43 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIV
CICLO C
1-9

Para la homilía debe tenerse en cuenta lo que se recomienda
 en el número 1 de SUGERENCIAS

1.

-PUBLICANOS Y PECADORES ESCUCHAN A JESÚS.  

"Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle". Publicanos, muchos  de ellos, no por simpatía con los romanos ni por desprecio de su identidad judía, sino por  hambre y necesidad de alimentar a una familia. La etiqueta oficial con que los fariseos les  juzgaban, no siempre respondía a la verdad.

Jesús les conocía bien, porque bien sabe él lo que hay en el hombre. Por eso se  acercaba a ellos, para poner las cosas en su sitio, acercarles a la verdad del amor del Padre  que él había venido a manifestar. Así, después de este acercamiento de Jesús a ellos, nacía  en aquellos alejados del templo un sincero deseo de salvación que Jesús saciaba con su  palabra.

-FARISEOS Y LETRADOS, MURMURAN

Por contraste, "los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos". Porque  estaban llenos de orgullo y egoísmo, se sentían buenos, por eso creían no tener gran  necesidad de la misericordia de Dios. Su seguridad espiritual y económica o social, les  servía de obstáculo para buscar a Dios. Naturalmente, cuando el Padre se les manifestaba  por los hechos y palabras de Jesús con los que fundaba el Reinado de Dios, aquellos sabios  eran incapaces de abrir los ojos. Si alguna luz conseguía introducirse en su espíritu, les  desmontaba todo su sistema y les obligaba a una conversión moral, a un cambio de mente y  de situación económica para la cual no estaban dispuestos a sacrificar tanto.

Les resultaba más fácil defenderse negando la verdad de Jesús y murmurando de él; así  su aparente pureza crecía en vanidad entre sí mismos. Es el camino fácil de los cobardes:  defenderse atacando la verdad. Pero ellos mismo se ponen así al descubierto.

-LA OVEJA NEGRA, LA PREFERIDA. 

Sigue la parábola: cien ovejas, noventa y nuevo ovejas, una oveja. La negra. La  privilegiada por los hombros del Buen Pastor.

Antes, buscada largamente por sus pies ensangrentados que recorren montes y valles.  Toda una lección esencial del evangelio, que en general tenemos que comenzar a practicar  todavía; la pastoral y la acogida de los que llaman alejados.

Alejados, ¿de dónde? Porque. ¿quién es el centro o el punto de referencia fundamental  para medir esta distancia? Resulta muy fácil erigirse uno a sí mismo como centro del mundo  y de la historia del mundo y de la salvación; uno mismo o sus propias ideas y costumbres,  sus creencias, la institución religiosa a la que pertenece. Dios está por encima de todos  nuestros esquemas.

-¿DONDE ESTA TU HERMANO? (/Gn/04/09). 

Queda sobre todo otra pregunta a la hora de pronunciar esta palabra discriminatoria,  "alejados": esta pregunta es la siguiente: ¿Por qué? ¿Cuáles fueron los motivos, las  circunstancias, las causas verdaderas que han motivado este éxodo de personas y masas a  lo largo de las historia? Dios nos juzgará por todo esto. ¿Dónde está tu hermano? preguntó  Yahvé a Caín. ¿Dónde comienza el cansancio del camino o la debilidad de las espaldas  para seguir con la cruz en la noche? ¿Dónde están los Cireneos, los amigos del Buen  Pastor, los Nicodemos? ¿Quién puede despreciar a un hermano que ha soportado una  lucha, un problema o un peso que el que juzga no ha tocado ni con la punta de su dedo?  ¡"Fariseos hipócritas"! dijo Jesús.

Con los alejados, con las ovejas negras y con las vecinas después de encontrar la  moneda perdida, se viven profundas experiencias de fraternidad, de humanidad, de gozo  profundo y de realismo humano. Estas vivencias son las que movían al Buen Pastor a  preocuparse más de los de lejos que de los de cerca. Pablo se cuenta entre los de lejos:  "Blasfemo, perseguidor y violento". Ha meditado muchas veces su camino personal y ahora  lo tiene claro.

Era necesario que experimentara la compasión de Jesús, su paciencia y su misericordia,  para que él de después la predicase con capacidad de contagio.

-EL HOMBRE SE SALVA POR LA MISERICORDIA DE DIOS:

SV/MISERICORDIA La historia es tan antigua como el ser humano. Desde  Adán hasta Jesús, el hombre se salva por la misericordia de Dios. A veces éste amor es tan  paciente y refinado que deja maravillado a cualquiera que siga su trayectoria personal o  colectiva. Toda la historia del Éxodo es un testimonio claro de ella. Aquel pueblo de dura  cerviz tiene la mente y el corazón demasiado pequeños para dar cabida al proyecto de  libertad que Yahvé tiene pensado y ejecuta para él. Hay una constante misericordia de  Yahvé. Moisés queda en medio de los dos. Después de superar él en sí mismo la cobardía,  la pereza y la infidelidad, se convierte en guía no sólo de la libertad sino también de la  fidelidad. Esta, cuando es humana, sólo se consigue por la misericordia y el perdón. Moisés  lo sabe por propia experiencia y por eso llega al extremo de parecer que está más  dispuesto a perdonar al pueblo que el mismo Dios. Es un recurso literario del autor. Porque,  ¿quién le enseñó a Moisés a perdonar así sino el mismo Dios?

LORENZO TOUS
DABAR 1989 46


2. ESCLAVITUD/LIBERTAD  HIJO-PRODIGO:

Si leemos en primera persona ciertas páginas de la Biblia, aparece de repente en muchas  figuras nuestro propio retrato. El hijo pródigo soy yo y eres tú. Y el padre es nuestro Padre  del cielo que nos espera.

Bajo un señor estamos siempre: o bajo Dios, y estamos entonces en la casa paterna y  tenemos la libertad de los hijos de Dios; somos hijos y no siervos. O estamos bajo nuestros  instintos y con ello bajo nosotros mismos; bajo nuestra dependencia de los hombres, bajo  nuestros miedos -y en nuestro corazón hay siempre una buena dosis-, bajo nuestras  preocupaciones, bajo nuestra riqueza.

No hay neutralidad entre estos señores. Y nosotros no somos señores, como quería ser  el hijo pródigo, sino que somos sólo campo de batalla entre los verdaderos señores. Dicho  de otro modo: Se nos pregunta si queremos ser el hijo de uno o el siervo del otro. El hijo pródigo tiene miedo de desperdiciar la vida. Quiere tener todo, aunque sea sólo  una vez en la vida. Luego ya regresará.

Ahora quiere estar más allá del bien y del mal, donde le da igual Dios y el diablo. Luego  cuando sea viejo regresará y será piadoso. No quiere ser un desalmado, sino solamente un  joven liberado, con vitalidad. ¿No hemos experimentado algo semejante alguna vez? ¿no  suena también nuestra voz en los deseos del hijo pródigo? El hijo abandona la casa  paterna. Ahora puede hacer lo que quiera. Es libre. No, no es libre. Esta es la gran novedad  que descubre el que emigró para ser libre. Ante todo para ser libre de su padre.

Está atado a su nostalgia, por eso tiene que divertirse. Está atado a sus instintos, por eso  tiene que satisfacerlos. Está atado a su gran estilo de vida, por eso no lo puede dejar. Así  aparece la libertad fuera de la casa paterna.

Hasta aquí llega el hijo pródigo. Ahora viene la gran crisis en su vida. Ahora la nostalgia  comienza a producirle fiebre. Ahora quiere convertirse y entrar dentro de sí.

El arrepentimiento del hijo pródigo no tiene nada de  negativo. Es el final. No es sólo asco, es, sobre todo, nostalgia, no apartarse de... sino  regresar a... Siempre que en el Nuevo Testamento se habla de penitencia hay campanas  que invitan a la alegría. No se dice: "Haced penitencia, de lo contrario se os tragará el  infierno", sino que se dice: "Haced penitencia porque el reino de los cielos está cerca".  Cuando el hijo cree que está al final, entonces comienzan los caminos de Dios. Este final  visto desde los hombres y este comienzo visto desde Dios, esto es la penitencia. No porque  le diese asco el extranjero volvió a casa, sino que al ser consciente de su casa le produjo  repulsa el país extraño.

El último tema de esta historia no se llama: El hijo pródigo, sino el padre que nos  encuentra. El último tema no es la infidelidad del hombre sino la fidelidad de Dios. Por eso la historia tiene un sabor de fiesta. Donde se produce el perdón allí hay alegría y  allí hay vestidos de fiesta. Hay que leer y escuchar estas historias evangélicas como una  buena noticia en la que no habíamos pensado, como una noticia de que con Dios todo es  de un modo distinto a como pensábamos o temíamos; que nos ha enviado a su Hijo y nos  invita a la alegría indescriptible. El último misterio de esta historia es que hay para todos  nosotros un regreso, porque hay una casa paterna.

Es lamentable llamarse  cristiano y vivir en medio de la casa paterna y ser un hombre que cumple su deber  gruñendo como el hijo mayor. Donde el padre reconoce a su hijo, debemos reconocer  nosotros al hermano. ¿Voy a excluirme de la alegría del padre? Perdemos la paz con Dios  si no nos podemos alegrar donde Dios se alegra, y si no podemos confiar donde Dios  confía, si nuestro corazón lleva otro ritmo que el del Padre.

DABAR 1977, 53


3. 

La hermosa parábola del hijo pródigo, que más exactamente podríamos llamar del buen  padre, responde a una situación creada por el comportamiento de Jesús, que acoge a los  pecadores públicos y se sienta a comer en la mesa de los publicanos. Tal conducta era  motivo más que suficiente para levantar la murmuración y el odio de escribas y fariseos  contra el Profeta de Nazaret. Los representantes de la piedad oficial, aquéllos que se tenían  a si mismos por justos y juzgaban a los demás, los maestros y los celadores de las buenas  costumbres en Israel, no podían permitir el escándalo y la provocación de Jesús. Y  murmuraban entre sí diciendo: "Ese acoge a los pecadores y como con ellos". 

Respondiendo a tal acusación, Jesús propone la siguiente parábola, alegando que no hace  otra cosa que imitar los sentimientos del Padre para con los pecadores.

En esta parábola resplandece, por así decirlo, toda la pasión  del amor de Dios a los hombres. Dios es como un padre que no puede olvidar nunca a sus  hijos y que los tiene tanto más presentes cuanto más alejados están y más necesitados de  su cariño. El amor que aquí se proclama es el amor que perdona. No es el amor que se  complace en los hijos fieles, sino el amor que persigue por todos los caminos al hijo  descarriado para que al fin encuentre el modo de retornar a la casa paterna. Es el amor al  hijo precisamente cuando el hijo no tiene ya mérito alguno por el que deba ser amado. Es  un amor que vence al desamor, un amor que transforma y que recrea y gana de nuevo al  hijo perdido. Un amor redentor que resucita. El padre de la parábola no espera  tranquilamente en casa después de decir a su hijo que si alguna vez se arrepiente ya sabe  dónde encontrarle. El padre de la parábola hace algo más: apenas el hijo inicia su camino,  ya le ha salido al encuentro para cubrirlo de besos. Más aún, en realidad es el recuerdo  inolvidable del amor del padre lo que motiva y hace posible el regreso del hijo. Cuando  recibe a su hijo no hay en sus labios ni una sola recriminación, todo es alegría y fiesta para  los dos y para cuantos saben comprender en la casa paterna que hay un orden del amor  que abarca y desborda gozosamente los estrechos cauces de la simple justicia. Y eso es lo  que no ha comprendido el hijo "modelo", el que no se fugó de casa y malgastó su herencia,  el que durante muchos años ha estado sirviendo a su padre sin desobedecer nunca una  orden suya, el hijo que ahora viene del campo cuando su hermano regresa después de  gastar los bienes del padre con malas mujeres. Este hijo "bueno" y cumplidor no puede comprender nada, y  protesta indignado de lo que considera una injusticia. Pues a él, que tanto ha trabajado y  servido y que tan bueno ha sido siempre, nunca su padre le ha dado un cabrito para  comerlo con sus amigos. Las palabras de este hermano mayor, que no tienen desperdicio,  revelan claramente una actitud por la que se ha distanciado mucho más del padre el que  nunca se movió de la casa paterna. Este hijo cumplidor no sabe nada del amor.

Es claro que Jesús, al dibujar con estos rasgos la conducta del hijo mayor, está criticando  la piedad farisaica. Una piedad de siervos y no de hijos, una piedad calculadora que sólo  piensa en la recompensa y que lleva cuenta exacta de las obras buenas y se atiene  siempre a la letra de la ley, sin comprender nunca su espíritu. Donde no hay amor, toda  práctica religiosa discurre vacía de su auténtico contenido, pues la intención de la ley, lo  que le da sentido y plenitud, es el amor. Los que no saben nada del amor, no saben nada  de Dios y no quieren saber nada de sus hermanos. No saben perdonar, ni comprenden el  perdón de Dios.

Pues perdonar es amar. Jesús nos advierte en esta parábola para que nosotros, que nos  consideramos cristianos de siempre, no caigamos en el absurdo de esa piedad farisaica y  de ese legalismo que nos distancia del Padre y de nuestros hermanos los hombres. Cuando el hijo pródigo llega a la casa paterna, sucede lo imprevisible para  él: esperaba como mucho ser tratado como uno de los jornaleros de su padre, pero no  podía sospechar que fuera considerado como un hijo y, mucho menos, el recibimiento de  que iba a ser objeto. Y es que el perdón, como el amor, es siempre gracia, lo que no se  puede calcular ni sospechar siquiera y, mucho menos, exigir. He aquí que lo sorprendente,  el amor de Dios, ha sucedido para todos. El Evangelio se llama Buena Noticia precisamente  porque es el anuncio del amor de Dios a los hombres pecadores, el anuncio del perdón de  Dios como un hecho y no sólo como una promesa. Pues, como dice San Pablo: "Jesús vino  al mundo para salvar a los pecadores". Predicar el Evangelio del perdón no es andar por  delante con exigencias en nombre de Dios, no es en primer lugar el anuncio de una ley que  hay que cumplir, sino que es andar por delante con la buena noticia del amor que Dios tiene  a los hombres. Y lo inmediato al escuchar el Evangelio no es propiamente cumplir las leyes,  sino celebrar el hecho de nuestra salvación. Cada vez que celebramos la Eucaristía,  celebramos la reconciliación que Dios opera en Cristo con todos los hombres. A partir de  este hecho, de lo que Dios hace para nosotros en Cristo y de la fe en la sorprendente  salvación que acontece para todos, sí es preciso cumplir todas las exigencias del amor  (A/EXIGENCIAS), que son mayores que todas las exigencias puramente legales. Es  urgente, sobre todo, reconciliarse con los hermanos, perdonar como hemos sido  perdonados.

EUCARISTÍA 1974, 52


4. HIJO-PRODIGO.

La parábola del hijo pródigo termina con la aparición de una figura siniestra, es el  hermano mayor. He aquí un hombre que no ha salido de casa, un hijo fiel y sumiso que  nunca ha desobedecido una orden de su padre. He aquí también un hombre que no sabe  nada de amor, que no comprende la alegría de su padre y que no quiere saber nada de su  hermano. A pesar de toda su obediencia, su justicia no vale un comino, pues, practicada al  margen del amor, es una justicia vacía. El es el representante neto de aquellos fariseos que  criticaban a Jesús porque andaba con los pecadores y comía con ellos. El es el  representante de todos aquellos que, después de tantos años de cristianismo, siguen  todavía bajo la ley y no han comprendido que el Evangelio es evangelio de perdón y  reconciliación y que Jesús ha venido precisamente al mundo para salvar a los pecadores.  Por eso sólo los engreídos de su propia justicia, los autosuficientes que creen no necesitar  del perdón de Dios se excluyen a sí mismos de la salvación. 

EUCARISTÍA 1971, 51


5. D/PERDON MDA/PERDON A-D/PECADORES 

-Dios ama a los pecadores.- No sólo a los pecadores arrepentidos, lo que sería en cierto  modo comprensible para nosotros, sino también a los pecadores antes de su conversión; es  decir, Dios ama a los granujas, a los indeseables, a los perdidos..., no porque sean lo que  han llegado a ser por su culpa sino para que sean lo que deben ser con la gracia de Dios:  hijos suyos en realidad de verdad y criatura nueva. El amor de Dios, que no se hace de  rogar, lleva la iniciativa en la conversión del pecador y se revela así como una fuerza  creadora. El que lo hizo todo de la nada y llamó a la existencia a lo que no era, llama a los  pecadores -que no son- para que sean sus hijos. Esta es la fuerza creadora que aborda a  Saulo camino de Damasco y hace del perseguidor un apóstol.

Si Dios ama a los pecadores, esto quiere decir que su misericordia es infinita y su amor  no tiene fronteras. Por lo tanto, nadie puede exiliarse del amor de Dios ni huir tanto y tan  deprisa que no sea alcanzado por su misericordia. Por eso no hay para Dios un hombre  absolutamente perdido, por eso hay para el hombre siempre una posibilidad que no es del  hombre: el amor que Dios le tiene. Cuando uno pierde una moneda hasta el extremo de  olvidar que la ha perdido, ya no puede encontrarla. Pero Dios no pierde nunca de esta  manera a los pecadores, porque no los olvida ni los echa de su corazón. De ahí que Jesús  lo compare a una mujer que echa en falta su moneda, y barre toda la casa, y la encuentra, y  se adorna con ella la cabeza, y llama a las vecinas y les dice alborozada: "¡Felicitadme! He  encontrado la moneda que se me había perdido".

-El perdón es un triunfo del amor de Dios.-A los hombres nos cuesta mucho perdonar  porque no amamos a los que nos ofenden.

PERDON/ESFUERZO: Para perdonar a los otros necesitamos enfrentarnos con nosotros  mismos, reprimir el instinto natural de venganza, dejar que pase el tiempo para poder  olvidar..., y si al fin conseguimos cambiar de actitud, esto ha sido una victoria sobre  nosotros mismos. Dios no perdona como los hombres, pues ama a los pecadores y no  necesita pasar de la venganza a la misericordia (lo que se dice en la primera lectura es un  antropomorfismo). Dios no se vence a sí mismo, su perdón es una victoria del amor que  tiene a los pecadores. Es un cambio que opera en los pecadores, como una nueva creación  en la que se complace. Y en esto consiste su victoria: en la salvación del hombre, en su  rescate.

-Dios perdona gozosamente.-Jesús describe en las parábolas el inmenso gozo del  perdón de Dios. Lo compara al gozo del pastor que carga con la oveja perdida, al gozo de  la mujer que encuentra su moneda y, sobre todo, al de un padre que recupera a su propio  hijo. En esta última parábola contrasta el gozo del padre que perdona con la actitud del  hermano que no sabe perdonar y, en consecuencia, no quiere entrar en la fiesta. El motivo  de tanta alegría en el cielo, de tanto gozo, es la conversión del pecador y su vuelta a la  vida: "... convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto,  y ha vuelto a la vida".

-Debemos perdonar como hemos sido perdonados.-No a regañadientes y porque no nos  queda otro remedio, no de boca sino de corazón.

Debemos perdonar gozosamente. Sin olvidarnos que el perdón verdadero es siempre  obra del amor y de un amor eficaz que redime, en nuestro caso, al que perdona y al que ha  sido perdonado. No basta con decir: "Aquí no ha pasado nada", y dejar las cosas como  estaban después de suceder lo que realmente haya sucedido. Menos aún con olvidar y  olvidarse del otro, como si no existiera ya para nosotros. No, perdonar y ser perdonado es  como volver a la vida. Por eso debemos celebrarlo. Si no sentimos el gozo de una auténtica  reconciliación es que aún no hemos perdonado, al menos como nosotros hemos sido  perdonados por Dios en Jesucristo.

EUCARISTÍA 1977, 44


6.

"El Evangelio dentro del Evangelio".-Así ha sido calificado el cap. 15 de S.Lucas. En el  sentido de que, si el Evangelio es la Buena Noticia de la inagotable y constante  misericordia de Dios, estas parábolas dedicadas precisamente de modo directo a ese tema,  son como una especie de quintaesencia de la Buena Noticia. Deberíamos saber ayudar de  verdad a saborear esos textos.

EL DIOS DEL A.T. Y EL DIOS DE JC. -Comparar la primera lectura y el  evangelio puede ser hoy una buena forma de mostrar cuál es la novedad de Jesús, qué  nueva manera de entender y vivir a Dios él nos propone. En el texto del Éxodo Dios se  indigna con el pueblo y es Moisés el que -con una oración llena de amor y ternura- le  mueve al perdón. Mientras que en el evangelio no es así: Dios no es el Señor que espera  peticiones de clemencia; Dios es el hombre preocupado porque ha perdido algo que le  interesaba mucho y hará lo imposible para recuperarlo.

PARA/OVEJA-PERDIDA PARA/MONEDA-PERDIDA

LA OVEJA Y LA MONEDA.-Vale la pena leer y penetrar las dos parábolas línea a línea,  sentimiento a sentimiento. En la primera, destaca la imagen del pastor recorriendo el  desierto en busca de la oveja, pero destaca aún más imaginarlo de vuelta, con la oveja en  los hombros -porque está demasiado cansada para andar, porque está demasiado  asustada después de haberse perdido-, en una figura que hemos visto reproducida a  menudo y que era imagen habitual en el arte cristiano primitivo. En la segunda se destaca  la angustia de una mujer por haber perdido una parte notable de su patrimonio personal y  que ahora, encendiendo excepcionalmente la luz y barriendo espera encontrar la moneda o  bien por el reflejo de la luz o bien oyendo su tintineo. Y en las dos escenas, por encima de  todo, destaca la alegría; alegría del que ha hallado lo que buscaba, alegría de compartir  con los demás el éxito de la búsqueda.

LOS QUE LO VEN CON MALOS OJOS. -Un elemento que  también resalta en el evangelio es la actitud de los fariseos. Ellos son los que dan pie a las  parábolas, al criticar la actitud de Jesús de acercamiento a los que todos rechazan. Forman  parte ellos de aquellos a quienes Dios quisiera invitar a celebrar la alegría del retorno de los  pecadores, debiendo constatar su falta de interés en semejante celebración. Y son ellos,  finalmente, los que son irónicamente citados como los justos "que no necesitan convertirse",  algo que, según Jesús, nunca puede ocurrir (todos debemos convertirnos siempre, y al que  no lo crea así le resultará imposible entender y seguir a Jesús).

PABLO/CV: EL EJEMPLO DE PABLO.-La segunda lectura se puede relacionar hoy muy  oportunamente con el evangelio. Y esa relación aporta un elemento que hace que los textos  no resulten algo abstracto sino que se concreten: un hombre, alejado radicalmente de  Jesús, ha sido tocado por él y ha emprendido el camino del seguimiento. Pablo era un  hombre fogoso, entregado, pero a una causa equivocada. Hasta que en su interior se  iluminó una luz nueva, y cambió la orientación de su fogosidad y entrega (¡es difícil  encontrar a Jesús si uno no tiene alma de persona entregada!). Y Pablo se presenta a sí  mismo como signo público de lo que Dios hace en los hombres, y acaba su apasionada  explicación con un solemne cántico de agradecimiento.

Para la aplicación:

-Quién y qué hace nuestro Dios. Definir a Dios como aquel que "premia a los buenos y  castiga a los malos" es reduccionista, muy parcial. Dios es aquel que se pasa la vida  buscando ovejas perdidas, dice Jesús. Hoy deberíamos hablar de Dios, y de su amor  inmenso, infinitamente superior al nuestro. Si no fuera así, nosotros estaríamos perdidos.  Desde luego que Dios "castiga a los malos". Pero es que además, nosotros a menudo  tenemos muy mal entendido el concepto de "malo"... (cf. /Mt/25/31-46).

-Nosotros, pecadores arrepentidos y agradecidos. Hay que decirlo: nosotros somos  también ovejas perdidas, monedas que Dios busca barriendo hasta el último rincón de la  casa. Y nuestra respuesta debe ser un arrepentimiento agradecido, el sentimiento de una  culpa perdonada. A esta actitud nos invita el salmo, esa es también la actitud de Pablo en la  segunda lectura. Pablo, además, responde también con su entrega total al anuncio de la  salvación de Dios.

-"¡Y qué manera de perder el tiempo!". Quizá le decían eso, los amigos del pastor que  buscaba su oveja por el desierto. Y quizá se habrían divertido aquellos amigos si al final no  la hubiese encontrado (que también podía haber ocurrido). Es esa una actitud frecuente en  cristianos "de toda la vida" ante aquellos cristianos -o sacerdotes- que se meten en el  mundo, y conectan con alejados, y quizá de ese contacto no surjan más asistentes a misa  pero sí una presencia del amor de Dios en lugares en los que no era reconocido... Esa es la  actitud de Dios, dice el evangelio.

-La Eucaristía, signo de la reunión de todas las ovejas. Ante Jesús, alimento de vida,  celebramos el signo de toda la humanidad reunida, el banquete de todas las ovejas, de  todas las monedas recuperadas. La Eucaristía es el signo del banquete total del Reino de  Dios.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1989/17


7. A/CUMPLIMIENTO 

¿Quién ha ido más lejos? ¿El pródigo o el hermano siempre en casa y en el trabajo?  Existe un permanecer sin amar y sin alegría, que representa una traición baja la apariencia  de la fidelidad y de la regularidad. El hijo mayor que se queda, pero sin lograr sintonizar con  el corazón del padre, sin captar su alegría, sin aprender sus puntos de vista, no se ha  alejado. Ha hecho algo peor: Ha permanecido siempre "distante". Se puede "obedecer"  exactamente y no tener nada que ver con el padre. Su misma obediencia no le ha  contentado, no le ha llenado de alegría, desde el momento que reprocha a su padre no  haberle dado nunca un cabrito para celebrarlo con sus amigos. Tiene necesidad del  premio.

Evidentemente no considera premio, alegría, la posibilidad de observar los mandatos del  padre. Y, en el fondo, piensa que el hermano "pródigo" al menos se ha divertido, mientras  que él ha tenido que obedecer... No entiende que la separación es ya castigo y que la  cercanía es premio, satisfacción.

La cuestión no es irse o quedarse. Sino permanecer "de una manera concreta". 

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 175


8.  

Las motivaciones del arrepentimiento del hijo menor no son particularmente puras, y la  conversión no se produce sino bajo la presión de necesidades vitales, lo que al menos tiene  la ventaja de subrayar la magnitud de la gratuidad del perdón paterno.

Pero en el momento en que ese amor alcanza su culminación entra en escena el  hermano mayor. En la parábola, el padre de familia no tendrá la alegría de reconciliar a sus  dos hijos en torno a su amor, en el banquete de la abundancia: el mayor, comido por la  envidia, rechaza esa mezcla con el pecador de la misma forma que los escribas y fariseos  (Lc 15. 1-3). El hermano mayor se comporta además con el mismo orgullo que el fariseo en  el Templo (Lc 18. 10-12), con el mismo desprecio hacia el otro (comparar "este hijo tuyo" y  "este publicano"). En cuanto al hijo menor, su oración se parece a la del publicano (cf. Lc  18. 13). Por tanto, esta parábola, lo mismo que la del publicano y el fariseo, trata de  justificar la benevolente acogida que Cristo dispensa a todos los hombres, incluso a los  pecadores.

En segundo plano, el mayor aprende que no será amado por su Padre si, a su vez, no  recibe al pecador; el padre amoroso espera que se le imite en su misericordia. No es él  quien excluye al mayor, sino que es este último quien se excluye a sí mismo porque no ama  a su hermano (cf. 1 Jn 4. 20-21).

De esta forma, el amor gratuito de Dios elabora una nueva alianza que incita a la  conversión y se sella en el banquete eucarístico, alianza en la que el derecho de  primogenitura antiguo queda eliminado porque el amor de Dios se abre a todos.

La parábola del hijo pródigo constituye una excelente iniciación al período de penitencia.  Se precisa en primer término que los dos hijos son pecadores: así es la condición humana.  Pero uno lo sabe y monta su actitud en función de ese conocimiento; el otro se niega a  reconocerlo y no modifica en nada su vida. Dios viene para el uno y para el otro: sale al  encuentro del más pequeño, pero también al encuentro del mayor (vv. 20 y 28); Dios viene  para todos los hombres, para los pecadores que saben que lo son y para los que no lo  saben; no viene sólo para una categoría de hombres.

CV/CAUSA ARREPENTIMIENTO: En el proceso penitencial del más pequeño se  advierte en primer término la iniciativa humana; hablábamos más arriba de la "contrición  imperfecta": el pequeño se convierte porque es desgraciado y porque, al fin de cuentas, el  ambiente de la casa paterna vale mucho más que la porqueriza en que vive, Con esta  contrición imperfecta (v.16) procede a su examen de conciencia ("entrando en sí mismo";  v.17) y prepara incluso el texto de la confesión que hará a su padre (vv.17-19). Pero el  descubrimiento esencial del penitente que se lanza por el camino del retorno a Dios es el  advertir que Dios sale a su encuentro con una bondad tal que el penitente pierde el hilo  conductor de su discurso de confesión (vv.21-23). Los papeles se han cambiado: ya no es  la contrición del penitente lo que cuenta y constituye lo esencial de la actitud penitencial,  sino el amor de Dios y su perdón. Pero son muchos los casos, desgraciadamente, en que el  sacramento de la penitencia se desarrolla como si el perdón no fuese más que una  correspondencia a una confesión y una actitud del hombre cuando es, ante todo, una  actitud de Dios y una celebración de su amor re-creador. Y es también muy raro que el  ministro del sacramento dé realmente la impresión de que encamina a alguien hacia la  alegría del Padre. A/RECREACION 

MAERTENS-FRISQUE
 NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 71 s.


9. /Os/11/09  /Rm/11/29 PERDON/ALEGRIA FARISEÍSMO

La primera lectura de este domingo es una meditación sobre las mil y una razones que  justifican la misericordia de Dios para con su pueblo rebelde. Los primeros versículos  empiezan diciendo de buenas a primeras la actitud que sería legítima: lo único apropiado a  este "pueblo de dura cerviz", incapaz de doblegarse ante los preceptos que Dios le impone  y de seguir el camino que le prescribe, sería la Cólera: D/COLERA. Y esa Cólera debería  llegar hasta el exterminio de un pueblo que se ha entregado al culto idolátrico de un "toro de  metal" que "se han fabricado ellos mismos", antes de prosternarse ante él.

Esa sería la reacción de Dios si fuese... hombre, si procediera como un hombre, si la  cólera tuviera cabida en Él como la tiene en el corazón del hombre. ¿No encierra, además,  el texto un juego de pronombres personales muy humano? "Tu pueblo... que tú hiciste subir  del país de Egipto", le dice Yahvé a Moisés, olvidando su acción liberadora realizada en  favor de ese Israel, al que presumía haber hecho "Su pueblo".

Es como si un cónyuge dijera al otro "tu hijo" o "tu hija", a propósito de un hijo  insoportable.

Moisés no se deja engañar con eso; Yahvé es Dios y no un hombre, aun cuando él... lo  olvida. No puede, por lo tanto, actuar realmente a la manera de un hombre, abandonándose  de hecho a la Cólera, al desprecio de su promesa. El profeta Oseas lo dijo muy bien: "No  ejecutaré el ardor de mi cólera, no destruiré a mi pueblo, porque soy Dios, no hombre: Yo  soy el Santo y no me gusta destruir" (11. 9). Moisés no se deja sorprender en ese juego. Es  "Tu pueblo", se atreve a replicarle a Yahvé, al que "Tú has hecho salir... con tu poder... Tu  mano. Tú juraste, Tú mismo".

Este cambio de pronombres no es más que una astucia literaria, pero toca el fondo del  problema. La promesa hecha a los patriarcas, el gesto liberador que Yahvé realizó en favor  de Israel, son cosas irreversibles. "Los dones de Dios son cosas irrevocables", dirá S.Pablo  a los Romanos (Rm 11.29). El hecho de que Yahvé haya prometido una vez y haya actuado  gratuitamente, le compromete en adelante. A no ser que se deje llevar a alternativas  impensables, Dios no puede no actuar siempre con la misma gratuidad que manifestó al  principio; no puede no cumplir lo que ha prometido.

El capítulo del evangelio propuesto para este domingo se ha leído ya en parte este año  (el cuarto domingo de Cuaresma).

Comparadas con los versículos del Éxodo y con la concepción de Dios que expresaban,  las líneas de Lucas acusan un progreso considerable. Este progreso es tal que sobrepasa  incluso a la imaginación humana. En el Éxodo, Moisés es todavía capaz de dar lecciones a  Dios recordándole el comportamiento misericordioso que conviene adoptar. El mensaje  que S.Lucas aporta es una palabra que sólo Dios ha podido inventar y decir: ¡tan difícil les  parece a los hombres entenderla! No lo entienden esos fariseos y escribas que murmuran  al ver que Jesús daba "buena acogida a los pecadores" y que "comía con ellos". No la  entiende ese hijo mayor que "se indigna y se niega a entrar" en la sala del banquete que el  padre ofrece en honor del otro hijo que "estaba muerto y ha vuelto a la vida", que "estaba  perdido y lo hemos encontrado". Y quizá tienen alguna dificultad en entenderlo esos  "amigos y vecinos", esas "amigas y vecinas" del pastor de la oveja perdida y del ama de  casa de la dracma encontrada, ya que necesitan se les incite: "Alegraos conmigo... alegraos  conmigo". Porque los hombres no pueden entender en absoluto "la alegría que hay en el  cielo... entre los ángeles de Dios, por un solo pecador que se convierte". Ellos reaccionan  como el hijo mayor, irritado por "la música y las danzas"; se niegan a "festejar y a  alegrarse".

Los hombres no entienden. ¿Qué hombres? Todos, sin duda, pero más especialmente un  grupo. Todos los que pueden decir a Dios con buenos motivos -pero, ¿tienen por ello  razón?-: "Mira, en tantos años como te sirvo sin desobedecer nunca una orden tuya..."  Todos ésos a quienes Dios mismo acepta decirles: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo  lo mío es tuyo".

Ciertamente, esas personas son creyentes, solícitas en servir a Dios y obedecerle. ¿Es,  pues, su diligente obediencia y su celoso servicio lo que les encierra en su negativa al  banquete gozoso, lo que les lleva al menospreciante "ese hijo tuyo"? ¡Extraña obediencia  esta que conduce a la negativa! ¡Curioso servicio al Padre este que impulsa al menosprecio  del hijo de ese padre: "Ese hijo tuyo..."! El capítulo 15 de S.Lucas gira todo él en torno a un  malentendido. Con Jesús, queda inaugurado el tiempo de la gracia, del don gratuito,  misericordioso, amante. Mediante Jesús, se ha revelado el Dios de la gracia,  misericordioso, paterno. Y esta revelación debería seducir a los hombres, a todos los  hombres, y primero a los que están "habituados" a Dios, mejor dispuestos, al parecer, para  entenderlo. De hecho, semejante revelación disgusta a muchos; porque muchos no son  sensibles al don gratuito, a la gracia. El malentendido tiene algo de trágico viniendo de la  incomprensión de unos hombres a quienes su vida ha hecho más cercanos a Dios.

Hay, pues, una forma de acercarse a Dios que... aleja de Él; una manera de vivir como hijo de Dios que es la propia de un extraño, a la manera del hijo mayor de la parábola. Y  hay una forma de alejarse de Dios que... acerca a Él; una manera de vivir como extraño con  respecto a Él que suscita los sentimientos de un auténtico hijo: su ilustración viva es el  pródigo.

Este capítulo es una contemplación larga, colorista, viva, de la generosidad divina; es  también una reflexión dolorosa sobre la estrechez humana, incapaz de acoger esa  generosidad.

A la meditación entusiasta de la alegría desbordante que resplandece en el cielo cuando  "un pecador hace penitencia", se une la consideración apenada -esta página que habla con  tanta frecuencia de la alegría, de encuentros luminosos, termina con una triste discusión,  con una penosa separación- de la estrechez del hombre, incapaz de abrirse al misterio de la  ternura de Dios. 

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág248