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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIV
CICLO C
1-9
Para
la homilía debe tenerse en cuenta lo que se recomienda
en el número 1 de SUGERENCIAS
1.
-PUBLICANOS Y PECADORES ESCUCHAN A JESÚS.
"Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle". Publicanos, muchos de ellos, no por simpatía con los romanos ni por desprecio de su identidad judía, sino por hambre y necesidad de alimentar a una familia. La etiqueta oficial con que los fariseos les juzgaban, no siempre respondía a la verdad.
Jesús les conocía bien, porque bien sabe él lo que hay en el hombre. Por eso se acercaba a ellos, para poner las cosas en su sitio, acercarles a la verdad del amor del Padre que él había venido a manifestar. Así, después de este acercamiento de Jesús a ellos, nacía en aquellos alejados del templo un sincero deseo de salvación que Jesús saciaba con su palabra.
-FARISEOS Y LETRADOS, MURMURAN
Por contraste, "los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos". Porque estaban llenos de orgullo y egoísmo, se sentían buenos, por eso creían no tener gran necesidad de la misericordia de Dios. Su seguridad espiritual y económica o social, les servía de obstáculo para buscar a Dios. Naturalmente, cuando el Padre se les manifestaba por los hechos y palabras de Jesús con los que fundaba el Reinado de Dios, aquellos sabios eran incapaces de abrir los ojos. Si alguna luz conseguía introducirse en su espíritu, les desmontaba todo su sistema y les obligaba a una conversión moral, a un cambio de mente y de situación económica para la cual no estaban dispuestos a sacrificar tanto.
Les resultaba más fácil defenderse negando la verdad de Jesús y murmurando de él; así su aparente pureza crecía en vanidad entre sí mismos. Es el camino fácil de los cobardes: defenderse atacando la verdad. Pero ellos mismo se ponen así al descubierto.
-LA OVEJA NEGRA, LA PREFERIDA.
Sigue la parábola: cien ovejas, noventa y nuevo ovejas, una oveja. La negra. La privilegiada por los hombros del Buen Pastor.
Antes, buscada largamente por sus pies ensangrentados que recorren montes y valles. Toda una lección esencial del evangelio, que en general tenemos que comenzar a practicar todavía; la pastoral y la acogida de los que llaman alejados.
Alejados, ¿de dónde? Porque. ¿quién es el centro o el punto de referencia fundamental para medir esta distancia? Resulta muy fácil erigirse uno a sí mismo como centro del mundo y de la historia del mundo y de la salvación; uno mismo o sus propias ideas y costumbres, sus creencias, la institución religiosa a la que pertenece. Dios está por encima de todos nuestros esquemas.
-¿DONDE ESTA TU HERMANO? (/Gn/04/09).
Queda sobre todo otra pregunta a la hora de pronunciar esta palabra discriminatoria, "alejados": esta pregunta es la siguiente: ¿Por qué? ¿Cuáles fueron los motivos, las circunstancias, las causas verdaderas que han motivado este éxodo de personas y masas a lo largo de las historia? Dios nos juzgará por todo esto. ¿Dónde está tu hermano? preguntó Yahvé a Caín. ¿Dónde comienza el cansancio del camino o la debilidad de las espaldas para seguir con la cruz en la noche? ¿Dónde están los Cireneos, los amigos del Buen Pastor, los Nicodemos? ¿Quién puede despreciar a un hermano que ha soportado una lucha, un problema o un peso que el que juzga no ha tocado ni con la punta de su dedo? ¡"Fariseos hipócritas"! dijo Jesús.
Con los alejados, con las ovejas negras y con las vecinas después de encontrar la moneda perdida, se viven profundas experiencias de fraternidad, de humanidad, de gozo profundo y de realismo humano. Estas vivencias son las que movían al Buen Pastor a preocuparse más de los de lejos que de los de cerca. Pablo se cuenta entre los de lejos: "Blasfemo, perseguidor y violento". Ha meditado muchas veces su camino personal y ahora lo tiene claro.
Era necesario que experimentara la compasión de Jesús, su paciencia y su misericordia, para que él de después la predicase con capacidad de contagio.
-EL HOMBRE SE SALVA POR LA MISERICORDIA DE DIOS:
SV/MISERICORDIA La historia es tan antigua como el ser humano. Desde Adán hasta Jesús, el hombre se salva por la misericordia de Dios. A veces éste amor es tan paciente y refinado que deja maravillado a cualquiera que siga su trayectoria personal o colectiva. Toda la historia del Éxodo es un testimonio claro de ella. Aquel pueblo de dura cerviz tiene la mente y el corazón demasiado pequeños para dar cabida al proyecto de libertad que Yahvé tiene pensado y ejecuta para él. Hay una constante misericordia de Yahvé. Moisés queda en medio de los dos. Después de superar él en sí mismo la cobardía, la pereza y la infidelidad, se convierte en guía no sólo de la libertad sino también de la fidelidad. Esta, cuando es humana, sólo se consigue por la misericordia y el perdón. Moisés lo sabe por propia experiencia y por eso llega al extremo de parecer que está más dispuesto a perdonar al pueblo que el mismo Dios. Es un recurso literario del autor. Porque, ¿quién le enseñó a Moisés a perdonar así sino el mismo Dios?
LORENZO
TOUS
DABAR 1989 46
2. ESCLAVITUD/LIBERTAD HIJO-PRODIGO:
Si leemos en primera persona ciertas páginas de la Biblia, aparece de repente en muchas figuras nuestro propio retrato. El hijo pródigo soy yo y eres tú. Y el padre es nuestro Padre del cielo que nos espera.
Bajo un señor estamos siempre: o bajo Dios, y estamos entonces en la casa paterna y tenemos la libertad de los hijos de Dios; somos hijos y no siervos. O estamos bajo nuestros instintos y con ello bajo nosotros mismos; bajo nuestra dependencia de los hombres, bajo nuestros miedos -y en nuestro corazón hay siempre una buena dosis-, bajo nuestras preocupaciones, bajo nuestra riqueza.
No hay neutralidad entre estos señores. Y nosotros no somos señores, como quería ser el hijo pródigo, sino que somos sólo campo de batalla entre los verdaderos señores. Dicho de otro modo: Se nos pregunta si queremos ser el hijo de uno o el siervo del otro. El hijo pródigo tiene miedo de desperdiciar la vida. Quiere tener todo, aunque sea sólo una vez en la vida. Luego ya regresará.
Ahora quiere estar más allá del bien y del mal, donde le da igual Dios y el diablo. Luego cuando sea viejo regresará y será piadoso. No quiere ser un desalmado, sino solamente un joven liberado, con vitalidad. ¿No hemos experimentado algo semejante alguna vez? ¿no suena también nuestra voz en los deseos del hijo pródigo? El hijo abandona la casa paterna. Ahora puede hacer lo que quiera. Es libre. No, no es libre. Esta es la gran novedad que descubre el que emigró para ser libre. Ante todo para ser libre de su padre.
Está atado a su nostalgia, por eso tiene que divertirse. Está atado a sus instintos, por eso tiene que satisfacerlos. Está atado a su gran estilo de vida, por eso no lo puede dejar. Así aparece la libertad fuera de la casa paterna.
Hasta aquí llega el hijo pródigo. Ahora viene la gran crisis en su vida. Ahora la nostalgia comienza a producirle fiebre. Ahora quiere convertirse y entrar dentro de sí.
El arrepentimiento del hijo pródigo no tiene nada de negativo. Es el final. No es sólo asco, es, sobre todo, nostalgia, no apartarse de... sino regresar a... Siempre que en el Nuevo Testamento se habla de penitencia hay campanas que invitan a la alegría. No se dice: "Haced penitencia, de lo contrario se os tragará el infierno", sino que se dice: "Haced penitencia porque el reino de los cielos está cerca". Cuando el hijo cree que está al final, entonces comienzan los caminos de Dios. Este final visto desde los hombres y este comienzo visto desde Dios, esto es la penitencia. No porque le diese asco el extranjero volvió a casa, sino que al ser consciente de su casa le produjo repulsa el país extraño.
El último tema de esta historia no se llama: El hijo pródigo, sino el padre que nos encuentra. El último tema no es la infidelidad del hombre sino la fidelidad de Dios. Por eso la historia tiene un sabor de fiesta. Donde se produce el perdón allí hay alegría y allí hay vestidos de fiesta. Hay que leer y escuchar estas historias evangélicas como una buena noticia en la que no habíamos pensado, como una noticia de que con Dios todo es de un modo distinto a como pensábamos o temíamos; que nos ha enviado a su Hijo y nos invita a la alegría indescriptible. El último misterio de esta historia es que hay para todos nosotros un regreso, porque hay una casa paterna.
Es lamentable llamarse cristiano y vivir en medio de la casa paterna y ser un hombre que cumple su deber gruñendo como el hijo mayor. Donde el padre reconoce a su hijo, debemos reconocer nosotros al hermano. ¿Voy a excluirme de la alegría del padre? Perdemos la paz con Dios si no nos podemos alegrar donde Dios se alegra, y si no podemos confiar donde Dios confía, si nuestro corazón lleva otro ritmo que el del Padre.
DABAR 1977, 53
3.
La hermosa parábola del hijo pródigo, que más exactamente podríamos llamar del buen padre, responde a una situación creada por el comportamiento de Jesús, que acoge a los pecadores públicos y se sienta a comer en la mesa de los publicanos. Tal conducta era motivo más que suficiente para levantar la murmuración y el odio de escribas y fariseos contra el Profeta de Nazaret. Los representantes de la piedad oficial, aquéllos que se tenían a si mismos por justos y juzgaban a los demás, los maestros y los celadores de las buenas costumbres en Israel, no podían permitir el escándalo y la provocación de Jesús. Y murmuraban entre sí diciendo: "Ese acoge a los pecadores y como con ellos".
Respondiendo a tal acusación, Jesús propone la siguiente parábola, alegando que no hace otra cosa que imitar los sentimientos del Padre para con los pecadores.
En esta parábola resplandece, por así decirlo, toda la pasión del amor de Dios a los hombres. Dios es como un padre que no puede olvidar nunca a sus hijos y que los tiene tanto más presentes cuanto más alejados están y más necesitados de su cariño. El amor que aquí se proclama es el amor que perdona. No es el amor que se complace en los hijos fieles, sino el amor que persigue por todos los caminos al hijo descarriado para que al fin encuentre el modo de retornar a la casa paterna. Es el amor al hijo precisamente cuando el hijo no tiene ya mérito alguno por el que deba ser amado. Es un amor que vence al desamor, un amor que transforma y que recrea y gana de nuevo al hijo perdido. Un amor redentor que resucita. El padre de la parábola no espera tranquilamente en casa después de decir a su hijo que si alguna vez se arrepiente ya sabe dónde encontrarle. El padre de la parábola hace algo más: apenas el hijo inicia su camino, ya le ha salido al encuentro para cubrirlo de besos. Más aún, en realidad es el recuerdo inolvidable del amor del padre lo que motiva y hace posible el regreso del hijo. Cuando recibe a su hijo no hay en sus labios ni una sola recriminación, todo es alegría y fiesta para los dos y para cuantos saben comprender en la casa paterna que hay un orden del amor que abarca y desborda gozosamente los estrechos cauces de la simple justicia. Y eso es lo que no ha comprendido el hijo "modelo", el que no se fugó de casa y malgastó su herencia, el que durante muchos años ha estado sirviendo a su padre sin desobedecer nunca una orden suya, el hijo que ahora viene del campo cuando su hermano regresa después de gastar los bienes del padre con malas mujeres. Este hijo "bueno" y cumplidor no puede comprender nada, y protesta indignado de lo que considera una injusticia. Pues a él, que tanto ha trabajado y servido y que tan bueno ha sido siempre, nunca su padre le ha dado un cabrito para comerlo con sus amigos. Las palabras de este hermano mayor, que no tienen desperdicio, revelan claramente una actitud por la que se ha distanciado mucho más del padre el que nunca se movió de la casa paterna. Este hijo cumplidor no sabe nada del amor.
Es claro que Jesús, al dibujar con estos rasgos la conducta del hijo mayor, está criticando la piedad farisaica. Una piedad de siervos y no de hijos, una piedad calculadora que sólo piensa en la recompensa y que lleva cuenta exacta de las obras buenas y se atiene siempre a la letra de la ley, sin comprender nunca su espíritu. Donde no hay amor, toda práctica religiosa discurre vacía de su auténtico contenido, pues la intención de la ley, lo que le da sentido y plenitud, es el amor. Los que no saben nada del amor, no saben nada de Dios y no quieren saber nada de sus hermanos. No saben perdonar, ni comprenden el perdón de Dios.
Pues perdonar es amar. Jesús nos advierte en esta parábola para que nosotros, que nos consideramos cristianos de siempre, no caigamos en el absurdo de esa piedad farisaica y de ese legalismo que nos distancia del Padre y de nuestros hermanos los hombres. Cuando el hijo pródigo llega a la casa paterna, sucede lo imprevisible para él: esperaba como mucho ser tratado como uno de los jornaleros de su padre, pero no podía sospechar que fuera considerado como un hijo y, mucho menos, el recibimiento de que iba a ser objeto. Y es que el perdón, como el amor, es siempre gracia, lo que no se puede calcular ni sospechar siquiera y, mucho menos, exigir. He aquí que lo sorprendente, el amor de Dios, ha sucedido para todos. El Evangelio se llama Buena Noticia precisamente porque es el anuncio del amor de Dios a los hombres pecadores, el anuncio del perdón de Dios como un hecho y no sólo como una promesa. Pues, como dice San Pablo: "Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores". Predicar el Evangelio del perdón no es andar por delante con exigencias en nombre de Dios, no es en primer lugar el anuncio de una ley que hay que cumplir, sino que es andar por delante con la buena noticia del amor que Dios tiene a los hombres. Y lo inmediato al escuchar el Evangelio no es propiamente cumplir las leyes, sino celebrar el hecho de nuestra salvación. Cada vez que celebramos la Eucaristía, celebramos la reconciliación que Dios opera en Cristo con todos los hombres. A partir de este hecho, de lo que Dios hace para nosotros en Cristo y de la fe en la sorprendente salvación que acontece para todos, sí es preciso cumplir todas las exigencias del amor (A/EXIGENCIAS), que son mayores que todas las exigencias puramente legales. Es urgente, sobre todo, reconciliarse con los hermanos, perdonar como hemos sido perdonados.
EUCARISTÍA 1974, 52
4. HIJO-PRODIGO.
La parábola del hijo pródigo termina con la aparición de una figura siniestra, es el hermano mayor. He aquí un hombre que no ha salido de casa, un hijo fiel y sumiso que nunca ha desobedecido una orden de su padre. He aquí también un hombre que no sabe nada de amor, que no comprende la alegría de su padre y que no quiere saber nada de su hermano. A pesar de toda su obediencia, su justicia no vale un comino, pues, practicada al margen del amor, es una justicia vacía. El es el representante neto de aquellos fariseos que criticaban a Jesús porque andaba con los pecadores y comía con ellos. El es el representante de todos aquellos que, después de tantos años de cristianismo, siguen todavía bajo la ley y no han comprendido que el Evangelio es evangelio de perdón y reconciliación y que Jesús ha venido precisamente al mundo para salvar a los pecadores. Por eso sólo los engreídos de su propia justicia, los autosuficientes que creen no necesitar del perdón de Dios se excluyen a sí mismos de la salvación.
EUCARISTÍA 1971, 51
5. D/PERDON MDA/PERDON A-D/PECADORES
-Dios ama a los pecadores.- No sólo a los pecadores arrepentidos, lo que sería en cierto modo comprensible para nosotros, sino también a los pecadores antes de su conversión; es decir, Dios ama a los granujas, a los indeseables, a los perdidos..., no porque sean lo que han llegado a ser por su culpa sino para que sean lo que deben ser con la gracia de Dios: hijos suyos en realidad de verdad y criatura nueva. El amor de Dios, que no se hace de rogar, lleva la iniciativa en la conversión del pecador y se revela así como una fuerza creadora. El que lo hizo todo de la nada y llamó a la existencia a lo que no era, llama a los pecadores -que no son- para que sean sus hijos. Esta es la fuerza creadora que aborda a Saulo camino de Damasco y hace del perseguidor un apóstol.
Si Dios ama a los pecadores, esto quiere decir que su misericordia es infinita y su amor no tiene fronteras. Por lo tanto, nadie puede exiliarse del amor de Dios ni huir tanto y tan deprisa que no sea alcanzado por su misericordia. Por eso no hay para Dios un hombre absolutamente perdido, por eso hay para el hombre siempre una posibilidad que no es del hombre: el amor que Dios le tiene. Cuando uno pierde una moneda hasta el extremo de olvidar que la ha perdido, ya no puede encontrarla. Pero Dios no pierde nunca de esta manera a los pecadores, porque no los olvida ni los echa de su corazón. De ahí que Jesús lo compare a una mujer que echa en falta su moneda, y barre toda la casa, y la encuentra, y se adorna con ella la cabeza, y llama a las vecinas y les dice alborozada: "¡Felicitadme! He encontrado la moneda que se me había perdido".
-El perdón es un triunfo del amor de Dios.-A los hombres nos cuesta mucho perdonar porque no amamos a los que nos ofenden.
PERDON/ESFUERZO: Para perdonar a los otros necesitamos enfrentarnos con nosotros mismos, reprimir el instinto natural de venganza, dejar que pase el tiempo para poder olvidar..., y si al fin conseguimos cambiar de actitud, esto ha sido una victoria sobre nosotros mismos. Dios no perdona como los hombres, pues ama a los pecadores y no necesita pasar de la venganza a la misericordia (lo que se dice en la primera lectura es un antropomorfismo). Dios no se vence a sí mismo, su perdón es una victoria del amor que tiene a los pecadores. Es un cambio que opera en los pecadores, como una nueva creación en la que se complace. Y en esto consiste su victoria: en la salvación del hombre, en su rescate.
-Dios perdona gozosamente.-Jesús describe en las parábolas el inmenso gozo del perdón de Dios. Lo compara al gozo del pastor que carga con la oveja perdida, al gozo de la mujer que encuentra su moneda y, sobre todo, al de un padre que recupera a su propio hijo. En esta última parábola contrasta el gozo del padre que perdona con la actitud del hermano que no sabe perdonar y, en consecuencia, no quiere entrar en la fiesta. El motivo de tanta alegría en el cielo, de tanto gozo, es la conversión del pecador y su vuelta a la vida: "... convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida".
-Debemos perdonar como hemos sido perdonados.-No a regañadientes y porque no nos queda otro remedio, no de boca sino de corazón.
Debemos perdonar gozosamente. Sin olvidarnos que el perdón verdadero es siempre obra del amor y de un amor eficaz que redime, en nuestro caso, al que perdona y al que ha sido perdonado. No basta con decir: "Aquí no ha pasado nada", y dejar las cosas como estaban después de suceder lo que realmente haya sucedido. Menos aún con olvidar y olvidarse del otro, como si no existiera ya para nosotros. No, perdonar y ser perdonado es como volver a la vida. Por eso debemos celebrarlo. Si no sentimos el gozo de una auténtica reconciliación es que aún no hemos perdonado, al menos como nosotros hemos sido perdonados por Dios en Jesucristo.
EUCARISTÍA 1977, 44
6.
"El Evangelio dentro del Evangelio".-Así ha sido calificado el cap. 15 de S.Lucas. En el sentido de que, si el Evangelio es la Buena Noticia de la inagotable y constante misericordia de Dios, estas parábolas dedicadas precisamente de modo directo a ese tema, son como una especie de quintaesencia de la Buena Noticia. Deberíamos saber ayudar de verdad a saborear esos textos.
EL DIOS DEL A.T. Y EL DIOS DE JC. -Comparar la primera lectura y el evangelio puede ser hoy una buena forma de mostrar cuál es la novedad de Jesús, qué nueva manera de entender y vivir a Dios él nos propone. En el texto del Éxodo Dios se indigna con el pueblo y es Moisés el que -con una oración llena de amor y ternura- le mueve al perdón. Mientras que en el evangelio no es así: Dios no es el Señor que espera peticiones de clemencia; Dios es el hombre preocupado porque ha perdido algo que le interesaba mucho y hará lo imposible para recuperarlo.
PARA/OVEJA-PERDIDA PARA/MONEDA-PERDIDA
LA OVEJA Y LA MONEDA.-Vale la pena leer y penetrar las dos parábolas línea a línea, sentimiento a sentimiento. En la primera, destaca la imagen del pastor recorriendo el desierto en busca de la oveja, pero destaca aún más imaginarlo de vuelta, con la oveja en los hombros -porque está demasiado cansada para andar, porque está demasiado asustada después de haberse perdido-, en una figura que hemos visto reproducida a menudo y que era imagen habitual en el arte cristiano primitivo. En la segunda se destaca la angustia de una mujer por haber perdido una parte notable de su patrimonio personal y que ahora, encendiendo excepcionalmente la luz y barriendo espera encontrar la moneda o bien por el reflejo de la luz o bien oyendo su tintineo. Y en las dos escenas, por encima de todo, destaca la alegría; alegría del que ha hallado lo que buscaba, alegría de compartir con los demás el éxito de la búsqueda.
LOS QUE LO VEN CON MALOS OJOS. -Un elemento que también resalta en el evangelio es la actitud de los fariseos. Ellos son los que dan pie a las parábolas, al criticar la actitud de Jesús de acercamiento a los que todos rechazan. Forman parte ellos de aquellos a quienes Dios quisiera invitar a celebrar la alegría del retorno de los pecadores, debiendo constatar su falta de interés en semejante celebración. Y son ellos, finalmente, los que son irónicamente citados como los justos "que no necesitan convertirse", algo que, según Jesús, nunca puede ocurrir (todos debemos convertirnos siempre, y al que no lo crea así le resultará imposible entender y seguir a Jesús).
PABLO/CV: EL EJEMPLO DE PABLO.-La segunda lectura se puede relacionar hoy muy oportunamente con el evangelio. Y esa relación aporta un elemento que hace que los textos no resulten algo abstracto sino que se concreten: un hombre, alejado radicalmente de Jesús, ha sido tocado por él y ha emprendido el camino del seguimiento. Pablo era un hombre fogoso, entregado, pero a una causa equivocada. Hasta que en su interior se iluminó una luz nueva, y cambió la orientación de su fogosidad y entrega (¡es difícil encontrar a Jesús si uno no tiene alma de persona entregada!). Y Pablo se presenta a sí mismo como signo público de lo que Dios hace en los hombres, y acaba su apasionada explicación con un solemne cántico de agradecimiento.
Para la aplicación:
-Quién y qué hace nuestro Dios. Definir a Dios como aquel que "premia a los buenos y castiga a los malos" es reduccionista, muy parcial. Dios es aquel que se pasa la vida buscando ovejas perdidas, dice Jesús. Hoy deberíamos hablar de Dios, y de su amor inmenso, infinitamente superior al nuestro. Si no fuera así, nosotros estaríamos perdidos. Desde luego que Dios "castiga a los malos". Pero es que además, nosotros a menudo tenemos muy mal entendido el concepto de "malo"... (cf. /Mt/25/31-46).
-Nosotros, pecadores arrepentidos y agradecidos. Hay que decirlo: nosotros somos también ovejas perdidas, monedas que Dios busca barriendo hasta el último rincón de la casa. Y nuestra respuesta debe ser un arrepentimiento agradecido, el sentimiento de una culpa perdonada. A esta actitud nos invita el salmo, esa es también la actitud de Pablo en la segunda lectura. Pablo, además, responde también con su entrega total al anuncio de la salvación de Dios.
-"¡Y qué manera de perder el tiempo!". Quizá le decían eso, los amigos del pastor que buscaba su oveja por el desierto. Y quizá se habrían divertido aquellos amigos si al final no la hubiese encontrado (que también podía haber ocurrido). Es esa una actitud frecuente en cristianos "de toda la vida" ante aquellos cristianos -o sacerdotes- que se meten en el mundo, y conectan con alejados, y quizá de ese contacto no surjan más asistentes a misa pero sí una presencia del amor de Dios en lugares en los que no era reconocido... Esa es la actitud de Dios, dice el evangelio.
-La Eucaristía, signo de la reunión de todas las ovejas. Ante Jesús, alimento de vida, celebramos el signo de toda la humanidad reunida, el banquete de todas las ovejas, de todas las monedas recuperadas. La Eucaristía es el signo del banquete total del Reino de Dios.
J.
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1989/17
¿Quién ha ido más lejos? ¿El pródigo o el hermano siempre en casa y en el trabajo? Existe un permanecer sin amar y sin alegría, que representa una traición baja la apariencia de la fidelidad y de la regularidad. El hijo mayor que se queda, pero sin lograr sintonizar con el corazón del padre, sin captar su alegría, sin aprender sus puntos de vista, no se ha alejado. Ha hecho algo peor: Ha permanecido siempre "distante". Se puede "obedecer" exactamente y no tener nada que ver con el padre. Su misma obediencia no le ha contentado, no le ha llenado de alegría, desde el momento que reprocha a su padre no haberle dado nunca un cabrito para celebrarlo con sus amigos. Tiene necesidad del premio.
Evidentemente no considera premio, alegría, la posibilidad de observar los mandatos del padre. Y, en el fondo, piensa que el hermano "pródigo" al menos se ha divertido, mientras que él ha tenido que obedecer... No entiende que la separación es ya castigo y que la cercanía es premio, satisfacción.
La cuestión no es irse o quedarse. Sino permanecer "de una manera concreta".
ALESSANDRO
PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág.
175
8.
Las motivaciones del arrepentimiento del hijo menor no son particularmente puras, y la conversión no se produce sino bajo la presión de necesidades vitales, lo que al menos tiene la ventaja de subrayar la magnitud de la gratuidad del perdón paterno.
Pero en el momento en que ese amor alcanza su culminación entra en escena el hermano mayor. En la parábola, el padre de familia no tendrá la alegría de reconciliar a sus dos hijos en torno a su amor, en el banquete de la abundancia: el mayor, comido por la envidia, rechaza esa mezcla con el pecador de la misma forma que los escribas y fariseos (Lc 15. 1-3). El hermano mayor se comporta además con el mismo orgullo que el fariseo en el Templo (Lc 18. 10-12), con el mismo desprecio hacia el otro (comparar "este hijo tuyo" y "este publicano"). En cuanto al hijo menor, su oración se parece a la del publicano (cf. Lc 18. 13). Por tanto, esta parábola, lo mismo que la del publicano y el fariseo, trata de justificar la benevolente acogida que Cristo dispensa a todos los hombres, incluso a los pecadores.
En segundo plano, el mayor aprende que no será amado por su Padre si, a su vez, no recibe al pecador; el padre amoroso espera que se le imite en su misericordia. No es él quien excluye al mayor, sino que es este último quien se excluye a sí mismo porque no ama a su hermano (cf. 1 Jn 4. 20-21).
De esta forma, el amor gratuito de Dios elabora una nueva alianza que incita a la conversión y se sella en el banquete eucarístico, alianza en la que el derecho de primogenitura antiguo queda eliminado porque el amor de Dios se abre a todos.
La parábola del hijo pródigo constituye una excelente iniciación al período de penitencia. Se precisa en primer término que los dos hijos son pecadores: así es la condición humana. Pero uno lo sabe y monta su actitud en función de ese conocimiento; el otro se niega a reconocerlo y no modifica en nada su vida. Dios viene para el uno y para el otro: sale al encuentro del más pequeño, pero también al encuentro del mayor (vv. 20 y 28); Dios viene para todos los hombres, para los pecadores que saben que lo son y para los que no lo saben; no viene sólo para una categoría de hombres.
CV/CAUSA ARREPENTIMIENTO: En el proceso penitencial del más pequeño se advierte en primer término la iniciativa humana; hablábamos más arriba de la "contrición imperfecta": el pequeño se convierte porque es desgraciado y porque, al fin de cuentas, el ambiente de la casa paterna vale mucho más que la porqueriza en que vive, Con esta contrición imperfecta (v.16) procede a su examen de conciencia ("entrando en sí mismo"; v.17) y prepara incluso el texto de la confesión que hará a su padre (vv.17-19). Pero el descubrimiento esencial del penitente que se lanza por el camino del retorno a Dios es el advertir que Dios sale a su encuentro con una bondad tal que el penitente pierde el hilo conductor de su discurso de confesión (vv.21-23). Los papeles se han cambiado: ya no es la contrición del penitente lo que cuenta y constituye lo esencial de la actitud penitencial, sino el amor de Dios y su perdón. Pero son muchos los casos, desgraciadamente, en que el sacramento de la penitencia se desarrolla como si el perdón no fuese más que una correspondencia a una confesión y una actitud del hombre cuando es, ante todo, una actitud de Dios y una celebración de su amor re-creador. Y es también muy raro que el ministro del sacramento dé realmente la impresión de que encamina a alguien hacia la alegría del Padre. A/RECREACION
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág.
71 s.
9. /Os/11/09 /Rm/11/29 PERDON/ALEGRIA FARISEÍSMO
La primera lectura de este domingo es una meditación sobre las mil y una razones que justifican la misericordia de Dios para con su pueblo rebelde. Los primeros versículos empiezan diciendo de buenas a primeras la actitud que sería legítima: lo único apropiado a este "pueblo de dura cerviz", incapaz de doblegarse ante los preceptos que Dios le impone y de seguir el camino que le prescribe, sería la Cólera: D/COLERA. Y esa Cólera debería llegar hasta el exterminio de un pueblo que se ha entregado al culto idolátrico de un "toro de metal" que "se han fabricado ellos mismos", antes de prosternarse ante él.
Esa sería la reacción de Dios si fuese... hombre, si procediera como un hombre, si la cólera tuviera cabida en Él como la tiene en el corazón del hombre. ¿No encierra, además, el texto un juego de pronombres personales muy humano? "Tu pueblo... que tú hiciste subir del país de Egipto", le dice Yahvé a Moisés, olvidando su acción liberadora realizada en favor de ese Israel, al que presumía haber hecho "Su pueblo".
Es como si un cónyuge dijera al otro "tu hijo" o "tu hija", a propósito de un hijo insoportable.
Moisés no se deja engañar con eso; Yahvé es Dios y no un hombre, aun cuando él... lo olvida. No puede, por lo tanto, actuar realmente a la manera de un hombre, abandonándose de hecho a la Cólera, al desprecio de su promesa. El profeta Oseas lo dijo muy bien: "No ejecutaré el ardor de mi cólera, no destruiré a mi pueblo, porque soy Dios, no hombre: Yo soy el Santo y no me gusta destruir" (11. 9). Moisés no se deja sorprender en ese juego. Es "Tu pueblo", se atreve a replicarle a Yahvé, al que "Tú has hecho salir... con tu poder... Tu mano. Tú juraste, Tú mismo".
Este cambio de pronombres no es más que una astucia literaria, pero toca el fondo del problema. La promesa hecha a los patriarcas, el gesto liberador que Yahvé realizó en favor de Israel, son cosas irreversibles. "Los dones de Dios son cosas irrevocables", dirá S.Pablo a los Romanos (Rm 11.29). El hecho de que Yahvé haya prometido una vez y haya actuado gratuitamente, le compromete en adelante. A no ser que se deje llevar a alternativas impensables, Dios no puede no actuar siempre con la misma gratuidad que manifestó al principio; no puede no cumplir lo que ha prometido.
El capítulo del evangelio propuesto para este domingo se ha leído ya en parte este año (el cuarto domingo de Cuaresma).
Comparadas con los versículos del Éxodo y con la concepción de Dios que expresaban, las líneas de Lucas acusan un progreso considerable. Este progreso es tal que sobrepasa incluso a la imaginación humana. En el Éxodo, Moisés es todavía capaz de dar lecciones a Dios recordándole el comportamiento misericordioso que conviene adoptar. El mensaje que S.Lucas aporta es una palabra que sólo Dios ha podido inventar y decir: ¡tan difícil les parece a los hombres entenderla! No lo entienden esos fariseos y escribas que murmuran al ver que Jesús daba "buena acogida a los pecadores" y que "comía con ellos". No la entiende ese hijo mayor que "se indigna y se niega a entrar" en la sala del banquete que el padre ofrece en honor del otro hijo que "estaba muerto y ha vuelto a la vida", que "estaba perdido y lo hemos encontrado". Y quizá tienen alguna dificultad en entenderlo esos "amigos y vecinos", esas "amigas y vecinas" del pastor de la oveja perdida y del ama de casa de la dracma encontrada, ya que necesitan se les incite: "Alegraos conmigo... alegraos conmigo". Porque los hombres no pueden entender en absoluto "la alegría que hay en el cielo... entre los ángeles de Dios, por un solo pecador que se convierte". Ellos reaccionan como el hijo mayor, irritado por "la música y las danzas"; se niegan a "festejar y a alegrarse".
Los hombres no entienden. ¿Qué hombres? Todos, sin duda, pero más especialmente un grupo. Todos los que pueden decir a Dios con buenos motivos -pero, ¿tienen por ello razón?-: "Mira, en tantos años como te sirvo sin desobedecer nunca una orden tuya..." Todos ésos a quienes Dios mismo acepta decirles: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo".
Ciertamente, esas personas son creyentes, solícitas en servir a Dios y obedecerle. ¿Es, pues, su diligente obediencia y su celoso servicio lo que les encierra en su negativa al banquete gozoso, lo que les lleva al menospreciante "ese hijo tuyo"? ¡Extraña obediencia esta que conduce a la negativa! ¡Curioso servicio al Padre este que impulsa al menosprecio del hijo de ese padre: "Ese hijo tuyo..."! El capítulo 15 de S.Lucas gira todo él en torno a un malentendido. Con Jesús, queda inaugurado el tiempo de la gracia, del don gratuito, misericordioso, amante. Mediante Jesús, se ha revelado el Dios de la gracia, misericordioso, paterno. Y esta revelación debería seducir a los hombres, a todos los hombres, y primero a los que están "habituados" a Dios, mejor dispuestos, al parecer, para entenderlo. De hecho, semejante revelación disgusta a muchos; porque muchos no son sensibles al don gratuito, a la gracia. El malentendido tiene algo de trágico viniendo de la incomprensión de unos hombres a quienes su vida ha hecho más cercanos a Dios.
Hay, pues, una forma de acercarse a Dios que... aleja de Él; una manera de vivir como hijo de Dios que es la propia de un extraño, a la manera del hijo mayor de la parábola. Y hay una forma de alejarse de Dios que... acerca a Él; una manera de vivir como extraño con respecto a Él que suscita los sentimientos de un auténtico hijo: su ilustración viva es el pródigo.
Este capítulo es una contemplación larga, colorista, viva, de la generosidad divina; es también una reflexión dolorosa sobre la estrechez humana, incapaz de acoger esa generosidad.
A la meditación entusiasta de la alegría desbordante que resplandece en el cielo cuando "un pecador hace penitencia", se une la consideración apenada -esta página que habla con tanta frecuencia de la alegría, de encuentros luminosos, termina con una triste discusión, con una penosa separación- de la estrechez del hombre, incapaz de abrirse al misterio de la ternura de Dios.
LOUIS
MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág248