28
HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
15-28
15.
El vestido de boda del cristiano es la fe. La boda es la fiesta del Reino, es decir: la unión de Dios con su pueblo. Los textos bíblicos sobre el Reino de Dios y, de modo especial, los cantos que dedican los profetas resultan siempre un tanto sorprendentes; el desconcierto aumenta cuando tienes que decir que el gran festín de los profetas es la actual Iglesia de Jesús.
Siempre cabe decir que el gran festín es el futuro definitivo de la Pascua eterna; pero también es verdad que lo que no empiece aquí, ni termina ni acontece en el más allá. La fe es exactamente eso: un anticipo de la fiesta.
La parábola de Jesús sobre sus bodas con nosotros es el desenlace de la anterior en la que Él es asesinado por los viñadores. Dios abre en Jesús la fiesta del Reino, y a esta fiesta está invitada toda la Humanidad. Allí había que pagar una renta de justicia, aquí hay que aceptar una invitación de gracia. La vocación es más gozosa y más libre, pero también es más exigente.
Lo gozoso del Reino consiste en que es libre y gratuito; lo gozoso consiste también en que se degusta el éxito como infalible y pleno; lo gozoso del Reino consiste en que el creyente no anestesia su muerte con un resignado borrado total, sino que, para el creyente, la muerte es un ansiado paso de ésta a la vida.
Pablo se lo dice a los Filipenses: "Me da igual hambre que hartura, abundancia que privación. Todo lo puedo en Cristo".
Todo para Pablo es gozo porque todo es gracia.
Jesús cierra la parábola de sus bodas con otra parábola muy sencilla, pero más importante para nosotros: la vocación es universal, pero en el oír y aceptar la invitación se genera una dignidad nupcial; a esa dignidad la llama Jesús "traje de boda".
Jesús avisa, sin embargo, que se puede entrar sin llevar esa dignidad y eso será motivo de expulsión.
El marco de la parábola final no es homologable a ciertos planteamientos de moral salvacionista que no sólo no viste de dignidad a los que la viven, sino que reduce constantemente el número de los comensales. No se trata aquí de esa ilícita división entre buenos y malos, llamados unos, rechazados los otros; se trata aquí de entrar a la fiesta con hambre, con ganas, a pesar de las heridas mil... porque en la fiesta del Reino, que no de la justicia, es tan válida la dignidad de la necesidad como la de la virtud. El mundo de la justicia fracasó antes de nacer.
Dios quiso este mundo a pesar del mal y del pecado; y lo quiso porque sólo en un mundo en el que fuéramos posibles nosotros iba a ser posible el amor y la fiesta verdaderas. Tampoco basta para estar en la fiesta ser mendigo o forastero.
Hace falta un ropaje mínimo, posible a la prostituta y no infalible en el sacerdote. Es necesario llevar dentro de sí algo de esa luz mínima que el Espíritu ofrece "con gemidos" a todos y en los lugares más inhóspitos. De nuestra respuesta a la invitación de Dios depende la dignidad de muchos hombres
JAIME
CEIDE
ABC/DIARIO
DOMINGO 14-10-1990/Pág. 62
16.«GATO POR LIEBRE»
El evangelio de hoy nos produce, cuando menos, asombro. «¿Cómo es posible --nos preguntamos-- que este hombre que envía las invitaciones para la boda de su hijo se sienta, así, tan abrumadoramente desairado?» Nadie quiso ir al banquete, nadie. Vivimos en una época en la que, por el mínimo motivo, se multiplican los banquetes: bodas, bautizos, primeras comuniones... Y es tal el atractivo de estas expansiones que, el que más y el que menos, dejan cualquier otro compromiso para no perderse el festejo. Pues, ya véis. El Señor habla de unos hombre «invitados» que menospreciaron «lo que era más» por preferir «lo que era menos», es decir, esas otras cosas que parece que «podían esperar».
Y ésa es la intención de la parábola de hoy: poner de relieve nuestras desconcertadas «preferencias». Suele decirse que «sobre gustos, no hay nada escrito». Pero está claro que el saber discernir en las diferentes opciones de la vida, tener bien organizada una sabia jerarquía de valores, de más necesarios a menos, distinguir lo «auténtico» de lo «efímero», no pertenece al terreno de los «gustos», sino a la más elemental y necesaria sabiduría del hombre.
Eso es lo que planteó Ignacio de Loyola a Francisco de Javier: «¿Qué te importa ganar todo el mundo si...?» Es decir, ¿cómo puedes rechazar «el gran banquete» por otras aventuras más o menos subordinadas? Francisco Javier se convenció de que «no es oro todo lo que reluce». Y, a continuación, puso en juego dos cualidades que deberíamos imitar: la listeza y la decisión.
Porque es ahí donde nos atolondramos tanto los hombres de hoy. Una serie de «antivalores» están atrayendo a muchas gentes, con preterición alarmante de los «valores» fundamentales y eternos. El consumismo, la droga, la diversión, el placer físico, incluso la violencia, se han impuesto de tal manera en nuestro vivir moderno que, por seguir sus dictados, hemos vuelto la espalda al sueño de Dios, que quiso que fuéramos su imagen: «Creó Dios al hombre y a la mujer: a imagen de Dios los creó».
Ya sé que cada caso es cada caso. Y no se pueden hacer análisis globales. Y sólo Dios verá desde su omnipresencia los vericuetos, ramificaciones y revueltas que han llevado a este hombre determinado a su «opción» decidida por la droga, la violencia, el hedonismo o el atractivo consumista, olvidando otras llamadas superiores.
Por eso justamente hay que subrayar ese toque de atención de la parábola de hoy. Es como si Jesús nos dijera: «¡Ojo con los espejismos! ¡Ojo con las engañosas visiones del desierto! ¡Ojo, sobre todo, con aquel que quiera ofreceros «gato por liebre»!
Y para que nadie piense, por otra parte, que esa invitación al banquete del Reino está destinada a una especie de «jet-set» de cristianos, la segunda parte de la parábola pinta bien claramente esa llamada impresionante que hizo a continuación aquel señor: «Salid por las calles y plazas; y, a cuantos encontréis, hacedles entrar». Dándonos a entender que la llamada de lo alto es para todos.
Pero eso sí, todos han de presentarse «con el vestido nupcial», con la «marca de origen», con nuestro carné de identidad, que no es otro que nuestra «estima y aprecio de la divina gracia». Lo contrario lleva a las «tinieblas exteriores».
ELVIRA-1.Págs. 86 s.
17.
Frase evangélica: «Todo está a punto. Venid a la boda»
Tema de predicación: Los INVITADOS A LA BODA
1. Mateo aporta tres parábolas que reprochan a los dirigentes judíos, por poderosos y adinerados, su rechazo del mensaje evangélico de Jesús: los dos hijos (21,28-32), los viñadores homicidas (21,33-46) y los invitados que rehúsan la invitación al banquete nupcial (22,1-14). Esta tercera parábola se sitúa en el contexto de las controversias de Jesús, en sus últimos días en Jerusalén, con los dirigentes judíos. Mateo quiere decirnos que algunos no responden a la llamada de Dios, porque se centran en sí mismos (en su dinero) o les irrita el mismo mensaje evangélico (arremeten con furor defendiendo sus intereses).
2. El texto de esta parábola pone de relieve el contraste entre el rechazo de los primeros invitados y la invitación a la multitud de los pobres. Tal vez el mejor símbolo del reino de Dios sea el banquete de bodas, en el que se unen dos significados: la comida (abundante, exquisita y gratuita) y el amor humano (dos que se funden en uno). Dios es el rey que prepara el banquete de bodas o festín regio, en el que Jesús es el Esposo. Es imagen de la utopía escatológica.
3. Este evangelio ofrece, al mismo tiempo, una visión universalista del cristianismo, ya que se invita a todos gratuita y generosamente. Por paradoja evangélica, los del estrato social inferior son moralmente más convincentes. Sin dinero propio, están dispuestos a compartir fraternalmente lo que son. El vestido, según Mateo, es la «justicia». Dentro de la Iglesia, aunque son muchos los «llamados» (bautizados), son menos los «elegidos», es decir, los que aceptan la justicia del reino.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Qué excusas ponemos para no responder a la llamada de Dios? ¿Nos preocupa el vestido de la justicia o nos revestimos con otros ropajes?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág.
157 s.
18.
SOBREVIVIR NO ES VIVIR
En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: «El Reino de los cielos se parece a un rey que celebró la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda ". Los criados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos El rey montó en cólera, envió tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad».
El hombre es un ser contradictorio: tiene hambre de infinito pero la búsqueda de lo inmediato, de lo inminente, le absorbe hasta el punto de paralizar y ahogar en él su verdadera dimensión. Lo urgente le imposibilita lo importante; el ahora, el ya y el aquí le impiden ver en profundidad. Se enzarza en sus mil y un asuntos, lucha por sobrevivir y se olvida de vivir. . .
Hay un momento para cada cosa y lo que no se vive en su momento no consiente reediciones intempestivas, pasa. Sólo hay un momento para cada cosa. A veces lo urgente será saber esperar.
"Uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios. . .»
Las personas que se encierran en sus propios intereses, en su propia felicidad, acaban perdiéndola porque la causa de la felicidad es el amor y amar es participar, (tomar parte). Tratar de ser feliz sin amar es un imposible, como es imposible tratar de ser feliz sin participar de la vida con otras personas.
La vida es un misterio, es sublime, nos desborda; en ella participamos, tomamos parte, como invitados. La vida es pura gratuidad, la recibimos como regalo inmerecido y lo que ella espera de nosotros es un estilo o una actitud de agradecimiento. No se nos dio para que la explotáramos ni la tiráramos, sino para que creáramos armonía. La armonía de la vida, vivir acordes, es vivir en concierto con la creación y con el Creador, que es lo que produce la felicidad/salvación. Rebelarse y creer que uno solo puede y puede a solas es fuente de desdichas. Sólo uno puede, pero no puede solo; necesita de los demás: buenos y malos, sin discriminación alguna. Todos nos necesitamos porque todos somos llamados al mismo banquete que es la vida y todos, por igual, somos importantes.
«Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda". Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿Cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos"».
La salvación/felicidad que Dios ofrece es universal. («Para todos los pueblos» Is 25, 6). No importa tu ayer ni tu hoy, ni tu mañana, no importa nada. Importas tú, («En pobreza o en abundancia» Flp 4, 12). Dios te quiere a ti en particular, tal y como eres. Sólo tienes que colaborar con la Gracia, participar de la vida que es asistir plenamente al banquete de Dios.
Convertirte, cambiarte de traje para vestirte de fiesta: Dejar de ser como eres para ser como Dios manda.
Fiarte del Creador y dejar en sus manos tu vida, (la vida), aceptando lo que nos ocurra como lo mejor para ese momento. Procurando una lectura positiva de los acontecimientos.
«Muchos son los llamados y pocos los escogidos».
El precio de la Gracia es la conversión. Pero en religión Dios no se impone, se propone. En religión el hombre es el que dispone, porque Dios nos creó libres y acepta el juego de la libertad.
Pero recuerda que un excesivo interés por tus asuntos, por tus negocios, lo pagas siempre con el desinterés por ti mismo. Y eso es el peor negocio, es un desequilibrio personal. Fijaos y veréis cómo los muy interesados en sus asuntos acaban siendo poco interesantes para los demás, se descapitalizan, al final no hay quien pague nada por ellos. No valen la pena. Lo único que consiguen, la única ventaja que alcanzan, es no hacer cola cuando visitan al director de su banco, pues tienen lo que el director busca.
Para acabar: Amar es preferir y eso se traduce por dedicar tiempo. Quien ama y prefiere más a sus asuntos e intereses que a sí mismo se equivoca, pues quien dedica más tiempo a sus sueños, asuntos e intereses que a su propia realidad la destroza. Hay que divorciarse de los sueños para casarse con la realidad, la vida.
El peor pecado, la más grave equivocación en la búsqueda de la felicidad/salvación es no esperar nada de nadie, creer que sólo tú puedes y que tienes tiempo para todo, (campos, negocios. . .); pero al final no lo tienes para lo que es verdaderamente fundamental: para ti mismo.
BENJAMIN OLTRA
COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995.
Págs. 117-120
19.
Nexo
entre las lecturas
La lectura del profeta Isaías es sumamente consoladora. Nos muestra la intención
salvífica de Dios que prepara para los tiempos mesiánicos un festín suculento
en el monte Horeb. Dios se dispone a enjugar las lágrimas de todos los rostros
y se prepara para alejar todo oprobio y sufrimiento. La promesa de la salvación
se verá cabalmente cumplida (1L). Por su parte, el evangelio también nos habla
de un banquete, pero los tonos y circunstancias son distintos. Se trata de la
parábola de los invitados descorteses, aquellos que no escucharon la invitación
para participar en el banquete nupcial (Ev). En el texto del profeta Isaías se
subrayaba, de modo especial, el don que Dios prepara para los tiempos mesiánicos
invitando a todos los pueblos de la tierra. En la parábola evangélica, en
cambio, se pone de relieve la libertad y la responsabilidad de los invitados al
banquete. La boda estaba preparada, pero los invitados no se la merecían. De
manera indigna habían echado mano a los criados y los habían cubierto de
golpes hasta matarlos. ¡Qué extraño proceder de uno que ha sido invitado a un
banquete! ¡Qué trágico y dramático el fin de aquellos invitados descorteses:
las tropas del rey prenden fuego a la ciudad y acaban con los asesinos! Se
trata, pues, de una parábola en relación con la que leímos el domingo
precedente (Viñadores homicidas), e indica que aquellos elegidos para
participar en el banquete se han comportado de modo indigno, no han reconocido
su condición de invitados o de labradores predilectos. Han querido hacerse con
la posesiones del rey, han querido suplantarlo desairarlo, y se han perdido, se
han hecho asesinos.
Dios invita al hombre, en Jesucristo, al banquete eterno, le ofrece la salvación.
Por parte de Dios todo está hecho; pero es el hombre quien libre y
generosamente debe acudir al banquete. Como san Pablo, hay que hacer la
experiencia de Cristo y de su amor para afrontar cualquier dificultad de la
vida: Todo lo puedo en aquel que me conforta (2L).
Mensaje doctrinal
1. En los tiempos mesiánicos Dios enjugara las lágrimas de todos los
rostros. Dice un himno de la liturgia de las horas: Señor, no sólo me
diste los ojos para llorar, sino también para contemplar. En verdad, en algunos
momentos de la vida, el hombre puede creer que su existencia no es sino un
llanto y sufrimiento ininterrumpido. ¡Son tantos los sufrimientos de los
hombres! Sufrimientos de pueblos enteros sumidos en la pobreza, en la miseria,
azotados por la enfermedad del Aids o malaria; sufrimientos de miles de jóvenes
aherrojados por las tenazas de la droga, del sexo, de la pérdida de sentido;
sufrimientos de tantos enfermos incurables, en estado terminal, o en estado crítico;
sufrimientos de familias desunidas. El Señor no es ajeno a todos estos
sufrimientos. Él recoge nuestras lágrimas entre sus manos, como bien expresa
el salmo 56:
De mi vida errante llevas tú la cuenta,
¡recoge mis lágrimas en tu odre! Sal 56,9
El Señor "ve nuestras lágrimas" (Cfr. 2 Re 20,5), "escucha
nuestras lágrimas" (Sal 39, 13). El Señor se conmueve ante las lágrimas
de los hombres. "Míralo en la palma de mis manos te tengo tatuada y tus
muros están ante mí perpetuamente" (Is 49,16). El Señor nos cuida
como un padre cuida a sus hijos: Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole
por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. 4 Con cuerdas
humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un
niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer. (Os
11,3-4)
El Señor prepara, pues, un banquete para el fin de los tiempos. En su Hijo, Él
nos ha expresado todo su beneplácito; en Él nos ha hecho ver cuán valiosa es
a los ojos de Dios la vida del hombre, pues ha enviado a su Hijo en sacrificio:
para rescatar al esclavo, entregó al Hijo. Él se cuida de nosotros y ninguno
de nuestros caminos le son desconocidos. Él va a buscarnos allá donde el
pecado nos tenía despeñados. Sí, el Señor no sólo enjugará al final de los
tiempos toda lágrima de quien a Él se acoge, sino que ya, desde ahora, es el
consuelo y alegría del corazón contrito y humillado. Abramos a Él nuestro
corazón, porque Él se cuida de nosotros.
En la profecía de Isaías, por primera vez, se postula el tema de la
inmortalidad: El Señor de los ejércitos aniquilará la muerte para siempre.
2. Dios nos da las fuerzas para superar las adversidades. En la segunda
lectura, Pablo se dirige a los Filipenses haciéndoles ver que él está
acostumbrado a todo. Sabe vivir en pobreza y en abundancia. Conoce la hartura y
la privación y se ha ejercitado en la paciencia de frente a las grandes
dificultades de su ministerio. Todo lo puede en aquel que lo conforta. El
cristiano, como Pablo, también es consciente de que en Cristo encuentra la
fortaleza necesario para perseverar en el bien y cumplir su misión. Sabe que
nunca está sólo en los avatares de la vida. Sabe que él va reproduciendo con
su vida, con su sufrimiento y con su amor, el misterio de Cristo. Por ello,
podemos decir que:
- El amor a Cristo nos da la constancia en el cumplimiento de nuestros
deberes. Nuestro deber de estado constituye nuestra primera obligación. Por
medio de esta fidelidad a las tareas diarias vamos construyendo el Reino de
Cristo en el mundo. ¡Cuántos son los santos, religiosos o laicos, que llegaron
a la santidad precisamente a través del cumplimiento ordinario de sus deberes.
- El amor a Cristo nos da la paciencia para tolerar las adversidades. No
son pocas ni pequeñas las adversidades que debe afrontar un hombre, un
cristiano, una persona amante de la justicia y la verdad. Adversidades de todo
tipo, a veces, interiores, íntimas profundas; a veces, exteriores, ataques de
los enemigos, incomprensión de los amigos, enfermedades, muerte, desuniones....
Sólo el amor de Cristo y el amor a Cristo son capaces de dar una respuesta
convincente al misterio del mal.
- El amor a Cristo nos da el valor para vencer nuestros temores y
desconfianzas. El Papa no cesa de repetir, ahora en su ancianidad, que no
debemos temer; que debemos luchar por el bien, que debemos "remar mar
adentro", que debemos ser los "centinelas de la mañana" que
anuncian que la noche está pasando y que llega la esperanza de un nuevo día.
En Cristo encontraremos la fuerza para superar nuestros miedos.
- El amor a Cristo nos da la fuerza para cumplir nuestra misión en la vida.
Cada persona tiene su propia misión en esta vida. No siempre se sienten las
fuerzas necesarias para llevarla adelante. Uno puede sentirse frágil o agotado
o desalentado ante la magnitud de la misión. Pues bien, es Cristo quien
fortalece al que está por caer. Son hermosas las palabras que el Papa pronunció
el pontificado: "A Cristo Redentor he elevado mis sentimientos y mi
pensamiento el día 16 de octubre del año pasado, cuando después de la elección
canónica, me fue hecha la pregunta: «¿Aceptas?». Respondí entonces: «En
obediencia de fe a Cristo, mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la
Iglesia, no obstante las graves dificultades, acepto». Juan Pablo II Redemptor
hominis 2.
Sugerencias pastorales
1. La experiencia del amor de Dios. El 13 de mayo de 1981 el Santo Padre
sufrió un atentado de manos de Alí Agca. Su vida estuvo en grave peligro.
Aquel hecho, que ha ocasionado al santo Padre un largo y penoso sufrimiento que
todavía no conoce fin, es, a los ojos del Pontífice, una gracia muy especial
de Dios. A través de esta experiencia, ha llegado a una mejor comprensión del
misterio del dolor y de la necesidad de ofrecer su sangre por Cristo y por su
Iglesia. Sólo unos días después del atentado, estando su salud todavía
bastante comprometida, el Papa grabó en la habitación del hospital Gemelli
unas palabras para que fueran transmitidas en el Angelus. En ellas decía que
ofrecía sus sufrimientos por el bien de la Iglesia y del mundo. Encuentran aquí
un especial sentido el verso del cardenal Wojtyla tomado de su poesía Stanislaw:
"Si la palabra no ha convertido, será la sangre la que convierta".
¡Maravillosa enseñanza la que nos ofrece el Santo Padre! Aprendamos como él a
hacer experiencia de Dios y de su amor en las diversas circunstancias de la
vida. Así, el dolor y las penas se convertirán en fuente de gracia, de
purificación y transformación en Cristo. "Todo lo podemos en aquel que
nos conforta"
2. La respuesta a la invitación de Dios y a las inspiraciones del Espíritu
Santo. La parábola de los invitados al banquete nos alerta sobre la
necesidad de responder a las invitaciones de Dios. El Señor llama a nuestra
puerta a través de las mociones interiores y de las inspiraciones del Espíritu
Santo. Seamos personas de vida interior, capaces de escuchar la voz suave del
Espíritu Santo. Personas generosas que no dejan pasar las oportunidades para
expresar a Dios su amor. Esto lo podemos hacer en nuestra vida cotidiana, en el
esfuerzo de cada día, en las relaciones familiares o profesionales.
P. Octavio Ortiz
20. COMENTARIO 1
DE BODA Y SIN TRAJE DE FIESTA
De entre todas las fiestas, la de bodas es especialmente portadora de alegría y
esperanza. La boda es celebración pública de amor entre dos personas que,
amándose, engendrarán nuevas vidas. En Palestina la fiesta de bodas se
prolongaba, a veces, hasta una semana, y estaba siempre acompañada de bailes,
cantos, farándulas diurnas y nocturnas, algarabía y gozo.
Pues bien, "el Reino de Dios se parece a un rey que celebraba la boda de su
hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero éstos no quisieron
ir". Tras una nueva invitación, "los convidados no hicieron caso; uno marchó a
sus tierras, otro a' sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y
los maltrataron hasta matarlos".
Al llegar a este punto, los oyentes de la parábola comenzaron a sentirse
identificados: Dios era el rey que celebraba la boda de su hijo Jesús. Ellos,
sacerdotes y senadores del pueblo, los convidados que rechazaron la invitación y
mataron a los criados, los profetas. Andaban demasiado complicados con sus
tierras y negocios para oir la llamada de Dios. Su amor desmesurado y exclusivo
al dinero -tierras y negocios- fue el motivo por el que no aceptaron la
invitación.
Poderoso caballero es don dinero que aparta del Reino de Dios. "No ha surgido
entre los hombres institución tan perniciosa como el dinero. El dinero destruye
ciudades, expulsa a los hombres de sus casas, el dinero trastoca las mentes
honradas de los mortales y las induce a entregarse a acciones vergonzosas. Es él
quien enseña a los hombres las malas artes y a cometer impiedades de todo
género". Así habla del dinero Sófocles en Antígona. El amor al dinero engendra
muerte y destrucción y acaba con la vida. Quien acapara por sistema, viviendo
centrado en las cosas y no en las personas, por conservar aquéllas, acaba con
éstas.
Los convidados, que rechazaron la invitación, fueron castigados por el Rey que
insistió: "La boda está preparada... Id ahora a los cruces de camino y a todos
los que encontréis -malos y buenos- convidadlos a la boda. La sala se llenó de
comensales". Dios brinda a todos la posibilidad de entrar en su Reino, no tiene
acepción de personas. Pero, de entrada, se exige una condición: llevar traje de
fiesta, o lo que es igual, seguir en la vida de cada día el mensaje de Jesús,
actuando de acuerdo con el Evangelio.
Al final de la parábola ocurre lo inesperado: un invitado es expulsado de la
fiesta por no llevar el traje requerido.
La Iglesia, con su afán misionero -pienso- ha cumplido el mensaje de esta
parábola sólo a medias. Ha invitado a todos para que entren en la comunidad
cristiana, imagen visible del Reino de Dios en el mundo, y esto lo ha facilitado
al máximo, hasta el punto de no exigir en la práctica casi nada a cambio. Para
pertenecer a ella basta con recibir el bautismo, aunque uno no se dé cuenta.
Quienes nos llamamos cristianos y católicos, para mayor "inri", hemos colocado
en el baúl de los recuerdos el Evangelio de Jesús, traje de fiesta que
deberíamos vestir ante el mundo, y nos hemos contentado con una religión donde
los creyentes sinceros son los menos y los oficialmente católicos, los más.
De las dos partes de la parábola, hemos cumplido la primera, y nuestro
cristianismo ha dejado de ser ya fiesta de bodas que hace renacer la vida y la
esperanza en el corazón de un mundo desencantado.
21.
COMENTARIO 2
"CON TRAJE DE ETIQUETA"
En las invitaciones o en la publicidad de algunas fiestas aparece al final una
indicación como ésta: "Se exigirá traje de etiqueta". Así se nos hace saber a
algunos a los que no nos gusta la etiqueta que es mejor que no nos presentemos;
y se evita que gente sin clase desentone entre los privilegiados. Pero no es
éste el caso del traje de fiesta del que habla el evangelio de hoy.
LA FIESTA
Hay una fiesta programada. Una fiesta a la que está invitada toda la humanidad.
Un gran banquete en el que se podrán saciar todas las hambres del ser humano.
Sí, es cierto que la situación actual de nuestro planeta es la menos indicada
para hablar de fiestas, pero... no se trata de una fiesta más: "Se parece el
reinado de Dios a un rey que celebraba la boda de su hijo".
La fiesta de la que habla el evangelio no es de las que sirven para olvidarse de
los problemas de la vida de cada día. Al contrario: es la fiesta en la que
empezamos a celebrar que los problemas de cada día tienen y van a ir encontrando
solución; una fiesta con la que se anuncia a la humanidad que es posible superar
las causas del aburrimiento y de la desgana de vivir, de la tristeza y de la
mayoría de los sufrimientos que padecen los hombres a lo ancho de nuestro mundo.
El banquete -o la fiesta- de bodas es símbolo del reino de Dios, que no es el
cielo, sino este mundo organizado según el proyecto de Dios. Es el mundo en el
que todos los hombres comparten el alimento y la vida, el pan y la palabra, el
amor y la felicidad.
LOS INVITADOS
Este mundo, esta fiesta, no se nos va a organizar por arte de birlibirloque.
Estamos invitados, es cierto. Pero lo que eso significa es que Dios nos da, por
medio de Jesús, el proyecto y las herramientas para que lo realicemos; pero el
trabajo nos corresponde a nosotros. Dios nos invita a colaborar en la
construcción de un mundo en el que vayan desapareciendo las razones para la
desesperación y en el que, mediante la práctica de la justicia y el progresivo
establecimiento de la paz, se empiece a ver que la felicidad y la alegría van
venciendo y expulsando de una vez por todas a la tristeza; un mundo en el que
las razones para vivir son cada vez más numerosas y más fuertes que la muerte
misma, y en el que la risa no sea una ofensa al sufrimiento de los pobres, sino
el anuncio del fin de la pobreza.
Pero no todos están dispuestos a llevar a cabo esta tarea, no todos quieren
participar en esta fiesta de bodas. Quizá creen que si se multiplica el número
de hombres que son felices puede mermar su bienestar. Son los que han construido
o buscan su felicidad a espaldas -o sobre las espaldas- de la mayoría. Son los
primeros convidados que rechazaron la invitación, algunos con el pretexto de que
estaban ocupados en sus negocios...; y otros sin dar ninguna excusa: el asunto
no les convenía y, dejándose de paños calientes, asesinaron a los mensajeros:
"Envió criados para avisar a los que ya estaban convidados a la boda, pero éstos
no quisieron acudir... Volvió a enviar criados... Pero los convidados no
hicieron caso: uno se marchó a su finca, otro a sus negocios; los demás echaron
mano de los criados y los maltrataron hasta matarlos".
EL TRAJE DE FIESTA
Pero el proyecto no iba a fracasar porque algunos lo rechazasen; la fiesta no se
iba a suspender porque los primeros invitados fueran unos groseros o unos
criminales. Y la invitación se extendió, como estaba previsto de antemano, a
todos los que quisieron aceptarla. Y los criados del Padre del novio salieron a
los caminos y reunieron en la sala del banquete a todos los que encontraron,
buenos y malos. No se les pedía a ninguno certificado de buena conducta, pero...
Pero uno de los que aceptaron esta nueva invitación se presentó en la sala del
banquete sin el traje de fiesta: "Cuando entró el rey a ver a los comensales,
reparó en uno que no iba vestido de fiesta, y le dijo: Amigo, ¿cómo es que has
entrado aquí sin traje de fiesta? El otro no despegó los labios. Entonces el rey
dijo a los servidores: Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las
tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque hay más llamados
que escogidos".
No se trata del traje de etiqueta que se exige en las fiestas clásicas. El traje
de fiesta simboliza el nuevo modo de vivir, es decir, el compromiso de trabajar
en la construcción del reino de Dios, en convertir este mundo en una inmensa
familia, en hacer que la vida de los hombres sea una permanente fiesta.
La parábola, además de ser una nueva denuncia de los sumos sacerdotes y
senadores, esto es, de los responsables religiosos del pueblo de Israel -los
primeros convidados que no quisieron aceptar la invitación-, contiene una
advertencia para los cristianos: no se puede jugar con dos barajas. No se puede
pretender formar parte del reino de Dios y conservar el modo de pensar del mundo
este; no se puede decir que Dios es nuestro Padre sin trabajar para organizar el
mundo de tal modo que los hombres podamos vivir como hermanos. Ese es el traje
de fiesta que se nos exige: no un traje que nos separa a unos de otros, sino un
traje que nos iguala como hijos y como hermanos.
22.
COMENTARIO 3
El Salmo interleccional y la epístola de Pablo a los cristianos de Filipos ponen
de relieve el cuidado y protección de Dios. El primero recurre a las imágenes de
pastor y anfitrión señalando el significado del "tú conmigo" (v. 4) en el camino
y en el descanso. Por su parte la epístola señala la compañía divina en la vida
del apóstol y la seguridad que ella se hará extensiva a los cristianos de la
comunidad.
El pasaje del evangelio recurre a la misma imagen y comparte el horizonte
universalista. En él podemos distinguir dos partes.
En la primera, se presenta el Reino de Dios con ayuda de las acciones de un rey
que quiere celebrar la boda de su hijo. Los símbolos de autoridad están
expresamente seleccionados ya que esta sección, que tiene lugar en Jerusalén,
gira en torno de la autoridad de Jesús.
Para la celebración el rey envía a sus "sirvientes", en dos oportunidades, a
notificar a los que han sido previamente invitados que el banquete está pronto.
La reacción es de una violencia creciente.
Ante este fracaso, el rey ordena a los sirvientes de extender la invitación a la
gente que está "al extremo de la calle" sin distinción de comportamiento ético,
ya que entran al banquete "malos y buenos" (v. 10). La invitación ahora surte
efecto ya que la sala se llena de invitados. Se trata de una llamada universal
que supera todas las diferencias humanas y que reúne a todos en un mismo
banquete.
Esta perspectiva universal, aunque ocasionada por el rechazo de los invitados,
va mucho más allá de lo que puede, en el rey, motivar ese rechazo. Se trata de
una voluntad salvífica sin límites que aprovecha un momento de hostilidad para
manifestarse.
Los vv. 11-14 cambian bruscamente la perspectiva de la parábola precedente. Aquí
se trata de un caso particular de la participación al banquete. El ámbito
universal continúa estando presente, pero se subraya la reacción de uno de los
comensales.
El cambio de perspectiva toma su punto de partida en la entrada del rey en la
sala del banquete. Con esa entrada se señala un acontecimiento decisivo, un
juicio que se opera en cada uno de los invitados.
Haber entrado no da derecho automático a permanecer. Para participar plenamente
al banquete es necesario haber aceptado el "vestido de fiesta", el don de la fe.
Uno de los presentes, aunque también llamado, no ha endosado el ropaje adecuado,
no ha sido capaz del compromiso ético que acompaña a la llamada.
La mudez ante la pregunta del rey, indica la ineficacia de la llamada en tal
convidado y motiva la sentencia condenatoria que el rey pronuncia en un juicio
instantáneo y decisivo que lo arroja a las tinieblas exteriores, donde reinan el
llanto y el rechinar de dientes (v. 13). La tristeza ante Israel por no haber
aceptado la invitación puede transferirse a los miembros de la comunidad
eclesial que no sean capaces de las exigencias que dimanan de la fiesta. Este
destino reservado a los miembros "mudos" de la comunidad, incapaces de producir
fruto coherente con su confesión de fe, pretende hacer un llamado concreto a
cada uno de los integrantes comunitarios a tomar en serio la invitación que en
principio han aceptado.
La advertencia se hace más urgente gracias a la mención del mayor número de los
llamados que de los escogidos (v. 14) que no busca determinar número sino
fundamentar la seriedad con que se debe tomar la decisión frente al Reino.
El banquete del Reino es un don gratuito de Dios pero exige que cada hombre sea
capaz de aceptar la invitación que se le dirige y, llevar una vida coherente con
el significado de la invitación. Sólo con esas dos actitudes es posible
mantenerse en el ámbito de la gracia divina que aunque ilimitada jamás avasalla
la libertad humana.
Para la revisión de vida
Dios nos invita a todos a asistir al banquete de la fiesta de su Reino. ¿Estoy
dispuesto a aceptar esa invitación, a acogerla sin prejuicios ni condiciones, y
a colaborar para que todos participen en ese banquete que nos prepara Dios
nuestro Padre?
Para la reunión de grupo
- La parábola de los invitados al banquete puede ser interpretada como
significadora de nuestra propia vida invitada por Dios al banquete de la vida…
Parafrasear entre todos en el grupo ese símbolo. ¿Consideramos que hemos sido
invitados? ¿Invitados a un banquete? ¿Se puede comparar la vida con un banquete?
¿En qué aspectos sí y en qué aspectos no?
- Muchas veces se ha utilizado la religión para "meternos miedo" y atormentarnos
con las amenazas de castigo. ¿En qué Dios creemos, en el Dios de los castigos o
en el que busca nuestro gozo y nuestra alegría, nuestra vida por encima y más
allá de la muerte? ¿Creemos que Dios nos amenaza con el "llanto y el rechinar de
dientes"?
Para la oración de los fieles
- Por todo el Pueblo de Dios, para que acoja con cariño la invitación de Jesús a
construir un mundo nuevo, justo y fraterno. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros, para que seamos fuente de esperanza para todas las
personas. Roguemos...
- Por todas las personas, para que sea cual sea su ideología y su actividad
profesional, trabajen con alegría e ilusión en bien de la humanidad. Roguemos...
- Por todos los que son educadores de niños y jóvenes, para que lo hagan con
criterios de amor y de justicia. Roguemos...
- Por todos los cristianos, para que superemos la "religión del miedo" y vivamos
con fe en el Dios de la justicia y el amor. Roguemos...
- Por todos y cada uno de nosotros, para que acojamos a todos los que nos
necesitan, sin discriminarlos por ningún motivo. Roguemos...
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro: te pedimos que tu gracia y tu luz nos acompañen siempre, de
modo que estemos dispuestos a obrar en todo momento con justicia y con amor.
Quédate entre nosotros y haz que siempre sepamos reconocerte presente en las
personas. Por Jesucristo.
1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.
3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).
23. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
"Amigo, ¿cómo has entrado aquí?"
Lecturas:
Is. 25, 6-10a
Flp. 4, 12-14.19-20
Mt. 22, 1-14
Un gran anuncio de esperanza y de alegría recorre de un extremo al otro la palabra de Dios de esta Misa: es un mensaje de consuelo de Dios a su pueblo. Isaías dice: Dios quitará el velo de luto, hará desaparecer la muerte, secará todas las lágrimas.
La historia y la literatura de todos los pueblos está llena, para decir la verdad, de estos plumazos de esperanza que impulsan —especialmente en momentos de grandes calamidades— a imaginar un futuro maravilloso, una especie de retorno a la mítica edad de oro. Por otra parte, también hoy la humanidad se ve acosada por una ideología que la empuja a mirar hacia adelante y poner toda su esperanza en un futuro donde se realizará la plena liberación y el hombre será por fin lo que nunca fue, es decir, él mismo.
¿Qué es lo que distingue las promesas del profeta bíblico de aquellas análogas de los poetas o de los profetas de la utopía? El hecho es que, a diferencia de éstas últimas, las promesas de Dios toman cuerpo en torno a un evento preciso del futuro, se basan en un compromiso y una promesa de Dios: Yahvé preparará un día una gran fiesta para todos los pueblos. Por el momento, la promesa permanece vaga y los hombres no saben qué es esa fiesta que Dios está preparando.
Pero he aquí que, al pasar a la lección evangélica, escuchamos estas palabras de Jesús: el reino de los cielos es como un rey que hace una fiesta de bodas para el hijo y manda llamar a los invitados: primero, a algunos invitados designados, más tarde, después del rechazo de éstos, a todos los hombres. El reino de los cielos es la fiesta de bodas; Jesús es el esposo; Dios Padre, el rey de la parábola, el autor y el origen de todo el proyecto.
Todas las promesas de Dios encontraron su cumplimiento con la venida de Jesucristo. Él, dirá san Pablo, es el "sí" de Dios a todas sus promesas (cfr. 2 Cor. I, 19-20). Él es el "Amén" por excelencia (Apoc. 3, 14). El reino de los cielos que él llevó a la tierra es, al mismo tiempo, la gran sala en la cual se celebra la fiesta y la fiesta misma: es la Iglesia y es la redención en ella preparada.
¿Por qué se lo llama fiesta de bodas? Porque la fiesta nupcial es signo por excelencia de alegría y la gran redención operada por Cristo es la gran alegría para todo el pueblo. Fiesta de bodas, sobre todo, porque Jesucristo vino al mundo para unirse con la humanidad en forma tan nueva, tan íntima, que se puede hablar de esponsales entre él y la Iglesia (cfr. Ef. 5, 25 ss.). Muchas veces Jesús se presentó con la imagen de un esposo. Él llama a sus discípulos los amigos del esposo, habla de las almas fieles como de vírgenes que van al encuentro del esposo; finalmente, Juan llama a la Iglesia la esposa del Cordero (Apocalipsis) y Pablo llega a decir que el matrimonio de los cristianos es un gran misterio, una realidad bella y profunda, justamente porque tiene como modelo la relación de esponsales que existe entre Cristo y su Iglesia (Ef. 5, 32 ss.).
Sería necesario detenerse en la mitad de la página del Evangelio para permanecer en este clima tan radiante y optimista. Pero la visión exaltadora que se ve en la misma mesa de Dios, como sus comensales y amigos del esposo, tiene una nube que la oscurece: el rechazo de los invitados. En la parábola, el rechazo de aquellos invitados de la primera hora aludía al rechazo que el pueblo hebreo había opuesto a Jesús y a su mensaje. Ellos, que eran los primeros, se volvieron los últimos; otros, los paganos, tomarán su lugar. El domingo pasado hemos escuchado, como conclusión de la parábola de los viñadores, que estos invitados de refuerzo somos nosotros, herederos del mundo pagano. Somos aquella segunda oleada de invitados, buscada en las bifurcaciones de los caminos, hecha de buenos y de malos (Lucas dice: ciegos, deformes, cojos).
¿Qué será de nosotros? ¿Estamos al resguardo de todo rechazo? ¿Estamos de veras seguros de no alejarnos más del Reino, de no ser echados de la fiesta hacia las tinieblas de afuera? También para nosotros la parábola contiene, en un pequeño rincón, una gran advertencia. Entre los nuevos invitados había uno que no estaba vestido para una boda; es decir, alguien que se encontraba allí por azar, cuyo corazón y cuyos pensamientos estaban en otra parte: un oportunista, diríamos hoy, o también, un parásito. Los otros comensales no están capacitados para individualizarlo; son engañados; lo creen uno de ellos. No pasa lo mismo con el anfitrión: su mirada, apenas entra en la sala, está sobre él: Amigo, ¿cómo has entrado aquí?
Amigo, ¿cómo has entrado aquí? Fuera de la parábola, esta pregunta es dirigida a cada uno de nosotros, que nos encontramos ahora en la gran sala nupcial que es la Iglesia, para el banquete que es la Eucaristía. Nos obliga a volver a entrar en nosotros mismos y a preguntarnos si también nosotros no estamos aquí sin la vestimenta apropiada, si no estamos por azar, por hábito, sin tomar parte y tener interés por lo que se desarrolla; si no estamos también nosotros con el corazón ausente y la mente perdida en el propio terreno y los propios asuntos.
Decía san Pablo a los primeros cristianos: que cada uno se examine atentamente a sí mismo antes de comer de este pan (1 Cor. 11, 28).
Lo que se cuestiona no es, evidentemente, sólo nuestro estar aquí —por qué hemos venido a Misa—, sino que es también, en forma más radical, nuestro estar en la Iglesia, nuestro ser cristianos. Quizás haya llegado la hora, una vez más, en que, aquellos que adoran a Dios lo deban adorar en espíritu y en verdad, como le decía Jesús a la samaritana (Jn. 4, 23), es decir, interiormente y con hechos, no por costumbre o con palabras. El momento de volver consciente y querido lo que se cumplió en nuestro bautismo. Tal vez esto era lo que deseaba decir el Señor con la imagen de la vestimenta. Estar vestidos con hábitos nupciales podría significar revestirse con obras evangélicas, con aquel manto de buena voluntad y caridad que cubra la desnudez de nuestra naturaleza.
Dios tiene necesidad de tales adoradores: es decir, de aquellos que adoran con hechos y no sólo con palabras, de aquellos que escuchan la palabra de Dios y la llevan a la práctica todos los días.
¿Pertenecemos a esta categoría? En todo caso, la palabra de Dios nos invita a integrarla. Nos dice que podemos hacerlo. Cristianos verdaderos, convencidos, felices de serlo: en suma, cristianos en espíritu y verdad. ¿Nosotros solos, sin ayuda? No; pero el Señor es mi pastor, hemos cantado en el salmo responsorial, por eso no nos falta nada; los medios están a nuestra disposición.
A él, buen pastor y esposo de la parábola, estamos por acercarnos en forma distinta. Por medio de su cuerpo eucarístico, pedimos que nos otorgue también su Espíritu y la fuerza de su resurrección.
(Tomado de “La Palabra y la Vida” ed. Claretiana, 1977, Pág. 228 y ss)