REFLEXIONES

 

1. COMUNION/EFICACIA

Muchas veces se ha escuchado la queja de una persona piadosa, de comunión diaria, que se maravillaba de no ser mejor a pesar de recibir a Jesucristo todos los días y de recibirlo, claro está, con las disposiciones debidas: estado de gracia y ayuno eucarístico. Sin embargo, quizá no se haya apreciado de una manera conveniente la tercera condición que apunta el catecismo: "Saber a quién se recibe". Esto, en resumidas cuentas, coincide también con la condición exigida por San pablo: "Discernir el cuerpo de Cristo".

Teóricamente, uno se queda tranquilo pensando que sí sabe a quién se recibe. Pero el equívoco está en que se trata de un mero saber humano, porque así nos lo enseñaron, y no de una fe auténtica.

¿Cómo es posible creer que recibimos a Jesucristo en la Eucaristía, sin creer que Cristo murió y dio su vida para la salvación de todos? ¿Cómo es explicable ese anhelo de Cristo sacramentado, con esa indiferencia escandalosa hacia Cristo presente en el prójimo? ¿A qué Cristo queremos recibir? Todo hace pensar que hemos reducido la comunión al aspecto del mero consumidor, pero no hemos insistido convenientemente en el otro aspecto de compromiso, de compartir los sentimientos de Cristo, de tomar parte en su obra de salvación. Sólo así es posible que nos parezca normal una actitud egoísta y de evasión con la práctica de la comunión frecuente. Y así nos maravilla que nos cueste ser mejores, a pesar de nuestro esfuerzo de cada día en acercarnos a recibir el pan de los ángeles.

EUCARISTÍA 1970/48


2.

Introducción

Hermanos: Después de participar en tantas liturgias eucarísticas en nuestra vida, parece innecesario detenernos a reflexionar sobre el sentido de la comunión eucarística.

Sin embargo, el evangelio nos pide que hoy concentremos nuestra atención sobre este gesto tan tradicional en nuestra vida de fe, para que todo él refleje el espíritu que quiso imprimir Cristo a los actos de culto.

Jesús se hizo carne: no solamente al nacer sino durante toda su vida. Y se hace carne de nosotros en cada eucaristía.

¿Comprendemos todo el alcance de esta expresión? La liturgia de hoy nos ayudará a aumentar la comprensión de lo que constituye el centro de toda la liturgia cristiana: la Eucaristía.

BENETTI-B/3.Págs. 210 ss.


3.

La Misa es una comida a la que todos estamos invitados. Gran parte de los que habitualmente asisten, rehúsan participar, contentándose con estar presentes. Esta situación, por normal que parezca, no deja de ser anormal.

Ciertamente esta comida es singular: tiene un sentido, una significación, requiere unas actitudes, exige unas disposiciones ineludibles en los comensales que participan. Pero lo que es anormal, abstenerse de comer, no puede convertirse en normal. Es decir, no podemos quedarnos tranquilos si no participamos jamás, o participamos alguna que otra vez en la vida.


4.

EL BANQUETE SAGRADO

Comer juntos juntos es el acto más expresivo de la vida familiar y el momento más fuerte de vinculación y crecimiento en el amor común. En el plano humano es asimilar el poder de otra cosa, es reconocer que uno solo no se basta, es llegar a ser adulto, es mantenerse en la vida y reforzar el signo de unidad y de alegría.

Pero el banquete siempre ha tenido un carácter sagrado y difícilmente se dan acciones sagradas sin banquete. Comer en el plano divino es participar en la vida de la divinidad, es divinizarse por connaturalidad y por asimilación. La asimilación del alimento es la expresión fundamental de la asimilación de Dios. Por eso en todas las culturas religiosas, de una forma u otra, siempre han existido los banquetes sagrados que desde una valoración pagana, podían ser totémicos, sacrificiales y mistéricos.

Lo que no puede negarse al cristianismo es una peculiar originalidad al imprimir al banquete unos valores profundos y singulares. La "fracción del pan eucarístico", desde sus orígenes, es el modo perenne de relación con Dios y de actualización de la obra redentora de Cristo. A los primeros cristianos ya se les reconocía públicamente por este banquete sagrado, signo de la mutua caridad, esencialmente vinculada a la "fracción". La Eucaristía es por un lado perfección de toda una serie de signos prefigurativos veterotestamentarios, y por otro, memorial y recuerdo de los acontecimientos salvíficos cumplidos por Cristo en su muerte y resurrección.

El cristiano vive en permanente invitación a la comunión con la sabiduría divina y con Cristo a través de la Eucaristía. La comunión eucarística transforma al creyente en himno de alabanza a Dios, en Cuerpo de Cristo, en Palabra viva que testimonia ante el mundo la salvación. La Eucaristía es sacramento de la fe, sacrificio pascual, presencia de Cristo, raíz y cUlmen de la Iglesia, signo de unidad, vínculo de amor, prenda de esperanza y de gloria futura.

Andrés Pardo


5.

Para orar con la liturgia

"La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es la fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos ... Este pan cotidiano se encuentra, además en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación"

San Agustín, serm. 57,7,7


6.

La iniciación a la vida litúrgica según el Catecismo de la Iglesia Católica

En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, " por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de El, hasta su retorno glorioso, lo que El hizo la víspera de su pasión: "Tornó pan...", "tomó el cáliz lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino, fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia ofrenda" (n. 1333; cf. n. 1334).