SUGERENCIAS

 

1. SITUACIÓN LITÚRGICA. Por segunda vez, en este ciclo de Lucas, la lectura evangélica propone la parábola del hijo pródigo, o de la misericordia del Padre. No obstante su presencia en este domingo tiene aspectos diversos de los que tenía en el cuarto domingo de Cuaresma. Entonces se leía únicamente la parábola del hijo pródigo; hoy, en cambio, se trata de las tres parábolas de la misericordia; incluso se sugiere la posibilidad de omitir la tercera. Entonces la lectura se hacía en el contexto del misterio de la reconciliación; hoy se hace en el interior del proceso de la lectura continua de Lucas, como una de las enseñanzas típicas recogidas por este evangelista, y plenamente integradas en su peculiar catequesis. Jesús es el salvador de los pecadores, y el cumplimiento de esta misión es motivo de alegría escatológica (nótese que se da cierto paralelismo entre esta afirmación y la que Jesús hace en relación con la misión de los setenta y dos, Lc 10,20). Pero la primera lectura acentúa sobre todo la misericordia de Dios para con su pueblo, y el salmo responsorial tiene como respuesta precisamente las palabras de arrepentimiento y conversión del hijo. Por ello, si se omitiera la lectura de la tercera parábola, el conjunto de las lecturas quedaría bastante inconexo. La segunda lectura -primer fragmento de 1 Tm- está probablemente seleccionada en función del evangelio: "Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores..."

CONTENIDO DOCTRINAL.-Es muy difícil que la predicación de hoy no se convierta en una repetición de la del cuarto domingo de Cuaresma, o de la del domingo undécimo (la pecadora del banquete del fariseo). Por eso habrá que precisar la orientación. La propuesta es la siguiente: Centrar la predicación en la misericordia de Dios, siguiendo la magnífica línea de la encíclica "Rico en misericordia". Es un tema que, como reconoce el mismo Juan Pablo II, "no tiene muy buena prensa". Dice el papa: "Es necesario que siempre se descubra el rostro genuino de la misericordia. A pesar de los múltiples prejuicios, se presenta particularmente necesaria en nuestros tiempos".

Es especialmente interesante -para la interpretación de las parábolas de la misericordia- el párrafo 6 de la Encíclica: "Reflexión particular sobre la dignidad humana". La tesis de este párrafo es que la misericordia, lejos de ser algo que "difama a quien la recibe y ofende la dignidad del hombre", es, en cambio, la recuperación de la dignidad humana, en la que el Dios creador y el hombre hijo de Dios se reencuentran en una misma alegría.

JUAN-PABLO-II "El padre es consciente de que se ha salvado un bien fundamental: el bien de la humanidad de su hijo. Aunque éste había dilapidado el patrimonio, ha quedado, sin embargo, salvada su humanidad. Más aún: de algún modo ésta se ha recuperado. En el mismo capítulo 15 del evangelio de san Lucas leemos la parábola de la oveja perdida y después la de la dracma recuperada. En ellas se pone siempre de relieve la misma alegría que en el caso del hijo pródigo. La fidelidad del padre a sí mismo está totalmente centrada en la humanidad del hijo perdido, en su dignidad. Así se explica por encima de todo la alegre conmoción por su regreso a casa".

El camino de la Iglesia es también un camino de penitencia, durante el cual el cristiano puede confiar constantemente en la misericordia de Dios. La misericordia -que tiene una incidencia peculiar en el sacramento de la penitencia- debe vivirse y recibirse con la alegría celestial de que habla el evangelio de hoy. Sería bueno insistir, siguiendo las indicaciones del Papa, en la importancia de este tema para la vida cristiana, y exhortar a los fieles a plantearse la participación en este sacramento.

REFERENCIA SACRAMENTAL.-Continuando la referencia a la encíclica "Rico en misericordia", se puede mostrar, con Juan Pablo II, que la resurrección de Jesús es la máxima manifestación de la misericordia divina, puesto que en ella se nos manifiesta el amor que es más fuerte que la muerte. Por este camino, la Eucaristía sigue poniéndonos a nuestro alcance este testimonio supremo, y nos invita a participar en él.

También entraría en la dinámica de la homilía destacar el carácter de fiesta a causa del perdón que es propio de la Eucaristía, explicar qué sentido tiene implorar la misericordia de Dios en la celebración.

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1983, 17


2. /Sal/050/51.

El salmo 50 (51) es el salmo penitencial por excelencia. Las tres estrofas escogidas son especialmente interesantes. La primera (vv.3-4) ora como Moisés: para implorar el perdón no da otra razón que la bondad de Dios, y el hecho de que él ama. La segunda (vv.12-13), al decir "crea en mí un corazón puro", equipara el perdón del pecado a la creación, porque el verbo crear está reservado a las obras exclusivas de Dios. De acuerdo con esta creencia, los fariseos se escandalizaban de Jesús porque, siendo hombre, perdonaba los pecados. Anticipa la moral cristiana, según la cual el pecado (y el mérito) no radican tanto en actos o resultados exteriores como en el fondo del corazón, de donde salen los pensamientos y los deseos que acabarán traduciéndose en actos. La última estrofa (vv.17 y 19) insiste también en la moral del corazón. Dios no había aceptado aquella "fiesta en honor de Yahvé" al pie del Sinaí, los sacrificios y holocaustos de un pueblo que había apartado su corazón de la fe yahvista y lo había materializado en el becerro de oro. Pero cuando Dios rechaza el culto externo que no sale del corazón, el sacrificio que nunca rechaza es la ofrenda de un corazón arrepentido.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1977, 16


3. P/A-D/CONFIANZA 

La hija de Dostoievski describe así la muerte de su padre: "...al darse cuenta de que su vida llegaba a su fin, tomó mis manos entre las suyas y pidió a mi madre que nos leyera el capítulo 15 del evangelio de S. Lucas. Él, próximo a la muerte, escuchaba la historia con los ojos cerrados. Luego dijo: Hijos, no olvidéis nunca lo que habéis escuchado. Confiad siempre en Dios y no dudéis nunca de su perdón. Yo os amo muchísimo, pero mi amor no es nada comparado con el infinito amor de Dios. Y si tenéis la desgracia de hacer algo malo en vuestra vida, no desconfiéis de él. Sois hijos suyos. Él se regocijará de vuestro arrepentimiento como se regocijó de la vuelta del hijo pródigo. Tras estas palabras, murió. Era el 9 de febrero de 1881".

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/C
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1988.Pág. 173


4.

En ninguna de estas parábolas se trata de afirmar que Dios ame más a los pecadores que a los justos. Lo único que interesa es saber que Dios ama también a los pecadores, según aquellas palabras de Ezequiel: "Dios no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta y viva" (Ez 18. 23). El hondo sentido de estas parábolas se descubre sabiendo que Jesús "vino a buscar y salvar lo que estaba perdido". Los santos padres ven en la oveja perdida el símbolo de la naturaleza humana después del pecado original.

El rasgo principal de la parábola del hijo pródigo -que puede omitirse-, hace alusión al amor con el que Dios acoge siempre al pecador arrepentido. El pecado es un apartarse de Dios y un convertirse a las criaturas. No obstante, Dios deja al hombre en libertad. El hombre llega al límite de su miseria y entonces es posible que recapacite y se convierta. El primer paso de la conversión es reconocer la propia miseria. Dios no sólo espera al pecador arrepentido, sino que le sale al encuentro con su gracia, lo restablece amorosamente en su dignidad y lo colma con toda suerte de dones. Con ello termina ya propiamente la parábola.

El comportamiento del hermano sirve sólo para contraponer el amor misericordioso de Dios al mezquino amor de los hombres que no saben perdonar. Es esta una crítica a los que cumplen la ley al pie de la letra, pero sin el amor que es lo que da valor y sentido. Pues el amor es la plenitud de la ley. Ya en Oseas 11.9, Yahvé explica su amor misericordioso con Efraín, diciendo: "Pues yo soy Dios, no un hombre". En efecto, para saber perdonar hace falta ser Dios o verdadero hijo de Dios y no basta con cumplir la ley y estar muy creído de ella.

EUCARISTÍA 1971, 51, 1971


5. BUENOS/MALOS:

Nos parecían ingenuas las películas de buenos y malos. Pero más ingenua, más cruel e injustamente ingenua, es nuestra manera de clasificar a los hombres en buenos y malos. Los malos, por supuesto, son siempre los otros: los comunistas, los de izquierdas, los no católicos, los no casados por la Iglesia, los que protestan, los revolucionarios, en una palabra, los que no son como nosotros. Los buenos -¿lo adivinan?- somos nosotros: los católicos, los de derechas, los de antes, los de siempre.

Así, con este estúpido razonamiento, nos sentimos justificados por contraste con los oficialmente calificados como malos, sobre cuyos hombros cargamos sus pecados y los nuestros propios. Y así, neciamente, nos resistimos al cambio, a la conversión. ¡Que cambien ellos! Pero si llega hasta nosotros el rumor de que han cambiado, lejos de alegrársenos el corazón, nos consume la envidia.

Y cuando el Evangelio nos presenta el gozo por la conversión del pecador -más grande que por los noventa y nueve "justos"- sentimos que el suelo falla bajo nuestros pies. Y nos revolvemos airadamente contra el que tiene la osadía de subrayar el texto evangélico. Nos fastidia que aquellos, a los que habíamos encasillado entre los malos, no sean tan malos como nuestro prejuicio exageraba. Nos fastidia, porque toda nuestra bondad consistía en ser distintos de "esos". Pero nos fastidia, sobre todo, porque su cambio nos arroja al rostro nuestra impenitencia. ¿Cómo vamos a convertirnos nosotros, tan empecatados en tenernos por buenos? No hemos querido comprender que buenos y malos no son dos clases de personas -¡qué cómodo resulta ese encasillamiento!- sino dos alternativas en la vida de cualquier persona. Todos somos buenos... a veces; pero, ¡ay!, a veces, todos somos malos. La única diferencia estriba en que hay pecadores que se reconocen por tales y quieren cambiar y cambian y provocan el gozo del cielo. Mientras que hay pecadores que se tienen por buenos y no quieren cambiar y no se arrepienten y roban al cielo la alegría.

EUCARISTÍA 1974, 52


6.

SITUACIÓN:

El pasado domingo escuchábamos una palabra de JC "a la mucha gente que le acompañaba": era una palabra para empujar, para no detenerse, para avanzar. Hoy -continuando el camino de JC hacia Jerusalén=la enseñanza de la Iglesia que le sigue- hallamos una palabra para los selectos, para la elite. Entonces y ahora, quienes nos creemos buenos y sabios, cumplidores y en regla, somos quienes menos entendemos el núcleo del camino de JC. En el fondo oponemos el "Dios" que nos hemos hecho a nuestra imagen y semejanza, al Dios del amor que revela JC. Y en este punto JC es absolutamente intransigente. Porque sabe que todo su Evangelio nada vale si no se entiende eso.

También los predicadores debemos ser, como él, totalmente claros en este punto. El motivo de la oposición de la elite a JC radica en que él ame como el Padre ama (como sucede ahora con quienes consiguen amar como JC, sin fronteras, a todos, sea cual sea el "rótulo" que llevan o que les coloquemos). Entonces la acusación se refería a que JC acogía a "publicanos y pecadores". ¿Quienes consiguen hoy el interdicto de los "buenos"? Cualquier hombre o mujer que -por motivos ideológicos, políticos, morales, de clase, etc.- consideramos "pecadores".

ROMPER CON ESTA CLASIFICACIÓN, gritar que el amor salvador de Dios es para todos, sin necesidad de ningún sello de la autoridad, sin ningún "pase" de la buena sociedad, es un punto básico en la homilía de hoy. Recordando que las exclusiones pueden venir de unos y otros, de integristas y progresistas, de la derecha o la izquierda (aunque debamos reconocer que el mayor peso de exclusiones, en nuestro país, viene más de la derecha, de los ricos, de quienes se creen católicos de toda la vida). "Esta situación -dice P. Tena en "Phase" n.98- origina las tres magníficas y exclusivas parábolas de Lc sobre la misericordia del Padre. Estas tres parábolas vienen a ser también un complemento -siempre en el contexto de la vida eclesial, vida de caminantes- a la llamada urgente hecha el pasado domingo en pro de una opción fundamental. La misericordia de Dios es más fuerte que las rupturas que protagonizamos los hombres. La imagen de Moisés intercediendo por su pueblo es expresiva de una constante bíblica del amor de Dios (cfr. 1.lec.). Si alguien quiere caminar con JC, debe aprender a tratar a los demás como el Padre nos trata a todos; y, además, aunque sea pecador, puede confiar en la misericordia del Padre".

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1977, 16


7. EL QUE AMA, PERDONA

Jesús, encarnación del amor de Dios, nos da con su vida y su palabra la línea de actuación del hombre en esta tierra. Se le acusa de juntarse con los pecadores, porque les ama tanto como para desafiar las incomprensiones de los demás. Como ama de verdad, Jesús no guarda las apariencias: su amor y su perdón desbordan todas las "prudencias" establecidas. Llega a poner en evidencia a los considerados buenos, a los que sólo cumplen la letra, a los que nunca han abandonado la casa de su padre..., pero que están lejos del espíritu de su amor. ¿Estamos nosotros entre ellos? Cumplidores de las leyes, sin saber lo que es el amor de Cristo; severos vigilantes de la ley, sin descubrir e] espíritu que da la vida y nunca destroza ni mata.

A todos los cristianos de hoy nos toca predicar y vivir el Evangelio. Predicar el evangelio es proclamar el amor de Dios a todos los hombres. Amor que descansa sobre nuestra debilidad, sobre ]o que somos, miseria y barro... por eso es amor que se hermana necesariamente con el perdón. Vivir el perdón de Dios es descubrir su misericordia, eliminando las frías y severas exigencias con respecto al prójimo, y considerándonos pecadores, limitados y pequeños.

El perdón, el amor, la alegría son los componentes de la Palabra que hoy celebramos y que nos debemos obligar, como cristianos, a vivir y festejar.

Salvador Giménez Valls


8. Para orar con la liturgia

Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel" (San Cipriano).


9. ¿Buscar a Dios?

En el estudio de la historia religiosa de una humanidad es frecuente interpretar las múltiples formas de creencias y cultos como expresión de la inquietud existencial que mora en el corazón del hombre y que le hace un buscador incansable de Dios.

Es más, incluso en nuestro lenguaje cristiano se acostumbra poner el "buscar a Dios" como el objetivo de ciertas aventuras de la fe como pueden ser unos días de retiro o la meta última de la vocación especial a la vida contemplativa. Se parte del convencimiento de que procurar un encuentro, cada vez más íntimo, con Dios es una tarea que ha de realizar el cristiano, por lo que se ha de poner todo afán en buscarle.

Parece que es una forma adecuada de pensar, pero la lectura evangélica de hoy, con sus tres parábolas, ponen toda esta lógica un poco patas arriba, pues si hablan de una búsqueda, los papeles de Dios y del hombre están trocados.

Así, en dichas parábolas no se da ni siquiera el supuesto de que Dios esté oculto y haya de ser buscado. Por el contrario, es el hombre -cada uno de nosotros- los que desaparecemos del escenario de la salvación y es el Padre el que se siente urgido a buscar la oveja o la moneda que se me había perdido o el que rompe el hielo de la situación al echar a correr para abrazar y besar al hijo pródigo que volvía a la casa paterna pidiendo un puesto de trabajo.

Hemos de asumir esta doctrina en nuestra vida cristiana, cambiando esquemas muy arraigados que sitúan indebidamente el protagonismo en nosotros mismos. Brevemente, hemos de aceptar que es más cierto sabernos amados que amar, perdonados que pedir perdón, escuchados que pedir.

Antonio Luis Martínez


10.

"Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta"

Hoy proclamamos integro el capitulo 15 del evangelio de san Lucas, encontrándonos con las tres parábolas de la misericordia de Dios: la oveja descarriada, la moneda perdida y el hijo prodigo.

Si queremos sintetizar el mensaje de la palabra de Dios para hoy, podríamos decir lo siguiente: es grande el gozo y la alegría de recuperar lo que estaba perdido mediante la salvación de Dios.

El evangelio nos cuenta que Jesús recibe muchas criticas de parte de los fariseos y letrados, y con su enseñanza quiere justificar su conducta y cercanía con los marginados de la salvación: "Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y que viva". Si tal es el pensamiento de Dios y su acogida para con los pecadores, Cristo con su actitud y mensaje quiere transparentar a Dios, pues Él y el Padre son uno. Dios, que es padre de todos, no margina a nadie, sino que se alegra de recuperar y salvar al hombre que se encuentra perdido en la soledad del pecado, devolviéndole su propia dignidad.

Todas las lecturas nos hablan de la grandeza de Dios para con sus hijos, el corazón de Dios es compasivo y misericordioso. La primera lectura nos dice que Moisés intercede ante Dios por el pueblo israelita y también que Dios se arrepintió de su amenaza. Por otro lado, san Pablo se presenta a Timoteo como testigo de la compasión, misericordia y perdón de Dios, experimentados en carne propia: "Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero".

Jesús en el evangelio nos enseña a asumir el verdadero amor que no margina, sino que sale al encuentro del otro, no se molesta, da tiempo, cariño y compañía. Perdemos tiempo si no amamos y servimos a los demás pues no encontraremos al Señor más que en aquellos con quienes Él se identifica: Los pobres, los marginados y necesitados de la tierra. Amémonos unos a otros como Él nos ha amado.

C. E. de Liturgia. PERU


11. P/JOYA/PAPA-LUCIANI

El pecado cometido se convierte casi en una joya «En Pascua, Dios espera. Un pródigo que regresa le da más consuelo que noventa y nueve que siguieron siendo fieles; dada su infinita misericordia, mientras un pecado aún por cometer es evitado a costa de cualquier sacrificio, el pecado ya cometido se convierte en nuestras manos casi en una joya, que podemos regalar a Dios para darle el consuelo de perdonar. ¡Intentémoslo! Uno queda como un señor cuando se regalan joyas».

Carta a los fieles de Vittorio Véneto, 7 de febrero de 1959


12. PADRES/HIJOS/RECONCILIACION

Predicador del Papa: Sanar la relación padres-hijos, desafío de la nueva evangelización
El padre Cantalamessa comenta el Evangelio de este domingo

ROMA, viernes, 10 septiembre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, al pasaje evangélico de la liturgia del próximo domingo, 12 de septiembre (Lc 15,1-32), que narra la parábola del hijo pródigo.

* * *

Lucas (15, 1-32)

«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus siervos: “Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron la fiesta».

En la liturgia del día se lee todo el capítulo 15 del Evangelio de Lucas que contiene las tres parábolas llamadas «de la misericordia»: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo. «Un hombre tenía dos hijos...»: basta con oír estas pocas palabras para que quien tenga un mínimo de familiaridad con el Evangelio exclame inmediatamente: ¡la parábola del hijo pródigo! En otras ocasiones he destacado el significado espiritual de la parábola; esta vez querría subrayar en ella un aspecto poco desarrollado, pero actual. En el fondo, la parábola no es sino la historia de una reconciliación entre padre e hijo, y todos sabemos cuán vital es una reconciliación tal para la felicidad de padres e hijos.

Quién sabe por qué la literatura, el arte, el espectáculo, la publicidad se aprovechan sólo de una relación humana: la de fondo erótico entre el hombre y la mujer, entre esposo y esposa. Parece como si no existiera otra en la vida. Publicidad y espectáculo no hacen más que guisar en mil salsas este plato. Dejan en cambio inexplorada otra relación humana igualmente universal y vital, otra de las grandes fuentes de gozo de la vida: la relación padre-hijo, el gozo de la paternidad. En literatura la única obra que trata verdaderamente este tema es la «Carta al padre» de F. Kafka (el romance «Padres e hijos» de Turgenev más que de padres e hijos habla de generaciones diversas).

Pero si se ahonda con serenidad y objetividad en el corazón del hombre se descubre que, en la mayoría de los casos, una relación conseguida, intensa y serena con los hijos es, para un hombre adulto y maduro, no menos interesante y satisfactoria que la relación con la mujer. Sabemos cuán importante es tal relación también para el hijo o la hija y el vacío tremendo que deja la carencia o su ruptura.

Igual que el cáncer ataca habitualmente los órganos más delicados en el hombre y en la mujer, así el poder destructor del pecado y del mal ataca los ganglios más vitales de la existencia humana. No hay nada que sea sometido al abuso, a la explotación y a la violencia como la relación hombre-mujer, y no hay nada que esté tan expuesto a la deformación como la relación padre-hijo: autoritarismo, paternalismo, rebelión, rechazo, incomunicación.

No hay que generalizar. Existen casos de relaciones bellísimas entre padre e hijo. Sabemos sin embargo que hay también, y más numerosos, casos negativos. En el profeta Isaías se lee esta exclamación de Dios: «Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí» (1,2). Creo que muchos padres hoy en día saben, por experiencia, qué quieren decir estas palabras.

El sufrimiento es recíproco; no es como en la parábola, donde la culpa es toda y sólo del hijo... Hay padres cuyo sufrimiento más profundo en la vida es ser rechazados o directamente despreciados por los hijos. Y hay hijos cuyo más profundo y no confesado sufrimiento es sentirse incomprendidos, no estimados o francamente rechazados por el padre.

He insistido en la implicación humana y existencial de la parábola de hoy. Pero no se trata sólo de mejorar la calidad de la vida en este mundo. La iniciativa de una gran reconciliación entre padres e hijos y la necesidad de una sanación profunda de su relación entra de nuevo en el esfuerzo de una nueva evangelización. Se sabe cuánto puede influir, positiva o negativamente, la relación con el padre terreno en la relación con el Padre de los cielos y por lo tanto en la vida cristiana misma. Cuando nació el precursor, Juan Bautista, el ángel dijo que una de sus tareas era «hacer volver los corazones de los padres a los hijos y los corazones de los hijos hacia los padres». Una tarea hoy más actual que nunca.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]