22 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXVI
(1-11)

 

1. 

"No era de los nuestros". Así rezaba el título de una conocida novela. "No es de los nuestros", es el origen de guetos, discriminaciones e intolerancias, de fascismos y de opresión. Es el signo de una absurda y destructora soberbia humana, por la que el hombre pretende ocupar el lugar de Dios y da por condenado a quien no se somete a sus pautas, no bebe de su espíritu o no se acomoda a su saber y entender. "No es de los nuestros" es un veneno mortífero, al que no somos inmunes los discípulos, dispuestos a impedir predicaciones y milagros que se hagan en el nombre de Jesús, por la contundente razón de que no surgen de nuestro grupo.

Moraleja: Que Jesús vino a congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos, y los discípulos podemos estar dispersando a los hijos de Dios que la Fe congrega. Saberlo, ha de hacernos humildes: A menos que Jesucristo se haga presente en la Iglesia como piedra clave, nuestros valiosos criterios y nuestras estudiadas pastorales pueden impedir que muchos "pequeños" iluminen, salen y fermenten sus vidas con el Evangelio.

Moisés, el "amigo de Dios", lo tenía claro: ¿Quién soy yo para controlar y manipular el Espíritu? ¡Ojalá todo el pueblo recibiera el Espíritu del Señor y profetizara!. Aunque no sea de los nuestros. La clave es Jesús, y no un hombre sabio, carismático u organizador. Ha de quedar claro el nombre -la persona- de Jesús como referencia. La clave es Jesús, hasta el punto de que un vaso de agua dado a una persona porque es seguidora del Mesías, garantiza el favor de Dios. Hasta el punto de que, quien escandaliza a uno de los pequeños que creen en El, se pone en tal situación, que dice Jesús: "más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino al cuello." Los "pequeños". He leído comentarios a esta palabra. ¿Quiénes son los "pequeños"? ¿En quién pensaba el evangelista redactor de este pasaje? Entre todas las interpretaciones que leo, me quedo, por el contexto, con la que se refiere a aquellos que comienzan a asomarse a la fe. No son cristianos maduros ni cristianos rutinarios; son necesitados de redención para quienes Jesucristo, normalmente a través de la Iglesia, comienza a ser una esperanza. Son personas ilusionadas con un Mesías que han creído detectar en la Iglesia, y que reviven tantas escenas negativas del Evangelio, cuando tienen la osadía de manifestar su sospecha de que en Jesús hay un Salvador.

Unas veces tropiezan con algún agnóstico que les dice: ¿Pero tú crees que de la Iglesia puede salir algo bueno? Estudia y verás que la historia de la Iglesia es una historia de opresiones. Otras veces tropiezan con presuntos seguidores de Jesús, fariseos escandalizados de que un pecador pueda acercarse a Jesucristo, hermanos mayores del pródigo o gemelos de aquel Simón que se ufanaba de conocer mejor que Jesús el corazón de la pecadora: -¡Si conocieran como yo de qué persona se trata...!

A veces el "pequeño" que se acerca a Jesucristo en la Iglesia, es víctima de una ingenuidad mayor. Iba para creyente, pero alguien puso un estorbo en su camino. El estorbo no es necesariamente el aparatoso pecado de un creyente o la voz disuasora de un agnóstico. Es la torpeza apostólica de una voz sabihonda que llega sibilina a sus oídos: -"No es de los nuestros". Y la esperanza de una vida nueva que había surgido en su corazón; ese inicio de fe que comenzaba a hacerle un "pequeño" discípulo de Jesús, queda absolutamente sofocada. Su destino puede ser el escepticismo más radical.

La tremenda invectiva de Santiago contra los acumuladores de riqueza, produce escalofríos en un mundo que valora "el tener" como primera o única fuente de salvación real. Ahí está, sin necesidad de muchas explicaciones, describiendo a algunas personas como cerdos de engorde que se preparan para la matanza.

Pero bueno será que, a la luz del Evangelio de hoy, y como reflexión de su lectura, acabemos pensando: -Si el dinero te hace olvidar a Jesucristo; si tu corazón y tu vida no necesitan de Dios más que para adorno religioso, porque estás abundantemente saciado, tira ese dinero; quémalo; dáselo a los pobres. Más te vale entrar desnudo en la vida que, forrado de oro, ser arrojado al abismo.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág. 163


2.

Si se considera el texto atentamente, en sus primeros versículos (v. 38-42), resulta que a lo largo de todos ellos corre una misma pregunta: "¿Quién está con nosotros?", o también: ¿Qué condiciones se requieren para formar parte de nuestro grupo?". Esta pregunta está latente detrás de unas afirmaciones que son otras tantas respuestas: es preciso "venir con nosotros" ("no venía con nosotros"); hay que "hablar bien de Jesús" ("nadie puede hablar mal de mí"); se debe "estar a favor nuestro". ¿Por qué estas reflexiones? Porque entre los que rodean a los cristianos, como sucedía antes alrededor de Jesús, se producen hechos que dejan perplejos a los discípulos. Hay, en primer lugar, contradictores manifiestos, que están en contra o que hablan mal de Jesús; también hay hermanos capaces de escandalizar, con sus palabras o con su conducta, a uno de los pequeños que creen. Y a la inversa, hay gente desconocida -"todo aquel que..."- capaz de aplacar la sed de los discípulos precisamente por ser discípulos de Jesús.

Ya se ve la pregunta: ¿Quién está verdaderamente "a favor nuestro"? ¿Este simpatizante desconocido que "no viene con nosotros", o este hermano "escandaloso"? Jesús da la respuesta: el hermano que provoca la caída de un pequeño, está en grave situación. En cambio, el simpatizante desconocido "no se quedará sin recompensa", lo cual supone una situación muy preferible a la anterior. Esta reflexión es importante para acertar a comprender cuáles son los verdaderos límites del grupo formado por los discípulos de Jesús.

El mismo problema -problema permanente- de la pertenencia a la comunidad, se plantea de súbito en el grupo, con ocasión de otro hecho inquietante. Algunos discípulos descubrieron con estupor que no eran ellos los únicos que practicaban aquellos exorcismos, milagros y acciones, considerados sin embargo como signos mesiánicos y, por consiguiente, patrimonio exclusivo del Mesías y de sus compañeros.

Ahora bien, aquellos exorcistas no van con los predicadores del Nombre de Jesús; no se hacen discípulos suyos. Sin embargo, en las frases con que acompañan sus complicados ritos, introducen el nombre de Jesús. ¿Es lícita esta utilización "salvaje" del venerado nombre? ¿No se debe impedir tales actuaciones? ¿No debe reservarse el monopolio del nombre de Jesús y de la salvación que él proporciona (Hch 3, 16), exclusivamente para los que se comprometieron a seguir a Cristo?.

Cabe generalizar la pregunta; ésta se convierte, entonces, en una interrogación sobre el derecho de los cristianos a reservarse el monopolio de todo tipo de alusión a Jesucristo, y sobre el derecho de los hombres a utilizar en una u otra forma, esta alusión, sin incorporarse a los que "van con" los Doce.

Es interesante señalar que, frente a este problema que es de todos los tiempos, los primitivos cristianos adoptaron posturas distintas. En los Hechos (19, 13-17), su autor ridiculiza a los que intentan utilizar fraudulentamente el nombre de Jesús; el demonio, al que se figuran vencer más fácilmente mediante esta invocación, se subleva contra sus procedimientos, reprende severamente a quienes lo utilizan, y les despide sin más vestido que su propia vergüenza y cubiertos de heridas. La magistral eficacia con que actúa Pablo se ha comprobado que es tanto más digna de atención (v. 18 s.).

Es una manera de ver las cosas, no compartida por el autor de nuestro evangelio. Los exorcismos practicados con la invocación del nombre de Jesús, tienen éxito: ¿no quiso "impedirlos" Juan? Además, Jesús se niega a oponerse a su resultado; y esto, en nombre de un principio inspirado por una apertura de espíritu bastante sorprendente. Considera que, excepto los adversarios declarados, todo el mundo está a favor de él. Los únicos que no están "a su favor" son los que públicamente hicieron profesión de estar contra él. Pero hay otro texto que parece contradecir al que leemos. En /Mt/12/30, se proclama que todo aquél que no está con Jesús, está contra él. La diferencia de tono es grande; puede tener una explicación en el contexto. Cuando Jesús pronuncia esta segunda fórmula, mucho más rigurosa, está enfrentado a una incredulidad tal, que le equipara con un agente de Satanás. Tan evidente es aquí la mala fe, que no cabe andarse con rodeos con ella.

Aquello es un pecado imperdonable, el tipo del pecado que no se puede perdonar. Reacciones así sólo pueden provenir de gente verdaderamente contraria a Jesús, sabedor de que, en lo sucesivo sólo pueden contar con los que de verdad han tomado partido a favor de él.

Esta explicación no aclara del todo la oposición entre las dos fórmulas, oposición que permite suponer la existencia de mentalidades diferentes. Digamos que las comunidades cristianas practicaban el espíritu de Jesús con visibles matizaciones. Unas, más dispuestas para una interpretación abierta de la vida comunitaria, y otras, inclinadas a definiciones más estrictas.

Esta diversidad de procederes y esta "pluralidad de teologías", según sean las fórmulas de moda, pueden suscitar reflexiones útiles para nuestro tiempo. Una invitación a abrir nuestros espíritus al Espíritu: tal parece ser el interés de las lecturas de este domingo.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MARCOS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 127


3.

-No es de los nuestros.

Dos lecturas, la primera, tomada del libro de los Números, y la segunda del evangelio de san Marcos, nos hablan de la misma cuestión: las divisiones entre los seres humanos. El libro de los Números nos cuenta el caso de Eldad y Medad, dos ancianos del pueblo, que se permiten profetizar a espaldas de Moisés. Josué denuncia su atrevimiento, pero Moisés justifica su conducta. Algo semejante relata Marcos en el evangelio. Jesús envió a sus discípulos a predicar el evangelio y expulsar demonios. De regreso, contentos por el deber cumplido, se jactan de haber prohibido expulsar demonios a uno que no era del grupo. Jesús desautoriza su celo, razonando que todo el que no está contra nosotros, está con nosotros.

-El que no está contra nosotros.

Cuenta la historia que en las guerras entre César y Pompeyo, éste, desconfiado y astuto, consideraba y trataba como enemigos a todos los que no se manifestaban abiertamente como aliados suyos, en cambio César, más generoso e inteligente, consideraba aliados suyos a todos cuantos no luchaban contra él. Esta diferencia de talante y la historia dieron la victoria a César sobre Pompeyo. Jesús nos llama en el evangelio a esa misma generosidad y apertura hacia los otros: el que no está contra nosotros, está con nosotros.

De modo que los cristianos, en vez de imaginarnos hostilidades y fabricar fantasmas, tenemos que contar y cooperar con todos los hombres de buena voluntad, que son muchos más de los que pensamos.

-Todos formamos un solo pueblo.

Todos los seres humanos pertenecemos a la misma familia, la humanidad. Entre seres humanos no cabe la división, ni la discriminación bajo pretexto de las diferencias. Nos diferencia el sexo, la edad, la lengua, la nacionalidad, la religión. Pero todas las diferencias sirven para enriquecer y multiplicar la eficacia de la actividad humana, no para justificar la desigualdad, ni la discriminación, ni las hostilidades y las guerras. Así lo han reconocido todas las naciones, al firmar la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en repetidas ocasiones, desautoriza la discriminación por razones de sexo, edad, religión, nación, etc...

-El nuevo orden internacional.

La variedad de culturas, de razas y lenguas, de religión y nacionalidades, no son un obstáculo para la unidad; al contrario, contribuyen y enriquecen la cultura humana. En una sociedad todas las fuerzas sociales, de signos distintos, contribuyen y hacen posible el logro del interés general. Lo malo es cuando prevalece el espíritu partidista y cada cual busca su propio interés por encima y a costa del de los otros. La división se traduce en enfrentamiento y éste con exclusión de los unos, explotación y marginación de los demás. Entonces la vida se entiende como lucha por la vida, la competencia hace imposible la cooperación y el bienestar de unos se entiende como malestar de otros. Y así es el sistema, el modo de convivencia que hemos instalado y por el que seguimos apostando en el actual orden internacional.

-La unidad del Espíritu.

En este mundo, dividido y confundido, los cristianos tenemos un mensaje y una tarea: trabajar por la unidad, luchar por erradicar todo cuanto divide y enfrenta a los hombres y a los pueblos. Nuestro puesto está, por eso, en contra de la desigualdad que divide y enfrenta a los pueblos ricos y pobres; en trabajar contra la injusticia, que explota y margina: en desenmascarar toda ideología que pretendía segregar a los hombres en clases, castas, ciudadanos de primera y segunda, buenos y malos. Para Jesús los nuestros son todos los que no están expresamente contra nosotros. Esto quiere decir que deberíamos alegrarnos cuando se trabaja desde otras instancias en favor del Reino de Dios, que es justicia y paz. Pero significa también que podemos y debemos sumar nuestros esfuerzos a los de todos los hombres de buena voluntad, aunque no compartan la misma fe o se expresen en lenguas o modos distintos. La fe cristiana no puede ser un pretexto para el separatismo o la discriminación, sino fuerza de Dios para la unión de esfuerzos en favor de la justicia, de la igualdad y de la fraternidad.

Nuestra reunión en la eucaristía no es una huida del mundo, ni debe ser un pretexto para sentirnos los elegidos. Nos reunimos en la eucaristía para recobrar aliento y tomar la palabra, y así, volver a nuestra tarea en el mundo con todos los hombres de buena voluntad.

EUCARISTÍA 1991, 44


4. CR/PROFETA:

Hacemos un elenco de temas e ideas sugeridas para la homilía, ordenadas con un cierto orden lógico o pedagógico. En cada lugar, en cada comunidad, debe procederse a una selección, adaptación o incluso corrección, según las características de la asamblea.

1. Qué es ser profeta. PROFETA/QUÉ-ES Sin duda que puede ser oportuno comenzar por recordar correctamente qué es la profecía. No están lejos los tiempos en que todos aprendíamos en el catecismo que los profetas eran señores que anunciaban con siglos de anticipación ("profetizaban") acontecimientos futuros. Nos presentaron el profetismo como un ejercicio de adivinación. En el lenguaje ordinario solemos emplear actualmente todavía esta acepción del vocablo. Puede reforzar este sentido de profecía como adivinación una mala interpretación de la traducción de la frecuente frase bíblica: "Y esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta...". Sin embargo, ser profeta no es adivinar, cuanto hablar a la comunidad en nombre de Dios, inspirado por Dios, siendo impulsado por el fuego interior de la presencia de Dios. El profeta trata de presentar ante la comunidad las exigencias de la Palabra de Dios, una Palabra que exige, perdona, consuela o reconcilia... La profecía es un don de Dios para la comunidad, a través de un creyente.

2. Siempre hubo conflictos con la profecía. La historia de la profecía es una historia conflictiva. Al hombre no le gusta escuchar la Palabra de Dios cuando ésta es exigente. Las instancias de poder y las instituciones, sobre todo, tienen una especial debilidad contra los profetas. Ante ellos se sienten inseguras, amenazadas, pecadoras. Por eso, hacen lo posible por alejar a los profetas. La persecución de los profetas, incluso su muerte martirial, es un elemento bíblico típico. Esta conflictividad es un dato constante en la historia, hasta la actualidad.

3. Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor. Es el ejemplo de la primera lectura, tomado de la historia de Moisés. Josué pide a Moisés que prohíba a los ancianos profetizar, pero encuentra en Moisés la respuesta contraria. Moisés no tiene celos de que otros posean el espíritu del Señor; al contrario, desearía que todo el pueblo pudiese profetizar. Quizá sólo los que tienen el espíritu del Señor no tienen miedo a que otros posean ese mismo espíritu. Los que no lo tienen en sí mismos son los que quieren controlarlo en los demás. Para Moisés era muy deseable que todo el pueblo profetizara. Pero había quienes temían la profecía. ¿Por qué temer la profecía? El Nuevo Testamento puede darnos una respuesta: "Los hombres temieron la luz porque sus obras eran malas". Por el contrario: "La verdad os hará libres" y "Lo que os dicen al oído gritadlo sobre los terrados".

4. La profecía de los hechos. SITEM/DISCERNIRLOS.

La profecía no es necesariamente una palabra. Hay a veces hechos muy elocuentes, que hablan, que incluso gritan. La realidad habla. Los acontecimientos, las situaciones, los signos de los tiempos hablan en nombre de Dios, nos traen su mensaje. Es el ejemplo de la segunda lectura: Santiago está hablando proféticamente a la comunidad, pero recogiendo la profecía misma de los hechos. Por eso dice: "Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados y serán un testimonio contra vosotros", "El jornal defraudado a vuestros obreros está clamando contra vosotros". El profeta sabe interpretar la realidad a la luz de Dios, aplica su oído a la realidad y logra escuchar sus gritos silenciosos, inaudibles fuera del espíritu del Señor. La realidad es muchas veces el texto de lectura donde el profeta lee la voluntad de Dios para hacerla presente a los demás. El profeta no es hombre evadido, idealista, iluso, alejado del mundo.

5. Jesús no teme que otros profeticen.

Como Josué ante Moisés, también los discípulos de Jesús quieren prohibir que nadie que no sea de "los nuestros" pueda hacer milagros, echar demonios, hacer signos religiosos. Pero Jesús no piensa lo mismo. Jesús no siente celos de que otros también expulsen demonios. Jesús no los siente como competidores: "Uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí", aunque "no sea de los nuestros". Lo que importa verdaderamente es la Causa por la que estamos luchando, el Reino de Dios. No importa que aquéllos estén en nuestro grupo o no lo estén. No es cuestión de etiquetas, de pertenencias a grupos: es cuestión de servir verdaderamente a la Causa. Por eso, según lo que nos dice Jesús con su actitud, es posible que encontremos profetas verdaderos fuera de nuestro grupo. Parece que pensamos que Dios sólo puede hablarnos dentro de las estrechas fronteras de nuestro grupo, nuestra tradición religiosa, nuestra confesión cristiana. Pero no; hay muchos otros que expulsan demonios fuera y no son de nuestro propio grupo. Son profetas que también expulsan demonios, es decir, que liberan al hombre, hacen avanzar la historia hacia el bien, hacia la voluntad de Dios, hacen patente ante el mundo cuál es el designio de Dios sobre la historia... Quien tiene el espíritu de Dios no puede temer que estos hombres profeticen... El Espíritu obra donde quiere, sin fronteras, con universalidad. Es el Espíritu siempre más católico que la misma Iglesia católica. Jesús y su Espíritu no son propiedad o exclusiva de la Iglesia. Son patrimonio de la humanidad.

6. Todos somos profetas.

Dicho y sabido desde muy antiguo, es finalmente el Concilio Vaticano II quien mejor nos lo ha recordado: todos los bautizados participamos de la función profética de Cristo, igual que de su función sacerdotal y real. Ser profeta no es una excepción, una suerte o una casualidad que se reproduce cada varios siglos. Ser profeta es algo tan común y repetido como el cristianismo, como los bautizados. Todos participamos de Cristo profeta. Todos estamos llamados a escuchar en nosotros mismos las exigencias de la Palabra de Dios ante los hechos, ante la realidad, y todos estamos llamados a hacerlas presentes en la comunidad. Todos tenemos derecho a la participación en la vida comunitaria por ese cauce.

7. Consecuencias y aplicaciones prácticas.

"Ojalá todo el pueblo de Dios profetizara y recibiera el espíritu del Señor". ¿Podemos imaginar lo que sería la Iglesia si verdaderamente todos los cristianos se dejaran inundar del espíritu del Señor y se pusieran a profetizar, a iluminarnos unos a otros respecto a lo que el Señor quiere de nosotros en este momento histórico? No sería Babel, sino Pentecostés. Pero esto no es una bella figura literaria, sino un principio y una realidad aplicables concretamente a nuestra Iglesia. Esto de que todos los bautizados participamos de la función profética de Cristo es para muchos en la Iglesia -incluidos muchos de las altas esferas- una bella teoría, pero algo en lo que en el fondo no creen. Esto se puede ver en la falta de participación seglar. Todavía estamos en una Iglesia fundamental clerical, donde los seglares tienen que escuchar y obedecer, pero nunca decir su propia palabra, como uno más. Una parte muy importante de la misión del sacerdote es todavía hoy día el abrir espacios y cauces a la participación del seglar en la Iglesia, en la reflexión, en la acción pastoral de la Iglesia, destruir el clericalismo que bloquea todavía la acción de la Iglesia.

Otro punto puede ser el rescatar la voz de las comunidades cristianas. La pasada eclesiología "jerarcológica" ha acostumbrado a las comunidades cristianas a un silencio secular; sólo se oye en la Iglesia la voz de la cúpula, haciendo que lo que por dogma sabemos que no es infalible sea la única voz que se escuche, ante la cual toda las demás voces queden relegadas al silencio o a la marginación. "Ojalá todo el pueblo de Dios profetizara". Ojalá recuperáramos lo que Pío XII llamaba la opinión pública en la iglesia, que no sería sino el primer paso para recuperar el diálogo intereclesial, la reflexión variada entre las comunidades cristianas, el diálogo interecuménico, el diálogo con la cultura y con el mundo, el discernimiento activo...

Otras aplicaciones serían posibles: los grupos marginados en la Iglesia, los teólogos acosados o silenciados, la descalificación fácil de los que no piensan como nosotros en la Iglesia, el no reconocimiento de la labor que otros que no son de nuestro grupo hacen en favor de los hombres expulsando nuevos y viejos demonios.. El texto del Evangelio tiene también otros temas aptos para la homilía que nosotros no hemos tocado.

JOSÉ MARÍA VIGIL
DABAR 1985, 48


5.

DOS RESPUESTAS IGUALES

Separadas por cientos de años, las escenas que hoy nos recrean el Libro de los Números y el Evangelio de Marcos, son idénticas. En la primera el Espíritu del Señor ha llenado a los ancianos del pueblo de Israel. Y como es un Espíritu que se escapa de las estrechas fronteras humanas, ha llenado también a dos ancianos que no están con el "grupo" de los "elegidos". Inmediatamente surge la reacción. Josué se dirige a Moisés para pedirle que prohíba a esos "intrusos" la actuación profética que estaban llevando a cabo en el campamento. Afortunadamente, Moisés era Moisés. Por algo tenía una relación tan directa y personal con el Señor. Su respuesta es una maravilla: No habrá prohibición sino todo lo contrario, porque ¡ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor! Moisés no sentía, en absoluto, celos de aquellos profetas que no estaban en su "grupo"; no creía tener la exclusiva del Espíritu y se alegraba profundamente cuando ese Espíritu soplaba donde quería. Moisés no prohibió, comprendió y aceptó con amplitud de miras el fenómeno que dejaba perplejo y enfadado a Josué. Son dos formas distintas de entender la acción de Dios. El pasaje de Marcos parece una fiel reproducción de la escena vétero-testamentaria. En este caso es Juan -uno de los hijos del trueno- el que se acerca indignado a Jesús a denunciar a un extraño -un extraño al grupo- que echaba demonios en nombre de Jesús. Era una frescura que no podía tolerarse. Sólo ellos, los que integraban la intimidad del Maestro podían hablar en su nombre y en su nombre actuar. Que otra persona, ajena a la "organización", se permitiera tal licencia era intolerable.

Era preciso que el Maestro, con su autoridad indiscutible, lo prohibiera. Y el Maestro aprovecha gustoso la ocasión para dar a aquellos discípulos, duros de mollera, una nueva lección; no habrá prohibición "porque uno que hace milagros en mi nombre, no puede luego hablar mal de mí". La actitud de Josué y la de Juan nos tiene que resultar a los cristianos absolutamente familiar. Somos, en general, como estos dos personajes. Pretendemos tener la exclusiva del Espíritu Santo y que esa exclusiva radique en el "grupo" al que nos incorporamos. No admitimos en aquellos que no comparten nuestra ideología religiosa el mínimo destello de verdad y de autenticidad. Tradicionalistas o progresistas, liberales o conservadores, trentinos o vaticanistas, nos revolvemos airadamente contra "los otros" y nos consolidamos como "grupo" precisamente por las actuaciones contra alguien o contra algo. Si pudiéramos, eliminaríamos de un plumazo, como pretendían hacerlo Josué y Juan, a todos aquéllos que no están dentro de nuestra particular órbita.

Es cierto que esta actitud es propia de los hombres y se refleja en todas sus actuaciones. En política, por ejemplo, estamos hartos y desilusionados (al menos yo lo estoy) al ver como cada formación se cree en posesión de la verdad absoluta y de todos los aciertos, mientras niega el pan y la sal a la formación contraria. Para un espectador imparcial resulta paradójico que no haya nada entre los grandes problemas que afectan a la ciudadanía en los que sea posible la coincidencia de opiniones y que no se den frecuentemente gestos inteligentes admitiendo sugerencias de la oposición (cualquiera que sea éste). Pero si esto es así en política y en otros aspectos de la vida, es incomprensible que lo sea también en eso tan importante, sutil y trascendente como es la relación con Dios. Y, sin embargo, es en este aspecto donde se dan con más encono los enfrentamientos excluyentes. Es frecuentísimo que amistades se rompan y familias se quiebren precisamente por un modo distinto de entender esta relación con Dios; es frecuentísimo que haya reuniones en la que hay temas que se silencian absolutamente porque asisten personas que pertenecen a grupos religiosos bien concretos y definidos y resulta imposible mantener con paz una conversación distendida con diversos puntos de vista al respecto. Si hay algo que todos los cristianos llevamos arraigado en nuestro interior es el espíritu que hoy representa Josué y Juan, el espíritu de la prohibición, del anatema, de la condenación, de la expulsión para todos aquéllos que, en último extremo no son de los "buenos", de los "auténticos" simplemente porque no son como nosotros. Frente a ellos las figuras espléndidas de Moisés y de Jesús aparecen dándonos una lección de categoría, de amplitud de miras, de auténtico espíritu de Dios. Pero, curiosamente, esta lección ha quedado empalidecida, olvidada y menospreciada y ha sido la postura que hoy se condena con tanta energía, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la que ha tomado carta de naturaleza en nuestro estilo y perdura con una virtualidad sencillamente impresionante. Una vez más... ¡qué poco entendemos a Jesús!

ANA MARÍA CORTES
DABAR 1985, 48


6.

Jesús envió de dos en dos a sus discípulos para que predicaran el Evangelio por tierras de Galilea y les "dio poder sobre los espíritus inmundos" como convenía a unos heraldos del Reino de Dios. Después de esta primera correría apostólica, los discípulos cuentan las incidencias de su misión. Juan no parece estar muy tranquilo de su actuación respecto a un extraño exorcista que iba echando demonios en nombre de Jesús, y a quien trataron de impedírselo, porque no era del grupo: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir porque no es de los nuestros". Juan presenta esta razón especiosa en la que se expresa, con toda la claridad deseable, el espíritu de partido que arruina tantas veces el servicio a la verdad.

El interés del grupo, es decir, los intereses de las personas que constituyen el grupo, viene a situarse por encima de la misión que se ha de cumplir. Como si lo importante fuera no tanto servir al Reino de Dios cuanto el que este servicio lo hagan precisamente aquéllos que son de los nuestros, como si nosotros fuéramos ya definitivamente "nosotros" antes de haber recibido la misión y por encima de la misión que hemos recibido, como si fuera el grupo el que define la bondad de sus obras y no éstas las que definen la bondad del grupo.

En este sentido partidista se funda el fanatismo de todos los "hinchas" que se adhieren más a las personas que a la verdad, a la justicia, a la paz, a los ideales verdaderamente humanos a los que es preciso servir y que nunca pueden ser privatizados por ningún partido. El partidismo supone siempre una actitud competitiva, en la que lo importante es ganar. Es posible que grupos distintos luchen por unos mismos ideales, y, sin embargo, se acometen entre sí, porque, en definitiva, la lucha no está motivada por la realización de esos ideales sino por el interés de triunfar sobre los demás. Este espíritu partidista lleva a la pretensión de monopolizar lo que parece bueno y de impedir a los demás que lo hagan. Supone también una actitud que nos ciega a priori para reconocer el bien que vemos en los demás, en los que no son de los nuestros. Ahora bien, "nosotros" sólo llegamos a ser efectivamente comunidad de Jesús en la medida en que somos llamados a cumplir la misión de Jesús. "Nosotros" es una unidad que se define por esa misión, y, si esto es así, también son de los nuestros aquéllos que sirven a la misma causa de Jesús "aunque no sean de los nuestros". Si la Iglesia fuera fiel a su misión, la Iglesia estaría siempre sometida a la causa de Jesucristo, que la trasciende para abarcar en una más amplia solidaridad a todos aquellos que no son oficialmente católicos. La Iglesia no tiene por qué estar interesada en "apuntarse tantos" y en aumentar su prestigio en el mundo, sino en promover con todos los hombres de buena voluntad aquéllo por lo que Jesús vivió y murió. Una Iglesia así tendría los ojos claros para juzgar sus propias infidelidades y para descubrir que la gracia de Dios actúa más allá de sus fronteras.

EUCARISTÍA 1977, 55


7. UN MOSAICO DE TEMAS

Las tres lecturas de hoy presentan un mosaico de temas diversos. Especialmente el evangelio de hoy puede dar pie a reflexiones y aplicaciones muy variadas. Por eso, antes de predicar, habrá que ver cuál de estos temas escogemos. Porque en principio, lo normal sería escoger uno y no pretender hablar de todos al mismo tiempo (aunque tampoco sería ningún disparate hacer en la homilía un repaso de estos distintos temas, pero lo mejor será escoger sólo uno.).

Mirando el conjunto, ya se ve que el tema más presente (se encuentra en la primera lectura y en el evangelio) es el de la acción de Dios que salta las fronteras y las previsiones de las estructuras organizadas. Junto con este tema, la segunda lectura tiene hoy una fuerza especial y según en qué lugares será importante hacer de ella el centro de la predicación, ya que es una advertencia muy importante que el Señor nos hace. Y finalmente, está en el evangelio el tema del daño que podemos hacer a la fe de los más débiles, desglosado al mismo tiempo en aspectos diversos: sobre todo, junto con el no hacer daño a la fe de los débiles, la llamada a renunciar a todo lo que haga falta para no quedar fuera del Reino.

LA ACCIÓN DE DIOS MAS ALLÁ DE TODA FRONTERA

Dos hechos, el de la primera lectura y el que inicia el evangelio, dan pie a las reflexiones de Moisés y de Jesús contra los exclusivismos y las pretensiones de tener controlado el don de Dios por parte de ninguna estructura (ni siquiera, por parte de la estructura más básica de la comunidad cristiana, la que formaban Jesús y sus apóstoles).

TOLERANCIA: Moisés y Jesús no invitan únicamente a la tolerancia. La tolerancia quiere decir considerar que el otro se equivoca o que al menos no acierta plenamente, pero no atacarlo y dejar que haga lo que él crea; o quiere decir, como máximo, suspender el juicio sobre la actuación o las ideas del otro. La tolerancia es, ciertamente, una gran virtud, y es necesario que de vez en cuanto la prediquemos: es imprescindible para toda buena convivencia, y además es profundamente evangélica. Y todos juntos llevamos sobre nuestras espaldas demasiadas malas tradiciones de dogmatismos y deseos de cruzadas. La tolerancia es muy importante, pero aquí Moisés y Jesús invitan a algo más que a tolerar. Moisés critica los celos de aquellos dirigentes de la comunidad que no son capaces de aceptar que Dios no sólo actúa y habla a través suyo, sino que Dios da el Espíritu también a los que "no habían acudido a la tienda". Y proclama: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!". Y una de las grandes novedades cristianas será esta: todo el pueblo cristiano tiene el Espíritu, es pueblo sacerdotal, y por tanto tiene derecho a decir su palabra profética, y esta palabra tiene que ser escuchada de verdad.

Y Jesús invita a algo parecido: a reconocer que hay gente que "no es de los nuestros" que también expulsan demonios. Juan se molesta, y Jesús en cambio lo valora y se alegra. Y valora todo lo que se haga, por pequeño que sea, y que esté en línea con el Evangelio. Los responsables de la comunidad somos los que más peligro tenemos de no hacer caso de Moisés ni de Jesús en este aspecto tan trascendental de la fe y de la vida eclesial. Porque en eso se juega toda nuestra vida, y por tanto tenemos muchas ganas de tenerlo todo "seguro". Pero el problema no es sólo de los responsables: muchos otros cristianos también pueden caer en este peligro. Y a todos nos hace falta hacer ejercicios de espíritu abierto, y valorar toda presencia del Espíritu: valorar, también, y de verdad, aquellos cristianos que no ven claras determinadas cuestiones, que no participan en esto o en aquello... pero que quieren seguir a Jesucristo. La fe y el Evangelio son demasiados vastos y demasiados ricos como para tener ganas de controlarlos y colocar cerrojos al Espíritu.

Hablemos de todo ello en la homilía concretando tanto como sea posible en la realidad de cada lugar. JUAN-PABLO-II habla del "respeto por el hombre en su búsqueda de respuestas a las preguntas más profundas de la vida, y respeto por la acción del Espíritu en el hombre" (Redemptoris missio, 29). Y la "Gaudium et Spes" y el estilo de Juan XXIII son un buen estímulo en todo este tema.

NO ESCANDALIZAR A LOS PEQUEÑOS QUE CREEN Y CORTARSE LA MANO SI ES NECESARIO

La segunda parte del evangelio es otro tema (o doble tema) también importante. Jesús exige, y con mucha dureza, que en lo que decimos y en lo que hacemos no actuemos sólo según nos parece a nosotros, sino pensando mucho en el mal que quizá podemos hacer a los menos preparados. Porque cosas que a nosotros nos parecen la mar de normales (y que quizá incluso lo son) pueden hacer mucho daño a otros, pueden escandalizar inútilmente. Por el bien de estos otros más débiles, dice Jesús, hay que evitarlas, estas cosas. Y entonces, termina Jesús con una proclamación general de la importancia del Reino por encima de todo. Hay que renunciar a lo que sea, hay que pasar por lo que sea, para no quedar marginado del Reino. Una llamada muy fuerte, para nuestras cristiandades tan tranquilas.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1991, 13


8.

-Una denuncia en la línea de los profetas de Israel 

Hoy acabamos este conjunto de homilías que hemos dedicado, durante cinco domingos seguidos, a los fragmentos de la carta de Santiago. El de hoy es en verdad como la traca final. Una apelación contra los ricos, que incluso recurre al sarcasmo. Deberíamos releer esta verdadera perla del Nuevo Testamento, en la línea de la tradición profética, sobre todo la del profeta Amós.

Riqueza corrompida, vestidos apolillados, oro y plata herrumbrados, cebados con los placeres como animales del día de la matanza. Nos hacemos los sordos y tendemos a ensanchar sin medida el ojo de la aguja, el camino estrecho y la puerta de la vida. La lectura nos invita también a examinar con lucidez el origen de nuestros bienes: los ricos se ceban a costa de la miseria de los pobres. Por eso, afirma Santiago: "el jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos".

Realmente Dios está cerca, es vulnerable y compasivo. Tiene entrañas de madre. Se conmueve ante la injusticia y los sufrimientos de los pobres. Dios es de carne y de sangre, como ha dejado bien claro en la encarnación de su Hijo...

DOCTRINA-SOCIAL: -Palabras de denuncia del papa León XIII... A lo largo de estos últimos domingos hemos relacionado la carta de Santiago con la doctrina social de la Iglesia, al celebrarse este año el centenario de la encíclica "Rerum Novarum" del papa León XIII y con motivo de la publicación el pasado 2 de mayo de la nueva encíclica social de Juan Pablo II "Centessimus Annus". Hace ahora cien años. ·León-XIII hablaba así del liberalismo económico: LIBERALISMO CAPITALISMO/TRABAJO "Sucedió que poco a poco el tiempo entregó a los obreros, solitarios e indefensos, a la inhumanidad de los amos y a la apetencia desenfrenada de los competidores. Este mal quedó aumentado por la ávida usura... ejercida por hombres insaciables y movidos tan sólo por el afán de lucro... A esto debe añadirse que la contratación del trabajo y las relaciones comerciales quedan bajo el poder de unos pocos, de tal manera que un pequeño grupo de hombres opulentos y riquísimos han impuesto un yugo casi servil a una multitud infinita de proletarios".

Son éstas palabras duras, también en la línea del profeta Amós y de la carta de Santiago. Hay en la misión de la Iglesia una dimensión de denuncia que no podemos olvidar. La Iglesia no puede callar, y debe recordar lo que afirmaba León XIII: "Los ricos, más tarde o más temprano, deberán rendir cuentas de forma severísima ante el Juez divino del uso de sus riquezas" (texto de la "Rerum Novarum" citado en el número 30 de la "Centessimus Annus"). -... y del papa Juan Pablo II: PROPIEDAD-PRIVADA Juan Pablo II, en su última encíclica social publicada en ocasión del centenario de la "Rerum Novarum", dirige una vez más palabras duras contra los excesos del capitalismo, recordando la primacía del hombre sobre los procesos económicos; y los atentados que hoy día se cometen contra los derechos de las personas y de los pueblos. Juan Pablo II nos ha recordado que la propiedad privada está gravada con una "hipoteca social" -es necesario compaginar el derecho a la propiedad privada con el destino universal de los bienes de la tierra-. También denuncia que existe una distribución capitalista de la riqueza, o mejor dicho "una concentración de los recursos", que es "injusta y contraria a la dignidad del hombre". Dice el Papa: "También hoy en gran parte del mundo los procesos de transformación económica, social y política originan los mismos males que ya León XIII denunciaba se hacían a los obreros. Estas denuncias "son todavía válidas hoy, sobre todo ante las nuevas formas de pobreza existentes en el mundo" (·JUAN-PABLO-II: "_Centessimus Annus" n 10). Juan Pablo II afirma que, sobre todo en el Tercer Mundo, pero también en grupos marginales de las sociedades avanzadas (el llamado "Cuarto Mundo") "puede hablarse hoy, en algunos casos, como en tiempos de la "Rerum Novarum" de una explotación inhumana" ("Centessimus Annus" n 33). Y añade que "en el contexto del Tercer Mundo conservan todavía su validez -y en algunos casos son aún una meta a alcanzar- los objetivos señalados por la "Rerum Novarum": el salario suficiente para la vida de familia, los seguros sociales para la vejez y el paro, la adecuada tutela de las condiciones de trabajo" ("Centessimus Annus" n 34).

-La Eucaristía: adorar a Dios y no al ídolo "dinero" Celebramos la Eucaristía "en espíritu y en verdad", como verdaderos adoradores de Dios, y no como servidores de los ídolos, sobre todo del ídolo del dinero. No podemos tener como Señor a Dios y al dinero a la vez.

No queremos ahora lanzar palabras contra nadie. Tan sólo queremos acoger la palabra de Dios que hoy el Espíritu ha sembrado en nuestros corazones. Por eso nos preguntaremos cada uno de nosotros, durante un breve silencio: ¿Qué hago y que debería hacer para ayudar a los voluntarios y a los programas que trabajan en favor de los hombres y mujeres del Tercer y Cuarto Mundo?

JORDI PIQUER
MISA DOMINICAL 1991, 13


9.

-"El que no está contra nosotros está a favor nuestro"

El discípulo Juan dice a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros". Merece la pena reflexionar sobre esta expresión. Jesús había llamado a algunos "para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14); los había llamado para enseñarles a comprender y a vivir su mensaje de amor, de libertad, de entrega, para que penetraran en su propia comprensión de Dios, y tropieza con la inevitable estrechez de miras: "éste no es de los nuestros". No habían comprendido aún a Jesús pero les había entrado ya el complejo de grupo.

GRUPO/PELIGROS: Este es un grave peligro de todo grupo, tanto del cristiano como de los demás. Juzgar a una persona o a una actuación según sea o no de mi grupo. Sentir la necesidad de afirmar el propio grupo por oposición, distinción o separación de los demás.

Este es "de los nuestros" y aquel "no es de los nuestros". Los nuestros son los buenos, los demás, los malos; las faltas de los nuestros son justificables, las de los demás son de una extrema malicia; las cosas buenas de los demás tampoco son tan buenas y a la larga se llegan a negar...

Contemplado desde la perspectiva de la fe, nos cuesta mucho comprender que uno "de los otros" pueda hacer el bien "en nombre de Cristo", es decir, de la Verdad, de la Justicia y la Paz, que pueda "echar demonios", es decir, sacar eficazmente el mal del mundo por la fuerza del Señor. Nos cuesta aceptar que las organizaciones "de los otros" tienen resultados positivos...

-"El que no está contra nosotros está a favor nuestro"

Es la respuesta del Hombre grande de Espíritu, magnánimo, de quien conoce a Dios y comprende el misterio de toda la vida humana. Todo hombre que hace el bien vive ya según el Espíritu, esté donde esté. Hay otra frase de Jesús que parece distinta: "Quién no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama" (/Mt/12/30) pero dice lo mismo. Quien no vive según el Espíritu de Libertad y de Amor está contra Jesús y trabaja contra el hombre.

Nosotros somos miembros de la Iglesia; somos una comunidad. Nos define, precisamente, confesar a Dios Padre y seguir a Jesucristo, es decir, confesar que Dios es Padre de todos los hombres, no sólo de nosotros, que su Espíritu se encuentra en el corazón de todos aquellos que viven según el Evangelio: esto define a la Iglesia como una comunidad abierta, que confiesa la presencia de Dios allí donde haya pequeñas manifestaciones de Verdad y de Justicia, aunque "no sean de los nuestros" porque entonces "ya son de los nuestros".

Que la Eucaristía sea hoy una acción de gracias por la obra de Dios en el corazón de todos los hombres de buena voluntad; y que nuestra Comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor sea el signo de una comunión real con todos los que están llevados por su Espíritu.

G. MORA
MISA DOMINICAL 1982, 18


10.

Terminamos hoy la lectura que hemos seguido durante cinco domingos de la carta de Santiago. Y me parece que el texto que hemos leído es tan enérgico, tan contundente, que apenas uno se atreve a comentarlo sin diluir su fuerza. Por eso permitidme que -como inicio de esta homilía- VUELVA A LEERLO. Dice la carta de Santiago: "Ahora, vosotros, los ricos llorad y lamentaos..." (continuar la lectura del texto integro de la segunda lectura).

Y ahora quisiera PREGUNTAR: si estas palabras no fueran de la Sagrada Escritura, sino palabras mías, ¿no es probable que algunos de vosotros hubiérais pensado: este cura exagera, se pasa, no habla con caridad de los ricos? E incluso -quizás no aquí, pero seguramente en otras iglesias- alguien se hubiera levantado y hubiera protestado. Pero no son palabras mías. Es Palabra de Dios.

-La desgracia de ser rico

¿Qué comentario podríamos hacer de esta Palabra de Dios? Diría que todo se resume en esto: SER RICO ES UNA DESGRACIA. Afirmación escandalosa, porque todo nuestro mundo -y nosotros mismos, reconozcámoslo- tendemos a pensar lo contrario. Y a hacer lo contrario. Por eso mismo las palabras de Santiago, si afectan primariamente y duramente a los ricos, me parece que también afectan de algún modo a TODOS nosotros: porque hay poca gente que -de verdad- pueda decir que no quisiera ser rico. Pero Dios dice: ser rico es una desgracia. Todo lo contrario de lo que pensamos habitualmente. Y es preciso afirmar claramente que el problema fundamental no se sitúa en el modo -injusto o no- como se haya conseguido adquirir el dinero. Sino en EL MISMO HECHO DE SER RICO: "¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!" amenaza Jesús (/Lc/06/24). Y dice también: "¡Con qué dificultad entran los que tienen mucho en el Reino de Dios! Porque más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios". (/Lc/18/24). No hay aquí distinciones entre el buen rico y el mal rico: simplemente, el rico. Y quien quiera entender que entienda.

-La solución cristiana: sin ricos

Pero no sería cristiana -es decir, salvadora- una palabra de comentario que no ofreciera UN CAMINO DE SOLUCIÓN. Lamentablemente muy a menudo los predicadores hemos propuesto un camino de solución a los ricos diciéndoles: sed buenos ricos, pagad los salarios justos, dad limosna... Todo ello está muy bien y sería un buen primer paso. Pero no es la solución del Nuevo Testamento. Lo que dicen JC y los apóstoles es más exigente, pero también más seguro: DEJAD DE SER RICOS.

Ciertamente sería pecar de ingenuidad y de irrealismo pensar que es una solución fácil. Podríamos colocarla en la línea de lo que hemos escuchado en el EVANGELIO de hoy: "Si tu mano te hace caer, córtatela. Si tu pie... si tu ojo...". Podríamos añadir: "si tu dinero te hace caer, córtatelo: más te vale entrar sin dinero en la vida que ser echado con todo tu dinero al abismo".

Quizá, para ser realistas, deberíamos buscar SOLUCIONES COLECTIVAS y no suponer que individualmente eso se puede conseguir. Pueden darse excepciones -ricos que voluntariamente dejen de serlo-, pero me parece que siempre serán excepciones. Admirables pero escasas. La solución para evitar este mal, esta desgracia de la riqueza, es preciso buscarla -me parece- por el camino de una organización diversa de la sociedad. Una sociedad según la voluntad de Dios sería aquella en la que no haya ricos, es decir, gente que tiene mucho cuando otros tienen muy poco. Y ello sólo se puede conseguir a través de toda una acción política, social, económica, que transforme la actual sociedad.

Hermanos: que todos los que compartimos un mismo Pan, el Cuerpo del Señor que se entregó por todos nosotros, sepamos progresar a través de toda nuestra vida hacia una auténtica fraternidad, en la igualdad de los hijos de Dios.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1976, 17


11.

HABLAR, CURAR EN NOMBRE DEL SEÑOR

-Expulsar los malos espíritus en nombre del Señor (Mc 9, 38-48)

El pasaje del evangelio de hoy contiene temas bastante poco unidos entre sí. Da la impresión de una libre conversación de Jesús con los suyos, a quienes enseña según sus preguntas. Es Juan quien interroga aquí al Maestro. Se le ve sorprendido y algo preocupado de que uno exorcizara siendo así que no formaba parte del grupo. La respuesta de Jesús es importante; amplía la comprensión que los discípulos podían tener de su grupo. Fuera de él puede encontrarse a alguien que crea en Cristo y que eche demonios en su nombre. No hay razón para impedírselo; además, existe un criterio para juzgar: si no habla mal de Cristo. San Mateo añade que es preciso que el profeta cumpla la voluntad del Padre que está en los cielos, para entrar en el Reino de los cielos (Mt 7, 15-22). De suyo, no es, pues, indispensable pertenecer a la comunidad de los cristianos para actuar en nombre de Jesús, a condición de que se tenga fe y se observen los mandamientos. Jesús quiere, por lo tanto, ensanchar las concepciones de sus discípulos, que podrían sentirse inclinados a encerrarse en campana de cristal y decididos a mantener celosamente lo que ellos piensan ser privilegio exclusivo de la comunidad. No obstante, la cualidad de discípulo de Cristo tiene un significado, hasta el punto de que cuando alguien da un vaso de agua a uno de ellos en nombre de Jesús, es al mismo Jesús a quien se lo da. Existe, pues, un lazo íntimo entre Jesús y los discípulos, y en la comunidad cristiana debe haber una sólida unión. Los discípulos "son de Cristo", expresión querida de san Pablo (Rm 8 9; 1 Co 1, 12; 3, 23; 2 Co 10, 7).

El texto nos hace pasar a otro orden de ideas: el escándalo de los pequeños que creen en Jesús. No habría que restringir el escándalo de los pequeños a los niños; puede también tratarse de los más sencillos dentro de la comunidad cristiana; en labios de Jesús puede referirse a los que han sido menos instruidos, que pertenecen a una clase social menos cultivada y son real o culturalmente pobres.

El texto prosigue con una tercera advertencia. Se trata de la ocasión de pecado. Entrar ahora en detalles sería falsear el significado de lo que Jesús ha querido expresar. Jamás pensó en un catálogo de tentaciones a las que correspondería un catálogo de pecados. Su enseñanza va orientada a subrayar el valor absoluto del Reino de Dios en relación con cualquier otra cosa. Lo que interesa es vivir ese valor y escapar al fuego que no se apaga.

-Que el Señor forme un pueblo de profetas (Num 11, 25-29)

La situación del pueblo de Dios requiere que se prevean sus instituciones y su porvenir. Se necesita una continuidad entre los jefes que se suceden. Así, Moisés constituyó un grupo de 70 ancianos. El Señor tomó una parte del espíritu que Moisés poseía y se la pasó a estos ancianos, y se pusieron a profetizar, pero esto no duró. El Espíritu, además, se posó sobre dos hombres que no estaban presentes en la reunión de los 70 y se pusieron a profetizar en el campamento. Estupor en un joven, que corrió a contárselo a Moisés. La respuesta de Moisés es admirable por la amplitud de miras: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!". Constatamos, pues, el deseo de apertura de Israel que no quiere aislarse en tradiciones cerradas.

En la actitud de Moisés podría verse una reacción a lo que en nuestros días podríamos llamar "triunfalismo" orgulloso. El salmo responsorial 18 canta: Preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine...

No es inútil la enseñanza de hoy. Debe provocar nuestra reflexión en varios aspectos. Nos enseñan las lecturas una apertura y una actitud de reacción contra todo lo que pudiera ser "clericalismo" y triunfalismo de la Iglesia. Y lo que puede darse en toda la Iglesia, puede darse también en quienes en ella ostentan el poder. Porque, aunque el sacerdocio de Cristo se halla repartido por el Espíritu según grados esencialmente diferentes, sin embargo todos los bautizados son profetas de una determinada manera. Si no deben cerrarse las puertas sobre la propia Iglesia, excluyendo la posibilidad de grandes cosas fuera de ella, con mayor razón los que han recibido el sacerdocio en sus grados más elevados no tienen que impedir que se ejerza el sacerdocio de los fieles, por más que estos deban hacerlo bajo el control y la autoridad de aquellos. El problema del escándalo no debe descuidarse tampoco. Este no concierne únicamente a las tentaciones de cada uno de nosotros, sino a la posibilidad de herir a quienes no tienen una fe bien organizada. No es que existan verdades diversas, pero no todo es para decir y enseñar a todos y en todas las circunstancias y de todas las maneras. La época actual nos invita a revisar a veces nuestras posturas en este punto, lo mismo que en los anteriores.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 50 ss.