SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

Mt 18,15-20: ¿Acaso eres justo tú porque él calla?


Hay algo realmente grave. Los hombres desprecian de tal modo la medicina del perdón, que no sólo no perdonan cuando se les ofende, sino que tampoco quieren pedirlo cuando ellos pecan. Penetró la tentación y se apoderó la ira de ellos. De tal manera les dominó el deseo de venganza, que no sólo se apoderó de su corazón, sino que hasta la lengua vomitó ultrajes y crímenes... ¿No ves hasta dónde te arrastró, a dónde te precipitó? Adviértelo y corrígete. Confiesa: «Hice mal»; confiesa: «Pequé». Si confiesas tu pecado, no morirás; sí, si no lo confiesas. Cree a Dios, no a mí. ¿Qué soy yo? Soy un hombre, hermano vuestro, soy un enfermo y soporto la carne: todos debemos creer a Dios. Miraos a vosotros mismos. El mismo Cristo dice:
Si peca tu hermano, corrígele a solas. Si no te escucha, lleva contigo a otros dos o tres. En la boca de dos o tres testigos estriba la verdad de toda palabra. Si tampoco les oye a ellos, avisa a la comunidad. Y si tampoco escucha a la comunidad, sea para ti como un pagano y publicano (Mt 18,15-17). El pagano es un gentil; y gentil es aquel que no cree en Cristo. Si no escucha a la comunidad, dale por muerto.

Pero he aquí que vive, que entra en la Iglesia, que hace la señal de la cruz, que se arrodilla, que ora y se acerca al altar. A pesar de todo eso, tenlo por pagano y publicano. No hagas caso de esas falsas señales de vida. Está muerto. ¿De qué vive, cómo vive, si desprecia esta medicina? Si yo dijera a alguno delante de vosotros: «Tú hiciste eso», me responderá enseguida: «¿Por qué obras así? Debías habérmelo dicho en secreto; podías haberme indicado a solas que obraba mal, podía haber visto mi pecado yo solo. ¿Por qué me arguyes en público?» «Ya lo hice y no te corregiste. Ya lo hice y sigues obrando el mal. Lo hice y sigues creyendo en el interior de tu conciencia que obrabas bien». ¿Acaso eres tú justo porque él calla? ¿Acaso no hiciste nada malo, porque él no juzga en el momento presente? ¿Sigues sin temblar ante aquellas palabras: te argüiré? ¿No temes aquellas otras: te pondré ante tus propios ojos?

«El juicio está lejano», dices. ¿Quién te ha dicho que lo está? ¿Acaso porque esté lejano el día del juicio está lejano también tu propio juicio? ¿Cómo sabes cuándo ha de llegar? ¿No se echaron muchos a dormir y no se levantaron jamás? ¿No llevamos en nuestra propia carne la misma muerte? El vidrio, aunque frágil, dura mucho tiempo si se le trata con cuidado; y de esa manera encuentras copas de abuelos y bisabuelos, en las que aún beben nietos y bisnietos. Tan gran fragilidad, cuidada, ha llegado a ser añosa. Nosotros; por el contrario, somos hombres y estamos expuestos a innumerables peligros cotidianos.

Y aunque no nos sobrevenga la muerte repentina, lo cierto es que no podemos vivir por largo tiempo. La vida humana en su totalidad es breve: desde la infancia hasta la ancianidad. Aunque Adán viviera todavía y debiera morir hoy, ¿qué hubiera ganado con haber vivido tanto? A todo esto debes añadir que el mismo día presente, aunque bullicioso por naturaleza, resulta incierto por una especie de enfermedad radical. A diario mueren hombres. Los vivos los llevan a enterrar, celebran sus funerales y se prometen a sí mismos una larga vida. Nadie dice: « Me corregiré, no sea que mañana esté yo como éste a quien hemos acompañado al cementerio». A vosotros os agradan las palabras, pero yo busco los hechos. No me entristezcáis con vuestras costumbres perversas, ya que mi deleite en la vida presente no es otro que vuestra digna vida.

Sermón 17,6-7.