COMENTARIOS AL SALMO 89

 

1. Todo pasa, menos el amor de Cristo

* Señor, tú has sido nuestro refugio: La tradición patrística ha visto expresado aquí nuestro deseo de que Dios, después del pecado, se haga presente de nuevo en medio de los hombres con la llegada de Cristo Salvador.386 Por ahora, este retorno se lleva a efecto mediante los Sacramentos, en los que el Señor se hace misteriosa pero realmente presente, injertando en nuestra vida la savia salvadora de sus méritos. Gracias a esos méritos, nosotros, que somos ruinas espirituales, vamos siendo reconstruidos, restaurados, jornada tras jornada.

** Como un tenue vestigio de una revelación futura, el versículo 2 nos invita a meditar en la preexistencia del Verbo en el seno del Padre. Durante el Tiempo de Epifanía, un himno se extasía en la visión de aquel que, mostrándose a los Magos como un Niño, vive desde siempre: 'Intuimos en Él algo ilustre, sublime, excelso, infinito, más antiguo que el cielo y la tierra, ajeno a todo ocaso.'387

Además, la coincidencia de términos trae espontáneamente a nuestro recuerdo el texto de Proverbios sobre la Sabiduría, o sea, sobre el Unigénito de Dios: "El Señor me poseyó en el principio de sus caminos, desde el principio, antes de crear cosa alguna ... Desde antiguo, antes de que la tierra fuese hecha, aún no habían brotado las fuentes de las aguas, aún no se habían sentado los montes sobre su pesada masa, antes que los collados, Yo ya era concebida." (/Pr/08/22 ss).

"Dios crea el mundo por medio del Verbo. El Verbo es la Sabiduría eterna, el pensamiento y la imagen substancial de Dios. Él, engendrado eternamente y eternamente amado por el Padre como Dios de Dios y Luz de Luz, es el principio y el arquetipo de todas las cosas creadas por Dios en el tiempo. El hecho de que el Verbo eterno asumiera en la plenitud de los tiempos la condición de criatura confiere a lo acontecido en Belén hace dos mil años un singular 'valor cósmico. Gracias al Verbo, el mundo de las criaturas se presenta como cosmos, es decir, como universo ordenado. Y es que el Verbo, encarnándose, renueva el orden cósmico de la creación.' La carta a los Efesios habla del designio que Dios había prefijado en Cristo, «para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.» (/Ef/01/10)"388 La dimensión cósmica de la Pasión de Cristo fue magistralmente recogida por Venancio Fortunato (+600) en su himno 'Vexilla regis'.389 En él se expresa poéticamente cómo el río de la Redención lava también al universo.

*** La mañana trae a nuestra memoria dos recuerdos: De una parte, la misericordia por la mañana evoca el Nacimiento de nuestro Redentor, el 'Oriens ex alto' que nace para todos:390 'Verbum minoratum, Verbum breviatum', llamaban los medievales al Verbo de Dios hecho Carne. Bien podría decirse que el profeta, al momento de escribir esta estrofa, alcanza a vislumbrar de lejos la venida de Cristo. La Encarnación -siendo ya el inicio de la Redención, la condición para la Muerte y la Resurrección- forma parte del "Sacramento pascual", como gusta decir a León Magno. El Misterio de Cristo abarca todo el arco que se apoya en la fosquedad de dos cuevas: desde la de Belén hasta la del sepulcro vacío.

Además, cada mañana, al iniciar la celebración del Oficio de Laudes, recordamos también -como hicieron los Padres- aquella hora en la que "el Señor venció a la muerte y nos hizo partícipes de su vida inmortal'':391 Aquella mañana esplendorosa y vivificante de la Resurrección.392 Mañana que hizo divino al hombre, como la noche de la agonía había hecho a Dios profundamente humano.

A esta hora, toda la tierra se sacia de la misericordia divina y nuestras vidas -injertadas en la Liturgia- se ven colmadas de júbilo y alegría; participando de estas disposiciones, podemos ahora dirigirnos al Padre con una bella fórmula que sirve de vehículo para nuestro ofrecimiento matutino en este lunes:393 "Desde los albores de este nuevo día, cólmanos, Señor, de tu misericordia, para que, a lo largo de la jornada, sea nuestro gozo el alabarte."

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386 P. SALMON OSB, Les 'Tituli psalmorum' des manuscrirs latins, París 1959, Serie lll (Pseudo-Jerónimo), 89, p. 106: 'Propheta ex persona apostolorum omniumque sanctorum Christi liberatoris in carne poscit adventum.'

387 LITURGIA HORARUM, Himno Qicumque Christum Laud Epifanía: 'lllustre quiddam cérnimus quod nesciat finem pati, sublime, celsum, intérminum, antiquius caelo et chao.'

388 JUAN PABLO II, Carta Ap. Tertio millennio adveniente, 3.

389 LITURGIA HORARUM, Himno Pange lingua ... proelium Laud Semana Santa: 'sputa, clavi, lancea; mite corpus perforatur, sanguis unda profluit; terra, pontus, astra, mundus, quo lavantur flumine!' La traducción litúrgica castellana, obra de José Luis Blanco Vega -algo libre pero exacta en cuanto al sentido vierte- de esta manera: '... al golpe de los clavos y la lanza, un mar de Sangre fluye, inunda, avanza por tierra, mar y cielo y los redime.'

390 CASIODORO, Expositiones in Psalterium, 89; PL 70; EUSEBIO, Commentaria in psalmos, 89; PG 23.

391 MISAL ROMANO, Plegaria eucarística II y III, embolismo para los Domingos.

392 HESIQUIO DE JERUSALÉN, Les anciens commentateurs grecs des Psaumes. (Devreesse), Cittá del Vaticano, 1970, ad loc.

393 LITURGIA DE LAS HORAS, Pr Laud. T. Pascual Miérc II, IV y VI; La fórmula resulta todavía más expresiva y rotunda en latín: 'lllucescente iam die, tua nos, Domine, reple misericordia ut per totum diem exsultantes in tuis laudibus iugiter delectemur.' Esta expresión corresponde a una henmosa paráfrasis construida a partir del v. 14 del salmo 89: 'Repleti sumus mane misencordia tua; et exsultavimus et delectati sumus omnibus diebus nostris.'

FELIX AROCENA
EN ESPÍRITU Y VERDAD, vol. I
Colección Trípode. Edic. EGA
Bilbao-1995.Págs. 182-184)


2.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* La "suscripción" de este salmo lo atribuye a Moisés, "hombre de Dios": es el único salmo puesto bajo el patronato de Moisés, a causa de sus lazos literarios con el Génesis 2,17; 3,12. "Adán sacado del polvo y volviendo a"... y Éxodo 32, 12; Deuteronomio 32,36. "Vuelve de tu cólera"... Oración de Moisés.

"Es un salmo de súplica por los pecados", oración "colectiva": el salmista dice siempre "nosotros"... No ora solamente, ni sobre todo por sus propios pecados, sino por aquellos de todo su pueblo. ¡Solidaridad admirable!

Este salmo era utilizado, en el culto de Israel, como "Liturgia penitencial" para pedir perdón... Como lo hacemos al principio de cada Misa.

Observar la poesía de las imágenes concretas: ¡la comparación sorprendente entre la "solidez y la permanencia inmóvil" de las montañas, y la "fragilidad efímera" de las flores, que florecen por la mañana y se marchitan por la tarde! ¡La imagen del "sueño" de la noche, que al despertar ya no se recuerda!

En el "sueño de Geroncio" de Newman, este salmo aparece en labios de las almas del Purgatorio. Bossuet toma estas imágenes, en sus "Meditaciones" sobre la juventud, y en su "sermón sobre la muerte".

La melancolía punzante que se expresa aquí es uno de los temas de todas las literaturas: pensamos, cerca de nosotros, en la "condición humana" de Malraux.

** SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

Jesús pide a un joven rico ¡"abandonarlo todo para seguirlo: he ahí lo que lo hubiera liberado de sus riquezas efímeras para entrar, desde aquí abajo, en lo eterno"! Para Jesús, es "insensato" apostarlo todo sobre la tierra: "esta misma noche te pedirán el alma". (Lucas 12,20). Jesús invitó, como el salmo, a construir la vida sobre "la roca" y no sobre "la arena". (Mateo 7,26).

En Israel, toda desgracia era considerada como un castigo por los pecados: es el tema de la "cólera de Dios" que aparece en la parte central de este salmo. Jesús introdujo variaciones importantes a este tema capital. Desde luego es falso decir que todo sufrimiento es un castigo. Tal fue el sentido del libro de Job, el inocente... El sentido de la respuesta de Jesús a propósito del ciego de nacimiento: "Ni él, ni sus padres pecaron para que haya nacido ciego" (Juan 9,3). Sin embargo, el sufrimiento es una especie de advertencia de la fragilidad humana: ante el accidente de la torre que aplastó a los transeúntes, Jesús dijo: "si no os convertís, pereceréis todos" (Lucas 13,5), pero añadió: "aquellos que murieron, allá, no eran más pecadores que aquellos que por suerte escaparon" (Lucas 13,4).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Este salmo incorpora una parte importante de la filosofía moderna, que afirma "lo absurdo" de la condición humana. Michel Foucault concluye de esta manera: "en nuestros días, a partir de Nietzche, se afirma no solamente la ausencia y la muerte de Dios sino el fin del hombre... Ya que él ha matado a Dios, el hombre debe responder por su propia finitud. "¡Efectivamente, el ateísmo no es muy extraño! El salmista decía ya que el "hombre no es", pero creía que Dios "es". Se atrevía a dirigirse a este Dios sólido, para apoyarse en El. El signo de la grandeza del hombre, es precisamente, que él "habla a Dios", que lo trata de "tú"... Y se atreve a pensar que trae algo a Dios: -por la "sabiduría", recibida de El, y que consiste en "contar bien nuestros días, para ocuparlos bien"... -por su "alabanza" cantada a Dios... -Finalmente por su "trabajo", que Dios mismo hace fructuoso...

¡Nuestros pecados! ¿Cómo los olvidaremos? ¿Por qué no orar a partir de ellos, en este salmo? Es cierto que son la prueba más profunda de nuestra debilidad. ¿Cómo podríamos quejarnos que el Dios santo escudriña inexorablemente "el mal", hasta los repliegues de nuestra conciencia, "cuyo secreto vergonzoso es desvelado ante la faz de Dios"? Dios realizó el combate contra el mal, por nosotros: Y después de la venida de Cristo, sabemos a qué precio: su cólera, no está contra los pecadores sino contra satanás. "Yo vine no para los justos, sino para los pecadores".(Mateo 9,13).

¡La libertad y la gracia! Hay que meditar esta fórmula de un admirable equilibrio: "haz fructuoso (el papel de la gracia divina) el trabajo de nuestras manos" (el papel de la libertad humana). Para salir del pecado, como para cualquier obra buena, no lo podemos hacer con nuestras solas fuerzas (Epístola a los Romanos), es necesario unir dos fuerzas: Dios y yo... La gracia y mi esfuerzo.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 156-159


3.

Un corazón sensato Salmos 89 y 38

El polvo acaba en el polvo. Para la Biblia la existencia humana es eso: un vuelo de polvo a polvo.

Desaparece una generación y aparece otra. El hombre viene al mundo y se va del mundo. Los ríos acaban en el mar, y del mar de nuevo nacen. Lo que fue, será. Nada hay nuevo bajo el sol. El aceite se acaba y se apaga la lámpara. No queda recuerdo de los antiguos, ni lo habrá de los venideros. He observado cuanto sucede bajo el sol, y he comprobado que todo se reduce a humo y nada. Todo es vacío, tan vacío como atrapar el viento o abrazar la sombra. Así habló Cohélet, desilusionado y lleno de melancolía (Ecle 1, 1- 12).

Pero no hay por qué decepcionarse tan pronto; es ley universal: lo que comienza, acaba. Las margaritas aparecen en la pradera, brillan un día y se marchitan; las luciérnagas resplandecen en una noche y desaparecen; las golondrinas llegan con la primavera, vuelan sin cansarse por los aires y un buen día se van; hasta los metales y el universo entero están sometidos a la ley de la entropía. Todo acaba. La diferencia está en que el hombre lo sabe.

Y este saber puede llevar al hombre a distintas conclusiones: al divisar sus fronteras y palpar sus muros, los griegos llegaron al sentimiento trágico de la vida, el hombre moderno a la angustia, y el salmista a la sabiduría.

En efecto, los griegos al observar la curva de la vida (todo nace-crece-muere), llegaron, resignados, al fatalismo. El hombre moderno, «liberado» de las certezas de la fe, al sentirse atrapado entre los dientes de las nadas, ha llegado a experimentar esa asfixia que llamamos angustia, el sentirse apretado entre la nada que me precede y la nada que me sigue, relámpago entre dos nadas. En cambio, el salmista, al experimentar la contingencia humana, sube a la consistencia divina, de la fugacidad humana salta a la eternidad divina, y de lo relativo de las cosas a lo absoluto de Dios. A esto lo llamamos sabiduría.

* * * * *

El hombre de la Biblia en ningún instante cubre sus ojos con disfraces, ni intenta ocultarnos la vieja sabiduría sobre la fugacidad de la vida y la relatividad de las cosas. Al contrario, lo sentimos impresionado por la condición efímera de la existencia humana, y frecuentemente se nos presenta agobiado, por no decir abrumado, por el peso de la contingencia.

Y, en lugar de entregarnos consuelos baratos y fáciles recetas, nos enfrenta fríamente con la dura realidad. El salmista, en numerosas oportunidades (salmos 39, 90, 92, 102, 103), los profetas, Job y el Eclesiastés descorren constantemente la cortina ante nuestros ojos, y nos dejan ante un escenario hostil, con bastidores carcomidos y sombras amenazantes.

Pero, en ninguna parte el hombre de la Biblia se expresa sobre la precariedad humana con acentos tan vehementes como en el salmo 90. Estamos ante una pieza singular que, debido precisamente a su vigor, la Biblia la atribuye nada menos que a Moisés, a quien califica de «hombre de Dios».

Con arranques agitados, con vértigos de alturas y abismos, con contrastes y ritmos violentos, el salmista nos entrega su propia visión sobre la vida y la muerte, sobre lo eterno y lo transitorio, con una extraña mezcla de lamentación y ternura. Realmente, es un salmo de pronunciados desniveles y tensas experiencias, y, para entenderlo, necesitamos ponernos en la tesitura interior del propio salmista.

Señor, Tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

El salmista se presenta en el escenario, y de entrada, comienza por levantar la cabeza y extender la mirada hacia atrás por encima de los horizontes y los siglos pasados buscando un centro de gravedad que ponga una cierta estabilidad en el vaivén inestable de las generaciones humanas. En efecto, necesitábamos una roca porque las generaciones subían y bajaban como las olas, y la vida era un perpetuo movimiento como las entrañas del mar.

Y, por encima de las estaciones y vaivenes, el Señor estuvo con nosotros, como una constelación sosegada sobre las olas. El estaba -estuvo-- en el fondo de nuestros pensamientos como testigo, en el fondo de nuestros sueños como confidente; y, desde el fondo de los recuerdos, ya casi olvidados, apenas conseguimos rescatarlo a El como un ser familiar con el típico encanto de un antiquísimo compañero con quien compartimos los peligros y las alegrías. Nuestro refugio de generación en generación.

Fuimos un pueblo de nómadas en el desierto. Por la noche, cuando la oscuridad y el miedo nos acosaban, el Señor tomaba, allí arriba, la forma de una antorcha de estrellas, y de día nos cubría, como fresca nube, contra el fuego del sol. Un pueblo, sin recuerdos, no tiene alcurnia, y las cicatrices sólo son gloriosas cuando son recuerdos de antiguos combates; y, en los combates de antaño, el Señor abría la brecha, y, por eso, nuestros recuerdos están enteramente poblados de sus proezas, de generación en generación.

Hijos de la eternidad

Y, después de extender la mirada sobre el tiempo pasado, el salmista trasciende todos los tiempos, y, con poderosas palabras, se coloca en un presente que abarca el ayer y el mañana; y, entregándonos una visión llena de grandeza, proclama el eterno presente de Dios. Efectivamente, en el fondo del salmo se mueve la majestad divina como una corriente perenne, eternamente igual a sí misma, en contraste con la incesante mudanza de la naturaleza humana.

Antes que naciesen los montes,
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre Tú eres Dios.

Es una cosmovisión poderosa en que el salmista mira hacia atrás, mira hacia adelante, pero no se queda ni con el pasado ni con el futuro, sino con el presente: Tú eres. Frecuentemente nosotros vivimos tratando de retener lo que se nos escapa, deseando aquello que nos falta y echando de menos lo que no existe. Vivimos en un pasado que ya no existe y en un porvenir que todavía no existe, llenos de inquietas nostalgias y engañosos espejismos, olvidándonos de que sólo el hoy y ahora son el tiempo de Dios, grávido de posibilidades.

* * * * *

Voy a permitirme hacer aquí una digresión con el fin de desentrañar el significado profundo de este ahora de Dios que tan magníficamente está expresado en este versículo. PRESENTE/QUE-ES: En el lenguaje humano, ¿cuál es el contenido o significado del ahora que llamamos presente? El presente es un punto en el que el futuro se transforma en pasado. Cuando decimos «ahora es el presente», ya estamos en el pasado. El presente desaparece en el instante mismo en que intentamos asirlo; en cuanto intentamos atraparlo, ya es ido. Ahora bien; si el pasado no existe, el futuro no existe, y ahora decimos que el presente tampoco existe, ¿no será que nuestra existencia tendrá tan sólo un carácter ilusorio?

AHORA/PRESENTE: No, ciertamente. Al contrario, nuestra experiencia constata que el ahora es real; y lo es porque la eternidad irrumpe en el tiempo, y le proporciona su carácter real. Ni siquiera podríamos decir «ahora» si la eternidad no elevara este momento por encima del tiempo incesante. Cuando el salmista contempla a Dios, para quien «mil años son un ayer que ya pasó», está experimentando aquella eternidad que proporciona al salmista un ahora real y concreto: está participando, de alguna manera, de la eternidad de Dios. Siempre que decimos «ahora», en ese ahora quedan unidos algo que es temporal y algo que es eterno, el pasado y el futuro.

Por todo lo cual, para Dios no existe ni el pretérito ni el futuro, tan solo el presente. Por eso el salmista, mientras está mirando al pasado y al futuro («desde siempre y por siempre»), agrega, no sin una incorrección gramatical, Tú eres: el ahora petrificado, eternizado, extendido hacia adelante y hacia atrás. Y esto hace que nuestra temporalidad, que es un ente abstracto, tenga un carácter real y objetivo, debido a una participación del ahora de Dios. Somos, pues, hijos de la eternidad.

Antes que existiesen esas cumbres nevadas, y floreciesen esas rosas en los campos, y brotasen esos manantiales en las montañas, y el hombre pusiera un nombre a cada cosa, Tú eres, en tu ahora eterno.

Mucho antes de aquella explosión en que el universo estalló en millones de partículas de galaxias y constelaciones, en que comenzó a caminar lo que llamamos el universo en expansión, desde mucho antes Tú eres, desde siempre y por siempre.

En el trascurso de millones de años el hidrógeno irá transformándose en helio; y, mientras tanto, los astros irán apagándose uno a uno, y hasta las estrellas neutrónicas irán consumiéndose en forma de emanaciones, y así el universo acabará por regresar a la nada, y Tú eres desde la eternidad y hasta la eternidad.

Y en tu ahora nosotros existimos, nos movemos y somos. Y en tu ahora, nuestro «ahora» deja de ser una ilusión y adquiere concretez y realismo. Somos, pues, hijos de la eternidad. Gloria a Ti en quien y por quien nuestro polvo adquiere nobleza y eternidad. Nosotros te admiramos, nosotros te proclamamos como el Único, el Sin-Tiempo, el Sin-Espacio, el Sin-Nombre. Para Ti nuestro honor y nuestro amor.

Pura sombra

En medio de ese remolino de contrastes en que se mueve el salmista, la impresión, entre tantas impresiones, que más vigorosamente resalta el salmo 89 es la de la caducidad de la realidad humana y, en general, de toda la realidad, frente a la consistencia de Dios. Todo, en el salmo, está en una mezcla confusa: las leyes biológicas junto a las iras divinas, el vacío, el silencio, el olvido. ¿Conclusión? Pareciera que íbamos a aterrizar en el pesimismo fatalista; pero no, el salmista nos conducirá de la mano hacia la sabiduría de corazón, como veremos más tarde.

Con alta inspiración el salmista va dejando en el camino pensamientos de piedra:

Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti,
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra (/Sal/038/06-07)

Mil años en tu presencia
son un ayer que pasó,
una vela nocturna... (Sal 89,4)

La mayor parte (de los años) son fatiga inútil
porque pasan aprisa y vuelan (Sal 80, 10)

He ahí la palabra clave: pasar: un tránsito entre dos nadas, entre dos noches, relámpago entre dos oscuridades, luciérnaga que brilla y se apaga en el seno de la noche, instante, movimiento, fenómeno, impermanencia, caducidad, lo efímero: su esencia consiste en no-ser, simplemente en pasar.

Por largos tiempos, todos nuestros sueños convergieron en esa tarde de oro: la tarde de bodas. Fue ayer, ya todo pasó.

Era una persona que ocupaba el trono real de nuestro corazón, el ser más querido de la tierra. Un accidente mortal lo empujó al abismo. Era tanta nuestra pena que decíamos: mejor es morir. Pasaron los días, los meses y los años, y también él desapareció de nuestra memoria. «El hombre pasa como pura sombra.»

Como la muerte no tiene ojos ni corazón, en una tarde de invierno se llevó a la joven madre. Cinco huerfanitos. Esto sucedió hace veinte años. Los huerfanitos ya son hombres. La joven madre es un recuerdo tan lejano.... ya nadie se acuerda de ella.

Hoy hace exactamente un año... ¡qué disgusto tuvimos!, un disgusto de muerte. Noches enteras sin dormir. Hoy nadie se acuerda de aquello. Más tarde llegaron otros disgustos, casi peores. También éstos se esfumaron. Para dicha o desdicha, el tiempo todo lo cubre de polvo y silencio.

Tiene setenta años. Al recordar los años de su juventud, el rostro se le nubla de melancolía mientras reflexiona: aquello sucedió hace ya cincuenta años, y ¡parece que era ayer! «Pasan aprisa y vuelan».

La juventud es como una flor de la mañana, llena de frescura y lozanía. Pasan los años, van apareciendo en el rostro las marcas de la decadencia; y de pronto, hoy ya es una flor ajada. «El hombre nacido de mujer, corto de días y harto de aflicciones. Como la flor brota y se marchita, y huye como la sombra, sin pararse. Se deshace cual leño carcomido, cual vestido que roe la polilla» (Job 14,1-4).

* * * *

H/VACIEDAD: He aquí la tragedia suprema del hombre: la fuga; todo se le escapa al hombre, todo se le escurre de las manos. Su mayor desdicha consiste en no poder retener lo que en un momento posee.

El instinto más poderoso del corazón humano es el de la posesión y toda posesión es una apropiación; y toda apropiación es un querer sujetar, un querer retener de forma permanente y segura aquel bien que ya es suyo. Lo que el hombre ya posee, quiere retenerlo a toda costa. ¿Alcanzó la gloria? Quiere retenerla. ¿Posee la belleza? Quiera retenerla. ¿Posee la vida? Quiere retenerla.

Pero resulta que todo, en la vida, está sometido a esas tres temibles leyes: la ley del desgaste, la ley del olvido y la ley de la muerte. A esos tres inexorables océanos se le escapan al hombre -todas sus posesiones: la gloria, la belleza, la salud, la vida... Todo se le deshace, todo se le desgasta, todo se le desmorona, todo se le desvanece, en suma, todo se le va, y nada puede retener. He ahí su desdicha mayor.

Por eso, la lucha de¡ hombre sobre la tierra se cifra en retener. Pero es una lucha estéril y ridícula; equivale al intento de atrapar con las dos manos el humo, la sombra, el viento... Es imposible atraparlo porque todo es evanescente, escurridizo, impalpable. Como nada tiene consistencia, todo se le escurre de entre los dedos, todo se le va en una incesante fuga, como las aves que vuelan a otras tierras, como los vientos que pasan por nuestra comarca, como las naves que surcan los mares, como las nubes que se las lleva el viento, como el humo que se diluye, como la sombra fugitiva, todo es un fluir, un pasar.

Y el hombre queda con las manos vacías. «El hombre pasa como pura sombra; mis días son nada ante Ti.» Símbolo de esta caducidad es la ley de la muerte sobre la que el Antiguo Testamento tiene una visión francamente pesimista: «El monte acabará por derrumbarse; la roca cambiará de su sitio; las aguas desgastarán las piedras; pero si un humano muere, ¿volverá a vivir? (Job 14,18-0). En suma, el hombre «es una hoja que se la lleva el viento, una paja seca» (Job 13,25).

Sabiduría de corazón

Estábamos al borde mismo del sentido fatalista y trágico de los griegos, y, cuando parecía inevitable la caída en el abismo de la desesperación, el salmista, donde menos lo pensábamos, levanta el vuelo hacia cumbres inesperadas, y la tragedia se nos torna en esperanza.

Hay en el salmo 38 una transición magistral en que el salmista realiza un verdadero salto acrobático, emergiendo de la nada y arrojándose en el todo: gran capítulo de la sabiduría de corazón: lo que debía acabar en la desesperación, acaba en la esperanza. Otro tanto ocurre, aunque no tan explícitamente, en el salmo 80.

En los versículos 5 al 8 del salmo 38 hay un movimiento interior ascendente, o, si se quiere descendente, pero siempre en un crescendo sostenido. El salmista avanza con afirmaciones cada vez más contundentes, hasta que en el versículo 8, en el clímax más agudo, enarbola un interrogante desesperado: «y ahora ¿qué esperanza me queda?» Y es aquí y ahora donde el salmista da el gran salto, y viene la solución y el desenlace: «Tú eres mi esperanza.»

Trataré de expresarme con otras palabras: con tus manos me amasaste, me revestiste de carne y piel, y me infundiste un aliento de vida, un aliento tan corto que se puede medir con un palmo (v. 6). Pones en mi boca el manjar de la vida y, cuando lo acabo de gustar, me lo quitas. ¿No parece todo esto un juego de niños? ¿No habría sido mejor que el útero hubiese sido mi sepultura?

¿Quién soy ante Ti? Sombra que arrastra su propia sombra. ¿Y mis días? Hojas de otoño caídas. ¿Y mi vida? Flauta de caña, llena de aire y de mentiras. ¿Con quién me compararé? Con un pequeño montón de pasto seco en el campo. Ten piedad de la obra de tus manos. ¿Quién puede medirse contigo? ¿Qué son nuestros días a la luz de tu eternidad? Un soplo, el día de ayer, una sombra fugitiva.

Mi vida es un puñado de afanes (v. 7), una pura pasión, como una llama al viento, desprendida del leño, persiguiendo quimeras, enterrando tesoros (¿para quién?), levantando castillos (¿para quién?), llenando graneros (¿para quién?) (v. 7). Dios mío, ¿dónde está la razón y el fin de tanta pasión inútil? El suelo se mueve bajo mis pies. ¿Dónde asirme? Pobre náufrago en la noche, ¿dónde está la roca y el ancla? Tú eres mi roca y mi ancla. En Ti están hundidas mis raíces. En tus manantiales beberemos aguas de vida eterna. En tus brazos, cálidos y potentes, dormiremos mientras dure la tempestad. Tú llenarás de luz nuestros horizontes, de seguridad nuestros pasos, de sentido nuestros días. Tú serás el faro y la estrella, la brújula y el ancla durante la travesía de nuestra vida.

* * * * *

He aquí uno de los lados más significativos de la sabiduría de corazón: vivir enraizados en las profundidades de Dios. La raíz, por instinto, por una fuerza misteriosa, tiende al centro de la tierra; y cuanto más avanza en esa dirección, más vigorosamente se aferra a esa tierra que nutre y sustenta el árbol; y ese hundimiento es la condición de nuestra seguridad y la medida de nuestra fuerza.

El desatino está en pretender echar raíces en realidades de arena que no tienen subsuelo; ya se puede imaginar el resultado.

En medio del follaje de tópicos que aborda el salmo, la convicción central es ésta: lo efímero reclama lo consistente; la experiencia de lo contingente nos lleva a lo absoluto de Dios.

Necesito también hacer aquí la siguiente aclaración: aparece resueltamente marcada, en estos dos salmos, la afirmación de que la caducidad y la muerte humanas son efecto y castigo de la cólera divina. No he querido posar mis ojos en ese aspecto. Después que Jesús pasó por nuestra tierra como el misionero del amor gratuito y de la misericordia incondicional del Padre, pienso que esas insistencias están de sobra.

Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años
para que comprenda lo caduco que soy (/Sal/038/039/05).

Enséñanos a calcular nuestros años
para que adquiramos un corazón sensato (Sal 89,12).

SB/EN-QUE-CONSISTE: Sabiduría de corazón. ¿En qué consiste ella? En «conocer mi fin» y «la medida de mis años» para comprender «lo caduco que soy», y en «calcular nuestros años» para, de esta manera, adquirir un «corazón sensato». He ahí la fuente y el camino de la sabiduría.

COR/SENSATO: Corazón sensato es el de aquel hombre que tiene una visión objetiva sobre todo su entorno, dispone en su mente de la medida de las cosas y sabe aplicar, cuando corresponde, la ley de la proporcionalidad. Por lo demás, es capaz de hacer una correcta distinción entre lo verdadero y lo ficticio, entre la apariencia y la realidad. En suma, sabe que la verdad consiste en saber que todo lo humano es caduco.

Un corazón sensato sabe que es locura llorar hoy por cosas que mañana no son, sabe que los disgustos se los lleva el viento (¿para qué sufrir?), que la vida es flor de un día, que la gloria es sonido de flauta cuyo final es el silencio, que la moda es lo que muda, que la caducidad es la verdad, que la transitoriedad es la verdad, que las apariencias son la mentira, que sufrimos y agonizamos por la mentira de las cosas, que la apariencia nos seduce y tiraniza, nos obliga y doblega, por todo lo cual vivimos obsesionados, temerosos y tristes.

Frente al corazón sensato está el corazón insensato o loco, es decir, un corazón ajeno o enajenado de la realidad: está ajeno a la objetividad porque a la apariencia la llama verdad (y lucha por esta «verdad»), y considera como definitivo lo que de verdad es precario, y vive de sobresalto en sobresalto porque los golpes de la vida lo hacen despertar, en cada momento, a la desilusión, es decir, a la verdad amarga de «lo caduco que soy».

Es necesario declarar la guerra a las ficciones que, al final, acaban rodando por la pendiente del desengaño, y aceptar con los ojos abiertos que nuestra vida es, ni más ni menos, una estrella errante que por un instante rasga la oscuridad de la noche, brilla y se apaga; y que, a pesar de todo, el vivir es un privilegio y una oportunidad para luchar por objetivos nobles en el «palmo» de tiempo que nos toque de vida.

Un corazón sensato es el de aquel hombre que coloca a esos temibles espectros como son los disgustos, los fracasos, las contrariedades, la desestima, el desprestigio, el ocaso de la vida y la misma muerte, los coloca, digo, en las alas del viento para que se los lleve a la región del olvido y del silencio. ¿Para qué asustarse? ¿Por qué sufrir? Por eso el corazón sensato habita siempre en la morada de la serenidad.

Estas verdades, reiteradas vigorosa e insistentemente a lo largo de toda la Biblia, constituyen el fondo doctrinal de los Novísimos.

Misericordia

Por la mañana sácianos de tu misericordia
y toda nuestra vida será alegría y júbilo (v. 14)

Pasó la tempestad, las nubes se alejaron, y de nuevo brilla el sol. Hemos buscado al salmista y lo hemos encontrado acorralado por la muerte, asfixiado entre dos nadas, hostigado por los rayos divinos, verdaderamente en el ojo de la tempestad.

Pero desde el versículo 13 todo cambia. Después de invocar ardientemente la piedad del Señor, y de sentirse seguro de ella, el salmista respira hondo, tiende la mirada hacia adelante como si hubiese caducado el ciclo que va de polvo a polvo, y ve amanecer una era de prosperidad, y esto no sólo para el salmista sino para todos los que son verdaderamente siervos del Señor.

¿Será que la esperanza ha sustituido definitivamente a la tragedia, y la misericordia será en definitiva más fuerte que la ira?

Todas las verdades, proclamadas fragorosamente en la primera parte del salmo, siguen y seguirán en pie, pero la Misericordia es capaz de cualquier metamorfosis: capaz de transfigurar el polvo en risa, el lamento en danza y la muerte misma en una fiesta. ¿El problema? Uno sólo: «saciarse de Misericordia».

Cuando el hombre despierta por la mañana, y abre los ojos, y deja entrar por la ventana de la fe el sol de la Misericordia, y ésta consigue inundar todas las estancias interiores y todos los espacios hasta la saciedad total, entonces no hay en la tierra idioma humano que sea capaz de describirnos esta metamorfosis universal: como por arte de magia el viento se lo llevó todo, la cólera divina, y las culpas, y el polvo, y la muerte, y la caducidad, y el miedo, y el humo, y la sombra, como papelitos se llevó todo el viento, y la vida y la tierra entera se entregaron frenéticamente a una danza general en que todo es alegría y júbilo (v. 14).

Una vez más lo decimos, las cosas de Dios no son para ser entendidas intelectualmente sino para ser vividas, y cuando se viven, todo comienza a entenderse. El secreto está, reiteramos, en saciarse, verbo eminentemente vital, casi vegetativo. Dios es banquete; hay que «comerlo» (experimentarlo) y llega la saciedad. Dios es vino; hay que «beberlo», y viene la embriaguez en que todas las cosas saltan de su quicio y, en milagrosas transfiguraciones, lo caduco se transforma en lo eterno, la tristeza en alegría, el luto en danza.

Dios hace estos prodigios, no el Dios de la venganza, que ya «murió» sobre el monte de las bienaventuranzas, sino el Dios de las Misericordias, el verdadero Dios, Aquel que nos reveló Jesús.

Después de beber este «vino», los días y los años que se abren ante nuestros ojos estarán colmados de alegría (v. 15). Y el salmo acaba con una estrofa en que una esperanza invencible llena por completo y guarda nuestro futuro. Lo diré con la traducción de la Biblia de Jerusalén:

Aparezca tu obra ante tus siervos
y tu esplendor sobre tus hijos.

La dulzura del Señor sea con nosotros.
Confirma tú la acción de nuestras manos (vv. 16-17).

LARRAÑAGA
SALMOS PARA LA VIDA
Publicaciones Claretianas
Madrid-1986. Págs. 119-133


4. LA VIDA ES BREVE

«Haznos caer en la cuenta de la brevedad de la vida, para que nuestro corazón aprenda la sabiduría».

Hoy viene ante mis ojos un hecho ineludible: la vida es breve. El tiempo pasa velozmente. Mis días están contados, y la cuenta no sube muy alto. Antes de que me dé cuenta, antes de lo que yo deseo, antes de que me resigne a aceptarlo, me llegará el día y tendré que partir. ¿Tan pronto? ¿Tan temprano? ¿En la flor de la vida? ¿Cuando aún me quedaba tanto por hacer? La muerte siempre es súbita, porque nunca se espera. Siempre llega demasiado pronto, porque nunca es bien recibida.

Y, sin embargo, el recuerdo de la muerte está lleno de sabiduría. Cuando acepto el hecho de que mis días están contados, siento al instante la urgencia de hacer de ellos el mejor uso posible. Cuando veo que mi tiempo es limitado, comprendo su valor y me dispongo a aprovechar cada momento. La vida se revalúa con el recuerdo de la muerte.

«Nuestros años se acaban como un suspiro. Aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta los ochenta, la mávor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan».

Acepto la brevedad de mi vida, Señor, y en la resignada sabiduría del aceptar encuentro la fuerza y la motivación para sacar el mejor partido posible de los días que me queden, muchos o pocos. Cuando llegue el sufrimiento, pensaré que pronto pasará; y cuando me atraigan los placeres, reflexionaré que también ellos han de estar poco tiempo conmigo. Eso me hará soportar el sufrimiento y

disfrutar el placer con la libertad de ánimo de quien sabe que nada ha de durar largo tiempo. Esa actitud traerá el equilibrio, el desprendimiento y la sabiduría a mi vida.

«Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna. Los siembras año tras año, como hierba que se renueva: queforece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan Y se seca».

Que la hierba sepa que es hierba y se comporte como tal. En eso está su plenitud. Si es un día, es un día; pero que ese día sea verde y alegre con la gloria derramada de los campos en flor. Si mi vida ha de ser como la hierba, que sea verde, que sea fresca, que sea brillante, y que viva en la intensidad de su única mañana la totalidad cósmica de la naturaleza y de la gracia. Cada momento se reviste de eternidad, cada brizna de hierba resplandece con el rocío del sol del amanecer. Cada instante se enriquece, cada suceso se realza, cada encuentro es una sorpresa, cada comida un banquete. La brevedad de la experiencia la llena de la esencia del puro sentir y el libre disfrutar. La vida resulta valiosa precisamente porque es breve.

Dame, Señor, la sabiduría de vivir la plenitud de mi vida en cada instante de ella.

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
Orar los salmos
Sal Terrae, Santander 1989, pág. 173s.


5. Catequesis de Juan Pablo II (26-III-2003)

        1. Los versículos que acaban de resonar en nuestros oídos y en nuestro corazón constituyen una meditación sapiencial que tiene, sin embargo, el tono de una súplica. El orante del Salmo 89 pone en el centro de su oración uno de los temas más explorados por la filosofía, más cantados por la poesía, más sentidos por la experiencia de la humanidad de todos los tiempos y de todas las regiones de nuestro planeta: la caducidad humana y el devenir del tiempo.

        Basta pensar en ciertas páginas inolvidables del Libro de Job en las que se presenta nuestra fragilidad. Somos como «los que habitan en casas de arcilla, que hunden sus cimientos en el polvo y a los que se les aplasta como a una polilla. De la noche a la mañana quedan pulverizados. Para siempre perecen sin advertirlo nadie» (Job 4, 19-20). Nuestra vida sobre la tierra es «como una sombra» (Cf. Job 8, 9). Y Job sigue confesando: «Mis días han sido más raudos que un correo, se han ido sin ver la dicha. Se han deslizado lo mismo que canoas de junco, como águila que cae sobre la presa» (Job 9, 25-26).

 

        2. Al inicio de su canto, parecido a una elegía (Cf. Salmo 89, 2-6), el salmista opone con insistencia la eternidad de Dios al tiempo efímero del hombre. Esta es su declaración más explícita: «Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna» (v. 4).

        Como consecuencia del pecado original, el hombre vuelve a caer por orden divina en el polvo del que había sido tomado, como se afirma en la narración del Génesis: «¡Eres polvo y al polvo tornarás» (3, 19; Cf. 2, 7). El creador, que plasma en toda su belleza y complejidad la creatura humana, es también el que reduce «el hombre a polvo» (Salmo 89, 3). Y «polvo», en el lenguaje bíblico, es también la expresión simbólica de la muerte, de los infiernos, del silencio sepulcral.

 

        3. En esta súplica es intenso el sentimiento del límite humano. Nuestra existencia tiene la fragilidad de la hierba que despunta al alba; enseguida oye el silbido de la hoz que la convierte en un haz de heno. A la frescura de la vida muy pronto le sigue la aridez de la muerte (Cf. versículos 5-6; Cf. Isaías 40,6-7; Job14, 1-2; Salmo 102, 14-16).

        Como sucede con frecuencia en el Antiguo Testamento, a esta debilidad radical, el Salmista asocia el pecado: en nosotros se da la finitud, y también la culpabilidad. Por este motivo nuestra existencia parece que tiene que vérselas también con la cólera y el juicio del Señor: «¡Cómo nos ha consumido tu cólera y nos ha trastornado tu indignación! Pusiste nuestras culpas ante ti... y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera» (Salmo 89, 7-9).

 

        4. Al comenzar el nuevo día, la Liturgia de los Laudes sacude con este Salmo nuestras ilusiones y nuestro orgullo. La vida humana es limitada, «aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta», afirma el salmista. Además, el pasar de las horas, de los días y de los meses está salpicado por la «fatiga y dolor» (Cf. v. 10) y los mismos años se parecen a «un soplo» (Cf. v. 9).

        Esta es la gran lección: el Señor nos enseña a «contar nuestros días» para que, aceptándolos con sano realismo, «entre la sabiduría en nuestro corazón» (v. 12). Pero el salmista pide a Dios algo más: que su gracia sostenga y alegre nuestros días, aun frágiles y marcados por la prueba. Que nos haga gustar el sabor de la esperanza, aunque la ola del tiempo parezca arrastrarnos. Sólo la gracia del Señor puede dar consistencia y perennidad a nuestras acciones cotidianas: «Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos» (v. 17).

        Con la oración pedimos a Dios que un reflejo de la eternidad penetre en nuestra breve vida y en nuestro actuar. Con la presencia de la gracia divina en nosotros, una luz brillará sobre el devenir de los días, la miseria se convertirá en gloria, lo que parece no tener sentido adquirirá significado.

        5. Concluimos nuestra reflexión sobre el Salmo 89 dejando la palabra a la antigua tradición cristiana, que comenta el Salterio manteniendo en el fondo la figura gloriosa de Cristo. De este modo, para el escritor cristiano Orígenes, en su «Tratado sobre los Salmos», que nos ha llegado en la traducción latina de san Jerónimo, la resurrección de Cristo nos da la posibilidad bosquejada por el salmista de que «toda nuestra vida sea alegría y júbilo» (Cf. v. 14). Porque la Pascua de Cristo es el manantial de nuestra vida más allá de la muerte: «Después de haber recibido la dicha de la resurrección de nuestro Señor, por la que creemos que hemos sido redimidos y de resurgir también un día, ahora, transcurriendo en la alegría los días que nos quedan de nuestra vida, exultamos por esta confianza, y con himnos y cánticos espirituales alabamos a Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor» (Orígenes - Jerónimo, «74 homilías sobre el libro de los Salmos»