REFLEXIONES


1. RD/DON.

Lo cuenta un misionero, Vicente Donovan, que pasó diecisiete años con los masai, en Tanzania. Un anciano cristiano de esa tribu africana quería explicar al misionero lo que significaba para él la fe: "No es como cuando un blanco dispara contra un animal con nada más que mover un dedo y a distancia. No. La fe es como cuando un león se abalanza hacia su presa. Su nariz, sus ojos y sus orejas la descubren. Sus patas le dan velocidad. Toda la fuerza de su cuerpo se pone en vilo para dar el salto terrible y el zarpazo mortífero. Y cuando la víctima queda presa el león lo agarra en sus brazos, la atrae hacia sí y la convierte en parte de sí mismo. Así es como mata un león. Así es como cree un hombre. Eso es la fe".

El misionero quedó atónito, en silencio. Tal vez pensó que lo entendía: la fe supone un esfuerzo, a veces doloroso, en busca de Dios. Todo nuestro ser queda comprometido en ese momento. Nuestra alma se pone en vilo, como el león.

Pero el anciano africano no habría terminado:"Nosotros, los masai, no fuimos a buscarle, padre. Ni queríamos que viniese. Fue usted quien nos buscó. Se metió en el bosque, en los campos donde apacentamos el ganado, en las colinas donde lo abrevamos, en nuestras mismas casas. Nos habló de Dios y nos dijo que debíamos buscarle, sacrificando incluso nuestras tierras o nuestras vidas. Pero nosotros no hicimos nada de esto. No dejamos nuestra tierra para ir a su encuentro. Fue El quien nos buscó y nos encontró.

Siempre nos creemos que nosotros somos el león. Pero, en realidad, el león es Dios". Sí. El león es Dios. Suyo es el Reino y suya es la misión.

Nosotros estamos siempre tentados de creernos los dueños, nos empeñamos en marcar el ritmo, hacer balances y señalar prioridades. Como si el reino fuese nuestro. Hasta se nos escapa con toda naturalidad (en nuestra oración y hasta en documentos solemnes) una frase significativa: "construir el Reino". Le pedimos a Dios que nos dé fuerzas para edificar su Reino y nos animamos unos a otros en esta tarea.

¿Pero quién se imagina a Jesús diciendo a sus discípulos "a vosotros os toca construir el Reino?" Jesús nunca habló ese lenguaje. Nos animó a buscarlo, a pedirlo, a entrar en él, a sacrificar cualquier cosa por él...

No nos toca a nosotros construirlo. Es don que viene, que baja de arriba como un regalo: "¡Venga a nosotros tu Reino!" Nuestra colaboración en su expansión es más humilde, y es también (porque Dios así lo quiere) preciosa y necesaria. Pero no es protagonista.

Lo mismo pasa con la misión. Es el Señor. Suya es la misión. Nace de su iniciativa y vive de su espíritu. Una y otra vez nosotros nos creemos los patronos y dueños de la pesca y echamos las redes a nuestro aire. Tiene que aparecer El en la orilla para que caigamos en la cuenta de que anduvimos bregando amparados en la noche de otros intereses. Caemos en la cuenta de que para evangelizar nos apoyábamos demasiado en tinglados de fuerza y prestigio.

Ahora que la misión, felizmente, ya no va del brazo de poderes extraños y, los misioneros nos vemos débiles, pescando en la noche, descubrimos que esta noche de nuestra era misionera es buena para captar sus planes y verle a El de nuevo en la orilla.

Si Jesús es el Señor, lo nuestro es ser testigos alegres de su señorío. La misión es suya: El marca el ritmo y los caminos. Lo nuestro es la disponibilidad a su palabra. El se encargará de llevarla adelante. Lo nuestro no es el protagonismo; sólo entrar a continuar su tarea, aunque nos falte visión y nos sobren fallos; sólo cooperar con docilidad gozosa. Suyo es el Reino y suya es la misión. Nosotros siempre andamos creyéndonos que somos el león. Pero ¡qué fuente de liberación y confianza es reconocer, al fin en medio de la noche, que el león es Dios!

José A. Izco
Mundo Negro, 227 /Junio, 1985/ 15


2. INJUSTICIA/DENUNCIA:

"En la noción de "culto debido a Dios" entra de lleno la denuncia profética de la injusticia. "No el que diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre." El culto no se identifica totalmente con la plegaria, sino con la aceptación del plan de Dios y el compromiso práctico de hacerlo prevalecer en la sociedad de los hombres. Un cristianismo que se desentendiera del cumplimiento de la misión profética de denunciar las injusticias, alabaría a Dios sólo con los labios. La mejor tradición eclesiástica se ha servido de los templos, sobre todo por medio de la predicación, para el cumplimiento de esta misión profética de denuncia de la injusticia. Allí está toda la predicación de los Santos Padres como testimonio de esta fidelidad a una misión entrañada en lo más íntimo y fundamental de la fe cristiana".

Manuel de Unciti
Iglesia-VIVA.nº 27, pags. 223-226


3.

Como los desterrados de entonces, los creyentes nos preguntamos también sobre el sentido y la utilidad de lo religioso en un mundo al que la ciencia aporta respuestas, la política se presenta como la clave de las soluciones, la economía posibilita poder, el marketing promueve ídolos musicales o deportivos.

¿Qué aportamos o para qué servimos? Aportamos la convicción de un único Dios frente a tantas pretensiones de absolutización de la técnica, la ciencia, la política o el materialismo. Aportamos la afirmación de la vida como el valor más importante.

La relativización de todo lo que el hombre hace porque todo tiene un sentido funcional al servicio de la vida. Aportamos la afirmación del hombre, de todos los hombres, y la relación tan estrecha que Dios ha establecido con la humanidad.

JOSÉ ALEGRE ARAGÜES
DABAR 1988/45


4.

LA VERDADERA RELIGIÓN

El evangelio de este domingo vigésimo segundo ordinario nos presenta la polémica de Jesús con los escribas y fariseos sobre los mandamientos de Dios y la observancia de los preceptos religiosos introducidos por los hombres. A Jesús le acusan de que tolera la libertad de sus discípulos respecto a las prescripciones religiosas y rituales, que habían sido codificadas en una larga y minuciosa tradición. "¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?".

Hay que tener presente que en tiempos de Jesús habían proliferado normas de puritanismo legal, hasta el punto de constituir un peso insoportable para la mayoría del pueblo. Tales prescripciones minuciosas habían sofocado el espíritu de la Ley divina, que en vez de ser signo de liberación y de alianza, se había convertido en vínculo de esclavitud. La religión judía era atadura y obligación, en vez de ser gracia y alabanza. Para el cristiano la verdadera religión consiste en reconocer la iniciativa de Dios, su gratuidad y salvación.

Merece la pena meditar la respuesta que da Jesús a los fariseos y letrados, pues es mensaje actual e interpelante para nosotros: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos". Jesús llama fuertemente la atención sobre la religiosidad exterior, sobre la superficialidad de las prácticas cultuales, sobre la hipocresía litúrgica. Por encima de una mentalidad legalista hay que llegar a una renovación interior del culto, fundado en el verdadero amor.

La sabiduría que proviene de la fe nos hace distinguir entre el mandamiento de Dios y la tradición de los hombres, entre la revelación de Dios y la historia religiosa de los hombres entre la verdadera religión en espíritu y verdad y las frías prácticas externas. Por eso es muy importante purificar el corazón, la interioridad del hombre, para vivir religiosa y moralmente en verdad.

Andrés Pardo


5. Para orar con la liturgia

"Él (san Pablo) reconoce la función pedagógica de la Ley, la cual, al permitirle al hombre pecador valorar su propia impotencia y quitarle la presunción de la autosuficiencia, lo abre a la invocación y a la acogida de la "vida en el Espíritu". Sólo en esta vida nueva es posible practicar los mandamientos de Dios. En efecto, es por la fe en Cristo como somos hechos justos: la "justicia" que la Ley exige, pero que ella no puede dar, la encuentra todo creyente manifestada y concedida por el Señor Jesús"

Juan Pablo II, VS 23