COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Jr 20. 7-9

1. /Jr/LIBRO

El profeta Jeremías parece haber estado profundamente dominado por una psicología depresiva. Ya al comienzo del reinado de Joaquín, una violenta diatriba contra el culto del Templo le había envuelto en un proceso por sacrilegio del que salió absuelto (Jer 26, 24), pero profundamente afectado.

Encarándose con su destino, Jeremías escribió sus "confesiones", un género nuevo en Israel, eco de los dramas provocados por la llamada de Dios en su alma delicada (Jer 16, 1-13, etc.). La lectura litúrgica de este día no es más que un breve extracto de una serie de escritos autobiográficos (Jer 20, 7-18), en los que el profeta maldice el día de su nacimiento, exterioriza su desaliento ante el odio que le rodea y no duda en comparar el llamamiento de Dios con una tentativa de seducción.

Pero sería un error no ver en estas confesiones más que la expresión de un alma deprimida. No porque las "confesiones" (como, por lo demás, otros muchos salmos) estén redactadas en primera persona del singular han de ser interpretadas tan solo de manera individualista. En efecto, el "Yo" es habitual en las oraciones colectivas del pueblo, sobre todo cuando la asamblea litúrgica toma conciencia de su papel de mediadora entre Dios y el pueblo. Lo que hace Jeremías en sus confesiones es adoptar una postura litúrgica: después de haber proclamado delante del pueblo la voluntad de Dios, trasciende su caso personal y se vuelve hacia Dios para formular una oración intercesora y describir, en forma de lamentación, la miseria de Israel.

La mayoría de los relatos de vocación subrayan la decepción de quienes son objeto de la llamada: tentación de abandono en Moisés (Ex 32.), desaliento de Elías (1 R 19.), decepción de Jonás (Jon 4.), depresión de Jeremías (Jr 20.), etc. Resulta especialmente penoso sentirse excluido de una comunidad por haber recordado ciertas exigencias o testimoniado su existencia espiritual.

La vacilación del profeta ante su misión y sus exigencias (v. 9) es igualmente la del pueblo, vacilante y turbado ante su vocación. Esta última no es auténtica más que en la medida en que el hombre prueba el hiato entre su voluntad personal y la de Dios; en que él siente, incluso en un cierto desequilibrio psicológico o en una crisis de fe, la distancia insuperable que le separa del verdadero Dios.

En el v. 7a, el profeta establece la clave de todo el pasado: Yahvé le ha "seducido", ha seducido al pueblo, su esposa. El drama vivido por el profeta o por el pueblo no es, después de todo, más que la necesaria repercusión del misterio de Dios en la vida del hombre. Sin duda, quien no conserve de Dios más que una idea o una definición no vivirá jamás el drama de su encuentro y no llegará jamás a despojarse de sí mismo y a perderse para identificarse con la voluntad de Dios.

Incluso en su misterio fulgurante, Dios no destruye la libertad. El hombre puede dejarse "seducir", pero él se da así a quien tiene el derecho de tomarle. Ahí reside la razón de ser de la obediencia de Xto en la cruz, obediencia que la celebración eucarística nos invita a conseguir.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 7


2. Jr/VOCACION

De nuevo ante una crisis vocacional de Jeremías. Inimaginable si él no nos lo hubiera revelado en estos apuntes de su intimidad que llamamos confesiones.

La crisis más fuerte y más dura y gracias a la cual poseemos una experiencia de lo que realmente es e implica una vocación, en qué consiste vivencialmente la inspiración profética y el "fortiter et suaviter" de la acción de Dios en juego con la libertad humana sin que comprendamos nunca el cómo. Es uno de los pasajes más reveladores de toda la literatura profética.

La intimidad de Jeremías queda al descubierto. Con la imagen más atrevida que encontramos en toda la Biblia acusa a Dios de haberle engañado, de haberle seducido sin que él pudiera hacer nada en contra: como se engaña y seduce a una joven virgen para luego dejarla tirada en la cuneta. "Me sedujiste, me forzaste, me violaste". Incomprensible, Y, sin embargo, real.

Se le prometió estar con él. Se le envió a construir y destruir. Hasta el presente sólo había hablado de destrucción convirtiéndose en el hazmerreír de todos, al no cumplirse sus palabras. ¿Dónde estaba el construir que se le prometió? Está decepcionado, engañado. Su único grito fatídico es siempre "violencia... opresión". Lo que parecía una vocación de amor se ha convertido en una dictadura, en una imposición.

En su humana debilidad decidió olvidarse para siempre de Yahvé, no volver jamás a hacer de profeta. En el ligero lenguaje moderno diríamos que quiso presumir de no creer en nada ni en nadie. Y justo en ese crítico momento, cuando cree que ya todo está resuelto, se encuentra aprisionado entre su libertad y el poder de la Palabra. Algo intrínseco que se apodera de él, que le domina, le vence y se le impone de nuevo desde dentro con la fuerza y el calor de un fuego devorador. Quizás tuviera ante sí el recuerdo de ese calor psicológico que nos abrasa en los momentos de duda y crisis hasta llegar a producir fiebre.

"Intentaba contenerlo y no podía". Difícilmente podría decírsenos con mayor fuerza en qué consiste ese impulso irresistible que llamamos unas veces vocación y otras inspiración según la finalidad de dicho impulso. Nunca podremos confundir las reflexiones personales de cualquier hombre, profeta o no, con la voluntad de Dios, que se manifiesta de todos modos, incluso a veces a través de esas reflexiones personales que se imponen con tal evidencia, que, aun deseando evitarlas, hay que anunciarlas por necesidad interior, por imperativo divino.

A nosotros es imposible seleccionar esta acción conjunta de Dios y el hombre o delimitar las fronteras de lo divino y lo humano. Tan compenetrado se encuentra que con razón la Iglesia, cuando nos habla de los libros inspirados, nos asegura que son todo obra de Dios y todo obra del hombre. Es una auténtica simbiosis de lo humano y lo divino con vistas a la redención de los demás. Igual acontece con la vocación. Admitamos sumisamente el misterio sin curiosear en lo divino. Dios quiere al hombre confiado en él, no seguro de sí mismo.

Jeremías al final de sus días vio cumplirse todas sus profecías, todo cuanto Yahvé le había anunciado. Sin quizás percatarse de ello, desahogándose ante un papiro, construyó en el concatenaje de la revelación la más consoladora experiencia de lo divino. Él sembró y regó, para que otros recogiéramos los frutos. Así son los caminos de Dios.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 714


3. 

* Contexto: Jeremías, el profeta a quien nadie quería hacer caso. A Jeremías se le encomienda una dura, triste y casi inhumana tarea: anunciar la caída de Jerusalén y de Judá. Durante casi 50 años caminó, codo con codo en compañía de los suyos por una ruta que conducía de forma inexorable al desastre. El pueblo se regodeaba jugando al borde del precipicio, y el profeta le prevenía por todos los medios, sin descanso, ya que el amor que profesaba a sus paisanos era sincero, verdadero. Pero éstos no quisieron hacerle caso sino que lo marginaron, le despreciaron, le amenazaron y le acusaron de traidor. Y con el correr del tiempo... su palabra se cumplió: el pueblo fue desterrado a Babilonia.

-Enteradas las autoridades babilonias de que Jeremías había siempre recomendado a sus gentes el que se sometieran a Babel, le ofrecen una vida fácil, cómoda en Mesopotamia..., pero Jeremías siempre quiso participar de la suerte de su pueblo, de la dureza de vida a que fue sometido.

* Texto: Jr 20. 7-18 es el final de las confesiones del profeta (cf. 11. 18-12. 6; 15. 10-21; 17. 14-18; 18. 18-23). En estas páginas de belleza literaria exquisita y de gran profundidad en su contenido, se expone la dureza, casi sobrehumana, de la tarea profética, el abandono y la soledad en la que se ven envueltos estos mensajeros de la palabra. A través de estos relatos nos enteramos de que Jr no era un sadomasoquista, un "aguafiestas", un..., sino un amante de la buena mesa, un hombre sociable a quien le agradaba la compañía de sus amigos... Por eso al recibir una misión tan ingrata se asusta y trata de rehuirla objetando que no sabe hablar; pero de nada le sirve ya que será el mensajero que debe anunciar el desastre del desierto (cap. 1). Estas confesiones del profeta son una mezcla de lamentación y de súplica, de acusación a Dios y de maldición a sí mismo.

-Nuestro texto empieza con una durísima acusación al Señor, tan dura que suena a blasfemia (v. 7). La imagen de la seducción y de la violación es muy fácil de captar, pero terriblemente dura ya que el hombre, con lisonjas y carantoñas, se aprovecha de la ingenuidad y buena fe de la muchacha para seducirla. Y tras la promesa, el engaño: la doncella ha sido forzada y violada. Y esto mismo es lo que ha hecho el Señor con el profeta: con lisonjas le ha convencido para que anuncie su palabra, pero en realidad Dios le ha engañado y forzado. Violentada y forzada, la doncella es abandonada; forzado el profeta a renunciar a su vida tranquila de ciudadano, también los suyos le abandonan: "yo era el hazmerreír todo el día", comenta con desilusión Jr. Su misión le resulta imposible.

-En el v. 8 se explican las razones de esta desilusión. Los paisanos del profeta viven a gusto con la violencia y opresión (=pecados sociales) y el mensajero de la palabra divina debe anunciar este cáncer social. El pueblo no lo entiende y se subleva contra él considerándole como el profeta extravagante de turno, fanático y revolucionario (29. 26 ss.; 34, 8 ss.). El éxito que el Señor prometió... se ha trocado en persecuciones y desilusiones. -Así el profeta intenta olvidarse de todo (v. 9), renunciar a su misión..., pero se siente impotente, ya que la llamada divina es como el fuego de un volcán que es imposible sofocar.

* Reflexiones: La misión profética suele conducir, con suma frecuencia, a la soledad, al abandono... Y tanto dolor ¿para qué? A los ojos humanos no tiene explicación, pero ésta es la gran paradoja del dolor, del sufrimiento liberador: muerte para unos y vida o fecundidad para otros. Y este dolor lo han experimentado en sus propias carnes todos los salvadores o liberadores de la humanidad: Abrahán..., Jeremías..., el siervo del Señor..., Jesús de Nazaret, el gran abandonado y reducido al silencio de la cruz por los políticos y eclesiásticos oficiales de aquella época.

-La misión profética suele conducir al más descarnado aislamiento humano (cf 16. 1-13). Los israelitas abandonan al profeta quien no puede fiarse ni siquiera de sus parientes. El desgarrador grito del hombre abandonado emitido por Jr nos evoca el grito de Jesús en la cruz así como los gritos de tantos hombres que se sienten solos por muy bien acompañados que externamente puedan encontrarse.

-El sufrimiento y el dolor de Jr son liberadores..., pero esto no quiere decir que todos debamos ser fieles seguidores y vivamos por y para el dolor, como nos decían los viejos espiritualistas incapaces de reír en la vida y molestos con todos los que vivían con alegría. El gozo también puede ser liberador. Si Jr sufrió, si Jesús padeció..., no por eso debemos deducir que todos tenemos que sufrir ya que si ellos lo pasaron mal es para que nosotros disfrutemos del gozo de la paz que ellos nos proporcionaron. Otra cosa muy diversa es que la vida humana vaya envuelta en el dolor, pero el mensaje bíblico es siempre liberador y no sadomasoquista.

A. GIL MODREGO
DABAR/90/44


4.

Los vv. 7-18 son los últimos elementos de lo que se llaman las "confesiones" de Jeremías. Diálogos entre el profeta y Dios acerca de la razón de ser de su existencia profética (cf 11,18): la palabra obra en el profeta y no hay forma de mantener a raya esta fuerza incontenible, aun dando por supuestas toda clase de luchas y privaciones (cf. Am 3,8). Mantenerse en constante tensión entre el empujón de la Palabra y la tentación del abandono es algo que lleva consigo todo el que cree (cf. 3.a lectura).

El profeta se refiere a la violencia que a él se le hace a la hora de ejercer su ministerio profético. No se trata, pues, de un mensaje del profeta a otras personas. Esa situación violenta que experimenta el profeta le ha acompañado durante toda su vida (cf. 20,2; 26). Jeremías se ha dado cuenta desde muy pronto (cf. 1,11-14) que predicar la palabra del Señor conlleva una serie grande de exigencias que hace replantear la vida desde la raíz, un verdadero despojo.

Ante lo definitivo y sin escapatoria de la palabra de Dios, la tentación del mensajero ha sido siempre el abandonar la empresa, el huir ante Dios (cf. Jon 1,3). Jonás huye a Tarsis, es decir, hasta el confín más lejano del mundo, hundiéndose en la noche de su propio sueño (Jon 1,5), olvidando deliberadamente su propia identidad (Jon 1,8-9). Este retrato del profeta que huye ante lo terrible y sobrecogedor del mensaje es su aspecto que conlleva la fe cristiana. Llegar a asimilar esta postura dolorosa de la fe es algo que el cree debe conseguir.

La acción del profeta se sitúa más allá de sus propios gustos, lo que, de hecho, da más valor al mensaje como tal. El quejido del servidor de la palabra no se pierde en el silencio de Dios, sino que El ayuda con su fuerza, independientemente de la débil voluntad del mensajero (cf. 1 Cor 9,16). Todos los que optamos por un camino de fe debemos reasegurarnos en la fuerza transformadora de la Palabra de Dios a través de nuestra acción. Tenemos aquí uno de los "dogmas" bíblicos que constituyen lo más puro de nuestra mística cristiana.

EUCARISTÍA 1978/41


5. /Jr/20/02-18

Tras una acción simbólica con la que Jeremías anuncia a Judá su destrucción ya que nadie quiere cambiar de vida, el prefecto del templo hace azotar al profeta y lo encarcela. Empiezan las persecuciones contra el enviado de Dios, persecuciones que en este caso provienen del estamento oficial, cosa muy dura si tenemos en cuenta que Jeremías era, por principio, un hombre de orden y de paz. Esta situación provoca la quinta confesión del profeta, tal vez la más fuerte. Jeremías acusa ex abrupto a Yahvé de haberlo engañado, de haberlo convencido para ser mensajero de un anuncio que le produce muchos inconvenientes, ya que es muy duro y, por otra parte, no se cumple automáticamente. El profeta no puede soportar la irrisión y las calumnias de la gente. Siente el peligro cercano y esto lo hace renegar de Yahvé (w 7-10). Pero junto a esta inseguridad y a esta impresión negativa con respecto a Yahvé aparece un sentimiento de confianza en el que es fuerte y está al lado de los que sufren por querer ser justos (11-13). Y cuando parece que Jeremías ha vencido ya la tentación, vuelve de nuevo la desesperación, que lo lleva a maldecir su nacimiento y, por tanto, la llamada a ser mensajero de Yahvé. El sufrimiento del profeta debía de ser inmenso; sentía irresistiblemente que en su vida no podía prescindir de su tarea y, por otra parte, veía ésta como algo no deseable y contrario a su manera de ver las cosas. Es el sentimiento de quien intenta ser fiel a la vocación de Dios, a pesar de que ésta conduce muchas veces a situaciones límite que no agradan a quien ha sido llamado a tal misión.

El cristiano, por el hecho de serlo, no ha superado todas las dudas y crisis de fe. Al contrario, su vida y su actividad están llenas de continua inseguridad. Pero también es cierto que siente al mismo tiempo que el Señor está a su lado, dándole fuerza para cumplir su tarea de ayudar al prójimo a encontrar el camino de la fidelidad al Padre Es obvio que el NT es un testimonio de esta lucha de sentimientos. La cruz es el lugar donde se unen la debilidad y la fuerza de Dios. Y esto lo vive Jesús en su dialéctica existencial muerte-vida, que conmemoramos en las celebraciones de semana santa.

R. DE SIVATTE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas.
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 167 s.