COMENTARIOS AL EVANGELIO

Marcos 7,1-8.14-15.21-23
Par: Mt 15, 1-20

 

1.

a) La discusión de Jesús con los fariseos afecta a dos puntos concretos: las abluciones  rituales antes de las comidas sobre la que Marcos proporciona muchos detalles a los  lectores no judíos (vv. 3-4) y sobre la ofrenda sagrada de los bienes familiares que dispensa  del sostenimiento de sus familiares (vv. 10-11). Por lo demás, no hay que perderse en los  detalles de esas costumbres: no existen más que para hacer comprender el alcance del v. 8,  curiosamente repetido en el v. 9 e ilustrado con la cita de Is 29, 13 (v. 7): la tradición de los  hombres mata la Palabra de Dios.

El fariseo es típicamente el antiguo Adán, que ha arrebatado a Dios el conocimiento del  bien y del mal y ha utilizado al máximo ese conocimiento para construir una vida de santidad.  Este poder de discernir siempre entre el bien y el mal le lleva a vivir continuamente en  estado conflictual en cada acción, y cada proyecto le obliga a juzgar entre el bien y el mal. El  fariseo es el hombre continuamente desgarrado por un conocimiento que no estaba hecho  para el hombre, sino que el hombre ha arrebatado a Dios. Es el hombre que desgarra sin  cesar a la humanidad porque es capaz de juzgar a quienes practican el bien y a quienes son  esclavos del mal; pues bien: sólo Dios tiene el poder de juzgar (Mt 7, 1; cf. Rom 12, 14-21).

Lo que Jesús pide a los fariseos es que superen ese conocimiento angustioso del bien y  del mal para dar con la unidad de la Palabra misma de Dios. Que en lugar de conocer el  bien y el mal y de juzgar las acciones del hombre, se limiten a conocer a Dios y a ser  conocidos por El.

b) Así es como hay que entender el v. 8 en el que Cristo contrapone mandamiento y  tradición. La tradición es puramente jurídica: regula los "casos", impone las "actitudes",  dispone el comportamiento del yo externo.

El mandamiento, en cambio, es personal; habla a la segunda persona  lo mismo que el decálogo; proviene de una persona y no se comprende sino en comunión  con esa persona. Afecta al yo más profundo. El mandamiento no introduce muchos  preceptos nuevos que no figuren ya en las tradiciones humanas. El papel que representa no  es cuantitativo, sino que introduce, ante todo, un estilo nuevo de adaptarse libremente a las  tradiciones viviéndolas en la fe y la comunión con el Dios que interpela.

c) La crítica que Cristo hace de las prescripciones de la ley no afecta precisamente a la  ley en sí, puesto que habría llegado, por su mismo dinamismo interno, a la espiritualización  deseada por Cristo. Pero los judíos, y más esencialmente los fariseos, bloquearon ese  dinamismo a causa de una concepción demasiado material. Esta polémica de Jesús contra  el fariseísmo terminó por hacer de este nombre, originariamente sinónimo de  piedad y de perfección, el símbolo mismo de la hipocresía. Sin embargo, el cristianismo le  debe mucho: en primer lugar, varios de sus apóstoles, entre ellos Pablo; y también la  importante doctrina de la resurrección y el canon de las Escrituras, de donde la predicación  apostólica ha sacado la mejor de sus fuentes.

Responsables de la complicación de las prescripciones legales, los círculos de los fariseos  fueron, sin embargo, los primeros que subrayaron la importancia de la caridad en el  conjunto de la ley. Se constituyeron también en severos guardianes de su observancia en  una época en que el influjo pagano lo invadía todo: fueron los verdaderos servidores del  alma del pueblo. Mas para arropar ese alma, los fariseos desfiguraron considerablemente el  mesianismo, considerado demasiado peligroso políticamente; acentuaron igualmente las  prácticas cultuales, anteponiéndolas a los deberes de la fraternidad humana y de la justicia  social.

Cristo, que fundamentaba la religión sobre la persona más que sobre la ley y que se  orientaba claramente hacia una mesianismo depurado y que atribuía más importancia a los  gestos de fraternidad que a las prácticas cultuales (Mt 15, 18-20), tenía que chocar  necesariamente con la intolerancia y el integrismo de los fariseos. Proclamó, en contra de  ellos, un justo retorno al espíritu de la ley primitiva; levantó el bloqueo del inmovilismo a la  ley con el fin de espiritualizarla. Pero de ahí a reducir al fariseísmo a un movimiento de  hipocresía (cuando en realidad este defecto era severamente perseguido dentro mismo de  los círculos fariseos), hay una distancia que no se puede salvar, ni siquiera aun cuando, en  el ardor de la polémica, algunas comunidades cristianas primitivas lo hicieran.

El drama del fariseo es el de toda una humanidad que se atribuye un conocimiento que  viene de Dios, puesto que define el bien y el mal y juzga a los hombres, pero que se  despliega al final sin el Dios de quien procede. Cristo es el primer hombre que ha podido  poner su conocimiento del bien y del mal al servicio de un conocimiento más profundo: el de  Dios y de su voluntad. Vivir en la conformidad con esa voluntad libera a Cristo de todo  conocimiento del bien y del mal y le permite encontrarse muy libre frente a las leyes y las  tradiciones humanas, muy libre frente al pecador. El cristiano, a su vez, examina su  conciencia, no para descubrir y analizar en ella el bien y el mal, sino, ante todo, para  encontrar la Palabra de Dios y la persona de Jesucristo que vive en él y para él (1 Cor 4,  3-4). La Eucaristía le recuerda cada día esa presencia de Cristo en él y le despierta a sus  exigencias. 

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 19


 

2.

Comentario.

Tras un paréntesis de cinco domingos, retomamos a Marcos. Y lo hacemos  con un texto en el que el autor se ha visto obligado a dar a sus lectores una serie de  explicaciones sobre usos y costumbres judíos (vs. 2-4). Esto tiene un primer significado  evidente: Marcos no escribía para judíos. Pero, por esto mismo, los que no somos judíos  corremos el riesgo de asistir como espectadores con quienes no va la cosa. Por eso, si  queremos comprender el texto, habremos de situarnos en ese ámbito de emotividad e  intangibilidad que tiene siempre toda tradición. De la tradición, en efecto, se trata de más  allá del caso concreto de comer sin lavarse las manos. (Huelga decir que comer sin lavarse  las manos no es una cuestión de higiene, sino de limpieza ritual). ¿Por qué no siguen tus  discípulos la tradición de los mayores? Si hay un pueblo para quien la tradición es  importante, éste es el pueblo judío. Repito: con toda la carga de emotividad e intangibilidad  que tiene siempre la tradición.

Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas... Dejáis a un lado el mandamiento de Dios  para aferraros a la tradición de los hombres. La crítica es tremendamente dura y, según  muchos exégetas, históricamente problemática en labios de Jesús. Si fuéramos judíos  opondríamos seguramente resistencias. Pero, dificultades históricas aparte, el sentido de la  frase es muy claro. En perspectiva judía dice lo siguiente: Los representantes de la  corriente farisea siguen la tradición oral a expensas de la Ley escrita. En perspectiva  universal (la de Marcos) dice lo siguiente: La autoridad central (los interlocutores de Jesús  provienen de Jerusalén) sigue la letra a expensas del espíritu.

Viene a continuación un ejemplo ilustrativo (vs. 9-13, no recogidos en el texto litúrgico). Llamó Jesús a la gente y les dijo. Lo que sigue es radical y categórico. Algún exégeta lo  ha calificado de culmen de la ética cristiana. Nada que entre de fuera puede hacer al  hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El sentido es muy  claro. En forma antitética, dado que la estructura lingüística semita no tiene forma  específica de grado comparativo, dice lo siguiente: la limpieza moral es más importante que  la ritual. Las posibilidades de esta afirmación son infinitas, y sus consecuencias,  incalculables para la libertad y autonomía del hombre religioso según el espíritu de Jesús. 

En el medio judío en que Jesús se movía, su afirmación afectaba no sólo a la tradición, sino  a la propia Ley escrita, ya que amplias partes de la misma quedaban derogadas. Es cierto  que en su actuación y práctica concretas Jesús fue más bien un fiel cumplidor de la Ley.  Siempre será una gran verdad que la realización concreta de todo principio general  requiere prudencia y respeto a los demás. ¡El difícil arte de vivir! Pero no olvidemos nunca  el principio, el aire fresco. La actuación de Jesús fue, en general, conforme a la Ley, pero  su actitud fue siempre libre, abierta e intuitiva. Queda reforzado así el rasgo característico  bajo el que parece querer presentar Marcos a Jesús: la novedad. ¿Qué es esto? ¡Una  enseñanza nueva con autoridad! (Mc. 1, 27). A la luz del texto de hoy parece bastante claro  que la novedad la entiende Marcos en relación a lo que siempre se ha visto, oído y  mamado.

ALBERTO BENITO
DABAR 1985, 44


 

3.

El corbán es el caso de una tradición humana, que enmascara intereses humanos y que  quiere pasar por acto religioso y servicio a Dios. Corbán se podría traducir por don. Era una  especie de voto con el cual se consagraban a Dios los bienes propios y así se hacían  intocables. Parece que ni Dios ni el templo tenían algún provecho en esto, sino el que hacia  el juramento, que así ponía a salvo, bajo el nombre de Dios, sus bienes. Llegó a convertirse  en un voto de rechazo contra alguien que de esa forma no se podía beneficiar de dichos  bienes. Por ejemplo, unos padres necesitados no se podían beneficiar de unos bienes  sobre los cuales el hijo hubiese pronunciado el voto del corbán. Así, en nombre de Dios, y  en contra de lo que Dios había mandado, un hijo se liberaba de la ayuda a sus padres  ancianos y necesitados. De esta forma la tradición humana conculcaba uno de los  mandamientos más explícitos de Dios, como era el de honrar a los padres. La casuística  rabínica admitía, en casos de hambre, que se podía dispensar el voto del corbán y por  "generosidad", y a través de terceras personas, ayudar a unos padres en extrema  necesidad.

La palabra "fariseos" significa los separados, lo santos, los observantes. Se ha  convertido en sinónimo de hipócrita, que significa "actor".

En el Evangelio son una secta o tendencia del judaísmo y suelen salir malparados, sea  porque se oponen a Jesús o porque la primera comunidad cristiana los tiene enfrente. O  por ambas cosas juntas. De hecho, entre nosotros, llamarle a uno fariseo es un insulto y  que, referido a unas personas históricas, no está bien.

El fariseísmo constituye en todo tiempo un peligro de cierto tipo de personas "religiosas"  que, aferradas a lo exterior de la ley, se consideran mejores que los demás, a quienes  juzgan mal, y se hacen orgullosos y duros de corazón.

Tanto el corbán como el fariseísmo iluminan, por contraste, la enseñanza de Jesús, que  tan gráficamente inculta Marcos y hasta pone una lista de pecados. "El primer deber de conciencia de Jesús es tener limpia la conciencia, antes aún de  seguirla" (Pronzato). Lo primero es poner en orden el corazón, porque sólo los limpios de  corazón verán a Dios. Sólo del hombre bueno, de la recta intención y del corazón limpio  pueden brotar las obras buenas. Esto es ir a la raíz. Esta es la radicalidad de Jesús y del  Evangelio, que queda ahí como un hito en la historia y como una llamada a lo mejor del  hombre de todos los tiempos. 

MARCOS M. DE VADILLO
DABAR 1985, 44


 

4.

Este es uno de los lugares en que cabe preguntarse por qué Marcos inserta esta  narración.

Sabido es que su contenido tiene mucho que ver con los principios fundamentales judíos  (y no sólo de los judíos, sino también de otras culturas de la antigüedad) acerca de lo  "puro" (limpio) y lo "impuro" (sucio). Israel estuvo desde antaño muy bien acostumbrado a  distinguir entre lo "puro" y lo "impuro". Esto era condición indispensable para saber si el  hombre podía o no entrar en comunión con Dios; e igualmente los animales y las cosas,  entrar en la presencia o contacto con Dios.

Pero los lectores de Marcos, al parecer, ya no entienden mucho  todo esto. ¿Por qué, pues, toma Mc ese tema? El v. 18 es importante: la incomprensión de  los discípulos hace patente que, si bien no se trata de una vuelta al ceremonial judío,  siempre existe el peligro de caer en un pietismo externo. El hombre tiene tendencia a  refugiarse en la religiosidad y crearse por su cuenta una coartada frente a su negativa para  convertirse a la verdad.

La observancia de exterioridades hace olvidar el culto verdadero. Esto, pues, también es esencial al evangelio y, por tanto, a la fe: donde las tradiciones  hacen incomprensible el amor de Dios a cuenta del temor, no habremos de preocuparnos  de que a la larga no nos sintamos vinculados por la normativa humana, aun cuando ésta se  remita a lugares de la Biblia.

EUCARISTÍA 1988, 42


 

5. LAVATORIO-JUDIO 

Un grupo de fariseos del lugar y algunos letrados o rabinos de Jerusalén, probablemente  enviados por el Sanedrín para espiar a Jesús, se escandalizan al ver que los discípulos  comían sin lavarse las manos según ordenaba la tradición de los mayores.

El evangelista Marcos, que escribe para los romanos, informa a sus lectores acerca de  las costumbres judías. Los lavatorios de los judíos no respondían a una inexplicable  necesidad de higiene, sino a exigencias religiosas. Eran purificaciones rituales. Hoy día se  extrema hasta tal punto la limpieza que podría pensarse también en una superstición, sobre  todo cuando se es tan poco escrupuloso respecto a problemas de justicia. Pero sea lo que  fuere de este fenómeno moderno, aquí nos interesa el comportamiento de los fariseos. 

Pues bien, estos distinguían entre "puro" e "impuro" y practicaban consecuentemente una  serie de purificaciones rituales. En esto iban más allá de lo expresamente mandado en la  Ley de Moisés y se atenían a tradiciones humanas. El lavatorio de las manos antes de las  comidas constituía buena parte de esas tradiciones codificadas en el Talmud y veneradas  por los fariseos como si se tratara de la misma Ley de Dios. La multiplicación de estos  lavatorios resultaba poco menos que intolerable a los trabajadores humildes en un pueblo  en el que el agua era un bien escaso. Al parecer, los galileos no eran demasiado  meticulosos en observar dichas tradiciones, y sabemos que el mismo Jesús produjo un  escándalo al sentarse a la mesa de un fariseo sin haberse lavado antes las manos (Lc 11,  37 s).

Los fariseos universalizan lo que no era otra cosa que un hecho anecdótico y acusan al  Maestro de que permita a sus discípulos un comportamiento en contra de la "tradición de  los mayores". Jesús acepta en principio el planteamiento de la cuestión y, citando al profeta Isaías (29,  13), devuelve la pelota a los fariseos. Les dice que ellos practican un culto vacío, un culto  de los labios y no del corazón. Además, que se atienen a preceptos humanos y quebrantan  sin escrúpulos los mandamientos de Dios. Pero aún, con el pretexto de dar culto a Dios, le  ofende dejando en la miseria a sus propios padres (vv. 9-13; Mt 15, 4-6).

Después se dirige Jesús al pueblo y promulga otra moral muy distinta que invalida de raíz  todas las purificaciones rituales.

Lo que importa es la pureza del corazón, la buena voluntad. Pues lo que mancha al  hombre no viene de fuera, sino que sale del interior. El que habla aquí es el Hijo de Dios,  que está por encima no sólo de las tradiciones de los mayores, sino incluso de la misma  Ley de Moisés. Jesús muestra su autoridad lo mismo que en las famosas antítesis del  Sermón de la Montaña (Mt 5, 21-14).

EUCARISTÍA 1982, 40


 

6.

Texto.

Retornamos al evangelio de Marcos. El versículo inicial cobra relevancia especial  en razón de la procedencia de los personajes en él mencionados: fariseos y letrados de  Jerusalén. Esta ciudad es bastante más que la capital administrativa y política judía; es la  razón de ser de un pueblo, su orgullo y añoranza; es madre y guía; de Jerusalén irradia la  luz que ilumina el caminar judío; allí están los pastores del pueblo, a los que, sin embargo,  Marcos ha cuestionado ya como pastores (cfr. 6, 30-34, domingo 16 Ordinario). El conjunto  del texto gira en torno al término impuro. Aparece al comienzo (vs. 2 y 5) y al final (vs. 15 y  23). Manos impuras, hacer impuras a las personas. El término no tiene nada que ver con  los distintos matices del mismo en castellano: mezcla; falta de castidad; deshonestidad. La  impureza de la que el texto habla es la mancha ritual (pastores) o moral (Jesús) que  inhabilita a las personas para tratar con lo santo. La impureza es una incapacidad religiosa. 

La preocupación por la pureza denota sensibilidad religiosa. Es en esta línea de  sensibilidad en la que hay que entender la preocupación manifestada por los pastores  judíos ante la conducta de algunos de los discípulos de Jesús, por más que a nosotros  pueda resultarnos sobrepasadas las formas concretas de expresión de esa sensibilidad  religiosa. De ellas ofrece Marcos una enumeración en el paréntesis explicativo de los vs.  3-4.

La preocupación por la pureza se  enmarca, a su vez, en la gran corriente judía formada por la tradición de los mayores. A  poco que se conozca lo que es ser judío, se caerá en la cuenta de la fuerza e importancia  de la tradición en este pueblo. Es en la tradición donde se articula la esencia de lo judío. La  pregunta, pues, de los pastores a Jesús encierra una gravedad suma. Jesús resuelve el problema dentro de lo más pura línea judía, tal como ésta aparece ya  esbozada en el texto de Isaías 29, 13 que cita: distinción entre el componente humano y  divino de la tradición.

Comentario.

Entresacando el texto de sus componentes judíos, puede hablarse de  moralidad frente a formalismo (en determinados ambientes el término formalismo se  solapa con el de profesionalidad) y de espíritu frente a letra. Enunciada así la problemática,  la cuestión resulta fácil y evidente; la práctica, sin embargo, dice que no es ni fácil ni  evidente.

Las formas y la letra son, en efecto, absolutamente necesarias: responden a la esencia  misma de nuestro ser humano, que es forma corpórea en relación con los demás. La  tradición es, desde esta perspectiva, absolutamente necesaria. Donde no hay tradición no  hay vida que valga la pena. ¿Cómo hacer, sin embargo, que las formas y la letra no acaparen la totalidad del ser  humano, que es también incorporeidad, interioridad, individualidad? En este cómo está la  verdadera dificultad. Este cómo se mueve en el campo de las actitudes, un campo lo  suficientemente fluido como para resistirse al imperio absoluto de las formas y de la letra,  aunque precisamente por ser fluido toma sin resistencia la forma del recipiente que lo  contiene.

Del texto de hoy se deducen las siguientes evidencias:

1. La tradición que vale la pena es aquélla en la que convive una sana tensión entre  fondo y forma, espíritu y letra.

2. Cuando la forma y la letra predominan o se anquilosan, se impone la ruptura con  ellas.

3. Esta ruptura no significa negar la tradición ni ir en contra de ella.

Termino con una lacónica frase de Jesús, que algunos manuscritos intercalan en el texto  de hoy: El que tenga oídos para oir, que oiga.

ALBERTO BENITO
DABAR 1981, 43


 

7. PUREZA-LEGAL/A-H:

Los interlocutores de Jesús no se preocupan por la higiene. El lavado de manos antes  de las comidas forma parte de una praxis de pureza ritual que determina la vida diaria del  judío piadoso. Israel es el pueblo de Dios y debe ser santo; también debe ser puro  (sacerdotalmente). Pero el peligro de la impureza acecha por doquier, puede proceder de  hombres y de animales, de manjares y de objetos [7,1V,1,353s]. El que "come con manos  impuras" infringe "la tradición de los antepasados", aquella plétora de prescripciones  transmitidas oralmente que desarrollan la ley y quieren fijarla casuísticamente; los fariseos  pensaban que debían venerarse por igual la "tradición" y la ley de Moisés; valen lo mismo y  tienen la misma dignidad la ley y el "vallado" que la cerca. Pero Jesús rechaza la tradición  oral, "y lo hace radicalmente" [52,20lsl; se funda en el ejemplo de la praxis del corbán, que  en realidad deroga al cuarto mandamiento y la desenmascara, porque es un medio de  esquivar la voluntad de Dios dirigida a la salvación del hombre. Jesús coloca la propia  palabra de Dios contra la tradición humana que se las da de proteger la divinidad de Dios  (v. 13). Detrás de tal crítica está la concepción de que venerar a Dios sólo tiene sentido "si  en ello no se pierde de vista el ser de Dios a favor del hombre. Jesús hace patente cómo  en la concepción de sus opositores Dios acaba por ser la negación de lo divino, puesto que  quebrantan la voluntad de Dios orientada hacia el hombre" [45,1531. Jesús no se limita a  atacar la tradición. El v. 15 cuestiona la misma torá (=ley), igual que en las antítesis del  sermón del monte, igual que en Mc 10,1s. "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él,  pueda contaminarle, sino lo que sale del hombre, esto es lo que contamina al hombre"; más  que una radicalización de la ley, esta afirmación significa su derogación. Jesús no discute  que exista un poder mortal, la "impureza" que nos hace desgraciados, pero su lugar es el  corazón del hombre. En cambio discute y niega que exista una impureza inherente a los  objetos y que se transmita mágicamente. Ernest Kásemann ha descrito convincentemente  cómo con ello se ha rebasado radicalmente todo pensamiento orientado por el culto. Han  sido aquí tocados, alcanzados de lleno los "presupuestos de todos los cultos antiguos con  sus praxis de víctima y de expiación", aquí se ha eliminado la "distinción, básica para la  antigüedad, entre el témenos o recinto sagrado, y lo profano". E igualmente esta palabra  de Jesús tritura "los fundamentos de la demonología antigua", demuestra decisivamente que  Jesús "no ha profesado un dualismo metafísico", sino que ha superado "la ideología de la  antigüedad con su antítesis entre lo cultual y lo profano" [54,207s]. Así la cuestión de la  actitud del hombre ante Dios queda desligada del ámbito del culto, la pureza y la impureza  se dan en relación con el prójimo. En un mundo que Jesús proclama básicamente puro  como creación de Dios que es, la pureza dista mucho de alcanzarse con la ayuda de  prácticas rituales.

ECKART-OTT
FIESTA-Y-GOZO. Págs. 114-115


 

8. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para  aferraros a la tradición de los hombres

Recuperamos, después de los domingos dedicados al discurso del pan de vida, la lectura  de Marcos. Lo hacemos en el capítulo 7, que no presenta ninguna relación de tiempo y de  lugar con los episodios precedentes del c. 6. Los vv. 1-23 forman una unidad temática. La  liturgia suprime algunos versículos de la perícopa. A lo largo del capítulo, Jesús se dirige a  los fariseos, a la multitud y al grupo de sus discípulos.

Jesús critica a los fariseos y escribas el hecho de que conviertan en principales aquello  que en realidad son mandamientos secundarios y pone un ejemplo concreto: el dinero  entregado como voto al templo que debiera ser utilizado para mantener a los padres  ancianos. Estos versículos faltan en el texto litúrgico, pero de hecho ayudan a comprender  mejor el mensaje de jesús: el amor y la atención a los demás condicionan y relativizan todos  los mandamientos, tanto de purificación como los referentes al impuesto religioso.

También faltan los versículos 16-20 que distinguen entre la enseñanza de Jesús a la  gente y la que destina, más en concreto, a sus discípulos. La respuesta de jesús se sitúa en  la linea ya apuntada: aquello que contamina y hace pecador al hombre no son las cosas  externas, sino el egoismo que hay en su personalidad y determina sus decisiones y  relaciones con los demás.

Recomiendo leer Mc 7,1-23 directamente de la Biblia al preparar la homilía, para captar  mejor el pensamiento de Jesús.

La proximidad de Dios, el cristiano y nuestras comunidades es necesario que la reflejen  con una conducta límpida y moralmente sana, centrada en el amor al necesitado. ¿Es ésta  nuestra perspectiva religiosa?

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 11, 44


9. ACI DIGITAL 2003

4. Se trata de purificaciones que no eran prescriptas por la Ley y que los escribas multiplicaban llamándolas "tradiciones". "No conociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia (Rom. 3, 10), el fariseo, satisfecho de sí mismo, espera sorprender a Dios con su virtud que nada necesita (Luc. 18, 1 s.). En realidad, el fariseo es el más temible de los materialistas, pues el saduceo sensual ignora lo espiritual; pero él, en cierto modo, lo conoce para reducirlo a la materia: hechos, realizaciones, obras visibles para que sean vistos de los hombres y los hombres los alaben y los imiten. Antítesis del fariseo es la Verónica que al acercarse a Dios presenta, a la faz de la gracia, el lienzo en blanco de su esperanza". Es evidente que la doctrina de Jesucristo era tan incompatible con esa mentalidad como el fuego con el agua (véase 12, 38 y nota). La tradición que vale para la Iglesia es la que tiene su origen en la revelación divina, es decir, en la predicación del mismo Jesucristo y de los apóstoles, "a fin de que siempre se crea del mismo modo la verdad absoluta e inmutable predicada desde el principio por los apóstoles". (Pío X en el juramento contra los modernistas). Cf. I Tim. 6, 3 s. y 20.

6. Véase Is. 29, 13; Cf. Mat. 15, 1 - 28; 23, 15; Luc. 11, 37 - 41; Juan 4, 23 y notas.

10. Véase Ex. 20, 12; 21, 17; Lev. 20, 9; Deut. 5, 16; Ef. 6, 2.