Iniciamos
hoy -en las lecturas evangélicas- una extensa serie dedicada a la vida
comunitaria (casi hasta final del año litúrgico). Hoy se nos presenta la
comunidad cristiana como lugar de corrección fraterna y de oración y el
próximo domingo como lugar de perdón.
En
estos dos domingos es significativo que en los evangelios aparezca repetidamente
la palabra "hermanos". Y más aún si se tiene en cuenta que se trata
de lo que los exegetas llaman "el sermón sobre la Iglesia". El
discurso proclama el espíritu que debe distinguir a los miembros en sus mutuas
relaciones. Y, podríamos añadir, estas relaciones las sitúa JC como
relaciones entre hermanos.
I/FRATERNIDAD
FRATERNIDAD/I: La fraternidad es, pues, la primera consigna constitucional para
la Iglesia. La constitución de la Iglesia tiene -podríamos imaginar- este
artículo fundamental: "Todos sois hermanos. Comportaos como
hermanos". Una fraternidad no sentimental o puramente humanista, sino fruto
de lo que constituye la fe cristiana: "Todos sois hijos de Dios. Comportaos
como hijos del Padre que es Amor".
Esta
utilización evangélica de la palabra "hermanos" podría ser también
ocasión para recordar su sentido cuando la utilizamos en las celebraciones. No
como una fórmula, una palabra que toca decir, sino como la expresión más real
-y más comprometedora- de lo que somos los miembros de la Iglesia. Es como el
"test" de nuestra fe: ¿nos consideramos, nos tratamos como hermanos?
No podemos llamarnos hijos de Dios -decir que Dios es nuestro "Padre"-
si no hay una práctica de fraternidad entre nosotros.
TODOS
SOMOS RESPONSABLES UNOS DE OTROS. Es quizá la enseñanza básica del evangelio
de hoy. Si somos hermanos no podemos desentendernos unos de otros. Debemos
reconocer que lo fácil es desentenderse o limitarse a una crítica insolidaria,
a espaldas del afectado. Debemos ayudarnos mutuamente a vivir como cristianos. A
través del "buen ejemplo" -o con palabras más actuales- a través de
un real testimonio de vida cristiana; todos sabemos por propia experiencia que
lo que más nos ha ayudado a seguir el camino de JC es ver hermanos que vivían
la fe, el amor, la esperanza de JC.
Pero
también -cuando convenga- esta ayuda debe concretarse en un saber "corregir
al hermano".
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¿Corregir al hermano?
"Si
tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado
a tu hermano". Es un consejo difícil el que nos da aquí Jesús.
Por
una parte, nos cuesta sentirnos responsables de los demás. En general
preferimos "dejarles en paz y ocuparnos de lo nuestro", tanto en la
vida civil como en la eclesial. Es la postura típica de los que no quieren
participar en la vida de la comunidad, ni creen que deban ayudar a los que se
van desviando del recto camino. Fue la postura de Caín: ¿Soy yo acaso el
guardián de mi hermano? Y sin embargo, Jesús nos ha enseñado la importancia
de la corrección fraterna oportuna.
Al
profeta Ezequiel le urge Dios para que no calle, porque callando se hará
responsable de la ruina de su pueblo. Dios le ha hecho "centinela" que
ayude a sus hermanos, que sepa dar la alarma cuando vea que es necesario, y les
recuerde que no se han de desviar de los caminos del Señor. ¿Para qué sirve
un centinela que no avisa? ¿para qué sirve un perro guardián que no ladra
cuando vienen los extraños?
Jesús
concreta esta obligación de un hermano para con su hermano, de un miembro de la
comunidad para con otro. Nadie es extraño para mi: me debo sentir
corresponsable del bien de los demás. Si mi hermano va por mal camino, dedo
buscar el mejor modo de ponerle en guardia y animarle a que recapacite. El
procedimiento lo detalla el mismo Jesús, empezando por el diálogo de tú a
tú, o sea, a modo de hermanos, sin agresividad, buscando el bien de la persona,
no hablando a espaldas, ni aireando a los cuatro vientos los defectos de los
demás, sino teniendo la valentía de hablar a la persona concreta.
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Somos hermanos
El
amor al hermano no se muestra sólo diciéndole palabras amables y de alabanza
-que es de esperar que sean las más-, sino también, cuando haga falta, con una
palabra de ánimo o de corrección. El silencio a veces puede ser complicidad.
Eso les pasa, en un nivel eclesial, al Papa o a los pastores de la Iglesia
cuando en conciencia tienen que llamar la atención sobre direcciones peligrosas
que van en contra del evangelio o de la dignidad humana.
Pero
también nos puede suceder en niveles más domésticos:
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en la vida de una comunidad cristiana tenemos que participar y sentirnos
corresponsables, porque no somos "sociedad anónima"; tenemos muchas
ocasiones de colaborar con nuestra voz y nuestro trabajo a mejorar las cosas
(¿equipos parroquiales, consejos parroquiales?);
*
en la vida de familia, el marido y la mujer pueden ayudarse con la oportuna
palabra de ánimo y con una corrección hecha desde el amor; el diálogo entre
padres e hijos puede ser enriquecedor y correctivo, en ambas direcciones;
*
en una comunidad religiosa, una palabra a tiempo puede a veces evitar desvíos
que llevarían a consecuencias irreparables;
*
los amigos son buenos amigos también cuando contribuyen a que el amigo madure,
recapacite y vaya corrigiendo sus defectos.
También
habrá que recordar que cuando somos nosotros los que recibimos algún día una
palabra de corrección, tendremos que reaccionar bien: de momento nos suele
saber mal que nos digan que algo no va bien, pero seguro que nos ayudará a
mejorar. Nuestros defectos los conocen mucho mejor los demás que nosotros
mismos.
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Desde el amor
Eso
sí, la corrección fraterna debemos hacerla con amabilidad. No se corrige al
hermano echándole en cara sus defectos. Una cosa es mostrarse indiferente,
descuidando la caridad fraterna, y otra convertirse en inquisidores entrometidos
o que actúan por despecho. Una cosa es ser centinela que avisa -se supone que
en contadas ocasiones- del peligro que acecha, y otra erigirse en juez
moralizador o en dueño del bien y del mal.
La
clave nos la da Pablo en la segunda lectura: el amor, la ley fundamental del
cristiano: "A nadie le debáis nada, más que amor. . . amarás a tu
prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo, no le hace daño". El
que ama sí que puede corregir al hermano, porque lo hará con delicadeza, lo
hará no para herir, sino para curar, y sabrá encontrar el momento y las
palabras. No sólo verá los defectos sino también las virtudes. Y por eso,
porque ama y se preocupa de su hermano, se atreve a corregirle y ayudarle. Como
un padre no siempre calla, sino que habla y anima a sus hijos, y, si es el caso,
les corrige, ayudándoles a cambiar y haciéndoles fácil la rehabilitación.
Como el educador hace lo mismo con sus alumnos y el amigo con su amigo.
Con
ello imitamos a Jesús, que supo corregir con delicadeza y vigor a sus
discípulos, en particular a Pedro, y logró que fueran madurando en la
dirección justa. Con amor y desde al amor.
EQUIPO
MD
MISA DOMINICAL 1999/11
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