31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVIII
1-8

1.SEGURIDAD/PROVIDENCIA:

* Todo planeado: Muchos se darán cuenta de que la historia que Jesús nos cuenta en el Evangelio ha dado pie desde antiguo a gran cantidad de literatura, poesías, obras de teatro, etc. Con el guión ofrecido por la narración evangélica, un autor germano tituló su obra más o menos así: "Cada cual". Y es que cada cual, cada uno de nosotros intenta siempre y a todas horas lo mismo que el rico necio: planificar y bosquejar todo en su vida.

Empezando por nuestros ingresos y mantenimiento -"¿dónde guardaré mi cosecha?"- hasta los proyectos de vacaciones y tiempo libre en general -"y me diré: come, bebe y descansa tranquilo"-. Todo es planificado de antemano.

Hoy día no sólo se planifica el número de hijos, sino que hasta los esposos se encuentran por medio de computadora. ·Sartre-JP dijo que "el hombre es aquello que él hace de sí... el hombre es ante todo un bosquejo".

* Es necesario prever: Seguramente se dirá que qué tiene todo eso de malo; por qué todo el mundo es tachado de necio por esa causa: prever es algo que pertenece al ser humano. ¿Hemos de quedarnos a verlas venir, desprendernos de nuestros seguros de enfermedad o de nuestras futuras pensiones? ¿No sería del todo irresponsable el que los gobiernos dejasen de planificar financieramente a medio o largo plazo? La industria, por ejemplo, no puede sencillamente ocuparse del momento actual sin hacer planificaciones de crecimiento en cuanto a la productividad...

Precisamente hoy día tenemos más necesidad que nunca de prever el futuro de la humanidad bastantes años a la vista...

* Lo que no podemos prever: Todo esto es correcto. Pero hay algo que no podemos prever de antemano. La tremenda realidad de la muerte, que a menudo irrumpe imprevisiblemente, nos hace conscientes de que, desde luego, podemos hacer planes para la vida, pero que esta misma vida no está absolutamente a nuestra disposición, puesto que en el momento más inesperado se escapa de nuestras manos. De pronto, esta misma noche, puede sernos arrebatada. ¿Quién de vosotros con toda su previsión puede alargar su vida aunque sólo sea un instante? El hombre puede planear, pero aquello para lo que él planea, la vida, es algo que no le pertenece. Porque es algo que no depende de sus riquezas ni de sus seguridades materiales. Se dice que el dinero no hace feliz, pero tranquiliza... Quizá es precisamente cuando más se tiene, cuando mejor aparecen en la vida las preocupaciones, intranquilidades y la angustia de la muerte.

* D/SORPRENDENTE:También Dios es imprevisible: Tampoco Dios se deja manejar ni planificar.

La Biblia nos enseña que Dios es aquél que dispone de la vida y de la muerte. El es quien da la vida y quien dispone de ella. ¿Y querrá esto decir que debemos planificar a Dios, o sea, contar con él, rezando, haciendo el bien, ganando absoluciones, para de esta manera asegurarnos una especie de vejez o previsión del más allá? A este respecto, puede ayudarnos una frase del Evangelio que precisamente nos habla del ser ricos ante Dios. A primera vista, parece que esto se refiere a algo así como si se pudiera entrar en negocios con el banco del cielo, haciendo depósitos en él. Pero en realidad esa impresión sólo la da una forma de lenguaje que quienes tiene muchas posesiones entienden muy bien. La verdad es que se trata de otra cosa. Precisamente la fe es lo opuesto a una planificación angustiosa.

La sabiduría bíblica nos invita a desprendernos de todas preocupaciones y proyectos: "Poned vuestros cuidados ante el Señor, El os alimentará", dicen los Salmos o el libro de la Sabiduría. Ciertamente, el que cree no tiene por qué caminar hacia el futuro ciegamente, lo que sí sabe es que toda preocupación y toda previsión está arropada por la providencia de su Señor.

Si se comprende bien que la vida no es manipulable, la fe tiene que contar con ello. 

* Abiertos al momento presente: Si es verdad que nosotros no podemos propiamente fabricarnos nuestra última y definitiva felicidad, si Dios nos descarga de la preocupación por el éxito de nuestra vida, hemos de darnos cuenta que entonces nos encontramos en plena libertad para actuar en relación con lo que el momento presente exige de nosotros. La preocupación por el mañana no nos abre al hoy. De esa manera no se queda cada minuto planificado, sino que, al contrario, puede ocurrir que se nos vaya escapando el tiempo sin darnos cuenta de nada. Y esto suele ocurrir con mayor razón cuando se está consultando febrilmente el reloj de manera incesante.

* No recoger para sí mismo: Por otra parte, a partir del Evangelio y teniendo ante la vista el rico del que hace mención, todo esto nos invita a no reunir "tesoros" para nosotros mismos. El rico del Evangelio podía haber tenido un sobrante para otros, porque lo que más tenía era la posibilidad de haber dado, de haber hecho participes de sus riquezas a los demás. Lo peor es que quiso recoger todo solamente en sus propios graneros. El hecho de que el hombre al morir nada puede llevarse es un auténtico indicativo de que lo que tiene no es precisamente para él solo. El poseer no tiene el sentido de que uno puede vivir inactivo y pasar noches tranquilas. La posesión, como tantas cosas, o tiene una función social o no tiene función alguna. Es más, quien sabe que su vida la recibe de Dios sólo puede tener la disposición de entregarla libremente.

EUCARISTÍA 1986, 37


2. TRABAJO/VOCACION: ALIENACION/TRABAJO:SANTIFICACIÓN:

¿Es el trabajo una virtud?: Se ha dicho que el hombre ha nacido para trabajar, como el ave para volar. Pero el trabajo, a diferencia del juego, no es una actividad espontánea y, en este sentido, natural, sino más bien costosa, por definición. Para la gran mayoría de los hombres el trabajo es una necesidad, una obligación más que una afición, porque no trabajan en lo que quieren y menos aún de la manera que quieren. Para otros muchos, el trabajo es, sobre todo, un derecho, y un derecho del que han sido desposeídos por el paro forzoso. A todos sin distinción se nos ha predicado constantemente que el trabajo es una virtud, lo que no carece de una triste ironía, cuando tantos buscan la ocasión de practicar esa virtud y no la encuentran.

En las actuales circunstancias la calificación ética del trabajo como virtud es por lo menos discutible y desde luego muy interesada.

MORAL-BURGUESA:Responde, sin duda, a una moral que mide al hombre por lo que hace y no por lo que es o por lo que ama, cree y espera. Responde a una moral burguesa, en la que podemos ver una curiosa versión secularizada de la doctrina que Pablo condena en su Carta a los Romanos: la justificación del hombre por sus obras.

Esta moral disminuye al hombre y lo reduce a simple fuerza de trabajo, mientras aumenta la producción y las plusvalías.

Contra ella nos pone en guardia la palabra de Dios, que dice: "Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción al que no la ha trabajado. También esto es vanidad y gran desgracia".

* Los cristianos debemos adoptar frente al trabajo una actitud crítica: Debemos aprender a distinguir cuidadosamente entre un trabajo en el que el hombre se convierte en objeto de explotación y aquella actividad en la que pasa a ser sujeto de su propia liberación y realización. Debemos evitar caer en la trampa de cuantos dicen que el trabajo es bueno en cualquier caso y que es menester santificarse cada uno en el ejercicio de su profesión, cumpliendo siempre con el deber. El engaño es muy sutil; se confunde el deber del trabajador frente al patrono con el deber del hombre ante Dios y ante sus compañeros. Pero es claro que, cuando el trabajo es una flagrante explotación, el trabajador se santifica mucho mejor en la huelga.

Por eso, en vez de predicar que hay que santificarse cada uno en su trabajo, debería predicarse que hay que santificar el trabajo; esto es, humanizar y transformar de raíz las relaciones laborales hasta convertirlas en medio de expresión y de comunicación personal. A fin de que aparezca la nueva condición humana en un orden nuevo, la imagen del Creador en un mundo sin esclavos. A esto se refiere Pablo cuando nos habla de los "bienes de arriba", a los que deben aspirar todos los que ya han resucitado con Cristo.

* El hombre vale más que su trabajo: La exaltación del trabajo en cualquier hipótesis no es posible sin definir al hombre como fuerza de trabajo. Pero esto supondría despojar al hombre de lo mejor de sí mismo, de lo que es en verdad, y reducir su valor simplemente a lo que trabaja. De manera que, a partir de esta primera enajenación, el hombre pueda ser tasado, comprado y vendido como una mercancía, pueda ser sustituido en cualquier momento por otra fuerza de trabajo equivalente y arrojado a la basura cuando no resulta productivo. Sin que exista tampoco dificultad alguna para que el mismo hombre se convierta en su explotador. Y así vemos trabajadores autónomos que no tienen tiempo para pensar, para amar, para celebrar gozosamente con los amigos la fiesta de una vida que es antes don de Dios que producto del trabajo del hombre. Y que por ello es más que su trabajo. Los que se ven obligados a trabajar en condiciones inhumanas son unos explotados, pero los que trabajan así porque quieren son además unos necios. Los primeros están en peligro de perder la vida; los segundos se suicidan.

* El hombre vale más que sus ahorros: Otra de las falsas virtudes proclamadas en nuestra sociedad es la del ahorro, que va pareja con la del trabajo y sirve a los mismos fines. Si en esta segunda se valora al hombre por lo que trabaja, en la primera se le aprecia por lo que tiene o consigue ahorrar. Pero el ahorro a ultranza y la avaricia se revelan de pronto como una falsa religión, en la que no faltan sacrificios propios y ajenos. En virtud de esta religión, el dinero se hace intocable, se sacraliza, se transforma en un ídolo y el hombre en su fiel servidor. Un hombre así puede pensar que pone a buen recaudo su vida, que la asegura; pero, en realidad, la pierde y la enajena: el avaro, entre otras cosas, se queda sin amigos e incapacitado para la convivencia. Jesús denuncia la avaricia en el evangelio de hoy, Pablo en la epístola.

EUCARISTÍA 1977, 37


3. RIQUEZA DESPRENDIMIENTO: EL DESAPEGO DE LAS RIQUEZAS

El camino de los cristianos tiene las mismas características que el de Cristo. En los dos domingos anteriores Lucas nos presentó la oración. El próximo será la vigilancia. Hoy, es el desapego de la riqueza. También en esto es Jesús mismo el mejor modelo y Maestro.

Lucas habla mucho del desprendimiento de las riquezas, en la línea de la primera bienaventuranza, de los pobres y de los ricos, del uso de las riquezas y de su peligro: /Lc/06/24, "ay de los ricos", cap. 16, la parábola del rico epulón; cap. 18, lo difícil que es que un rico se salve...

Hoy las lecturas nos iluminan este aspecto de nuestra vida que a todos nos preocupa tanto. Y también la 2a, el último pasaje de la carta a los Colosenses que leemos, nos puede ayudar a responder a la pregunta que plantean las otras dos.

UN SANO ESCEPTICISMO

El autor de la 1a. lectura parece pesimista: "vaciedad, todo es vaciedad" (o "vanidad", como traducían antes).

Nos enseña un sano escepticismo ante todo lo humano: el trabajo, el afán, la riqueza... La riqueza no nos lo da todo en la vida, ni es lo principal. La muerte lo relativiza todo. Es "sabio" el que conoce los límites de lo humano, y ve las cosas en su justo valor, transitorio, relativo.

Más que pesimista, la visión es realista hasta humanamente, y más aún comparada con la autosuficiencia del rico descrito por Jesús en el evangelio. Nos viene bien a todos este toque de escepticismo del Qohelet, para que no nos entusiasmemos ni corramos tan ansiosamente detrás de lo perecedero.

LO INSENSATO ES OBSESIONARSE POR LOS BIENES MATERIALES Jesús es buen pedagogo. El retrato que hace del rico insensato no pierde actualidad. Es conciso pero muy vivo. Y la lección, muy clara: nos invita al desapego del dinero como valor no absoluto ni humana ni cristianamente.

El no nos está invitando

a) a despreciar los bienes de la tierra, pero sí a no dejarnos esclavizar por ellos;

b) o a no hacer nada y abandonar el trabajo (otra parábola, la de los talentos, basta para convencerse de que El quiere que nos comprometamos en un trabajo serio), pero sí nos invita a no dar valor absoluto o prioritario a lo material, porque hay cosas más importantes; c) no condena a los ricos o las riquezas (tenía amigos ricos, e iba a su casa): lo que sí nos dice es que no debemos caer en la idolatría, en la obsesión de las riquezas; la riqueza en sí no es mala ni buena: lo que puede ser malo es el uso de ellas, y sobre todo la actitud interior ante ellas. Lo insensato del rico no es que fuera rico, o que hubiera trabajado en firme por su bienestar y el de su familia, sino que había programado su vida prescindiendo de Dios y olvidando los valores trascendentales.

HAY COSAS MAS IMPORTANTES QUE EL DINERO

El trabajo está muy bien, y también el querer mejorar la situación de la propia familia y de la sociedad en general. Pero esto debe ir acompañado de una serie de valores que van más allá del dinero: la amistad, la vida de familia, la cultura, la comunicación interpersonal, el sano disfrute de la vida... Hay que tener tiempo para sonreír, para jugar con los hijos, para "perder el tiempo" con los amigos.

Y sobre todo están los valores trascendentes, cara a Dios, los "bienes de arriba" (2a. lectura), que ya son también nuestros mejores valores hoy. Lo que nos enriquece delante de Dios" (final del evangelio).

Jesús, con un gesto profético, se niega a resolver el problema de herencia que le proponen, y da una lección respecto al valor relativo del dinero.

APLICACIONES

El lenguaje de las lecturas de hoy se entiende fácilmente, y tiene aplicaciones a todos los niveles. Esta sociedad de consumo en la que estamos sumergidos nos bombardea con propagandas que no están precisamente en la línea de las bienaventuranzas del evangelio ni con la lección que hoy Jesús nos da. Lo que llegan a prometer los anuncios de la TV sólo por comprar una tontería...

El mensaje bíblico de hoy es una invitación a relativizar en nuestro corazón valores como el dinero -que es el que hoy directamente se nombra-, pero también otros como el poder, el éxito, el prestigio, el placer, la buena vida. La tentación de la avaricia, de la ambición exagerada, de la idolatría de la riqueza, van directamente contra el primer mandamiento: "no tendrás otro Dios más que a mí". Se podría aludir también a las vacaciones que estamos viviendo: una realidad merecida, necesaria, legítima, pero que tampoco hay que extremar. Una cosa es el deseo de disfrutar de ellas, con la familia, y otra la obsesión de impresionar con unas metas y unos niveles que van más allá de un sereno goce de la vida.

A los jóvenes convendrá decirles que no pueden enfocar el ideal de sus vidas con unos estudios, una carrera y unas relaciones humanas que nada más miran al "tener más"... A pesar de que la sociedad parezca precisamente invitarles a ello.

El que en el programa de las vacaciones hayamos sido fieles a la Eucaristía de este domingo merece una alabanza, y es el mejor signo de que hemos sabido programar nuestra vida también con los valores "de arriba".

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1986, 15

3-bis.- 

DOMINGO 18 C

Un poco de escepticismo nos va bien

El sabio del AT aparece bastante pesimista: "vanidad, todo es vanidad" o, como traducen ahora, "vaciedad, todo es vaciedad". Nos enseña un sano escepticismo ante lo humano. La riqueza no nos lo da todo en la vida, ni es lo principal: la muerte lo relativiza todo. Es sabio reconocer los límites de lo humano y ver las cosas en el justo valor que tienen, transitorio y relativo. Incluso el trabajo, que parece un valor muy honrado, puede llegar a exagerarse y a hacernos perder la armonía y la paz. Tanto afán y tanta angustia no puede llevarnos a nada sólido.

Es bueno que el salmo nos recuerde que nuestra vida es como la hierba que está fresca por la mañana y por la tarde ya se seca, o que mil años en presencia de Dios son como un ayer que pasó.

Esta lección del AT es aún más realista cuando oímos la descripción que hace Jesús del rico que piensa en su cosecha y en sus planes de ampliación.

Nos viene bien a todos un cierto toque de escepticismo, para que no corramos tan ansiosamente detrás de lo perecedero, descuidando lo principal. Si vamos por ese camino, las desilusiones van a ser mayúsculas. Mientras que reconocer la vanidad de las cosas humanas es la mejor disposición para dar importancia a las auténticamente importantes.

El salmo 89 tiene un versículo que gustaba al papa Juan XXIII, porque le parecía que ahí estaba el secreto para ver con sabiduría el discurrir de la historia, sin asustarse ni entusiasmarse demasiado: "enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato".

No obsesionarse por los bienes materiales

Jesús es un buen pedagogo. El retrato que hace del rico insensato no pierde actualidad. Es conciso pero muy vivo. La lección, muy clara: nos invita al desapego del dinero, porque no es un valor absoluto ni humana ni cristianamente. Una de las idolatrías que sigue siendo más actual, en la sociedad y también entre los cristianos, es la del dinero.

Jesús no nos está invitando a despreciar los bienes de la tierra, pero sí a no dejarnos esclavizar por ellos. No quiere que estemos ociosos, sin hacer nada y abandonando el trabajo, pero sí que no demos valor prioritario alo material, porque hay cosas más importantes, hasta humanamente. No condena a los ricos o las riquezas, pero sí nos dice que no caigamos en la idolatría, en la obsesión del dinero. La riqueza en sí no es buena ni mala: lo que puede ser malo es el uso que hacemos de ella y la actitud interior ante ella. Si Jesús llamó necio o insensato al rico, no es porque fuera rico, o porque hubiera trabajado por su bienestar y el de su familia, o porque hubiera amasado las riquezas injustamente, sino porque había programado su vida prescindiendo de Dios y olvidando también la ayuda a los demás. Lo que nos está diciendo Jesús es: "guardaos de toda clase de codicia".

Es sabio distinguir los valores importantes y los que no lo son. El dinero tiene su función, pero por encima del dinero y del bienestar material está la amistad, la vida de familia, la cultura, el arte, la comunicación interpersonal, el sano disfrute de la vida, la ayuda solidaria a los demás. Hay que tener tiempo para sonreír, para jugar y "perder el tiempo" con los familiares y amigos.

Sobre todo, están los valores trascendentes, cara a Dios, "los bienes de arriba" de que habla Pablo, que ya son nuestros mejores valores desde hoy: la escucha de la Palabra, los sacramentos, el vivir en cristiano, la vida de la comunidad eclesial y nuestra colaboración a ella, el testimonio de nuestra fe para con los hijos y vecinos. Eso es lo que nos enriquece ante Dios.

Necio... el que no es rico ante Dios

Lo principal es ser rico ante Dios, y no ante los hombres. Ser ricos en buenas obras, y no en cuentas corrientes. Sería una pena que uno "amasara riquezas para sí", las cosas que cree que le van a dar la felicidad, y no se preocupa de las más importantes "y no es rico ante Dios". El mundo nos invita a una carrera desenfrenada por los bienes materiales, para tener más cosas que los demás y asegurar obsesivamente el futuro. Si nos descuidamos, nos convertimos en esclavos de la sociedad de consumo, que crea necesidades siempre nuevas para que gastemos más y más.

Pero lo que contará al final son las buenas obras que hayamos hecho, no el dinero que hemos logrado almacenar (que, además, irá a parar a manos de otros que no lo han ganado). Mereceríamos que Jesús también a nosotros nos llamara necios e insensatos, si desterramos a Dios de nuestra vida, si no nos preocupamos de los demás, si nos llenamos de nosotros mismos y ponemos nuestro futuro en las cosas de este mundo. Seríamos estúpidos, como el granjero del evangelio, porque almacenamos cosas caducas, que nos pueden ser quitadas hoy mismo y no nos van a aprovechar para nada.

JOSÉ ALDAZÁBAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS
CICLO C


4. 

La actitud pesimista.-" Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad".

Son palabras que repite uno de los libros más extraños del A.T., llamado del Eclesiastés./QO/LIBRO El autor es un judío profundamente pesimista: repasa todos los aspectos de la vida humana y siempre halla limitación, engaño, desgracia. El hombre es visto como un iluso que se esfuerza por tener más, por ser más... pero la conclusión que descubre el autor del Eclesiastés es escéptica, es pesimista: Vaciedad sin sentido.

Y como sucede en cualquier pesimista profundo, el mismo Dios y su acción en nosotros son incluidos en la visión pesimista. Quizá los cristianos no hemos captado a veces este aspecto: Si somos pesimistas respecto al hombre, lo seremos también respecto a Dios. No creemos en aquella afirmación fundamental de la narración bíblica de la creación: Dios vio que todo era bueno. O lo que es -lo mismo- no creemos realmente en Dios.

Probablemente este pesimismo, en uno u otro momento, todo hombre lo comparte. Hay quien es más pesimista, pero en el fondo es difícil evitar la pregunta: ¿de qué sirve todo lo que hacemos? ¿no es un intento inútil, casi grotesco, esta pretensión humana de conseguir la felicidad?

La actitud segura.-En la parábola del evangelio escuchábamos una actitud que parece muy diversa. Es la del hombre seguro, que cree que su felicidad se identifica con lo que hace y tiene, especialmente con el poder de su dinero.

Imagina que durará siempre, que es capaz de conseguir lo que quiere. Por ello se dice: "Túmbate, come, bebe, y date buena vida".

Decía que parece una actitud distinta a la del pesimista, pero también podríamos decir que es igualmente común en el corazón humano. ¿No os parece que muy a menudo los hombres -vosotros y yo- somos una curiosa mezcla de estas dos actitudes? Por una parte, autosuficientes, seguros, como si la felicidad fuera algo que podemos comprar y asegurar; y por otra, pesimistas, desengañados, creyendo que nada vale la pena y la vida no tiene sentido.

¿Y no os parece que nuestra sociedad ha conseguido un explosivo coctel de estas dos actitudes? Por una parte, quiere infundir seguridad, confianza, como si tuviera la fórmula de la felicidad (basta contemplar los anuncios televisivos); pero a la vez se siente inquieta, desconcertada, sin rumbo, sin proyecto de vida con sentido, pasando de crisis en crisis. La actitud de fe para caminar.-¿Hay una respuesta cristiana ante todo esto? En la primera lectura hallábamos comprensión para la actitud pesimista, pero ciertamente no es ésta la actitud de JC, predicador de la Buena Noticia. En el evangelio la crítica de JC a la actitud del hombre seguro (especialmente cuando se basa en la religión del dinero) es absoluta y radical.

Entonces, ¿podemos decir que la respuesta cristiana es una especie de actitud intermedia, como un prudente equilibrio, que evite la soberbia del hombre seguro y la angustia del pesimista? A menudo ha sido presentada así, pero creo que debemos decir claramente que este equilibrismo (que no es ni una cosa ni otra) puede ser una respetable actitud humana, no sé si realizable, pero que tampoco es la respuesta cristiana.

La respuesta cristiana no es ninguna fórmula mágica, no es una receta "curalotodo". Es una fe para caminar. Es lo que escuchábamos en la lectura de san Pablo: "Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador".

La vieja condición humana, incluye tanto al hombre seguro como al pesimista. Es el hombre encerrado en sí mismo, la nueva condición es la de quien cree que estamos injertados en la vida de Dios, que nos renueva, que rompe con la seguridad que se basa en el egoísmo y supera el pesimismo del escéptico. La respuesta cristiana es, por tanto, abrirse a la vida de Dios, que es don del Padre, que se manifiesta en JC, que impulsa en nosotros el Espíritu.

Y esto lo cambia todo. Lo hace todo nuevo, distinto. Sí, ya sé que no es fácil, ya sé que es una fe. Pero es nuestra fe, es la Buena Noticia de JC.

Su evangelio nos anuncia la vida de Dios presente en nosotros pero no en nuestra riqueza, o en nuestro egoísmo, sino en nuestro amor, en nuestra lucha por la justicia, en todo aquello que es Dios en nosotros.

Ni pesimistas, porque Dios vive en nosotros, ni seguros, porque todo es gracia. La respuesta cristiana está resumida en la últimas palabras de la carta de san Pablo; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos. Es una fe para caminar.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1980, 3


5. V/ACTITUDES.  

El fragmento del evangelio que hoy hemos escuchado nos muestra muy claramente

TRES MANERAS DE TOMARSE LA VIDA. Todos habremos conocido en algún momento a personas que se ajustan a cada uno de los tres tipos; pero, si nos miramos bien a nosotros mismos, nos daremos cuenta de que son tres actitudes que -mezcladas entre sí- habitan también nuestra personalidad.

-No queremos responsabilidades.-Una actitud es la de los que ESPERAN QUE LOS DEMÁS, EL PROPIO DIOS, SE LO SOLUCIONE TODO y que, por tanto, no se responsabilizan de nada. Son los que dicen: "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia".

Contra esta actitud Jesús reacciona en seguida: "Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?". Jesús sabe muy bien que Dios nos ha hecho árbitros a nosotros mismos en las cosas que son de este mundo. Dios ha concedido la autonomía a la creación y confía en que EL HOMBRE DE MODO RESPONSABLE, y con la inteligencia que le ha dado, SERA CAPAZ DE ORGANIZAR LA VIDA.

Hoy, a partir de lo que nos dice el evangelio, DEBERÍAMOS PREGUNTARNOS SI NO NOS APOYAMOS DEMASIADO A MENUDO EN LOS DEMÁS, sacándonos de encima nuestras responsabilidades. ¿Sabemos reflexionar y decidir nosotros mismos en la familia, en el trabajo, en el barrio? ¿O bien decimos a los hijos: "pregúntaselo a tu madre" y a los compañeros: "haré lo que haga la mayoría"?

-La riqueza no lo es todo.-Otra actitud que se da a menudo es la contraria, la de no confiar en nadie, sino sólo en el dinero, Y con este principio, empezamos a trabajar horas y horas para acumular dinero, para ACUMULAR RIQUEZA.

Y hoy aparece Jesús, que nos dice: "Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, SU VIDA NO DEPENDE DE SUS BIENES".

Las palabras de Jesús son una llamada de alerta: ¡no viváis como si los únicos bienes fueran ésos! Es ésta una buena ocasión para reflexionar QUÉ VALOR DAMOS A TODO LO QUE NO ES MATERIAL: la oración, la lectura, la diversión, la relación con los demás -familia, amigos...-; que no nos ocurriera que luego, más adelante, tuviéramos que reconocer como el autor del Eclesiastés -el de la primera lectura- que hemos trabajado en vano y todo es vaciedad y gran desgracia.

-Nos pasamos la vida en sueños.-Aún hay otra actitud que está muy extendida y es la de los que piensan que SOLO SE PUEDE VIVIR DIGNAMENTE CUANDO SE HAN ADQUIRIDO UNA SERIE DE COSAS que se consideran importantes: tener una casa propia, un sueldo elevado, etc. Se dice a menudo: "Cuando ya esté bien instalado, entonces podré dedicar más tiempo a mis hijos y me podré comprometer -incluso- en algunas actividades del barrio". Es el mismo caso del evangelio de hoy: "Almacenaré todo el grano y el resto de mi cosecha y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida".

Pero tampoco en ese caso se hace esperar la respuesta: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. LO QUE HAS ACUMULADO, ¿DE QUIEN SERA?". La lección es clara: nunca acabamos de tener todo lo que queremos, siempre queremos más bienes materiales y NO PODEMOS ESPERAR: DEBEMOS ACTUAR ENSEGUIDA.

Pensemos hoy en ello: no se puede esperar a tenerlo todo para vivir lo que vale la pena. ¡Debemos vivirlo ahora! ¡La vida se vive continuamente y ya no se recupera! Si el padre no habla con el hijo pequeño, difícilmente lo hará más adelante con el hijo joven. El futuro siempre es un sueño y no está en nuestras manos. El futuro debe hacerse presente.

Muchos de nosotros hemos empezado -o empezamos ahora- LAS VACACIONES. Son una época importante de nuestra vida QUE DEBERÍAMOS APROVECHAR -entre otras cosas- PARA LA LECTURA Y LA REFLEXIÓN. Volvamos, pues, durante la semana, a los textos que hoy nos han sido proclamados. REFLEXIONEMOS sobre ellos y hagamos ORACIÓN con ellos. A buen seguro que nuestra vida saldrá beneficiada.

Y ahora que vamos a celebrar la Eucaristía, recordemos lo que nos decía Jesús: Acumular riqueza no sirve para nada, si uno "no es rico ante Dios".

La Eucaristía es el don más grande que ahora podemos vivir, y es al propio tiempo prenda del futuro que esperamos. Si ahora "buscamos los bienes de allá a arriba", podemos estar seguros de que "cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también nosotros apareceremos, juntamente con él, en gloria".

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1977, 15


6.

EL SENTIDO DE LO PROVISIONAL Y DE LO DEFINITIVO

-Ser rico ante Dios [Lc 12, 13-21)

El Evangelio de hoy afronta nuestras preocupaciones y nuestras tendencias instintivas. El Señor nos pone en guardia: "Guardaos de toda clase de codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes".

Según su habitual modo catequético, Jesús no se para en este aviso abstracto y lo ilustra con la parábola del rico que almacena sus tesoros para prevenir el futuro con una preocupación clara que es también muy de nuestros días: "Túmbate, come, bebe y date buena vida".

Pero para Jesús las riquezas son sospechosas. Ya el Antiguo Testamento tenía sobre ellas la misma sospecha. Sin embargo, la riqueza era señal de la bendición de Dios. Se atribuye riqueza a los Patriarcas (Gn 13, 2; 26, 12; 30, 43). El Deuteronomio nos dice que Dios desea el bienestar de su pueblo (Dt 8, 7-10; 28, 1-12). Se presenta la riqueza como una forma manifestativa de la gloria de Dios ( Sal 37, 19).

Pero el Antiguo Testamento es también muy consciente de los peligros de la riqueza. "Feliz el rico que es hallado sin mancha" (Eclo 31, 8); "el rico no debe vanagloriarse de sus riquezas" (Jer 9, 22); "la respuesta del rico es dura" (Prov 18, 23); "los ricos de la ciudad son hombres violentos" (Mi 6, 12); "las riquezas producen vanidad" ( Sal 48, 7); "al rico la ansiedad le impide dormir" (Ecle 5, 11). La riqueza es inútil al final de la vida: el rico que está empachado de sus riquezas terminará vomitándolas (cf. Job 20, 15); "el hombre opulento es semejante a un buey que se sacrifica" (Sal 48, 13); "en el día de la cólera la riqueza es inútil" (Prov 11, 4); la riqueza del hombre es el rescate de su vida" (Prov 13, 8); "la riqueza no es eterna" (Prov 27, 24). Aunque la riqueza es un don de Dios, hay que saberla sopesar con mesura y no deja de ser un bien relativo; hay que preferir la sabiduría (1 Re 3, 11; Job 28, 15-19; Sab 7, 8-ll, Prov 2, 4, 3, 15; 8, ll). Además es difícil vivir en la prosperidad siendo fiel, porque la abundancia embota el corazón (Dt 31, 20; Sal 73, 4-9). En Isaías podemos leer una maldición contra la riqueza: "Malditos los que acumulan casa a casa y campo a campo" (Is 5, 8). Es el "Malditos vosotros los ricos" del Evangelio (Lc 6, 24).

Esta es la óptica en la que Jesús presenta su parábola. Aunque la riqueza no es un mal en sí misma, hace muy difícil el camino hacia el Reino.

-¿Qué saca el hombre de su trabajo? (Ecle 1, 2; 2, 21-23) Este texto podría llevarnos a pensar que hay que desinteresarse del trabajo y del progreso. Todo vanidad. Sería comprender mal el pensamiento del autor. Lo que en realidad pide es un equilibrio. El trabajo no debe ser todo en nuestra vida, que debe estar, ante todo, orientada hacia Dios. Se trata de aprender a dar al trabajo su sentido exacto. Cosa, por lo demás, que no aparece del todo claramente en este libro de corte más bien pesimista.

En el Sermón del monte encontramos el pensamiento de Cristo sobre las riquezas; bueno será completarle con la enseñanza de la parábola de la perla preciosa (~It 13, 45), de la obligación de no servir más que a un solo señor (Mt 6, 24), de la dificultad de seguir a Jesús en el camino de la perfección (Mt 19, 21), de la necesidad de renunciar a todos los bienes para ser discípulo de Cristo (Lc 14, 33).

La riqueza conlleva el peligro de cerrar el corazón; es la idea que expresa el salmo responsorial de hoy, el 94: "No cerréis hoy vuestros corazones".

-Buscar las realidades de arriba (Col 3, 1-5.9-11)

La actitud equilibrada del cristiano de hoy y de siempre, le viene dictada por la realidad que ha surgido en él con su bautismo. Resucitado con Cristo, debe buscar las realidades de arriba Ahí reside el sentido de su vida.

El cristiano es un hombre nuevo, rehecho sin cesar por el Creador a su imagen para irle conduciendo al verdadero conocimiento.

Si hay que hacer desaparecer lo vicios que S. Pablo enumera, entre los que subraya el deseo de placer y el culto a los ídolos, es por lograr el conocimiento verdadero que conduce a la gloria. Buscar las realidades de arriba no es únicamente un consejo moralizante de S. Pablo, sino una consecuencia de toda una ontología nueva: pertenecemos al Reino de arriba; es por tanto normal que estemos libres de las convulsiones y preocupaciones del hombre viejo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 99 ss.


7.

1. Buscar el fondo del problema

Durante este tiempo la Iglesia, por medio del Evangelio de Lucas, nos llama la atención sobre el tema de la vigilancia cristiana. La vida nueva que Dios nos propone, la entrada en el Reino, es un tesoro que debe ser cuidado permanentemente. En los domingos anteriores se nos ha puesto de relieve la importancia de la escucha confiada de la palabra de Jesús y de la oración frente al acoso de las diarias preocupaciones.

Hoy, continuando con esta tónica, Ias lecturas bíblicas insisten sobre el peligro de las riquezas, un tema favorito de Lucas. En efecto, es Lucas el evangelista que más que ningún otro, tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, subraya constantemente el peligro que entraña para la vida de fe y para la comunidad cristiana el apego a las riquezas y el afán de lucro.

¿Por qué esta particular insistencia de Lucas? Seguramente porque en aquella época (recuérdese el caso de Ananías, de Simón Mago, etc.) -al igual que ahora y que siempre- el desmedido afán de poseer bienes y riquezas resquebrajó profundamente la unidad de la comunidad, el amor fraterno y la vivencia de la espiritualidad evangélica, cuyo primer objetivo es, como ya sabemos de sobra, la búsqueda del Reino de Dios y de su justicia.

Esta amarga experiencia pudo llevar a Lucas a una desvalorización casi extrema de las riquezas, mientras subrayaba una y otra vez el espíritu de pobreza y desprendimiento radicales. Es así como presenta a las primeras comunidades cristianas, particularmente a la de Jerusalén, viviendo una especie de "socialismo evangélico" con la renuncia de muchos a la posesión de bienes raíces, hasta el punto de que muy pronto dicha comunidad quedó reducida a una pobreza tal, que las demás comunidades del cercano oriente y de Grecia realizaron una colecta para ayudarla. Es Lucas quien nos da todos estos pormenores. Por otra parte, a los efectos de comprender el espíritu de estos textos, es importante colocarse en la situación de aquella época en la que difícilmente se podría encontrar a algún acaudalado que se hubiera enriquecido con su trabajo honesto; al contrario, la explotación de los esclavos y de las clases humildes no tenía, en la práctica, atenuante alguno por parte de las instituciones públicas.

Por eso tanto la palabra «rico» como «riquezas» tenían de por sí, desde el contexto social, un claro y confirmado sentido peyorativo, de la misma manera que la profesión de los publicanos, los recaudadores de impuestos al servicio de Roma. En este sentido, la situación de los países del Tercer Mundo se asemeja mucho más a aquel contexto social. Que era difícil encontrar un rico honesto lo prueba el dicho de Jesús: Es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que un rico por la puerta del Reino de Dios. Con estas aclaraciones introductorias, podemos releer los textos bíblicos de hoy, que por feliz casualidad coinciden en su temática, lo que seria deseable para todos los domingos. El evangelio nos trae un caso real y una parábola que generaliza el caso.

Ante el requerimiento de alguien que le pedía a Jesús que lo ayudara con su prestigio para la solución del litigio que mantenía con su hermano por la herencia, Jesús se negó rotundamente, ya que -según explicó- no había sido enviado para ser árbitro o juez de conflictos económico-jurídico-sociales.

Sin forzar el significado de este hecho, resulta evidente, a la luz de cuanto ya hemos reflexionado sobre la misión de Jesús y de sus discípulos, que es solamente el interés del Reino de Dios lo que mueve a Jesús y lo que debe mover a la Iglesia, que debe dejar a la propia gente interesada la solución concreta de sus problemas y conflictos. Jesús renuncia a cualquier forma de paternalismo y demagogia.

La respuesta negativa de Jesús no debe ser interpretada en el sentido de que las cuestiones económico-sociales no tengan ninguna relación con el Reino de Dios, como lo prueba la continuación del episodio, pero sí que es inútil pretender resolverlas desde una óptica individualista o pretendiendo que la autoridad religiosa asuma las funciones que corresponden a la civil.

Dicho de otra manera: la predicación de Jesús constituye un fundamento para la ética social, pero no es un código para resolver cada caso particular; y esto vale no sólo para el caso que cita el evangelio de hoy, sino para todas las cuestiones que se refieren al orden temporal de la sociedad. El olvido de tan elemental principio puede llevar a la Iglesia a innecesarios enfrentamientos con la autoridad civil, insistiendo en la regulación jurídica de la vida de los ciudadanos y olvidándose en cambio de su deber primero de explicar a los cristianos el sentido del Evangelio y la relación que pueda existir entre los auténticos valores cristianos -que provienen de Cristo- y las realidades temporales. En caso contrario, se cae en un frío moralismo que, a la hora de la verdad, no favorece ni a los cristianos practicantes ni a los demás ciudadanos del país que se trate. Una norma moral o jurídica, desprovista de su fundamento evangélico o humanista, no provoca más que el rechazo de quienes debieran cumplirla y, a la larga, el desprestigio de la Iglesia y de sus normas. Como muestra de cuanto vamos diciendo, basta observar la reacción de Jesús ante aquel «hermano» que quiso usarlo en beneficio propio.

2. El sentido de la vida

La parábola de Jesús que explica por qué hay que cuidarse de la codicia, nos da el criterio del Reino de Dios frente a la posible adquisición de bienes, vengan éstos por herencia o por trabajo personal.

Jesús desarrolla y perfecciona el criterio del Eclesiastés -libro escrito unos doscientos años antes de Jesucristo- con su característico pesimismo sobre la vida. Hoy no podemos pensar sin más que el trabajo no tiene sentido, ni siquiera que la adquisición de bienes o dinero no lo tenga. La reflexión sobre los valores humanos, sobre el cuerpo y sobre las realidades físicas relacionadas con el hombre, ha avanzado lo suficiente como para que, por no caer en un crudo materialismo, no nos vayamos al extremo opuesto de un angelical misticismo.

Por eso Jesús contrapone dos tipos de riqueza: la riqueza que se transforma en objetivo final del hombre, alienándolo y embruteciéndolo, y la riqueza del hombre-en-sí-mismo que emplea todo cuanto tiene y es al servicio de la riqueza del espíritu. Por este motivo se habla de la «codicia» que es la prostitución de la actividad humana.

El conocido texto de la segunda lectura -de hondas resonancias pascuales-contrapone, por su parte, los bienes de arriba y los bienes de abajo, de acuerdo con la simbología que contrapone con esquemas geográficos o espaciales los valores trascendentes e imperecederos con los intrascendentes y perecederos.

Pablo amplía la perspectiva del texto lucano: junto a la codicia, cita otras maneras de matar el espíritu, sobre todo la fornicación. Eran dos vicios que en el mundo pagano dificultaban la praxis del espíritu evangélico, por lo que Pablo apela al orden nuevo que ha establecido en el mundo la resurrección de Jesús. La Pascua establece una escala de valores y propicia el sentido de la vida humana que se afianza en la búsqueda del Reino y en la construcción de un hombre a la medida de Cristo.

Tan cierto es esto que, si se viviera a fondo el Evangelio, debieran desaparecer, postula Pablo, hasta las grandes diferencias raciales, sociales y religiosas sobre las que se asentaba la vida del imperio romano.

Si bien Pablo recuerda a los cristianos sus deberes morales -lo hace generalmente al final de sus carta-, anuncia, aclara y explica por qué los cristianos debemos vivir con una vida distinta. Para Pablo, Jesucristo muerto y resucitado es el comienzo de un nuevo orden social y religioso, a pesar de que ni él ni los demás cristianos de su época llegaron a entrever el cambio que se podría producir si esos criterios se hubieran llevado a la práctica. Hoy lo vemos más claro, con la desaparición de la esclavitud y una mayor justicia social; entonces, hubiera sido una utopía encontrar la aplicación total del Evangelio a nivel político-social, pero el principio que lentamente cambiaría la historia de occidente fue postulado con suficiente claridad.

En lo que al evangelio de hoy se refiere, los grandes y profundos cambios que se han producido a escala mundial en la concepción social de la vida -con los polos opuestos del capitalismo y el socialismo, y las diferentes posiciones más o menos intermedias- nos dicen que el pensamiento de Jesús sobre este tema no sólo no ha permitido sino que puede ayudar a la humanidad a encontrar una forma más justa de vida. Lo paradójico del caso es que hemos sido los cristianos -por lo general- los más reacios a propiciar un cambio social que disminuya las distancias entre los pocos ricos que tienen mucho y los muchos pobres que tienen poco. Pero también para eso está la liturgia dominical: para que, escuchando con el corazón sincero el Evangelio, reparemos viejos errores y entendamos que todavía tenemos un lugar que ocupar en la historia y una palabra que decir.

Pero el evangelio de hoy, más que en un contexto social se mueve en un contexto antropológico y religioso, como se desprende de la conclusión final de la parábola: de poco vale hacer grandes proyectos exclusivamente volcados en la acumulación de bienes, si, cuando llegue la hora decisiva, el hombre se encuentra vacío interiormente y vacío ante Dios.

El texto pone sobre el tapete la cuestión, siempre temible y seria, del sentido de la vida, tema sobre el cual hemos hecho nuestras reflexiones a lo largo de estos años.

V/SENTIDO:Hablamos del «sentido de la vida», o sea, de la dirección fundamental, de su orientación, de eso hacia lo que tiende y camina. El sentido de la vida es lo que, al fin y al cabo, justifica este duro caminar por el desierto, sufriendo el cansancio y el trabajo, luchando y muriendo, estudiando, comprando o vendiendo... Y es ese sentido lo que da un valor humano no sólo a los bienes que poseamos sino a cualquier actividad que realicemos.

Es desde este sentido de la vida como el hombre se enriquece interiormente, dejando de ser -como decíamos en domingos anteriores- una máquina de hacer o tener cosas para transformarse en un ser creador y consciente de sí mismo y de su futuro.

Los cristianos afirmamos genéricamente que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo: «Para mí, la vida es Cristo». Sin embargo, no basta esta genérica expresión para que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del hombre nuevo, por otro. Siguiendo con el caso de hoy, podríamos preguntarnos qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales, artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de toda la humanidad y al servicio del crecimiento de cada hombre, como una forma práctica y concreta de vivir aquello de «amar al prójimo como a uno mismo».

En fin, que si sacáramos todas las consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del Evangelio y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 161 ss.


8.

Muchas cosas han cambiado en poco tiempo sobre nuestro pequeño planeta. Ha quedado atrás el enfrentamiento entre superpotencias. Al Este ya no hay enemigos sino aliados. Desacreditado el sistema marxista, conquistan el consenso universal, el mercado libre y la sociedad de consumo. Lo importante ahora es diseñar un nuevo orden internacional. Concentrar todos los esfuerzos en reconstruir nuestro viejo solar continental. Esa Europa comunitaria que se ha convertido en la meta hacia la que hay que avanzar con decisión.

Pero se olvida que, de nuevo, el gran perdedor es el Tercer Mundo. Según todos los indicios, los marginados de la tierra se quedan sin asidero ideológico y sin futuro revolucionario. Y, por otra parte, «solidaridad» es una palabra demasiado larga e incómoda para tener cabida en la vida trepidante de Occidente.

Ya cayó el muro de Berlín, y hemos de felicitarnos por ello, pero ese otro muro, el que separa al mundo pobre del mundo rico, está más alto y mejor vigilado que nunca. Ahí siguen boyantes el intercambio desigual, la extorsión financiera, el monopolio de la tecnología y de la información científica, el envío de residuos radiactivos y basuras peligrosas que nadie quiere. Sin embargo, apenas se habla ya de imperialismo, y es que ahora «los imperialistas» somos nosotros.

Por otra parte, comienza a tomar cuerpo en Europa un «apartheid» universal ante quienes no pertenecen a nuestra comunidad. Brotes de racismo, intolerancia y discriminación, cada vez más frecuentes, castigan a los intrusos que saltan el muro con el que tratamos de defender nuestra «Europa de los mercaderes».

Casi sin darnos cuenta, Occidente va cayendo en una alarmante mezquindad e insolidaridad. Nos preocupa el colesterol, y olvidamos el hambre y la miseria de ese Tercer Mundo, cada vez más molesto y desagradable.

Hablando recientemente de este «eclipse de la solidaridad», Mario Benedetti decía que «la propia Iglesia restringe su solidaridad a la parcela de las oraciones». Ciertamente no es así. Y para desmentirlo ahí están esos miles y miles de misioneros extendidos por todo el mundo conviviendo con los más pobres de la Tierra. Pero, tal vez, hay algo cierto en las palabras del escritor uruguayo. Mientras tantos misioneros se desviven por un desarrollo más humano del Tercer Mundo, nosotros nos contentamos a menudo con celebrar fechas como el Domund rezando una oración distraída o aquilatando el donativo que tranquilizará nuestra conciencia.

La parábola del rico insensato que vive acumulando riquezas y echando a perder su vida, puede estar dirigida directamente a nosotros. Nos preocupamos mucho por mejorar nuestro nivel de vida, pero, ¿no es una vida cada vez menos solidaria y, por tanto, menos humana?

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 93 s.