidos que son los hijos, los jefes de lo poco que sus súbditos saben reconocer sus desvelos en orden a una mejora del cualquier tipo, y así podríamos revistar un largo número de ejemplos. Ya lo dice el refrán: "cría cuervos y te sacarán los ojos". Pero, si bien miramos, reconocemos que no pocas veces tienen razón quienes nos acusan de desagradecidos. ¿Quién se cree limpio de pecado? Si bien entre los hombres todos somos deudores de todos y, en muchas ocasiones, exigimos que se nos agradezca aquello que no era sino cumplimiento de nuestro deber (y, por tanto, no necesariamente meritorio de agradecimiento) con lo que nuestra queja ante el desagradecido pierde mucho de su fuerza, hay una queja contra el desagradecido que puede resultar patética: la queja de Dios ante el hombre que es desagradecido con El.

La queja de Dios ante el desagradecido es mucho más que un mero llanto, mucho más que una expresión de un cariño no correspondido. La queja de Dios puede ser -es- la condenación del hombre.

¿Quién es el desagradecido? Según el relato del evangelio, de los diez leprosos sólo uno vuelve a dar gracias a Dios; nueve son los desagradecidos. Y ¿quiénes son esos nueve restantes? Siguiendo el relato comprobamos que esos nueve eran judíos; y, como tales, se consideraban -porque lo eran- los elegidos de Dios. Ese mismo error se comete hoy en muchas ocasiones: creerse elegido no por gracia de Dios, sino por méritos propios; y al creernos elegidos de Dios por méritos propios empezamos a creernos alguien importante, de allí pasamos a pensar que, dada nuestra valía no necesitamos a Dios; se rechaza a Dios -a quien, por supuesto, se considera que no hay nada que agradecerle, pues todo son méritos propios -en la construcción del mundo, se opta por un mundo sin Dios, se mata existencialmente -por muy cristianos que nos creamos- a Dios.

Rechazado Dios, el hombre, necesitado de una salvación, opta por salvarse a sí mismo, se cierra en sí mismo, en su egoísmo, y crea en su entorno un mundo frío y estéril, un mundo sin amor, un mundo condenado. Ha sido el hombre, con su desagradecimiento, quien se ha condenado a sí mismo; por eso el grito de Dios ante el desagradecimiento del hombre es patético: porque habla de muerte.

Frente a este personaje que, cegado por el egoísmo, no puede ser agradecido, creando en sí y en su entorno un mundo falso, sin Dios, sin amor y sin salvación, nos aparece también en el relato evangélico la figura del agradecido.

¿Quién es el agradecido? Vemos que es uno solo, extranjero, samaritano -lo que equivaldría decir que era un excluido, no un elegido-, un rechazado por los judíos. No era el samaritano el pueblo elegido, sino el judío; sin embargo, es el samaritano el que conoce y reconoce su verdad. Impuro como los otros nueve, sólo el samaritano es capaz de reconocer la salvación que se realiza en su curación. Más que curarle -la lepra, la impureza, era algo mucho más grave que una simple enfermedad: era algo que condenaba de por vida a quien la padecía al ostracismo-, Jesús salva al samaritano. Y el samaritano sabe ser agradecido.

Pero no pensemos que el agradecimiento del samaritano es de estilo ramplón, ñoño, de un romanticismo desfasado. El agradecimiento del samaritano tiene, como base fundamental, el reconocimiento de su situación real: un pobre hombre, de la clase de los marginados, de los no-elegidos, que por el amor de Dios ha sido salvado; y, como una respuesta posible por parte del hombre, el agradecimiento; un agradecimiento que es cambio de vida (se volvió), y un cambio que hará del hombre salvado un testigo de Dios (alabando a Dios a voces), que se reconoce esclavo de un único Señor (se echó por tierra a los pies de Jesús), pero un esclavo que sabe que su Señor no es un tirano, sino un Salvador (dándole gracias); el agradecimiento ha sido, en definitiva, lo que ha salvado al hombre de un mundo egoísta, cerrado sobre sí, sin perspectivas de futuro. Un agradecimiento activo, lleno de vida, construido más con actos que con palabras, aun sin faltar éstas. Un agradecimiento que es algo más que una respuesta concreta en un momento determinado a una acción de Dios; es, más bien, una actitud de vida, un reconocimiento del señorío de Cristo sobre todo y todos.

De nada ha servido la curación momentánea de los nueve judíos que, una vez sanos, rompen sus relaciones con Jesús; a éstos no les va a servir de nada el ser del pueblo elegido. De los diez sólo uno volvió para dar gracias a Dios: un extranjero; su agradecimiento, la valoración, por encima de todo y todos, de Jesús, su único Salvador, su fe, en definitiva, ha salvado a este hombre. Un hombre que tuvo el valor de ver las cosas en toda su verdad, aunque esta verdad fuese su propia miseria y que, por su verdad, pudo ser agradecido.

DABAR 1977/57


2. LEGALISMO/GRATUIDAD 

El Evangelio pone en escena a diez leprosos curados por la fe en Cristo; esta fe obtiene la salud y no la ley, ya que es un extranjero, un separado, un cismático, profundamente despreciado por los fariseos, el que supera a los demás en la aproximación a Cristo. Se falsearía el eje esencial del texto evangélico si se viera en él en primer lugar un reproche de nuestra ingratitud con Dios. Es cierto que muchas veces cometemos esta ingratitud y que uno de nuestros primeros deberes es dar gracias a Dios. Pero ésta no es más que una lección accesoria de nuestro relato. (...) Los leprosos se fían. Durante el camino son curados. Y entonces pasa esto: Los que están sometidos a la Ley, los nueve judíos, se atienen a la aplicación de esta Ley y con ello se consideran libres de deudas. Sólo el décimo "comprendió". En lugar de ir, con los otros, a cumplir con una Ley inútil, "vuelve sobre sus pasos", "glorificando a Dios", "dando gracias a Jesús". En adelante será por Jesús por donde pase la gloria de Dios y toda la Eucaristía (cf. Jn 4. 20-26). Y es un samaritano el único que ha comprendido esto.

He aquí, pues, la enseñanza principal de este Evangelio: se salva por la fe en J.C. sin distinción de origen, se sea judío o no. Y los paganos (o asimilados) menos "habituados", menos rutinarios de la práctica, menos orgullosos de sus obras tienen más fácilmente el sentido de la gratuidad, de la "gracia", del impulso de la acción de gracias.

PUYO/REY-MERMET
EL EVANGELIO HOY
MENSAJERO. SANTANDER-1970.Pág. 78


3. NAAMAN/LEPRA 

* El caso de un rey. En la primera lectura, del 2.libro de los Reyes, hemos escuchado el final de un caso extraordinario.

Naamán, rey de Siria, estaba aquejado de lepra. Ni sus curanderos ni sus sacerdotes habían podido curarle. Pero uno de sus sirvientes había oído hablar de un profeta de Israel que obraba prodigios. El rey se presentó ante Eliseo, pero se sorprendió de su receta: lavarse siete veces en el Jordán. ¡Como si no hubiese ríos mayores y más limpios en su tierra! Pero no es el agua la que cura, sino la fe. El rey recuperó la salud por secundar la orden de Eliseo. Y con la salud recibió la fe en el Dios de Israel.

* El caso de un desgraciado. El evangelio nos relata otra historia con notables semejanzas, aunque su protagonista no es un personaje, sino un desgraciado, un samaritano y, además, leproso.

Este marginado por pertenecer a una minoría étnica, la de los samaritanos entre los judíos, estaba también marginado por su enfermedad, la lepra. Pero la desgracia le unió con otros desgraciados.

Diez leprosos son los que recurren a Jesús pidiendo recobrar la salud. Todos esperaban un gesto maravilloso, un prodigio de Jesús. Pero Jesús se limitó a ordenarles que hicieran lo que tenían que hacer, cumplir la ley y presentarse al sacerdote. Y cuando iban de camino, quedaron limpios. La mayoría pensaron que, si habían hecho lo que tenían que hacer, había pasado lo que tenía que pasar. Y se quedaron tan tranquilos y felices. Pero el samaritano vio en su curación la mano de Dios y volvió a Jesús a darle las gracias. Lo mismo que en la vida, convencidos de que todo es fatalidad o destino, hemos perdido la sensibilidad para ver en todo la mano providencial de Dios. Cuando las cosas nos van bien, pensamos que es lo normal. Pero si van mal, fácilmente echamos las culpas a Dios o tomamos pie de la contrariedad para sentenciar que Dios no existe, no puede existir.

Un Dios sorprendente.-Dios sale al encuentro del hombre, de todos los hombres. La iniciativa siempre parte de Dios. Pero Dios no acepta condiciones de los hombres, las pone él. Y Dios sorprende siempre al hombre que le busca. Moisés lo descubrió en la zarza. Abrahán en tres peregrinos a los que hospedó en su tienda. Samuel escuchaba la voz de Dios en el templo. María lo escuchó en el mensaje del ángel. José lo escuchaba en sueños. Muchos sonríen al leer todos estos pasajes conservados en la Biblia, junto con otros muchos. Y buscan mil explicaciones en la ciencia para no aceptar lo más obvio, aunque ciertamente lo más sorprendente. Sin embargo, el hombre de corazón limpio sigue viendo a Dios en las flores, en el hermano lobo, entre los pucheros, en los pequeños placeres de la vida e incluso en los malos ratos. (...)

D/POBREZA  FE/PROJIMO: Dios está con los pobres.-Lo último que se le ocurriría pensar al hombre de hoy, pagado de su ciencia y de su desarrollo, es el desafío divino de salir al encuentro del hombre en los pobres, en los que tienen hambre, en los que lloran, en los que sufren y son perseguidos. No está en los palacios, ni en los chalets, ni en los parlamentos, ni en las casas blancas, ni en los consejos de ministros, ni en la lista de los doctorandos, ni entre los siete grandes, ni entre los sabios y poderosos, ni en las listas de los grandes partidos. Dios está con el pobre y en el pobre. Y ese es el único camino para llegar a Dios. La falta de fe, la falta de religiosidad, está condicionada por la falta de justicia y de solidaridad en el mundo. ¿Cómo puede encontrarse a Dios, si ni siquiera vamos al encuentro del otro? ¿Cómo llegar a Dios, si nuestra meta no va más allá del dinero o del desarrollo para la minoría? ¿Cómo se puede aceptar a Dios, si no se acepta a la persona humana, cuya dignidad se proclama y se conculca al mismo tiempo? Quien no está dispuesto a aceptar al otro, sobre todo al más otro de todos que es el pobre y marginado, difícilmente podrá encontrar a Dios que se ha hecho nuestro prójimo en los hambrientos y desvalidos del mundo.

EUCARISTÍA 1989/47


4.

Tratando del milagro de 5. 12-16 hemos hablado de los leprosos y del sentido de la curación que Jesús les ha ofrecido. Nuestro comentario se fijaba de manera preferente en los siguientes puntos:

a)el leproso era ante todo un marginado; su enfermedad le convertía en un extraño dentro de la vida y la esperanza de su pueblo; por eso se podía tomar como un maldito. b)La curación de Jesús significa fundamentalmente un gesto de acercamiento; el leproso sigue siendo un hombre y participa en el regalo de la renovación y esperanza mesiánica que Dios ofrece al pueblo.

Lucas, en su preocupación por todos los marginados, ha vuelto a presentar un milagro de leprosos. Lo nuevo en nuestro caso es que precisamente los enfermos se convierten en signo de los hombres que reciben la gracia salvadora de Dios, que les transforma. De malditos oficiales (condenados ya en el tiempo de su vida), han pasado a ser ejemplo de la Iglesia. Para entender el valor de este signo tenemos que fijarnos en cuatro de las escenas: súplica, milagro, agradecimiento y salvación.

a)El punto de partida está en la súplica. Por sí mismos, los enfermos sólo pueden gritar pidiendo auxilio: ¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros! (17.13). Su gesto ha condensado el grito de todos los hombres que descubren sus necesidades y llaman a las puertas del misterio en busca de socorro. Los leprosos gritan en concreto por Jesús. Han escuchado el rumor de sus milagros, saben quizá el valor liberador de su doctrina y salen a su encuentro. Tal es el primer rasgo de la escena.

b)Sigue después el milagro. Jesús les manda al sacerdote; les envía al representante de la sociedad para que testifique oficialmente su curación y puedan volver a formar parte del pueblo de Israel y su esperanza. El milagro externo se produce en el camino y precisamente desde entonces los destinos de los hombres que han sido curados empiezan a volverse diferentes..

Nueve de ellos, los judíos, aceptan naturalmente el prodigio y siguen su camino al sacerdote, dispuestos a integrarse en la vida humana y religiosa de Israel, su pueblo. En el fondo, la curación no les aporta nada nuevo, porque vuelven a ser lo que antes fueron (israelitas; su encuentro con Jesús ha sido simplemente un episodio superficial y pasajero).

c)Pero hay uno que vuelve a J.C. y le agradece el don que ha recibido. Es un samaritano. No tiene donde ir porque su vieja comunidad de salvación ya no le ofrece garantías. Ha encontrado en Jesús algo distinto, decidida- mente salvador y ha retornado por eso a darle gracias y ponerse a su servicio. Ciertamente, suele ser difícil valorar el don que nos regalan; difícil descubrir a Jesús como el auténtico don (o curación) de Dios para los hombres y aceptarlo internamente agradecidos. Decimos que es difícil y sin embargo es necesario si queremos ser cristianos. Creyente es el hombre que recibiendo el don de Dios, como lo han hecho los leprosos, lo traduce en forma de existencia nueva.

d)Esto nos lleva al plano de la salvación total. El hecho del milagro externo implicaba una cierta salvación; sin embargo, la plenitud definitiva exige una respuesta abierta, agradecida y transformante. Los nueve judíos recibieron la curación externa, pero internamente siguen ligados a los viejos ideales (judaísmo).

El samaritano, en cambio, se introduce voluntariamente en el campo del don de Dios que Cristo le ha ofrecido, por eso la verdad del milagro se realiza de una forma plena y total en su persona; vete: tu fe te ha salvado. Lo que había empezado siendo curación física se ha convertido en una "salvación" definitiva.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1377


5.

Evangelio de contrastes.-El de hoy es un evangelio de claros contrastes: -Contraste entre el agradecimiento del extranjero, que da gloria a Dios y expresa su gratitud a Jesús, y los nueve judíos desagradecidos. Los agradecidos, incluso para con Dios Creador y Padre nuestro, son una exigua minoría (el 10% en el caso que nos ocupa). La ingratitud es moneda corriente, pero su frecuencia no la hace justa ni buena. -Contraste entre creación y salvación; aquella sólo es un signo de ésta; sólo el extranjero, por su fe, la alcanza. Los bienes inmediatos no lo son todo, aunque son los únicos que interesan y preocupan a la mayoría.

-Contraste, una vez más, entre el extranjero que tiene fe, y los hombres del pueblo judío que no se distinguen, precisamente, por su fe, a pesar de ser miembros del pueblo elegido; la condición de tales es, de nuevo, más impedimento que motivo para una verdadera experiencia de fe.

Curados por confiar.-La curación no es fruto de un rito mágico, ni de un conjuro sólo conocido por un iniciado; la curación es fruto de la confianza que los diez tienen en la capacidad de Jesús para hacer posible lo imposible; confían aun en contra de las evidencias, cuando Jesús les manda a los sacerdotes sin más; sólo en el camino encontrarán el alivio de su enfermedad.

Sin embargo, más importante que la curación es llegar a comprender lo que esa curación significa:

-En primer lugar consiguen la reinserción social, volver a vivir en su pueblo, con sus familias, desarrollando las tareas con las que habían servido a la comunidad y con las que se habían ganado su sustento y el de su familia.

-Pero uno de los diez, además de quedar curado y de ser devuelto a su vida familiar y social, llega a "ver" en la curación un acto del poder y del amor de Dios. Los diez han compartido una misma experiencia: la de la curación; pero los otros nueve ¿dónde están? Uno, solamente uno llega a experimentar, además, la salvación, que es la verdadera curación que necesita el hombre, todo hombre.

La experiencia de la salvación.-Sólo uno oye estas palabras de Jesús: "Tu fe te ha salvado"; ya no se trata de la curación, alcanzada por los diez; lo de este extranjero es algo distinto, diferente, algo muy especial: la salvación, el contar con Dios en su vida, el abrirse a la trascendencia, que es lo que capacita al hombre para "volver", para convertirse, para dar gloria a Dios, agradecer la misericordia de Jesús y reconocerlo como el enviado de Dios.

SV/DON:Una salvación que el extranjero ha percibido como un don, como un regalo de Dios, no como un derecho que pueda exigir o reclamar, como pensaban los otros nueve, los hijos de Israel. Tan seguros de sí mismos estaban, tan convencidos de tener derechos adquiridos sobre Dios que, cuando Dios pasó realmente por sus vidas, no supieron reconocerlo, no lo vieron ni se volvieron a Él: no se convirtieron.

Nuestro mundo no es diferente.-Todo lo dicho hasta aquí es una reflexión sobre lo acaecido en aquel episodio que tuvo por protagonistas a Jesús y a los diez leprosos. Pero las cosas en nuestro mundo no son muy diferentes de aquello:

D/IMAGENES-FALSAS:Todavía son muchos los creyentes que ven en Dios alguien a quien recurrir SOLO en los momentos difíciles que la vida tiene, alguien de quien echar mano para que tape nuestros agujeros y supla nuestras deficiencias, como si su tarea fuese la de ir parcheando aquellos disparates que nosotros, frecuentemente con nuestra libertad mal entendida y peor usada, vamos cometiendo; cuando las cosas nos van bien, Dios no nos hace falta para nada, que se quede tranquilamente en su cielo, rodeado de ángeles y de santos; cuando las cosas vayan mal, ya echaremos mano de Él: su obligación es cuidar de nosotros, como dicen, somos sus hijos y Él es Padre. Es cierto que hay quienes, llegado el momento, saben pasar del dios-curandero al Dios Padre Salvador; pero el camino no es fácil (muchas veces ni siquiera resulta ser tal "curandero" y, aparentemente, deja al hombre abandonado a su suerte: es el momento de la crisis en la que se pierde esa fe infantil y absolutamente deficiente, para quedarse sin ninguna fe o para alcanzar una fe madura); también en el caso de los leprosos fue la "minoría más mínima" (solamente uno), la que recorrió ese camino de maduración en la fe.

-También son muchos los miembros de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, que han repetido con una fidelidad digna de mejor causa, el error del viejo pueblo; sentirse con derechos y privilegios; y cuanto más cumplidores, más amigos de sacristías, a más cofradías apuntados..., más exigentes suelen resultar, con más derechos se creen, incluso sobre sus propios hermanos en la fe. Han olvidado totalmente el único argumento que, según el propio Jesús, podemos esgrimir válidamente ante Dios: "no somos más que unos pobres criados, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (/Lc/17/10).

-En nuestros días la marginación social no sólo ha crecido sino que se ha agudizado; el rechazo a los leprosos, sin ser justificable al menos se podía explicar por el temor al contagio (y la consiguiente impureza legal). Hoy día se sigue marginando a los enfermos; habrán cambiado las formas, pero la marginación sigue: leprosos, enfermos de sida, de cáncer..., pero, además, se margina a personas y grupos que ninguna enfermedad nos pueden contagiar; simplemente se ha creado la costumbre de verlos con malos ojos y se sigue adelante con la tradición: gitanos, prostitutas, drogadictos, obreros, negros...; personas y grupos que, sin duda, tienen sus fallos, sus defectos; pero, ¿quién está libre de pecado? La experiencia de la salvación es una experiencia que, felizmente, siguen teniendo muchas personas en nuestros días; pero son muchos más los que no sólo no llegan a tenerla, sino que ni siquiera sienten la necesidad de experimentarla; salvación es, para ellos, el comamos y bebamos, compremos y acumulemos, el tengamos y aparentemos... Así, su salvador es el dinero; ya avisó Jesús lo difícil que resulta para un rico tener la oportunidad de ver en su vida otra necesidad que la de más y más dinero.

Cambiar nuestra religiosidad.-Nuestra relación con Dios tiene que cambiar, y no hablamos tanto de cantidad como de calidad. Hemos acumulado mucho de nuestras tendencias religiosas naturales -no siempre acertadas- sobre el verdadero rostro de Dios, revelado por Jesús de Nazaret. Es por eso que hay en nuestra religiosidad mucho de magia, de oportunismo, de interés, de ingratitud... y hemos de transformar todo eso en agradecimiento, generosidad, acogida alegre del don de Dios, entrega confiada e incondicional a la causa del Reino con la seguridad de que, pase lo que pase y nos toque lo que nos toque, Dios es el primer interesado en el triunfo del bien sobre el mal. Quizás a veces alcancemos curaciones, u otros pequeños éxitos más o menos interesantes y espectaculares; pero lo que nos conviene y nos interesa es alcanzar la salvación de Dios. ¿Haremos como los nueve leprosos, que se conformaron con una curación -que ni siquiera agradecieron- y se perdieron la salvación? Sólo el extranjero que volvió es, para nosotros, modelo de fe. Ese es el camino a seguir.

LUIS GRACIETA
DABAR 1989/50


6.

LA GRATITUD PARA CON DIOS -No se ha visto que volvieran para dar gloria a Dios (Lc 17, 11-19)

El grito de los leprosos es conmovedor por su fe; el doble título que dan a Cristo subraya esta fe profunda: "Jesús", "Maestro". Como es sabido, esta ardiente plegaria de los leprosos: "Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros", convertida en: "¡Señor, Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!", es la formula frecuente de la oración de los monjes y también de los fieles bizantinos; la consideran como la oración continua que se desgrana a modo de rosario. Oración bíblica, ya que es frecuente en los salmos, por ejemplo, en el 31 (30) y 51 (50).

Jesús no responde de inmediato, al menos aparentemente, a la petición de fe de los leprosos, sino que los envía a los sacerdotes, que han de dar constancia de su enfermedad, según el Levítico. ¿Es que no han ido ya? Es una prueba de fe que Jesús les impone. Pero mientras iban, quedaron limpios. El evangelista no insiste más en el milagro, del que no hace descripción ninguna. No es su objetivo. Lo que él quiere enseñar es, por un lado, la importancia de la fe, pero también el agradecimiento. Pero lo que pretende enseñar más todavía es que fe y reconocimiento pueden darse también en un no-judío. Por otra parte, el relato termina con esta amarga observación de Cristo: "Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?". La curación de los otros, ingratos, no significa, por tanto, su salvación, ya que sólo al extranjero que ha vuelto le dice el Señor: "Levántate. vete; tu fe te ha salvado".

-Naamán vuelve para dar gloria a Dios (2 Re 5, 14-17)

En el evangelio, la fe va seguida de la curación, aquí es la curación lo que provoca la fe de Naamán. El relato escogido por la liturgia de este domingo empieza por el momento del milagro. Pero es conocida la inicial irritación de Naamán cuando Eliseo le ordenó que fuera a bañarse en el Jordán. Naamán se imaginaba más ceremonias para su curación. Cede, sin embargo, ante la insistencia de sus servidores, sin creer de verdad en su curación. Pero se cura y vuelve para dar las gracias a Eliseo y ofrecerle un regalo que el profeta rehúsa. Entonces Naamán hace su profesión de fe. Su curación y su gratitud le han valido ese don.

Nosotros, los cristianos, somos salvados, pues, por la fe -que es un don- ya seamos judíos o paganos: es lo que quería enseñar san Lucas, insistiendo a la vez en el noble sentimiento del agradecimiento, hallado sólo en el corazón de un extranjero. La liturgia de hoy nos muestra, a un tiempo, esa misma delicadeza del agradecimiento y el don de la fe en un extranjero, Naamán. Fe y salvación son para todos nosotros dones de Dios que no podemos merecer y cuyo agradecimiento olvidamos a menudo, no manifestando nuestra acción de gracias.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 69 s.


7.

Diez leprosos, y la consiguiente exclusión de la comunidad, que se fían de la palabra de Jesús "a distancia", y se encaminan para irse a presentar a los sacerdotes, encargados oficialmente de controlar la curación acaecida. Y mientras iban de camino constatan la desaparición de la enfermedad.

Pero sólo uno, un samaritano (tenido por renegado en la mentalidad judía), siente la necesidad de volverse y dar alabanza a Dios y agradecer a Jesús.

Uno solo manifiesta gratitud. O sea, "reconoce" que lo que le ha sucedido es un don. Los otros, probablemente, porque pertenecían al pueblo elegido, consideran normal su curación, algo debido.

Jesús aprecia al hombre que manifiesta gratitud. Que no da nada por descontado. Que sabe abrirse al estupor, a la sorpresa, y por tanto a la gratitud.

Puede ser fácil dar gracias a Dios cuando obtenemos una gracia excepcional, frente a un acontecimiento extraordinario.

La gratitud -que se ha definido como "la memoria del corazón"- no se hace patente ya por las cosas que tenemos ante los ojos cada día, en presencia de los milagros ofrecidos por la existencia cotidiana. Los consideramos derechos adquiridos. No sabemos ya apreciarlos como eventos extraordinarios aun dentro de su puntualidad ordinaria.

G. ·Chesterton observaba, con ironía amarga, cómo nosotros, una vez al año, agradecemos a los Reyes Magos los regalos que nos encontramos en los zapatos que hemos puesto en el balcón. Pero nos olvidamos de dar las gracias a aquél que todas las mañanas nos da dos pies para meterlos en los zapatos.

¿Se nos ha ocurrido alguna vez, al abrir los ojos por la mañana, gritar la sorpresa de creer y de dar gracias al Señor porque todavía tenemos fe al comenzar un nuevo día? Sí. La fe, que es el milagro más grande, se considera como algo natural. No sabemos captarla en su aspecto de "evento extraordinario" y, sobre todo, de don.

Tenemos que convencernos de que "todo es gracia". Nada se nos debe. No merecemos nada.

Si todo viene de Dios, gratuitamente, todo debe volver a él a través de la alabanza, la maravilla y la gratitud.

"La verdadera gracia produce la gratitud; la verdadera gracia nos pone, no sólo en estado de gracia, sino en acción de gracias" (·Evely-L).

Cristiano no es el que pide gracias, o recibe gracias. Es quien da gracias. Por eso, la eucaristía, que representa el acto más sublime del culto cristiano, significa, literalmente, "acción de gracias".

Dios no espera de nosotros esa gratitud de una manera paternalista, como la que se ofrece a los así llamados bienhechores.

La gratitud que él espera es nuestro aprecio, nuestro abrirnos a la sorpresa, a la alegría, a la alabanza, a la celebración por sus prodigios. (...).

GRATITUD/TRISTEZA TRISTEZA/GRATITUD Desearía citar una página de A. ·Heschel-A dedicada a la gratitud:

"El hombre natural experimenta una sincera alegría cuando recibe un don, cuando obtiene alguna cosas que no ha merecido. El hombre religioso sabe que nada de lo que posee es mérito suyo... Él sabe que no puede pavonearse por nada de todo aquello de que se haya dotado. Sabiendo, pues, que merece poco, nunca exige nada para sí. Y puesto que su gratitud es más fuerte que sus necesidades y deseos, consigue vivir en alegría y con ánimo tranquilo. Siendo evidente para el hombre natural la bendición de Dios en todo lo que recibe, él observa ante la vida una doble actitud: de alegría y de tristeza.

El hombre religioso, en cambio, experimenta solamente una actitud, ya que considera la tristeza como una depreciación arrogante y presuntuosa de la realidad subyacente. La tristeza deriva del hecho de que el hombre cree que tiene derecho a un mundo mejor, más agradable. La tristeza es un rechazo, no una ofrenda; un reproche, no una estimación; una huida en vez de un seguimiento. La melancolía hunde sus raíces en un modo de ser pretencioso, descontentadizo, en el desprecio del bien. Viviendo en un estado de irritación y de continua inconformidad con el destino, el hombre triste encuentra hostilidad en todas partes, y parece no darse cuenta de lo infundado de sus quejas. Él posee una sensibilidad aguda para las incongruencias de la vida, pero rehúsa obstinadamente reconocer la delicada gracia de la existencia".

No andes distraído, pues, frente al milagro de la vida. No seas descuidado ante las sorpresas de los acontecimientos ordinarios.

Busca las huellas del paso de Dios a través de la urdimbre de los hechos más ordinarios. No des por sabido todo lo que te es ofrecido.

Aprende a descubrir las "improvisaciones de Dios", aun en los dones más frecuentes. Y permanece siempre en actitud de agradecimiento, con sus secuelas de aceptación y de alegría.

Entonces también tu vida será un gran "memorial" de las obras del Señor.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 185


8. J/SEÑOR.

Nadie pudo exigir para sí, en exclusiva, la salvación de Dios. Pero nueve de aquellos diez leprosos sí creían que Dios les debía aquel favor. Por eso son incapaces de volver agradecidos.

Uno sólo, el extranjero -el samaritano, el rechazado de los judíos, el de inferior categoría, el indeseable-, es capaz de descubrir que el Señor ha obrado en él, le ha salvado. Y obrar en consecuencia: retornar agradecido hasta Jesús.

Una vuelta que no podemos verla como simple desplazamiento geográfico. Una vuelta mucho más profunda, mucho más radical, mucho más personal.

CV/GRATITUD: Volver a Jesús y darle las gracias no es simple gesto de buena educación. Volver agradecido a Jesús es reconocer que la propia vida, en su totalidad, ha dado un giro porque en ella se ha producido un encuentro con Jesús y ese encuentro siempre transforma radicalmente a la persona (o no ha sido tal encuentro). Volver agradecido a Jesús es, por otra parte, y como postura positiva, optar por Él y por su causa. Quien ha reconocido a Jesús como el Señor, como el Salvador, ya no puede construir su vida sin contar con Él. Más aún: no puede construir su vida sin darle a Él el papel principal, el papel protagonista. No puede construir su vida sin contar con Él como la clave de interpretación de toda la existencia.

Pero está claro que, para ser capaces de volver agradecidos a Jesús, hace falta reconocer, en primer lugar, que Él no nos debe nada, que su acción para con nosotros es totalmente gratuita. Y sólo quien es capaz de descubrir este amor generoso y gratuito de Dios, puede volver a Él agradecido, puede convertirse en discípulo suyo, puede posponerlo todo, absolutamente todo, -familia, amigos, bienes, incluso a sí mismo-, para seguirle. De éstos es realmente de quienes Jesús dice "tu fe te ha salvado" (...) Vivir la experiencia del leproso -o del pecador, o del angustiado, o del falto de esperanza, o del pobre...: vivir la experiencia de nuestro ser incompleto, deficiente y necesitado de plenitud- es entrar por el camino de la salvación. Reconocernos tal cual somos, en nuestra real -y pobre- realidad, saber que necesitamos de un salvador y descubrirlo en Jesús es vivir la experiencia más profunda de que el hombre es capaz. Y es, por lo mismo, las experiencia más auténticamente humana que pueda tener el hombre.

DABAR 1980/52


9.

¡SALVADOS!.

Naamán y los diez leprosos tenían una misma idea fija, idea fija perfectamente comprensible: verse libres de la enfermedad que padecían. Uno y otros acuden, quizá después de agotados otros medios, a buscar soluciones extraordinarias. En el caso de Naamán será el Profeta el que llevará la solución, en el caso de los leprosos será el mismo Jesús el que dejará la carne torturada de aquellos diez hombres proscritos limpia como la carne de un niño recién nacido.

En ambos casos la respuesta de Dios a la petición sincera e insistente de aquellos hombres fue la respuesta directa, contundente y eficaz. Lo que pedían lo consiguieron plenamente.

Aparentemente ya no había nada que hacer. El final feliz había llegado y parecía que la última página del episodio estaba escrita.

Sin embargo, no era así. No era así en ninguno de los dos casos que hoy nos presentan las lecturas. Tanto Naaman como los diez leprosos tenían y debían encontrar algo más que la limpieza de su carne; algo más que ese bien, tan especialmente deseado, que es la salud, algo más que el bienestar que con la salud puede conseguirse. Tanto Naamán como los diez leprosos tenían que encontrarse con Dios.

La última página, el final verdaderamente feliz para Naamán fue el momento en el que reconoció pública y sinceramente que no había más Dios sobre la tierra que el Dios de Israel y que, en adelante, solo a ese Dios presentaría sus sacrificios. Naamán había conseguido no sólo la limpieza de su cuerpo sino la de su alma, no sólo la salud sino la vida auténtica, esa vida que le esperaba escondida en la sencillez del baño en el Jordán, al que se sometió a pesar de su soberbia.

Para los leprosos también había sorpresa, además de la sorpresa ya de por sí espléndida de su curación.

Pero nueve de ellos no supieron encontrarla. Deslumbrados, como debían estar, por la vista de su recién nacida carne se lanzaron gozosos a festejar su bienandanza sin acordarse para nada de aquel Rabí silencioso a quien habían gritado estentóreamente y que los había sanado con una sencilla frase operativa mientras iban de camino, un camino que iba más lejos de lo que ellos vislumbraron y que, estúpidamente, no recorrieron.

Sólo uno tuvo más acierto. Sólo uno supo ver más allá de su curación inmediata y presintió que algo más guardaban los ojos misteriosos de aquel Hombre joven que había sido tan generoso con él. Un sentimiento tan noble como el de la gratitud le hizo volver corriendo junto al Maestro para decirle cuán feliz le había hecho su milagro; para reconocer públicamente la maravilla que había supuesto sus palabras y mostrar a todos su felicidad recién recuperada. Dio en el clavo, porque pudo escuchar la frase más espléndida que oído humano puede desear: Tu fe te ha salvado.

Este era el final que perseguía Cristo con aquellos diez hombres que hicieron lo posible por encontrarse con él, que dieron su primer paso pero que no fueron capaces -en su gran mayoría- de dar los necesarios para conseguir el resultado de la famosa frase. Este era el final que perseguía Cristo, porque esto era lo que Cristo había venido a conseguir en la tierra: hacer que los hombres, por la fe, se encontraran con Dios; que fueran capaces de buscar el profundo sentido de su vida y de orientarse hacia ese sentido para que ya nada fuera lo mismo que cuando ese sentido no existía.

Curiosamente, los dos hombres que se encuentran con Dios en las páginas de las lecturas de hoy son "extranjeros" un sirio y un samaritano. Ninguno de los dos pertenecía al pueblo elegido, ninguno estaba, al parecer, en las mejores condiciones para tener el encuentro que se estaba gestando en el episodio del Antiguo y Nuevo Testamento. Sin embargo, ambos hombres, el sirio y el samaritano, supieron ver más allá de la "primera lectura" (como se diría ahora) de su propio acontecimiento para llegar a una segunda lectura donde se encontraron nada más y nada menos con el hecho, más sorprendente todavía que el de su curación, de que habían descubierto a Dios.

Encontrarse con Dios es el gran reto del hombre sobre la tierra. Quiera o no reconocerlo, así es. Encontrarse con Dios es, sobre todo, el gran reto para un cristiano que, por el hecho de serlo, no quiere decir que lo haya ya encontrado, ni mucho menos.

Podemos vivir toda una vida llamándonos cristianos y no haber descubierto de verdad a Dios, ni siquiera haberlo barruntado. De eso tenemos ejemplos constantes y quizá no tengamos que ir muy lejos de nosotros mismos para conocer alguno de estos ejemplos. Por eso, hoy es un buen día para colocarnos al lado de Naamán y del leproso "espabilado", ponernos con ellos a los pies de Jesús y suplicarle que nos diga la frase más importante que podemos escuchar en nuestra vida: Vete. Tu fe te ha salvado.

DABAR 1984/51


10. D/BUSQUEDA

LA CUESTIÓN DE DIOS

La cuestión de si existe Dios, cómo es, para qué sirve, es un tema que siempre ha preocupado a los hombres aun cuando la respuesta sea negativa.

Pocos ateos, como pocos creyentes, lo son siempre de un modo tajante y definitivo, porque la postura ante el tema de Dios va sufriendo variaciones, evoluciones, crisis, y la respuesta va necesitando replantearse para que tenga significado en el momento concreto que cada uno está viviendo.

Tanto más acuciante se hace la pregunta por Dios, su búsqueda, cuanto más necesitamos respuestas y sentido a los problemas que la vida personal o colectiva va poniendo ante nuestra vista, y cuando algo grave nos ocurre más apremio y ansiedad ponemos en la búsqueda.

Es lo que aparece en la historia de Naamán, hombre bien situado, en la cúspide del poder, adorador de los dioses de su país y hasta entonces tranquilo practicante de la religión oficial.

Cuando su vida se ve alterada comienza un proceso de búsqueda que responda a la necesidad concreta que le achaca.

¿COMO BUSCARLO? Para él, para nosotros, Dios va unido a lo grande porque El es lo más grande, por eso imaginamos que el encuentro con El se realiza en lo excepcional: en la tormenta, en la montaña, en el huracán, en lo fuerte, en lo grandioso. Hemos escogido como símbolos de su presencia símbolos grandes. Naamán tiene que comenzar por prescindir de sus propios esquemas, dada su inutilidad, y hacer caso a la insinuación de una esclava, la menos autorizada social y culturalmente hablando. Tiene que aceptar la posibilidad de un Dios ajeno y distinto a aquellos en los que había sido educado, y para mayor sorpresa no es el rey, cabeza visible y símbolo nacional y religioso por excelencia, sino un pobre hombre dedicado a inquietar a su pueblo con sus críticas, denuncias e interrogantes.

¿DONDE SE HACE PRESENTE DIOS?

Por la experiencia de Naamán, ejemplo típico de literatura carismática corroborada después en el N.T., Dios se hace presente de un modo más eficaz en los sencillos, en los incapaces, en los pobres, en los que no cuentan. Dios se sirve de los débiles para hacer eficaz su presencia en el mundo, como cantara María en el Magnificat o como repetirá Pablo en sus cartas.

Dios parece prescindir más de lo organizado, ordenado e institucionalizado que de lo espontáneo, sensible y aparentemente inútil. Prefiere que sea el profeta, enfrentado con el rey, quien sea portador de salvación para este hombre.

Ni Dios ni el profeta atentan contra lo que el rey representa, pero no le dan sino el valor imprescindible que tiene. El texto del A.T. reclama un reconocimiento mayor de quienes no forman parte del estamento oficial, porque se trata más de hacer eficaz la existencia de Dios para los hombres que de organizar un grupo bien cohesionado y definido.

LA CONSTATACIÓN DE JESÚS Del peligro que corremos quienes nos conformamos con la pertenencia jurídica y formal a un grupo nos avisa Jesús en el Evangelio de hoy. Peligro de creernos los buenos, con exclusión de los demás, peligro de creer monopolizable a Dios al preocuparnos más por la salvarguarda del conjunto de verdades teóricas que nos definen como pueblo que de la proclamación entusiasmada de la bondad de Dios para todos los hombres; peligro de creernos llenos de derechos ante El y de vivir convencidos de nuestra seguridad abandonando la actitud de búsqueda constante y de agradecimiento continuo.

LA ACCIÓN DE GRACIAS El agradecimiento, la postura de esperanza confiada, la alegría, no son precisamente signos muy visibles en nuestra Iglesia. El mismo acto de acción de gracias que constituye nuestra reunión más importante parece convertido, las más de las veces, en un acto frío y gris donde todo está perfectamente sometido a unas reglas formales y pasivas.

Nuestra oración hace más hincapié en pedir cosas que en agradecer otras muchas, y la participación y reconocimiento de los sencillos, de los de a pie, en nuestro sistema institucional deja mucho que desear.

Los que parecen extraños, los que no parecen buenos, los que son de otra manera distinta, incluso los que calificamos de rebeldes y poco religiosos, pueden estar más próximos a Dios que nosotros mismos y hacerlo presente de un modo más eficaz que el nuestro.

Pero reconocerlo es peligroso para nuestra seguridad, para nuestro ordenamiento institucional, para nuestra pretendida verdad total, aunque el Evangelio nos lo repita constantemente y nos invite a ser más abiertos, más sencillos, más inquietos y más agradecidos.

DABAR 1983/51