30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIII -
CICLO C
9-15
9. CR/FACIL-DIFICIL FE/FACIL-DIFICIL
-La añoranza de los "muchos". Lucas nos dice que "mucha gente acompañaba a Jesús" en su viaje hacia Jerusalén, hacia la Pascua.
Mucha gente. Lo normal -tenderíamos a pensar nosotros- es que Jesús estuviera satisfecho de ello y diera facilidades para que esta "mucha gente" le siguiera. Como nosotros quisiéramos que hoy, en nuestra sociedad, "mucha gente" viniera a la Iglesia, siquiera las enseñanzas y prácticas de la Iglesia. Estamos contentos cuando muchos niños asisten a la catequesis; estamos aún más satisfechos si son muchos los jóvenes que forman parte de un movimiento cristiano o asisten a celebraciones juveniles; nos gustaría que viniera más gente a misa y fuera más numeroso el número de cristianos que participaran en las actividades de nuestras comunidades; quisiéramos que de nuevo hubiera muchas vocaciones y se ordenaran muchos sacerdotes... Añoramos la "mucha gente". Y por ello a veces pensamos que deben darse todas la facilidades para que sean muchos.
Ciertamente, no podemos identificar a Jesucristo con un profeta que sólo se dirigiera a pequeños grupos, a minorías, a gente selecta. Jesús vivía entre el pueblo y hablaba para el pueblo (no era ningún aristócrata de lo religioso). Prefería a los sencillos, a los pobres y marginados, aunque El hablaba para todos, invitaba a todos a seguirle, sin excluir a nadie, con paciencia y amor. Pero...
-Seguir a Jesucristo es difícil. Porque hay un "pero". Es el que hallamos en el evangelio de hoy. Jesús de Nazaret, dice san Lucas, se volvió a la "mucha gente" que le seguía y les dijo todo aquello que hemos escuchado y que claramente no es dar facilidades sino proponer difíciles exigencias: "Si alguno se viene conmigo y no pospone a sus padres, a su mujer e hijos, incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío". Y aquello de que "quien no lleva su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío". Y al final: "el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío". Los comentaristas de la Biblia recuerdan que Jesús utilizaba un lenguaje oriental, propio de su pueblo, hecho de exageraciones, sin matices. Pero, sea como sea, lo que es evidente es que Jesucristo no es como uno de estos propagandistas de productos comerciales que en los anuncios de la TV ofrecen todas las facilidades. Ni como los malos políticos que lo prometen todo con tal de que uno vote su partido. Jesucristo invita a seguir su camino -camino de vida- pero recuerda las exigencias de este camino. No parece temer que de la "mucha gente" algunos o bastantes abandonen ante sus condiciones. No es, ciertamente, un predicador satisfecho porque le sigan "muchos": es algo más serio, más fiel a su verdad, a su anuncio, a su evangelio. Y su evangelio, su anuncio, su camino, es difícil.
-Pero la gracia de Dios está con nosotros. Con todo, antes de terminar estas palabras, quisiera añadir algo -algo muy importante- que no podemos olvidar.
Es verdad que el camino de seguimiento de Jesucristo es difícil y es exigente. Significa vencer el egoísmo y abrirse a un amor generoso; significa una continua lucha contra todo lo que hay de pecado en nosotros y saber llevar la cruz de la lucha de cada día. Para la Iglesia, para cada una de nuestras comunidades, significa un trabajo serio de anunciar el Evangelio, de ayudar a encarnarlo en cada realidad humana. No es suficiente que la mayoría siga casándose por la Iglesia, bautizando a los hijos, trayéndolos para que hagan la primera comunión... Todo esto está bien pero el Evangelio de Jesús es bastante más que todo esto.
Seguir a Jesucristo es más difícil y más exigente. Pero -y aquí viene aquello que decía que es muy importante aunque sea muy corto de decir- para seguir a Jesucristo nunca nos falta su ayuda, la fuerza prodigiosa de su Espíritu, el amor comprensivo y personal del Padre. Camino difícil, quizá imposible, si lo tuviéramos que realizar solos, con nuestras menguadas fuerzas.
Pero camino posible, casi diría que fácil, si tenemos fe y confiamos y sabemos pedir la ayuda del Señor.
Es lo que debemos hacer, con total confianza cada vez que nos reunimos para comulgar con el amor y la fuerza de Jesucristo.
J.
GOMIS
MISA DOMINICAL 1989, 17
10. /Lc/14/25-35.
1. Ser cristiano CR/QUÉ-ES:
Para ser cristiano no es suficiente con aceptar un conjunto de verdades irrenunciables, convertidas en dogmas de fe; ni limitarse a una serie de prácticas religiosas. Y esto por dos razones: porque la fe es una respuesta de todo el hombre a la llamada de Dios, llamada que nos exige seguir en nuestra vida los planteamientos y las opciones de Jesús de Nazaret. Seguimiento que reclama un comportamiento de vida individual y social acorde con el mensaje evangélico, cuyo espíritu debe iluminar siempre las relaciones del cristiano con los demás, discernir proféticamente la validez o invalidez de los acontecimientos cotidianos y de las estructuras.
Una conducta que no esté de acuerdo en la práctica con el seguimiento de Jesús no puede ser cristiana. Porque Jesús no es un ideólogo que reclama únicamente una adhesión mental a sus ideas, sino un hombre que nos plantea su modo de vivir como única forma de autenticidad.
Las radicales exigencias que nos propone Jesús en el presente texto nos deberían estremecer y quitar la seguridad de creernos buenos cristianos con nuestro "ir tirando". Seguir a Jesús es arriesgado, el precio que hemos de pagar es sumo: posponerlo todo, aun los seres más queridos, por él y renunciar a todos los bienes materiales. Más brevemente: o todo o nada. Es la opción fundamental que hemos de hacer en nuestra vida.
Lucas nos presenta estas condiciones para seguir a Jesús en camino hacia Jerusalén, en el mismo corazón de la marcha. Es un aviso para caminantes, y se refiere, como todo su evangelio, a todos los cristianos sin ninguna distinción, aunque a veces matice las distintas "vocaciones" en que podemos llevar adelante el seguimiento.
El texto consta de tres sentencias, terminadas todas con las mismas palabras -"no puede ser discípulo mío"-, y de dos parábolas -de la torre y del rey- que nos ayudan a comprender la obligación que tenemos los cristianos de echar nuestras cuentas antes de decidirnos a seguir a Jesús de una forma personal y responsable. Porque seguirle no es un simple acompañarle, sino algo más profundo que requiere un claro conocimiento y una voluntad decidida y generosa. Termina con el ejemplo de la sal y con unas palabras muy del estilo de aquellos tiempos.
2. No a las rebajas
"Mucha gente acompañaba a Jesús". Si la figura de Jesús de Nazaret no nos sorprende, es porque estamos vacunados ante sus palabras; porque lo normal, pensamos nosotros, es que estuviera satisfecho con la compañía de tanta gente y que les diera facilidades para que no se marcharan. ¿No es así como actuamos nosotros?, ¿no nos gusta que sean muchos los que asisten a las reuniones cristianas y sigan las enseñanzas y prácticas de la Iglesia? Nos encanta ver a muchos niños en las catequesis de primera comunión, estamos aún más satisfechos si son muchos los jóvenes que forman parte de un movimiento cristiano y asisten a las celebraciones juveniles, nos gusta que la gente siga casándose por la Iglesia, nos gustaría ver que vinieran más a nuestras eucaristías semanales y fuera más numeroso el número de cristianos que participaran en las comunidades de base. Añoramos la "mucha gente" y tenemos la tentación de pensar que debemos dar facilidades para que sean muchos.
Es verdad que Jesús fue un profeta que se dirigió a las multitudes, que no habló únicamente al pequeño grupo de discípulos. Hablaba para todos, a todos invitaba a seguirle, sin excluir a nadie, pero... siempre lo hacía con exigencia. Es lo que vemos en este pasaje y lo que debería sorprendernos, porque no es nuestra forma de actuar. Jesús "se volvió" a la "mucha gente" que le acompañaba y les propuso difíciles exigencias. Parece que no teme que muchos le abandonen ante sus condiciones. No es un predicador satisfecho porque le acompañen muchos; su planteamiento es más exigente, más serio. Con él no vale hacer trampa. No basta continuar casándose por la Iglesia, bautizando a los hijos, haciendo primeras comuniones o pidiendo que los hijos tengan clases de religión en los centros de enseñanza... Seguir a Jesús es más difícil y más exigente: es "otra" cosa.
La imagen de Jesús volviéndose a la gente es como una escenificación del sentido mismo del cristianismo: Jesús va delante de nosotros, pero no como podría ir otro cualquiera, sino dando sentido y dirección a los que caminan con él. Va delante porque sabe a dónde va, cómo se llega a la meta; va delante porque es "el camino" (Jn 14,6). Hemos de ser realistas y sinceros y acomodar los medios al fin. Si es verdad que queremos ser discípulos de Jesús, tenemos que ser consecuentes y aceptar sus condiciones. No podemos flirtear al mismo tiempo con realidades o valores contradictorios. Jesús va delante y nos invita a ir siempre más allá, hacia el absoluto que es Dios. La gente le acompaña; aún no sabe lo que significa seguirle. Se lo va a explicar muy claro a continuación, con el telón de fondo de su camino hacia Jerusalén, donde le espera la glorificación, pero después de pasar por la pasión y la muerte.
3. El único absoluto es Dios
"Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío".
La necesidad de optar en algunas circunstancias de la vida es lo que provoca las crisis en el hombre que camina por el desierto. A la vez, son sus opciones, realizadas en las encrucijadas de la vida, las que nos permiten ir adquiriendo la propia identidad personal. Existen opciones fáciles: cuando tenemos que elegir entre algo claramente bueno y algo claramente malo. En estos casos, en realidad, no hay opción, porque no entra en juego nuestra libertad, que consiste en elegir entre dos bienes. Sólo queda asumir las consecuencias del acierto o del error en la elección.
La opción que provoca crisis y desgarramiento, dudas y angustias, es la que debemos hacer entre algo bueno que ya poseemos y algo, también bueno, que se nos presenta como un paso adelante y que nos exige posponer lo anterior. La vida humana transcurre entre opciones de este estilo; cada etapa humana nos pide romper con la anterior: infancia, pubertad, adolescencia, juventud... Toda nuestra vida está entretejida de constantes nacimientos; nacimientos que son fundamentalmente elecciones, aunque lleven como contrapartida la renuncia, la exigencia, el dolor y el riesgo. Cada opción que vayamos tomando a lo largo de la vida estará condicionada de alguna manera por el desenlace -feliz o desgraciado- de nuestras opciones infantiles.
Lo duro de la opción está en que hemos de elegir algo bueno que se nos presenta como oportunidad de crecimiento humano, pero abandonando otra cosa buena con la que nos encontramos muy a gusto.
Es verdad que nuestra vida sobre la tierra tiene sentido, pero no podemos entregarnos a ella como si lo fuera todo para nosotros. Es el comienzo de una plenitud que siempre está más allá de las fronteras de aquí abajo.
Renunciar a algo bueno sólo es posible a cambio de aceptaciones más plenas. Decir "no" a algo bueno es, en realidad, decir "sí" al total de la vida que Dios ha soñado para nosotros. Los creyentes no infravaloramos el mundo, sino que lo valoramos con una luz nueva: la luz de Dios.
El que quiera ser discípulo de Jesús tiene que ponerlo a él por encima de todo lo demás, poner todo lo demás en segundo lugar, posponer todo lo que amamos y tenemos el deber de amar: las personas que están unidas con nosotros por los vínculos más fuertes -padres, hijos, esposos, hermanos y la propia vida-. Cuando entren en conflicto Jesús y su reino con cualquiera otra persona o cosa, hemos de optar por Jesús y desligarnos de cualquier otro vínculo. Opción que provocará desgarramientos y dudas en la mayoría de las ocasiones, porque será elegir entre algo bueno que ya poseemos y con lo que nos encontramos a gusto y una realidad que estimamos superior, de consecuencias inciertas.
Para sus verdaderos seguidores es Jesús la realidad incondicional, exclusiva, que no admite comparación. El es la ley, el orden nuevo, la revelación de Dios, en cuya comparación todo lo demás no es más que sombras. Lo que significa convertir su seguimiento en el primero y principal objetivo de la existencia.
Esto no significa de ningún modo una desvalorización del amor a los padres, que es un mandamiento de Dios; ni del amor a los hijos, del que el Padre del cielo es ejemplo; ni del amor matrimonial, signo del amor de Cristo a la Iglesia; ni tampoco un desprecio a la propia vida, que es un don de Dios que nos lleva a vivir la propia vida divina.
Jesús pretende que todo eso lo amemos desde él, como él lo ama. De esa forma lo amaremos mejor y, algún día, en plenitud, que es como debemos tratar de llegar a amar toda la realidad.
Jesús quiere que vivamos la vida en toda su intensidad y verdad, y para ello es necesario que no la confundamos con el absoluto; nos indica que el único absoluto es Dios, el Dios que hallamos siguiéndole a él. Porque Dios quiere que amemos con un amor pleno y verdadero a los padres, a los hijos, a los esposos, a los hermanos... y a nuestra propia vida. Dios valora nuestra vida, pero no quiere que nos instalemos en ella: quiere que caminemos siempre hacia adelante y que lo valoremos todo desde su verdadera realidad.
Seguir a Jesús es optar por un amor abierto igual al suyo. Por eso denuncia el encasillamiento de nuestro amor tantas veces encerrado en el círculo de la propia familia, comunidad, amigos, enamorado o enamorada... Nos llama a un amor abierto a nuevas situaciones, a las personas de cualquier ideología o religión... y, a través de todo esto, abierto a Dios. Abrirse al amor de Jesús es abrirse al amor a toda la humanidad, porque sólo tratando de vivir plenamente un amor universal caminamos hacia el reino de Dios. Nada ni nadie puede escapar al influjo que Jesús ejerce sobre la vida de sus discípulos, la adhesión a él lleva a un comportamiento nuevo con todas las cosas y con todas las personas. El amor que el Antiguo Testamento reservaba para Dios -amarlo sobre todas las cosas-, Jesús lo quiere para sí, lo que constituye una prueba indirecta de su divinidad. Para seguir de verdad a Jesús hemos de recrear desde nosotros mismos todos los valores e ideales que nos han inculcado desde nuestro nacimiento; no podemos ser así o pensar de esta manera por haber vivido en un lugar determinado o ser de una clase social concreta. Hemos de repensar y hacer nuestros, si los creemos verdaderos, los esquemas, pensamientos, prohibiciones, amenazas y recompensas que la sociedad nos ha infiltrado; todo lo que nosotros no hemos elegido.
4. Elegir es renunciar CZ/LLEVAR:
"Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío".
La muerte en cruz era el castigo de los infames, de los desertores y de los esclavos. El que llevaba la cruz perdía en ella la honra y la vida. La cruz le condenaba a la destrucción total. Ser discípulo de un rabino era caminar detrás de él escuchándole y construyendo la propia vida a imagen de la suya.
El que opta por seguir a Jesús debe estar pronto a tomar sobre sí todas las consecuencias de esa elección; consecuencias que repugnan hasta lo más hondo del ser humano superficial: posponerlo todo -personas y bienes materiales- a esa opción. Pero únicamente por este camino surge la vida verdadera. Es la "puerta estrecha" (Mt 7,13), el "grano de trigo que muere" (Jn 12,24), el "perder la vida" (Mt 10,38-39).
La cruz es la aceptación de la voluntad de Dios y la lucha por el mundo que él desea; lo que nos lleva a asumir la contradicción de nuestra vida hasta la muerte, a asumir la vida como una forma de servicio a la humanidad. Es vivir peligrosamente.
¿Estamos dispuestos a poner a Jesús -todo lo que él representa de justicia, libertad, amor y paz -por encima de todo lo demás, pase lo que pase?
Parece que Jesús no tenía interés en un gran número de seguidores; al contrario, nos presenta la elección por él como algo muy duro, que sólo deben atreverse a hacer los que opten por ello después de una madura reflexión. Quiere que nos enfrentemos con nosotros mismos; que nos preguntemos quiénes somos, qué queremos hacer, cuál es nuestro proyecto de existencia, qué estamos dispuestos a arriesgar, qué consideramos lo mejor para nuestra vida. Y, después, que decidamos. Esa decisión, consciente y responsable, es la que tiene verdadero valor ético para él.
Según las dos parábolas que vienen a continuación, Jesús prefiere que el hombre responsable posponga su elección cristiana, la retarde o anule para no tener que enfrentarse después con unos compromisos que no puede llevar adelante. También nos indican que no se trata de elegir forzosamente entre lo malo y lo bueno, sino entre el modo de vida que nos presenta Jesús u otro cualquiera. Todo el que quiere emprender algo importante en su vida debe examinar cuidadosamente si tiene medios y fuerzas suficientes para tal empresa, como hacen el constructor de la torre y el rey de las parábolas. Si resulta que los medios son insuficientes, más vale renunciar que hacer el ridículo. Jesús quería impedir que se le unieran entusiastas que comienzan con ardor, pero que luego se hastían de la vida fatigosa y acaban por dejarlo todo (Jn 6,60-71). Nosotros preferimos tener la "casa" llena, aunque sea a costa de hacer el ridículo.
Las parábolas aluden al cálculo y prudencia de los hombres de este mundo. El que construye un edificio calcula los gastos antes de empezar para no tener que dejarlo a medias; el rey que intenta presentar batalla revisa antes las posibilidades que tiene de llegar a la victoria. Ambas empresas requieren sacrificios, de dinero y personal, que es necesario saber si se puede realizar.
La enseñanza es sencilla: los proyectos de este mundo imponen costos, planes, sacrificios; ¿por qué abandonamos el seguimiento de Jesús a lo que salga, sin un orden, sin lógica y sin esfuerzo?
Quien se sienta inclinado a seguir a Jesús debe comenzar por reflexionar y considerar bien si tiene la voluntad decidida y las fuerzas que se requieren no sólo para hacerse discípulo suyo, sino para serlo de verdad y perseverar como tal.
Es necesario emprender el seguimiento de Jesús con los ojos y el corazón bien abiertos, pararse antes a reflexionar y saber qué hace falta para seguirle. Es necesaria una reflexión madura; deliberar sobre los riesgos, la decisión, las ilusiones... Seguir a Jesús, edificar el reino, construir una comunidad, son tareas duras y costosas, aunque les hayamos hecho importantes rebajas. Una vida cristiana adulta no puede ser fruto del azar o de la improvisación; sólo el que va siguiendo un itinerario determinado madura personalmente y hace madurar a la comunidad. Todos debemos tener un proyecto de camino cristiano: ¿A qué Jesús seguimos?, ¿qué Iglesia queremos?, ¿qué papel tengo como cristiano en el mundo? Las exigencias del reino van en serio; por eso hemos de sentarnos y asimilarlas meditándolas en toda su hondura. Sólo debe adherirse a Jesús el que esté dispuesto a las renuncias decisivas. El que piense que en estas condiciones el "negocio" no merece la pena, debe desistir. Cada uno debe decidirse personalmente, nadie puede hacerlo por otro.
Es la fidelidad a uno mismo lo que nos madura como personas y como creyentes. No debemos consentir las cosas que se hacen a medias. Una obra interrumpida no es la mitad de la obra: es un fracaso. Las cosas hechas a medias no son algo que ha quedado a la mitad: son nada.
El cristiano verdadero se lanza hasta el fondo. El mundo está tan confuso porque las cosas se hacen a medias, la verdad se dice a medias, las personas son buenas a medias... La reflexión nos ayuda a ser realistas, y el realismo excluye las obras hechas a medias. Muchas veces adecuamos los ideales a nuestras fuerzas, los adaptamos a nuestra debilidad, cuando debería ser todo lo contrario: adecuar nuestras fuerzas a la altura y a la grandeza de nuestros ideales. Necesitamos audacia para no encerrarnos en la triste prisión del "no soy capaz". Únicamente los grandes ideales, Ias ilusiones que parecen cosa de locos, llevan la firma de Dios como garantía; mientras, las obras de la mediocridad sólo pueden llevar el aval de nuestro miedo. ¿Están nuestros proyectos bajo el signo de la audacia evangélica o del miedo a tener valentía? ¿Hemos realizado alguna vez una opción clara y madura por Jesucristo?
En los países llamados cristianos seguimos a Jesús sin haberlo elegido con una clara y consciente opción personal. Se nos bautiza a los pocos días de nacer, hacemos la comunión y recibimos la confirmación "en la fe" cuando apenas hemos llegado al uso de la razón. Después viene esa vida ambigua barnizada de cristianismo.
Cuando crecemos y se nos plantea el problema de la fe, podemos tomar una de estas decisiones: abandonar la fe por ser algo que nos impusieron y sin ganas de examinar sus planteamientos, lo que origina muchas veces problemas de conciencia; o seguir adelante, porque no tenemos más remedio por estar bautizado, con una doble vida que ni es cristiana ni es nada, "por si acaso" es verdad que después de la muerte hay "algo" más, pagando el precio de no vivir con autenticidad aunque recemos mucho y no faltemos jamás a misa; y está la tercera posibilidad, la más madura, que consiste en revisar todo lo que implica seguir ahora a Jesús, analizar sus aspectos positivos y negativos, sus riesgos, lo que supone de cambio personal y social, profundizar en el evangelio, pensar, rezar y..., finalmente, decidirnos por él.
Jesús, consciente de lo que nos pide, no nos exige que hagamos la opción inmediatamente. Tenemos, incluso, el derecho a mirar a otras religiones e ideologías, a preguntar a los que han tomado otras opciones...
Dediquemos tiempo a pensarlo bien, a ensayar caminos, a probar, a volver a revisar. Quizá sea esta postura de búsqueda humilde la que ponga nuestros pies, sin darnos cuenta, detrás de los de Jesús.
Todo el evangelio es una llamada a la libertad interior y al crecimiento humano. Libertad y crecimiento que sólo lograremos a través de las opciones personales. Estamos cerca de Jesús y de su reino si somos fieles a nosotros mismos en la gran opción de dar sentido a nuestra existencia.
"El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío". Hasta aquí las condiciones del seguimiento se han formulado en términos de amor: "posponer"; es decir, amar más o menos. Ahora, al referirse a los "bienes", el lenguaje cambia. Ya no puede hablarse de amor. El discípulo de Jesús debe "renunciar" totalmente a sus bienes. porque el reino de Dios -la gran revolución social- sólo puede realizarse con las personas que sean capaces de renunciar a todo lo que tienen y a todo lo que son, única forma de que nazca y se desarrolle el hombre según el Espíritu de Dios.
Renunciar a todos los bienes no supone aislarse del mundo, sino utilizar en favor de los demás, principalmente de los que más lo necesitan, todo lo que tenemos y somos: dinero, objetos que debemos usar, frutos de nuestro trabajo, bienes espirituales, conocimientos intelectuales, el tiempo...
Lucas condena para siempre una propiedad privada en la que el dueño se cree en el derecho de utilizar la riqueza a su capricho. La propiedad privada sólo es cristiana en la medida en que se pone al servicio de la comunidad de los hombres. Esa propiedad privada nefasta que domina al hombre y absorbe su pensar y su vivir (Lc 16,13; Mt 6,24), incapacita al ser humano para ser lo que debe ser.
Hemos de vivir disponibles para dejarlo todo, prontos a renunciar a todo para alcanzar a Jesús, que es el único bien eterno. Esa disponibilidad y renuncia consiste en usar de las cosas que nos son necesarias o útiles sin dejarnos encadenar jamás por ninguna de ellas, en ser libres por completo respecto a todo lo que no es Dios mismo: ser bien visto, futuro brillante... El discípulo, cautivado por el Señor, es un hombre libre, y lo es porque se lo ha jugado todo por el supremo bien.
Esto el mundo no lo entiende, necesita la sabiduría. ¿Lo entendemos nosotros? Dice san Pablo: Que nadie os engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad para Dios (I Cor 3, 18-19).
5. El verdadero cristiano es sal
Jesús insiste en el desprendimiento de las riquezas, porque era consciente de lo mucho que atan a la hora de decidirnos por una estructura humana más justa. No se puede optar por él sin poner a la vez todos nuestros bienes al servicio del bien común de la humanidad. Sus palabras se iluminan cuando hacemos nuestro el hambre, la explotación, la falta de trabajo, la violencia que sufren los pueblos... Mientras esto no suceda, el evangelio será para nos- otros una teoría, más o menos bonita, o una serie de ritos sin relación con la vida concreta de la sociedad. ¿Cómo creer y vivir el amor sin hacer realidad la justicia? Deberíamos preguntarnos a qué estamos renunciando actual- mente en razón de nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos seguir actuando como el resto de la sociedad?
No parece que a todos los que quieran seguir a Jesús se les exija que renuncien a todo lo que poseen de la misma manera. Sí a todos a ponerlo al servicio del bien común. En la primitiva iglesia de Jerusalén muchos se despojaron de sus bienes (He 4,36 - 5,11), pero se` podía pertenecer a la Iglesia sin renunciar a todas las posesiones (He 5,4).
Los discípulos sí lo dejaron todo para seguirlo: Pedro, Santiago y Juan, "dejándolo todo, lo siguieron" (Lc 5,11); lo mismo hace Mateo (Lc 5,28); Pedro, como portavoz de los Doce, puede decir que lo han dejado todo (Lc 18,28).
La llamada de Jesús a los hombres parece que es doble: una general para seguirle, válida para todos los hombres, que exige encarnar en la propia vida las exigencias del sermón de la monta- ña (Mt 5-7); otra especial, dirigida a los discípulos, y que se caracteriza por el desprendimiento de todo lo que se es y se tiene, y que ahora se debería encarnar en la vida religiosa y sacerdotal.
Elegir una u otra forma de seguimiento de Jesús exige hoy, por la situación especial de transformación social que vivimos, una madura reflexión, un conocimiento en profundidad de ambas, para que la opción sea libre y verdadera. ¿Cómo optar entre dos cosas sin conocer las dos a fondo?
Todo el que viva de acuerdo con su opción cristiana será "sal" para los que le rodean. Los que no acepten las exigencias del evangelio y vivan trampeando serán como esa "sal que perdió su sabor" y que ya "no sirve para el campo ni se puede mezclar con el abono: hay que tirarla".
"¡El que tenga oídos para oír, que oiga!" El oído se abre con el descubrimiento y el compromiso, con la vida puesta al servicio de la justicia y de la libertad para todos, con el amor sin fronteras; se abre de par en par cuando identificamos la causa de Jesús con la causa del pueblo marginado y explotado.
En el seguimiento de Jesús, cuando hablamos de renuncia, hemos de entender conquista; cuando de cruz, vida; cuando de pérdida, ganancia; cuando de vender, comprar; cuando de dejar, encontrar. El seguimiento nunca es negativo; es un anuncio salvador. No dejamos algo sin más, sino para adquirir lo fundamental.
¿Seguimos a Jesús? ¿Con qué intensidad lo hacemos? ¿Por qué no nos convencemos de que el seguimiento de Jesús es radical y sin componendas, que nos pide todo a cambio del "todo"? Son muchos los textos evangélicos que lo afirman.
FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2 PAULINAS/MADRID 1985.Págs.
270-280
11. H/IMPORTANTE
VOLVER A LO ESENCIAL
Hay momentos en la vida de los pueblos y en nuestra propia vida individual en los que es más fácil escuchar la llamada a enraizarnos en lo esencial.
Muchos de nosotros estamos viviendo estos días un estado de ánimo en el que se entremezclan el mal sabor del retorno al trabajo diario y el desconcierto por la tragedia que ha inundado nuestra tierra.
Tal vez, más de uno ha sentido estos días la impotencia del ser humano y ha gritado en su corazón que el destino del hombre es demasiado difícil, demasiado triste e injusto. Por otra parte, el regreso a la vida ordinaria de trabajo, problemas y preocupaciones nos recuerda de nuevo el riesgo de deshumanizarnos en medio de la actividad, el nerviosismo y el cansancio. Ya no somos los mismos que hace unos días.
Y es, precisamente, en la experiencia colectiva de la fragilidad humana y en la experiencia individual de la posible "alienación" en nuestro quehacer diario donde puede uno escuchar con más urgencia la llamada a vivir de lo esencial.
Lo importante es el hombre. Poner la «causa del hombre» por encima de estrechos objetivos partidistas y aprender a organizarlo todo buscando sinceramente el bien del hombre, de todo hombre y de todos los hombres.
Buscar solidariamente el bien del hombre por encima de teorías, estrategias, convencionalismos y siglas. Desenmascarar la insensatez de muchos de nuestros enfrentamientos y hacer converger más nuestros esfuerzos.
Por otra parte, metidos ya en la vida monótona de cada día, sabemos que lo decisivo no es lo que hacemos cada día, sino lo que ese trabajo hace de nosotros. De ahí que el modo de vivir el trabajo diario sea tan importante o más que el trabajo mismo.
Necesitamos renunciar a todo lo que nos deshumaniza como pueblo y como individuos y volver a lo esencial, más allá de nuestras contradicciones.
En el evangelio de hoy escuchamos, los creyentes, esa llamada radical de Jesús que nos invita a la decisión tomada con lucidez y realismo.
Quizás llevamos mucho tiempo ya descaminados. Tal vez no sabemos cómo volver a ser humanos. Tenemos que partir con realismo de lo que somos. Aceptar nuestras contradicciones y luchar por superarlas desde una búsqueda sincera, humilde y confiada. Los hombres y los pueblos valemos lo que valen nuestras decisiones. Pequeñas o grandes, son nuestras decisiones las que nos llevan a ser más humanos.
JOSE ANTONIO
PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 343 s.
12.
SUFRIR/CAUSAS
SUFRIR DE MANERA MAS HUMANA
Todos queremos ser felices. Por caminos diferentes, con más o menos acierto, todos nos esforzamos por alcanzar «algo» que llamamos «felicidad» y que nos atrae desde lo más hondo de nuestro ser. Pero, tarde o temprano, todos nos encontramos en la vida con el sufrimiento.
Por mucho que se esfuerce en evitarlo, todo hombre o mujer termina experimentando en su propia carne la verdad de las palabras de Job: «El hombre, nacido de mujer, es corto de días y harto de inquietudes.»
Sin duda, los sufrimientos de cada persona son diferentes y pueden deberse a factores muy diversos. Pero K.G. ·Durckheim-K nos recuerda en sus obras las tres principales fuentes de donde brota el sufrimiento humano.
El hombre busca, antes que nada, seguridad y cuando en su vida surge algo que la pone en peligro, comienza a sufrir porque su seguridad puede quedar destruida. Muchos de nuestros sufrimientos provienen del miedo a que quede destruida nuestra imagen, nuestra tranquilidad, nuestra salud.
El hombre busca, además, sentido a su vida, y cuando experimenta que ésta no significa nada para nadie ni siquiera para él mismo, comienza a sufrir porque ya todo le parece absurdo e inútil. Nada merece la pena. Cuánto sufrimiento nace de los fracasos, frustraciones y desengaños.
El ser humano busca también amor frente al aislamiento y la soledad, y cuando se siente incomprendido, abandonado y solo, comienza a sufrir. Cuántas personas sufren hoy porque no tienen cerca a nadie que las quiera de verdad.
La fe no dispensa al creyente de estos sufrimientos; también él conoce, como cualquier otro hombre o mujer, el lado doloroso de la existencia. Tampoco la fe carga necesariamente al cristiano con un sufrimiento mayor que el del resto de los hombres. Lo primero que escucha el creyente cuando se siente interpelado por Cristo a llevar la cruz tras él no es una llamada a sufrir «más» que los demás, sino a sufrir en comunión con él, es decir, a «llevar la cruz» no de cualquier manera, sino «tras él», desde la misma actitud y con el mismo espíritu.
Quien vive así la cruz, unido a Cristo y desde una actitud de confianza total en Dios, aprende a vivir el sufrimiento de una manera más humana.
Los sufrimientos siguen ahí con todo su realismo y crudeza, pero con la mirada puesta en Cristo crucificado, el creyente encuentra una fuerza nueva en medio de la inseguridad y la destrucción; descubre una luz incluso en los momentos en que todo parece absurdo y sin sentido; experimenta una protección última y misteriosa en medio del abandono de todos.
JOSE ANTONIO
PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo
C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág.
103 s.
13.
"Duro es este mensaje"
«Dios ha muerto», fue el famoso grito de ·Nietzsche-F, tantas veces repetido. Y, con la misma vehemencia, decía de los cristianos: «No conocían otra manera de amar a su Dios que clavando a los hombres en la cruz. Pensaron vivir como cadáveres y vistieron de negro su cadáver; hasta en su discurso percibo todavía el mal olor de las cámaras mortuorias... ¡Mejores cantos tendrían que cantarme para que aprendiese a cantar a su Redentor y más redimidos tendrían que parecerme sus discípulos!».
Se puede pensar que este grito condenatorio podría surgir de los labios del filósofo alemán ante el evangelio de hoy, en el que Jesús dice que, para ser su seguidor, hay que odiar a los seres más queridos -así dice literalmente el texto original-, incluso a sí mismo, hay que desposeerse de todos los bienes y seguir con la cruz a Jesús. ¿No es esto clavar a los hombres en la cruz, vivir como cadáveres, oliendo a cámaras mortuorias, en un canto fúnebre que no puede atraer a los hombres? ¿No es esto afirmar que no sólo Dios ha muerto, sino que el hombre está muerto si vive el estilo de vida cristiano? Por otra parte, hoy hemos escuchado un texto de la carta más breve de Pablo, que se sitúa en otro nivel. En un tono delicioso, utiliza con extraordinaria habilidad -como buen oriental- todos los recursos afectivos para conseguir que Filemón acoja; de nuevo en su casa al esclavo Onésimo que había huido. Es un texto que no huele a cadáver, ni a cámara mortuoria, sino que está preñado de cordialidad y afecto.
Onésimo es «hijo de las entrañas», a quien Pablo ha engendrado para la fe en la misma prisión y pide a su amo que lo recobre ahora «como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo». Precisamente esta semana se ha leído un texto del evangelio en el que Jesús defiende a sus discípulos de la acusación de que se dedican «a comer y beber», porque no deben ayunar los amigos del novio mientras éste se encuentra con ellos, y que empalma también con el talante de la carta de Pablo.
Para interpretar estas duras frases del evangelio de hoy, se las debe incluir en el esquema presente en Lucas a partir del capítulo noveno, en que Jesús «decidió irrevocablemente ir a Jerusalén». Es en este camino hacia la ciudad en que Jesús va a morir, cuando el maestro presenta sus exigencias para aquellos que quieren ser sus discípulos, y por dos veces se repite «si alguno quiere ser mi discípulo o venirse conmigo». Además hay que añadir dos consideraciones: la primera se refiere a que la invitación de Jesús no va dirigida sólo a los que optarán por el sacerdocio o la vida religiosa, sino que es general y se refiere a todos aquellos que se quieran «venir conmigo».
La segunda referencia alude al verbo «odiar», que sería la traducción literal de la expresión usada por Jesús. Ya Mateo usa otra expresión: "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí". Lo hace así porque su evangelio se dirige a los paganos que no podían comprender la expresión y la mentalidad judía. Como afirma un comentador, «el espíritu semítico distingue el amor exclusivo y el "odio", sin mencionar los mil matices afectivos que separan estas dos actitudes extremas. Usando la expresión "amar menos", las traducciones modernas -como ya lo hizo Mateo- expresan ciertamente el sentido profundo del texto» (L. Monloubou).
Y, sin embargo, aunque el traductor del texto litúrgico al hablar de «posponer» -y no de «odiar»- no sea un traidor al mensaje de Jesús, este sigue resultando duro y exigente. Por otra parte, no estamos ante un aspecto marginal del mensaje de Jesús, sino ante algo absolutamente central del camino que él nos propone. Para Jesús, el único absoluto para su seguidor es su propia persona y la causa del reino de Dios.
Todo lo demás es relativo y no absoluto; no debe ser odiado, pero sí pospuesto o querido menos. Y dentro de «todo lo demás», Jesús explicita los valores y los afectos más queridos para el ser humano: padre, madre, mujer -que no estaba citada en el texto de Mateo, pero sí en el de Lucas- hijos, hermanos, incluso a sí mismo. Y, finalmente, en el terreno que muchas veces es el que más nos duele, el texto de hoy acaba diciendo: «El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».
El evangelio de Juan relata cómo después del discurso eucarístico de Jesús algunos discípulos dijeron «duro mensaje es este». Es también nuestra reacción al escuchar las condiciones de Jesús para ser su discípulo o «venirse conmigo». Sin duda, por la conciencia de esa gran dificultad, la liturgia ha escogido hoy un pasaje del libro de la Sabiduría en que se contraponen los designios de los hombres y los de Dios, que el hombre no puede conocer ni comprender: «Nuestros razonamientos son falibles... Apenas conocemos las cosas terrenas». Pero los que aceptan los designios de Dios «se salvarán con la sabiduría» y «serán rectos sus caminos». Y también decía que, para conocer y rastrear los designios de Dios, necesitamos que Dios nos envíe su «santo Espíritu desde el cielo».
Indiscutiblemente el cristianismo no niega ni infravalora los afectos familiares. El que Jesús no los considere como el valor absoluto no significa que no tengan un valor fundamental en la vida del ser humano. No son amores que dividen el corazón del hombre y le impiden amar a Dios y entregarse a la causa de su Reino; al contrario, hay que afirmar que el amor de Dios pasa por el amor de los seres queridos y que la construcción del Reino nos exige comenzarlo en nuestra propia familia, nuestra «Iglesia doméstica». Pero existen vocaciones y situaciones en que hay que estar dispuestos a posponer el amor a los seres más queridos ante el amor al Dios manifestado en Jesús y el servicio al reino de Dios; situaciones que hoy se siguen repitiendo y no sólo son muestras del pasado.
Llevar la cruz detrás del Señor no significa considerar el dolor como el valor supremo del seguidor de Jesús. Porque el maestro no fue ni un esenio retirado en el desierto de Qumrán, ni vivió en el ascetismo de un Juan Bautista. Participó de las alegrías de los hombres y fue por ello calificado, injustamente, de «comedor y bebedor». Precisamente L. Boff ha escrito de Jesús que «sólo Dios puede ser tan humano». Si leemos con atención los evangelios, no se nos presenta un personaje adusto e inhumano -el que filmó Passolini-, sino alguien tan cercano que de él se podrá también decir que se «nos ha manifestado la bondad de Dios y su amor al hombre».
No estamos llamados, al ser discípulos de Jesús, a convertirnos en cadáveres, vestidos de negro y oliendo a cámaras mortuorias. Pero sí lo estamos a asumir lo que la vida trae consigo, la dureza que surge, precisamente y con mayor intensidad, de nuestros amores y afectos familiares: ahí está la cruz de Cristo y no en sacrificios supererogatorios que podamos imponernos. Más aún, pueden surgir situaciones en que nuestro seguimiento del maestro nos pueda exigir los mayores sacrificios.
Y, finalmente, queda el tema de nuestros bienes. Se insiste en que respecto de los afectos familiares y por uno mismo, Jesús habla de «posponer», mientras que, respecto de los bienes, nos exige la renuncia en el terreno que más nos duele y que es más concreto. Ahí está esa llamada diáfana de Jesús, que tantas veces nos sale al encuentro en el evangelio de Lucas. ¿Podemos quedarnos tranquilos ante los sufrimientos actuales de los hombres con el desprendimiento interior, que tan poco nos puede exigir?
Nietzsche postulaba el superhombre. Jesús no fue un superhombre, sino honda y profundamente humano. El que sigue a Jesús -y ahí están los verdaderos testimonios de tantos santos- no convierte su vida en un cadáver vestido de negro, sino en un canto que, ciertamente, tiene sus disonancias -como la música clásica contemporánea-, pero que son una magnífica expresión de que ni Dios, ni el hombre, han muerto.
JAVIER
GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 308 ss.
14.
1. Algo difícil: elegir... La reflexión de este domingo, que en gran medida vuelve sobre temas vistos en domingos anteriores, puede ser original si, teniendo en cuenta también el texto de la Sabiduría (primera lectura), nos animamos a plantearnos todo lo que implica en la vida hacer una opción o elección, siendo una de ellas, desde luego, la elección de Jesucristo como perspectiva fundamental de la vida.
Jesús compara el seguimiento del discípulo tras él con una empresa muy seria, tal como construir una torre o hacer una batalla. Antes de decidirse, es mejor medir bien todas las consecuencias, calcular las propias posibilidades, costos, riesgos, etc., y finalmente elegir, consciente de aquello en lo que uno se mete.
Efectivamente, dice Jesús, seguirlo a él tiene sus riesgos y el costo que se debe pagar es bastante alto: posponerlo todo, aun los seres más queridos, por él, y renunciar a todos los bienes materiales. Más simplemente: «todo o nada». Ese es el pacto.
Antes de comentar lo que implica este seguimiento -aunque ya lo hemos hecho en ocasiones recientes- será interesante que nos detengamos en el mismo hecho de la elección, una de las cosas más difíciles en la vida del hombre.
La opción es lo que provoca la crisis en el hombre que camina por el desierto. Más aún, es la opción lo que le permite al hombre adquirir su propia identidad; simplemente: ser persona.
Pero, ¿qué implica optar? Existen opciones que tienen un planteamiento fácil en su resolución: cuando tenemos que elegir entre algo claramente bueno y algo claramente malo. En tal caso, en realidad ni siquiera existe la opción; sí, el asumir las consecuencias de ver el único camino posible de uno.
La opción que provoca crisis y desgarramiento, la que nos sumerge en la duda y en la angustia, la opción difícil es la que debe hacerse entre algo bueno que ya se tiene, y otra cosa, también buena, que se nos presenta delante en exclusiva con la anterior. Toda la vida humana transcurre entre opciones de este estilo, siendo la primera de ellas el nacimiento: el feto ha de abandonar el bien del seno materno por otro bien que está delante o afuera, bien que tiene sus riesgos, que implica un proceso de crecimiento... pero que exige irremediablemente el abandono del útero protector de la madre. De la misma manera que también la madre opta entre retener o expulsar al bebé... Una opción que sembrará de tensión y dolor las relaciones entre padres e hijos.
El paso siguiente es el destete, importante etapa en el proceso de autonomía afectiva de un individuo. La etapa siguiente -de hondas repercusiones simbólicas para la vida del niño que quiere hacerse hombre- es el instante en que comienza a caminar por sí solo. Entonces se consuma algo que Jesús dirá aplicado a sí mismo: hay que abandonar a la madre si se quiere caminar. «La madre» es el poder afectivo que contiene y retiene; que alimenta, protege, cuida y acaricia. En la madre se gestan Ios procesos.
En los primeros años del niño, en cambio, es «el padre» el poder que separa al hijo de la madre, el que lo obliga a ponerse de pie, a abandonar las faldas maternas para hacer algo por su cuenta, aun con el riesgo de caerse y golpearse. El padre llama al hijo para que lo siga por un camino nuevo y arriesgado.
Sobre estos datos elementales que la psicología ha desarrollado abundantemente, se va gestando en el hombre la conciencia y la experiencia de la opción, que lo hace crecer pasando por la «angostura» del parto, puerta estrecha que señala y marca para siempre al hombre, haciéndole comprender que todo nacimiento no podrá tener otra salida más que la renuncia, la exigencia, el dolor y el riesgo.
En la vida se nos presentan múltiples situaciones de opción, más o menos similares a las que brevemente hemos descrito, opciones que de alguna manera estarán condicionadas por el feliz o desgraciado desenlace de nuestras primeras opciones infantiles. Así, una madre afectuosa pero no retentiva, y un padre firme y sereno, seguramente le transmitirán al hijo la confianza en sí mismo y la alegría de crecer, aun pasando por el trago amargo del desprendimiento o renuncia de lo querido.
Repetimos que lo duro de la opción está en dos cosas que se complementan al mismo tiempo: hay que tomar algo bueno que se nos presenta como oportunidad de crecer, pero abandonando otra cosa buena en la que nos hallamos cómodos y bien instalados. Elegir lo nuevo exige necesariamente dejar lo viejo, aunque sea la madre, el padre, la escuela, los amigos, etc...
ELECCION/OPCION: En la vida cristiana también se plantean muchas de estas opciones. Una de las más conocidas es la elección, por ejemplo, de la vida religiosa o sacerdotal. Quien lo haga, debe ser consciente de que la vida laical o matrimonial es algo bueno, hermoso, digno, etc.; sin embargo, existe la posibilidad de renunciar a ello -algo agradable- por otra cosa o estado de vida, también bueno y digno. Entre ambos estados está la puerta estrecha de la renuncia. Y viceversa: un religioso puede tener crisis en cualquier momento y plantearse la posibilidad de elegir el camino evangélico del matrimonio.
El error que se ha cometido muchas veces ha sido el de plantear esta elección como la renuncia a algo malo o inferior o degradante por otra cosa buena, superior, etc. En tal caso, el candidato no tiene más remedio que seguir un solo camino, presionado por un criterio ético, moral o ascético.
Nada digamos del caso de quien elige una de las opciones con plena ignorancia de lo que la otra significa. En tal caso no podemos hablar de libre elección; por lo tanto, no hay opción ni podrá haber madurez psicológica ni religiosa.
El problema se agudiza y deforma cuando se aplican muchas frases del Evangelio que Jesús pronunció para todos sus discípulos indistintamente -para todos los cristianos, cualquiera que sea su estado- como referidas exclusivamente a la vida religiosa. Por desgracia, mas de una vez se recurrió a este artilugio para «conseguir vocaciones» religiosas o sacerdotales o para presionar la conciencia de los sujetos.
Ahora sí, podemos ceñirnos a la reflexión del texto evangélico de hoy, un texto que, como todo el Evangelio de Lucas, se refiere a todos los cristianos en general sin distinción alguna.
Llama la atención que Jesús no parece tener ningún interés en un gran número de seguidores; al contrario, presenta la opción por él como algo muy duro, y sólo los que se atrevan a hacerlo tendrán que optar, si les place.
Más aún, como se desprende de las dos breves parábolas -construir la torre y hacer una guerra- no se trata de elegir entre lo malo y lo bueno, sino simplemente entre vivir tal como se presenta Jesucristo o vivir con otro estilo de vida. La elección queda siempre a cargo del candidato con su conciencia. Allí se juega la fidelidad de uno consigo mismo, y es esa fidelidad la que, al fin y al cabo, determina que seamos «esta persona» y no otra. En esa fidelidad cada uno es uno mismo, es alguien, es persona, es un ser humano. Es esa fidelidad la que nos madura como personas y como creyentes.
Según las dos parábolas, Jesús prefiere que el hombre posponga su elección cristiana, la retarde o la anule para no tener después que enfrentarse con un peso que no pueda sobrellevar. Entonces será objeto de la mofa de la gente que dirá: «Este hombre empezó a construir (su fe en Cristo) y no ha sido capaz de acabar.»
Siendo así las cosas, alguno podrá preguntar: ¿Y nosotros, cuándo hicimos una opción así de clara y madura por Jesucristo?
J/ELEGIRLO: Este es el problema del cristianismo de nuestros llamados países cristianos. Seguimos a Cristo sin haberlo elegido con una clara y consciente opción. Se nos bautiza a los pocos días de nacer, hacemos la comunión y recibimos la "confirmación en la fe" cuando apenas hemos llegado al uso de la razón, y después..., después viene esa vida ambigua, sosa, híbrida, que es como si no se hubiera optado por Jesús, pero con un barniz de cristianismo.
Cuando el cristiano, ya mayor, se plantea a fondo el problema, no parece tener más que una de estas siguientes opciones: abandonar la fe, lo que no deja de plantearle un problema de conciencia, pero, al menos, será un poco más auténtico que quienes eligen el segundo camino: ya que no hay más remedio, seguir adelante con la doble vida, con esa cosa híbrida que ni es seguimiento evangélico ni es nada, pero que, «por si acaso», conviene tenerlo a mano para el «otro mundo». Y está la tercera posibilidad, la que consideramos más madura: revisar ahora todo lo que implica seguir a Jesucristo, ver sus pros y sus contras, sus riesgos, lo que supone de cambio personal y social; analizar el Evangelio, pensar, reflexionar y... de esto nadie nos libra; finalmente decidir, pero decidir de tal manera que esta opción adulta y consciente no nos deje dudas sobre qué camino queremos seguir.
Nuestro siglo es testigo de muchos cristianos que abandonaron la Iglesia por seguir un camino que consideraban más justo y apropiado para servir a los hermanos. Pero también están los cristianos que, sin abandonar la Iglesia, han creado un movimiento de reforma interna, de crítica sana, de reflexión bíblica, con los logros que ya sabemos: el renacer de un cristianismo que sin perder su fidelidad a Jesucristo, sino precisamente por fidelidad a él, es completamente fiel al hombre de hoy en sus grandes opciones por un mundo más justo y saludable.
Como comentábamos en domingos anteriores, si Jesucristo es lo absoluto, no tengamos miedo a provocar la crisis dentro de la misma Iglesia en pro de una fe más consciente. Otro error que se comete a menudo es enfocar el problema solamente desde una perspectiva moral; es decir: si elijo a Cristo, hago algo moralmente bueno; si elijo otro camino, aunque lo crea más razonable para mí, cometo un pecado, hago algo malo. No parece ser ésta la perspectiva de Jesús, tal como la presenta el Evangelio. Jesús quiere que el hombre se enfrente consigo mismo; que se pregunte quién es, qué quiere, qué quiere hacer (la torre o una casa simple, la guerra o la paz..., como dice la parábola), cuál es su proyecto, qué está dispuesto a arriesgar, qué considera lo mejor para su vida. Después, que decida. Y esa decisión, así de consciente y responsable, es la que tiene un valor ético. Dicho en forma negativa: el cristiano que sigue adelante porque estando bautizado no tiene más remedio, amén de ser un pobre-hombre, está en pecado consigo mismo; aunque rece y vaya a misa, su vida no es auténtica: no vive éticamente.
Decíamos al comienzo de esta complicada reflexión que es el "padre" el que llama al niño y lo separa de la madre. Me atrevería a sugerir que Jesús es el padre que nos llama para que nos separemos de la madre, esa madre que hasta ahora ha hecho la elección por nosotros, la madre que nos ha bautizado y enseñado el catecismo, la que nos dijo que esto está bien y lo otro mal, etc. Esa madre cumple su cometido cuando el hijo es pequeño, pero no puede mantener en el infantilismo a su hijo durante toda la vida.
Entiendo que así tenemos que recibir la palabra que Jesús nos dirige hoy: es la voz del padre que nos dice: «Ahora que ya eres grandecito, a ver si eres capaz de decidir por ti mismo. El camino que yo te presento es éste..., tiene sus riesgos..., tú verás. Cuesta mucho dejar las faldas y el pecho protector de la madre pero, si no lo haces, ni creces ni te transformas en un hombre, en un discípulo mío. Si todavía te consideras un niño pequeño, si crees que lo mío es muy grande para ti, sigue con tu madre, pero quiero advertirte que quizá nunca más podrás aprender a caminar con tus propias piernas. Piénsalo bien y decídete...»
2. Abandonar a la «madre»...
Quienes han tenido la paciencia de seguirnos hasta aquí no tendrán ya mayores dificultades para comprender las dos frases que definen las condiciones para seguir a Jesús: la primera: posponer eso que hemos llamado «la madre»: padre, madre, mujer, hijos, hermanos. Más, dice Jesús: posponerse a sí mismo. (El texto arameo dice: el que no «odia» a su padre, etc...; expresión hebrea que significa: el que no tiene en menos, el que no relativiza, etc.)
¿Quién es, entonces, esa «madre» simbólica que debemos posponer y relativizar, incluso abandonar, para poder seguir a Cristo?
Es, como se desprende claramente ahora, todo ese mundo afectivo-social que nos ha engendrado y criado dentro de cierto estilo de vida, no necesariamente malo, pero que ahora tiene que sufrir una crisis de crecimiento. Esa madre es toda la sociedad que nos infiltró sus esquemas, pensamientos, prohibiciones, amenazas y recompensas. Es lo que nosotros no hemos elegido (recuérdese, incluso, que en la antigüedad eran los padres los que elegían esposa para sus hijos, como todavía sucede en muchos pueblos) porque se nos consideraba como inmaduros o porque la misma ley de la naturaleza lo exigía. Esa madre -familia, educación, sociedad- nos ha hecho llegar hasta aquí. Se puede seguir sin introducir cambios, sin tener crisis, sin evolucionar, o se puede mirar otro camino, otra manera de ver la vida, otro punto de vista. Jesús nos presenta el suyo: tomar la cruz; es decir: asumir la vida como una forma de servicio a la humanidad.
Podremos, por supuesto, seguir amando a nuestros parientes y paisanos, pero con una perspectiva amplia y universal. La puerta de Jesús es estrecha, pero sólo por ella podremos ver la gran luz de la vida. Elegirlo es nacer de nuevo. Como le decía Jesús al viejo Nicodemo: puedes seguir en el pequeño y protegido recinto de tu madre, el judaísmo, o puedes salir de su seno por la puerta estrecha que te propongo, y entonces «verás la luz» y te encontrarás en medio del gran mundo de la historia.
La segunda frase que define el seguimiento de Jesús también habla de abandonar algo muy querido: «El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.» En realidad, esta segunda frase no agrega nada nuevo a lo ya dicho anteriormente, si tenemos en cuenta cuáles son los criterios de la madre-sociedad al respecto.
Pero, como ya sabemos por otras reflexiones anteriores, Jesús insiste en el desprendimiento del útero de las riquezas, porque era consciente de lo mucho que atan a la hora de decidirse por una estructura humana más justa.
Por tratarse de un tema ya elaborado hace poco, sólo insistimos en esta idea: seguir a Jesús significa que hasta los bienes materiales, considerados en nuestro esquema como «cosa de uno», propiedad privada inviolable, etc., («mi madre»), hasta esos bienes deben ser mirados desde una perspectiva más absoluta. Optar por Cristo es poner los bienes al servicio del bien común de la humanidad, particularmente de los más necesitados. Concluimos con unas breves reflexiones complementarias:
--La primera: Jesús, consciente de lo que pide, no nos exige que ahora hagamos una opción. El mismo nos aconseja no hacerla a tontas y a locas. Tenemos, incluso, el derecho de mirar a otros frentes, de preguntar a otros viajantes de la vida: ¿qué se piensa por allí?, ¿qué se hace por allá?
Por tanto, cuidémonos de etiquetarnos con tanta facilidad: «Yo soy cristiano..., yo estoy muy comprometido..., yo asumo el Evangelio...», etc. Con humildad y prudencia, como sugieren las dos parábolas, más bien dediquemos el tiempo a pensarlo bien, a ensayar caminos, a probar, a volver a revisar, etc. Quizá sea esta postura humilde la que pone nuestros pies, sin darnos cuenta, detrás de los de Cristo.
--La segunda: Todo el Evangelio es una llamada a la libertad interior y al crecimiento del hombre. Y sólo la opción nos da esta libertad y este crecimiento. Por lo tanto: estamos cerca de Jesús, estamos a las puertas del Reino si, con toda conciencia y con todos nuestros esfuerzos, somos fieles a nosotros mismos en la gran opción de la vida: optar por el sentido de nuestra existencia.
Parafraseando al evangelio, quizá hoy podríamos decir: «¿De qué le vale al hombre ganar todo: familia, sociedad, riquezas, Iglesia y hasta al propio Cristo..., si se pierde a sí mismo como persona?»
O, como decía Pablo en la misma Carta a los gálatas en la que escribió: «Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud» (5,1). «Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea maldito!» (1,8).
--La tercera: Recojamos lo que nos dice la primera lectura y abrámonos al Espíritu -como Nicodemo- para saber hacer nuestra opción cuando llegue la hora: «¿Qué hombre conoce el designio de Dios?... Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles... ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Sólo así serán rectos los caminos de los terrestres [...] y se salvarán con la sabiduría los que te agradan, Señor, desde el principio.»
SANTOS
BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 235
ss.