27 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
1-8

1.

* Punto de partida.

Si el evangelio insiste en un tema, por conflictivo que sea, no tenemos que evitarlo nosotros. Las parábolas que Mt sitúa al final de la vida de Cristo apuntan claramente a la incredulidad del pueblo de Israel: hace dos domingos, los llegados a la viña a última hora (los paganos) eran equiparados a los primeros (los israelitas); el domingo pasado, el hijo que no quiso ir al trabajo, pero que luego recapacitó y fue, es alabado por encima del hijo "bueno" que al final no fue a trabajar. Hoy es la parábola de los viñadores infieles.

* La desilusión de Dios

El poema de Isaías lleno de belleza y de ternura, junto con el salmo responsorial, tiene una intención muy clara para el Israel de su tiempo; para el Israel del tiempo de Xto; para el nuevo Israel, la Iglesia, si cae en la misma tentación de esterilidad y traición. A veces esta decepción por parte de Dios, con respecto a Israel (y la Iglesia) está expresada en la Biblia bajo el símil del esposo y la esposa.

Aquí es con la imagen de la viña que no produce frutos, a pesar de los mimos del viñador. Es una imagen que entienden no sólo los de ambiente rural: también los hombres de ciudad captan su mensaje. Y además, en un momento determinado, el poeta-profeta deja las metáforas y denuncia la realidad: hay asesinatos y lamentos de oprimidos, en vez de justicia y lealtad...

La parábola de Jesús todavía es más clara; los destinatarios, sumos sacerdotes y guías de Israel, la entendieron demasiado bien. Es una parábola que resume la historia de Israel y a la vez es profecía del hecho dramático de la entrega del Hijo de Dios a la muerte. La obstinación, la incredulidad... la exclusión del Reino. Y lo mismo queda expresado en la otra metáfora: la piedra angular que no han sabido apreciar.

* Va para nosotros

Sería muy cómodo aplicar la lección a Israel y a su infidelidad.

Pero ¿no nos portamos nosotros, los cristianos de hoy, de la misma manera? ¿no somos viñadores descuidados, infieles, estériles, que frustran los planes de Dios?, ¿de veras sabemos reconocer en la práctica a Xto como la única piedra en la que fundamentar nuestro edificio?, ¿creemos de veras en Él, en su Evangelio, aceptando su criterio de vida como nuestro? Los "hombres de bien" de Israel eran "cumplidores", conservaban nominalmente la Alianza, iban al Templo y la sinagoga, recitaban sus oraciones... Pero no cumplían el espíritu de la ley. Y no aceptaron a Xto. ¿Y nosotros? La ejemplificación podría ir en estas dos direcciones:

-a veces nos creemos con derecho al premio porque "cumplimos": pero hoy se nos habla de dar frutos verdaderos, y no sólo palabras; "uvas" y no "agraces"; nuestro cristianismo es

-a veces demasiado tranquilo, satisfecho de sí mismo: y de repente nos viene la palabra de juicio: ¿se puede decir que nuestra viña está rindiendo la cosecha que Dios esperaba?;

-la viña tanto es la comunidad eclesial (parroquial, religiosa...) como cada uno de nosotros; Dios ha puesto a nuestra disposición todos los medios: ¿estamos realizando su plan en nuestra vida?, ¿damos al mundo la imagen de Dios que necesita?, ¿trabajamos por Xto o por intereses nuestros?, ¿somos oportunistas, acomodaticios?, incluso ¿pretendemos apropiarnos de la viña, que sólo es de Él?

-también es actual la actitud de Israel con relación a los profetas y al Profeta: porque Dios sigue enviando al mundo sus profetas: voces carismáticas que suenan fuertemente también en nuestro tiempo; hay mil modos de esquivar esas voces: se las puede hacer callar (mons. Romero, Ellacuría...), se las puede difamar ("sí, es un hombre de carisma, pero es involucionista, es un conservador"), se les puede acusar (ese Episcopado que habla "se mete donde no le llaman"), o se les puede ignorar sencillamente (esa familia vecina que conocemos tan íntegra y fiel a su fe cristiana, "seguramente son apocados, o no saben hacer otra cosa")...; no hay peor sordo...

-"les será quitado el Reino"; Dios anuncia su juicio contra una comunidad (eclesial), si no cumple sus esperanzas y desvirtúa el evangelio; las vocaciones disminuyen, la vitalidad está enferma... ¿nos tendrán que venir a evangelizar dentro de poco las cristiandades más vigorosas del Tercer Mundo? No está fuera de lugar hacernos estas preguntas. La parábola fue y sigue siendo escandalosa, directa, incisiva. No tratemos de "aguarla".

En la Eucaristía celebramos y recibimos a Xto: el Profeta que a sí mismo se ha llamado la "verdadera vid": Él sí que supo dar frutos plenos a su Padre. Y además se ha hecho vino para nosotros: para que bebiéndole aprendamos a dar frutos en Él.

Aldazábal
Misa Dominical 1981, nº 18


2.

El canto del Señor Yahvé a su viña, el pueblo de Israel, abre la Palabra litúrgica de este domingo.

Jesús escenifica, en una parábola autobiográfica, el trágico final de un idilio fallido. Junto a la historia de esta viña, Pablo, en un bellísimo texto, orienta nuestro pensamiento y nuestra actividad: tranquilidad, paz, atención a lo bueno, Dios está con nosotros. "La viña del Señor es la casa de Israel... Esperó derecho, y ahí tenéis: asesinatos". Dios mismo se pregunta en Isaías: ¿cabía hacer algo por mi viña que yo no haya hecho? El mismo Isaías nos dice en unas líneas más adelante de nuestro texto cuáles son las causas de la calamitosa situación de la viña del Señor.

La lista que nos da Isaías no tiene desperdicio y parece escrita hoy mismo por un atento observador de nuestra actualidad. Estos son los responsables para Isaías:

1.Los que se acomodan en la historia sin otro interés que sus ambiciones.

2.La corrupción política de los dirigentes, ignorantes y despreciadores de la acción de Dios en la historia.

3.La burla insultante hacia los valores del Espíritu.

4.La amoralidad o vaciado moral de toda referencia a lo bueno o a lo malo.

5.La arrogancia de los poderosos y de los dirigentes.

6.La degradación y manipulación de la administración de la justicia.

Las diferencias entre el canto de Isaías y la parábola de Jesús son mínimas; ambos hablan de la historia como tarea del hombre; de la acción amorosa de Dios y de los desastres atribuibles siempre a la autonomía y soberanía del hombre dentro de la historia. En el canto de Isaías no hay esperanza; en la parábola, la esperanza está puesta en el Hijo de Dios asesinado por los arrendatarios de la viña y puesto ahora como piedra y fundamento de una historia nueva.

Aquí y ahora sigue la historia de la viña: la historia de nuestra historia. La liturgia nos invita también hoy a juzgar entre Dios y la historia. El mal y sus agentes estamos ahí tal como nos retrata a todos Isaías; ahí está también la amorosa paciencia de Dios, no siempre claramente proclamada por los profetas y devotos: Dios no puede hacer más por nuestra historia.

La historia de la viña supone todo un reto para los que hoy nos reunimos en nombre de Jesús: ¿Estamos convencidos de nuestra participación responsable en todo lo que degrada nuestra historia? ¿Creemos y proclamamos que la esperanza de la historia pasa por las manos y la conciencia de los hombres, de todos los hombres? ¿Sabemos y creemos en la misión que tenemos los cristianos como testigos del que es fundamento de toda esperanza humana? ¿En nuestros interminables rezos, pretendemos comprometer a Dios en nuestros intereses o dejamos que Él nos comprometa en sus designios amorosos sobre su viña?... ¿Qué hay realmente en nuestras manos? Oremos para saber responder a Dios.

JAIME CEIDE
ABC/DIARIO
DOMINGO 7-10-1990/Pág. 71


3. J/VIÑA

Los israelitas celebraban todos los años su fiesta de la vendimia, una fiesta eminentemente popular como todas las auténticas fiestas. Los habitantes de Jerusalén y los forasteros que acudían a la ciudad para esta fiesta se echaban a la calle y durante ocho días dormían juntos al raso bajo un mismo cielo, en las plazas y en las terrazas, en los patios..., recordando así los 40 años que sus antepasados caminaron por el desierto hasta su asentamiento en la tierra que les había sido prometida, la tierra de Canaán, en donde la vid que había sido traída de Egipto echaría raíces y "extendería sus sarmientos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río". Corría el vino como el agua, y el gozo por la vendimia se trascendía en el gozo de pertenecer al pueblo elegido: "La casa de Israel es la viña del Señor, y los hombres de Israel su plantel preferido".

Pero he aquí que en una de estas solemnidades, cuando todos celebraban el nuevo mosto de sus propias viñas, Isaías canta las quejas del Señor contra la suya, contra su pueblo, el pueblo que él había elegido, trasplantado de Egipto y cuidado con amor. Porque "esperó que diese uvas, pero dio agrazones", porque esperaba que corriese la justicia como un río y no hay más que asesinatos y lamentos.

Inmediatamente después del canto de la viña, en el mismo capítulo, Isaías denuncia las principales lacras de aquella sociedad israelita: la conducta de los ambiciosos que "juntan casa con casa y campo con campo hasta ocupar todo el sitio", la vida de crápula y el desenfreno, la venalidad de los jueces, el engreimiento de los que se tenían a sí mismos por sabios y prudentes, el oscurecimiento de los valores y la confusión de las ideas, la presunción fatua y supersticiosa de que todo iría bien a fin de cuentas, etc. Lacras que vemos hoy también en nuestra sociedad y por las que la palabra del Señor se vuelve contra su viña.

También Jesús se refiere en su parábola a la infidelidad de los dirigentes de Israel. No obstante algunas diferencias formales o de género literario, la conclusión final, la enseñanza y la advertencia, es la misma en los dos textos, en el canto de la viña y en la parábola en lo que dice Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores de Israel: "por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos".

La sustitución anunciada será radical, esto es, desde otro principio y fundamento, desde otra raíz. Lo que parecía un ripio, lo que desecharon los arquitectos, la piedra que arrojaron fuera de la Ciudad Santa (Jesús murió asesinado fuera de la ciudad de Jerusalén, como un excomulgado), va a ser ahora la piedra angular, el nuevo fundamento. Podemos decir también, continuando la alegoría de la viña, que Jesús va a ser la "verdadera vid", la que no falla: "Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador" (Jn 15. 1). Y nosotros, los que creemos en él, somos los sarmientos. Por el bautismo hemos sido injertados en su persona e incorporados a su misión. De él venimos, como enviados suyos al mundo, para dar fruto, y en él tenemos que permanecer si queremos que la vendimia no se malogre, porque sin él no podemos hacer nada. Por Xto y en Xto nosotros somos hoy la viña del Señor.

Cuantas veces celebramos la Eucaristía nos reunimos para brindar con el mejor de los vinos por la nueva alianza en la sangre de Xto. Pero debemos ser conscientes, en medio de nuestra fiesta, de que si Xto no le falla nunca al Padre, nosotros sí que podemos fallarle. Por eso es necesario que escuchemos atentamente la palabra de Dios, no como palabra de otros tiempos y para otros hombres, sino como palabra dirigida a nosotros que somos hoy la viña del Señor.

El evangelio es promesa y Dios es fiel y poderoso para cumplirla. Sin embargo, por lo que toca a los hombres, esta promesa puede quedar frustrada por su culpa. Y así es fácil comprobar que en nombre del cristianismo, o del occidente cristiano, o de los "valores cristianos de occidente", se ha producido a lo largo de la historia, y se produce todavía, cantidad de agrazones. Se esperaba justicia, y ahí tenéis, colonialismo. Se esperaba el vino de la fraternidad universal, y ¿qué es lo que vemos? Mala uva. Incluso dentro de las iglesias, y de la iglesia católica, se frustran constantemente las promesas del evangelio. El clericalismo, el autoritarismo, la intransigencia, el fanatismo, la superstición, el quebranto incluso de los mismos derechos humanos... agrían las relaciones entre los que se confiesan discípulos de Xto. De modo que el nombre de Xto es difamado muchas veces por nuestra culpa.

EUCARISTÍA 1981/47


4. EL PROYECTO DE JESÚS HABRíA SIDO QUE ISRAEL ASUMIERA LA NUEVA CAUSA DEL REINO Y SE CONVIRTIERA EN SU MENSAJERO PARA TODO HOMBRE PERO ISRAEL SE CERRO A ESA POSIBILIDAD.

En el evangelio de hoy, escuchamos, en forma de parábola, la historia dramática del rechazo del pueblo elegido a la llamada que Dios le ha hecho: Israel tenía a su cargo la viña de Dios, y no ha querido dar el fruto que Dios le pedía por medio de los profetas, y ha llegado hasta matar al hijo, Jesús. Y Dios da la sentencia: la viña se dará a un nuevo pueblo que produzca sus frutos.

El drama de Israel forma parte de la historia de la salvación. Y la complejidad de este drama queda bien ilustrada por el conjunto de la primera lectura y el salmo responsorial, que podrían constituir un buen punto de reflexión en la homilía de hoy.

El poema de Isaías es realmente bello. Es el lamento de Dios ante su pueblo. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?. Israel, la salvación que ha recibido de Dios, cuyo momento culminante es la liberación de la esclavitud de Egipto, y su respuesta de infidelidad ("asesinatos" en lugar de "derecho", "lamentos" en lugar de "justicia"), serán para siempre una fortísima advertencia para todo aquel que se pretenda seguidor del camino de Dios. Porque Dios "dejará arrasada" esta viña que produce agrazones: Israel será destruido y exiliado.

Pero ¡qué contraste, entonces, con el salmo responsorial! El pueblo exiliado recuerda las gestas de Dios, y habla al corazón del Señor que lo liberó de Egipto con el poder de su brazo. En el desamparo y el abandono, del núcleo más sano del pueblo surge este clamor, esta voluntad de retorno al Señor, esta petición humilde al Dios de la misericordia. Y realmente Dios responderá al clamor, y un resto de Israel volverá del exilio. Esta capacidad de Israel de volver siempre a su Dios es también una llamada para nosotros. Al fin y al cabo, nosotros somos los receptores de la última respuesta de Dios al clamor de su pueblo: la venida del Mesías y la buena noticia para el nuevo pueblo del Evangelio son esa última respuesta (el cántico de María canta este hecho: Dios responde al clamor de Israel con la venida del Mesías).

(En el momento actual, Israel y sus vicisitudes históricas no tienen ya ningún significado específico para nuestra historia de salvación. Lo único significativo sería, como decía san Pablo en los pasados domingos 19 y 20, el deseo de que reconozcan ellos también al Mesías. Pero su historia antigua, hasta Jesús, sí que es también historia nuestra).

La cara positiva de todo ello es que, con Israel o sin él, un nuevo pueblo que supera toda frontera racial es heredero del Reino: todo hombre está llamado a formar parte de este nuevo pueblo que haga fructificar la viña de Dios.

A lo largo del evangelio se da a entender que el proyecto de Jesús habría sido que Israel hubiese asumido la nueva causa del Reino y se hubiera convertido en su mensajero para todo hombre.

Pero Israel se ha cerrado a esa posibilidad, y sólo algunos israelitas la han asumido, y han tenido que romper con su pueblo para llevarla adelante. Aquel hijo que los labradores empujan fuera de la viña y matan es la piedra desechada convertida ahora en piedra angular. La viña ya no tiene fronteras. La muerte fuera de la cerca que cerraba la viña es símbolo de esta expansión de vida más allá de todo límite, una expansión cimentada en aquel que murió y ahora vive para siempre, aquel en quien se sostiene toda la novedad nacida del amor inmenso manifestado en la cruz.

"Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente", dice el evangelio alabando esta obra definitiva de Dios. Este canto a la acción maravillosa de Dios podríamos resaltarlo hoy en su momento propio, que es la plegaria eucarística. Concretamente, la plegaria eucarística IV, que parte en el prefacio de la grandeza infinita de Dios y repasa luego el amor manifestado a los hombres desde la creación y en la historia de Israel, que culminará en la vida y en la muerte de JC y en el don del Espíritu para que el estilo de vida de JC continúe en nosotros. Se podría explicar un poco en la homilía el contenido de esta plegaria eucarística y luego proclamarla en su momento.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/18


5. ISRAEL/VIÑA.

-Israel, el pueblo que reconoció a Dios.

"Sacaste, Señor, una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste. Extendió sus sarmientos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río". Estos versículos oíamos hoy en el salmo responsorial. Unos versos que recuerdan nostálgicamente el comienzo de la historia de un pueblo, el nacimiento de una nación. Un nacimiento lleno de esperanza de vida, lleno de gritos de libertad, cuando unas tribus oprimidas bajo una potencia extranjera (Egipto), logran encontrar un líder (Moisés), logran escapar atravesando el mar, logran alcanzar una tierra nueva y libre.

Y esas tribus, que formarán así el pueblo de Israel, sienten muy adentro que toda su aventura, aquella historia apasionante de libertad, ha sido marcada y conducida por la fuerza de alguien que ama como ninguno la vida y la libertad: ha sido conducida por Dios, por el Dios que ellos reconocen con el nombre de Yahvé.

Y por ello, en estos versos explicarán así la historia: el pueblo de Israel es como una vid, como una viña que Dios mismo se trajo de Egipto, y la trasplantó a esa tierra nueva e hizo que se extendiera por un amplio territorio desde el mar hasta la otra parte del desierto, junto al Gran Río. Y para ellos, para Israel, Yahvé, su Dios, será ya para siempre aquél que ha liberado al pueblo, aquél que conduce y ama la libertad del pueblo, aquél que quiere que dentro de ese pueblo todo hombre y toda mujer pueda sentir el gozo de la esperanza, de la justicia, de la libertad, de la vida.

Este pueblo será el pueblo de Jesús, el pueblo de los apóstoles, el pueblo de María. Y ahí, en ese pueblo, aprenderán todos ellos cuáles son los proyectos de Dios sobre los hombres, qué clase de hombre y de mundo desea Dios. Y aprenderán, asimismo, que Israel, los ciudadanos de Israel, no podían ser los únicos llamados al camino que Dios deseaba para los hombres, no podían ser los únicos propietarios de la llamada de Dios.

Y eso es lo que nos quieren explicar las lecturas de hoy, la lectura del profeta Isaías y la parábola del evangelio. Y nos lo explican con dureza, criticando fuertemente el modo de actuar de los israelitas a lo largo de la historia (y merece la pena que prestemos atención, porque esa crítica también puede valer para nosotros). Así lo decía Isaías: "La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos". Y así lo decía también Jesús, con mayor dureza: "Se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos".

¿En qué consiste, pues, la crítica? En algo muy simple. Aquel pueblo que había reconocido a Dios en el corazón de su historia, tenía que vivir según el proyecto de justicia, de libertad, de esperanza para todos que Dios quiere para los hombres. E Israel (como conjunto, como totalidad, empezando por sus dirigentes) no vivió así. Y los dirigentes religiosos de aquel pueblo no fueron capaces de escuchar tampoco la llamada que Jesús les hacía para que su religión volviera a lo que Dios esperaba de ella, y siguieron manteniendo la fe en Yahvé como una cáscara vacía, como un instrumento de poder, como un falso motivo de confianza, pensando que hiciesen lo que hiciesen tenían garantizada la protección divina.

Y en definitiva, esa cáscara vacía, esa falsa confianza, esa religión externa no servía de nada. Porque Dios tiene un solo criterio para valorar a los hombres y las cosas: el fruto que dan. Y aquellos hombres que representaban la religión de Israel no daban fruto: no estaban al servicio de la justicia y el derecho que Dios deseaba.

Y por eso no tenía sentido que siguieran considerándose los elegidos de Dios. Elegidos de Dios lo serán aquellos que, perteneciendo o no a Israel, sigan el criterio de Dios, es decir, den fruto. Y así, son elegidos de Dios los hijos del pueblo judío como María, los apóstoles y el propio Jesús. Y lo son al mismo tiempo que tantos hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares que han comprendido cuál es el fruto que Dios deseaba y se han esforzado por darlo.

Esto es, creo yo, lo que hoy quiere decirnos la palabra de la Escritura, al invitarnos a mirar hacia atrás, hacia la historia de Israel. Y de ahí se puede deducir también fácilmente cuál es la enseñanza que esta palabra incluye para nosotros. Nosotros nos hemos apuntado al nuevo pueblo que quiere dar fruto. Pero, cuidado: de poco sirve estar apuntado... ¡se trata de dar fruto!

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981/03


6. 

Tanto la "canción de la viña" del libro de Isaías como la parábola del evangelio nos presentan el fiel retrato de nuestra vida, de nuestras relaciones con Dios y con la realidad que nos rodea. Y tanto los profetas, en este caso Isaías, como el mismo Señor, usan el mismo procedimiento narrativo para llevarnos suavemente a que nos confrontemos y descubramos, por nosotros mismos, cuál es nuestra verdadera situación y qué valoración hemos de hacer de ella.

Si leemos atentamente la canción de la viña, si oímos seriamente la parábola de hoy, descubrimos que se trata de nosotros mismos, de nuestra propia historia consistente en haber recibido de Dios una serie de posibilidades que no hemos sabido aprovechar. Con un lenguaje poético y sugestivo vamos siendo captados insensiblemente y se presentan a nuestra imaginación todas las circunstancias de nuestra vida vistas desde Dios, desde la realidad, desde la verdad.

Lo hemos recibido todo, hemos sido cuidados amorosamente por Dios, se nos han dado talentos, unas posibilidades y lógicamente se nos ha pedido, a cambio, una respuesta que no es otra sino la utilización de esas posibilidades. Nuestra respuesta ha sido deficiente, desagradecida, muchas veces rebelde. Pero a esta conclusión llegamos por nosotros mismos si sabemos oír la Palabra de Dios.

La parábola es una forma de decirnos lo que vulgarmente nosotros expresamos con aquel dicho de "aplícate el cuento". Este aplicarse el cuento es la elaboración que debemos hacer. La vida como posibilidad, la vida como donación y la respuesta que esto implica. Y la respuesta cara a Dios y cara a los hombres ha sido en nuestro caso deficiente. Hoy estamos muy necesitados de captar con el corazón que todo lo debemos a la donación de Dios. No somos ni independientes ni autónomos. Gratis lo hemos recibido todo y sólo somos autónomos en el agradecimiento, en la respuesta.

-Cuestión personal con Dios

Esto nos lleva a un punto que cada uno ha de resolver personalmente. Estamos ante Dios y debemos responder con acción, con fidelidad, con gratitud. Debemos administrar lo dado. Primero hemos de valorarlo, luego saberlo gastar con generosidad.

Solamente llevados por la gratitud podemos emplear magnánimamente lo recibido. Cada uno de nosotros tenemos una cuestión personal con Dios que es inaplazable e insoslayable.

Nuestra vida, en el fondo, es un "conflicto con Dios", conflicto que se dirime y ventila en cada momento de nuestra existencia. O nos consideramos herederos que han de dar cuenta de gratitud o nos consideramos dueños de lo que nos han dado. La rebeldía está agazapada en nuestro interior. Espera cualquier oportunidad y la aprovecha con los mejores argumentos. A la luz de esta parábola confrontemos nuestras actitudes con respecto a Dios, con respecto a la Iglesia, con respecto a nuestra vocación. Preguntémonos en qué medida enfocamos nuestra vida como algo dado de lo que hemos de dar cuentas o como algo nuestro de lo que podemos hacer lo que nos parezca bien sin norma y sin referencia superior.

Es muy dura y exigente la llamada de hoy en los textos. Nos pide no una conclusión de receta práctica sino se nos invita a una elaboración, a un autoanálisis muy duro, muy exigente, para el que se necesita valor, pues se desencadenará hasta angustia, si lo hacemos de verdad.

La salida no es un cliché, ni un consejito. Es una aventura en la confianza. Si sabemos unir la primera y la tercera lectura con la segunda, de Pablo, habremos dado un paso hacia esa confrontación necesaria. La salida de nuestra posible y real rebeldía está en el acto de confianza. Esa confianza que da la paz.

Hoy, forzosamente, hay que decir claramente lo que muchas veces callamos. La Palabra de Dios es dura y difícil, es tremendamente exigente y no se puede "vulgarizar" trivializándola, no se pueden poner "ejemplitos" de colegiales. Hoy la cuestión de nuestra rebeldía desagradecida se nos plantea con una dureza tal que el mejor comentario sería: "Leed varias veces en soledad estos textos y tened el valor de aplicaros el cuento". Y es que el nacimiento de un "hombre nuevo" pasa por la prueba de ser acusados y contradichos por la Palabra de Dios. Y esto no admite rebaja.

CARLOS CASTRO


7.

MATAR AL HIJO

Parece ser que la parábola de hoy, bastante dura, está dirigida principalmente a los dirigentes religioso del Pueblo de Israel, aquellos hombres cumplidores y fieles que, sin embargo, no dan los frutos apetecidos por el dueño de la viña y a los que éste envía sucesivos mensajeros para advertirles de su postura equivocada. Pero los mensajeros no tienen suerte. Son sistemáticamente rechazados o ignorados. En un supremo esfuerzo, el dueño de la viña envía a su propio Hijo con la esperanza de que lo respetarán y lo oirán. Pero la ocasión les parece a los labradores pintiparada: hay que matar al hijo y quedarse con su herencia. Y tal como lo pensaron, lo hicieron. Y viene la apostilla de la parábola: la viña les será arrebatada a aquellos labradores contumaces para dársela a otros capaces de entender el mensaje del dueño y convertir el arrendamiento de la finca en frutos abundantes y deseables.

Aquellos jefes religiosos de Israel mataron efectivamente al Hijo. No podían soportarlo. Creyeron que así silenciarían para siempre aquella voz que les hacía sentirse profundamente incómodos, que les ponía delante de sus ojos los numerosos fallos de su sistema. Si conseguían callarlo, podrían de nuevo vivir tranquilos, disfrutar de su privilegiada posición y continuar dominando religiosamente al pueblo sin quitarle ninguno de los pesados fardos con los que lo agobiaban. Pero se equivocaron.

Resultó que aquella Voz quedó flotando en el ambiente y todavía no se ha callado. No se ha callado, pero no porque el hombre no siga esforzándose en silenciarla. Quizás una de las mayores preocupaciones de nuestro mundo es volver a matar al Hijo, borrar de la faz de la tierra la imagen de Dios, intentar convencer al hombre de que él es el único y verdadero dios, dueño de su destino, fabricante de su propia vida, ser adulto y autónomo al que no se debe coartar con ninguna cortapisa. Uno de los mayores empeños de nuestro mundo, y concretamente de nuestro particular entorno nacional, es el de considerar desterrado a Dios de la vida.

Y cuanto esto se ha conseguido, ¿qué se coloca en su lugar? Pues en su lugar se coloca al hombre como ser todopoderoso, capaz de producir la revolución técnica más espectacular que han conocido los siglos, una revolución que va a llevar inexorablemente al progreso y a la satisfacción general. En su lugar se coloca la política encarnada en unos líderes que lo saben todo y tienen en sus manos fórmulas mágicas para resolver los problemas que, curiosamente, tiene este mundo que estaba abocado irremediablemente y al parecer a la felicidad. En su lugar se coloca el poder como realidad apetecible y perseguida, porque desde el poder, se dice, se pueden hacer muchas cosas en favor de los hombres. En su lugar se coloca el dinero, ese dios cruel que exige devotos incondicionales y que los encuentra a montones y ante cuyo altar se inmolan diariamente la justicia, la solidaridad y, no digamos, la caridad fraterna porque, naturalmente, con estos dioses lo de la fraternidad humana son músicas celestiales que dan risa. En su lugar se coloca el placer entendido como un absoluto al que hay que tender con independencia de quién caiga y cómo caiga.

Hemos matado al Hijo y nos encontramos con un mundo "liberado" en el que miles de hombres y mujeres mueren de hambre, miles de niños no alcanzarán la edad adulta porque otros miles de hombres que han nacido en países civilizados se permiten el lujo de no abdicar ni un milímetro de sus privilegiadas posiciones. Y es natural que lo hagan, porque si ellos son sus propios dioses no hay muchas razones válidas para que desciendan de su pedestal.

Hemos matado al Hijo y nos encontramos con miles de hombres y mujeres aniquilados por la droga, una realidad escalofriante ante la que los gobiernos se sienten impotentes porque detrás de la droga están millones y millones de dólares (que es la moneda que más impresiona) manejados por gente que, como tienen dinero, tienen poder y pasan indiferentes por encima del dolor y la muerte de los demás. Hemos matado al Hijo y nos encontramos con corrupción de menores, con mujeres explotadas, porque el placer no parece tener ya unos límites sensatos. Hemos matado al Hijo y nos encontramos con el auge de las echadoras de cartas, los astrólogos y los magos, a los que acude la gente que, por supuesto, no cree en Dios ni admite su Providencia, para ver cómo va a influir en ellos la conjunción de los astros.

Lamentable herencia la que está recogiendo el mundo que se afana en matar al Hijo. Espléndida podría ser si recuperáramos la herencia del Hijo, una herencia en la que hay un objetivo final: el hombre, su felicidad, su desarrollo pleno con todas sus posibilidades espirituales y naturales. Claro está que en el panorama del mundo actual (que es mucho mejor, desde luego, que el de tiempos anteriores) hemos puesto nuestro grano de arena los cristianos, que tampoco hemos seguido muy fielmente que digamos las exigencias de ese Hijo al que se pretende erradicar de la faz de la tierra creyendo que así se hace un servicio a los hombres que viven en ella. Si los cristianos intentásemos recuperar la figura de Jesús y nos empeñásemos en traducirla bien para nuestro mundo, es muy posible que los hombres pasasen del deseo de la muerte de Dios al de inventarlo, en el caso de que no existiera.

ANA Mª CORTÉS
DABAR 1987/49


8. LAICO/MISION.

Como sabéis se ha iniciado en Roma un Sínodo episcopal que debe tratar de "la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, veinte años después del concilio Vaticano II". El Sínodo es una institución que fue creada después del Concilio por el papa Pablo VI para tratar de los temas más importantes de la vida de la Iglesia y de la humanidad. Esta es la novena vez que se reúne, durante todo este mes de octubre, presidido por el papa, con la participación de unos 230 cardenales y obispos -la mayoría elegidos por las distintas conferencias episcopales de todo el mundo- y la asistencia también de medio centenar de laicos, hombres y mujeres, de los cinco continentes.

Me he parecido que podríamos orientar el comentario de las lecturas de hoy en relación con el actual Sínodo. Porque, sin duda, el tema que en Roma los obispos debatirán nos afecta a todos. Y, sobre todo, evidentemente, a vosotros, laicos cristianos, hombres y mujeres que formáis la gran mayoría del pueblo de Dios que llamamos Iglesia. -La misión de los laicos cristianos en el mundo

En primer lugar, recordemos unas palabras que hemos escuchado en la 2. lectura, en la carta de san Pablo: "Hermanos": todo lo verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta". Estas palabras me han recordado unas semejantes que se hallan en el documento de trabajo que sirve de base para las deliberaciones del Sínodo.

Dice así este documento: "El juicio cristiano de la realidad educa en el discernimiento de los signos de verdad, de bondad y de belleza presentes en cada situación humana. La presencia cristiana en el mundo los debe asumir y elevar. Al mismo tiempo, el juicio cristiano denuncia toda forma de opresión, de manipulación, de alienación. Hace conscientes a los hombres de que el pecado es la raíz de toda división y de toda esclavitud, y urge a los laicos a comprometerse en una praxis de liberación cristiana" (n. 52).

Es decir, en la presencia activa del cristiano en el mundo -en todo lo que forma el tejido de su vida personal y social- deben jugar estas dos actitudes: la de saber apreciar y potenciar lo bueno, la de saber denunciar y combatir lo malo. Sólo así podrá ser semilla que dé fruto, fermento que ayude a transformar la masa.

Y, me parece, la primera actitud, la de valorar la verdad, la bondad, la belleza que hay en el mundo, en nuestra sociedad, en cada hombre o mujer, debe ser realmente lo primero. Porque sólo desde una actitud básicamente, cordialmente, sinceramente positiva, de valoración, se puede estar eficazmente presente en la realidad humana. El cristianismo es en primer lugar encarnación, presencia, saber compartir. Sólo si hay encarnación puede haber también redención, salvación.

Hemos de reconocer que con frecuencia no es así. Con frecuencia parece que los cristianos -como cristianos- debemos estar fuera y aún en contra de la vida real de los hombres y mujeres de nuestro mundo, fuera y en contra de la sociedad actual que es donde debemos vivir y anunciar el Evangelio. Y, sin embargo, lo que no se estima, lo que no se valora, lo que no se comparte, no puede ser ayudado, mejorado, evangelizado. -La misión de los laicos cristianos en la Iglesia

En segundo lugar, podríamos referirnos a la imagen que hemos hallado en la 1. lectura y también en el evangelio de hoy. La imagen de la viña del Señor, que El ama, por la que El se entrega, de la que El espera que dé fruto. Imagen de la viña del Señor que nosotros aplicamos al pueblo de Dios, para nosotros el pueblo que es la Iglesia.

La viña del Señor, la Iglesia, debe dar fruto. No puede quedar encerrada en sí misma: la verdad y el amor que el Señor ha sembrado en ella debe difundirse, comunicarse, ayudar e iluminar, ser portadora de esperanza para los hombres. Y, sin embargo, dice el documento de trabajo del Sínodo: "Veinte años después del Concilio, la Iglesia debe afrontar una resistencia cada vez más fuerte por parte del mundo a aceptar los valores cristianos" (n. 21).

Ciertamente, es normal que la Iglesia, en cuanto es fiel al Evangelio de Jesús, sea un signo de contradicción (como lo fue Jesús, hasta la cruz). Pero fijémonos: en cuanto es fiel al Evangelio, no por otras cosas. Si es verdad -como dice el documento de trabajo del Sínodo- que eso que llamamos "mundo" ofrece una resistencia más fuerte que en tiempos del Concilio a aceptar los valores cristianos, ¿no será, por lo menos en parte, porque nosotros, los cristianos, no sabemos actualmente vivirlos y comunicarlos con transparencia, adecuadamente? ¿No será que estamos demasiado encerrados en los problemas internos de la Iglesia, preocupados por la conservación de la viña, en vez de preocuparnos en que dé fruto, el fruto hacia los hombres que espera de ella el Señor? "En toda ocasión -nos ha dicho hoy san Pablo- vuestras peticiones sean presentadas al Señor". Hagámoslo con toda confianza, orando por el Sínodo, por toda la Iglesia y todos nosotros, por toda la humanidad y todos los hombres. Lo haremos ahora, en la oración universal, utilizando las palabras de aquel gran santo, Francisco de Asís, cuya fiesta celebramos también hoy.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1987/18